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Estudios Socioterritoriales

On-line version ISSN 1853-4392

Estudios Socioterritoriales vol.29  Tandil June 2021

http://dx.doi.org/10.37838/unicen/est.29-205 

Artículo científico

Imaginarios geográficos y desigualdad urbana en el Área Metropolitana de Buenos Aires (Argentina)

Geographic imaginaries and urban inequality in Buenos Aires (Argentina)

María Cristina Cravino1 
http://orcid.org/0000-0002-4082-9441

1 Doctora en Filosofía y Letras con orientación en Antropología Social. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas CONICET. Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Territorio, Economía y Sociedad CIETES. Universidad Nacional de Río Negro. Mitre 265, 4º “A” (8400) San Carlos de Bariloche, Río Negro, Argentina, mccravino@gmail.com

Resumen

El presente artículo aborda las representaciones geográficas (también denominados imaginarios urbanos) de los habitantes del Área Metropolitana de Buenos Aires sobre la región urbana. Para esto se realizaron entrevistas a vecinos de diferentes tipologías habitacionales (asentamientos populares, conjuntos de vivienda de interés social en altura y unifamiliares, barrios de clase media de casas bajas y de edificios en altura y urbanizaciones cerradas), las que fueron analizadas y dieron como resultado la predominancia de imaginarios urbanos que naturalizan las desigualdades metropolitanas. Por otra parte, observamos que se incorpora a la experiencia urbana de sus habitantes un sistema de jerarquías sociales entre barrios (u orden socio-espacial) y representaciones geográficas diferenciadas dentro de los espacios barriales.

Palabras clave: Desigualdad urbana; Área metropolitana de Buenos Aires; Representaciones sociales; Tipologías residenciales

Abstract

The present article aims to address geographical representations (also called urban imaginaries) of Buenos Aires Metropolitan Area´s inhabitants, about their urban region. In order to accomplish this goal, interviews were carried out with neighbors that reside in different types of housing (popular settlements, social dwellings both in height and single-family, low density middle-class neighborhoods, high density buildings and closed urbanizations). These interviews were analyzed and gave as result the predominance of urban imaginaries that naturalize metropolitan inequalities. Furthermore, it was possible to distinguish a system of social hierarchies (or socio-spatial order) between neighborhoods and differentiated geographical representations within neighborhood spaces, within the urban experience of its inhabitants.

Key words: Urban inequality; Buenos Aires Metropolitan Area; City´s social representations; Residential typologies

Introducción

El Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) comprende la Ciudad de Buenos Aires -capital de la república- y 24 municipios que la rodean (Conurbano Bonaerense). Este aglomerado urbano albergaba en 2010, casi 13 millones de personas (la ciudad capital aportaba 2.891.082 y los 24 municipios 9.910.282 (INDEC, 2010). Desde el punto de vista político administrativo, la Ciudad de Buenos Aires es autónoma desde 1996 y tiene un estatus similar al de una provincia, mientras que los municipios del Conurbano Bonaerense pertenecen a la provincia de Buenos Aires. En total la provincia cuenta con 134 distritos, entre conurbano e interior. La principal centralidad se da en la ciudad capital, donde circulan diariamente más de un millón de habitantes del conurbano ya sea para trabajar, estudiar o realizar otras actividades. Sin embargo, existen importantes subcentralidades dentro del Conurbano Bonaerense.

El presente artículo se propone analizar las representaciones sociales urbanas que portan los habitantes del AMBA a partir de 104 entrevistas realizadas con habitantes de distintas tipologías habitacionales (asentamientos informales; barrios cerrados; barrios de viviendas unifamiliares de clase media; conjuntos de vivienda multifamiliares de clase media, vivienda de interés social unifamiliares y multifamiliares; barrios surgidos de loteos populares con tenencia en propiedad del suelo)1 entre 2013 y 2017. Como se indica en la nota al pie lo que se buscó es realizar entrevistas en la zona sur, oeste, noroeste y norte, tanto en el primer cordón como en el segundo. Estas entrevistas nos permitieron una saturación teórica acerca de las representaciones sociales y un abanico de matices, que nos importa recuperarlas para desnaturalizar los estereotipos de lo que suponemos significa habitar cada tipo de barrios. Las entrevistas fueron sistematizadas por tipología y tópicos emergentes (Cuadro 1). Sin bien este artículo presenta una ‘fotografía’ de los imaginarios geográficos contemporáneos, en las entrevistas abordamos las trasformaciones del espacio urbano metropolitano y las vivencias barriales, pero esto será objeto de futuras publicaciones, en diálogo con la bibliografía que abordó las configuraciones urbanas y las experiencias en las diferentes tipologías habitacionales.

Las entrevistas fueron extensas y duraron entre una hora y media y dos horas y se plantearon diferentes tópicos (descripción y valoración de su barrio y de los otros barrios, percepción de seguridad de su barrio y el resto de la ciudad, lugares relevantes en la vida cotidiana, lugares de mayor o menor estatus en la metrópoli, miradas sobre las vivencias barriales en la infancia, lugares que se evita, valoraciones entre la Ciudad de Buenos Aires y Conurbano Bonaerense y dentro de cada uno de ellos diferentes sectores, experiencia en el transporte público, en las calles y autopistas, definición de centralidades en la vida cotidiana, asignaciones a grupos sociales en relación a las diferentes tipologías de acuerdo a los barrios o zonas, diferenciaciones dentro de los barrios, cuestiones a modificar en el barrio y en la ciudad, uso del espacio público, entre otros). Obviamente por razones de espacio aquí se centra en algunas percepciones relacionales entre tipologías habitacionales en el AMBA.

Cuadro 1 Tipologías habitacionales y cantidad de entrevistas 

Tipología habitacional Cantidad de entrevistas
Asentamientos y villas 18
Barrios surgidos de loteos populares con tenencia en propiedad del suelo 16
Vivienda de interés social unifamiliares y multifamiliares 18
Conjuntos de vivienda multifamiliares de clase media 18
Barrios de viviendas unifamiliares de clase media 16
Barrios cerrados 18
Total de entrevistas 104

Fuente: elaboración personal

Específicamente, se trata de una muestra teórica que toma las diferentes formas habitacionales presentes en la región. Buscamos en esta tarea, alcanzar la saturación teórica dentro de cada tipo de barrio y en cada uno de los municipios. Las entrevistas a los habitantes abordaron las percepciones urbanas desde diferentes aspectos (espacio público, seguridad, transporte, condiciones urbanas, sociabilidades, entre otros) que permitieron comprender en una etapa exploratoria la experiencia metropolitana (Duhau y Giglia, 2008) de los habitantes de esta metrópoli. Aquí focalizaremos en los procesos de naturalización de las desigualdades urbanas que se inducen desde el análisis de los imaginarios geográficos (Álvarez, 2015), así como la representación de un sistema de jerarquías barriales de acuerdo al estatus social. La estructura del artículo repasa y problematiza los conceptos de experiencia metropolitana, imaginarios geográficos y barrio, para luego analizar los resultados del trabajo empírico. Finalmente, presentaremos algunas conclusiones preliminares.

