Nuestro destino como sociedad
Cuando era chico, había una revista de historietas
que cada tanto venía con unos anteojitos de plástico
rojo de un lado y azul del otro. Aunque apasionado por
poder acceder a esa maravilla, por más que miraba, me
resultaba difícil, si no imposible, ver en 3D al
malhumorado pato.
Después, cuando era más grande, apareció la moda
del cine en 3D. Aunque muy desilusionado por mi
experiencia previa en el tema, no concurrí a ver ninguna
película con esta tecnología, el furor de la moda duró
muy poco.
Hace unos años, haciendo un curso de abordajes a
la base del cráneo en St. Louis (Missouri), tuve que
ponerme, no sin alguna vacilación, los consabidos
anteojitos para poder apreciar las mostraciones prácticas
que allí se exponían ya que se realizaban en 3D. Se veía
realmente el material en 3D, quizá con un poquito
menos de luz para mi gusto, pero las mostraciones eran
de una calidad inigualable. ¿Qué era lo que les daba esa
cualidad? - El profundo conocimiento de los expositores.
Podrían haber sido expuestas en 2D sin haber perdido
un ápice de su contenido y su valor.
Últimamente, me encuentro con los consabidos
anteojitos de mi niñez con relativa frecuencia en la
revista Neurosurgery, de lujosa edición, acompañando
más comúnmente trabajos anatómicos. ¿Qué pueden
agregar al conocimiento más que centenario de los
haces largos del hemisferio cerebral las imágenes 3D?
¿Qué será de aquellos que deseen ver el trabajo dentro
de unos años y observen que los anteojitos se han
perdido? ¿A qué se debe tanto lujo innecesario? ¿Por
qué la ciencia tiene que ser lujosa? ¿Por qué tanta
vocación por lo suntuario o lo superfluo?
Parece que es así en todos los aspectos de la vida de
la sociedad que produce esa revista, que, por diversos
mecanismos que hemos analizado desde estas páginas,
termina arrastrando al resto de los consumidores a su
estilo de vida. Conviene más que nada en estos momentos
hacerse la pregunta ¿Hacia qué destinos nos lleva la
sociedad capitalista?
…Las comunidades humanas están, como todo
sistema, en peligro de perecer por falta de energía
explotable, cualquiera sea el motivo. El capitalismo liberal
tiene por sobre toda otra organización colectiva, la ventaja
por otra parte irreversible, de poder elevar sin límite la
calidad de sus realizaciones y de aumentar su
competitividad. Puesto que está programado para captar
nuevas energías naturales y para movilizar a pleno
rendimiento las fuerzas de trabajo humanas.
El sistema debe, sin embargo, consentir en regular
sus déficits y provechos por operadores de la distribución
de la energía. La ley del mercado debe permanecer como
el regulador principal porque la competencia empuja al
conjunto del sistema a elevar su capacidad realizativa.
Se deben, sin embargo, aportar atemperaciones a la
competencia salvaje, para hacer tolerable el sistema,
especialmente a los seres humanos que lo componen. La
gran crisis que se desencadenó en 1929, pero que se
preparaba desde hacía una década, demostró la urgencia
de una acción preventiva ("dirigista") de estos desórdenes
a escala internacional.
Pareció evidente que el capitalismo mundial debía
encontrar otros remedios a la llamada sobreproducción
que la especulación, el desempleo, los totalitarismos y,
finalmente, la masacre de sesenta millones de seres
humanos. Después de su reconstrucción, el sistema ha
funcionado en la euforia de su crecimiento y el olvido de
sus crímenes. Pero he aquí que a la vuelta del milenio se
enfrenta y para largo, con una doble amenaza mortal: la
necesidad de integrar y emplear las energías localizadas
en el Tercer Mundo y en lo que resta del Segundo luego
de la implosión del imperio soviético por un lado; y por el
otro, la urgencia de regular la cuestión, interna esta vez,
del empleo en las regiones del mundo así llamadas
desarrolladas, donde el avance tecno científico
transforma en inútil una parte siempre más
importante de la fuerza de trabajo humana
tradicional". Ella reclama sólo cerebros y dedos hábiles
en el teclado.
