Medicina, Investigación y Educación
El progreso de la investigación científica relacionada con la
medicina y, por lo tanto, el de la práctica de nuestra profesión, está
íntimamente vinculado con el estado de la educación en todos sus niveles. Así,
por ejemplo, enfrentamos un grave problema en la formación científica básica de
nuestros jóvenes, que se refleja luego en su formación profesional, lo que no
debería sorprendernos porque no estimulamos la enseñanza de la ciencia en la
escuela. Si bien en nuestros discursos hablamos de la sociedad del saber y del
conocimiento, no siempre estamos dispuestos a realizar los sacrificios
necesarios como para incorporarnos a esa sociedad, sacrificios que son de naturaleza
individual y social.
Ese relativo desinterés por la formación científica se refleja
en el descenso en la matrícula universitaria en las disciplinas de ese campo,
lo que preocupa en todo el mundo, inclusive en los países desarrollados. Por
eso, en todos ellos se generan foros destinados a encontrar el modo de reforzar
la formación científica de los jóvenes. Ni siquiera los Estados Unidos de
América escapan a esta crisis que resuelven importando científicos de todo el
mundo.
Es conocido el hecho de que en las evaluaciones de la calidad
educativa realizadas en la Argentina desde hace algunos años, centradas en la
lengua y la matemática, se han obtenido resultados decepcionantes. Nuestros
jóvenes, por ejemplo, al concluir el ciclo medio, ponen de manifiesto graves
dificultades para comprender lo que leen, así como también serios problemas
para realizar simples procesos de abstracción vinculados con el aprendizaje de
la matemática. Un hecho que no es tan conocido es que entre nosotros también se
han realizado evaluaciones destinadas a determinar el conocimiento científico
de esos jóvenes. Los resultados de esos estudios han sido tan pobres que, en su
momento, las autoridades optaron por no darlos a conocer.
A estas observaciones no escapa la educación médica porque
también en nuestras instituciones prestamos escasa atención a la formación
científica básica. En relación con los conocimientos científicos de la década
de 1960, nuestra formación científica como estudiantes de medicina era mucho
más avanzada que la que hoy reciben nuestros estudiantes, en relación con los
conocimientos científicos actuales. Ese hecho tiene graves consecuencias y,
por esa razón debemos encarar un gran esfuerzo para superar esa deficiencia que
hoy detectamos claramente.
¿A qué se debe ese deterioro? Las causas son múltiples y
complejas. Una cuestión esencial, que aparece en todos los niveles del sistema
educativo, es la de la relevancia. Crecientemente se presenta a la educación
como ligada a la utilidad del conocimiento. Muchos padres e hijos se preguntan,
ante cualquier tipo de conocimiento:"¿Esto, para qué sirve?" Parece una
pregunta inocente, aunque esconde una concepción del mundo y de la vida. Lo que
en realidad se está preguntando es si eso que se enseña será útil para hacer dinero
de forma inmediata, si será fácilmente comercializable. Es esa posición
ideológica la que está llevando a la pérdida del fundamento más profundo de la
educación, que es el de la formación de personas lo más completas que resulte
posible.
Privilegiando la supuesta"utilidad" de la educación,
abandonamos la concepción que sostiene que cualquier actividad vital supone en
cada uno de nosotros el desarrollo de habilidades y de cualidades para la
relación interpersonal que sólo pueden aparecer si nos proponemos formar esas
personas completas y complejas. Por eso, esta subordinación de la educación a
lo útil, esta búsqueda de la relevancia inmediata, supone internarse en un
camino que esconde serios peligros para el intento de formar personas
complejas. Cualquier análisis, incluso en el campo médico, demuestra la
trascendencia que tiene el conocimiento, aun el que parece menos relacionado
con la cuestión concreta que se analiza. Eso resulta esencial para lograr una
mejor interpretación de la enfermedad y del modo de enfrentarla. Quien
desconoce los mecanismos íntimos de la enfermedad podrá ser un buen práctico
pero no necesariamente un médico capaz de comprender las sutilezas del terreno
resbaladizo e incierto en el que se mueve y la naturaleza compleja y poderosa
de las herramientas diagnósticas y terapéuticas que maneja. Por eso, nuestros
estudiantes tienen derecho a acceder a esa complejidad, a conocer esas
herramientas, a apropiarse de esos conocimientos, porque en ellos se cifra el
avance y progreso, tanto personal como de la disciplina que cultivan.