Por lo general, para clasificar sectores sociales se utiliza el nivel de ingresos, la categoría ocupacional (Maceira, 2018) o como proxi nivel de estudios. Sin embargo, el lugar donde se habita también es un indicador relevante ya que el mercado es el principal ordenador de la ciudad, seguido por la intervención del Estado por medio de oferta de viviendas de interés social y, en último lugar, las formas de autoproducción de ciudad.

Diversos estudios proponen que la estructura urbana es el resultado de la división social del espacio urbano, proceso que, en gran medida, está determinado por la dinámica del mercado inmobiliario y la apropiación diferencial de la renta del suelo. Las formas que adquiere la distribución residencial y las desigualdades en las condiciones de vida en el interior de la ciudad, resultan de la acción de los grupos sociales interesados en la apropiación de la ‘renta real’ (Harvey, 1997), entendida como la tensión entre el acceso desigual al consumo de los bienes y servicios colectivos y las ganancias generadas por la valorización inmobiliaria. De este proceso deriva una determinada estructura socio-espacial, entendida en términos de Duhau y Giglia (2008), como el patrón de distribución de la población según su perfil socio-económico en las diferentes áreas que conforman el espacio metropolitano, integrándose el grado de concentración de los diferentes grupos sociales y el grado de homogeneidad social de las áreas. Creemos que la clasificación tipológica sigue siendo relevante, en tanto las experiencias urbanas se encuentran moldeadas y en diálogo con el barrio que se habita. Si bien existen fuertes relaciones entre la estructura social y la espacial, la segunda no es reflejo de la primera. Como sostiene Bourdieu (1991), ese reflejo se da de forma turbia, ya que las condiciones habitaciones también están vinculadas a las políticas públicas, los procesos históricos que generan inercias y a las estrategias de los grupos sociales, es decir, no solo cuenta el nivel de ingreso de los distintos grupos sociales.

Experiencia metropolitana y barrial

Existe mucho interés en transformaciones recientes de las ciudades latinoamericanas, pero creemos que es importante también investigar el espacio urbano como un ámbito social de decantación de procesos históricos, económicos, políticos, jurídicos, sociales y ambientales. Duhau y Giglia (2008, p. 155) afirman que la división social del espacio residencial en la metrópolis actual, resultará

...de las formas pasadas o actuales de producción del espacio residencial que determinan, a través del funcionamiento del mercado inmobiliario, el tipo de vivienda y las áreas en las que la misma estará localizada, de acuerdo con el nivel socio-económico de los hogares.

Aquí, pretendemos indagar sobre representaciones geográficas que denotan estas condiciones más estructurales, aunque también, son sensibles a nuevos procesos y transformaciones físicas, sociales y simbólicas. Lindón (2010) sostiene que el sujeto cobra una nueva centralidad construyendo y reconstruyendo cotidianamente la ciudad en contextos históricos particulares. El estudio de la experiencia y las prácticas urbanas, las representaciones e imaginarios (Silva, 1992), las formas de uso y consumo del espacio urbano, entre otras líneas de investigación, dan cuenta de que el espacio urbano es producto y deviene, tanto de una realidad material como de los diferentes modos en que esta realidad es experimentada y vivida por los sujetos. En ella están presentes tensiones por los usos y pujas simbólicas, lo que se plasma en conflictos urbanos.

Las representaciones sociales vinculadas a las vivencias cotidianas de la urbe tienen diferentes escalas: por un lado, la vivienda que se habita, por otro el barrio en que se inserta aquella y, por último, la ciudad en su conjunto. Duhau y Giglia (2008, p. 21) a partir de un estudio en la ciudad de México denominan “experiencia metropolitana”, tanto a las “prácticas como las representaciones que hacen posible significar y vivir la metrópoli por parte de sujetos diferentes que residen en diferentes tipos de espacio”. A su vez para los autores

el concepto de experiencia alude a las muchas circunstancias de la vida cotidiana en la metrópoli y a las diversas relaciones posibles entre los sujetos y los lugares urbanos, a la variedad de usos y significados del espacio por parte de diferentes habitantes. (Duhau y Giglia, 2008, p. 21)

Coincidimos con Santillán Cornejo (2017) en que, en algunas ocasiones, las representaciones geográficas adquieren autonomía, vale decir, se despegan de las condiciones materiales. Esto se vincula a diferentes temporalidades (Cravino, 2017) en los procesos urbanos, donde los imaginarios urbanos tendrían ritmos más lentos que las transformaciones materiales.

Segura (2015) advierte sobre el peligro de que la noción de experiencia urbana se convierta en

“una caja negra”, que, al ser tan abarcadora, no se termine de saber qué incluye. Por esta razón, tomamos la perspectiva de Raymond Williams quien se interesa por la experiencia, entendida como los modos de hacer y sentir “por parte de los actores situados social y especialmente, por el modo en que sus vidas cotidianas se vinculan lo articulado y lo vivido” (p. 26, comillas en el original).

En ese sentido las percepciones son siempre situadas. El barrio (con diferentes denominaciones de acuerdo a cada ciudad) se entiende como unidad espacial, administrativa-política, pero, en general, tiene límites ambiguos desde las representaciones geográficas de los vecinos. No obstante, se constituye en una unidad de percepción del espacio urbano que rodea a la vivienda que se habita y tiene alcances diferentes de acuerdo a los modos de uso, con sus trayectorias de movilidad. Aun con heterogeneidades internas, constituye un locus central, la construcción de identidades y la etiquetación social. Un punto de partida del conocimiento local de un habitante metropolitano es justamente la aprehensión, percepción y representación de su barrio dentro del sistema de jerarquías urbanas. El ‘efecto de lugar’ acuñado por Bourdieu (1991) se asocia, sin duda, con la representación que tiene el barrio, en el espacio urbano material y simbólicamente jerarquizado. Segura (2015) retomando a de Certeau recuerda que los relatos y las prácticas no se localizan en las ciudades, sino que construyen socialmente el espacio (se ‘espacializan’).