Está además la angustia de la invasión de energía
indiferenciada: el diluvio de las pulsiones sin salida, y el
desborde del sistema. Todas las barreras opuestas a la
subiente marea, llevan la marca de esta angustia: los
extranjeros, los desconocidos, los parias, todo esto que
prolifera, que no tiene domicilio ni empleo fijo, lo que trata
de instalarse en los intersticios del sistema y a insertarse
en su tiempo para encontrar un mañana, todo lo que se
comprime fuera de escena es filtrado, empujado, a veces
encerrado, lanzado a la obscenidad de la pulsión errante.
La apuesta para el o los siglos venideros parece
definida: reorganizar los dispositivos de canalización
de las fuerzas, levantar las inhibiciones, preparar el
sistema para admitir muchas más energías de las que
dispone en el momento, y para ello, aceptar desperdiciar
algunas de éstas, para hacer útiles a aquellas. Cuestión
de educación, una vez más, a nivel de la especie,
cuestión de economía política y cultural. Habrá que
destruir lo que resta de las culturas no capitalistas,
consideradas inevitablemente como "teorías infantiles"
y prácticas salvajes o bárbaras e incorporar a los
pueblos desheredados al mercado mundial. Y al interior,
al mismo tiempo, redistribuir el empleo disminuyendo
la duración del trabajo semanal. Y todavía, frenar en
todas partes el crecimiento demográfico. ¿Quién puede
decir que un desafío parecido será vencido, y cómo?
¿Podrán ser evitadas otras masacres? ¿El principio de
un derecho inter.-nacional no parecerá pronto
inapropiado para una "buena" conducción de los
flujos?...1
La crisis que afecta a los países desarrollados no es
solamente financiera, es estructural. En este fragmento
notable, Lyotard predice con más de un decenio de
anticipación, la situación que estamos viviendo. La
causa fundamental es el desempleo producido por los
adelantos tecnológicos. El trabajo, que ha sido visto por
el hombre desde los tiempos bíblicos como un castigo, y
una necesidad para proveer a los requerimientos de su
subsistencia, ha perdido estos atributos, gracias a la
aplicación de la inventiva de nuestra especie, en hacerlo
desaparecer, reemplazándolo por máquinas. En pocos
decenios, el capitalismo se ha quedado (ahora por derecho)
con la plus valía, y ha anulado el peso político del
proletariado, desnaturalizando al marxismo. Ahora más
que desocupados, crece la masa de marginados, como
bien describe Lyotard, que, guiado por un punto de vista
"desarrollado", propone soluciones erróneas o malignas
algunas, inocentes otras, y todas aparentemente
insuficientes para el problema que enfrentamos.
Lo mismo que la globalización, el desempleo y el
reemplazo del hombre por la máquina en el trabajo
productivo, han llegado para quedarse. Pensemos nada
más, qué parte de la población del mundo realiza
actualmente un trabajo productivo. -Es posible que no
más de un veinte a treinta por ciento, y estamos seguros
de que irá disminuyendo. La gran masa del empleo la
generan la burocracia, los servicios y el comercio. De
ellos vive todavía una parte de las sociedades, pero cada
vez se agrava más la marginación.
Aunque la producción social aumenta gracias al
poder de las máquinas, con nuestras concepciones
actuales acerca del valor del trabajo humano, la
improductividad del ciudadano común debe tener
repercusiones psicológicas nada despreciables.
No hay duda que nos enfrentamos a un porvenir de
dirección imprevisible para la humanidad, y que en las
próximas décadas deberemos cambiar profundamente
nuestras costumbres y manera de pensar, iniciando quizá
una nueva Era, pero en donde no deberá faltar una
elaboración profunda, no sólo acerca de las bases para
una mejor convivencia internacional y local, sino de cómo
aprovechar y organizar el ocio de cantidades cada vez más
ingentes de la población, reemplazada por máquinas…
¿Podremos volver ponernos los anteojitos bicolor
con naturalidad?
Horacio J. Fontana
Editor
1. Jean-François Lyotard. Aviso de diluvio. En: JF Lyotard: Des dispositifs pulsionnels. Galilée, Paris, 1994. (Traducción y negrita libre).