ARTÍCULOS
El signo de los cinco. Las semióticas del síntoma y sus olvidos
Ángel Martínez-Hernáez
Ángel Martínez-Hernáez. Universitat Rovira i Virgili. Avinguda Catalunya, 35 (43002), Tarragona, España.
Email: angel.martinez@urv.cat
Recibido 11 de abril 2013.
Aceptado 11 de julio 2013
RESUMEN
Este artículo se propone el rescate del discurso del paciente de los olvidos de la semiótica clásica. Tomando como punto de partida la conocida distinción en medicina entre signos físicos (síntomas objetivos) y síntomas (síntomas subjetivos), se analiza cómo en la obra de Saussure, Barthes, Foucault, Peirce y, en menor medida, en la de Eco, el síntoma ha sido relegado a la posición del signo físico. De esta forma se ha generado una naturalización de la aflicción semejante a la que ejerce el modelo biomédico, que limita la atribución de significado exclusivamente a la mirada médica. No obstante, los síntomas no son reductibles a los signos físicos (que están "para" alguien), pues constituyen narrativas (que además están "por" alguien). Rescatar al sujeto discursivo del síntoma es también crear nuevas condiciones de posibilidad para una semiótica y una antropología de las aflicciones.
Palabras clave: Semiótica; Biomedicina; Síntoma; Antropología médica.
ABSTRACT
The sign of five: the semiotics of symptoms and their erasure. This article develops an argument for recovering patient narratives from their erasure in classical semiotics. Taking as its point of departure the wellknown medical distinction between physical signs (objective symptoms) and symptoms (subjective symptoms), it analyzes how the symptom has been relegated to the status of physical sign in the work of de Saussure, Barthes, Foucault, Peirce and, to a lesser extent, Eco. This has led semiotics to reproduce the biomedical naturalization of affliction, which is the product of the attribution of significance by the medical gaze. Nevertheless, symptoms are not reducible to physical signs; they are embedded in meaningful narratives. Rescuing the discursive subject of the symptom creates an epistemological shift in semiotics and in the anthropology of affliction.
Keywords: Semiotics; Biomedicine; Symptom; Medical Anthropology.
INTRODUCCIÓN1
Peirce sabía más medicina que yo [...]. Cuando llegaba, solía describirme los síntomas de su enfermedad y hacía el diagnóstico. A continuación me indicaba lo que debía recetarle. No se equivocaba nunca. Decía que necesitaba que yo le extendiera la receta porque él carecía del título de médico. Testimonio del médico de Charles S. Peirce (Sebeok y Sebeok 1983: 52).
Si debemos creer a Sebeok y Sebeok (1983),
Charles S. Peirce no sólo fue uno de los fundadores
de la semiótica moderna y un criminólogo amateur capaz de emular a Sherlock Holmes, sino también un
perspicaz clínico que, mediante el autoanálisis de sus
signos y síntomas, podía deducir un diagnóstico con
muy pocas posibilidades de error. La cita del médico
de Peirce es buena prueba de esta habilidad del filósofo
norteamericano, quien en el momento de autodiagnosticarse
ponía en diálogo, aunque fuera por un
instante, una semiología médica que podemos retrotraer
a la tradición hipocrática y los nuevos principios
de una teoría semiótica de los signos.
Aunque actualmente distanciadas debido a los desarrollos
históricos del estudio de los signos y a la
compartimentación burocrática del saber, la semiología
lingüística y la semiología médica parecen tener
un origen común. Eco (1990: 40) nos ha mostrado
cómo la palabra griega semeion (signum, signo) aparece
como término técnico-filosófico con Parménides e Hipócrates para constituir más de dos mil años después
la base de la semiótica moderna; una disciplina que
ha preferido adoptar el nombre de semiótica, y no de
semiología como propuso Saussure (1974: 33), para así
no generar equívocos entre una ciencia de los signos
de origen lingüístico y una semiología médica acostumbrada
a manejarse con indicios y señales naturales
(Barthes 1985: 273).
En principio, esta distinción entre la semiótica de
corte lingüístico y la semiología médica encierra cierta
lógica, ya que bajo el mismo término ("signo") hallamos
conceptos diferentes. Tanto para la medicina
hipocrática como para la biomedicina contemporánea
los signos son indicios y señales naturales que
sólo encuentran significación en la inferencia lógicoconceptual
de un destinatario y que, en esta medida,
se diferencian de lo que para un autor como Saussure
son los signos en la vida social: la lengua, el alfabeto
de los sordomudos, los ritos simbólicos, las señales
militares o los protocolos de cortesía que, sin duda,
dependen de un emisor humano (Saussure 1974: 33).
Sin embargo, en un segundo avance observamos que
esta diferencia entre signos intencionales (semiótica)
y un conjunto particular de signos naturales (semiología
médica) no ha sido siempre sostenida. Y hay
razones para ello. No todos los autores parecen estar
de acuerdo con la reducción de la semiótica a los
signos que provienen de una fuente humana. Sin ir
más lejos, enfrente de Saussure, o a su lado, encontramos
la obra del propio Peirce, cuya definición amplia
del objeto de la semiótica permite incluir no sólo los
signos producidos por un emisor, sino todos aquellos
que signifiquen algo para alguien.
Tanto en la tradición saussureana como en la peirceana,
los síntomas han sido definidos como signos
físicos, indicios naturales, índices o huellas que se
incluyen en el dominio de la significación sólo por el
lado de la existencia de una conciencia humana que
funciona como destinatario. De esta forma se ha establecido
una asimilación conceptual y, en cierta medida,
una confusión, entre dos términos: "signo (físico)"
y "síntoma", que adquieren en el lenguaje médico una
distinción estratégica para denotar, respectivamente,
"la evidencia objetiva de una enfermedad" (el signo)
y "la manifestación subjetiva del paciente" (el síntoma)
(Lock et al. 1986).
