NOTA CRITICA
Razón y experiencia: El debate McDowell-Dreyfus1
Manuel Heras Escribano
Departamento de Filosofía I
Universidad de Granada
Joseph K. Schear (ed.), Mind, Reason and Being-in-the-world: The McDowell-Dreyfus Debate, Londres, Routledge, 2013, 350 pp.
Resumen
En el siguiente artículo se expone un análisis crítico de la obra Mind, Reason and Beingin-the-world: The McDowell-Dreyfus Debate, editada por Josep K. Schear (2013). Primero se ofrecerá una sucinta introducción a las propuestas filosóficas de ambos autores para dar cuenta de la percepción y su relación con la racionalidad. Tras esto se evaluarán los dos argumentos de Dreyfus (la apelación al experto y el argumento de la unión) contra la tesis principal de McDowell según la cual no hay solución de continuidad entre la experiencia y la razón, con especial atención a las nociones de contenido perceptivo y acceso epistémico de la experiencia que ambos autores manejan.
PALABRAS CLAVE: Racionalidad; Percepción; Contenido; Dreyfus; McDowell.
Abstract
The following paper provides a critical analysis of the volume Mind, Reason and Beingin-the-world: The McDowell-Dreyfus Debate, edited by Josep K. Schear (2013). First I offer a brief introduction to the philosophical proposals of both authors in order to account for perception and its relation to rationality. After that, I will evaluate the two arguments of Dreyfus (expertise and the merging argument) against McDowell's main thesis by which there is no gap between experience and reason. Also, I will pay special attention to the different notions of perceptual content and epistemic access that both authors endorse.
KEY WORDS: Rationality; Perception; Content; Dreyfus; McDowell.
1. Introducción: una batalla de mitos
El debate entre Hubert Dreyfus y John McDowell es un debate
atípico dentro de la literatura filosófica. Pese a que ambos filósofos
comparten muchas ideas que son el punto de partida de sus respectivas
filosofías, finalmente llegan a conclusiones que, aun partiendo de
compromisos similares, no pueden ser más diferentes entre sí. Aunque
ambos están de acuerdo en el rechazo al Mito de lo Dado y apuestan por
defender el papel determinante de la experiencia perceptiva dentro de
nuestras habilidades cognitivas, Dreyfus opta por una fenomenología que
rechaza cualquier carácter racional de la experiencia mientras que
McDowell abraza la idea de que la experiencia es plenamente racional (ya
que el contenido de nuestros estados perceptivos está conceptualmente
articulado).
El debate es actual y perenne. Surge de la publicación de Mente y
mundo (McDowell 1994), una de las obras más influyentes de la filosofía
contemporánea, y se apoya tanto en datos empíricos recientes como en
la influencia de las posiciones filosóficas continentales más en boga. Por
otra parte, tiene como núcleo probablemente la pregunta más repetida
de la historia de la filosofía: si somos animales racionales, en qué sentido
lo somos y cómo afecta esto a nuestro lugar en la naturaleza.
La tesis principal de McDowell (1994) es que la experiencia
perceptiva está permeada de racionalidad, lo cual implica que nuestras
percepciones están repletas de contenido normativo y, además, ese
contenido es plenamente conceptual. Contra esta tesis reaccionará Dreyfus (2005), iniciando el debate que van a mantener ambos sobre el
estatus del ser humano como animal racional. Analicemos en primer lugar
la propuesta mcdowelliana.
Mente y Mundo (1994) aportó, entre otras innovaciones, un nuevo
enfoque a la hora de analizar una noción tan capital en filosofía como la
de "experiencia". Podría decirse que la obra de McDowell revitalizó el
concepto, llevándolo a un nivel distinto frente a como estaba considerado
por la filosofía hasta entonces (principalmente gracias al fundamentismo
epistemológico) y a la vez consiguiendo evitar las críticias del
coherentismo a esa noción. Si el fundamentismo afirmaba que era posible
justificar nuestras creencias simplemente a través de nuestras conexiones
causales con el mundo, no era de extrañar que la experiencia jugase un
papel capital en esta teoría epistémica, cuya influencia alcanza desde el
empirismo clásico hasta el Círculo de Viena. Así, los objetos de la
percepción directa del mundo serían datos de los sentidos o alguna otra
propiedad "dada" a nosotros de manera causal a través de nuestra experiencia. Esta es la idea que Sellars (1956) calificó como el "Mito de
lo Dado" y Davidson (1973) como el tercer dogma del empirismo. El
problema de este mito (que algo no conceptual sirva como justificación de
algo conceptual) es que es imposible derivar inferencialmente
conocimiento de algún contenido empírico dado que las relaciones
inferenciales solo son posibles entre estructuras proposicionales con
contenidos conceptualmente articulados. Al tener nuestras creencias esa
forma proposicional y al estar relacionadas inferencialmente, es extraño
concebir la posibilidad de que algo no proposicional ni conceptual entre
en relación inferencial con nuestras creencias, sirviendo de justificación
para ellas. Por lo tanto, si lo dado no es un contenido conceptualmente
articulado ni posee una estructura proposicional, parece que se produce
una incoherencia explicativa a la hora de afirmar, como hace el
fundamentista, que es posible adquirir conocimiento proposicional y
conceptualmente articulado a través de un medio que no ofrece tales
contenidos (McDowell 2009, p. 256). Por ello, la solución que propone el
coherentismo al mito de lo Dado consiste en rechazar la experiencia como
fuente del conocimiento (ya que hay una barrera clara entre lo causal y
lo conceptual) y afirmar que, debido a los requerimientos señalados
anteriormente, solo una creencia puede justificar otra creencia (Davidson
1982). Así, la justificación de nuestras creencias no residiría en un nexo
causal con el mundo sino en las relaciones inferenciales que la creencia
en cuestión posee con el resto de nuestra red de creencias.
McDowell (1994) entiende que, si bien hay motivos suficientes para
abandonar el Mito de lo Dado, sería un paso innecesario eliminar el papel
de la experiencia junto con él. Así, el coherentismo habría supuesto una
solución demasiado exagerada y nos habría dejado sin una justa fricción
con el mundo, privándonos de la experiencia como el medio más primitivo
para adquirir conocimiento. ¿Cómo sería posible entonces reivindicar el
papel de la experiencia como fuente de conocimiento sin caer en el Mito
de lo Dado? McDowell articula para ello una propuesta conceptualista:
todo objeto que podemos percibir está articulado conceptualmente; o, si
se quiere, todos nuestros contenidos perceptivos tienen naturaleza
conceptual. Así, percibir cierta tonalidad de rojo no consistiría en que el
mundo presenta al sujeto como dado algún dato de los sentidos de carácter
bruto y no conceptual; más bien, percibir cierta tonalidad de rojo y no otra
es posible gracias a que el sujeto es capaz de discriminar ese rojo de otros
tonos, con lo cual es capaz de individuar esa tonalidad y diferenciarla de
otras cuando se le presenta en el mundo. Ya no hay datos de los sentidos
puros, sino discriminación de objetos perceptivos con contenido
conceptual. Además, su naturaleza conceptual permite que pueda ser discriminado en otros escenarios y ser, a su vez, el contenido de otras
proposiciones.
Esto está a la base de la propuesta mcdowelliana de los sentidos
demostrativos o sentidos de re. McDowell se opone a la idea de que la única
forma de pensar sobre objetos y propiedades sea de dicto, es decir, que
consista en caracterizarlos en términos generales. Los sentidos de re o
dependientes del objeto, en contraste, dependen para su existencia e
individuación de la existencia del objeto: ningún conjunto de predicados
generales es suficiente para individuarlos. Cuando se atribuye una
creencia de re o demostrativa se pone al sujeto en relación conceptual con
aspectos concretos y singulares del mundo de los que trata la creencia
(McDowell 1984). Aunque no están introducidos detalladamente en Mente
y Mundo, es a través de los sentidos demostrativos como McDowell es
capaz de devolver a la escena epistémica el papel de la experiencia sin
caer en la incoherencia del Mito de lo Dado, ya que la relación con el
mundo no es meramente causal sino conceptual, y así es posible que esos
pensamientos sobre aspectos concretos del mundo puedan usarse como
contenido en otras creencias.
