RESEÑAS
Paco Calvo y John Symons (editores), The Architecture of Cognition. Rethinking Fodor and Pylyshyn's Systematicity Challenge, Cambridge, The MIT Press, 2014, 481 pp.
Este volumen reúne un total de diecisiete contribuciones que
representan el estado actual del debate en filosofía de las ciencias
cognitivas acerca de la sistematicidad del pensamiento. en su impactante
artículo, "Connectionism and Cognitive Architecture: A Critical Analysis" (Cognition, 28, pp. 3-71, 1988), Jerry Fodor y Zenon Pylyshyn
argumentaron que las capacidades de pensamiento humanas están
vinculadas de manera sistemática y que una arquitectura conexionista
no puede explicar satisfactoriamente la sistematicidad del pensamiento
si no implementa, al mismo tiempo, una arquitectura clásica. el volumen
se propone la tarea colectiva de repensar y reevaluar el desafío de Fodor
y Pylyshyn desde diversas perspectivas "post-conexionistas" tales como
la inteligencia artificial basada en la conducta, la psicología ecológica, la
cognición corporizada, situada, distribuida y la teoría de los sistemas
dinámicos (p. 16).
El libro está dividido en cuatro secciones principales. Para no
enumerar de manera lacónica el contenido de cada capítulo, me
concentraré en algunos trabajos que considero representativos de las
secciones a las que pertenecen. Las contribuciones de la primera sección
ofrecen una introducción actualizada al debate sobre la sistematicidad del
pensamiento. En este sentido, Symons y Calvo (pp. 10-11) reconstruyen
el argumento de Fodor y Pylyshyn de una manera particularmente clara.
Que el pensamiento es sistemático es una ley psicológica –comienza el
argumento– en la medida en que nuestros pensamientos están
intrínsecamente vinculados entre sí de manera tal que la posesión de un
determinado pensamiento (por ejemplo, que Juan ama a María) nos
permite acceder a un número potencialmente infinito de pensamientos
semánticamente relacionados (por ejemplo, que María ama a Juan). Una
explicación satisfactoria de esta regularidad –continúa el argumento– requiere una arquitectura clásica, i.e., un "lenguaje del pensamiento" (LDP). Mclaughlin (p. 71) caracteriza al LDP como un sistema de
símbolos con una base finita de símbolos atómicos y una semántica
computacional tal que el valor semántico de un símbolo complejo es una
función de su estructura sintáctica y de los valores semánticos de los
símbolos atómicos que lo constituyen. Una arquitectura LDP incluye,
además, algoritmos para la construcción de símbolos complejos y para su manipulación, análogos a los algoritmos del lenguaje de programación
Lisp. Una arquitectura conexionista, en cambio, carece de relaciones de
constitución, sintácticas o semánticas, entre representaciones mentales,
y carece también de procesos que sean sensibles a la estructura interna
de las representaciones mentales. Por lo tanto –concluye el argumento– una arquitectura conexionista es incapaz de explicar la sistematicidad del
pensamiento a menos que implemente, de hecho, una arquitectura clásica.
Varias de las contribuciones de este volumen coinciden en señalar
las dificultades que presenta la caracterización precisa de la
sistematicidad. Los ejemplos de razonamiento lógico usualmente citados
como instancias de sistematicidad tienden a ocultar otras fuentes
alternativas de evidencia, otros fenómenos en los cuales se manifiestan
conexiones intrínsecas entre distintas capacidades cognitivas. Así, Aizawa
(p. 79) considera el fenómeno de la compleción amodal en la percepción
como un ejemplo de sistematicidad. En entornos normales, algunos objetos
están ocluidos por otros objetos. De hecho, los objetos típicamente ocluyen
partes de sí mismos. Sin embargo, usualmente no nos damos cuenta de
la falta de información acerca de las partes ocluidas de los objetos sino
que, de alguna manera, los completamos perceptivamente. Los
observadores humanos normales que pueden experimentar
perceptivamente que a ocluye b también pueden experimentar
perceptivamente que b ocluye a. Este efecto es interesante no solo porque
es saliente desde el punto de vista fenomenológico, sino porque está apoyado en evidencia psicofísica (Aizawa, pp. 80-81). volveré sobre la
compleción amodal cuando revise las contribuciones de la cuarta sección.
En la segunda sección del volumen se presentan diversas
respuestas al desafío de Fodor y Pylyshyn, cada una de los cuales está basada en algún enfoque (más o menos) cognitivista acerca de la mente.