Adviértase que tal como se ha mencionado, el "signo
(físico)" (denominado también síntoma objetivo)
y el "síntoma" (también llamado síntoma subjetivo)
denotan órdenes de realidad bien distintos. El signo, tal
como se define en medicina, hace referencia a lo que
en semiótica son los índices o señales naturales. De
una manera similar a como inferimos el fuego a partir
del humo, se deduce la enfermedad a partir de signos
médicos como, por ejemplo, la fiebre. Ni la fiebre ni
el humo (éste último, por lo menos, no usualmente)
son creaciones significativas a partir de convenciones
culturales. De esta manera, el signo muestra la particularidad
de ser él mismo una parte de una realidad
natural que, como la punta de un iceberg, se revela a
sí misma y que sólo se inscribe en el dominio de la
semiosis (significación) en la medida en que hay un
intérprete que, cuando percibe la fiebre, infiere una
determinada enfermedad.
Contrariamente, el síntoma refiere a "una manifestación
subjetiva del paciente". Sin entrar en profundidades
analíticas sobre qué se quiere indicar aquí con
la palabra "subjetivo", lo cierto es que el síntoma se
presenta como una interpretación que ha elaborado
el paciente sobre una serie de sensaciones corporales,
psíquicas y emocionales: "Me duele la cabeza", "Me
siento decaído", "Tengo mal de ojo", etc. El síntoma es
así verbalizado o mostrado mímicamente y por tanto
su construcción responde a las necesidades expresivas
de un emisor. Se presenta, de esta manera, no ya
como la parte de una realidad física o el efecto visible
de una causa, sino como una expresión humana que
encierra en sí misma un significado.
La distinción entre "signo" y "síntoma" ha tenido
más relevancia en el conocimiento médico de lo
que usualmente se reconoce. Hay tendencias teóricoprácticas
como el psicoanálisis que han llegado a "sintomatizar"
algunos signos físicos; es decir, a entender
como síntoma aquello que en principio parecía una
señal natural. Estoy pensando en el sentido de "simulación
del parto" que Freud atribuye a la fiebre y la
peritiflitis de Dora en Escritos sobre la histeria (Freud
1988: 87). Estoy pensando, también, en la interpretación,
esta vez con Breuer, que realiza Freud de la
tussis nervosa de Anna O en Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud 1985: 48). Incluso, no es arriesgado
afirmar que cualquier psicoanalista entenderá la fiebre
y los eczemas como algo más que meros signos físicos.
Con todo, la opción más frecuentada en biomedicina
ha sido adoptar la visión inversa; esto es: objetivar los
síntomas como si fuesen signos físicos que remiten a
una realidad natural y abiográfica.
En este artículo nos proponemos mostrar cómo la
tradición semiótica ha generado los mismos olvidos
que la mirada biomédica: la negación de las palabras
del paciente; aunque lo haga por distintos caminos
(Tabla 1). Se podrá objetar que estos olvidos se corresponden
con una definición semiótica de los síntomas
que los reduce a signos físicos y que incorpora la
narrativa del paciente en otro orden conceptual, como
el símbolo o el signo saussureano. Ahora bien, la asimilación
del síntoma al signo físico en la semiótica
general puede interpretarse también como la negación
(o, al menos, la minusvaloración) del paciente como
emisor de sentidos en beneficio de la inferencia lógicoconceptual
de un destinatario privilegiado: el clínico.
Tabla 1. Tabla comparativa de las definiciones conceptuales de la semiología médica, la semiótica saussureana y la semiótica
peirceana.
PALABRAS NEGADAS: SAUSSURE, BARTHES...Y TAMBIÉN FOUCAULT
A pesar de la considerable influencia del positivismo
en su obra, Ferdinand de Saussure introdujo una
definición de signo que trastocó las asunciones clásicas
del empirismo lingüístico. Un signo no es el resultado
de la unión de un nombre y una cosa, dirá este autor,
sino de un concepto (concept) y una imagen acústica
(image acustique). Tras dudar entre términos como soma
y sema, imagen y concepto o forma e idea, introducirá
dos palabras bien conocidas para nombrar estas dos
caras del signo: el significado (signifié) y el significante
(signifiant). El significado de la palabra "árbol" no es el
árbol como cosa en sí misma, sino la idea a que refiere
este signo en el marco de un código social determinado.
El significante, por su parte, no es el sonido puramente
material, sino: "l'empreinte psychique de ce son, la
représentation que nous en donne le témoignage de
nos sens; elle est sensorielle" (Saussure 1974: 98).
De la unión de significante y significado surge para
Saussure el signo. Pero el lingüista dice más sobre
el tema: la relación entre el concepto y la imagen
acústica es artificial y arbitraria, pues no hay nada en
el significante árbol que nos remita a su significado. Y
ésta es para Saussure una de las claves de definición
del signo frente a otras construcciones de sentido,
como por ejemplo, el símbolo: "Le symbole a pour
caractère de n'être jamais tout à fait arbitraire; il n'est
pas vide, il y a un rudiment de lien naturel entre le
signifiant et le signifié" (Saussure 1974: 101).
La definición estrecha de signo (signe) muestra sus
implicaciones en la exposición de Saussure sobre el
alcance de la semiótica (en sus palabras semiología);
aunque, paradójicamente, se auxilie en la terminología
griega de semeion, un concepto más cercano a los
signos naturales que a los signos artificiales: "On peut
donc concevoir une science qui étudie la vie des signes
du sein de la vie sociale; elle formerait une partie de la
psychologie générale; nous la nommerons sémiologie
(du grec séméion, 'signe')" (Saussure 1974: 33).
En esta sencilla frase: "la vie des signes du sein de la
vie sociale", autores como Eco han percibido la circunscripción
saussureana de la semiótica a los signos con
emisor humano; pues al ser el objeto de la semiología
el signe, sólo se incluirían los signos artificiales y no las
manifestaciones naturales e inintencionales (Eco 1989,
1991). Así, desde una perspectiva saussureana ortodoxa,
en la semiótica no habría cabida para el análisis de los
signos físicos como la fiebre, las manchas rojas en la
epidermis o el abultamiento del abdomen; tampoco de
indicios como el humo que indica el fuego o las nubes
que pronostican tormenta. Sí, en cambio, para lo que
aquí entendemos como síntomas (o síntomas subjetivos):
el conjunto de lamentos, expresiones, verbalizaciones,
gestos e incluso quejas somáticas que responden a un
universo de significados. No obstante, quien espere un
análisis de este tipo en Saussure simplemente no lo
encontrará. No hay en su obra referencias (como sí las
habrá en Peirce) a los síntomas. Entre otras cosas, porque
su esfuerzo parece entregado a la tarea más urgente
de definir un campo nuevo; pero también -y esto es
importante- porque Saussure asocia implícitamente los
síntomas con los signos físicos y, por tanto, los excluye
del ámbito de su sémiologie.