Para Mayol (2000) la escala barrial se caracteriza por su cualidad de interfase, entre dos ámbitos concebidos como opuestos. En sus palabras

El barrio aparece como el dominio en el cual la relación espacio/tiempo es la más favorable para un usuario que ahí se desplaza a pie a partir de su hábitat. Por consiguiente, es ese trozo de ciudad que atraviesa un límite que distingue el espacio privado del espacio público: es lo que resulta de un andar, de una sucesión de pasos sobre una calle, poco a poco expresada por su vínculo orgánico con la vivienda. (p. 9)

Constituye, por tanto, un microcosmos más aprehensible en términos de escalas espaciales. Es decir

frente al conjunto de la ciudad, atiborrada de códigos que el usuario no domina pero que debe asimilar para poder vivir en ella, frente a una configuración de lugares, impuestos por el urbanismo, frente a desnivelaciones sociales intrínsecas, al espacio urbano, el usuario consigue siempre crearse lugares de repliegue, itinerarios para su uso o su placer que son las marcas que han sabido, por si mismo imponer al espacio urbano. El barrio es una noción dinámica, que necesita un aprendizaje progresivo que se incrementa con la repetición del compromiso del cuerpo del usuario en el espacio público hasta ejercer su apropiación de tal espacio. (Mayol, 2000, pp. 9-10)

Por lo tanto, permite separar el ‘espacio conocido y vivido’ del espacio ‘desconocido’. Este aprendizaje implica siempre tiempo, y al mismo tiempo es individual y colectivo.

De esta forma, consideramos que la ciudad no se trata de un espacio indiferenciado y externo a la vivienda, sino por el contrario habría lugares donde la experiencia urbana es más intensa (el barrio) y en otras donde es más débil y donde pesan con mayor intensidad los imaginarios geográficos hegemónicos (la ciudad por fuera del barrio). Incluso, hay lugares del espacio metropolitano que nunca fueron conocidos o recorridos y de los que solo se tiene referencias por los medios de comunicación o rumores.

García Canclini (1997) caracteriza al habitar metropolitano por una densidad de la interacción y la aceleración del intercambio de mensajes. La ciudad no es solo un fenómeno físico, un modo de ocupar un espacio, de aglomerarse; sino también un lugar donde ocurren fenómenos expresivos que entran en contradicción con la racionalización de la vida social. Así, el autor hace referencia al pasaje de ciudades a megaciudades, pero también de la cultura urbana a la multiculturalidad. Por esta razón postula la existencia de distintas ciudades de México, contenidas históricamente. Desde la perspectiva comunicacional la ciudad puede ‘leerse’ en sus símbolos o representaciones sociales, denominados imaginarios urbanos. Estos condensan la historia de los lugares, pero fuertemente nutrida de las imágenes de los medios de comunicación. El tamaño de las metrópolis provoca que no pueda tener una experiencia del conjunto de la ciudad, ni siquiera una parte importante de esta, pero podemos ‘leer’ los códigos por fuera de nuestras áreas conocidas.

Mientras Mayol (2000) enfatiza la experiencia urbana barrial, García Canclini (1997), la experiencia urbana metropolitana. Ambas tienen una estrecha relación, porque uno es el espacio reconocido/valorado frente al espacio urbano más anónimo, que es percibido a través de marcas e íconos urbanos o mapas mentales (de Alba, 2004). Gravano (2003) se propone un estudio antropológico del barrio como espacio simbólico-ideológico y referente de identidades sociales urbanas. Con ello, la experiencia urbana tiene consecuencias en las autopercepciones de las personas como habitantes de la urbe. No obstante, este es un proceso dinámico, vinculado a políticas urbanas, a transformaciones de las viviendas o del espacio público, de conflictos urbanos o catástrofes naturales. A partir del debate académico, acudiremos, entonces, al concepto de experiencia urbana, como un modo de acercarnos a las prácticas y representaciones desarrolladas en el marco de ciudades, como un espacio vivido al mismo tiempo que representado. Reservaremos imaginarios geográficos, representaciones sociales de la ciudad (o geográficas) como los modos que se perciben a sectores de la ciudad o la metrópoli en su conjunto.

El orden urbano metropolitano en el AMBA en las representaciones geográficas de los habitantes

Tanto Gonzalo Saraví (2016) como María Cristina Bayón (2015) desarrollaron trabajos sobre las ‘miradas recíprocas’ de distintos grupos sociales en el caso de Méjico. Saraví plantea, en particular, que en estas percepciones inciden los procesos de fragmentación del espacio social, ya que “la vida de los jóvenes de las clases populares y privilegiadas efectivamente transcurre cada vez en espacios socialmente homogéneos, y respectivamente aislados y distantes en términos culturales” (2016, p. 417). Si bien esto se refiere a grupos sociales y su interactuación o no en un espacio en común, también sucede a la inversa: hay supuestos sobre los sectores sociales que habitan ciertos espacios urbanos que no se frecuentan o incluso se evitan. De este modo, barrio y pertenencia social aparecen asociados en los imaginarios, pero presentan matices, miradas contradictorias que se fueron sedimentando en procesos históricos de circulación de imaginarios geográficos, experiencias vividas o relatadas por otros, así como imágenes percibidas.

Seguidamente, analizaremos las representaciones geográficas del AMBA que poseen los habitantes de la ciudad en el marco de sus usos urbanos y vivencias cotidianas. Este es un modo de acercarnos a la experiencia urbana metropolitana, partiendo de una localización diferenciada por tipología habitacional. Implica atender a una doble construcción social: por un lado, el espacio urbano que adquiere una reputación por sí mismo y, por otro, las relaciones sociales entre distintos sectores y actores en ese espacio urbano clasificado, jerarquizado y en conflicto. Si bien nos vamos a centrar en las representaciones sociales con fines analíticos, estas son indisolubles de las prácticas situadas. Estas representaciones también están en disputa. No solo son los vecinos quienes las visibilizan en sus discursos, sino también los medios de comunicación, los funcionarios estatales e inclusive los académicos. Los distintos actores pujan por imponer sus visiones sobre las distintas zonas o barrios de la ciudad. En síntesis: “la ciudad se encuentra entonces fragmentada en nuestra mente en un sinnúmero de imágenes que no forzosamente alcanzan coherencia entre sí como significantes” (Hiernaux, 2007, p. 22). De todos modos, tenemos conocimiento sobre las reputaciones de distintos lugares, aunque no los conozcamos, logramos anclarlos y aprehenderlos socialmente.

Gorelik (2015) advierte que es una trampa pensar en la región como un contrapunto ‘villa’ (asentamiento informal)- ‘country’ (urbanización cerrada), ya que la urbe debe ser explicada en su integralidad. Señala el peligro de cierta visión capital-céntrica y que, además, no puede pensarse la periferia como un reflejo imperfecto del centro, sino que debe hacerse relacionalmente tomando a toda la ciudad. Este planteo invita a poner foco también en barrios de sectores medios (según sus gradientes), que constituyen la mayor parte de los espacios metropolitanos. En este trabajo no vamos a detenernos en el clivaje temporal de las representaciones urbanas de los entrevistados, pero sí deseamos resaltar que los contrapuntos entre un pasado (idealizado) y un presente (amenazado) fueron muy marcados en los relatos, en diferentes tipologías habitacionales, aunque con más fuerza en los habitantes de barrios cerrados. Esta taxonomía es construida y redefinida en el proceso histórico.