Este relativo desprecio por el conocimiento científico básico
con el que encaramos la formación de nuestros profesionales constituirá una
hipoteca para ellos cuando deban desempeñarse en el futuro. Para actuar, lo que
necesitan nuestros estudiantes es más y no menos ciencia. Estamos transitando
el camino contrario, que resultará peligroso, pues los lanzamos al mundo de lo
real carentes de las herramientas básicas que les permitan comprender el mundo
profesional cada día más complejo y cambiante.
Es por estas consideraciones que se debería analizar con más
cuidado esta presión social por justificar la relevancia, antes de aceptarla
tan fácilmente como lo hacemos en la actualidad. Otro de los determinantes de
la actual situación educativa, es una tendencia que define a la sociedad actual
y que es la de rehuir todo esfuerzo. Uno de los objetivos de la educación
contemporánea parecería ser el de evitar a nuestros estudiantes -a nuestros
hijos- el esfuerzo que implica el apropiarse de los conocimientos, de las
herramientas intelectuales. Nos escudamos en frases hechas, que han sido
sancionadas por la pedagogía actual -el aprendizaje de conceptos, el aprender a
aprender- que tranquilizan nuestra conciencia. No advertimos, sin embargo, que
siempre la educación persiguió esos objetivos pero se nos escapa que no hay
conceptos aislados, sino que éstos se explican recurriendo a hechos concretos.
Pretendemos, en fin, que la gente opere con conceptos en un vacío de
conocimientos, otro de los senderos erróneos que recorremos.
En cada circunstancia en que un médico se enfrenta con los
dilemas que le plantea el paciente pone en juego el conjunto de los
conocimientos que posee y la construcción de ese capital de saber requiere un
esfuerzo permanente. Cada vez que se formula un juicio se recurre a todo lo que
esta persona sabe, a toda la experiencia que ha acumulado. Si no se sabe, se
ignora el repertorio de posibilidades disponibles para resolver el problema
concreto del enfermo. Y el saber está basado en ese capital de conocimientos.
Aunque estos conocimientos estén en las bases de datos (y antes en los libros),
deben también estarlo en el interior de las personas enfrentadas a emitir un
juicio, a adoptar una conducta.
Estamos ante la crisis de una función que desde siempre cumplió
el docente y que es la de transmitir. En todo el sistema educativo esa función
está cuestionada. Los resultados de ese retiro de las generaciones anteriores
de su función de transmitir capital cultural a quienes nos siguen, surgen en
todos los diagnósticos del sistema educativo. Hoy experimentamos temor,
vacilación, hasta vergüenza, en dar testimonio frente a las nuevas generaciones
del conocimiento acumulado en la historia cultural del hombre. Cada vez cumplimos
menos la misión de dar ese testimonio y ese fracaso es el que explica muchas
situaciones que observamos en la educación contemporánea.
La concepción actual que privilegia la construcción del
conocimiento por parte de cada uno también debería ser analizada. Si bien se
trata de un movimiento pedagógico que representa un avance, no necesariamente
debe descalificar todo lo anterior. Atravesamos un período en el que,
aparentemente, se piensa que todo lo que sucedió antes resultó pernicioso. Esto
no es así. Nuestras experiencias educativas, tal vez no siempre felices,
lograron formar personas dotadas de capacidad crítica y de las herramientas que
les permitieron superar no pocas dificultades. Esta suerte de culpa que
sentimos frente al pasado está haciendo pagar un precio muy alto a las nuevas
generaciones.
Uno de los signos distintivos de la sociedad actual es la
fascinación por la velocidad, el prestigio de lo nuevo, la obsesión por el
cambio permanente. A esta tendencia no escapa la educación y esa es la razón
por la que las estructuras educativas, se ven sometidas a constantes
mutaciones. Docentes y estudiantes somos los cobayos de esta actitud
reformadora que nos provoca un estado de excitación permanente. Si se escuchan
los discursos de los reformadores de la educación, es preciso concluir que todo
lo que se hizo antes tuvo resultados desastrosos. Gracias a la pedagogía
tradicional parecerían haberse formado personas estúpidas, memorizadoras de
informaciones inútiles, simples repetidores obsesionados por las evaluaciones,
desmotivados por continuar aprendiendo durante el resto de sus vidas, dotados
de un pensamiento infantil, incapacitados para trabajar junto a otros. En suma,
seres pobres y despreciables, desprovistos de juicio crítico y carentes de personalidad.