El rechazo del Mito de lo Dado y la reivindicación de la experiencia
a través de los sentidos demostrativos conlleva que nuestra experiencia,
al contrario de lo que ha señalado el empirismo, es también conceptual.
Pero esta nueva manera de reintroducir la experiencia tiene consecuencias
que afectan a algo mayor que nuestras habilidades epistémicas: este giro
mcdowelliano nos permite vernos a nosotros mismos no a través de
nuestra primera naturaleza biológica (guiada por respuestas mecánicas
a estímulos causales), sino a través de esta segunda naturaleza conceptual
y normativa que sirve de escenario para comprender cómo justificamos
nuestras acciones. De ahí se sigue que somos animales racionales
precisamente porque nuestra experiencia, al ser conceptual, está permeada de racionalidad (McDowell 1994, p. 85).
Dreyfus también parte de la crítica al Mito de lo Dado para,
paradójicamente, defender una postura contraria al conceptualismo de
mcDowell. Su estrategia consiste en acusar a McDowell de que para
rechazar el Mito de lo Dado se ha comprometido innecesariamente con
otro mito: el Mito de la Omnipresencia de lo Mental. Este mito es idéntico
a la idea de equiparar todo proceso perceptivo con un proceso racional.
También acciones irreflexivas de nuestro día a día como abrir una puerta
o guardar el espacio adecuado entre personas en un ascensor (lo que
Dreyfus deja caer bajo la etiqueta de skilfull coping) serían ejemplos
prototípicos de habilidades que no necesitan ser entendidas como
conteniendo un componente racional. Dreyfus señala que esto es un mito porque, para su postura, que entronca con la tradición fenomenológica,
existen aspectos cognitivos que no son racionales. A diferencia de los
defensores del contenido no conceptual, Dreyfus no cree que en los estados
perceptivos se adquiera un contenido no conceptual a través de procesos
meramente causales. En cambio, la relación perceptiva no es causal
aunque sí normativa, y su contenido no es conceptual, sino más bien
fenoménico. Con ello, se distancia a la vez del fundamentismo, del
causalismo del contenido no conceptual y del conceptualismo de
McDowell. opta por separarse de McDowell ya que afirmar que nuestros
contenidos perceptivos son conceptuales es, para Dreyfus, caer del lado
del intelectualismo, que es una posición tan errónea para él como lo es
el empirismo de los datos de los sentidos. Sobre esta idea reconstruirá
Dreyfus su doble crítica a McDowell: primero, señalando que la percepción
y la acción no son procesos racionales porque no son intelectuales,
valiéndose para ello de la figura del experto; segundo, atacando la idea
de que cierto contenido de la experiencia no puede ser, por su
naturaleza, un contenido susceptible de formar parte del contenido de una
proposición (el llamado "argumento de la unión" o merging argument).
Veremos cómo se desarrolla este doble ataque más en detalle en las
secciones posteriores.
Frente a las dos posturas previamente mencionadas (empirismo
y conceptualismo), Dreyfus desarrolla una tercera vía basada en la
fenomenología de Heidegger, Sartre y Merleau-Ponty, donde se postula
un acceso por parte de los agentes a "un mundo organizado en términos
de sus necesidades, intereses y capacidades corporales sin que sus mentes
necesiten imponer significado sobre algo asignificativo dado" (Dreyfus
2007, p. 9). Así, rechaza que la respuesta que damos a ese algo dado sea
causal, pero no por ello habría de ser conceptual (ya que precisamente
para Dreyfus "conceptual" y "racional" implica que es un proceso"descontextualizado"). Por lo tanto, Dreyfus mantiene que nuestras
capacidades corporales son normativas sin ser conceptuales, y ello implica
que no todos los procesos son racionales. Así pues, la tesis central de Mente
y Mundo se encuentra en entredicho por la crítica de Dreyfus.
es de justicia iluminar el lado constructivo de la propuesta
dreyfusiana a la sombra de las críticas que inician el debate. Dreyfus no
solo ofrece críticas puntuales a la teoría de McDowell, sino que ofrece en
el fondo todo un nuevo proyecto que sirva para entender la experiencia
y nuestra naturaleza como seres cognitivos. La tesis que pasa a defender
Dreyfus es a estas alturas de sobra conocida y, además, bastante intuitiva:
Dreyfus se ve obligado a defender una aproximación fenomenológica
porque si la experiencia es racional tal y como McDowell defiende, ello implicaría, según Dreyfus, que se perdería el carácter situado y corpóreo
de la percepción y la acción, idea que parece a todas luces irrenunciable
para cualquiera que se comprometa con el papel de la experiencia como
medio para obtener conocimiento. Para ello, Dreyfus reivindica el papel
de la experiencia como una relación de carácter normativo aunque no
conceptual con el entorno. Esta normatividad sin racionalidad se
ejemplifica, como se ha mencionado, a través de dos ideas principales.
Primero, rescata el papel del experto como alguien que no necesita ningún
tipo de mediación conceptual para realizar una práctica con maestría, ya
que "para volvernos expertos debemos pasar de un seguimiento de reglas
descontextualizado a un modo de hacer frente [al entorno] más
involucrado y específico para cada situación" (Dreyfus 2005, p. 7).
Segundo, promueve una nueva ontología de la percepción, destacando las
contribuciones de algunos fenomenólogos, especialmente de Heidegger y
Merleau-Ponty, cuyas nociones de "ser-para-la-mano" y "líneas de fuerza"
se unen con otras más alejadas del mainstream fenomenológico como la
noción de "affordance", ubicada dentro de la psicología ecológica (Gibson
1979). Todas estas ideas, para Dreyfus, tienen en común que la percepción
y la acción están basadas en relaciones normativas con el entorno y que
por tanto son dependientes del contexto, evitando así cualquier relación
con propiedades causalmente "dadas". Para Dreyfus, McDowell cae en el
intelectualismo aunque niegue el Mito de lo Dado precisamente por
extender lo racional a lo perceptivo. Dreyfus entiende que McDowell
abraza un intelectualismo ya que si para McDowell lo perceptivo es
racional en tanto que ambos comparten un carácter conceptual, ello
implicaría que los estados perceptivos serían independientes del
contexto. De ahí la supuesta onmipresencia de lo mental (equiparado a
"racional") en McDowell, que desde una perspectiva fenomenológica
dreyfusiana se entiende como un mito a la altura del denunciado por
Sellars.
Pese a ello, es necesario detenerse a analizar la acusación de
intelectualismo implícita en el ataque a McDowell. Para Dreyfus, el
conceptualismo y el normativismo de McDowell le llevarían a defender
un tipo de intelectualismo por los siguientes motivos: si Dreyfus entiende
que McDowell defiende el carácter normativo de nuestros estados
perceptivos debido a su articulación y contenido conceptual, ello
conllevaría que McDowell defiende que toda acción o percepción con
contenido es racional. Y eso a su vez implicaría que si es racional, es un
producto de un proceso intelectual: percibir o actuar consistiría en la
emisión comportamental de un output producto de una orden explícita computada dentro de la mente. Contra esta idea, Dreyfus acude al comportamiento no inferencial ni intelectual que le proporciona la figura
del experto: el experto no sigue normas en este sentido (computando órdenes explícitas en forma de proposiciones generales), sino que está acoplado con el entorno y reacciona a elementos salientes o significativos
particulares de manera eficiente. Pese a ello, existe un problema con la
acusación de Dreyfus: como se irá viendo a lo largo del debate, no existe
en el planteamiento de McDowell un solo atisbo de intelectualismo a la
hora de comprender el seguimiento de reglas o cualquier tipo de
comportamiento de carácter normativo.