A pesar de esta demarcación fuerte que relega a los
signos naturales a un orden extrasemiótico, un autor
de conocida trayectoria estructuralista como Roland
Barthes ha llevado a cabo una curiosa incursión en
el dominio de los síntomas y signos físicos tratando
de encontrar paralelismos entre la semiología médica
y la semiología general, entre los "signos médicos" y
los "signos lingüísticos" (Barthes 1985: 274-275). De
forma un tanto apresurada pero sincera, Barthes nos
confiesa que ha buscado en los libros de medicina una
teoría de los signos médicos sin encontrarla. Afirma
que, dada esta situación, se verá obligado a exponer
"un cuadro ingenuo" de las correspondencias entre
la semiología general y la semiología médica. Es por
ello, quizá, que se auxilia en uno de los apartados de
la Naissance de la clinique de Foucault para reforzar
sus propios argumentos.
De acuerdo con Foucault, la tradición médica del
siglo XVIII conlleva una clara distinción entre síntoma
y signo. El primero es la forma bajo la que se presenta
la enfermedad, lo más cercano a lo esencial
(la enfermedad) y aquello que permite transparentar
la enfermedad. La tos, la fiebre y el dolor de costado
no son la pleuresía misma, sino formas accesibles
y naturales -señales, en definitiva- de la pleuresía.
Contrariamente, el signo es algo más. Como ya había
indicado Hipócrates al hablar de las tres dimensiones
temporales de los síntomas, Foucault nos dice que el
signo anuncia lo que va a ocurrir (pronóstico), analiza
lo que ha ocurrido (anamnesis) y da fe de lo que
sucede en el momento (diagnóstico) (Foucault 1972:
89). En contraste con las definiciones usuales de signo
y síntoma citadas con anterioridad, para Foucault, el
signo indica lo que subyace; habla de la vida, de la
muerte y del tiempo, pero también de la mirada. El
síntoma, en cambio, es la instantaneidad natural de
lo patológico.
Con su conocida habilidad intelectual, Foucault nos
muestra cómo el desarrollo del método clínico aparece
relacionado con la preeminencia de una "gramática
de los signos" sobre una "botánica de los síntomas".
Probablemente se refiere a la emergencia de una conciencia
médica que permite una nueva reordenación
de las manifestaciones de lo patológico de acuerdo
con la cual los síntomas, en tanto que hechos brutos,
parecen mostrar una nueva "transparencia" e inteligibilidad
en la forma de signos. En otras palabras, Foucault
nos plantea que el síntoma es el fenómeno objetivo,
natural y discontinuo de la enfermedad; mientras que
el signo es la transformación que sufre esta realidad
fenoménica en la conciencia del médico. Utilizando
el tratado de semiología médica de Landré-Beauvais
de 1813, nos dice:
Signes et symptômes sont et disent la même chose: à ceci près que le signe dit cette même chose qu'est précisément le symptôme. Dans sa réalité matérielle, le signe s'identifie au symptôme lui-même; celui-ci est le support morphologique indispensable du signe. Donc 'pas de signe sans symptôme'. Mais ce qui fait que le signe est signe n'appartient pas au symptôme mais à une activité qui vient d'ailleurs (Foucault 1972: 92).
Esa actividad que "viene de otra parte" no es otra
cosa que la aprehensión que el clínico efectúa de lo
patológico, la inscripción del síntoma en un conjunto
diagnóstico significativo que le permita interrogarse sobre
la dimensión temporal de la enfermedad, a la vez
que reconvertir los síntomas (para Foucault originalmente
asemiósicos) en signos. Más adelante Foucault
lo expresa con mayor claridad: "Le symptôme devient
donc signe sous un regard sensible" (Foucault 1972:
93). Y también cuando esboza las líneas epistémicas
de la emergente medicina positiva: "Le signe ne parle plus le langage naturel de la maladie; il ne prend forme
et valeur qu'à l'intérieur des interrogations posées
par l'investigation médicale» (Foucault 1972: 165). En
definitiva, para Foucault el síntoma es la realidad natural
(la tos, la fiebre, el dolor de costado); y el signo,
la construcción clínica de esta realidad (la asociación
de la tos con la pleuresía, por ejemplo). El primero no
tiene nada de semiósico, pues es el hecho en bruto.
El segundo, en cambio, es el síntoma "significado"
en el proceso de inferencia lógico-conceptual, en la
anamnesis, la diagnosis y la prognosis.
La distinción conceptual puede resultar útil para
sumergirse en el análisis del conocimiento médico; no
olvidemos que lo que interesa a Foucault en aquella
obra es elaborar una arqueología de la mirada médica.
Ahora bien, el planteamiento foucaultiano no
resuelve algunos problemas que afectarán más tarde
a Barthes. Porque, ¿qué hacer con el síntoma en tanto
que queja, síntoma subjetivo o como quiera ser
llamada la expresión del paciente que denuncia un
malestar? ¿Dónde quedan el significado autóctono y
el discurso del paciente?
Sin darse cuenta, Barthes caerá en los mismos
olvidos que Foucault, pero esta vez los amplifica.
Introduciendo una de las escasas definiciones de signo
y de síntoma que encontró en su revisión de los
libros de medicina nos dice:
on reconnaissait autrefois les symptômes objectifs, découverts par le médecin, et les symptômes subjectifs, signalés par le patient. Si cette définition est retenue -et je crois qu'il est important finalement de retenir-, le symptôme, ce serait le réel apparent ou l'apparent réel; disons le phénoménal; mais un phénoménal qui précisément n'a encore rien de sémiologique, de sémantique. Le symptôme, ce serait le fait morbide dans son objectivité et dans son discontinu [...] (Barthes 1985: 275).
