RESEÑAS
La Sociedad de Iguales
Rosanvallon, Pierre, La Sociedad de Iguales, Buenos Aires, Manantial,
septiembre de 2012, 375 páginas.
Alejandra Sendón*
* Mg. en Ciencias Sociales con Orientación en Educación, FLACSO Argentina; Lic en Educación, Universidad de Buenos Aires; Investigadora de FLACSO; Integrante del Programa Nacional Mapa Educativo, Subsecretaría de Planeamiento, Ministerio de Educación de la Nación. E-mail: masendon@flacso.org.ar
Pierre Rosanvallon realiza en este
ensayo un recorrido histórico de la
noción social de igualdad, desde el
siglo XIX hasta la actualidad. A la
vez, desarrolla una filosofía política
de la igualdad en la que intenta superar
visiones que se circunscriben
a la igualdad de oportunidades.
Posiciones contemporáneas que,
sin abandonar la idea de competencia
meritocrática, proponen distribuciones
sociales de diferentes
tipos de recursos para mitigar las
diferencias.
Al caracterizar, históricamente, la
sociedad actual y poner en cuestión
la idea de igualdad de oportunidades
es evidente la riqueza
de esta obra respecto de los rasgos
que adquiere hoy la desigualdad
educativa. El individualismo
creciente, la necesidad cultural de
singularidad, la exposición al riesgo
desigualmente distribuido, la
profundización de las desigualdades
económicas al interior de las
naciones y la ruptura del lazo social
son algunos de los rasgos que nos
caracterizan. Fenómenos como los
procesos de segregación escolar
o la centralidad que adquieren las
trayectorias educativas de los individuos
por
señalar algunos muy
vigentespueden
ser leídos y considerados
políticamente en esta
clave.
El autor parte de la evidencia de
una "contradicción de la época": se
habla mucho de las desigualdades
pero se hace poco para reducirlas.
La consigna de igualdad no es universal,
ni tampoco se materializa en
las experiencias. Esto ocurre a la luz
de una "ruptura secular" caracterizada
por una fuerte regresión de la
"ciudadanía social" y la "democracia-
sociedad".
Esta "crisis de la igualdad" tiene
como antecedente la que se dio
hacia 1880-1900, durante la "primera
globalización", en épocas de
nacionalismos, proteccionismos y
xenofobia. La respuesta a esta "primera
crisis de la igualdad" fue el
desarrollo de los "Estados sociales
redistributivos".
En el "siglo de la redistribuición",
a partir del surgimiento de los
"Estados providencia" se reducen
fuertemente las desigualdades
en pocos decenios a partir de tres
grandes reformas: la instauración
de impuestos progresivos, el establecimiento
de mecanismos de
seguro social y la representación
y regulación colectiva del trabajo
que mejora notablemente la condición
del asalariado. El autor asocia
culturalmente estos cambios
a la sensibilidad movilizada por la
Guerra Mundial que sentó las bases
para la idea de una "sociedad de semejantes"
que, a su vez, legitimó el
imperativo de mayor igualdad, incluso
entre clases sociales. En este
momento, comienza a considerarse como causa estructural de las
desigualdades, ya no las diferencias
individuales sino el modo de organización
social. En macroeconomía,
las ideas keynesianas constituyeron
la plataforma de los Estados-providencia
porque la redistribución era
la que generaba una gran contribución
al crecimiento económico.
Hasta la década de 1970 se produce
un movimiento importante de
reducción de las desigualdades.
Por ese entonces, comienzan a
surgir concepciones "posliberales"
que suponen a las empresas independientes
ya que, por su nuevo
gran tamaño, no dependían ni de
los accionistas, ni de los bancos, ni
de los Estado. Eran consideradas
"tecnoestructuras" capaces de redistribución
y disminución de las
desigualdades. Todo dependía de
la calidad de la organización absolutamente
especializada. Se teorizaba
acerca de la "desindividualización"
del poder en la empresa
que aseguraba que fuera perfectamente
competitiva.
Lo que Rosanvallon denomina "el
gran vuelco" tiene que ver con la
desocupación masiva, el advenimiento
de nuevas formas de inseguridad
social y la caída de las
instituciones de la solidaridad, que
llevaron a la emergencia a los "Estados
de asistencia" que, de esta
manera, se limitaron a administrar
situaciones flagrantes de exclusión
social. El Estado-redistribuidor-providencia
se deslegitima, en parte,
como consecuencia de observar
que los riesgos sociales como
las
largas situaciones de exclusión
socialestaban
repartidos desigualmente
en la sociedad y que se relacionaban
con ciertas poblaciones
y determinados sectores sociales.
Surge así una ideología que pone
en el mercado la eficacia de la que
carece el Estado. Se retorna a la crítica
al impuesto, se erosiona fuertemente
el sentimiento de deuda
social que
había que honrary
se
produce un cambio cultural en el
que la sensibilidad por la situación
del otro se desplaza desde la cuestión
social hacia nuevas temáticas,
como la situación ecológica o la
atención a las generaciones futuras.
Las transformaciones en relación al
trabajo son fuertes. El trabajo se
"singulariza" y se enaltece la creatividad
como principal factor de
producción.