Pese a la acusación de intelectualismo, en el trancurso del debate
McDowell aclara que, desde el principio, toda la discusión ha surgido por
un malentendido de Dreyfus a la hora de entender cómo se articulan desde
su enfoque la experiencia y la racionalidad. la racionalidad en McDowell
nunca ha de entenderse, tal y como cree Dreyfus en el debate, como la
habilidad de un "yo" que es capaz de distanciarse del entorno para realizar
inferencias partiendo de proposiciones generales que no atiendan a los
detalles relevantes del espacio perceptivo. Por el contrario, para
McDowell el espacio perceptivo es una parte del espacio de las razones.
Esta afirmación incluye dos ideas: primero, que la racionalidad funciona
también atendiendo a los elementos particulares relevantes del entorno,
no solo de manera abstracta; segundo, que podemos reivindicar un carácter
normativo para la percepción y para la acción precisamente porque la
percepción y la acción son conceptuales. Así, al decir que la experiencia
está permeada de racionalidad, McDowell no entiende que la normatividad
de la percepción y de la acción consista en seguir reglas generales
explícitas, sino precisamente lo contrario: reivindica el papel dependiente
del contexto de la experiencia y su contenido que, al ser conceptual,
actualiza nuestras capacidades racionales. Los sentidos demostrativos o
de re son relaciones que el sujeto mantiene, en su percepción, con aspectos
concretos y particulares del mundo. En ese sentido, la postura de McDowell
es claramente wittgensteiniana y ryleana, ya que para estos autores
conocer un concepto se asemeja a dominar una técnica o poseer una
habilidad (y toda técnica o habilidad se pone en juego siempre en un
contexto concreto). Por ello, el enfoque conceptualista de McDowell, más
que un estricto intelectualismo, es un seguimiento ciego o no explícito de
reglas donde podemos responder a elementos particulares del entorno
precisamente porque nuestra percepción no tiene solución de continuidad
con el resto de nuestras habilidades conceptuales. McDowell extiende el
reino de lo conceptual a la experiencia, y precisamente gracias a esto la
experiencia queda reivindicada como un puente entre nuestra mente y el
mundo. En la racionalidad descrita por McDowell no hay un "yo" separado de su entorno que monitorice lo que está ocurriendo y que ponga en marcha
procesos inferenciales que trabajen con los datos que llegan a través de
la percepción. Por el contrario, nuestro modo de percibir es una parte de
nuestras capacidades racionales y no es distinta en su naturaleza al resto
de habilidades mentales que poseemos. Lo judicativo no viene siempre de
la mano de lo inferencial. McDowell, a la hora de argumentar por qué la
percepción o la experiencia está permeada de racionalidad, proporciona
el argumento definitivo en este ejemplo:
Considera el atrapar un objeto volador. Cuando un agente racional atrapa un frisbee está poniendo en práctica [realizing] un concepto de una cosa que hacer. En el caso del agente habilidoso, no lo hace poniendo en práctica otros conceptos de cosas que hacer [...] Sino que está poniendo en práctica un concepto; digamos, atrapar esto [...] Cuando un perro atrapa un frisbee no está poniendo en práctica ningún concepto práctico; en sentido relevante no tiene ninguno. Afirmar que la agente racional, a diferencia del perro, pone en práctica un concepto a través de una acción es afirmar que su acción, bajo una especificación que captura el contenido del concepto práctico que está llevando a cabo, está dentro del alcance de su racionalidad práctica –incluso si solo le preguntasen por que cogió el frisbee, ella respondería "por nada en concreto, solo lo sentí así"– (2007, pp. 368-369).
La idea que defiende aquí McDowell es que los contenidos de
nuestras percepciones y acciones son racionales porque son susceptibles
(tienen la potencialidad) de formar parte de una justificación de una acción
incluso si la repuesta es indeterminada o no concluyente. Así, se pasa de
una explicación en términos de contenidos conceptuales a una explicación
en términos de habilidades conceptuales: es el salto que se da de un enfoque
descriptivista (donde se analizan estados perceptivos o mentales concretos)
a un enfoque normativista (donde se tiene en cuenta no el estado concreto,
sino las habilidades del agente a la hora de tratar con el entorno). Un
demostrativo ("esto", "este rojo") es un concepto ya que puede ser reconocido
y discriminado por el agente cuando vuelve a percibirlo en otros contextos.
Esta habilidad implica que las acciones que permiten identificar cierto objeto
tienen condiciones de corrección. Identificar un mismo objeto en otro
contexto conlleva poner en marcha muchas capacidades y aspectos
racionales (identificación, discriminación, fenómenos como la posibilidad
de error, etc.) que entran dentro del ámbito de lo normativo. La clave para
entender esto está en considerar que estas respuestas son normativas porque precisamente son conceptuales; así, el percibir y el actuar están
imbuidos de normatividad debido a que el contenido demostrativo de esa
acción o esa percepción tienen la potencialidad de formar parte de una
justificación debido a su naturaleza conceptual.
De este modo, no hay un salto entre nuestra experiencia y nuestra
racionalidad: tanto nuestra experiencia como nuestras creencias,
perceptivas o no, poseen la misma forma proposicional compuesta por
conceptos, ya sean demostrativos o no. Si partimos entonces de que
nuestras habilidades racionales llegan allá donde se encuentren nuestras
capacidades justificatorias, podemos afirmar que si en nuestra experiencia
no existe un episodio que sea incapaz de formar parte como contenido de
una posible justificación, con justicia debemos concluir que la experiencia
está, con toda razón, permeada de racionalidad. A esto se refiere McDowell
con que Dreyfus le ha malentendido, ya que claramente dentro de esta
perspectiva normativista de corte ryleano-wittgensteiniano la racionalidad
es algo que se actualiza en cada contexto por los contenidos conceptuales
demostrativos y es, por tanto, no intelectualista. Por ello, McDowell acusa
a Dreyfus de que su afán por criticar su postura acusándola de
intelectualista le ha llevado a defender otro mito: el Mito de la Mente como
Separada, en la que encontraríamos una mente dividida en dos tipos de
procesos: los de percepción-acción, por un lado, en los que no habría
ninguna capacidad racional presente, y los procesos cognitivos racionales,
por otro lado, en los que sí habría un "yo" controlando sus acciones. Este
mito dreyfusiano queda invalidado, desde una perspectiva mcdowelliana,
cuando Dreyfus es incapaz de negar la posibilidad de que, aunque el objeto
de una experiencia puede no ser conceptual en el momento en que se
percibe (como el acto de atrapar el frisbee), sí lo es potencialmente cuando
se puede justificar esa acción (o al menos se acepta la pertinencia de la
pregunta "¿por qué lo has hecho?"). Ahí nos damos cuenta de que esa
habilidad no se puede separar de cualquier otra, principalmente de la
lingüística, que es la que permite la justificación. Así se entiende que la
racionalidad no sea otra cosa que reconocer que tenemos la habilidad de
justificar potencialmente cualquier acción que realicemos o al menos
entender la demanda de razones por parte de otros agentes.
