En memoria de Eduardo A. Rabossi
Por Eugenio Bulygin y Nora Stigol
Eugenio Bulygin
El 10 de noviembre de 2005 falleció el presidente de SADAF, Eduardo A.
Rabossi, cuya trayectoria como profesor universitario, investigador, conferencista
y hombre público tuvo amplia repercusión dentro y fuera del país. Nacido en Buenos Aires en 1930, se graduó de abogado en la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1955; luego estudió en la Facultad de Filosofía y Letras en 1956-58 y obtuvo el título de
doctor en filosofía en la Duke University en Estados Unidos en 1961.
Al producirse la intervención de la Universidad en 1966, con la tristemente
célebre "Noche de los Bastones Largos", Rabossi renunció a sus
cargos docentes en la Universidad de Buenos Aires y se dedicó a la investigación.
Ya con anterioridad obtuvo una beca del British Council y trabajó en la Universidad de Oxford (1965-66), a la que volvió de nuevo en
1968 como fellow de la John Simon Guggenheim Foundation. Asu regreso
en 1970, Rabossi fundó junto con un grupo de amigos, entre los que
estaban Genaro Carrió, Gregorio Klimovsky, Carlos Alchourrón, Eugenio
Bulygin, Raúl Orayen, Rolando García y Tomás Moro Simpson, la Sociedad
Argentina de Análisis Filosófico (SADAF), que durante los oscuros
años de la dictadura se convirtió en un centro de investigación, de cursos,
seminarios y sobre todo de discusión filosófica, al que concurrían investigadores
provenientes no sólo de las Facultades de Ciencias Exactas,
Derecho y Filosofía, sino también de numerosos centros del interior y de
otros países. En los últimos treinta años, pasaron por sus aulas los filósofos
más destacados de casi todos los países del mundo, para no mencionar
sino algunos ejemplos: Donald Davidson, Georg Henrik von Wright,
Ronald Dworkin, Norberto Bobbio, Bernard Williams, Peter Gärdenfors,
Joseph Raz, Ota Weinberger, Aulis Aarnio y muchos otros. Eduardo Rabossi
fue su principal animador y presidente prácticamente vitalicio.
Durante su larga vida académica, Rabossi obtuvo numerosas becas
y distinciones, del British Council, de la OEA y de las fundaciones Fullbright,
Rockefeller y Guggenheim. Con el restablecimiento de la democracia
en 1983, Rabossi volvió a la Universidad, obtuvo por concurso
cátedras de Filosofía del Lenguaje y Metafísica y fue investigador principal
del CONICET. Desarrolló una intensa actividad docente, llevando
la filosofía analítica a casi todas las universidades del país; sobre todo a
Salta, Córdoba, Rosario, Santa Fe, Comahue, Mendoza. Fue profesor visitante
en México, en Estados Unidos, en España, en Alemania y en Italia. En 1995, recibió el premio Konex y en 1998, fue designado profesor consulto de la UBA. Su obra escrita es muy importante; es autor de 5 libros
y coautor y editor de otros 8 volúmenes, sobre diversos temas filosóficos
(filosofía del lenguaje, filosofía de la mente, metafísica, ética y derecho).
Publicó una gran cantidad de artículos en las revistas más prestigiosas de Europa y América. Pero su obra más importante es, sin duda, la creación
de SADAF, que sigue siendo un centro de investigación, seminarios
y discusiones filosóficas.
En 1983-84, Rabossi integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición
de Personas (Conadep) y participó activamente en la redacción del
famoso informe "Nunca más". Entre 1984 y 1989, se desempeñó como subsecretario
de Derechos Humanos en el gobierno de Alfonsín.
Con su muerte, acaecida durante un congreso de Filosofía en Cuzco,
Perú, desaparece un gran maestro, un agudo y original pensador y un
irreemplazable amigo.
Nora Stigol
Conocí a Eduardo Rabossi a finales de la década del 50, cuando la Facultad
de Filosofía todavía estaba en Viamonte. Él acababa de llegar de Estados
Unidos; era docente no recuerdo en qué Cátedra ni recuerdo bien cuál
era su grado académico, pero sí recuerdo con nitidez la dedicación y entusiasmo con que impartía sus clases. Entusiasmo y dedicación que nunca
abandonó. Terminé mi carrera y dejé de verlo. Pocos años después y
después de que Eduardo renunciara a su cargo en la Universidad, en la
noche trágica de los Bastones Largos, lo reencontré en el Instituto de Psicología
y Epistemología (IPSE), una de las tantas sociedades de la "cultura
de catacumbas" creada y dirigida por Rolando García. Allí, Eduardo
coordinaba un grupo de lectura. La propuesta era leer el Teetetos de Platón. Éramos pocos alumnos y todos muy entusiastas, en particular Eduardo.
