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Relaciones internacionales

On-line version ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.31 no.62 La Plata Jan. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/0.24215/23142766e149 

Dossier a 40 años de Malvinas

Una diplomacia de papel: la posición de la derecha tradicional colombiana frente a la guerra de Malvinas[1 ]

A paper diplomacy: The position of the traditional Colombian right wing against the Malvinas War

David Antonio Pulido García1  *

1Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen

Pocos acontecimientos políticos suscitaron el nivel de expectativa y preocupación y la diversidad de posiciones diplomáticas a lo largo y ancho de América Latina, como la guerra entre Argentina y Gran Bretaña entre abril y junio de 1982, por la soberanía de las islas del Atlántico Sur. No obstante, pese a las simpatías iniciales que en un momento despertó el reclamo argentino en latinoamericana, las particularidades políticas e intereses de cada nación y el mismo rumbo que iba tomando el conflicto, transformó considerablemente la posición que al respecto tenían diversos grupos políticos en cada país. El presente artículo centrará su estudio en los cambios en el caso colombiano, más específicamente en las variaciones que tuvo el discurso periodístico de la derecha tradicional colombiana frente al desarrollo del conflicto.

Palabras clave política; diplomacia; escenario doméstico; intereses; prensa; Islas Malvinas

Abstract

Few political developments aroused such level of expectation and concern and the diversity of diplomatic positions throughout Latin America as the war between Argentina and Great Britain between April and June 1982, for the sovereignty of the islands in the South Atlantic region. However, despite the initial sympathies that the Argentine claim aroused at one point in Latin America, the political particularities and interests of each nation and the very direction that the conflict was taking considerably transformed the position that various political groups had in each country in this regard. This article will focus on the changes in the Colombian case, more specifically on the variations that the journalistic discourse of the traditional Colombian right had in the face of the development of the conflict.

Keywords politics; Colombia; diplomacy; domestic scenario; interests; press; Malvinas Islands

1. Introducción

Pocos acontecimientos políticos en el siglo XX suscitaron tan alto nivel de expectativa y preocupación y tal diversidad de opiniones y de posiciones diplomáticas a lo largo y ancho de América Latina, como la confrontación armada entablada entre Argentina y Gran Bretaña entre abril y junio de 1982, a propósito de la soberanía de las islas del Atlántico Sur, no sólo por tratarse de un conflicto que involucraba a una de las principales potencias económicas de la época, hecho que revivía el debate acerca de los procesos de descolonización en la región y en el mundo, sino también porque por primera vez, teniendo como música de fondo el trinar de los cañones, se ponía a prueba y en caliente, la solidaridad entre los pueblos del continente. No obstante, pese a las simpatías que en un primer momento despertó el reclamo argentino entre la opinión pública latinoamericana, las particularidades políticas e intereses de cada nación, las intrigas y conveniencias en el campo diplomático y el mismo rumbo que iba tomando el conflicto, transformó considerablemente la posición y opinión que al respecto tenían diversos grupos políticos al interior de cada país. El presente artículo se centrará en el estudio de este tipo de cambios en el caso colombiano, más específicamente en las variaciones que tuvo el discurso periodístico de la derecha tradicional colombiana frente al desarrollo del conflicto. Para este fin se centrará la atención en el análisis discursivo de las noticias, editoriales, artículos de opinión y caricaturas que sobre la guerra de Malvinas produjo el diario El Siglo entre abril y junio de 1982, diario que por décadas ha sido la tribuna más autorizada del Partido Conservador Colombiano.