Más adelante le llega su turno al signo:
En face du symptôme, le signe qui fait partie de la définition de la sémiologie médicale serait au fond le symptôme additionné, supplémenté de la conscience organisatrice du médecin; Foucault a insisté sur ce point: le signe, c'est le symptôme en tant qu'il prend place dans une description; il est un produit explicite du langage en tant qu'il participe à l'élaboration du tableau clinique du discours du médecin; le médecin serait alors celui qui transforme, par la médiation du langage -je crois que ce point est essentiel-, le symptôme en signe. Si cette définition est retenue, cela veut dire qu'on est passé alors du phénoménal au sémantique (Barthes 1985: 275-276).
Vayamos paso a paso. En un primer momento,
Barthes introduce la idea de que hay una diferencia
entre los síntomas subjetivos que revela el paciente
y los síntomas objetivos que observa el médico, de forma similar a como estos conceptos se definen en
los diccionarios de medicina. No obstante, en última
instancia, el síntoma es para Barthes lo fenoménico.
Afirmación que incluso podemos aceptar si entendemos
por fenoménico también la voz del paciente, pero
que resulta totalmente insostenible cuando el conocido
crítico literario incide sobre la idea de "fenoménico
que no es semiológico", que no guarda, en definitiva,
un sentido original. Aquí, sin duda, emerge una contradicción,
pues si los síntomas son manifestaciones
del paciente, ¿dónde está lo fenoménico y asemiológico
aquí? ¿Acaso no existe un emisor que señala o
habla de su malestar, que expresa su aflicción y que
da sentido a sus sensaciones?
Barthes procede de la misma manera que Foucault,
sólo que aquí no se trata de elaborar una arqueología
del saber médico, sino que está en juego la naturaleza
semiósica o no de los síntomas. Y si algo se pierde
en la aproximación de Barthes es precisamente la voz
diversa y plural del enfermo, el universo de significados
que condensa un síntoma (subjetivo) como "Me
duele la cabeza", "Tengo náuseas" o "Me duelen los
riñones". La posición de Barthes se asemeja en este
punto a la biomedicina más naturalizadora, incluso
con mayor intensidad, puesto que lo que proviene del
paciente es un hecho en bruto, es la voz sin sentido
de lo patológico, sin mediaciones posibles del paciente
ni de su contexto histórico-cultural y biográfico. El
síntoma es para Barthes la materia "grosera" y fenoménica
del significante que sólo adquiere significado
en la conciencia del médico, en el signo.
Su definición del signo resulta igualmente problemática.
El "signo médico", nos dirá, puede ser comparado
con los elementos puramente estructurantes de la
oración; esto es, la sintaxis que articula y organiza los
significantes. Podemos pensar incluso en un sistema
de correlaciones sígnicas similar al de la lingüística
a partir de conceptos como la oposición entre paradigma
(o plano paradigmático) y sintagma (o plano
sintagmático). De la misma manera que existe una
oposición sígnica virtual (paradigmática) entre p y b porque en francés "boisson" (bebida) no es lo mismo
que "poisson" (pez), Barthes descubre también una
oposición de los signos médicos entre sí mismos o en
el juego presencia-ausencia de determinados elementos.
No obstante, se ve al final abocado a establecer
una distinción: a diferencia de lo que ocurre en la
lengua, los signos médicos necesitan de un "soporte
corporal" para ejercer su función (Barthes 1985: 277).
En el plano sintagmático también Barthes encuentra
semejanzas entre la lengua y la semiología médica.
Hay una sintaxis de los signos médicos. Si en la lengua
se hallan palabras-oración o interjecciones que
por sí mismas ofrecen significación, en la semiología
médica encontramos signos típicos que por sí solos
significan una enfermedad determinada. Pero esto no
es todo. Barthes realiza una curiosa analogía de los
síndromes con los sintagmas estereotipados o grupos
de dos, tres o cuatro palabras que, aunque aparecen
en una posición similar a la oración, ofrecen el mismo
valor que una única palabra. "Pomme de terre", nos
dirá, es en el fondo una palabra, aunque, eso sí, una
palabra especial porque constituye un estado intermedio
entre lo puramente paradigmático (pues ofrece
un sentido de palabra) y el plano sintagmático (puesto
que formalmente constituye una sucesión de palabras).
El síndrome o conjunto regular de signos será, desde
su punto de vista, un caso similar al sintagma estereotipado
("pomme de terre") porque, aunque exista
una ordenación sintagmática de los significantes, este
orden es siempre estable y remite a un significado que
es siempre el mismo (Barthes 1985: 279). ¿Cuál es ese
significado? La enfermedad. Pero evidentemente, no la
enfermedad en sí misma.
Ya Saussure nos había dicho que el significado no
es la cosa sino el concepto. El significado de los signos
médicos o de sus agrupaciones sindrómicas es
para Barthes el lugar de la enfermedad en un cuadro
nosológico. Esta idea le permite establecer una nueva
analogía entre la semiología médica y la lingüística: las
dos se establecen sobre el papel de esa reversibilidad
vertiginosa por la que el significado remite siempre
a otro significante generando el circuito infinito del
juego de la significación. En este punto no sólo encontramos
a Saussure y a Barthes, sino también a Peirce
y su idea de semiosis ilimitada (unlimited semiosis)
establecida por el juego interminable de los "interpretantes",
así como a Lacan y su argumento sobre
la imposibilidad de alcanzar la significación de una
palabra al margen del recurso a nuevos significantes
y cadenas de significantes (Lacan 1988: 381; 1989:
50-60). Sólo que Lacan, como buen psicoanalista, entenderá
el síntoma desde otra óptica. Como afirmará
en varias ocasiones: el inconsciente está estructurado
como un lenguaje (1989: 28), y el síntoma dependerá
de esta estructuración2. Barthes, en cambio, no parece
participar de la estrategia psicoanalítica de ganar al
síntoma para el terreno del sentido, porque es el signo
que elabora el conocimiento médico y no el síntoma
del paciente lo que este autor sitúa en esta dinámica
por la cual el significado queda atrapado en la sucesión
ilimitada de significantes.