Como el resultado de esos métodos perversos somos nosotros mismos, es preciso
advertir que es a nosotros a quienes describimos cuando criticamos lo que hoy
denominamos, con inocultable desprecio, los"métodos tradicionales de
aprendizaje". Los caracterizamos recurriendo al peor de los calificativos que
se puede asignar a algo en la sociedad actual y que es el considerarlo
"tradicional".
Deberíamos ser más críticos ante esa actitud. Tiempo atrás
visité en Israel un departamento del Instituto Weizmann dedicado a desarrollar
la enseñanza de la matemática. Entrevisté allí a una profesora que diseñaba
modernos sistemas de computación para la enseñanza. Le pregunté acerca del
rendimiento de los chicos de Israel en matemática. Como el país se compara con el
resto del mundo, la profesora me pudo responder afirmando que se encontraban en
el promedio internacional. Eso, prosiguió, preocupa sobremanera a los políticos
en un país basado en la ciencia y en la técnica, razón por la que hace a la
seguridad nacional el que sus nuevas generaciones demuestren un excelente
rendimiento en matemática. (Incidentalmente, no parecería que la dirigencia
argentina se encuentre muy preocupada por el rendimiento de nuestros jóvenes
en matemática. A lo sumo admitirán que esos niños y jóvenes no han nacido para
la matemática). Pregunté luego cuál era el país que lideraba el rendimiento en
matemática. Conocía la respuesta que recibí, pero no lo que siguió. Tras
afirmar que ese país era Singapur, me dijo que era consultora de su gobierno y
que conocía la situación ya que realizaba varias visitas anuales. Interesado,
le pregunté cómo se conseguía un logro tan importante. La profesora vaciló
antes de responder que era decepcionante."¿Por qué?". Presionada por mi
interés dijo:"Enseñan como antes".
Es posible que debamos volver a la modesta tarea de enseñar.
Esto no es propósito sencillo en nuestra cultura que se horroriza ante el
esfuerzo, que concibe a los estudiantes como indefensas víctimas explotadas por
un sistema despiadado, que ha decidido que el conocimiento concreto ya no
importa porque los datos están en las redes de información. En nuestra época
ese conocimiento estaba en los libros y nadie osaba proponer que, por esa
razón, no se debía aprenderlo.
Acompañando a esta visión, ha aparecido una pedagogía acorde
con esas aspiraciones. Es la que nos promete estudiantes activos, motivados por
aprender durante toda la vida, dotados de pensamiento adulto, capacitados para
tratar con los demás, muy diferentes, en fin, de eso despreciable que somos
nosotros. Esta pedagogía justificada en la relevancia, centrada en lo útil
(¡como si resultara posible anticipar qué conocimiento y cuándo será útil!),
promotora de estudiantes entretenidos y activos, distante de quienes se aburren
ante la propuesta de estudiar algo con alguna seriedad. Cultora de la
discusión, aunque la sustancia del debate no refleje más que la ignorancia de
los aspectos más elementales de lo discutido.
En esta burda caricatura que antecede, reconocerán ustedes
muchos elementos que subyacen en no pocos intentos de la renovación de la
enseñanza. Lo que es más grave, es que en muchos casos ni siquiera se contempla
la necesidad de los recursos materiales y de las personas que permitan encarar
estos cambios con un mínimo de seriedad. Pretendemos desconocer una realidad
que nos señala, implacable, que no contamos ni con los alumnos ni con los
docentes capacitados para desarrollar programas cuyos beneficios quedan aún por
demostrar. Como todos conservamos el recuerdo del esfuerzo que nos demandó el
educarnos y además, como dije antes, vivimos en esta sociedad que mira con
espanto toda apelación a ese esfuerzo, pensamos que lo podremos lograr de una
manera más sencilla, más veloz, relevante y divertida. No pocas veces,
olvidamos que los estudiantes tienen derecho a comprender la complejidad, a
enfrentarse con la dificultad, a ejercitarse en la abstracción. Por eso
resultaría muy saludable que sometiéramos a la crítica las teorías que
sustentan los experimentos que planeamos llevar a cabo con nuestros indefensos
alumnos.
