Lugares entre no-lugares
Places among non-places
Pedro Falcato
Muchas cosas que nos atañen exceden nuestra capacidad de manejo,
equilibrio, acceso o comprensión. Algunas de ellas se relacionan con lo natural
o con lo trascendente. Otras, con la actividad humana, sobre todo colectiva.
Los medios de comunicación ofrecen hoy muchos ejemplos de ello. Son
herramientas que tienen un asombroso poder para ampliar el alcance de nuestros
sentidos en el tiempo y en el espacio, pero que presentan dificultades abrumadoras
cuando se intenta mantener el equilibrio entre ese alcance sensorial, la
percepción, la comprensión, la valoración de los hechos y la visión del mundo.
Los casos son innumerables: en casi todas las disciplinas se publica mucho
más de lo que los especialistas en ellas pueden leer; ni siquiera nos enteramos de
que pueblos enteros se encuentran en situaciones desesperantes y requerirían de
nuestra solidaridad, pero los noticieros quizás nos informen acerca de un robo en
el Lejano Oriente, que puede ser tema de conversación durante varios días.
Aunque tengamos acceso a una gran variedad de contactos y a una enorme
cantidad de datos, nuestra conciencia y nuestra atención logran abarcar solo
una pequeña fracción de todo el panorama.
Las tecnologías de la información influyen cada vez más en nuestras
vidas, lo cual genera una dependencia preocupante. Pero por otra parte nos
ofrecen la capacidad de establecer contactos instantáneamente, de administrar
o manipular flujos de información; ese poder es útil, y además seduce.
Con respecto a los factores que explican la seducción que ejercen los
productos de la técnica, debemos considerar también que no pocos son realmente
admirables e incluso bellos. Esto ocasiona un efecto Pigmalión, en dos
de los sentidos atribuidos a ese mito. Veamos el primero: cuando alguien tiene
expectativas acerca de una persona, a raíz de ellas suele influir involuntariamente
sobre la conducta de dicha persona, hasta producir la confirmación de esas
expectativas, sea por construcción, mejoramiento, destrucción o limitación de
sus posibilidades. En el caso que nos ocupa no se trata de alguien, sino de algo
que parece tener vida propia porque nosotros mismos lo modificamos continuamente,
de manera consciente o inconsciente.
En el segundo sentido, dicha apariencia de vida facilita otra similitud
con los relatos acerca de Pigmalión y Galatea: es posible que nos enamoremos
de nuestra fascinante obra. Quizás lleguemos hasta el extremo de pensarnos en
función de ella, como ocurre cuando nos vamos asimilando a un ser amado y a
sus características. Eso puede parecer monstruoso; sin embargo, antes de deplorar
a las nuevas tecnologías por considerarlas incompatibles con nuestra
naturaleza, corresponde recordar que muchos otros artefactos tecnológico-culturales
con una historia algo más larga suelen ser asumidos como elementos
que se adaptan perfectamente a nuestra forma de ser, entre ellos los libros impresos
o las bibliotecas, aunque en realidad no están exentos de riesgos de producir
alienación o de ser usados para el mal.
¿Qué es más conveniente, entonces? Retomando lo dicho, no solo nos
interesa aquello que está en una escala manejable para nosotros como individuos.
Es por eso que pensamos acerca de la cultura, las civilizaciones, la humanidad
en su conjunto, nuestro planeta, el universo, la trascendencia, etc.
Pero cuando pretendemos actuar sobre la realidad, las herramientas que
utilizamos deben estar adaptadas a nuestra escala al menos en uno de sus extremos,
como la empuñadura del destornillador a la mano. En el otro extremo -el
más alejado de la empuñadura, podríamos decir- las herramientas son instrumentos
que suelen ampliar el campo de lo que se entendía hasta ese momento
como escala humana, ya que se diseñan justamente para aumentar nuestras capacidades.
Las bibliotecas tienen esa característica, y también la poseen las
tecnologías de la información más recientes. Son recursos en pleno desarrollo,
utilizables para alcanzar objetivos buenos o malos, por lo cual si el poder que
nos confieren creciera más rápido que nuestra capacidad para manejarlos adecuadamente,
estaríamos ante un problema.
Esos medios deberían contribuir a nuestra felicidad, aportando elementos
útiles para generar ambientes propicios para el desarrollo de las personas, espacios
donde éstas puedan relacionarse adecuadamente entre ellas y con el mundo.