El AMBA (Mapa 1) se caracteriza por su continuidad urbana con algunas fronteras físicas y/o sociales. El orden urbano se asocia con una estructura de expansión en forma de tablero homogéneo, la cual favoreció una rápida unificación del centro con los nuevos barrios suburbiales (Gorelik, 2004). La topografía de llanura colaboró con esta expansión continua. A su vez, a comienzos de siglo XX la venta de lotes baratos en cuotas, primero en la Ciudad de Buenos Aires y luego en el Conurbano Bonaerense, junto a la instalación de medios de transporte público posibilitaron a los trabajadores el acceso a la vivienda, factor que generó el crecimiento en baja densidad de la metrópoli. Mientras el distrito central tuvo una consolidación temprana, en el Conurbano Bonaerense la misma se asociaba a los corredores ferroviarios, donde los espacios residenciales cercanos a las estaciones tuvieron características similares a los barrios de la Capital Federal, en cuanto a mayor infraestructura y calidad constructiva de las viviendas. Para la circulación entre los espacios intersticiales el transporte público por excelencia fue (y es) el ómnibus (‘colectivo’), aunque este nunca estuvo igualmente distribuido y en ocasiones con menor frecuencia que el ferrocarril. Desde la década de 1990 se produce una suburbanización de las élites por medio de urbanizaciones cerradas, facilitadas por la construcción de autopistas urbanas o el ensanchamiento de las existentes. De ese modo, las periferias se fueron transformando y generando enclaves de población de alta renta. Como se observa en el Mapa 1, la zona norte se caracteriza por constituirse en un cono de alta renta, mientras el oeste y sur heterogéneo, pero con promedios de ingresos menores e infraestructura urbana menos consolidada.

Fuente: Observatorio del Conurbano Bonaerense UNGS http://www.observatorioamba.org/planes-y-proyectos/amba#mapas

Mapa 1 Mapa del Área Metropolitana de Buenos Aires 

Centro-periferia

Si bien estuvo presente la representación dicotómica entre una ciudad central, la Capital Federal y un área periférica (por momentos difusa), no explicaba la mayor parte de los imaginarios geográficos de los vecinos del AMBA. Las diferencias entre barrios, tipologías y zonas, fueron centrales en las descripciones y valoraciones de los habitantes, al mismo tiempo que la identificación de espacios diferenciados dentro de sus propios entornos. Los procesos de naturalización de estas diferencias se plasmaron en mapas mentales de espacios jerarquizados dentro de la metrópoli. En las entrevistas, surgían reconocimientos y valoraciones positivas de las subcentralidades, que algunas representaciones académicas niegan, aunque recientemente otras les han dado visibilidad (Ciccolella y Vecslir, 2012). Notamos que, para los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, la periferia es representada como un lugar peligroso, con excepción de un corredor norte de esparcimiento (la costa del Río de la Plata y la localidad del Tigre, donde se encuentra un delta en el que se hallan diversos centros de recreación y práctica de deportes acuáticos). Para los habitantes del Conurbano Bonaerense, las representaciones de la Ciudad de Buenos Aires, como un área más consolidada y pudiente, es común a todos los sectores sociales. Asimismo, se presentan algunos contrastes dentro de ese distrito, ya que son muy intensas las imágenes socio urbanas sobre las villas, emitidas en forma constante por los medios de comunicación. Su altura (de hasta siete pisos, no encontrada en los municipios del Conurbano Bonaerense), su dinámica política y de seguridad son conocidas por los habitantes de los distritos que bordean a la Capital Federal. A la vez, en relación a su mirada, la experiencia de viaje en los medios de transporte y sus zonas aledañas forman parte de una postal urbana internalizada.

Estas fronteras simbólicas fueron construidas social y políticamente. Podemos rastrear como un hito histórico la última dictadura militar (1976-1983), que decidió erradicar todas las villas del distrito federal y transportó a muchos de sus habitantes, en camiones destinados al transporte de residuos, hacia el Conurbano Bonaerense (Oszlak, 1991). Además, en esos mismos lugares se crearon zonas de disposición final de residuos sólidos urbanos como rellenos sanitarios, no existiendo ninguno de ellos en la capital federal. Al mismo tiempo, se comenzó a desarrollar una política pública de erradicación de industrias contaminantes hacia la periferia (Oszlak, 1991). Un segundo elemento relevante son los imaginarios urbanos que propalan los medios de comunicación, los que frecuentemente presentan al Conurbano Bonaerense como el lugar de la pobreza, el clientelismo político y la inseguridad (Álvarez, 2015). Muchos de los que habitan la ciudad capital, durante el diálogo entablado, expresaban la opinión de que “los pobres deberían vivir allá” y no en su territorio. Estas afirmaciones expresan un imaginario de orden urbano que niega lo que sucede en la actualidad: la periferia es disputada en sus espacios vacantes entre emprendimientos privados de barrios cerrados y asentamientos. A su vez, naturaliza la idea de zonas diferenciadas para cada sector social. Sin embargo, es un buen ejemplo de cómo las representaciones geográficas tienen tiempos de transformación más lentos que la materialidad de la ciudad.

Los entrevistados aludían a imágenes de los medios de comunicación como una fuente de conocimiento urbano y en forma complementaria, acudían a relatos de personas cercanas, en particular vinculadas a situaciones de inseguridad. Esto decantaba en imaginarios geográficos compartidos y naturalizados acerca de zonas que pasan a tener la reputación de “peligrosas”. Inclusive se han desarrollado dispositivos tecnológicos, con mapas que incorporan alertas sobre calles o barrios, que deben ser evitados por razones de seguridad (también conocidas como “zonas rojas” o más recientemente como “zonas picantes”). En aquellos barrios estigmatizados, encontramos estrategias por parte de sus pobladores, con el fin de mitigar los daños de esos dispositivos de etiquetamiento y de los que tenían cabal conocimiento. En algunos casos también se reproducían, subordinando imágenes hegemónicas sobre sus mismos vecinos (Cravino, 2016).

Los barrios

Saraví (2016) explica que los sujetos no pueden evitar enfrentarse a las desigualdades en sus vidas cotidianas y para esto deben proveerse de un instrumental semántico para procesarlas. Una de las formas son las representaciones sociales sobre los barrios, en particular las reputaciones de sus habitantes y sus espacios. Eso permite reproducir y legitimar las diferencias. Como sostiene Reygadas (2008) esas representaciones también construyen esas desigualdades.