2. Consideraciones previas

Antes de continuar es preciso dejar en claro bajo qué consideración teórica se abordará el concepto de “derecha” a lo largo de este artículo, y cómo dicho concepto se liga al estudio de una publicación periódica en especial para el caso colombiano, con el fin de iluminar el camino del lector para la comprensión, si bien no exhaustiva, si contextual y por lo tanto necesaria en este caso, del pensamiento político de la “derecha tradicional colombiana”

En su libro Situaciones e ideologías en América Latina, José Luis Romero (2001) habla de la dificultad de delimitar completamente el pensamiento político de la derecha, principalmente “porque con ese nombre no se define una doctrina concreta (…) sino un haz impreciso de ideas que se combinan con ciertas actitudes básicas” (p. 281), es decir un compendio de ideas que se desplazan con singular facilidad, especialmente cuando se enfrentan a problemas concretos de intereses o en reacción con las doctrinas y actitudes, reformadoras o revolucionarias, del centro y la izquierda; por lo tanto, debido a su pragmático apego a las situaciones del juego social y político “es el menos ideológico –en sentido estricto- de los pensamientos políticos” (p. 286). Al ser el menos ideológico integra a diversos grupos sociales que en común guardan ciertos grados de antipatía ante el cambio (social, económico, político) y que por lo tanto no defienden ni se reconocen estrictamente como miembros de una clase social. En este sentido, Romero identifica cuatro perfiles de los integrantes de la derecha que indistintamente aglutinados pueden llegar a integrar fuerzas políticas con incidencia concreta en el juego electoral: en primer lugar, se advierte la presencia de grupos estrictamente ideológicos, la mayor de las veces de carácter religioso o metafísico (iglesia); en segundo lugar, grupos de individuos psicológicamente autoritarios y partidarios del uso de las armas (ejercito); en tercer lugar, grupos conformistas de clase media adaptados a determinado Status Quo en materia económica y, en cuarto lugar, grupos populares de mentalidad paternalista (pp. 294-295).

En este orden de ideas, para el caso colombiano se puede identificar la coincidencia de un importante número de representantes de dichos grupos sociales en una colectividad política concreta: El Partido Conservador Colombiano, partido que data de mediados del siglo XIX, siendo, aun hoy en día, un importante protagonista –ya sea en el gobierno o fuera de él- de la historia política de Colombia (Ocampo, 1987; Alcántara y Freidenberg, 2001; Valenzuela, 2002). No obstante, a lo largo de su propia historia, el Partido Conservador Colombiano ha demostrado cierta resistencia doctrinal a las corrientes ideológicas que, incluso desde su interior, han pretendido modernizarlo, como las pro-fascistas entre finales de los años veinte e inicios de los años treinta (Arias, 2007; Ayala, 2007), las democracias cristianas de la segunda mitad de los años cincuenta (Ayala, 2013) y las populistas en la década del sesenta (Ayala, 1995; 2006); resistencia gracias a la cual conservó, valga la redundancia, características de los conservadurismos decimonónicos, haciéndose con el tiempo a la representatividad de los sectores más tradicionales de las derechas colombianas en tanto que reflejaba la posición de los diversos y variados grupos que representaba, entregando así respuestas heterogéneas y disimiles según la ocasión, lo cual hacía que su posición política estuviera siempre condicionada por las circunstancias, independientemente de que ésta posición fuera o no coherente con otra adoptada previamente. Esto hace del Partido Conservador Colombiano, en el periodo que nos congrega, uno de los mejores exponentes de lo que José Luis Romero (2001) ha denominado “El conservadurismo básico de América Latina (…) reflejo de la fuerza que tienen las estructuras que no han cambiado” (p.138) y de lo que para efectos de este artículo se denominará: la derecha tradicional colombiana.

3. La fuente

El diario El Siglo, se ha perfilado desde su fundación en 1936 como el órgano oficial del Partido Conservador Colombiano[2], no sólo por haber sido el primer diario conservador en circular a nivel nacional[3 ] sino también por haber sido la empresa periodística de Laureano Eleuterio Gómez Castro, jefe único de esta colectividad de 1932 a 1944, y hasta el día de su muerte, acaecida en 1965, su figura de mayor influencia y una de las personalidades más polémicas en la historia política de Colombia, debido a la intransigencia de sus posiciones políticas y a su visceral forma de comunicarlas, ya fuera en la plaza pública o a través de las columnas que escribía en el periódico.