Esta perspectiva normativista de McDowell (que se centra en cuál
es la naturaleza de las habilidades) supone una clara ventaja frente a la
postura descriptivista de Dreyfus (centrada en explicar los contenidos
concretos de procesos puntuales). Y es una ventaja porque, al fin y al cabo,
para explicar en qué consiste ser un agente racional, parece que no basta
con señalar en qué momento del tiempo comenzamos a serlo (tal cosa sería
objeto de alguna investigación de tipo empírico, no conceptual). Al contrario, cuando se analiza filosóficamente qué significa que el ser
humano es un "animal racional" es necesario explicar qué significa poseer
ciertas habilidades caracterizadas como racionales. Para ello, la mejor
manera de explicar nuestras habilidades pasa por adoptar una
perspectiva normativista frente a una postura descriptivista o factualista
(en la que ciertos estados concretos, tomadas como hechos, agotarían el
carácter o aspecto racional que se está buscando). El normativismo cree
que el aspecto normativo y racional de nuestras habilidades no puede
reducirse a los hechos que meramente lo ejemplifican. En cambio, analizar
el carácter normativo de una habilidad supone explicitar los compromisos
que los agentes adquieren cuando se ha de llevar a cabo (por ello, aunque
el contenido de la respuesta no sea satisfactorio o determinado, el mero
hecho de que un agente comprenda o acepte la pertinencia de una
pregunta es motivo suficiente para dar por hecho que ese ser con el que
se dialoga es un ser racional). Lo relevante para el normativismo no son
los contenidos, sino las habilidades que los agentes poseen y los
compromisos que estos adquieren. Este movimiento final nos permite
comprender cómo la postura de McDowell toma ventaja sobre la de
Dreyfus, ya que es posible desde una perspectiva normativista
comprender mejor cómo la experiencia adquiere ese carácter unitario que
posibilita el conocimiento a través de ella. Ese carácter unitario, lejos de
ser un hecho empírico concreto al que señalar, es una condición previa
que posibilita el conocimiento y que queda ejemplificada cada vez que el
sujeto desencadena un movimiento en el espacio de las razones.
En los siguientes apartados se profundizará en los aspectos más
relevantes sobre los que los autores inciden a lo largo del debate. En
concreto, se tendrán en cuenta las tesis principales sobre el papel del
experto, la posibilidad del contenido no conceptual, el merging argument de Dreyfus y las diferentes maneras de entender la naturaleza de la
experiencia, tanto de manera conceptual como fenomenológica.
2. Fenomenología y kantismo: ¿qué es entonces la actividad conceptual?
Como hemos visto, la concepción mcdowelliana de la experiencia
implica, aunque no se haya explicado profusamente hasta ahora, que esta
se nos presenta de manera unitaria. Ese rasgo unitario está a la base de
la naturaleza conceptual de la experiencia en la teoría de McDowell. Una
pregunta pertinente pasa por tratar de entender qué significa que la
experiencia tenga un carácter unitario y qué se gana enfatizando esto
frente a la fenomenología dreyfusiana. Con ello se comenzará esta sección.
Es difícil comprender las motivaciones del conceptualismo
mcdowelliano sin acudir al kantismo. El texto de Pippin (2013, pp. 91-109)
dentro del volumen analiza las fuentes de las que se nutre McDowell para
afirmar que la experiencia es conceptual y con ello rechazar la idea del
contenido no conceptual de la experiencia. Los no conceptualistas
defienden que ciertos aspectos de la cognición poseen contenido no
articulado conceptualmente y, por lo tanto, el modo en que se adquiere esa
información responde a meros "desencadenamientos causales" (causal
triggerings). Pippin señala acertadamente que la fenomenología de Dreyfusno se sitúa en el lado de los no conceptualistas. En cambio, Dreyfus se basa
en la noción de "experto" y en cómo estos no necesitan descansar sus
acciones en normas explícitas para relacionarse con el entorno. Y a su vez
esto conlleva la necesidad de explicar cómo el trato del experto con el
entorno puede ser una actividad con contenido (2013, p. 92). Puede que
para Dreyfus el contenido no sea conceptual, pero sí es un contenido
fenoménico (merleaupontyano si se quiere) al definirlo como "contenido
motivador" (lo cual sería una respuesta disposicionalmente diferenciada
a ciertas situaciones, pero nunca guiada por normas generales), o incluso
sería susceptible de ser tipificado desde un enfoque neogibsoniano al
introducir Dreyfus la noción de affordance (las distintas oportunidades
para la acción que tienen los sujetos en sus entornos, por ejemplo, la
posibilidad de agarrar o esquivar objetos). Por ello, Dreyfus puede decir
que estas acciones no poseen contenido conceptual en absoluto, pero
continúa enfatizando que no serían relaciones causales, sino normativas.
Lo que busca explicar Pippin es que para defender las diferencias entre
estos contenidos hay que apelar a diferentes modalidades de lo mental y
su capacidad para explicar la pluralidad de estos contenidos. La clave, claro
está, consiste en qué descripción se ofrece de las diferentes modalidades.
En ese sentido, la clave mcdowelliana consiste en enfatizar el carácter
unitario de la experiencia como rasgo esencial de esa modalidad, lo cual
conecta en su enfoque con su naturaleza conceptual.
McDowell, a diferencia de Dreyfus, parte de la apercepión kantiana
(Pippin 2013, pp. 93-94). La apertura al mundo a la que se refiere
McDowell tiene que ver con la apercepción kantiana en tanto que no puede
haber un "yo" separado de la experiencia porque precisamente ese "yo" es el que permite que exista una unidad de lo que se percibe, que es la
condición mínima de la experiencia (esa experiencia es mi experiencia,
y lo es en tanto que se me presenta como un escenario ordenado de
eventos). Aunque a través de algunas acciones podamos enfrentarnos al
mundo igual que los animales (las affordances serían un ejemplo) y ello
suponga una manera de conectar las distintas capacidades perceptivas entre seres tradicionalmente considerados no racionales con los seres
racionales, eso no significa que esa explicación causal o fenomenológica
pueda dar cuenta de los rasgos distintivos que constituyen la experiencia
humana (en concreto, el rasgo específico que enfatiza McDowell es la
unidad de la experiencia). McDowell considera que lo que está en la base
de la apercepción kantiana y su carácter unitario son nuestras
capacidades conceptuales, el hecho de que los objetos de nuestra
experiencia estén conceptualmente articulados. La conexión que se da
entre nuestras habilidades racionales y nuestras habilidades perceptivas
es de origen kantiano porque McDowell recoge la idea de Kant por la cual
en el entendimiento (que es el reino de los conceptos) "la misma función
que da unidad a las distintas representaciones en un juicio también da
unidad a la mera síntesis de varias representaciones en una intuición"2 (A79/b104-5). Así, existe una función de naturaleza conceptual que da
unidad a nuestros pensamientos, ya sean de tipo perceptivo o de un tipo
más abstracto (recordemos que el contenido de un estado perceptivo en
McDowell (1994) es una proposición que podría ser el contenido de un
juicio sobre aspectos concretos del mundo). El "yo" que es consciente de
que se sintetizan normativamente mediante la apercepción las diferentes
representaciones subjetivas en Kant es el mismo del que McDowell afirma
que es capaz de usar su experiencia como justificación de su acción en el
juego de dar y pedir razones. Es ese carácter normativo o conceptual del
entendimiento el que proporciona, desde Kant, un criterio de demarcación
que divide a los seres mentales de los seres no mentales en función de sus
capacidades normativas o conceptuales (Brandom 2009).
Esa capacidad de tener una experiencia unitaria es lo que
proporciona que nuestra experiencia tenga contenido gracias a que los
objetos de la experiencia no son las distintas representaciones particulares
subjetivas, sino todas las posibles unificadas, normativamente, bajo un único concepto. Por ello, el viejo eslogan kantiano según el cual las
intuiciones sin conceptos están ciegas no implica que primero se produzca
un proceso perceptivo y tras este proceso los conceptos se apliquen sobre él. No hay doble proceso: más bien existen percepciones porque existe unúnico proceso que da unidad a todo el contenido de la experiencia. De ahí que en sentido mcdowelliano la experiencia esté permeada de racionalidad
y precisamente por eso sea incorrecta la idea del contenido no
conceptual de la experiencia, porque implicaría un doble proceso y un
riesgo de caer en el Mito de lo Dado: si la experiencia no estuviese
gobernada por la misma función que da unidad al resto del pensamiento, los objetos de la percepción serían de un tipo distinto al de los que tiene
acceso la racionalidad y habría un abismo insondable donde se daría esa
incoherencia mítica por la cual algo sin forma conceptual pasaría a ser
contenido de una proposición. En cambio, precisamente por esta función
unitaria común podemos acceder al mundo: nuestras habilidades
conceptuales no son un velo o una frontera que nos separe del mundo, sino
una condición, un puente que posibilita el conocimiento.