Marcus (p. 106) señala que, para los defensores de la arquitectura clásica,
la capacidad de representar mentalmente estructuras arbóreas
arbitrarias, tales como los árboles sintácticos de la lingüística generativa,
debe estar realizada, de alguna manera, en el cerebro. Sin embargo,
nuestra conducta no parece exhibir esa capacidad: tenemos enormes
dificultades para procesar oraciones con incrustación central y podemos
aceptar como gramaticales oraciones que solo exhiben coherencia en un
nivel local. La causa de estas limitaciones radica, según este autor, en un
rasgo de toda forma biológica de memoria, que es la direccionalidad por
contenido o contexto, en contraposición a las memorias artificiales de
acceso aleatorio. Una memoria de contenido direccionable como la nuestra
garantiza rapidez en la recuperación de la información, pero no puede
garantizar la transitabilidad de una estructura arbórea compleja. En todo caso, concluye Marcus, representamos la estructura lingüística solo de
manera aproximada, mediante conjuntos de subárboles que se unen de
manera transitoria e incompleta (p. 107). Este aspecto de la arquitectura
clásica, al menos, debe ser revisado.
En una de las contribuciones más interesantes del volumen, O
'Reilly, Petrov, Cohen, Lebiere, Herd y Kriete (p. 194) sostienen que
existe una solución de compromiso entre la sensibilidad al contexto y la
combinatoriedad del pensamiento. Por un lado, que muchísimos aspectos
de la cognición humana son sensibles al contexto es uno de los hechos
mejor establecidos en psicología cognitiva. Es un rasgo que se manifiesta,
por ejemplo, en la interpretación automática de inputs perceptivos
ambiguos (p. 195). Por otro lado, el hecho de que podamos aprender lógica,álgebra, lingüística teórica y otras disciplinas altamente abstractas indica
que poseemos, también, una tendencia a realizar inferencias basándonos
solo en la forma o sintaxis de los pensamientos. Una perspectiva que evite
la unilateralidad debe buscar un balance entre la combinatoriedad y la
sensibilidad al contexto. Los autores presentan una perspectiva de este
tipo en tanto postulan una arquitectura híbrida, plausible desde el punto
de vista de la neurociencia de sistemas, según la cual el cerebro incorpora
un gran número de subsistemas funcionales que se ubican en diversos
puntos del continuo entre sensibilidad al contexto y combinatoriedad
formal. Las áreas cerebrales más antiguas desde el punto de vista
evolutivo son fuertemente sensibles al contexto, mientras que las áreas
más recientes, especialmente el sistema conformado por los ganglios
basales y la corteza prefrontal, son más combinatorias. Esta
combinatoriedad acotada explica, a su vez, la sistematicidad acotada que
exhibe nuestro pensamiento y conducta.
La tercera sección de este volumen contiene trabajos que coinciden
en rechazar, por diversas razones, el monismo arquitectural que está presupuesto en el desafío de Fodor y Pylyshyn. Ramsey (p. 264)
caracteriza el monismo arquitectural como la tesis según la cual la
cognición humana está soportada por una única arquitectura
computacional, que posee un sistema representacional y principios de
procesamiento que le son propios. Las contribuciones de esta sección
rechazan el monismo arquitectural y adoptan, en cambio, un pluralismo
arquitectural. En particular, Ramsey (p. 266) adopta la teoría dual de
sistemas de Evans y Frankish (In Two Minds: Dual Processes and Beyond,
Oxford, Oxford University Press, 2009), según la cual la mente está compuesta por dos tipos de sistemas que operan de maneras
fundamentalmente diferentes. El sistema S1 subyace a capacidades tales
como el reconocimiento de patrones y el razonamiento asociativo, es el más antiguo desde el punto de vista evolutivo y su procesamiento es rápido,
automático e inconsciente. El sistema S2 subyace a los procesos de
pensamiento consciente, es evolutivamente reciente y es relativamente
más lento, endógenamente controlado y basado en reglas. Un marco de
este tipo permite sostener una hipótesis híbrida, según la cual los modelos
de tipo conexionista explican los procesos en S1 y los modelos clásicos
explican los procesos en S2. Si se asume que la mente está constituida
de esta manera, entonces el argumento de la sistematicidad en contra de
las arquitecturas no clásicas pierde su fuerza.