El Monstruo, como le llamaban sus partidarios y contradictores, manejó con mano de hierro los destinos del Partido Conservador Colombiano, siendo en buena parte el responsable de la férrea resistencia a la modernización ideológica de la que se habló anteriormente[4 ]. Tras de él se aglutinaron los sectores más tradicionalistas del conservadurismo colombiano, excluyéndose de su periódico la opinión de grupos más moderados en materia de política nacional y la de sectores de la misma colectividad, más proclives a la modernización ideológica de signo conservador.

Si bien desde 1948 la dirección del periódico estuvo ocupada por distintas personalidades del Partido Conservador Colombiano, este cargo fue desempeñado exclusivamente por hombres de la entera confianza de Laureano Gómez a los cuales él nombraba personalmente, hecho que le permitía ejercer un estrecho control sobre la línea editorial del diario, la cual prácticamente no cambió hasta el año de 1965, y que incluso después, fue continuada por tres de sus más fieles copartidarios: Álvaro H. Caicedo, Alfredo Araujo Grau e Ignacio Escallón quienes en el año de 1976 entregaron la dirección del periódico a Álvaro Gómez Hurtado, hijo del desaparecido caudillo conservador, quien pese a introducir algunas reformas en la presentación del periódico, no se deslindó de las líneas generales con las que su padre había fundado el diario cuarenta años antes[5 ]. Así pues, El Siglo se presenta como un diario monofónico, debido a su tradición y a su condición de órgano oficial del Partido Conservador Colombiano, poco varió su línea editorial, incluso bajo la dirección Álvaro Gómez Hurtado, siendo este periodo de capital importancia para el estudio aquí propuesto, ya que en él se hizo el cubrimiento periodístico del conflicto anglo-argentino a propósito de la soberanía de las Islas del Atlántico Sur.

4. Llegó la Hora de los Gauchos[6 ]

El año de 1982 sorprendió a la sociedad colombiana en medio de una intensa carrera electoral por la presidencia de la República. Para el Partido Conservador estas elecciones eran singularmente importantes ya que, por un lado, se encontraba alejado de la Casa de Nariño desde hacía ocho años y, por el otro, eran las primeras elecciones en las que el oficialismo conservador de corte laureanista se presentaba fortalecido y con un candidato propio, desde que decidieron sustraerse del Frente Nacional[7 ]. De esta manera el diario El Siglo puso a disposición del “candidato nacional”, como se le denominó en sus columnas a Belisario Betancur Cuartas, a sus periodistas y editorialistas, con el fin de garantizar un cubrimiento completo de su campaña y una concreta influencia en la opinión pública, con la cual pudiera salir victorioso en las elecciones a celebrarse en mayo de ese año[8 ].

No obstante, esto no impidió que el 3 de abril, luego de una tímida referencia a una “inminente invasión argentina de las islas Georgias del Sur”, aparecida un día antes, el rotativo dedicara su primera plana, y la de los dos días siguientes, a contextualizar a sus lectores sobre un conflicto tan sorpresivo como inédito en el continente: “Después de 149 años de ocupación inglesa el archipiélago de las Malvinas quedó bajo el dominio de Argentina cuyas tropas en una operación relámpago por mar y aire tomaron sus principales centros” ( El Siglo, abril 3 de 1982:1). Inmediatamente, al mismo tiempo que llegaban las noticias sobre el despliegue militar[9 ]y sus primeras reacciones diplomáticas, a través de editoriales, columnas de opinión e informes especiales se pretendió responder a tres preguntas básicas que la gente del común empezó a hacerse desde que conoció del desembarco argentino. Estas preguntas eran: ¿dónde quedan, qué importancia tienen? Y, ante todo, ¿de quién son realmente las islas popularmente conocidas como “Las Malvinas”? El territorio que de un día para otro apareció en la geografía del continente convirtiéndose en el motivo de una posible guerra, nada más y nada menos, que contra la corona británica.