Esa apelación a la unidad de la experiencia y su conexión con el
resto de nuestras habilidades de manera uniforme frente a la propuesta
fenomenológica y dividida en dos tipos de procesos de Dreyfus es la gran
ventaja de McDowell, que propone una teoría del acceso epistémico más
sólida que la de Dreyfus (Noë 2013, p. 186) al no explicar este último autor
cómo algunos objetos de la percepción pasan a ser analizados de manera
racional.
3. El argumento del experto
Pese a que Dreyfus no desarrolle una teoría tan sólida del acceso
epistémico, sí desarrolla dos argumentos claros a la hora de atacar la
propuesta mcdowelliana. Analicemos el primero. Dreyfus se escuda en que
la naturaleza de las acciones que regulan al agente con su entorno son
normativas pero no conceptuales en el sentido de que no están guiadas
por normas o reglas explícitas, sino que se produce un acople entre entorno
y agente no mediado por un "yo". Para ello, como hemos visto, se apoya
en la figura del experto como alguien que para optimizar su respuesta al
entorno precisamente no computa información antes de realizar su acción,
sino que logra acoplarse con los elementos que le rodean sin ningún tipo
de mediación mental (Dreyfus menciona como ejemplos prototípicos a un
jugador de ajedrez relámpago o un jugador de béisbol). Pippin niega esta
visión del experto como alguien que no es un seguidor de normas. De
hecho, para Pippin el experto ha de necesariamente seguir normas, porque
seguir una norma no es computar proposiciones o algoritmos en la cabeza
para transmitirlos en forma de acción. Ser un experto es ser capaz de dar
la respuesta adecuada ante ciertos elementos del entorno de una manera
eficiente, pero ello no implica necesariamente que la eficiencia no esté guiada por normas o reglas. El experto no juega rápido y eficientemente
porque juegue sin seguir una regla, sino que lo hace así porque está tan
imbuido de la norma que su seguimiento le permite realizar esa acción
a niveles de exigencia fuera de lo habitual. Esta manera de sentirse
imbuido por la norma es la misma que caracteriza al seguimiento ciego
o no explícito de reglas que hemos visto anteriormente: no hay un ralentizamiento o un doble proceso (abstracto y después comportamental)
de las respuestas que hay que dar al percibir tal o cual cosa porque el
seguimiento de reglas de tipo mcdowelliano no implica la realización de
operaciones mentales abstractas previas a las respuestas que demanda
el entorno. Por el contrario, un ser normativo que sigue una regla no tiene
por qué seguir una regla entendiendo por regla una proposición discursiva,
explícita y general. Uno sabe qué hacer no por seguir una máxima sino porque entiende cómo responder al ver las situaciones concretas de cierta
manera distintiva. Esto se ve más claramente en el particularismo moral
de McDowell (1979, p. 374), pero también lo extiende el autor al plano
perceptivo no moral.
Al darnos cuenta de que McDowell no defiende el intelectualismo
del que es acusado por Dreyfus, el ejemplo del experto como argumento
contra la imagen mcdowelliana de la percepción y de la acción es ya algo
inútil. A Dreyfus solo le queda, por lo tanto, apelar a que hay contenidos
perceptivos no accesibles a nuestra racionalidad por medio del merging
argument para intentar negar la idea mcdowelliana de que somos seres
racionales.
Por otros motivos, montero, que ha sido bailarina profesional,
rechaza en su texto (2013, pp. 303-319) la idea del experto que ofrece
Dreyfus. Primero analiza el principio de automaticidad (Montero 2013,
p. 304) que está a la base de la imagen dreyfusiana como la idea de que
la realización de una acción por parte de un experto no requiere ningún
proceso de monitorización. Montero señala que este principio solo tiene
en cuenta acciones que son, por así decirlo, perfectas, ya que este principio
que defiende Dreyfus no permite el error. Y esto es de una importancia
capital ya que, como ha sido expuesto previamente, el enfoque de Dreyfus
es normativo y no causal, y ello implicaría que si es normativo ha de
permitir, por necesidad, la posibilidad de error. Además, siempre que hay
un error parece que son nuestras capacidades racionales las que nos hacen
volver a encauzar nuestra acción, lo cual subrayaría el peso de lo
normativo como rasgo de lo racional. El principio de automaticidad, por
el contrario, parece no tener en cuenta estos casos en los que
recuperamos nuestro acople con el mundo gracias a un feedback racional
o discursivo. Por ello, hay que tener en cuenta además que un experto es,
entre otras cosas, alguien con la capacidad de distanciarse de su acción
con el propósito de mejorarla o de modificarla en función de contextos
novedosos. Y parece que la imagen del experto que ofrece Dreyfus está
muy lejos de esos aspectos capitales que señalan McDowell y Montero y
que difícilmente pueda dar cuenta, por ejemplo, del hecho que alguien
como Roger Federer necesite un entrenador como cualquier otro mortal.
4. La experiencia y sus contenidos
Como se ha visto, el recurso al experto solo funcionaría como
argumento contra la postura mcdowelliana si realmente con ella se
abrazase el intelectualismo. Pero nada más lejos de la realidad. Pese a
ello, a Dreyfus le queda un último argumento, quizás el más potente: si
realmente existieran ciertos objetos de la percepción no conceptualmente
articulados y, por tanto, que no tienen esa potencialidad de ser contenidos
de futuras inferencias, la experiencia no estaría permeada de racionalidad
y no seríamos seres plenamente racionales. Sin duda, un argumento
satisfactorio a favor de la necesidad de un tipo de contenido no conceptual
de la experiencia podría desmontar el edificio de la filosofía mcdowelliana.
En la siguiente sección analizaremos la estrategia de Dreyfus, mientras
que en esta sección prestaremos más atención a la manera en que Crane
(2013, pp. 229-249) responde a las exigencias de McDowell.
Las aportaciones principales de Crane a la noción de contenido de
la experiencia comienzan señalando la pluralidad de esta noción (2013,
pp. 232-233). Crane no parte del debate con Dreyfus, sino del debate que
McDowell mantiene con Travis (Crane 2013, pp. 230-232) para debilitar
la postura del primero. En este debate, Travis (2013, pp. 118-144) señala
que la postura original de McDowell en Mente y Mundo (1994), al
mantener un conceptualismo proposicionalista, no puede dar cuenta de
los casos en los que se produce lo que él denomina "sensibilidad a la
ocasión" (ocassion-sensitivity)3. Pese a los sentidos de re (los cuales,
recordemos, relacionan aspectos particulares del mundo con los sujetos),
McDowell (1994) mantiene que el contenido de la experiencia perceptiva
es proposicional y potencialmente judicativa; y esto, para Travis, supone
que es imposible dar cuenta de los casos particulares en los que distintos
objetos concretos se presentan de modos distintos. Esto es así porque, si
el contenido de la experiencia es proposicional, una experiencia de un
objeto concreto tendría un contenido del tipo "tal cosa es tal y tal", lo que
se correspondería con un único estado de cosas en el mundo, forzosamente
de carácter general. Por ello, si el contenido de la experiencia es
proposicional, ello implicaría que sería representacional. Así, el
contenido de la experiencia sería una proposición en la que, de manera
general, se representaría un único estado de cosas en el mundo. No cabría
la posibilidad de tener distintas experiencias particulares del mismo objeto, distintos juicios del mismo objeto dependiendo de las circunstancias
o de los distintos modos de presentación bajo los que se nos presente ese
mismo objeto si mantenemos un proposicionalismo como hacía McDowell
en Mente y Mundo, ya que el proposicionalismo conlleva la defensa de un
carácter judicativo, representacional y general del objeto de la experiencia
al ser el contenido de esta una proposición completa. Pero Travis nos
advierte de que el mismo objeto se nos puede presentar de modos distintos
y que, en ocasiones distintas, lo que sea pertinente decir sobre este será distinto. De ahí la sensibilidad a la ocasión: recurriendo a la distinción
entre sentido y referencia (o también el lado derecho –racional– y el lado
izquierdo –no conceptual– de lo que Travis llama "la línea de Frege") el
mismo objeto o referencia puede caer bajo ciertos rangos distintos de
modos de presentación (sentidos). Ya no se da el caso de que percibimos
un objeto "que es tal", sino "como siendo tal". Esto implica una radical
separación entre nuestras habilidades perceptivas y racionales. Para
empezar, lo perceptivo es el campo de lo no conceptual. Nosotros
percibiríamos el objeto como siendo objeto (la referencia, el contenido no
conceptual); pero el objeto, para ser reconocido, ha de ser alcanzado por
nuestras habilidades racionales (que están del lado derecho de la línea,
el racional). Con lo cual, es necesario que, dependiendo del contexto, ese
mismo objeto instanciase algún estado posible dentro de rangos
distintos de modos de presentación (y esa instanciación no sería una
actividad perceptiva, sino una actividad racional) si quisiéramos ser
conscientes de que estamos percibiendo algo como algo.