Sin duda, hay en Barthes una insistencia por acercar
la semiología general (léase semiótica) a la semiología
médica. Si en un primer momento parece
atender a la definición de síntomas como aquello que
señala el paciente y de signos como evidencias objetivas
que descubre el médico, posteriormente se deja
llevar por la apariencia formal del segundo término
tratando de forzar la analogía entre el signo médico y
el signo saussureano. Pero entre los signos de cortesía
y el cuerpo que da signos de vida, de embarazo o de alergia hay todo un abismo: el de la intencionalidad.
Una distancia que es la misma que separa a los signos
físicos de los síntomas, aunque Barthes ni siquiera
parezca intuir que no sólo hay eczemas, fiebre, tos,
inflamaciones y cicatrices que observa el médico, sino
también quejas, lamentos y gestos que construye el
paciente. Como en la percepción biomédica, la voz
del paciente ha sido anulada, pues ya nada parece
mediar entre la enfermedad y el clínico.
PEIRCE Y EL PACIENTE OLVIDADO
Como ya se ha indicado, la definición de signo
de Peirce y su idea sobre el ámbito de la semiótica
son mucho más amplias que las de Saussure. Para
Peirce: "A sign, or representamen, is something which
stands to somebody for something in some respect or
capacity. It addresses somebody, that is, creates in the
mind of that person an equivalent sign, or perhaps a
more developed sign. That sign which it creates I call
the interpretant of the first sign. The sign stands for
something, its object" (Peirce 1966: 228). No por casualidad,
la definición en cuestión ha traído de cabeza
a muchos autores, y más si tenemos en cuenta la complejidad
de la obra de Peirce y de sus tipologías sígnicas3.
Pero explicitemos mínimamente la definición.
Hay una tríada que genera de forma incuestionable
el proceso de significación y que Peirce negará que
pueda ser resuelta entre pares. Esta es la del signo (o
representamen), el objeto y el interpretante.
Un signo hace referencia a algo que no es el signo
mismo, sino el objeto. Pero la relación peirceana
entre signo y objeto no es ni mucho menos directa,
ya que en el camino se halla el interpretante. ¿Qué
es el interpretante? Pues el propio efecto del significado;
esto es, la consecuencia en el pensamiento
de la presencia del signo. El interpretante se halla
entonces en relación de significado con el signo que
lo ha producido, pero este significado que introduce
el interpretante sólo es posible en la medida en que
es también un signo, aunque creado por el primer
signo. ¿A qué referirá entonces el signo que hace de
interpretante? a otro signo que actuará de interpretante
del segundo signo, y así sucesivamente hasta
componer un proceso de semiosis ilimitada (Peirce
1966: 484, 322).
La definición peirceana permite desvincular al signo
y a la semiosis del requisito saussureano de un
emisor humano. La afirmación: "is something which
stands to somebody" no supone necesariamente la presencia
de una fuente productora de significado, sino
que se basta con un receptor. Con ello se hace posible
introducir en el universo de la semiótica los indicios
naturales, señales y signos físicos que reciben en este
último caso el nombre de síntomas.
Un síntoma es para Peirce un caso de índice
(Peirce 1966: 335). Aquí hace falta recordar la clasificación
peirceana más conocida sobre los signos
y la considerada por el propio autor como la más
fundamental (Peirce 1966: 275): aquella "segunda tricotomía"
que se establece en la relación del signo
con su objeto (Peirce 1966: 247). Más concretamente,
Peirce entiende que, de acuerdo con su objeto, el
signo puede ser un ícono (icon), un índice (index) o
un símbolo (symbol):
1) En el caso del ícono se establece una semejanza entre
las propiedades físicas del objeto y las propiedades
del signo (en tanto que significante). El ícono sería,
curiosamente, aquello que Saussure llamaba símbolo
y que definía como exento de arbitrariedad.
2) El índice sería un tipo de signo que "denota" a su objeto
en virtud de un nexo o vínculo automático: se relaciona
físicamente con su objeto. Y aquí la precisión "denotar"
es importante porque para Peirce la relación entre
signo e interpretante es de significado, mientras que
el vínculo entre signo y objeto es de denotación. Un
ejemplo de índice sería el humo como signo del fuego.
3) Por último, el símbolo sería, paradójicamente, el signo
saussureano, en el que no existe relación natural entre
signo y objeto, sino arbitrariedad y convención o, en
palabras de Peirce, que se relaciona con su objeto "by
virtue of a law" (Peirce 1966: 247).
Peirce propone que el síntoma es un índice porque
muestra una relación no arbitraria con su objeto y, por
tanto, se encuentra en una "real relation to it" (Peirce
1966: 335). El síntoma es entonces un índice o signo
natural que denota un objeto: la enfermedad.
Como podemos observar, los síntomas son para
Peirce signos naturales como el abultamiento del abdomen
que indica un proceso cirrótico o la fiebre
una infección. No establece una distinción entre signo
físico y síntoma o entre síntoma objetivo y subjetivo,
sino que simplemente entiende por síntoma los signos
físicos. El modelo semiótico de Peirce tiene, sin embargo,
importantes posibilidades para el análisis de los
signos y síntomas. Pensemos por un momento en las
categorías ícono, índice y símbolo.
1) La primera categoría es la más problemática, pero, como
ha indicado Szasz (1976: 125), algunos síntomas de
la histeria podrían entenderse como icónicos en tanto
que guardan una similitud con su objeto: un ataque
histérico puede entenderse como el signo icónico de
un ataque epiléptico auténtico.
2) El índice sería el clásico ejemplo de la erupción cutánea,
la tos o lo que para nosotros son los signos físicos.
Y esto es incontrovertible puesto que así lo avala el
propio Peirce al decir que los síntomas son índices.
3) La última categoría, la negada por Peirce para el ámbito
de los síntomas, es, paradójicamente, la que muestra
más posibilidades, puesto que puede aplicarse a los
síntomas (subjetivos). "Tengo mal de ojo" o "Me duele
la garganta", por ejemplo, son expresiones arbitrarias
cuyos significantes no tienen relación natural con su
objeto. El síntoma podría entonces ser entendido, utilizando la propia tipología de Peirce, como un
símbolo; afirmación que posteriormente retomaremos
en este artículo.
Pero Peirce no aplica, como así se hará más tarde
(aunque de forma tímida) desde la nueva semiótica
médica, su tricotomía sígnica en estos términos.