Titulares al respecto fueron recurrentes en las páginas del diario durante los primeros días del conflicto. Como era de esperarse, columnistas y editorialistas se remontaron a la historia para dar sus respuestas, muchas de las cuales entraban en contradicción especialmente cuando se referían al descubrimiento de las islas. Algunos le atribuían el primer avistamiento a un holandés de nombre Sebald de Weert en enero de 1600, otros por su parte se lo endilgaban al Inglés John Davis en dos años diferentes, 1592 y 1652, incluso algunos llegaron a nombrar descubridores a personajes como Drake en 1577 y Hawkina en 1593. No obstante, independientemente del inventario de fechas que cada escritor citaba para investir sus artículos de una pretendida erudición en materia histórica, todos coincidían en señalar que para el año de 1810 las islas eran posesión de la corona española y que en virtud del principio Uti Possidetis Juris Argentina[10 ] se convirtió, al independizarse de España, en su sucesor político y geográfico.

La nota discordante la puso Juan Gabriel Uribe, uno de los más importantes periodistas del diario, quien en su artículo “Las islas son de Gran Bretaña” ( El Siglo, abril 15 de 1982) afirmaba que en 1771 se había firmado un tratado o convenio, del cual no supo dar mayor detalle, mediante el cual España cedió las islas a Inglaterra, tratado que, según él, dejaba sin piso el reclamo argentino. De cualquier forma, las voces mayoritarias reconocían plenamente que en el campo jurídico la razón estaba del lado argentino[11 ],las preguntas entonces se trasladaron al campo geopolítico. “Las Malvinas”, hasta ahora completamente desconocidas por los colombianos, empezaron a ser buscadas en el mapa para tratar de explicarse el por qué un archipiélago inhóspito con “más pingüinos que habitantes” ( El Siglo, abril 29 de 1982) estaba causando tanto revuelo. Se esgrimió entonces su importante posición geográfica, muy cercana al estrecho de Magallanes, su riqueza pesquera e hídrica y, finalmente, como el argumento más sólido, salió a relucir la alta probabilidad de encontrar yacimientos petrolíferos en la zona.

Ahora bien, hay que resaltar que este tipo de indagaciones históricas, jurídicas y geográficas estaban cruzadas por una fuerte simpatía por la causa argentina, la cual le hacía eco, desde el periódico, al sentir generalizado de la ciudadanía[12 ]y a la corriente general de apoyo que la gran mayoría de gobiernos del continente generaron al respecto, las cuales además de entregar declaraciones de respaldo se prestaron a convocar a una reunión extraordinaria de la OEA con el fin de discutir la adopción de una posición diplomática conjunta. En este sentido El Siglo era unánime al señalar que el justo reclamo argentino debería ser defendido por medio de los canales que el derecho internacional establecía. Al respecto el periodista Marco Gerardo Monroy Cabra señaló en su columna habitual: “es condenable todo acto de fuerza y la solución está en los medios de solución pacífica de conflictos previstos por el derecho internacional y desde luego el recurso a los mecanismos de la ONU y la OEA” ( El Siglo,abril 15 de 1982).

Ahora bien, el sorpresivo latinoamericanismo que se sintió en los artículos de El Siglo y que bien expresó Gregorio Espinosa cuando escribió: “no hay americano que no rodee con fraternal simpatía la aspiración de Argentina a recobrar la soberanía sobre el archipiélago austral que reclama” ( El Siglo, abril 27 de 1982), si bien llevaba al diario a situarse en una orilla diferente de la británica, –posición extraña, ya que desde el ascenso de Margaret Thatcher como Primer Ministro, los sectores conservadores colombianos mostraron su admiración por las políticas socio-económicas de su “copartidaria”, como en ocasiones la llamaban- bien podría explicarse por la timidez del gobierno liberal de Julio Cesar Turbay[13 ],cuya cancillería se limitó a presentar ante la OEA una propuesta de buenos oficios para la cual evidentemente no estaba capacitada. Por lo tanto, adoptar una posición que se identificara con el grueso de la población colombiana que se mostraba a favor de Argentina, podría granjearle simpatías muy valiosas en plena época electoral, lo cual era mucho más favorable que guardar silencio o contradecir la opinión popular en un conflicto que aún no tomaba forma de guerra y que, según sus cálculos, no creían posible que la fuera a tomar.