En conclusión, nuestras habilidades racionales son capaces de salirse
de lo conceptual y atrapar lo no conceptual. Así, recuperando a Frege, Travis
es capaz de dar cuenta de los casos particulares postulando que
percibimos siempre un contenido no conceptual (el objeto), que sería la
referencia, el cual para ser reconocido de manera distintiva caería bajo un
modo de presentación concreto, lo cual consistiría en un juicio. Así, percibir
sería un proceso con contenido no conceptual, mientras que emitir un juicio
sería algo puramente racional (la razón alcanzaría lo no conceptual, no solo
se limitaría al espacio de las razones, como diría McDowell). Y dado que
percibir no es un proceso de naturaleza idéntica a juzgar (a diferencia de
la propuesta de McDowell), la experiencia no sería representacional ya que
su contenido no sería una proposición, sino un contenido no conceptual. Por
lo tanto, McDowell, al obviar la distinción entre sentido y referencia, obvia
el aspecto no conceptual de la experiencia y es incapaz de dar cuenta de los
casos de sensibilidad a la ocasión o a lo particular.
Tras discutir con Travis, McDowell (2009, pp. 256-272) ha aceptado
que el contenido de la experiencia, para que sea antirrepresentacional y dé cuenta de lo particular, no tiene por qué tener forma proposicional.
Pero, al contrario que Travis, McDowell afirma que el contenido de la
experiencia es conceptual, sobre todo debido a su carácter unitario:
partiendo de la idea kantiana señalada anteriormente por la cual la
misma función articula la unidad de la experiencia y la unidad del juicio,
McDowell pasa a defender que existen dos tipos de contenido. Primero,
el contenido de los juicios, que tiene forma proposicional o discursiva y
refiere a estados generales. Segundo, el contenido de la experiencia, que
es igual de unitario que el juicio, pero no tiene forma proposicional, con
lo cual no refiere a lo general, sino a lo particular. A esto lo llama"intuición" o contenido intuicional, tal y como fue llamado por Kant. Si
al contenido intuicional le viene dada su forma unitaria por la misma
función que da unidad al contenido proposicional, no es de extrañar que
las intuiciones sean conceptuales por su unidad y por su potencialidad
de formar parte del contenido de una proposición en un juicio. Una misma
intuición, así, podría ser el contenido de distintos juicios, de manera
análoga a cómo un contenido no conceptual en Travis podría caer bajo
distintos rangos de modos de presentación. Por lo tanto, McDowell, al
abandonar el carácter proposicionalista del contenido de la experiencia,
es capaz de dar cuenta de los casos de sensibilidad a la ocasión (ya que
el mismo contenido intuicional puede formar parte de juicios distintos),
mantener una postura antirrepresentacionalista de la experiencia (ya que
las intuiciones son conceptuales pero no judicativas ni proposicionales)
y, aun así, defender el conceptualismo que caracteriza su postura.
Así, la nueva propuesta de McDowell renegaría del intencionalismo
estándar (la idea de que el contenido de la experiencia es proposicional).
Pero, como señala Crane (2013, pp. 236-237), si llevamos un paso más allá la idea de McDowell, es posible postular que no solo hay un contenido
intuicional y uno proposicional, sino varios tipos distintos de contenido
(por ejemplo, "hay una sustancia delante de mí", la cual tiene contenido
existencial; el tener la sensación de algo, etc.). Esto tiene consecuencias
para el intencionalismo: se puede distinguir el contenido intuicional, el
contenido proposicional, pero también nada excluye que podríamos
postular un contenido que dé cuenta de lo que es fenomenológicamente
dado para un sujeto. Esto implica defender la tesis del pluralismo del
contenido perceptivo. Por ello, Crane (2013, p. 239) se apoya en esta tesis
para introducir el concepto de "idea" fregeana que sirva para destacar el
aspecto fenoménico del contenido perceptivo que, a su juicio, toda
experiencia posee. La idea fregeana es un tipo de contenido de carácter
subjetivo, temporal y concreto de la experiencia de cada sujeto. Este se
contrapondría con el carácter abstracto y general del contenido proposicional, que es el que usamos cuando describimos nuestra
experiencia y cuyo significado es compartido por los demás agentes
racionales. Este contenido fenomenológico sería lo único "dado" en la
experiencia, mientras que el "contenido" en sentido fuerte habría de ser
proposicional. Pero, tal y como señala McDowell y a diferencia de lo que
afirma Crane, las intuiciones son también dadas (2009, p. 263), ya que
ese contenido, al no ser proposicional, no tiene forma discursiva y no es
por tanto una unión de agregados conceptuales en una proposición. La
intuición tiene unidad, pero no es una unidad formada por agregados. Es
unitario ya que es, por así decirlo, el elemento más básico de una
experiencia. Así, la intuición tendría un carácter atómico que sí sería parte
del contenido de una proposición cuando esta se articulase.
Pese a ello, parece no quedar resuelto cómo se daría unidad a los
elementos atómicos de la experiencia dentro de proposiciones en el espacio
de las razones. McDowell solo apela a su naturaleza conceptual para
explicarlo, pero el hecho de que señale que las intuiciones no son
discursivas supone un riesgo a la hora de articular su propuesta. ¿Cómo
articular lo no discursivo dentro de lo discursivo? Pese a que McDowell,
inspirándose en Kant, no deje de aludir al carácter conceptual y a esa
extraña función que da forma por igual a los juicios y a los estados
perceptivos, parece que la distintición discursivo / no discursivo supone
un impedimento genuino a la hora de articular esta nueva propuesta.
A su vez, Crane se distancia de McDowell porque cree que todavía
le queda por dar un paso más y reconocer que hay elementos no
conceptuales en la experiencia. Esto es así porque, según Crane,"McDowell insiste en que el contenido de una intuición es conceptual, pero
esto es consistente con que no todo aspecto del contenido sea
conceptualizado, o pensado, o convertido en contenido de un juicio" (Crane
2013, p. 241). Así, según Crane, si el pluralismo de contenido es cierto,
una teoría de la experiencia perceptiva necesita una noción
fenomenológica de contenido como la postulada por él mismo, que es
idéntica a la noción de "idea" en Frege. El contenido proposicional
moldearía, entre otras cosas, el estado fenomenológico concreto que el
agente también posee. Las ideas serían recogidas como formando parte
de esa proposición general.