Cuando dice 'síntoma' está hablando exclusivamente
de aquellos signos que son índices de una
enfermedad.
Peirce trata también de situar al síntoma en el contexto
de otra de sus tipologías sígnicas. Así, nos dirá
que el síntoma es también un sinsign en tanto que
ocurre en un caso particular y un legisign cuando es
interpretado como el ejemplo específico de una ley o
regla. Concretamente, nos dice: "The Symptom itself
is a legisign, a general type of a definite character. The
occurrence in a particular case is a sinsign" (Peirce
1966: 335).
Esta última afirmación se basa en su primera tricotomía
del signo, esta vez en el dominio de producción
del signo o, si se prefiere, de la relación del signo con
él mismo (Peirce 1966: 243-246). Hay, según Peirce,
qualisigns, sinsigns y legisigns. Los sinsigns engloban
a los qualisigns y los legisigns a los sinsigns. Es por
ello que más que ante una tipología estamos frente a
una jerarquía:
1) Un qualisign es "a quality which is a Sign. It cannot
actually act as a sign until it is embodied" (Peirce 1966:
244), por lo que parece ser la materia o sustancia misma
del signo4, el signo en su primeridad (firstness)5.
2) Los sinsigns refieren a la ocurrencia del signo una sola
vez, en un caso particular.
3) Los legisigns implican una convención, una ley, una
norma determinada.
Un artículo (the), nos dirá Peirce, puede aparecer
en una página de quince a veinticinco veces y cada
una de ellas será un sinsign. En cambio, la palabra
como tal remite a un tipo general, y este tipo es el legising (Peirce 1966: 246).
En el caso de un síntoma -signo físico para nosotros-
como el sarpullido, estaríamos ante un sinsign en tanto que ocurre una determinada vez, y ante un legisign en tanto que existe una convención que infiere
ya no sólo un caso específico, sino un tipo general
por el que el "sarpullido" es un elemento normativo
del sarampión desde una convención como el conocimiento
médico.
La clasificación sígnica de Peirce es ciertamente
compleja. A nuestros propósitos baste retener tres
ideas:
1) La semiótica no abarca exclusivamente los signos creados
por un emisor humano.
2) Un síntoma es un índice que se relaciona físicamente
con su objeto.
3) Que el síntoma sea un índice no se contradice con su
potencial cualidad de legisign, ya que se trata de un indexical legisign que sólo adquiere forma de ley en
la conciencia de un destinatario médico.
A pesar de las divergencias de fondo, el síntoma es para Peirce, igual que para Barthes, un indicador natural. Hay también otros semiólogos generalistas que han asumido esta definición, aunque con matices que permiten a veces un mayor acercamiento al reconocimiento semiósico del paciente. Este es el caso de Umberto Eco, quien, a pesar de su vinculación estructuralista, se muestra en muchos aspectos más cercano al proyecto de Peirce que al de Saussure. Como apunta el conocido semiólogo italiano:
Quienes reducen la semiótica a una teoría de los actos comunicativos no pueden considerar los síntomas como signos ni pueden aceptar como signos otros comportamientos, aunque sean humanos, de los cuales el destinatario infiere algo sobre la situación de un emisor que no es consciente de estar emitiendo mensajes en dirección de alguien (Eco 1991: 33).
Eco asume la idea de que la semiótica no tiene
objetos particulares de estudio como los signos saussureanos,
sino objetos que son tales en tanto que participan
en la semiosis o proceso semiósico (Eco 1991:
34; 1992: 240). En esta medida, los índices, las huellas
o las señales naturales entrarían dentro del ámbito de
la semiótica. Entre ellos, Eco incluye a los síntomas, a
los que asocia casi de forma invariable con los signos
físicos: fiebre, tos, eczemas, etcétera. Decimos "casi de
forma invariable", porque en "La estructura ausente"
nos ofrece una distinción que podría parecer muy cercana
a la que mantenemos aquí. Concretamente nos
dice, a la hora de establecer un catálogo de campos
de la semiótica, que la semiótica médica se escinde
en dos áreas distintas: a) el sistema que permite dotar
de significado a los índices naturales; y b) el sistema
de expresiones lingüísticas por medio de las cuales
los pacientes de «medios y civilizaciones distintos
denuncian verbal o cinésicamente un síntoma» (Eco
1989: 16). De esta manera, los índices naturales aparecen
incluidos en el ámbito semiótico en la medida
en que existe un sistema de convenciones (como la
enciclopedia médica del intérprete) que los dota de
sentido. Por otro lado, Eco hace alusión a las expresiones
lingüísticas de los pacientes, aunque parece que
la expresión en sí misma no sea el síntoma, sino la
denuncia del síntoma; esto es, el síntoma permanece
como un invariable natural que es señalado por el
paciente de la misma manera, podríamos decir, que
la mano denuncia el dolor de costado al ocultarlo.
En su conocido Tratado de semiótica general hace
una valoración calcada de la anterior, a excepción de
un comentario relevante sobre el psicoanálisis:
En última instancia, hasta el propio psicoanálisis es una rama de la semiótica médica y por eso de una semiótica general, en cuanto que tiende a ser bien la codificación sistemática, bien la interpretación textual continua de determinados signos o símbolos proporcionados por el paciente, ya sea a través del relato (por mediación verbal) de los propios signos, o a través de la propia estructura sintáctica y de las particularidades semánticas (lapsus, etc.) de su relato verbal (Eco 1991: 27; el énfasis es nuestro).
Hemos resaltado las palabras "signos" y "símbolos"
para poner en evidencia la elusión que se establece
del concepto de síntoma. La razón es que Eco
llama síntomas a lo que nosotros denominamos signos
físicos y signos e incluso símbolos a la discursividad
del paciente y que incluiría, desde nuestra perspectiva,
los síntomas (subjetivos). Por otro lado, en tanto que
el semiólogo italiano no se interesa por los problemas
de comunicación clínica, no entra en el terreno de
esas "expresiones que denuncian síntomas" y que en
nuestras palabras podríamos reformular como "expresiones
que denuncian malestares o cambios físicos
y/u orgánicos por parte del emisor que los padece",
puesto que el síntoma subjetivo nunca se presenta
como malestar en sí mismo, sino como denuncia. El
síntoma subjetivo es el producto de sentido elaborado
y comunicado por un emisor con un código arbitrario
que remite a una enciclopedia cultural, no el sonido
amorfo de los órganos.
