En memoria de Eduardo H. Flichman
Sabemos que las palabras no alcanzan para describir la magnitud de esta
pérdida. Sabemos también que su ausencia seguirá teniendo diferentes
manifestaciones. Que su legado no fue solamente su trabajo escrito, sus
clases y sus diferentes contribuciones.
Su paso por nuestras vidas ha dejado huellas entrañables a las que
nos aferramos por ser el recuerdo que atesoramos de él, por ser la forma
en que él perdura en cada uno de nosotros.
También sabemos que debemos seguir adelante con una extraña
superposición de tristeza por no contar con su presencia física y de plenitud
por haber compartido con Eduardo momentos especiales, momentos
en los que nos regaló su bondad y su sabiduría enriqueciéndonos
generosamente.
Una de las maneras en que Eduardo dejó una marca imborrable
en nuestra comunidad es mediante su convicción de que las cosas pueden
ser mejores. Y así lo mostró una y otra vez al momento de educar, al
formar investigadores y al tender puentes entre posiciones aparentemente
irreconciliables. Eduardo nos ha mostrado cómo se puede ser optimista
y realista al mismo tiempo. Cómo es posible que cada uno tenga algo
para enriquecer al otro, y cómo diferentes miradas pueden integrarse en
vez de competir por su preeminencia.
Sin duda, una de las virtudes que se ha destacado a lo largo de la
vida de Eduardo es su dedicación a los demás. Esa dedicación no consistía
simplemente en la disposición para brindarnos su sabiduría, su tiempo
o su escucha. Más bien consistía en una asombrosa capacidad suya para
poder ayudar a cada uno en lo que cada uno necesitaba. Era capaz de estar
en nuestro lugar, sufrir lo nuestro, ser feliz con nuestros logros, ser parte
de nosotros.
Esto muestra el lugar que Eduardo otorgaba a cada ser humano
que lo rodeaba y al que le brindaba su afecto.
No debiera extrañarnos entonces que una de sus preocupaciones
prioritarias fuera la educación. Esa actividad en la que una y otra persona
establecen un lazo que los enriquece y en la que uno tiene algo diferente
para enriquecer al otro. Este proceso, aún siendo asimétrico en
contenidos, puede ser simétrico en compromiso.
Eduardo lograba llevar este contraste a niveles excepcionales. Los
que lo hemos tenido como maestro supimos de su conocimiento insondable, y también experimentamos la fortaleza del vínculo que establecimos
desde nuestro lugar de alumnos.
Una mención adicional merece su compromiso en la amistad. Ser
amigo de Eduardo ha sido, como con todo lo demás, una experiencia única.
Pero esta vez se trata de experimentar la sensación de unidad con lo
más profundo de su ser, con sus preocupaciones más personales, y con sus
principios más profundos.
Haber estado cerca de Eduardo ha sido sin duda una de las grandes
oportunidades que a muchos de nosotros nos ha dado la vida.
Sabemos que muchas de nuestras actividades ya no serán iguales
sin su presencia física, pero también sabemos que haber contado con
Eduardo en nuestras vidas nos ha modificado la manera en que queremos
que sean y el modo en que podemos lograrlo.
Para vos, Eduardo, mi maestro y amigo, un abrazo en el que no se
distinguen ya el agradecimiento y la alegría de haberte conocido.
Hernán Miguel