Una de las tesis que Martínez-Manrique (p. 322) propone en su
excelente contribución es que existen, de hecho, distintos tipos de
sistematicidad. Siguiendo un enfoque muy difundido en los estudios de
primatología y psicología comparada, sostiene que existe una profunda
discontinuidad entre el tipo de sistematicidad que exhibe la mente
humana y aquella que exhiben las mentes de animales no humanos.
Mientras que esta última está limitada a relaciones perceptivas de primer
orden y posibilita el razonamiento práctico o instrumental, la
sistematicidad característica de los seres humanos implica la
reinterpretación de las relaciones perceptivas de primer orden mediante
estructuras relacionales abstractas, similares a aquellas que postula una
arquitectura clásica. Por supuesto, la sistematicidad propia de las mentes
no lingüísticas no está completamente desaparecida en los humanos, al
contrario. El candidato natural para explicar la convivencia de dos tipos
de sistematicidades en la mente humana es, nuevamente, la teoría dual
de sistemas (p. 324). Los modelos conexionistas podrían explicar el tipo
de sistematicidad que encontramos en los animales (y en el sistema S1),
mientras que otros modelos que incorporen elementos y principios
simbólicos (ya sean arquitecturas híbridas o clásicas) podrían explicar la
sistematicidad propia de los procesos exclusivamente humanos que tienen
lugar en S2.
Los trabajos incluidos en la cuarta sección del volumen abordan
el desafío de Fodor y Pylyshyn desde perspectivas no cognitivistas de la
arquitectura mental, tales como la teoría de los sistemas dinámicos, la
mente extendida y el enfoque ecológico de la cognición, entre otros. A modo
de muestra, cabe destacar la interpretación que ofrecen Travieso, Gomila
y lobo (p. 378), desde el enfoque ecológico mencionado, del fenómeno de
la compleción amodal en la percepción. Aizawa (p. 80), siguiendo a
Mclaughlin, sostiene que existe una conexión sistemática entre nuestra
capacidad de ver un cuadrado negro ocluyendo un círculo gris –por tomar
un ejemplo– y nuestra capacidad de ver un círculo gris ocluyendo un
cuadrado negro. Esta sistematicidad se explica mejor si consideramos, junto con los defensores del enfoque clásico, que nuestra arquitectura nos
permite construir representaciones perceptivas complejas mediante la
composición sistemática de un conjunto de representaciones perceptuales
primitivas. Sin embargo –señalan Travieso, Gomila y lobo– son los
contenidos proposicionales de las experiencias visuales los que exhiben
el tipo de sistematicidad pretendida. Es una y la misma capacidad
perceptiva la que es ejercida en uno y otro caso. Esta última observación
permite iluminar aquellos casos en los que la compleción amodal falla,
por ejemplo, cuando la figura ocluida no es una figura geométrica bien
conocida. Estas fallas de la sistematicidad sugieren que la percepción no
procede mediante la combinación de primitivos perceptuales, sino
mediante algún tipo de organización global de un efecto gestáltico. La
compleción amodal depende de la posibilidad de establecer un borde
cerrado, delimitando un objeto, y en los casos de oclusión parcial por otro
objeto, el sistema visual interpola el borde para cerrarlo y volver visible
al objeto parcialmente ocluido. Este mecanismo presenta conocidas
dificultades para interpolar ángulos agudos, que se deben básicamente
a lo que los psicólogos de la Gestalt llamaban "la ley de buena
continuidad". La compleción modal no es, entonces, un proceso
sistemático en el sentido clásico, sino que es el resultado emergente de
la interacción y la dependencia contextual de formas, curvaturas, puntos
de vista e información dinámica (p. 379).
He podido revisar aquí solo algunos de los capítulos que
constituyen este sustancioso volumen. Muchos de los trabajos que no he
mencionado son tan valiosos como los que he discutido, por lo que su
exclusión es, en cierta medida, arbitraria. Más aún, el tratamiento
brindado a varios de los trabajos que he mencionado ha sido
necesariamente breve e injusto, aunque representativo (eso espero) del
carácter profundo y original del trabajo filosófico contenido en este
volumen. Considero que The Architecture of Cognition representa un gran
aporte al área de la filosofía de la mente y de las ciencias cognitivas. La
lectura y discusión de estos trabajos es altamente recomendable no solo
para el público especializado sino también para todos los filósofos y
científicos interesados en responder la pregunta ¿cómo funciona la mente?
(Sergio Daniel Barberis, Universidad de Buenos Aires-CONICET)
Recibido el 20 de octubre de 2014; aceptado el 18 de noviembre de 2014.