Eco sí que nos habla, en cambio, de los síntomas
como inferencias naturales, puesto que le son de utilidad
para defender sus argumentos sobre el alcance
temático de la semiótica. Al definir el carácter polisémico
del término "signo" nos dice: "[...] encontramos
un bloque de usos lingüísticos según los cuales
el signo es 'indicio evidente del que pueden extraerse
deducciones con respecto a algo latente'. En este sentido
se habla de signo en el caso de los síntomas
médicos, los indicios criminales o atmosféricos [...]"
(Eco 1990: 21). Y es que el síntoma es para Eco un
signo cuya función semiósica se establece:
a) bien en una relación pars pro toto en la que el síntoma
es una parte de un todo oculto que no se muestra
enteramente, puesto que al menos emerge, como en
un iceberg, la punta;
b) bien en un procedimiento de efecto pro causa que sólo
puede alcanzarse en casos de causalidad probada y
codificada, como cuando el humo quiere decir que "allí
arriba hay fuego" o cuando se establece la relación "si
respira, está vivo".
c) bien en el sentido pronóstico que va de la causa a sus
posibles efectos, como en la proposición "la herida
anuncia la muerte" (Eco 1990: 21-57; 1991: 326-327).
En todos estos casos, el significado del síntoma no reside en sí mismo, sino en la inferencia que establece un destinatario (léase clínico) de acuerdo con una convención social (léase medicina). Los síntomas están para alguien, pero no por alguien.
CONCLUSIONES: LOS SÍNTOMAS ESTÁN "POR" ALGUIEN
Aunque desde posiciones diferentes, tanto Barthes
como Peirce entienden que los síntomas son signos
físicos. Es indudable que estos dos autores se caracterizan
por operar dentro de la semiótica (o semiología)
general y no de un terreno particular como la semiótica
médica. De aquí estas incursiones elusivas en el
dominio del síntoma que les lleva a asimilarlo con
los signos físicos y a omitir ese otro lado del espectro
compuesto por las expresiones del paciente. Hay en
Peirce y en Barthes, y en mucha menor medida en
Eco, una falta de cuestionamiento de lo que es un
síntoma en oposición a un signo físico y todo lo que
ello encierra: el sonido mudo de los órganos versus la narrativas del sufrimiento.
A diferencia de los grandes precursores, los autores
que trabajan en semiótica médica han prestado mayor
atención al carácter problemático del síntoma, a ese
fenómeno que es difícil de situar como un objeto natural
o cultural. A efectos analíticos, y para propiciar
el rescate del síntoma subjetivo del olvido semiótico,
podemos dividir estas aportaciones en dos grupos:
1) Por un lado, tenemos las aportaciones que han analizado
el síntoma partiendo de la intención interpretativa del
destinatario. Aquí el problema ha sido cómo el síntoma
puede ganar o perder sentido de acuerdo con su aprehensión
por parte de una consciencia médica. Aunque
esta perspectiva no niega la existencia de un emisor, lo
cierto es que se observa una preeminencia de la intentio
lectoris o intención del intérprete. Por ejemplo, un autor
como Uexküll (1982: 205-215) ha esbozado el doble
argumento de que los síntomas aparecen afectados por
variables psicológicas, a la vez que nos ha mostrado
una tipología de los síntomas de acuerdo con su base
posible de apropiación. Atendiendo a la distinción
entre: a) "medicina científico-natural", b) "medicina
psicológica" y c) "medicina psicosomática", el autor
nos desvela las asunciones de las diferentes lecturas.
De forma respectiva, el síntoma habría sido interpretado
como: a) un fallo de la máquina humana, b) un error
en la socialización y en el aprendizaje de conductas
y c) un equívoco expresivo por el que un conflicto
psicológico sería expresado de acuerdo con pautas somáticas
(Uexküll 1982: 211). Un planteamiento similar
es el elaborado por Kahn (1978), quien ha tratado de
configurar una semiótica del diagnóstico a partir de
un concepto clave: los "signos diagnósticos", que son
definidos a partir de una redefinición peirceana. No
obstante, lo que preocupa a Kahn no es el código de
los pacientes que emiten síntomas, sino discriminar
los códigos del destinatario médico. Es por ello que
en su definición de los signos diagnósticos el sentido
del síntoma queda de nuevo atrapado en el destinatario
("to somebody").
2) Por otro lado, algunos autores han tratado de conquistar
el dominio de la intención del autor-emisor (el paciente)
y de la obra (el síntoma). Este es el caso, por
ejemplo, de Staiano (1982: 335), quien a partir de su estudio entre los garífuna de Belize nos muestra cómo
existe un juego interpretativo por el cual signos como
la "fiebre de la malaria" pueden corresponderse de
forma arbitraria con sus objetos y sus interpretantes
en el discurso de los pacientes o del público lego en
general. También de Hokansalo (1991: 251-268) y su
investigación sobre los lamentos de las trabajadoras
finlandesas que le lleva a concluir que "The symptoms
in my data were partly indexical, but mostly symbolic.
As symbols the symptoms had objects arbitrarily linked
to the representamens. It was in the communication
process itself that the symptoms gained their various
meanings" (Hokansalo 1991: 261).
En realidad, la recuperación del sentido autóctono
de los síntomas, de su condición de hechos simbólicos
(en el sentido de Peirce), ha sido una de las constantes,
no ya de la semiótica médica, sino de la antropología
médica6. El síntoma puede entenderse como un "hecho
biosocial total" que condensa corporalidad, emociones,
condiciones de existencia, contenidos culturales y
las implacables formas duras de la economía-política
en el instante de una queja, de un lamento o de una
expresión de malestar como "¡Ay!, Dios mío. Cada día
me cuesta más ponerme en pie". Su aparente carácter
mixto entre lo indexical y lo simbólico se relaciona
con el proceso de significación y resignificación de un
conjunto de sensaciones corporales, pero su naturaleza
fundamental es simbólica. Los síntomas guardan un
sentido autóctono antes de que un destinatario médico
repare en ellos.
