RESEÑAS
Dilemas en torno a la historia reciente: memorias en presente
Reseña de: Marina Franco. El exilio. Argentinos en Francia durante la dictadura, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, 333 páginas.
María José Melendo
UNCO-CONICET
Si bien en la actualidad la preocupación por
la memoria de nuestro pasado reciente es central y asistimos a una época de
proliferación de debates y publicaciones sobre estas temáticas, persisten
silencios, tensiones que urgen ser puestos en consideración.
En este sentido, resultan elocuentes planteos
historiográficos como el que a continuación se menciona, pues no maquillan la
inexorable anacronía que supone poner el pasado en presente y recusan las
metáforas totalizantes que pretenden
"domesticar" ese pasado.
En su libro El
Exilio (2008), la historiadora Marina Franco se propone analizar la
experiencia migratoria de quienes se trasladaron a Francia durante el
terrorismo de estado y en los años previos de persecución política en
la Argentina
(1973-1983).
Se ha señalado que una de las virtudes del libro es que no elude la complejidad
del tema, es decir: la experiencia del exilio de quienes vivieron en Francia
durante la dictadura. Precisamente, asumir esa complejidad supone indagar en
torno a diversos aspectos inherentes a la memoria de nuestro pasado reciente
que atraviesan visceralmente esas experiencias.
Franco advierte que si bien el tema del exilio
es esencial para recuperar porciones del pasado reciente argentino, en su caso,
terminó siendo una puerta de entrada para pensar cuestiones mucho más complejas
y amplias: la dictadura militar, los derechos humanos, la militancia armada, la
violencia, la condición de víctima.
Por tal razón, quienes se ocupan del pasado
reciente destacan que en su construcción emergen problemáticas de distinto
orden; señalaré algunos aspectos que se desprenden de aquéllas, por su
injerencia en la propuesta crítica del libro El exilio.
La historiadora considera que el pasado cercano
es abierto, de algún modo inconcluso, cuyos efectos en los procesos
individuales y colectivos se extienden hasta nosotros y se nos vuelven
presentes. Un pasado que irrumpe imponiendo preguntas, grietas, duelos (Franco; Levín, 2007: 31). Desde este lugar, ninguna fuente
puede abarcar la totalidad de la experiencia histórica; la información que ofrece
es limitada, siempre hay algo de ese pasado que se nos vuelve opaco,
escurridizo. De la aceptación de la condición "abierta" del pasado se
desprende la reivindicación de las fuentes orales basadas en memorias
individuales; éstas permiten no sólo la reconstrucción de hechos del pasado,
sino el acceso a subjetividades y experiencias que de otro modo serían
inaccesibles para el investigador.
No obstante, para Franco existen límites y
adhiere a quienes critican la "sobrevaloración del testimonio" (Sarlo: 2005) cuando es tomado como verdad automática y
transparente, y señala que para el historiador es imprescindible recurrir a una
serie de resguardos metodológicos, dado que los individuos no son repositorios
pasivos de datos históricos coherentes y asequibles, sino que en el proceso de
recuerdo se cuelan subjetividades, olvidos y ambigüedades.
La experiencia del exilio: sus testimonios
En relación con
los dilemas que genera la utilización de fuentes orales, la historiadora
sostiene que en su investigación uno de los mayores problemas fue cómo
posicionarse entre escribir Historia y exhibir las experiencias proyectadas por
los testimonios, porque ambas cosas son necesarias y compatibles hasta cierto
punto: "¿qué hacer con el dolor de los otros? ¿Cómo dar cuenta de estas
experiencias en su diversidad y dispersión, en su humanidad, sin hacer de ellas
un objeto de estudio arrinconado y disminuido por las disecciones
normalizaciones e interpretaciones?" (Franco, 2008: 29).
A este respecto, el especialista Hugo Vezzetti reivindica el interés de Franco por obtener una
configuración plural de experiencias y expresa que la autora recurre a fuentes
orales sin ceder a las reconstrucciones autorreferenciales.