Diversos ámbitos permiten, en mayor o menor medida, que la gente
interactúe de distintas maneras: el hogar, el trabajo, la calle, parques, bares,
discotecas, lugares públicos, cibercafés. En ellos también hay presencia de tecnologías,
que tienen creciente influencia.
Muchos de esos sitios son riesgosos, o no facilitan encuentros verdaderos.
Sin embargo, a veces es difícil hallar otros que sean mejores. Y es cada vez
mayor el tiempo que pasamos en los espacios que Marc Augé ha denominado no-lugares, enclaves por los que transitan seres anónimos, ajenos momentáneamente
a su propia identidad u origen (Augé, 1993); algunos ejemplos que suelen
mencionarse son los centros comerciales, las estaciones de servicio, los
habitáculos de los medios de transporte, e incluso Internet. Corresponde aquí
acotar que la calificación de no-lugar aplicada a un espacio en particular, depende
de la interpretación que se haga y del punto de vista que se adopte; quizás
en el patio de comidas de un centro comercial se reúna habitualmente un grupo
para compartir momentos de verdadera amistad. Pero es más frecuente encontrar
abigarradas multitudes de solitarios cuyas relaciones interpersonales son
nulas o mínimas, quienes al quedar despojados momentáneamente de sus historias,
características e identidades pasan a ser solamente usuarios, clientes, pasajeros,
o visitantes de un foro de Chat reconocibles apenas por un seudónimo.
En los no-lugares abundan tanto las señalizaciones como los textos breves
dirigidos a cualquiera y a nadie en particular, los cuales inducen al transeúnte
a circular sin relacionarse con sus semejantes. Los contactos son fugaces
y tienen poco contenido, aunque suele pretenderse lo contrario; por ejemplo,
quienes intercambian mensajes en el libro de visitas de un blog, conociendo del
otro apenas un par de datos inconexos, suelen emplear sin mayor sustento palabras
afectuosas, agresiones o reproches, asumiendo un papel dentro de una ficción
que simula una verdadera comunicación personal.
En la era de la globalización han aparecido no-lugares electrónicos
vastísimos, pero la posibilidad de moverse en esos espacios con pocas fronteras
no siempre ha conducido a la generación de una conciencia amplia, cosmopolita
o transnacional, sino a veces a una banalización de las relaciones humanas, y
a la devaluación de ideas, identidades y principios.
Acecha la tentación de no ubicarse, de permanecer ilocalizado, no por
tener una visión universalista, sino por la comodidad que ofrece el anonimato y
por la posibilidad de renunciar al esfuerzo que significa ser uno mismo y afrontar
las responsabilidades que devienen de los propios actos u omisiones.
O bien, por reacción, para algunos es tentador el rescate de la perspectiva
local no tanto por sus valores originales sino más bien por la posibilidad de
autoidentificarse mediante la mera pertenencia a un grupo delimitado y excluyente.
En cualquiera de los casos antedichos, falta una actitud de apertura a los demás.
Se corre el riesgo de que proliferen los prejuicios, porque no hay un espacio
social amplio que sea también entendido como ámbito de vida en común.
Parece como si la tecnología de comunicación basada cada vez más en
dígitos o paquetes discontinuos hubiese influido en nuestra percepción de la
realidad, partiéndola en pequeños trozos.
Esa fragmentariedad fomenta una construcción de la opinión pública a
partir de la acumulación de mensajes cortos e inconexos que, aunque podrían
ser utilizados como materia prima para generar representaciones más o menos
acabadas de algún aspecto de la realidad, sin tal elaboración carecen en buena
medida de sentido y de relación entre sí. Más aún, con la digitalización de imagen
y sonido se ha desarrollado una realidad virtual interactiva, en grado tal que
tiende a debilitarse la noción de lo real y se fortalece en cambio la idea de que
vivimos dentro de una especie de juego que tiene otras reglas, unas reglas artificiales.
Lo que circula por los medios de comunicación tiene más valor que lo
que ven nuestros propios ojos.