El proceso de naturalización de las desigualdades urbanas y la introyección de un mapa mental de jerarquías sociales barriales, significa la incorporación al hábitus urbano de aquellas diferencias y contrastes, junto a sus ‘efectos de lugar’ (Bourdieu, 1991). En ese sentido, una de las primeras respuestas habituales a la pregunta “¿cómo es tu barrio?” fue la apelación al adjetivo: “tranquilo”, en alusión a cierta ‘normalidad’ en las relaciones sociales, la situación del espacio público, la accesibilidad o la seguridad. Algo similar sucedía cuando interrogábamos acerca de la pertenencia por sector socio-económico de su barrio. Allí el término habitual de respuesta fue “normal”, enfatizando que consideraban que no era “diferente de otros” y en la mayoría de los casos los asociaban a la “clase media”. Fue excepcional una referencia a “clase media baja”, “obrera” o “pobre”, aún en entornos urbanos altamente precarios. Claramente, la representación geográfica de “barrio tranquilo” se asocia a la idea misma de barrio, esto es: espacio conocido, reconocido y propio, pero a la vez, donde los vecinos se conocen, a la que acudía Mayol (2000) citado en el apartado anterior. Estos modos de relacionamiento con el espacio urbano implican que le otorgan confianza, seguridad y afecto a los mismos, equivalente a lo que algunos denominan topofilia. De este modo, los cambios en la composición social o la llegada de nuevos vecinos (consideradas en un número -ambiguo- por fuera de dicha ‘normalidad’) en todas las tipologías se expresaron como amenazantes. En particular, en los asentamientos populares se hacía referencia a nacionalidades particulares, en los sectores de clase media de casas bajas a procesos de densificación por construcción de edificios en altura y en las urbanizaciones cerradas al peligro de la llegada de sectores con menores ingresos que los que ya las habitaban. En consecuencia, es posible señalar que en algunos casos la amenaza ponía en cuestión su situación de seguridad, estilo de vida o estatus social.

Imaginarios geográficos de las tipologías habitacionales

Aquí podremos reconstruir algunas de las miradas de los habitantes sobre sus barrios y los otros de la región metropolitana tomando algunos de los elementos surgidos en las entrevistas como tópicos recurrentes y algunos de sus matices. Encontramos una fuerte naturalización del orden urbano en los relatos de los vecinos pertenecientes a una tipología habitacional respecto a las otras. La tipología habitacional es el locus desde donde se percibe la ciudad, pero a partir de la batería teórica que seleccionamos buscamos escapar de la idea de un determinismo geográfico sino indagar sobre los imaginarios geográficos que circulan entre los habitantes para recomponer un mosaico de miradas recíprocas que siempre son ancladas en práctica, pero también moldeadas por las representaciones sociales decantadas y reactualizadas constantemente. A partir de las entrevistas a habitantes de villas o asentamientos populares, encontrábamos que el aislamiento, les parecía una ‘respuesta natural’ de quienes tenían altos ingresos, para ‘resguardarse’ del resto de los habitantes del AMBA. Inclusive enunciaban frases como “es una cuestión de seguridad y ahí viven más libres… pueden andar en bicicleta, juntarse con amigos”. Muchos de estos vecinos de asentamientos populares conocían a las urbanizaciones cerradas por dentro porque habían trabajado allí como empleadas domésticas, jardineros, albañiles y otras actividades de servicios. Al respecto, aludieron que las condiciones de empleo en esas locaciones, eran de mayor precariedad y con más cantidad de abusos por parte de los patrones. Se referían a que no contaban con empleos registrados2, que eran despedidos sin indemnización o bien que les exigían muchas horas extras no remuneradas. Similares relatos encontrábamos en las entrevistas a los habitantes de barrios, también pertenecientes a sectores populares del Conurbano Bonaerense, pero cuyo origen fue a partir de un loteo formal. Estos también naturalizaban las diferencias y la justificación de estos barrios cerrados en la periferia. Un poblador afirmaba como síntesis: “todos los barrios tienen una parte rica y una parte pobre”. Creemos que la naturalización de la desigualdad urbana, sin duda, está emparentada también con el mismo proceso global de las desigualdades socio-económicas (Tilly, 2000). No obstante, por razones de espacio no podremos profundizar aquí sobre este vínculo, pero si podemos afirmar que está fuertemente atravesado por otras representaciones sociales.

Cabe señalar que hallamos respuestas similares a las encontradas por Janoschka (2002) en su estudio de Nordelta, cuando analizamos los discursos de los habitantes de barrios cerrados al indagar sobre los motivos para instalarse allí. Por un lado, expresaban su necesidad de refugiarse en lugares seguros, pero también hacían referencia a la finalidad de obtener un estilo de vida vinculado a un entorno natural, un ambiente familiar y a la disponibilidad de practicar deportes en el mismo lugar en que se vive. Para aquellos que residían en barrios de clase media, tanto en viviendas unifamiliares como en altura, las urbanizaciones cerradas eran una opción válida de residencia para otros, pero incluso podría ser para ellos mismos. En ocasiones, expresaban que por sus actividades laborales necesitaban habitar en la centralidad de la ciudad capital y por ello descartaban habitar en lugares más alejados, donde se encuentran mayormente las urbanizaciones cerradas. Estas respuestas también son parte de un orden urbano naturalizado, que expresa opciones libres de localización y obtura la visibilidad de las condicionalidades económicas, sociales y culturales de estas supuestas elecciones. Solo un sector de la clase media, con actividades profesionales vinculadas a estudios universitarios y portadores de orientaciones políticas progresistas se mostraron preocupados por generar ciudades inclusivas y desarrollaron discursos censurantes de las tipologías habitacionales planteadas. También hallamos visiones más complejizadas, como es el caso de Jorge. Este entrevistado afirmaba que tenía una posición dividida frente a los barrios cerrados

Por un lado, tienen esa suerte de encanto de vivir sin rejas, de poder dejar la puerta de su casa abierta. Por otro lado, me parece que es una ostentación, porque por lo general lo barrios cerrados están al lado de barrios muy pobres. (Jorge, 44 años, capital federal)

Agregaba una preocupación por la sociabilidad metropolitana

Lo que si no me gusta ni medio es que las generaciones que se crían ahí, por ejemplo, Nordelta, ahí hay shoppings, cines, no tenés necesidad de salir al mundo exterior si vivía ahí dentro. Y generan así gente de probeta, me parece horrible. (Jorge, 44 años, capital federal)

Resulta sugerente el análisis de Mayarí Castillo (2016) sobre las clases medias chilenas, al afirmar que, en la construcción de los relatos biográficos de este grupo, la apropiación de la idea de ascenso social resultaba un dispositivo de naturalización de las desigualdades. Si bien no adoptamos la perspectiva biográfica, en los relatos de los habitantes de barrios cerrados la meritocracia emerge como un justificativo de su elección habitacional y la distancia respecto a las capacidades locacionales de otros grupos sociales desfavorecidos.