En los dos siglos en que se delinea
la "sociedad de los individuos", las
instituciones modernas muestran
un pasaje del "individualismo de
la universalidad" al "individualismo
de la singularidad". El primero,
implicó la negación del cierre de
los individuos en su condición de
origen reconociendo al individuo
como generalidad y fundamentando
una sociedad de iguales en este
sentido. El segundo, corresponde a
una nueva etapa de emancipación
humana guiada por el deseo de los
individuos de acceder a experiencias
plenamente personales.
En este marco, dos son las fuentes
de legitimación de la desigualdad:
el azar y el mérito. El azar aparece
como igualador absoluto a la vez
que objetiva posiciones sociales
apartándolas de todo juicio. El mérito
(o la meritocracia), por su parte,
es más difícil de definir y analizar.
Ha sido estructurante de gran parte
del imaginario democrático de las
sociedades contemporáneas y se
utilizó para descalificar, en nombre
de la igualdad, proyectos de redistribución.
Rosanvallon discute la
idea de igualdad de oportunidades
vinculada a nociones basadas en la
meritocracia. En el período revolucionario,
la igualdad de oportunidades
se asocia a la igualdad legal.
Se abre, formalmente, la "carrera al
talento" dejando fuera de consideración
las desigualdades de partida.
En una segunda línea de acciones
se intenta neutralizar esta desigualdad
de partida, ya sea institucionalmente
como
es el caso de la escuela
republicana en Francia: la misma
escuela para todoso
realizando acciones
compensadoras para superar
las desventajas de partida. Aquí,
el autor señala que las desigualdades
no están solo en la partida, sino
que hay múltiples discriminaciones
a lo largo de toda la vida para ciertos
sectores, grupos, poblaciones.
Finalmente, la idea de "igualdad
radical de oportunidades", intenta
neutralizar todo cuanto depende
del azar por medio de la redistribución
compensadora. Esta idea no
solamente es irrealizable en el sentido
de que casi nada depende de
la pura elección, sino que deja de
lado socialmente a los individuos
o grupos que realicen las peores
elecciones. Rosanvallon, entonces,
critica este desarrollo teórico por su
insuficiencia para fundar una filosofía
social.
A partir de su análisis, el autor propone
que "la idea de igualdad debe
ser reformulada en una era reconocida
de la singularidad. El desafío
es constituir una 'economía política
ampliada' del lazo social que permita
fundar una verdadera teoría general
de la igualdad integrando sus
diferentes dimensiones, con el objeto
de dar bases sólidas y universales
a las acciones reformadoras" (pág.
316). Y retoma los principios de la
"sociedad de iguales" que estaban
contenidos en el "espíritu de la
Revolución": similaridad, independencia
y ciudadanía. La similaridad
y la ciudadanía deben ampliarse. La
nueva expectativa de una "igualdad
de las singularidades" se superpone
al proyecto original de la
constitución de una "sociedad de
semejantes". La idea de ciudadanía
tiene que ser enriquecida, porque
no se trata ya del sufragio universal
sino de "hacer sociedad juntos".
De ahí proviene el imperativo de la
"comunalidad". El ideal de una sociedad
de individuos autónomos
perdió ampliamente su vigencia en
un marco donde la interdependencia
se impone en todos los espacios
sociales. El principio que expresa
la relación entre individuos, actualmente,
es el de reciprocidad.
Esta idea sustituye la perspectiva
estrecha y ya no pertinente desde
el punto de vista económicode
"igualdad de mercado". Singularidad,
reciprocidad y comunalidad
son los principios que el autor propone como organizadores actuales
de la idea de sociedad de iguales.
La idea de singularidad que desarrolla
implica una vinculación entre
individuos, una "igualdad de las
singularidades" y la construcción
y reconocimiento de las particularidades
como filosofía compartida
de la igualdad. Todo tipo de discriminación
es entendida en este marco
como una "patología de la singularidad".
En relación con la acción
pública, con las políticas, esta noción
propone un acompañamiento
de la "individualización de lo social"
atendiendo, a la vez, la generalidad
a través de la elaboración de reglas
justas y a la particularidad por medio
de desarrollo de acciones de
"atención al prójimo". El autor advierte
una cuestión interesante: las
"ambigüedades de la singularidad".
Es decir, la individualización actual
toma la forma de realización del
individuo, pero también la de un
apremio de imperativos contra él.
Además, sostiene que el respeto,
la integridad, la no discriminación
y el reconocimiento son elementos
centrales para el combate que
significa construir singularidad,
por la tensión que existe entre la
individualización-emancipación y
la individualización-fragilización.
La reciprocidad entendida como
igualdad en la interacción, organiza
el intercambio y la implicación
entre individuos. En este punto, lo
que Rosanvallon señala como principal
respecto de la acción política
es el rechazo por las asimetrías en
relación con las reglas y las instituciones.
Los privilegios rompen la
reciprocidad generando desconfianza
y deslegitimando al Estadoprovidencia.
La comunalidad es una forma social
donde conciudadanos construyen
un sentido en común. El ciudadano
es mucho más que portador de derechos
personales. El separatismo y
la secesión, tal como puede verse
en muchos países en relación con el
espacio urbano, implican un desinterés
por formar parte de la comunalidad.
De esta manera, se eclipsa
la ciudadanía democrática y surge
el "ciudadano-propietario".
Articulando estos tres principios de
igualdad, Rosanvallon propone el
desarrollo de una sociedad de iguales
que, atendiendo a la pluralidad,
no descuide elementos amenazantes
como la reproducción social, la
desmesura y los separatismos.
Recibido el 20 de noviembre de 2013