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Relaciones internacionales

On-line version ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.29 no.59 La Plata June 2020

 

Lecturas

¿Por qué somos tan parroquiales? Una breve historia internacional de Colombia

Sonia M. Jaimes  Historiadora1  2 

1Universidad Nacional de Colombia

2Universidad Andia Simón Bolívar

Borda, Sandra. ¿Por qué somos tan parroquiales? Una breve historia internacional de Colombia. 2019. Crítica, Bogotá: 120p. ISBN: 9789584276650.

Con una presentación a modo de excusa para el público académico del cual ella emergió, o mejor aún, como una declaración de principios, Sandra Borda explica las motivaciones más íntimas que la instaron a aventurarse en la escritura de este ensayo de divulgación. Y ese es el tono con el que se escribe la primera parte del libro y con el que debe leerse. Para los académicos más ortodoxos, este trabajo es un llamado de atención bastante sutil, e incluso una provocación, con el que la autora les insta a pensar en audiencias más amplias y en sacar la educación de las aulas a las calles, al ciudadano de a pie, ese individuo que actualmente hace presencia en las redes sociales, que opina sobre todo y de todo como siempre lo hizo, pero hoy de forma más visible… y, claro, desde lugares comunes.

El libro consta de cinco capítulos que pueden agruparse en dos gruesos momentos, el primero circunscrito al largo siglo XIX, en el que Panamá es la columna vertebral de varias de las observaciones analíticas efectuadas por la autora; el segundo, asociado con el periodo post Segunda Guerra Mundial, en el que la Guerra Fría, el conflicto interno y la guerra antidrogas son los ejes de discusión.

En el primer momento, S. Borda explica que las relaciones internacionales decimonónicas latinoamericanas fueron lideradas por Colombia, al menos en el contexto de la primera fase postcolonial. En esta primera parte del libro, la autora, inspirada en David Bushnell, reproduce la hipótesis de aquella historiografía ponderada acerca de la pérdida de ese territorio y el trauma que esto produjo en el nacionalismo colombiano; dicho acontecimiento –según Borda– afectó las formas, tácticas y estrategias de la diplomacia colombiana decimonónica y simultáneamente contribuyó a construir el atavismo político con el que hemos tejido nuestras narrativas nacionales tanto como el parroquialismo con el que se fue definiendo la agenda internacional decimonónica.

En este primer momento del libro, las metáforas elegidas por S. Borda, tal vez inspiradas en los sketches de humor que circulan en redes y donde se compara a los países del mundo con las edades de la vida, le dan el tono de cercanía que busca capturar audiencias amplias e invitarlas a reflexionar sobre la importancia de la política tanto en las escalas internas como internacionales. También recurre a la literatura para dejarnos claro que el parroquialismo con el que ella bautiza las tendencias diplomáticas colombianas del largo siglo XIX son como esos 100 años de soledad que alguna vez conocimos de la mano de “Gabo”.

Así las cosas, el primer segmento del libro (capítulos 1, 2 y 3) tiene a Panamá como el hilo de Ariadna en la constitución de las relaciones internacionales colombianas en el hemisferio occidental. Claramente la autora enfatiza que la separación o pérdida de Panamá –proceso que no reconoce como independencia– es el punto de inflexión y una de las razones para explicar porque Colombia pasó del “ruido al silencio diplomático”. En este segmento hubiera sido interesante incluir el proceso como el país se suscribió al Tratado de Versalles y a la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.).

También hubiera resultado útil al historiar, pensando en términos de divulgación, que la formación de las relaciones internacionales colombianas se hubiera enlazado un poco más con el proceso de constitución del capitalismo en el país; proceso que, como hemos aprendido de la mano de expertos, como José Antonio Ocampo, fue penoso, tardío y lento. Pensar las dinámicas de las exportaciones e importaciones antes y después del despegue cafetero hubiera contribuido a reforzar la idea de cómo y por qué los distintos gobiernos que se mencionan en el libro le apostaron a lo que –desde mi punto de vista– bien podría denominarse diplomacia cafetera. Es de anotar que S. Borda no deja de lado los datos del café y menciona cómo la Federación Nacional de Cafeteros llegó a opacar a la Cancillería durante los años treinta del siglo pasado.