También la Ciencia y la Tecnología se refieren cada vez más a cosas que
están fuera del alcance directo de nuestros sentidos. No podemos percibir una
onda de radio, aunque escuchamos que el aparato receptor funciona. No es posible
ver una partícula subatómica, pero logramos detectarla mediante aparatos
que miden efectos que su presencia produce. El modelo de lo real se refiere hoy,
en buena medida, a objetos inaccesibles para nuestros sentidos, pero que pueden
ser visualizados mediante algún equipamiento, y en particular mediante la pantalla
de una computadora dotada de los programas adecuados. Y se valoran
muy especialmente los modelos digitales, simulaciones hechas por seres humanos
con la ayuda de artefactos y técnicas, elaboraciones sociales que reinventan
el mundo transformándolo en virtual. Al no prestar tanta atención a la realidad
en sí, sino más bien a sus representaciones informáticas, se tiende a pensar al
mundo no ya como dado por la naturaleza o por la divinidad, ni como un gigantesco
mecanismo de relojería, sino como el espejo de un cúmulo de algoritmos
muy complejos, por lo cual sería cognoscible o manipulable solamente con la
ayuda de herramientas informáticas.
Todo eso nos aporta perspectivas novedosas e interesantes, pero no hay
que perder de vista que vivimos y morimos en el mundo real.
Los no-lugares informáticos, en cuanto tales, tienen aspectos que son
beneficiosos en determinadas circunstancias. Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad
de despojarnos momentáneamente de los condicionamientos opresivos
que nos impone nuestro pasado, así como de la angustia por el futuro. Además
la idea de lugar, que se le opone, está ligada con otras como origen, identidad
y pertenencia que, si bien tienen connotaciones muy valiosas, a veces se
vinculan con el localismo obtuso y con la xenofobia.
Sin embargo, la sociedad digitalmente conectada no es tan libre y tolerante
como a veces se la presenta. No son infrecuentes en ella atisbos de cierto
estilo de moral que suelen producir los grupos dominantes para autojustificarse.
Se presentan formalmente como tolerantes, pero plantean una forma de vida
considerada a priori superior a todas las otras, la cual se extiende por su poder y
prestigio hasta abarcar casi todos los aspectos de la vida cotidiana, quedando
ocultas sus facetas perniciosas.
Desde épocas en las que la información estaba al alcance de pocos, el
desarrollo de las técnicas -no solo las informáticas- permitió ampliar su difusión,
hasta llevarla a grandes cantidades de personas. Pero a veces esa información
ha sido intencionalmente sesgada, transformada en vehículo de ideologías
dominantes presentadas como verdades absolutas. Tales puntos de vista pueden
llegar a parecer naturales para quienes se formaron bajo su influencia, tanto que
ni siquiera piensen en discutir su validez. Una circunstancia agravante es que la
información se ha ido cosificando y fragmentando hasta quedar partida en datos
casi insignificantes, totalmente descontextualizados. Esto no ayuda a promover
el pensamiento libre y amplio, que no quiere decir irresponsable y poco comprometido
sino, para que sea auténtico, todo lo contrario.
En un momento eran impuestas determinadas ideas, tal vez ahora otras.
Es posible que mientras se abomina de los abusos pasados, se estén aceptando
inadvertidamente otros nuevos. Recordando la conocida sentencia de Mariano
Moreno: "...si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si
cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas
ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil
incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía"
(Moreno, 1810: 377).
Entonces, los profesionales que actúan en el campo de la información,
entre ellos los bibliotecarios, deben decidir si asumen o no un compromiso para
colaborar en la construcción social de soluciones a esos problemas, que tienen
nuevas manifestaciones pero no son tan nuevos.
Generar un espacio en las bibliotecas para que las personas puedan encontrarse
con ideas y principios de otros, es una tarea que tiende a ello; a veces no
basta y habrá que defender más activamente el respeto a las diferencias y singularidades,
sin que eso implique aceptar que todo vale igual o que no haya cosas
mejores o peores que otras. Ese respeto significa reconocer, según entiendo, que
aunque existan verdades externas a nosotros -o incluso la Verdad- ninguno de
nosotros es su dueño, porque los conocimientos que tenemos son limitados.
Creo que las finalidades de nuestra vida pueden estar, en muchos aspectos,
más establecidas de lo que solemos creer; no así los caminos que conducen
a ese destino, los cuales deben ser develados incesantemente.
Por eso al mismo tiempo entiendo que es necesario trabajar activamente
por lo que creamos justo, beneficioso o verdadero. Esto implica una actitud
para nada sedentaria, sino activa y comprometida, que procure lograr un equilibrio
siempre exigente de trabajo y responsabilidad, frecuentemente también de
valentía. Una tarea docente, entendiendo a la docencia no como una imposición
de estructuras y conceptos sino como una ayuda para que el prójimo desarrolle
su propia riqueza potencial.