No obstante, otra era la imagen que entregaban los titulares escogidos por los reporteros de El Siglo para informar sobre el conflicto. Es preciso recordar que, al no tener acceso de primera mano a las fuentes de información, el trabajo periodístico consistía en seleccionar y transcribir las noticias que emanaban de agencias internacionales de prensa, dejando en sus manos la potestad de elegir a qué aspecto del conflicto darle más importancia. Así pues, es evidente cómo la atención de los titulares se inclinaba hacía las acciones militares más que a las diplomáticas, llevándose las primeras el honor de encabezar la edición del día o la página principal de la sección de internacionales en letras grandes y resaltadas, mientras las segundas se veían relegadas a subtitulares poco llamativos, que, si bien interactuaban con el resto de las noticas, no tenían la suficiente fuerza para impactar al lector. Incluso cuando el titular reseñaba una noticia diplomática ésta se acompañaba de fotografías que le recordaban al lector la movilización armada. Esta doble actitud del rotativo conservador se puede apreciar con singular ironía en una caricatura de Timoteo aparecida el 15 de abril.

Por otra parte, las declaraciones de apoyo al reclamo argentino que, como ya se mencionó, fueron sustentadas con argumentos históricos y jurídicos, también pusieron nuevamente en circulación la discusión sobre el colonialismo y los procesos de descolonización en la región. Los editorialistas y articulistas de El Siglo no se sustrajeron del debate y, como era de esperarse, en los primeros días del conflicto se pronunciaron al respecto para reiterar su solidaridad. En este sentido la acción militar argentina se excusaba en el argumento de la legítima defensa de sus incontestables derechos sobre las islas: “los argentinos hicieron lo mismo que siglo y medio atrás habían hecho con ellos los sajones” ( El Siglo, abril 15 de 1982), escribiría Eduardo Balen, mientras Marco Monroy, parafraseando la Resolución de la Conferencia Panamericana de 1948 hacía lo propio: “son condenables los regímenes coloniales en América, ya que la independencia de ésta no estará completa mientras queden en el continente pueblos y regiones sujetos al régimen colonial” ( El Siglo, abril 15 de 1982).

Así pues, en un primer momento la pretensión argentina de recobrar la soberanía de las islas fue entendida como una justa reivindicación patriótica frente al anacrónico colonialismo británico. En este sentido los titulares de El Siglo entregaban al lector la imagen de una Argentina fuerte, políticamente cohesionada en la junta militar, representada en su líder Leopoldo Galtieri y decidida a no ceder en sus demandas, imagen que fue presentada en contraste con la de una Gran Bretaña frágil y políticamente dividida. En consecuencia se encuentra extensas referencias a las manifestaciones de apoyo a la junta militar en la Plaza de Mayo y varias entrevistas a Leopoldo Galtieri, donde se transcribían literalmente sus contundentes declaraciones y se hacía alusión al apoyo del que gozaba en el continente americano, mientras las noticias que aludían a Gran Bretaña se enfocaban en la renuncia de funcionarios y ministros de la administración Thatcher y a la tensa polémica que el conflicto desató entre laboristas y conservadores.