Como maestros, nos estamos negando a cumplir con nuestra
función que es la de enseñar, función que, como ya dijimos, hoy parece haberse
convertido en vergonzante. En una reciente encuesta realizada en la Argentina
entre docentes del ciclo primario y medio, el 73% se consideró facilitador del
aprendizaje mientras que sólo el 13% se concebía como transmisor de cultura y
de conocimiento. El 71% consideraba su función más importante la de desarrollar
la creatividad y el espíritu crítico, mientras que sólo el 28% estimaba que de
ellos se espera que transmitan conocimientos actualizados e importantes. El 13%
de los maestros encuestados consideraba que la transmisión de conocimientos
actualizados era su función menos relevante. Vale decir, se supone que los
alumnos, sin motivación ni guía alguna, irán por sí solos al encuentro de ese
conocimiento. De ser esto correcto, estaríamos ante el milagro de la
creatividad pura, en un vacío de saber. ¿Serán tan creativos los adolescentes que
en número creciente egresan de nuestras escuelas sin poder pronunciar frases
dotadas de sentido, sin comprender lo que leen, sin la capacidad de realizar
simples abstracciones, resultados del hecho de que a nadie le interesó
enseñarles algo?
Propongo combatir este error actual y asumir nuestra
responsabilidad de enseñar. Esta propuesta horroriza a la sociedad
contemporánea porque implica una asimetría en la relación docente-alumno que
hoy resulta políticamente incorrecto siquiera sugerir. ¡Hasta se ha llegado a
debatir si quienes dirigen los grupos de discusión deben o no conocer los
contenidos del curso! No es extraño, pues, que ante estas posiciones, estén
surgiendo en el mundo movimientos que se propongan volver a enseñar. Cada vez
hay más personas convencidas de que"aprender a aprender", como se preconiza
hoy, se aprende aprendiendo algo.
Así como no es posible utilizar el conocimiento si no se hace
el esfuerzo de adquirirlo, resulta muy difícil tener una actitud crítica con
relación a saberes que no se poseen. Quisiera proponer la tesis de que nos
resistimos a admitir que el enseñar es, ante todo, ejemplo. Ejemplo del maestro
atraído por el conocimiento, esforzado ejemplo a imitar con esfuerzo. Estoy
convencido de que el principal determinante de cualquier buena institución
escolar, también de una universidad, sigue siendo como lo fue siempre, el
contar con buenos profesores. Eso trasciende el curriculum, la
organización, el método, las computadoras, los proyectores, porque el aprender
y el enseñar siguen siendo el misterioso resultado de una relación entre
personas. Así como la vinculación entre el médico y su paciente es de
naturaleza personal, también lo es el vínculo que se establece entre quien
enseña y quien aprende.
Por eso es tan importante seguir cultivando el desarrollo de
los buenos profesores, intentando que sean capaces de realizar el esfuerzo
necesario para dar ese ejemplo y de estimular a los jóvenes a imitar, con
esfuerzo, ese ejemplo.
Quisiera señalar el peligro que encierran muchas de estas
estrategias de modernización de la enseñanza de conducirnos al descenso de la
calidad educativa, superficializando lo que enseñamos y acentuando su
banalidad. Aún más grave, la razón por la que tanto insisto en la relevancia de
la figura del maestro, es que la moderna tecnocracia educativa está
desprestigiando esa figura sin advertir que es el docente quien representa el
valor social del conocimiento. Es ese docente quien, al frente de un aula,
simboliza la importancia que una sociedad otorga al conocimiento. Esa tarea
está desvalorizada en la sociedad actual. Al desjerarquizar a los que enseñan,
mostramos a las nuevas generaciones que lo que ellos hacen no nos interesa.