Asimismo, menciona el papel que misiones como la Kemmerer tuvieron en la institucionalización estatal. En este punto, y pensando en una posible segunda edición, podría resultar útil no olvidar mencionar que durante el siglo XX los gobiernos latinoamericanos contemporáneos apostaron por las misiones de expertos internacionales para modernizar sus respectivos países[1 ]. Podría mencionarse que el Ministerio de Agricultura colombiano contrató en 1906 a Charles Deneumostier para desarrollar la Misión Belga de agricultura, cuyo objetivo era fortalecer el incremento del comercio de abonos y herramientas agrícolas entre los dos países[2 ]. También sería interesante mencionar que además de la Kemmerer[3 ] de 1923, el gobierno de Pedro Nel Ospina[4 ] contrató en 1929 la Misión Manchester (International Cotton Federation), misión que había visitado exitosamente Brasil entre 1921 y 1923, cuyo objetivo fue promover el cultivo y aprovechamiento del algodón, y entre cuyas conclusiones aconsejó la creación de un Servicio Nacional del algodón (Cotton Service) en coordinación con los gobiernos nacional y departamentales, así como el establecimiento de fincas para la experimentación con métodos modernos de cultivo, a manera de campos demostrativos[5 ]. Estos datos podrían ayudar a mostrar que, en cuanto a acuerdos bilaterales en el largo siglo XIX, si bien el país estrechaba lazos con Estados Unidos, no dejó de lado a Europa, idea que la autora presenta en varios puntos del libro.

En el segundo momento, el libro cambia no sólo de temporalidad sino también el acento de la escritura, que deja en el olvido las metáforas literarias y la idea del parroquialismo. Da la sensación de que esta parte hubiera sido escrita con bastante anterioridad, pues se acerca más a las formas tradicionales de los textos académicos que a los de divulgación. Tal vez es la misma dinámica de las relaciones internacionales globales la que pone el tono circunspecto, pues en este segmento del libro (capítulos 4 y 5) se pone énfasis en las lógicas de la Guerra Fría, para ratificar la existencia de una bipolaridad mundial con la que el país bailó en el plano de sus relaciones diplomáticas.

En este segmento del libro, la autora nos explica, más implícita que explícitamente, por qué el nuestro es un país conservador con una cultura política intolerante y católica, al narrar cómo existió una política antisemita aún bajo la directriz de gobiernos liberales, como el de Eduardo Santos. Esta idea ratifica los principios morales, éticos, estéticos y políticos heredados del último tercio del siglo XIX, cuando los gobiernos Regeneradores pensaron un nacionalismo cosmopolita[6 ] en el que el viaje a Europa fue el signo para construir la identidad nacional, ya en el siglo XX se cambió a Europa por Estados Unidos como ese referente para construir nuestra identidad nacional.

Esta dinámica tuvo un giro en la década del setenta del siglo XX, según explica S. Borda, circunstancia que le volvió a dar a Colombia una posición de liderazgo relativo en la arena pública internacional, pero esta vez en la escala latinoamericana. Lo que se evidenció en el “diseño y construcción del Pacto Andino” (p. 65), cuyo objetivo ha sido velar por los intereses políticos y económicos de la región andina, al promover las industrias regionales y armar un bloque de protección institucional con los competidores no vinculados con la comunidad andina. Fueron los setenta años de madurez diplomática, pues se aprendió con el presidente López que “se puede ser crítico de Estados Unidos sin necesidad de ser enemigo, ni de ser hostil…” (p. 66). En estos años, Colombia se acerca de nuevo a Panamá, pero esta vez para apoyarle a recuperar su soberanía sobre el canal; circunstancia que me insta a preguntar: ¿No se trató esto de habilidad política por parte de Colombia? ¿Podría decirse que el país supo jugar sus cartas para no perder privilegios al usar el canal interoceánico?

