EDITORIAL
De maestros y discípulos
Homenaje a Alfredo Lanari (1910-1985)
Ya jubilado como profesor titular de medicina y como Director de la Unidad Docente Hospitalaria
(UDH) Lanari, comenzó a rondar en mi mente la pregunta de sí aún existían maestros y discípulos. Mi
primera respuesta fue negativa. La fundamentación, que reconocí como transitoria, fue que no hay
maestros pues ya no hay discípulos.
La inquietud me llevo a consultar el Diccionario Corominas1 en el que maestro, del latín magíster, es
aquel que enseña y discípulo es el que se somete a reglas de aprendizaje. La condensación de la
definición exigía otros aportes; uno muy importante fue el de un libro de George Steiner, Lecciones de
los maestros2, citado en una nota de Guillermo Jaim Etcheverry. Steiner sostiene la muy inquietante
idea, enunciada por los hebreos, que a los profetas y a los maestros, los matan sus conciudadanos,
cosa que parece seguir sucediendo en la actualidad.
Fui testigo privilegiado y me gustaría pensar que también discípulo, de un grupo de auténticos maestros
de la Medicina.
A fines de 1965, habiendo terminado de cursar los estudios de Medicina tuve mi primer encuentro
con el Director del Instituto de Investigaciones Médicas (IDIM), el Dr. Alfredo Lanari, de quien se cumplen
25 años de la desaparición física. Apenas me conoció, Alfredo Lanari con su habitual actitud,
mezcla de rudeza, afecto y rigor me preguntó por que deseaba ingresar al Instituto. Mi respuesta fue,
que quería aprender medicina.
Lanari no contestó inmediatamente, pero me citó a su despacho y me ofreció un lugar para vivir en el
Instituto hasta tanto me presentara al examen para la residencia, que rendí en mayo de 1966. Si aprobaba
me quedaba, caso contrario debía irme. Sigo en el IDIM 45 años después, y no hay día que no
hable interiormente con Lanari. Cada pájaro que levanta vuelo delante de mi auto me lo recuerda, él
decía que le admiraban los reflejos de las aves.
Lanari era médico, Director del Instituto y profesor titular de la Cátedra y también investigador, pero
principalmente era un "maestro" en todo el sentido de la palabra. Basaba la enseñanza en el ejemplo y
aceptaba ser refutado y hasta abandonado por sus discípulos, a quienes estimulaba a emprender vuelo
como las aves, en el momento justo. Debo agregar que la mayor parte de los jóvenes médicos provenían
del interior del país. Lanari tomaba estas eventualidades alegremente dentro de su posición deportiva de
fair play. Trabajar en el Instituto como residente marcó mi vida hasta la actualidad y diría que es el título
del que más me enorgullezco. Había pocos residentes ya que el sistema era piramidal, cuatro residentes
en 1er año, dos en el 2do y uno como jefe de residentes en 3er año. Debíamos asistir a más de 100
internados y en epocas de huelga, que eran bastante frecuentes, Lanari mismo se ocupaba del carro de
historias clínicas y luego todos cruzábamos al otro pabellon para lavar las perreras.
Lanari no daba muchas clases, enseñaba al lado del enfermo y en el laboratorio y aún mientras
almorzaba o tomaba el té, casi siempre acompañado de un ejemplar de The Lancet. Trabajaba en
distintos temas: reflejo de inmersión en animales zambullidores (nutrias) o calambre muscular, dolor
referido, siendo en este caso nosotros mismos los sujetos de experimentación... Muchos de estos
trabajos siguen siendo aún vigentes y son referentes bibliográficos.
En los congresos estaba siempre rodeado de pares y discípulos, disfrutaba de largas tertulias y hasta
recitaba poesías en su idioma original, generalmente francés. Los ateneos eran dirigidos por él con
mano firme buscando el equilibrio entre los jefes de clínica de entonces, todos excelentes, como Agrest,
Teitelbaum, Rodo y Podestá, y los jefes de los diversos servicios.
Detrás de su aparente rudeza tenía la sensibilidad como para percibir que una paciente con grave
lesión cerebral crónica estaba mejor pues lo seguía con la mirada, o aceptar la internación de dos niños
abandonados que padecían distrofia muscular progresiva. Quizás este fue el punto de partida que llevó a que el Instituto fuera muchos años más tarde un referente en la materia.