Como todo esto involucra una actividad de verdadera interacción humana,
no podría producirse en no-lugares, sino en espacios de encuentro de personas
que tienen una identidad. Espacios de acción y entornos vitales, donde no
vivan aisladas, sino que puedan ser más y más ellas mismas, estando abiertas y
receptivas para los otros.
¿Son lugares las bibliotecas? Ellas preservan registros del conocimiento,
la información y los datos producidos por personas, posibilitando que otros
seres humanos se encuentren con ellos. Pero no se trata de contactos directos,
sino intermediados por la institución y por los documentos. En entidades que
tienen un grupo acotado de usuarios, es probable que exista una relación de
conocimiento humano no superficial entre algunos de ellos y los bibliotecarios,
pero esto puede dificultarse en entidades más grandes. Más aún, con frecuencia
cierta asepsia en el trato es considerada una característica virtuosa, ya que las
tecnologías informáticas y sociales también han habilitado mecanismos de espionaje
o control sobre la intimidad de las personas, como un gran ojo siempre
abierto sobre nuestro existir. Que algunas instituciones en la sociedad permitan
a la gente acceder a la información sin someterse a miradas que podrían ser
indiscretas, es desde este punto de vista algo sumamente meritorio.
La imprenta y las bibliotecas abiertas al público, en cuanto dispositivos
técnicos, posibilitaron el comienzo de la masificación de esa comunicación, al
menos en un sentido. Porque hasta hoy no son mayoría quienes llegan a producir
documentos que se incorporen a las bibliotecas o que sean editados y distribuidos
ampliamente. Creció así el universo de los potenciales lectores, pero
proporcionalmente no tanto el de los autores que pueden llegar a aquellos. El
carácter limitante de esa intermediación con respecto a las posibilidades de que
una persona común pudiese poner su producción intelectual, su pensamiento y
opiniones al alcance de los demás, ha sido revertido en parte por las posibilidades
que ofrece Internet.
Considerando lo antedicho, ¿debería ponerse un límite en estos momentos
a la evolución tecnológica en nuestro campo? Más conveniente que tratar de
ponerle trabas (dado que, por otra parte, se desarrolla hoy con la fuerza de un
aluvión), es fomentar la conciencia de su carácter instrumental, no final, y promover
que no se la utilice para restringir las posibilidades de desarrollo pleno
de las personas sino para potenciarlas.
No debe olvidarse que en el uso individual o social de otros artefactos
culturales también hay -o ha habido- manejos peligrosos.
Hoy para muchos si algo aparece en los medios, o en Internet, es digno de
considerarse, en caso contrario no existe; este mecanismo social inspira desconfianza
en mucha gente lúcida. Pero también he conocido personas que sostenían
como garantía de la verdad de sus afirmaciones, que éstas provenían del texto de
un libro, es decir que algo era cierto por estar registrado en letras de molde. No
todo lo impreso es verdad, no siempre leer nos hace mejores automáticamente.
Leyendo podemos aislarnos y apartarnos de la realidad; por cierto, también podemos
aprender a comunicarnos, encontrar enormes tesoros, etc.
Tanto los elementos de la galaxia Gutenberg como los recursos
informáticos no son fines, sino medios que todos podemos usar para construir
lugares donde ser nosotros mismos, con raíces en una cultura y en una sociedad,
pero manteniendo espacios de libertad y de privacidad (no de anonimato).
Entonces, para sostener un punto de vista equilibrado, hay que dar importancia
a lo que ocurre con la gente, más allá de los aspectos tecnológicos.
La información, justamente, puede ser concebida como algo que ocurre
en las personas, un proceso por el cual alguien modifica su existencia al educarse,
enfrentar hechos de la vida, comunicarse con los demás, leer textos, etc.
Por otro lado, puede ser vista como una cosa procesable y medible,
incluso como una mercancía; hay que reconocer que esta última visión ha habilitado
importantísimos desarrollos, y que las bibliotecas han estado muy influidas
por la misma. Información es, desde esta perspectiva, no un proceso en el
cual una persona se transforma a partir de su interacción con el contenido de un
documento, sino los contenidos del documento en sí mismos. Esa cosificación
permitió concebir técnicas para comerciarla, acumularla, administrarla, ordenarla,
conservarla y recuperarla.
También permitió construir sistemas que requieren poco contacto humano
para funcionar, estructuras que procuran ser neutrales y abiertas para todos,
sustentadas en la puesta en práctica de una perspectiva técnico-administrativa.