La mayoría de los habitantes de barrios cerrados ve al Conurbano Bonaerense como un espacio peligroso, construyendo una representación dicotómica entre un adentro seguro y un afuera inseguro (casi de manera indiferenciada en este aspecto). Es muy fuerte la presencia de un sentimiento de inseguridad (Kessler, 2009). Asimismo, confiaban su integridad y su propiedad a dispositivos físicos de cercamiento, mecanismos electrónicos de seguridad y controles en la entrada, pero tampoco con total satisfacción. Un caso extremo lo hallamos entre los habitantes de Nordelta (ciudad cerrada), donde un entrevistado afirmó que “lamentaba” tener que pasar por el Conurbano Bonaerense (donde se halla implantada la urbanización) y por esta razón el modo de transporte era un tema crucial. Si por algún motivo no podían utilizar el automóvil, debían recurrir a un sistema de combis (autobuses de tamaño pequeño) y manifestaban su preocupación ante la posibilidad de quedar “a la deriva” en caso de tener que utilizar el transporte público.

Svampa (2001) en su estudio “Los que ganaron”, haciendo referencia a aquellos que viven en countries y barrios cerrados, advierte que no sería acertado considerar que la sociabilidad en estos tipos de barrios desemboca en la constitución de comunidades totales. Sin embargo, observa que es importante la tendencia hacia la homogenización social e incluso generacional. Al mismo tiempo, esta autora muestra que existe un gradiente en cuanto al estatus social de estas urbanizaciones cercadas, ya que no es lo mismo un country de larga data, que uno nuevo o un barrio cerrado. La elección de los barrios por estos actores, se constituye como estrategia de distinción, tal como la concebía Bourdieu (2000) y, a la vez, como una ‘sociabilidad elegida’. Siguiendo a Abramo (2006) se conforma un tipo de convención urbana y claramente, estos aspectos fueron constatados en nuestras entrevistas del AMBA. Los vecinos de urbanizaciones cerradas mostraron frecuentes relaciones con otros barrios similares, por ejemplo, a partir de torneos de tenis y un conocimiento detallado de las instalaciones y de sus miembros, construyendo un mapa mental de jerarquías urbanas dentro de esta tipología habitacional.

Muchos habitantes de la Ciudad de Buenos Aires pertenecientes a la clase media, no podían optar por un hábitat, ubicado a mucha distancia de su lugar de trabajo. Por esa razón, prefirieron las llamadas ‘torres jardín’ o ‘torres country’, que cuentan con espacios verdes privados, piletas, canchas de tenis, salón de usos múltiples, gimnasios entre otras comodidades de uso común. Estas construcciones constituyeron una opción más aceptable, aunque sin las características de aislamiento que otorgan los barrios cerrados. Además, hallamos que muchas personas de espacios residenciales de clase media (vivienda en altura o en casas de baja altura) tenían una cierta valoración de la trama urbana abierta, pero igualmente reclamaban mayor seguridad en el espacio público. Deseaban acceder a zonas de esparcimiento vinculados a una vecindad en lo posible, limitada. Esta aspiración se relaciona con la presencia de distintos sectores sociales en la mayoría de los parques y plazas, compartiendo el mismo espacio, con algunas manifestaciones de desconfianza o rechazo por parte de algunos de los usuarios.

Otro aspecto, en el mismo sentido que el apartado anterior, y que merece una indagación específica se refiere a la mirada sobre las transformaciones del espacio público de plazas y parques. Existe un fuerte reclamo acerca de su abandono, por parte de las clases medias, en paralelo al crecimiento de espacios semipúblicos como los shoppings centers. En términos generales, no encontramos referencias a esas prácticas en ninguno de los distritos del AMBA, pero sí ponderaciones diferenciales acerca de una política de cercamiento de plazas, las cuales se llevaron a cabo de manera más notoria en la Ciudad de Buenos Aires, como así también en diversos municipios del Conurbano Bonaerense.

Los vecinos de la Capital Federal, que vivían en barrios de clase media y casas bajas o en departamentos en altura, incorporaban a sus representaciones geográficas urbanas, zonas a las que de plano, descartaban transitar o eludían lo más posible. Federico (34 años, fotógrafo, barrio de Saavedra) mientras repasaba los lugares que le gustaba y los que no, se sinceró diciendo que: “Lugano no me gusta, si puedo evitar, lo evito”. Villa Lugano es un barrio de la zona sur de la ciudad, donde predominan conjuntos habitacionales de interés social, ‘villas’ (asentamientos populares) y un sector céntrico de viviendas unifamiliares de diferentes calidades. Algo similar afirmaba de otras localidades del Conurbano Bonaerense, en donde había nacido y pasado su infancia. También afirmó “no me atrae la idea de entrar en una villa”. De esta forma, sostenía su intención de evitar el tránsito por esta tipología habitacional. Agregaba que en alguna oportunidad ingresó a una villa cercana a su barrio, de noche, y que “sentía miradas”, rematando con una afirmación: “trato de no exponerme”. Otro entrevistado sostenía que tenía mucho miedo cuando viajaba en un tren que pasaba por ese tipo de barrios y se detenía allí, o ingresaba gente fumando ‘paco’ (pasta base de cocaína).

En las representaciones geográficas hegemónicas, entonces, los asentamientos populares se encuentran entre los espacios más desprestigiados socialmente. Tanto los habitantes de barrios de clase media como de urbanizaciones cerradas consideraron a las villas y asentamientos (representados con el genérico ‘villas’) como espacios de mala reputación y peligrosos. También los percibían como lugares “feos”, asociando esta calificación estética con la condición de pobreza. Los vecinos que habitan este tipo de barrios tienen dos posiciones, aunque a veces las articulan en su discurso. Encontramos pobladores, como Erica, quien, desde su experiencia urbana, su vecindario es ponderado positivamente porque existía solidaridad entre los vecinos. En su mirada

a mí me respetan, me saludan todos, conozco a todos, todos me conocen a mí. Yo pienso, algunos opinan lo contrario. Otro vecino te va a decir, “no, ahí es peligroso, ahí te van a robar, ahí te van a hacer algo”. (Erica, 30 años, asentamiento del Municipio de Moreno)

Mientras transcurría la entrevista, hizo referencia a un intento de robo que sufrió en un “lugar oscuro” y de otro atraco que sufrió su hija, pero en una zona algo alejada de su casa, aunque dentro del barrio. Esto demuestra, al igual que en algunas áreas de clase media, que solo algunos sectores de la ciudad muy cercanos a su vivienda (unas pocas cuadras), son los reconocidos como espacios familiares. Este hecho obligaría a repensar la categoría ‘barrio’ como ese lugar genérico por su carácter liminar entre lo público y lo privado. Algo similar encontramos en las respuestas de los vecinos de conjuntos habitacionales multifamiliares de interés social. Estos, consideraban a sus barrios como seguros, aunque tenían fuertes preocupaciones por robos en zonas cercanas y que conocían por noticias en los medios de comunicación.