Ante una práctica de la medicina guiada por consideraciones
económicas hoy, más que nunca, importa educar además de entrenar. El futuro
médico debe conservar el núcleo de convicciones que ha distinguido a nuestra
profesión, hoy tan amenazada. Convicciones que nos han llegado intactas desde
Hipócrates, como se advierte en el juramento que prestamos al iniciar nuestra
actividad y al que, cada tanto, deberíamos regresar. Es uno de los más
profundos y bellos documentos que ha producido la ética humana. Los principios
que enuncia siguen inmutables porque hoy los médicos hacemos lo mismo que
entonces, aunque utilicemos técnicas muy distintas. No debemos perder de vista
esa esencia de nuestra misión, humana por excelencia, trasmitida por humanos
que saben y que saben hacer, una misión intraducible a los criterios de
eficiencia de las empresas.
Es por eso que resulta tan trascendente la amplitud de la
formación que cada uno de nosotros logre trabajando sobre su propia persona
porque en nuestros actos, como médicos y como personas, se manifiesta todo
aquello que sabemos, lo que hemos aprendido, en otras palabras, todo lo que
somos. Sobre todo, reflejamos las conductas que hemos visto. La sociedad debe
preservar a sus maestros, que constituyen esos ejemplos de conducta. Igual
importancia tiene el aprender, el hacerlo vorazmente, el aprenderlo todo, sin
la mezquina consideración de la utilidad. Es nuestra tarea como maestros: la de
dar el ejemplo de esa pasión por el conocer. La responsabilidad de los alumnos
es la de estar dispuestos a dejarse entusiasmar por esa pasión, la de demostrar
la voluntad de realizar el esfuerzo necesario para concretarla.
La investigación científica es uno de los emprendimientos en
los que se pone de manifiesto con mayor claridad, la capacidad insólita que
tiene el ser humano de explorar nuevos territorios, de crear nuevas realidades,
de fijarse metas y de superar todas las dificultades que le plantea el mundo
natural y el mundo de los otros. Al reflexionar sobre la investigación
científica, es preciso volver a las fuentes, a los grandes maestros de la
Argentina. Recordemos al profesor Bernardo Houssay, que entre tantas cosas nos
dejó como lección la importancia del esfuerzo, el valor de conocer, la
jerarquización del trabajo cotidiano.
En esa tarea encontraremos nuestra razón de ser como personas y
como sociedad. Si algo distingue a la Argentina es precisamente su capacidad,
que parece inextinguible, de renacer permanentemente y que está vinculada
esencialmente a la calidad de su gente, a la habilidad que ella tiene de crear
cultura. Pero para eso debemos invertir esfuerzo, dinero y, sobre todo, interés
en que nuestros jóvenes cada vez se eduquen más y mejor.
No enfrentamos una tarea sencilla pero creo que, como a fines
del siglo XIX, deberemos iniciar una nueva epopeya por la educación de nuestra
gente. Si no logramos vencer la brecha cultural que se está creando entre
nosotros, si no logramos volver a instalar la idea de que resulta
imprescindible proporcionar una educación básica de calidad para todos, la
Argentina enfrentará graves dificultades en el futuro. Aunque nos sintamos
globalizados, no podremos vivir en una sociedad en la que se excluye gran parte
de nuestra población. Por más que recurramos a guardias, perros y alarmas, no
podremos vivir si no hacemos un esfuerzo para que todos los habitantes del país
compartan, al menos, la capacidad de hablar, de comprender, de entenderse unos
con otros. No es casual que muchos estudiosos de la violencia en el ámbito
escolar intenten superarla mediante el cultivo de la palabra, regresando a la
lectura, al diálogo, porque estamos viviendo en una sociedad en la que hasta
carecemos de palabras para hablarnos entre nosotros. Estamos perdiendo algunos
de los atributos humanos más importantes, aquellos que nos distinguen del resto
de los animales.
La esperanza reside en la convicción del esfuerzo que debemos
realizar para seguir brindando a nuestros jóvenes aquello que nosotros tuvimos
la singular suerte de recibir.
La medicina es, finalmente, preocuparse por el otro que sufre,
con herramientas cada día más sofisticadas, más científicas, más complejas pero
que, en el fondo sirven a ese sentimiento básico, primario, de compasión por el
otro que sufre. Es esta otra de las características esenciales que nos hacen
humanos.
Guillermo Jaim Etcheverry