Espacios con bastante de no-lugares, donde los usuarios pueden ser consumidores
pasivos de contenidos, por lo cual se evitan ciertos riesgos pero también se
pierden posibilidades de alcanzar una sabiduría que sirva para mejorar nuestra
vida. Estas características son aún más notables en las bibliotecas virtuales.
Sería un despropósito despreciar la técnica, pero al mismo tiempo es de
fundamental importancia fortalecer a las bibliotecas como ámbitos para el encuentro
entre personas, en primer lugar mediante una exposición contextualizada
al pensamiento, valores, percepciones, sentires e intereses de otros, que permita
a cada uno generar una identidad y una postura propia evolutivas. Esto se
logra por asimilación, crítica, oposición y elaboración de los elementos del acervo
común, en una confluencia de lo social y lo individual.
También a través de relaciones humanas, mediante las cuales sea posible
reconocerse mutuamente; entre usuarios en las actividades culturales, educativas
y comunitarias. Asimismo entre bibliotecarios y usuarios; la referencia
y la formación de usuarios implican estar presentes, interesados, buscando caminos
de manera creativa. El objetivo no es forzar un cambio en los demás, sino
acompañarlos y facilitar que accedan a oportunidades de desarrollo como personas,
colaborar en su sostenimiento, a veces sólo acompañarlos. Reitero que la
tarea docente del referencista debe ser entendida en ese sentido: apoyar a los
usuarios para que desarrollen sus potencialidades. Como una labor de ese tipo
implica conocer aspectos del pensamiento y actividad de estos, adquieren particular
importancia las garantías de reserva en el uso de la información personal.
La identidad tiene relación también con el contexto vital y con las raíces
de los seres humanos, por lo cual las bibliotecas deberían interesarse especialmente
en incorporar documentos sobre lo local y diferente, lo que tiene que ver
con la propia región, vidas e idiosincrasia, para que ese caudal no se pierda y
mediante las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la comunicación, forme
de hecho y de derecho parte del patrimonio de toda la humanidad. De esta
manera se tiende a enfatizar que nuestros usuarios no solo son consumidores,
sino generadores de información y conocimiento, de manera tanto individual
como colectiva.
Si las bibliotecas difunden la producción de la gente de su lugar de pertenencia,
entonces no sólo las élites tendrán presencia en el mundo de la información.
Textos de origen supuestamente marginal podrán ser encontrados, valorados
por otras personas y conservados para el futuro.
Apuntando a este mismo objetivo -apoyar que los usuarios se desarrollen
plenamente como personas que viven en una sociedad- sigue siendo tan
importante como siempre ayudarlos a que se informen, no solo adquiriendo
datos aislados. No basta leer mucho y variado sino que, por ejemplo, en una
búsqueda, es necesario entender para qué se busca, qué implicaciones puede
tener lo que se encuentre, averiguar si hay diversas interpretaciones, posturas,
escuelas, productos, maneras de hacer las cosas. Hacer esa elaboración es una
tarea propia del usuario, pero es claro que un referencista puede colaborar en el
proceso.
Hemos dicho que las características de medios tales como la TV, Internet,
etc, tienden a desdibujar el contexto de la información. También suelen diluirlo
las técnicas que utilizamos actualmente para procesarla, gestionarla y recuperarla,
por lo cual en muchos casos será necesario que busquemos alguna manera
para reconstruir ese entorno, revirtiendo la fragmentación y contribuyendo a
que los usuarios accedan a un panorama más humano e integral.
Dicho ambiente contribuirá a que cada persona pueda abrirse a perspectivas
nuevas que le aporten opciones para superar errores y limitaciones, elegir,
de maneras más sabias, encontrarse con miembros de otros grupos y aprender
de ellos, etc.
Creo que siempre se necesitará trabajo, tanto para generar como para
sostener la existencia de lugares de ese tipo. Ningún conjunto aislado de medidas
o acciones sería suficiente; no hay recetas definitivas. Se requerirá una constante
labor, sustentada en un compromiso con la sociedad en general y con los
usuarios en particular, así como en una teoría que no olvide la complementariedad
de las diversas perspectivas sobre la información: la tecnológica, la social y la
individual.
Referencias bibliográficas
1. Augé, Marc. 1993. Los no lugares, espacios del anonimato: una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa. 128p.
2. Moreno, Mariano. 1810. Prólogo a la traducción del contrato social de J. J. Rousseau. En su Escritos. Buenos Aires: Coni, 1896.