Los entrevistados, habitantes de asentamientos populares en todos los casos agregaron el adjetivo “tranquilo” a su barrio y todo indica estar enfocado en la relación con los vecinos en particular, como lo explicaba Erica. Cuando preguntábamos sobre la caracterización del sector económico de pertenencia a esta tipología habitacional, la idea de “barrio pobre” fue excepcional, ya que aún aquellos que vivían en zonas de mucha precariedad se percibían a sí mismos como “clase media”, dejando la categoría “pobre” para aquellos que no tienen vivienda o ingresos o solo viven de planes sociales asistenciales. Esto es similar a lo indicado por Bayón (2015) en relación a un estudio de jóvenes de sectores populares de un municipio mexicano, donde en sus narrativas “pobres” son los que “no tienen nada”. Cuando los interrogábamos sobre aspectos a cambiar, hacían referencia a diversos aspectos de la calidad urbana: desde mejorar los pasillos, evitar que se inunden ciertas zonas, arreglar las viviendas, contar con espacios públicos como plazas, escuelas o centros de salud y también proveer seguridad. En ese sentido, y aludiendo a las carencias, algunos entrevistados incorporaron la categoría de “barrios abandonados”, para señalar el corrimiento del Estado. En coincidencia con los habitantes de otros tipos de barrios, los vecinos de los asentamientos populares, también hicieron referencia a la heterogeneidad de su espacio residencial. Aquí se vuelve a poner en tensión la afirmación del barrio como un lugar de mediación. Se trataría entonces de un espacio también diferenciado, con zonas de recurrencia, de evitación y otras en situación intermedia. Sería entonces un espacio rugoso, que va conformando su significación y afecto a partir de una construcción temporal y a la experiencia acumulada. Inclusive, muchos vecinos en las conversaciones, espontáneamente hacían alusión a los años que tenían viviendo en su casa, como modo de reafirmación de la pertenencia a ese lugar. No compartimos la mirada de Katzman (2001), quien enfatiza la idea de aislamiento y pérdida de capital social de los pobres. Si bien puede pensarse en situaciones de posiciones diferenciadas de estos barrios y una posición en lo más bajo de las jerarquías urbanas, creemos que existen muchos matices y heteregoneidades entre este tipo de barrios y en el interior de los barrios a partir de analizar sus representaciones geográficas. No consideramos pertinente referirnos a ‘guetos urbanos’ (Katzman, 2001). Por el contrario, apelar a esa idea refuerza las representaciones sociales negativas de los asentamientos populares. En cambio, coincidimos con Alvarez-Rivadulla (2017), quien considera que los habitantes de asentamientos populares (a partir de su estudio en Montevideo) tienen muchas dificultades para correr las barreras simbólicas del estigma que recae en ellos por sus condiciones materiales de localización. Creemos que las representaciones geográficas siempre están en disputa y los actores sociales despliegan estrategias fallidas o no en relación a su reputación. Esto incluye también la posibilidad de la reproducción de estigmas que recaen sobre ellos. Sin duda, es un tema para seguir indagando.

En cuanto a las relaciones vecinales, los habitantes de urbanizaciones cerradas con frecuencia hicieron mención a una sociabilidad superficial. Ignacio habita un barrio cerrado del Municipio de San Miguel y describió así, la situación en su barrio

La relación con los vecinos es muy acotada. Este tipo de barrios tiene el problema de que vos no tenés medianeras, entonces los ves a todos. Entonces la gente es bastante cautelosa. Pero si yo te tuviera que describir no existe la relación que existe en un barrio. (Ignacio, 41 años, publicista, Municipio de San Miguel)

Aún más, sostenía que: “No es que salís a la calle y saludas a todo el mundo, sino sería un conventillo. Es un poco también la forma de vivir que te lleva a eso porque si no, no tendrías privacidad de nada.”

En cambio, en loteos populares de casas unifamiliares, también la vecindad es altamente valorada. Dolores, tenía 73 años al momento de ser consultada y consideraba que sus vecinos eran “gente muy buena”. En paralelo, dentro de esta tipología fue corriente escuchar relatos acerca de su preocupación por la inseguridad. Esta preocupación fue sintetizada con la frase: “tenés que estar enrejado” o haciendo mención a los cuidados extremos que debían adoptar para trasladarse a la metrópoli. El medio de transporte en muchos casos es el automóvil y, entonces, para ellos, las calles en general y las que cuentan con semáforos, son lugares considerados peligrosos. En cambio, para los que toman transporte público, al igual que muchos de los que habitan asentamientos informales, las estaciones de trenes, las paradas de colectivo, ciertas calles y terrenos baldíos o predios fabriles son los lugares más inseguros. La mayoría consideró a la Ciudad de Buenos Aires como más segura que el Conurbano Bonaerense, pero algunos consideraban insegura a la metrópoli en su conjunto, más allá de su experiencia personal.

Los entrevistados que habitan barrios de sectores populares del Conurbano Bonaerense señalan particularmente como los lugares más inseguros a las villas, pero en particular las de la ciudad capital, coincidente con lo señalado por los consultados, que habitan otro tipo de barrio. Asimismo, asociaban las villas con la venta de drogas y al momento de indicar cuáles, mencionan las más difundidas por los medios de comunicación, tales como la villa 31 de Retiro, la 1-11-14 de Bajo Flores, la 21-24 de Barracas (Cravino, 2016). Como plantea Kessler (2009) las mujeres suelen tener mayor temor que los hombres a las situaciones de inseguridad, aún cuando la percepción de la misma incluya a ambos géneros. Muchos de los que habitan asentamientos populares o barrios de loteos, afirman que casi nunca salen a pasear por fuera de sus barrios, solo compras o trámites en los centros comunales, visitas a algunos parientes y quienes tienen niños pequeños, refieren concurrir a plazas cercanas.

Palabras finales

Según Reygadas (2008, p. 302)

La desigualdad es un fenómeno complejo, relacional, producto de la articulación de muchos procesos. Sin embargo, para pensarla y actuar frente a ellas, los agentes recurren a imágenes o representaciones más sencillas, que destacan algunos procesos o subrayan algunos factores. Además, los sujetos mezclan razones y emociones, concientes e inconcientes, sus representaciones reflejan esa complejidad interna.