Por eso, en virtud del tratamiento del pasado al que remite el libro, merece
mención el ensamble de esas pequeñas memorias que conforman los testimonios,
junto a la intención de trascender las particularidades y comprender el hecho
histórico poniendo de manifiesto que el investigador debe servirse de la
memoria sin por ello rendirse ante ella.
Así, la utilización de testimonios le permite a
Franco construir la experiencia del exilo incorporando la densidad de su trama:
silencios, culpas, miedos, la militancia política, las experiencias cotidianas,
etc. Su intención es "mostrar algunas experiencias de emigración forzada e
inscribirlas en la trama de relaciones y situaciones objetivas y en un espacio
social que las configura y que es configurado por ellas, una narrativa que
intenta dar cuenta de una experiencia colectiva e histórica." (Franco,
2008: 289). La autora repara en que:
"en los últimos años, la ruptura del silencio sobre los años previos a la dictadura militar y el reconocimiento específico del exilio como parte del terrorismo de estado han contribuido enormemente a la aceptación de narrarse y de ser narrados de los testigos, a la toma de conciencia de que en la experiencia de emigración política hay algo que es legítimo transmitir. Sin duda, la posibilidad de hablar depende de la posibilidad de ser escuchado." (Franco, 2008: 26).
En El
Exilio se indican dos cuestiones claves en relación con la
experiencia de la emigración: una es la fuerza de las sensaciones de culpa de
los relatos; para muchos, la culpa de la supervivencia o la culpa por haberse
ido del país continúa siendo agobiante, como un sentimiento de orden moral que
invade las conciencias individuales. La otra cuestión clave de los relatos son
las referencias a lo doloroso de la experiencia vivida, al sufrimiento, a la
condena que la emigración forzada significó. De acuerdo con Franco, el discurso
militar que calificaba a los exiliados de "subversivos en el
exterior" y "terroristas" marcó, incluso durante décadas, las
representaciones sobre el exilio en la sociedad argentina e incidió para que el
tema de los derechos humanos se transformara en el eje político estructurante
de los exiliados políticamente activos en Francia.
Cabe destacar que frente a su propio país y
frente a las fuerzas militares, las organizaciones de exiliados se vieron en la
necesidad de construir una visibilidad y un tipo de denuncia que los alejara de
cualquier asociación con las figuras del terrorismo. Esto implicó, ante todo,
silenciar la militancia política previa o las identidades político-partidarias
pasadas o presentes que pudieran ser consideradas sospechosas. Así, los
aspectos ético-humanitarios ocuparon un lugar protagónico.
Las dificultades para procesar el pasado
político militante en
la
Argentina
y la conflictividad y la tensión políticas
derivadas de la situación de exilio están en el centro de las transformaciones
vividas en el exterior; aunque la convicción revolucionaria dio lugar a algo
nuevo, el peso de los mandatos de la moral revolucionaria estaba aún presente,
destaca la historiadora. Agrega que para muchos "estar vivo o haber tenido
miedo, no era motivo de orgullo y estar exiliado podía ser sentido como la
prueba del fracaso; allí no había habido sacrificios, ni héroes, ni se había
entregado la vida por la causa; había sensación de falla y tal vez para algunos
hasta de traición" (Franco, 2008: 177). A su vez, expresa que la
combinación de esos sentimientos explica los silencios que rodean, hasta el día
de hoy, una parte de ese pasado.
