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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.12 no.1 Bernal jun. 2008

 

RESEÑAS

Jesús Izquierdo Martín y Pablo Sánchez León, La guerra que nos han contado. 1936 y nosotros, Madrid, Alianza, 2006, 320 páginas

 

La propuesta de Jesús Izquierdo y Pablo Sánchez León es repasar, de un modo distendido, aquellos saberes establecidos respecto de ese hecho crucial en la historia contemporánea española, la "Guerra de 1936". Siguiendo las huellas de su propia memoria histórica, de los relatos recibidos en su in fancia, buscan reconstruir los modos en que fue configurán dose y consolidándose en el sentido común hispano una cierta visión de aquellos años sangrientos.

No se trata, sin embargo, de un texto de fácil lectura. Su carácter deliberadamente ensayístico no alcanza a velar el hecho de que sus autores son historiadores de vasta formación académica, que los vuelve reacios a las fórmulas simplistas propias de dicho género. Pero hay aún otra razón, más decisiva, que vuelve al mismo perturbador: una visión problematizante de la historia que les lleva a hilvanar sus hipótesis en una trama tejida no de respuestas a los interrogantes que se van abriendo a su paso sino de señalamientos de los puntos débiles observables en las distintas interpretaciones hasta aquí ofrecidas.

La preocupación que motiva a estos autores es también doble: su insatisfacción con los modos en que la historiografía ha abordado el tema corre paralela a su perplejidad ante la relativa extrañeza con que los españoles se aproximan hoy al mismo. El libro de Jesús Izquierdo y Pablo Sánchez León busca así abrir a la refle xión este fenómeno tan genera lizado entre los españoles como llamativo y difícil de explicar para aquellos que, en otras latitudes, no logramos aún evi tar confrontarnos una y otra vez a los espectros de las propias tragedias ocurridas en el último siglo. Como muestran, no se trata solamente del efecto cauterizador que producen las varias décadas transcurridas, que hace que los actuales historiadores ya no tengan una memoria directa la Guerra. Más decisiva es la propia proliferación de relatos antagónicos producidos en torno a ella. En España, la guerra efectiva se prolongaría, luego de 1939, en una "guerra de papeles", como la llamaría Julián Zugazagoitia, haciendo que convivan visiones enfrentadas (un caso singular luego de 1945, en el que tanto vencedores como vencidos conti nuarán por largo tiempo dispu tando por el sentido del conflicto bélico). Sin embargo, hay una razón más fundamental: el fenómeno de desidentificación ocurrido más recientemente, por el cual se desplazarían las coordenadas a partir de las cuales determi narán los españoles los modos de definición de sus identidades colectivas.

Esta suerte de efecto de distanciamiento o extrañamiento no significa, sin embar go, para estos autores, que se hayan abandonado u olvidado los valores que enfrentaron a sus abuelos, sino que los sujetos no encuentran en ellos un sustento, o bien en su eventual disputa amenaza alguna, a su identidad presente. Y esto permitiría el desarrollo de visiones historiográficas apartadas de los marcos maniqueos dentro de los cuales hasta entonces se encontraban inevitablemente atrapados los relatos. La Guerra de palabras había ya terminado, y la guerra efectiva podía finalmente desprenderse de las mallas de la memoria de sus protagonistas y volverse objeto de estudio académico.

Pero es aquí también que se nos revela la perspectiva problematizante que ordena el texto que se reseña. Según señalan sus autores, este mismo fenómeno de desidentificación que permite poner distancia crítica frente a los hechos pasados y los principios que impulsaron a sus actores lleva, a su vez, a generar su propia mitología. Ese mismo fenómeno desmitificador tiene implícito un supuesto, no menos ilusorio: la creencia en que, libres ya de prejuicios ideológicos, hemos finalmente alcanzado un conocimiento objetivo del pasado. Comos señalan:

Los mitos de la ciencia nos hacen caer a todos en el espejismo y nos compelen a pensar que porque nos pongamos de acuerdo en determinados temas y enfoques, ya estamos obteniendo conocimiento sobre el pasado histórico (p. 304).