De acuerdo a la indagación que hicimos por medio de entrevistas con los habitantes de diferentes tipologías habitacionales del AMBA, encontramos experiencias urbanas también diferentes ya sean barriales o metropolitanas. Recabamos relatos sobre el orden urbano, con sus jerarquías territoriales y sus imaginarios acerca de los tipos de habitantes de cada uno de los espacios. Estas representaciones geográficas naturalizaban las desigualdades urbanas, contribuyendo a procesos de reproducción simbólica de las diferencias en las condiciones de vida. Esto muestra la relevancia de indagar, no solo acerca de las condiciones materiales, sino también los mecanismos de reproducción social de las percepciones socio-urbanas, la construcción social de la alteridad y la circulación de estereotipos sobre espacios residenciales.

Los que habitaban urbanizaciones cerradas (clase media y media alta) son los que presentaban percepciones de la metrópoli fuertemente polarizadas: sus barrios eran concebidos como islas seguras y la ciudad en su conjunto era vista como un territorio peligroso y evitado en la medida de lo posible. Sus experiencias urbanas estaban apegadas a la movilidad en automóvil y su característica de peatón o de ciclista, se circunscribía y recreaba dentro de un “mundo artificial”, tal como lo señalaron algunos de los entrevistados.

Los vecinos de clase media, tanto habitantes de viviendas unifamiliares como de edificios en altura, se mostraban arraigados a sus barrios, valorando un estilo de vida que les permitía un acceso a pie, a múltiples servicios (comerciales, culturales, educativos, entre otros). Los relatos de sus experiencias urbanas se asociaban a la idea de Mayol (2000) del barrio como un lugar de transición entre el espacio privado y el público. Señalaban, además, aspectos que le otorgaban marcas urbanas de reconocimiento y la percepción de sentirse seguros en lugares de cierta homogeneidad social. Temían ingresar a los asentamientos populares, a los que asociaban con el delito, el tráfico de armas y la pobreza. Generaban mecanismos de estigmatización respecto a quienes habitan allí, que implicaban prejuicios intensos sobre sus modos de vida. En relación a la tipología de urbanizaciones cerradas, consideraban en cambio, como ‘natural’ el hecho de que los sectores de mayores ingresos buscaran espacios seguros, sumado al interés en un modo de vida más vinculado a la naturaleza, a la práctica deportiva y a una sociabilidad elegida. Esta tipología residencial tomada en cuenta por los sectores medios recabados como una opción de movilidad residencial. No obstante, la comodidad que, desde su punto de vista, les otorgaba habitar en una centralidad urbana, en particular para los habitantes de la capital federal, los llevaba a descartarla en ese momento. Otros motivos para no optar por la movilidad habitacional hacia esos barrios era que, en algunos casos, lo consideraban fuera de su alcance económico o por ser inconveniente para el momento de su ciclo vital (estar estudiando, necesidad de cuidados familiares, etc.).

Los sectores populares naturalizaban la estructura social urbana desigual, reconocían las jerarquías urbanas y eran conscientes de los estigmas que pesaban sobre sus barrios, en particular aquellos que habitaban conjuntos de interés social y asentamientos populares. Desarrollaban estrategias para despegarse de los prejuicios, mientras otros los reproducían en sus discursos. Buscaban moverse en lugares y medios de transporte que consideraban seguros, acotando para esto los espacios donde circulaban o los horarios del día (evitando en particular la noche). En realidad, en todas las topologías habitacionales encontramos preocupación por la inseguridad dentro de la metrópoli (Kessler, 2009), pero aquí la condición particular es la de peatón, tanto más vulnerable.

La desigualdad urbana no emergió espontáneamente en las entrevistas. Los barrios cerrados parecían solo una preocupación para la clase media de izquierda, ya que los que vivían allí expresaron un discurso de satisfacción frente a ese estilo de vida (aunque varios de ellos hicieron referencia a cierto carácter de artificialidad de la vida urbana y social), los que habitan barrios populares o asentamientos informales consideran a esta tipología urbana, como una forma válida de habitar la ciudad, tal como lo afirmaba una vecina del Conurbano Bonaerense: “si uno tiene la oportunidad... y se sienten seguros… es cuestión de cada uno”. Las clases medias se dirimen entre mantener su forma de vida (sin densificación), mudarse a barrios cerrados acorde a su capacidad de pago o bien, aceptar a aquellos que se suburbanizan, como una modalidad legítima de escapar de la inseguridad o de vivir en contacto con la naturaleza. La centralidad emerge como disputada a partir de un crecimiento exponencial de la población que habita en asentamientos informales en la capital federal, lo que desafía el orden urbano. Oszlak (1991) desarrolló este tema, describiendo los procesos de erradicación a mediados de la década de 1970, durante la última dictadura militar, en la Capital Federal. También se encuentran disputados los espacios de clase media, debido a los conflictos que surgieron ante la mayor densificación (a partir de la construcción de edificios en altura), el cambio de usos, el crecimiento de espacios dedicados al comercio o para algunos de los entrevistados, a raíz del cercamiento de parques y plazas (vedando el acceso en horarios nocturnos). Por último, a partir de los discursos en relación a la ciudad, encontramos que los medios de comunicación, según los propios entrevistados, eran una fuente privilegiada de información, en particular respecto a espacios no frecuentados o no conocidos personalmente. Como plantea Álvarez (2015), en su análisis de la prensa escrita, y su visión del Conurbano Bonaerense, lo que circula en los medios gráficos son imágenes negativas de la periferia, pudiendo agregar que al tratarse de asentamientos populares la mirada negativa se potencia (Cravino, 2016).

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1Las mismas se desarrollaron en los municipios de Tigre, Morón, Moreno, Almirante Brown, San Miguel y Avellaneda, además de la Ciudad de Buenos Aires. Es decir, se tomaron casos de la primer y segunda corona del Conurbano Bonaerense y a su vez en la Capital Federal también se buscó indagar en distintos barrios. En el caso de los asentamientos populares se tomaron casos de las dos modalidades: las “villas” (barrios de trama irregular y angostos pasillos y fuerte densidad poblacional) y “asentamientos” o “tomas de tierra” (barrios de ocupación que adquieren trama urbana regular en su amanzanado y con lotes que respetan los tamaños de la normativa urbana o se acercan a ellos).

2En una nota periodística se informaba que la Agencia Federal de Ingresos Brutos (AFIP) había encontrado un 40% de trabajo no registrado en urbanizaciones cerradas y el barrio de Puerto Madero (Bermúdez, 2018).

Recibido: 21 de Junio de 2020; Aprobado: 09 de Octubre de 2020

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