Pese a ello, esta idea de experiencia subjetiva fenomenológica puede
resultar problemática. Primeramente, surgen problemas debido a su
propia naturaleza. Se supone que esta experiencia es tan dependiente de
contexto como la de McDowell, pero es no conceptual. Ello implicaría que
esa "idea" es parte de lo que se moldea en una proposición, pero un
inconveniente adicional es que no afirma exactamente cómo se moldearía. Y esto es un problema serio. Como señala McDowell, el Mito
de lo Dado se basa en la incoherencia de explicar cómo lo causal puede
servir como justificación de una creencia de tipo proposicional (o, al menos,
conceptual) si bien lo causal no está conceptual ni proposicionalmente
articulado. A diferencia de la propuesta de Crane, las intuiciones
mcdowellianas están conceptualmente articuladas y ello posibilita su
potencialidad a la hora de formar parte de proposiciones. Así, parece difícil
explicar cómo las ideas fregeanas pueden servir como contenido de las
proposiciones si ellas no lo están. Mientras Crane no sea capaz de explicar
(de manera no mítica) cómo ese contenido no conceptual puede llegar a
formar parte del contenido de una proposición, la posición de McDowell
seguirá tomando ventaja.
Más aún, y volviendo a las motivaciones de Crane a la hora de
introducir el supuesto contenido fenomenológico (ya que según él esa
introducción no queda imposibilitada al aceptar McDowell la tesis del
pluralismo del contenido perceptivo), el hecho de que nos comprometamos
con la tesis del pluralismo de contenido no implica que de ahí se siga
necesariamente que existen tipos de contenido o de estados de
experiencia fenoménicos, esto es, subjetivos y privados, similares a las "ideas" de Frege. Parece que, simplemente por economía explicativa, es
mejor no postular entidades fenomenológicas como las "ideas" fregeanas,
ya que parecen no jugar ningún papel determinante (causal, normativo,
etc.) a la hora de dar cuenta de nuestra experiencia perceptiva. En cambio,
parece que la única función de estas nociones no es más que la de sostener
la vieja idea de que debe haber un elemento "dado" que sirva de base para
la experiencia y que sea, además de privado, no justificable. Pero
precisamente en contra de la necesidad de postular estos tipos de estados
nos previene McDowell con análisis del Mito de lo Dado como una
incoherencia explicativa. Así pues, parece que la fenomenología y el
empirismo (en sus distintas versiones) son más parecidos de lo que
Dreyfus señala en un principio ya que comparten al menos la
reivindicación de cierto elemento "dado" de la experiencia, privado,
subjetivo y, sobre todo, no conceptual.
5. ¿Somos siempre animales racionales?
Descartándose la apelación a la figura del experto como argumento contra el conceptualismo de McDowell, Dreyfus ha de apelar a la imposibilidad de que el contenido de la experiencia sea racional para desmontar la postura mcdowelliana, y debe hacerlo con mayor éxito que Crane. Schear (2013, pp. 285-303) analiza el argumento dreyfusiano y le da articulación formal para mostrar su potencia. Antes de ello, Schear se pregunta si el hecho de que seamos animales racionales puede entenderse en sentido fuerte (como parece que lo entiende McDowell) o débilmente (como parece que lo entiende Dreyfus). La versión débil afirmaría que hay ciertos procesos cognitivos no racionales, los relativos a la conciencia sensorial, que no tendrían que formar parte de la conciencia racional (Schear 2013, p. 287). Si se prueba que el argumento de Dreyfus es correcto, la posición mcdowelliana se vería mermada y podríamos afirmar que somos animales racionales, pero siempre entendido en sentido débil. Para ello Schear reconstruye la línea argumentativa de Dreyfus en el debate y la explicita en lo que él mismo ha llamado "el argumento de la unión" (merging argument). Los pasos son los siguientes:
(1) La racionalidad requiere de determinados objetos.
(2) La unión con el entorno evita la presencia de estos objetos.
(3) Desenvolverse absorto en el entorno (absorbed coping) es
incompatible con la racionalidad.
(4) Los seres humanos no son racionales en sentido fuerte.
La idea principal de Dreyfus y Schear consiste en señalar que,
cuando uno se desenvuelve en el entorno de manera absorta o
irreflexiva, sus acciones no están disponibles para la racionalidad porque
no se mantiene la dicotomía sujeto-objeto. Al no poder identificar un objeto
perceptivo (de tipo conceptual) nos es imposible emitir un juicio sobre los
contenidos de nuestra percepción, con lo cual sería imposible llevar esa
experiencia situada en un momento espacio-temporal concreto a que forme
parte de una justificación de una creencia o un comportamiento. El objeto
de esa experiencia de desenvolvimiento irreflexivo en el entorno no es un
objeto que pueda contribuir a las condiciones de verdad ya que no es
proposicional, conceptual o accesible a la racionalidad. No habría, por
tanto, una diferenciación entre el mundo y el agente, y en conclusión se
evitaría la dicotomía sujeto-objeto. Esto sería situar la interacción sujeto-objeto
en un paso previo a la misma intuición kantiana que defiende
McDowell. No hay distancia con el mundo ni monitorización de las
acciones por parte del sujeto, y ello implica que no hay presencia de objetos
en la percepción del agente. Esto es así porque los procesos a los que se
refiere Dreyfus son las affordances gibsonianas y las líneas de fuerza
merleaupontyanas (Dreyfus 2007, pp. 356-357), que son normativas pero
no conceptuales. Estas affordances y líneas de fuerza funcionarían como
una red de atracciones y repulsiones que nos invitan a actuar o nos evitan
el actuar estando acoplados con el mundo a través de un bucle recursivo y constante extendido espacio-temporalmente. El agente y el entorno
formarían un único sistema dinámico, de carácter normativo, pero no por
ello habría que postular la existencia de algún contenido proposicional
ni conceptual. Ese sistema sujeto-entorno gozaría de una autonomía
propia cuya dinámica especial no podría comprenderse si se analizan
ambos elementos (sujeto y entorno) por separado. La identidad de esa red
de atracciones y repulsiones no está determinada fuera de la acción del
sujeto: la acción del sujeto es insuficiente para explicar su comportamiento
si no se apela a los elementos del entorno (ya que toda respuesta del
agente se da en un contexto espacio-temporal determinado). Esta relación
recursiva implica que el comportamiento del agente en relación con la red
es normativo, ya que esos estímulos del entorno que son las atracciones,
invitaciones y repulsiones tienen un carácter corporalmente significativo
para el agente que responde ante ellas. Pero no tienen contenido de tipo
proposicional porque esa repulsión o invitación no conforma objetos en el
pensamiento del agente, sino que esas atracciones y repulsiones son
meramente las dinámicas que incluyen los elementos del entorno en
conjunción con el comportamiento corporal del sujeto y que, a lo sumo,
podrían explicarse mediante modelos matemáticos. Así, el sistema agente-entorno
funcionando como un todo independiente evita la relación sujeto-objeto
según Dreyfus y Schear.
Pero podría afirmarse que la postura Dreyfus-Schear es demasiado
restrictiva. Primero, si nos fijamos en los ejemplos de Dreyfus y más
concretamente en las affordances (no voy a entrar en las líneas de fuerza
merleaupontyanas ni en si ambos conceptos son idénticos), parece que se
mantiene la dicotomía sujeto-objeto pese a que en psicología ecológica se
afirma que tanto el animal como el entorno forman un único sistema
unificado. Antes de entrar en esto hay que afirmar que, efectivamente, el
mismo Gibson (quien acuñó el término "affordance") recalca que existe un
mutualismo entre animal y entorno en el que no puede entenderse el uno
sin el otro (Gibson 1979, p. 8). Desde ese punto de vista, las affordances
solo se comprenden como propiedades del entorno que se relacionan con
los agentes. Pero esa dependencia ontológica no es necesariamente
incompatible con la existencia de una autonomía epistémica del agente.