El mundo simbólico de los síntomas tampoco puede
reducirse a la potencial inferencia lógico-conceptual
del paciente ante fenómenos como una erupción
cutánea, pues debe incluir la capacidad del afligido
para crear/producir síntomas. Puede que los signos
físicos no necesiten de una conciencia (o inconsciencia)
humana para su producción, pero los síntomas
no sólo están para alguien, sino también por alguien.
Agradecimientos
Este texto se ha realizado dentro del marco de los proyectos MICINN CSO2009-08432 y CSO2012-33841 y Fundació la Marató de TV3 nº 090730. También queremos agradecer a los evaluadores anónimos de este texto sus valiosas aportaciones.
1 En 1983, Umberto Eco y Thomas A. Sebeok (1983) editaron un interesante libro bajo el enigmático título de The Sign of Three, que incluye ensayos de diferentes autores sobre Dupin, Holmes y Peirce. Como explican los propios editores, el título era una referencia/homenaje al relato de Conan Doyle: "The Sign of Four". Debo reconocer que he sucumbido a la tentación de titular este artículo como "El signo de los cinco" en triple y modesto homenaje a Conan Doyle, a los editores de "The Sign of Three" y a los autores centrales analizados en este texto: Saussure, Foucault, Barthes, Eco y Peirce.
2 En sus Écrits, Jacques Lacan hace explícita su concepción del síntoma. El síntoma forma parte de una especie de "primer lenguaje". Es un símbolo, pero muestra la peculiaridad de hacer hablar sin saberlo (Lacan 1966: 280-281, 293). Contrasta de forma evidente con los signos físicos. Como el propio autor indica al hablar sobre la iniciación psicoanalítica: "Ce que la conception linguistique qui doit former le travailleur dans son initiation de base lui apprendra, c'est à attendre du symptôme qu'il fasse la preuve de sa fonction de signifiant, c'est-à-dire de ce par quoi il se distingue de l'indice naturel que le même terme désigne couramment en médecine» (Lacan 1966: 418). El síntoma no es, entonces, un índice natural sino un significante. Entendiendo la palabra significante en el marco de esa primacía lacaniana del significante sobre el significado por la que no hay significados, sino significantes que remiten irremisiblemente uno al otro de forma ilimitada (1966: 516-517). Probablemente, si cambiamos el término lacaniano e hiperinclusivo de significante por el de signo lingüístico, todo vuelve a la normalidad, pues ya Saussure dijo que el significado de un signo no es una cosa, sino un concepto.
3 La división de los signos de Peirce es ciertamente compleja. Nos habla de tres tricotomías. La primera es la que establece en la relación del signo consigo mismo (qualisign, sinsing y legisign). La segunda es la que se produce en la relación signoobjeto e incluye los ya conocidos icon, index y symbol. La tercera tricotomía se articula en el vínculo signo-interpretante (rheme, dicent sign or dicisign y argument). Aquí sólo trataremos las dos primeras, pues son las que Peirce utiliza al hablar de los síntomas.
4 Eco habla de los qualisigns como las expresiones que tienen un "unicidad material". La Piedadde Miguel Ángel sería un qualisign, pero como es necesario para que exista que se produzca por lo menos una vez, ella es también un sinsign (Eco 1991: 269-270).
5 La tricotomía qualisign, sinsign, legisign está relacionada, respectivamente, con las categorías fenomenológicas de firstness, secondness y thirdness del mismo Peirce. Firstness es la posibilidad de ser de un "hecho" sin referencia a ninguna otra cosa y se relaciona con el qualisign en tanto que la naturaleza de este es de cualidad. Secondness es el "hecho" en relación con un segundo, pero no con un tercero. Thirdness sería la presentación de ese "hecho" en su relación con una regla o convención.
6 No es el objetivo de este artículo referenciar y/o analizar todas las contribuciones en antropología médica que han aplicado estrategias hermenéuticas y/o fenomenológicas, como el paradigma del embodiment, a la recuperación del sentido autóctono de los síntomas. Para un análisis de la cuestión véase Martínez-Hernáez (2000).
REFERENCIAS CITADAS
1. Barthes, R. 1985 L'aventure sémiologique. Éditions du Seuil, París.
2. Breuer, J. y S. Freud 1985 Estudios sobre la histeria. Obras Completas de Sigmund Freud, vol. II. Amorrortu, Buenos Aires.
3. Eco, U. 1989 La estructura ausente. Lumen, Barcelona.
4. Eco, U. 1990 Semiótica y filosofía del lenguaje. Lumen, Barcelona.
5. Eco, U. 1991 Tratado de semiótica general. Lumen, Barcelona.
6. Eco, U. y T. A. Sebeok (editores) 1983 The sign of three. Dupin, Holmes, Peirce.Indiana University Press, Bloomington.
7. Foucault, M. 1972 Naissance de la clinique. Presses Universitaires de France, París.
8. Freud, S. 1988 Escritos sobre la histeria. Alianza, Madrid.
9. Honkasalo, M. L. 1991 Medical symptoms: a challenge for semiotic research. Semiotica 87: 251-268.
10. Kahn, J. Y. 1978 A diagnostic semiotic. Semiotica 22: 75-106.
11. Lacan, J. 1966 Écrits. Editions du Seuil, París.
12. Lacan, J. 1989 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires.
13. Lacan, J. 1988 Los escritos técnicos de Freud. Paidós, Buenos Aires.
14. Lock, S., J. M. Last y G. Dunea (editores) 1986 The Oxford Companion to Medicine. Oxford University Press, Oxford.
15. Martínez-Hernáez, A. 2000 What's behind the symptom? On psychiatric observation and anthropological understanding. Routledge, Londres y Nueva York.
16. Peirce, C. S. 1966 Collected papers of Charles Sanders Peirce, vols. 1-2. The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge.
17. Saussure, F. 1974 Cours de linguistique générale. Payot, París.
18. Staiano, K. V. 1982 Medical semiotics: Redefining an ancient craft. Semiotica 38: 319-346.
19. Szasz, T. 1976 El mito de la enfermedad mental. Amorrortu, Buenos Aires.
20. Uexküll, T. V. 1982 Semiotics and medicine. Semiotica 38: 205-215.