Sin embargo, a medida que los acontecimientos se desarrollaban, este discurso se hizo insostenible y fue matizando el contraste de la primera hora, puesto que en aras de defender el honor imperial, las fuerzas políticas británicas llegaron a un acuerdo tácito de moderar su confrontación, otorgándole así un margen de acción más holgado a la Primer Ministro que redundó en un fortalecimiento de la imagen británica ante los medios[14 ], mientras que el discurso anticolonial desapareció por completo de la agenda argumentativa de los editorialistas y columnistas de El Siglo, en primer lugar porque no convenía mantenerlo ante el fortalecimiento de la posición política y militar británica y, en segundo lugar, porque su confianza en las instancias internacionales de solución de conflictos se vio decepcionada debido a que la ONU se limitó a ordenar oficiosamente el cese de hostilidades en la isla[15 ], sin adelantar acción alguna para dirimir el conflicto más allá de contemplar indemne la desgastante e infructuosa labor conciliadora del Secretario del Estado Norteamericano Alexander Haig. De tal suerte que pocos días antes de la inminente confrontación armada -la cual reseñó el diario el 26 de abril- las arengas anticolonialistas cesaron por completo, el entusiasmo pro-argentino se moderó y las noticias y titulares sobre el fracaso diplomático de Haig, el bloqueo de las islas por parte de la Gran Bretaña y el avance de la Royal Army, junto con el inminente desembarco de ésta en las islas Georgias del Sur, se tomaron las columnas del rotativo conservador. Por lo tanto, sus editorialistas y columnistas abandonaron sustancialmente la apología histórico-jurídica del reclamo argentino sobre las islas del Atlántico Sur y empezaron a interrogarse sobre el papel que jugarían las instancias internacionales (ONU, OEA) en el conflicto, pero ante todo les preocupaba la urgente necesidad de tomar una posición diplomática como nación al respecto, lo cual ineludiblemente involucraba en el debate juicios sobre intereses, conveniencias y lealtades.

En este orden de ideas el primer blanco de los dardos conservadores fue la ONU. De ella se escribió: “la burocratización y ahora la izquierdización de la ONU, han convertido ese organismo en una entidad no confiable. Nadie que esté en sano juicio se atrevería a someter el destino de la soberanía de su nación a una resolución de la ONU” ( El Siglo, abril 14 de 1982). En este editorial, además de la explícita desconfianza ante la ONU, se puede ver, por una parte, la preocupación que despertaba la creciente influencia y el poder de veto que tenía la Unión Soviética al interior de la ONU, de allí la mencionada “izquierdización” de la organización, preocupación que será un elemento constante en las páginas de El Siglo a lo largo del cubrimiento del conflicto, debido a su fuerte posición anticomunista y al temor de que la URSS decidiera aprovechar la guerra de Malvinas para influir en la región. Por otra parte, un poco más adelante, el editorial puso sobre la mesa el tema de las posibles repercusiones de la acción argentina para la región, tema que predominará en adelante y en el que se observará el mayor cambio de posición del diario frente al conflicto: “Para la estabilidad política y la paz democrática de Hispanoamérica, el precedente creado por la invasión argentina puede ser gravísimo. Pues son muchas las islas del Caribe que aún están bajo el dominio colonial y que no por ello debían someterse a una invasión del país más cercano como medio de liberación” ( El Siglo,abril 14 de 1982).

Hace su aparición entonces la palabra “invasión” para calificar el despliegue militar argentino sobre el archipiélago, el cual ahora se presenta al lector como una amenaza a la paz de Hispanoamérica en general y del Caribe en particular. Este cambio retórico no es inocente, ya que no sólo pretende enunciar un nuevo juicio de valor frente al reclamo argentino, sino que moviliza implícitamente la memoria social[16 ] del interlocutor (colombiano y conservador) quien al leer en el mismo párrafo las palabras “islas del Caribe”, “precedente”, “gravísimo” e “invasión” establece de inmediato una asociación entre la guerra de Malvinas y los históricos reclamos que el gobierno Nicaragüense ha tenido frente a la soberanía colombiana del archipiélago caribeño de San Andrés y Providencia[17 ]. De tal forma que en el mismo párrafo el editorialista moviliza explícitamente la memoria a corto plazo (la “invasión” a Malvinas) e implícitamente la memoria de largo plazo[18 ] y las convicciones culturales de sus lectores (la isla de San Andrés y la soberanía colombiana) con el fin de persuadir al lector sobre lo perjudicial que podría ser para los intereses colombianos el apoyo público a la causa argentina.