Al exponer el alejamiento de las organizaciones
armadas y del proyecto revolucionario que experimentaron los exiliados, Franco
señala las razones esgrimidas por los antiguos militantes: rechazo del modelo
militarista y la violencia armada, el sectarismo de las organizaciones y su
falta de comprensión de la realidad argentina, el modelo autoritario y
relativamente manipulador de estructuras partidarias jerarquizadas y el modelo
de militancia que exigía una entrega absoluta. "El hecho de que hayan sido
las experiencias de violencia represiva directa, o de la violencia como parte
de la propia práctica política, las que dispararon los procesos de
distanciamiento da cuenta del impacto profundo de la violencia y con ella del
miedo en la vida de los militantes" (Franco, 2008: 172). No obstante,
Franco agrega que, según muestran los propios testimonios, si la violencia tuvo
una incidencia doble, la producida y la recibida, el impacto de la segunda fue
infinitamente mayor para el proceso de toma de distancia de las organizaciones.
La despolitización en el sentido del abandono
del proyecto político previo significó la emergencia de una nueva militancia
política en torno a la denuncia de las violaciones de los derechos humanos
cometidos por la dictadura. Junto a esta lucha política de los exiliados, el
libro trata aspectos que de algún modo "incomodan" a versiones del
pasado que tienen la pretensión de ser homogéneas y eliminan las fisuras por
donde transitar el acontecimiento en el presente. Así, la exposición sobre la
contundente densidad de la violencia y sus manifestaciones es exhibida en las diversas
voces reproducidas en el libro, poniendo en evidencia la necesidad de
reflexionar críticamente sobre la militancia. Esta necesidad viene siendo
destacada en diversos ámbitos; baste mencionar la repercusión de la carta que
envió a fines de 2004 el filósofo Oscar del Barco a la revista
La
Intemperie
, cuyas respuestas fueron publicadas en
el libro No matar.
Franco considera que el lenguaje bélico y la
convicción de estar participando en una guerra había sido consustancial a la
militancia revolucionaria armada y ese discurso impregnó la actividad
partidaria en el exterior durante los primeros tiempos. Sin embargo, "la
toma de conciencia del carácter de la represión y la acción de denuncia
internacional desarrollada durante años, transformaron esa primera convicción
en la negación de aquello en lo que muchos creyeron participar pocos años
antes". Además, esa misma negación construía una imagen particular de las
víctimas de la represión; ya en el discurso de los emigrados aparece la imagen
total de la inocencia de esas víctimas y la mención de su pasado militante está
completamente ausente como una identificación esencial que caracterizó a las
víctimas del terrorismo de estado.
En virtud de estos señalamientos, de acuerdo
con la historiadora, el exilio aparece rodeado de "las culpas proyectadas
y sentidas que se anudan justamente en ese carácter relativamente electivo que
funda la experiencia de destierro en el caso argentino". No obstante,
Franco observa que el exilio es una experiencia forzada y los emigrados son
víctimas del terrorismo de estado, y agrega que "reconocer esta matriz de
estrategias y prácticas (no por ello racionalizadas o fríamente calculadas y sí
muy condicionadas) en el hecho de emigrar implica devolver a estas personas su
carácter de sujetos activos y no agentes pasivos en manos de victimarios
salvajes" (Franco, 2008: 290).
Así, la autora de El exilio no elude la infinita complejidad del pasado en
cuestión, no recurre a categorías maniqueas sino que exhibe voces, testimonios,
tensiones, coyunturas históricas, exacerbando el rol activo del lector, ya que
éste debe enlazar críticamente lo que tiene frente a sí.
Las consideraciones en torno a la historia
reciente tematizadas en el libro exhiben un encuadre
historiográfico que busca incorporar la multiplicidad de matices que conforman
la memoria del pasado en el presente. Así, afirmaciones, concesiones,
restricciones convergen en un modo argumentativo respetuoso de la complejidad
del objeto de estudio, y de las "zonas grises" que ciertamente
habitan el pasado.
Bibliografía
1. Franco, Marina (2008) El exilio, Buenos Aires, Siglo XXI.
2. Franco, Marina; Levín, Florencia (comp.) (2007) Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción, Bs As, Paidós.
3. No matar. "Sobre la responsabilidad" (2007) Córdoba, El Cíclope.
4. Sarlo, Beatriz (2005) Tiempo pasado, Buenos Aires, Siglo XXI.