Descubrí así una manera nueva de leer y de hacer filosofía, una
manera distinta de ver y encarar los viejos problemas filosóficos. Desde
entonces fue mi maestro y un entrañable amigo.
Siguieron cursos en el Centro de Altos Estudios. Descubrí de la
mano de Eduardo un nuevo ámbito de problemas filosóficos: la reflexión
sobre el lenguaje, y un conjunto de filósofos que yo no conocía: Wittgenstein,
Strawson, Austin, Searle. Y siguió luego la Sociedad Argentina
de Análisis Filosófico en la que Eduardo volcó su mayor esfuerzo y su mayor cariño. Allí, tuve la suerte de cursar la Maestría en Filosofía
(1981-1982). Maestría que Eduardo concibió y promovió junto con otros
destacados filósofos argentinos y en la que también impartió clases.
Eduardo fue, para mí, en todas estas ocasiones y lugares, un estímulo
y un motor indiscutible e incansable de mi actividad intelectual. Y nunca
dejó de serlo. Aún hoy, cuando ya no está físicamamente entre nosotros,
lo sigue siendo.
Cuando me propuse escribir estas líneas en memoria de Eduardo,
muchos recuerdos e ideas me vinieron a la mente: clases, seminarios,
encuentros académicos, conferencias, discusiones filosóficas, reuniones de
amigos, asados en el campo, picnics en la playa. Pero creí que la mejor
manera de recordarlo no era ni destacando su tarea como miembro de la
Conadep, ni como funcionario de la democracia, ni como director del
Departamento y del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA, ni como cofundador de Afra, ni como presidente de
Sadaf -ámbitos todos éstos en los que Eduardo se destacó por su lucidez,
su responsabilidad y su empeño- sino destacando sus cualidades de maestro
y amigo. Como maestro, Eduardo tenía la virtud, no sólo de transmitir
con calidad y solvencia sus conocimientos, sino, y principalmente, de
incitar y de estimular a cada uno para que trabajara con el mismo entusiasmo
y dedicación que él ponía en su tarea. Siempre me llamó la atención
la manera en que estaba atento al trabajo de cada uno de sus muchos
discípulos, y la manera en que encontraba y disponía del tiempo necesario,
sin apuros, para leer y discutir con rigor, con precisión y con detalle
nuestros interminables borradores y versiones definitivas y para sugerirnos
ideas, argumentos, temas, bibliografía. Su letra pequeña y prolija
colmaba los márgenes de nuestras muchas versiones indicando caminos,
errores, sugiriendo y hasta, algunas veces, aprobando nuesto trabajo.
Siempre disponía de aquel artículo, de aquel libro, de aquel material
bibliográfico que de alguna manera u otra nos permitía seguir con nuestra
tarea. Siempre me maravilló esa capacidad inagotable de trabajo y
de pensar y proponer nuevos proyectos que tenía Eduardo y que siempre,
o casi siempre, pudo llevar a buen término. Bastan como ejemplos, en este
contexto, la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, que cumple ahora
35 productivos y exitosos años, y Análisis Filosófico, que ya festejó sus
25 años de vida ininterrumpida.
Eduardo supo unir a su intensa actividad profesional, que se desarrolló en tantos y tan variados aspectos de nuestra vida académica, una
también intensa y armoniosa vida familiar compartida siempre con Elsa.
Sus cinco hijos y sus nietos, a quienes se brindaba con gran dedicación,
son una muestra de ello. También pudo armonizar esa ferviente actividad con otras muchas actividades de las que disfrutaba con igual pasión:
el piano -que tocaba muy bien- el football y la cocina, con la que homenajeaba
a sus amigos.
Los que tuvimos la suerte de ser amigos de Eduardo no podemos
sino destacar su capacidad de entrega, su generosidad y su lealtad y por
qué no su buena disposición para la alegría, la diversión y el buen humor.
Su inesperada muerte nos ha privado de un maestro y de un gran amigo.
Lo cierto es que Eduardo nos falta y se siente.