Dichas sugerencias y angustias, si bien indirectas y hechas en el terreno de lo hipotético -pero que sin embargo recurrían al concurso del lector para completarlas y grabarlas en su memoria- se hicieron reales sincrónicamente gracias al cubrimiento de un posible hostigamiento nicaragüense a la isla de San Andrés. En él se informaba sobre una fuerte explosión sobre la isla ocurrida la mañana del 11 de abril, la cual “efectuados los reconocimientos de la zona y estudiadas las posibles causas, se determinó que (…) fue producida por un avión supersónico que sobrevoló el área rompiendo la barrera del sonido”, anotándose además la posibilidad de que dicho avión fuese nicaragüense. Dicho informe hizo explícito lo que en otro lugar del diario era implícito, pues las últimas líneas concluyeron el reportaje así: “lo que ocurre en las Malvinas y las amenazas de Nicaragua, mantienen con los ‘nervios de punta’ a los habitantes de San Andrés y Providencia” ( El Siglo, abril 14 de 1982). En los días siguientes el rotativo volcaría en su primera plana titulares como “MIG nicaragüense sobre San Andrés” y “Confirmada violación del espacio aéreo”, los cuales compartían lugar e importancia con titulares acerca de la guerra de Malvinas, lo que reforzaba en el lector la idea de una relación entre los dos acontecimientos, que a discreción del diario podría ser eventualmente peligrosa para Colombia.

Del mismo modo, la tensión despertada por las noticias sobre una posible incursión militar nicaragüense en la isla de San Andrés fue aprovechada por El Siglo para hacer circular entre sus lectores, es decir entre su comunidad epistémica, un discurso marcadamente anticomunista, discurso que ha sido históricamente uno de los principales referentes ideológicos de la derecha tradicional colombiana. Esto cobra sentido en la medida en que, como se señaló en párrafos anteriores, una de las principales críticas a la ONU era su “izquierdización”, haciendo referencia al poder de veto que la URSS tenía dentro de la organización y que generalmente era utilizado para contrarrestar la influencia capitalista en sus acciones y declaraciones, de tal suerte que el diario conservador encontró en ello una conspiración del comunismo internacional, no sólo para bloquear e inutilizar a la ONU, sino también para aprovechar el conflicto en el Atlántico Sur para intervenir libremente en el Caribe: “Nada raro que sean sandinistas y cubanos los que pilotando aviones MIG de fabricación soviética estén metiendo ruido por los aires del archipiélago de San Andrés, para ver si pueden ‘pescar en rio revuelto’, cuando la atención internacional está concentrada en lo que pasa en el Atlántico Sur”. Así pues, la posibilidad de una “eventual agresión contra el territorio colombiano, ubicado también en el blanco del imperialismo comunista” ( El Siglo, abril 18 de 1982) fue un argumento adicional que sustentaba, por una parte, las críticas hechas a las Naciones Unidas y por otra parte, la necesidad de una cautelosa política exterior frente a la guerra de Malvinas, que tuviese en cuenta las implicaciones negativas que para el país podrían representar la adopción de una posición complaciente con el reclamo argentino.

Esta cautela con visos de temor, alentada desde las páginas de El Siglo, tenía como telón diplomático de fondo la controversia suscitada en el continente por la posible aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), el cual, en el marco de la guerra fría, establecía la solidaridad de los países firmantes, todos de signo capitalista, en caso de que uno de ellos fuera agredido militarmente por una nación “extracontinental”[19 ], tratado que había sido invocado por Argentina a los pocos días de iniciado el conflicto. Por lo tanto, los editorialistas y columnistas del periódico conservador observaron cierto escepticismo ante la puesta en marcha del Tratado, argumentando que “El hecho de que haya sido Argentina la primera en haber ejecutado la toma armada de las Malvinas suscita dudas respecto a la posible aplicación del TIAR” (El Siglo, abril 16 de 1982), argumento que estaba en sintonía con la nueva calificación de “invasión” que le merecía al diario la acción argentina.