Su sensibilidad lo llevaba a gestos como regalar su mejor sobretodo a un residente que carecía de abrigo.
Las salas de internación eran prolijas, limpias y silenciosas y los residentes conocíamos todos los
enfermos. Las consultas eran contestadas por escrito por los especialistas y luego discutidas en las
recorridas diarias y en los ateneos semanales.
La Experiencia Pedagógica Curricular (EPC)3 comenzada en 1970, fue otra idea extraordinaria de
Lanari apoyado por los Dres. Andrés Santas y Mario Brea y dio lugar a varias camadas de médicos que
sobresalen actualmente en sus actividades. La EPC, llamada cariñosamente la escuelita, consistía en
la concurrencia al instituto, de un grupo de alumnos desde el ingreso a Medicina, donde eran guiados
por los médicos de la institución en cada una de las materias. Esta experiencia fue abruptamente suspendida
en 1976 por las autoridades universitarias, que tildándola de 'elitista', nivelaron hacia abajo.
La medicina ha avanzado mucho durante los últimos años y los conocimientos se renuevan velozmente,
a mi entender el verdadero conocimiento conlleva un saber de las bases y principios que le dan
origen, bases que aportan las ciencias básicas, a veces no totalmente apreciadas por los médicos "prácticos" que a la vez son mirados con cierto desdén o superioridad por los investigadores básicos,
sin tener en cuenta que, como dijera el poeta Khalil Gibran, al techo de un templo lo sostienen todas y
cada una de las columnas aunque nunca se toquen entre sí.
La medicina es más que intuición, sentido común y experiencia personal, también es más que la
basada en la evidencia y en los consensos y sobre todo mucho más que la medicina gerenciada.
Es responsabilidad de la medicina, generar conocimiento (investigación) transmitirlo (docencia) y
usarlo para mejorar la salud de las personas (asistencia). Lanari daba permanente ejemplo de esto en
cada una de sus acciones. Fue coherente hasta el fin y se internó en su instituto y fue atendido por sus
discípulos hasta su deceso.
Es difícil saber qué ve un paciente cuando ve a un médico, pero diría que la confianza y confidencia
se han tornado desconfianza mutua. También es difícil saber qué ve un médico cuando se observa a sí mismo. Mi impresión es que el médico de hoy no se ve a si mismo como alguien que contiene la totalidad
del padecer de su paciente. Parece haber perdido el saber tratar enfermos y haberlo reemplazado por
tratar enfermedades. Casi no quedan maestros ni discípulos de esa clase de conocimiento, pues los
discípulos lo son ahora de Internet y de diversos programas "enlatados" y a menudo se siguen consensos
de diagnósticos y de tratamientos con poca actitud crítica y adecuada a las situaciones individuales.
Según Pessoa "ningún hombre inferior puede tener un maestro porque el maestro no tiene en él
nada por qué serlo". Recuperar los maestros es tarea de todos los que quieran tenerlos y conserven la
humildad de ser discípulos. Lanari escribió: "Pero aprendí a darme cuenta que ya no es uno que cuenta,
aunque uno sea el jefe o el profesor, sino aquéllos a quienes biológicamente la vida los deparará un
futuro que para nosotros es ya un pasado. Que las satisfacciones mayores a que podemos aspirar es a
facilitar el camino de quienes nos siguen y que necesariamente deben superarnos, pues de no hacerlo
es a nosotros, sus maestros, a quienes recriminará la posteridad, y todo esto hay que aceptarlo sin
amargarse, más bien con una sonrisa comprensiva, un poco atónitos al comprobar cómo se nos ha ido
la vida"4. A 25 años de la muerte de Lanari este es mi humilde homenaje a un MAESTRO.
Guillermo B. Semeniuk
e-mail: gsemeniuk@intramed.net.ar
1. Joan Corominas. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid: Gredos, 1976.
2. George Steiner. Lecciones de los maestros. Buenos Aires: Ediciones Siruela, Fondo de Cultura Económica, 2004.
3. Cottini EP. Experiencia Pedagógica Curricular (1970- 1977). Medicina (Buenos Aires) 1985; 45: 200-2.
4. Martin RS, Barcat JA, Molinas FC (compiladores). Alfredo Lanari. Vocación y convicción. Reflexiones sobre la investigación, el futuro de la Medicina y otros escritos. Buenos Aires: Fundación Alfredo Lanari, 1995, 140 pp.