Se toma así cierto consenso presente en cuanto a temas y enfoques por una Verdad establecida. Toda perspectiva que se aparte de él se tachará de "revisionista"; sospechosa, por lo tanto, de intentar reactivar los conflictos del pasado. De este modo, sin embargo, se obtura la reflexión sobre el conjunto de supuestos, tanto teóricos como extrateóricos, sobre los que se fundaría dicho consenso.

Historia social y teleologismo

Como muestran Izquierdo y Sánchez León, los estudios pioneros de la historiografía académica sobre la guerra de 1936 se remontan a la década de 1960. Entonces autores extran jeros, como Hugo Thomas o Pierre Broué, afirmarían su pretensión de exponer imparcialmente los hechos. Siguiendo esta misma orientación, el Ministerio de información, dirigido por Manuel Fraga, crearía en esos años la Sección de Estudios sobre la Guerra Civil. Es cierto, sin embargo, que sólo en la década de 1980 se desarrollarían estudios basados en el análisis sistemático de fuentes documentales, ampliando decisivamente nuestro conocimiento sobre el período. No obstante, no deja de ser sugestivo el hecho de que el actual consenso hunda sus raíces en una reorientación ocurrida en el seno del propio régimen franquista. La reconversión de la Guerra civil en "guerra fratricida" fue, de hecho, una herencia de la dictadura. Y ello es sintomático, a su vez, según señalan, de un fenómeno más general: la voluntad compartida de no remover los antagonismos del pasado se

realizaría sólo al precio de dejar sin explorar las profundas herencias que la dictadura ha dejado en la cultura política de la democracia. Si las consecuencias políticas de este pacto implícito no están del todo claras (los acontecimientos recientes en España parecen arrojar dudas sobre si el olvido fue o no un sustento efectivo a la transición democrática), sus repercusiones historiográficas son, en todo caso, claramente negativas, para ellos.

En definitiva, el aura de objetividad con que se revisten los nuevos estudios lleva a ocultar el hecho de que la definición de la guerra de 1936 como "guerra fratricida" no es ella misma una comprobación objetiva, sino que se fundaría en un supuesto: "la idea de que los españoles tienen en común una serie de rasgos culturales y en última instancia morales que los definen por encima de las diferencias que circunstancialmente los puedan separar" (p. 70). El énfasis en el análisis imparcial de las fuentes bloquearía el debate sobre dichos supuestos. No deja de ser paradójico, en fin, que este auge de la historia social de corte positivista tuviera lugar en España en un momento en que la misma se encontraría ya en franco retroceso, dando lugar a perspectivas más atentas a los marcos conceptuales dentro de los cuales se despliega la escritura histórica.

El punto crucial, para estos autores, es que aquella distancia respecto del pasado que permitió librarse de las visiones memorativas y maniqueas terminaría, sin embargo, volviéndolo extraño e incomprensible; nos volvería ya incapaces de entender qué motivó a esta gente a matarse unos a otros. 1936 aparecerá así como una especie de súbito ataque de locura colectiva. Todo el pasado anterior a 1978 se verá reducido, pues, a un gran error histórico, que, si ofrece alguna lección al presente, es de aquello que no debemos hacer.

De allí la importancia, para ellos, de la historia conceptual, y su exigencia de tratar de reconstruir el universo de sentidos dentro del cual se produjo el acontecimiento bélico, la trama de problemáticas políticas subyacentes que en él se pusieron en juego, y que, como quizás terminemos descubriendo (y esto es lo que hace ese pasado aún revulsivo para los historiadores, algo problemático de abordar), muchas de ellas están aún abiertas, permanecen irresueltas. En última instancia, tras esta visión pretendidamente objetiva de la historiografía post-1978 subyacería una matriz de pensamiento de tipo teleológica (una forma específica de mitología, que es aquella sobre la que se sustenta la identidad presente de los españoles): la convicción de nuestra superioridad respecto de aquellos a quienes queremos estudiar. Más allá de las implicancias éticas de este supuesto, yacen allí problemas de índole epistemológica de los que el actual consenso impediría todo tratamiento, puesto que amenaza minar las premisas en que el mismo se fundan, pero que resulta necesario tornar objeto de análisis crítico. La guerra que nos contaron se propone desnudar esas premisas y abrirlas al debate.

Elías J. Palti
UNQ / CONICET