Dos giros más: con Turbay Ayala, el país terminó por inscribir el conflicto armado interno en la lógica bipolar mundial a fin de llamar la atención y obtener ayuda de Estados Unidos, que por un periodo de casi dos décadas (1950-1970) había descuidado a Colombia. La estrategia se complicó con el ascenso del narcotráfico y la política antidrogas de Ronald Reagan. Belisario Betancourt volvió a meter el conflicto armado al saco de la política nacional, argumentando que este no tenía relación alguna con las dinámicas de la Guerra Fría. En este péndulo entre internacionalizar o no la política interna, se culminó el siglo XX y se transformó nuevamente la dinámica de las relaciones internacionales colombianas.

Finalmente, S. Borda narra cómo Colombia se ajustó a las estrategias de la guerra antidrogas norteamericana a fin de obtener recursos –monetarios, militares y políticos– para librar su propia guerra con los carteles de la droga; estrategia que durante los gobiernos de Pastrana A. (1998-2002), Uribe V. (2002-2010) y Santos C. (2010-2018) no se mantuvo como prioridad, sino que pasó a un segundo plano (casi inexistente) para darle relevancia a combatir el conflicto armado interno, creando así los ciclos discursivos de paz-guerra-paz con los que se selló el inicio del siglo XXI. Estos ciclos ayudan a comprender cómo los acercamientos a la agenda pública internacional, por un lado, han proporcionado beneficios económicos al país, Diplomacia para la Paz y Plan Colombia, por ejemplo, con los que se ha financiado la profesionalización y tecnificación del ejército; y, por otro, han inclinado la balanza ideológica cada vez más a la derecha.

El libro es una invitación a pensar cronológica, no históricamente, la política internacional. Su título es categórico y no recoge el texto en su totalidad, pues el segundo momento de las relaciones internacionales no parece haber sido tan parroquial como el primero. Se trató de un momento en el que Colombia jugó a tejer lazos con Estados Unidos, pero en el que optó por ver a sus vecinos suramericanos como pares con los que negociar para constituir la Comunidad Andina. En el segundo momento del libro, la agenda pública internacional muestra más bien cómo la personalidad presidencial dictó las formas y orientó los acercamientos o distanciamientos con Estados Unidos. El vacío en esta historia está en Europa, que, si bien es mencionada, no es incluida en la misma profundidad que se hace con Estados Unidos. Valdría la pena, entonces, pensar en ampliar un poco este punto.

Finalmente, cabría agradecer a Sandra por presentar un texto en lenguas vernáculas para que ciudadanos del común, como yo, podamos acercarnos a entender cómo y por qué las relaciones internacionales inciden en nuestra política interna, y cómo los atavismos de nuestras culturas políticas terminan encapsulados en la arena pública internacional.

Notas

1Alejandro Vera Vasallo, “La inversión extranjera y el desarrollo competitivo en América Latina y el Caribe”, Revista de la Cepal, N° 60 (diciembre 1996):129-150; Alfredo Eric Calcagno, Informe sobre las inversiones directas extranjeras en América Latina, Cuadernos de la Cepal, Santiago de Chile, 1980.

2Anne Marie Van Broeck y Luis Fernando Molina, “Presencia belga en Colombia: ciencia, cultura, tecnología y educación”, Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXXIV, N°44, (1997): 47-71.

3Ángela Mejía de López, “Algunos aspectos de la administración de pedro Nel Ospina (1922-1926)”, Documento Especial N° 14, Sección Sociología Política, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia (1978).

4Bernardo Tovar Zambrano, La intervención económica del Estado en Colombia, 1914-1936 (Bogotá: Banco Popular, 1984): 135-154; Paul W. Drake, The Money Doctor in the Andes: The Kemmerer Missions, 1923-1933, (Durham: Duke University Press, 1989): 30-75; Banco de la República, Kemmerer y el Banco de la República: diarios y documentos, (Bogotá: Banco de la República, 1994); James Henderson, La modernización en Colombia. Los años de Laureano Gómez, 1889-1965, (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2006): 168-169.

5Arno S. Pearse, “Colombia, with Special Reference to Cotton”, Report of the Journey of the International Cotton Mission through the Republic of Colombia, (Manchester: General Secretary of the International Federation of Master Cotton Spinners and Manufacturers Association, 1926): 95-96, 106-107.

6Frédéric Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia (1845-1900), Banco de la República- Instituto Francés de Estudios Andinos, Bogotá, 2001.

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