De hecho, cuando hablamos de affordances, todo parece implicar que, para
poder ser percibidas, es necesaria tanto esa dependencia ontológica como
esta dicotomía epistémica entre sujeto y objeto. De hecho, Gibson (1979,
pp. 238-262) y otros psicólogos ecológicos posteriores utilizan la expresión "detectar" o "recoger" información (pick-up information) para referirse al
momento en que el agente es sensible a la información de alto nivel que
explicita la disponibilidad de affordances en el entorno. La información se encuentra en el espacio informacional que el agente encuentra en su medio,
y mediante su desenvolvimiento activo a través del medio es capaz de
detectar la información de alto orden que le permite aprovechar una
affordance (o sea, que le brinda la oportunidad de realizar una acción). La
postura ecológica mantiene una aproximación completamente externista,
ya que esa información está en el entorno y se transforma en información
ecológicamente significativa debido a la acción del sujeto. Así, la percepción
para los ecólogos no consiste en analizar sensaciones internas, sino en
detectar información relevante que se sitúa necesariamente en el medio
externo (Gibson 1968, 1979). Ello implica, también necesariamente, una
distinción epistémica entre sujeto y objeto que posibilite la percepción de
estos objetos. Por lo tanto, parece que la dicotomía sujeto-objeto no es
incompatible con una posición ecológica, sino que más bien es una condición
para la percepción dentro de esta teoría.
Otro asunto está relacionado con la capacidad explicativa que ofrece
el argumento de la unión. Este argumento explicita una supuesta
condición epistémica según la cual el sujeto es incapaz de diferenciarse
de su entorno, y por ello le es imposible percibir objetos o nada que pueda
servir como contenido de un estado perceptivo con contenido conceptual
o proposicional (porque un estado perceptivo con contenido ya implicaría
la dicotomía sujeto-objeto que este argumento niega). Parece que no queda
claro cómo puede surgir ese aspecto normativo que tanto enfatiza Dreyfus
(el cual funciona como criterio de demarcación entre la fenomenología y
el no-conceptualismo causalista) si el agente no es capaz de individuar
una respuesta ante un rasgo concreto del entorno. Parece que el hecho
de que exista una red de atracciones y repulsiones conlleva una dimensión
normativo-valorativa, y precisamente para ello se necesita de la
individuación de ciertos rasgos del entorno a los que el agente tiene que
responder de manera especial en función de ciertos criterios de
corrección. Por lo tanto, no se entiende cómo pueden existir estas
evaluaciones normativas si no existe previamente una dicotomía sujeto-objeto
que implique la existencia de un objeto perceptivo (ya sea una
situación o un rasgo del entorno) que el agente tiene que valorar.
Así, parece que el segundo argumento en contra de que somos
seres racionales en sentido fuerte es insuficiente a la hora de dar cuenta
de nuestros estados perceptivos. Parece que una vez que se acepta la
dicotomía sujeto-objeto (y, como se ha visto, ni Dreyfus ni Schear tienen
motivos para no aceptarla) resulta imposible no aceptar el conceptualismo
mcdowelliano sin caer en el Mito de lo Dado, al menos si se restringen las
opciones a las dos posturas ofrecidas por los autores que se enfrentan en
este debate.
6. Conclusión
Aunque el conceptualismo de McDowell resulte ser el claro
vencedor en esta contienda, las estocadas que tan certeramente Travis
ha llevado a cabo contra el proposicionalismo ofrecido en Mente y mundo (1994) han hecho que McDowell se haya batido en retirada y optado por
reconfigurar su propuesta inicial. Como se ha visto, modificó su postura
para afirmar que el contenido intuicional, aunque conceptual, no es
idéntico al contenido proposicional o judicativo. Todo lo que siempre
recriminaron los defendores del contenido no conceptual a McDowell (que
el contenido de la experiencia no es judicativo ni posee condiciones de
verdad, únicamente condiciones de adecuación), se lo ha logrado imponer
Travis recuperando la vieja distinción fregeana entre referencia (lo no
conceptual, el objeto como es en sí mismo) y el sentido (lo conceptual, el
modo particular de presentarse el objeto, lo judicativo). Así, para Travis,
la razón es capaz de alcanzar lo no racional mediante la distinción
fregeana. Percibir sería meramente registrar los objetos. La racionalidad,
al ofrecer el rango de posibles modos de presentación sobre los que cae
el objeto, haría todo el trabajo de categorización, discriminación e
identificación. La experiencia, la percepción, no tendría encomendada esa
misión, y no estaría permeada de racionalidad. Los sentidos serían
silentes, si utilizamos la expresión de Travis (2013, pp. 23-59). Por eso
es difícil que McDowell acuse a Travis de defender una posición mítica,
ya que la percepción o la experiencia por sí mismas no son capaces de
justificar nada. Por el contrario, precisamente por la demarcación de
funciones de la línea fregeana, el papel de la experiencia como fuente de
conocimiento en la propuesta de Travis es casi inexistente, lo cual choca
con nuestras intuiciones más básicas y, también, con las (hasta ahora)
satisfactorias explicaciones mcdowellianas de la continuidad entre la
experiencia y la razón. Habríamos de optar, entonces, o por un
conceptualismo no proposicionalista basado en unas ideas kantianas
todavía poco clarificadas o por una imagen de la racionalidad en la que
la percepción y la experiencia no jueguen el tradicional papel justificatorio
de nuestro conocimiento. Ambas parecen todavía unas posturas poco
desarrolladas en algunos aspectos como para satisfacer los requerimientos
más exquisitos. Por suerte, para nosotros, el debate entre estos dos autores
no ha acabado.
Otra cosa es que esta crítica de Travis a McDowell afecte a los
argumentos principales que el último ha ofrecido para responder a las
críticas de Dreyfus. Pero esto no es así. McDowell parece ser el gran
triunfador en este debate. Aun así, Dreyfus lleva a cabo una gran tarea (y esto ha sido una constante en su filosofía) a la hora de contrastar las
nociones tradicionales de la filosofía de la mente con una ontología más
continental que a su vez sirve de base para propuestas actuales en ciencias
cognitivas, las cuales suelen reforzarse experimentalmente a través de
modelos matemáticos sólidamente articulados. Aunque los argumentos
principales de Dreyfus no hayan sido suficientes para debilitar la postura
mcdowelliana, ver a estos dos filósofos discutir sobre las nociones de
experiencia, experticia y racionalidad trayendo a filósofos como
Heidegger, Gadamer y Aristóteles a colación una y otra vez, hace que para
el lector del debate llegue a importar más su desarrollo que la necesidad
de llegar a una conclusión definitiva.
Como se ha visto, el debate Dreyfus-McDowell es un debate
atípico ya que ambos filósofos parten de presupuestos similares para
posteriormente llegar a posiciones prácticamente enfrentadas. Pese a ello,
y como también se ha podido observar, es difícil que ambas posturas por
sí solas articulen una respuesta completa que deje satisfechos a todos los
que acudan a estos autores en busca de la explicación definitiva de lo que
son nuestra experiencia, nuestra racionalidad y la conexión entre ambas.
Quizás esa insatisfacción surge, a fin de cuentas, del pensar que una única
teoría es capaz de proporcionarnos esa explicación.
1 Este artículo ha sido realizado dentro del proyecto "Dispositions, Holism and
Agency" (FFI2010-19455), financiado por el ministerio de Ciencia e Innovación de
España.
Agradezco a Jesús Vega, Ignacio Vicario, María Muñoz, Alex Díaz, Alberto Murcia
y Arancha San Ginés sus comentarios a mis ideas sobre el debate. Agradezco
especialmente a Manuel de Pinedo su paciencia, sus comentarios y sus sugerencias a
las anteriores versiones de este trabajo.
2 La traducción es propia.
3 Como se verá posteriormente, McDowell modificará esta postura proposicionalista (McDowell 1994) a una postura intuicionista (McDowell 2009) en parte debido a su debate con Travis.
Bibliografía
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Recibido el 7 de agosto de 2014; aceptado el 21 de noviembre de 2014.