Por otra parte, también se argumentó que el hecho de que la Gran Bretaña no hubiese propinado hasta ese momento ningún golpe militar al ejército argentino impedía la movilización invocada, ya que la única acción inglesa a esas alturas había consistido en anunciar la instauración de un bloqueo de 200 millas a la redonda de las islas. Una tercera posición hacía votos por la no intervención de los países del continente en el conflicto anglo-argentino, postura que pasaba del escepticismo a la total indiferencia. Al respecto se escribió: “Lo mejor que podrían hacer los otros Estados sería quedarse quietos. La inmovilidad de los elementos ‘extraños’ a este conflicto podría ser la mejor garantía para la paz internacional” ( El Siglo, abril 19 de 1982). Finalmente, en el debate se reiteraba una vez más, sobre la necesidad de pensar en apoyar, o no, las pretensiones e iniciativas argentinas en términos de conveniencia para la situación geopolítica colombiana. En ese sentido se escribió: “La aplicación del TIAR en el caso de las Malvinas plantea ante todo una cuestión jurídica de indudable gravedad y trascendencia para Colombia (…) debido a que existen situaciones que le interesan a Colombia como las reclamaciones de Nicaragua sobre San Andrés y Providencia para las cuales sería una locura admitir el precedente de que en América la fuerza crea derechos” ( El Siglo,abril 16 de 1982). Se hace evidente, entonces, cómo en el campo diplomático las declaraciones de los editorialistas y columnistas de El Siglo sobre la mesura, el escepticismo e incluso la indiferencia en torno a una eventual puesta en marcha del TIAR, obedeció más a una preocupación sobre su conveniencia para los intereses colombianos, que a la intención de proponer alternativas para la superación del conflicto anglo-argentino[20 ].

El 21 de abril, el diario El Siglo reseñó en primera plana el desarrollo y las conclusiones de la reunión de cancilleres adelantada por la Organización de Estados Americanos (OEA) el día anterior, para discutir la implementación del TIAR en el caso Malvinas. En dicho artículo se informaba sobre el resultado de las votaciones, las cuales habían arrojado un total de 18 votos a favor, contra tres abstenciones, correspondientes a Estados Unidos, Trinidad y Tobago y Colombia, voto último que “constituyó la sorpresa de la jornada” y que el representante colombiano Carlos Bernal, había sustentado con éstas declaraciones: “La OEA no puede arrebatarle la competencia a las Naciones Unidas creando una confusión peligrosa en la resolución de las disputas que pudieran presentarse en el futuro” ( El Siglo, abril 21 de 1982), posición que causó un gran malestar entre los demás cancilleres, presentándose incluso un choque verbal entre Bernal y su homólogo boliviano Alberto Quiroga. Si bien la edición de ese día no hizo ninguna ampliación de la noticia en sus páginas interiores, al día siguiente una pequeña declaración de uno de los personajes más respetados de la derecha tradicional colombiana encendió la mecha de un intenso debate acerca de la actitud colombiana frente al TIAR: “El expresidente Misael Pastrana Borrero, declaró que el Partido Conservador -representado por él, en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores- no fue consultado en torno de la posición colombiana en la crisis de las Malvinas” ( El Siglo,abril 22 de 1982).

Este desplante, como fue entendido por los conservadores el hecho de ser marginados de la decisión de la cancillería colombiana de abstenerse de votar el TIAR, despertó el celo de los columnistas de El Siglo, empezando por uno de los más influyentes, Rafael Nieto Navia, quien en otro artículo titulado “La incongruente y miope política colombiana”, denunció que “en el tratamiento que Colombia le ha dado al problema argentino-británico ha quedado plasmada, esta vez para la historia, la falta de política internacional y de cancillería que nos azota hace ocho años”. De esta manera Nieto Navia, acudía a la memoria social de sus interlocutores, pues al señalar que desde “hace ocho años” el país carecía de política internacional y de cancillería, activaba en ellos el recuerdo de que precisamente en ese periodo la presidencia de la república había estado en manos del Partido Liberal, de tal forma que implícitamente culpaba a los liberales de las consecuencias que podría acarrear la posición tomada. En este sentido, calificaba de “ignorancia atroz” el argumento del canciller Carlos Bernal para sustentar la abstención de Colombia, ya que según él el voto a favor “no significa, como parece creer el embajador colombiano, quitarle competencia a nadie”, haciendo referencia a la injerencia de las Naciones Unidas en el asunto, así dicha injerencia -contradictoriamente- fuera vista con malos ojos por el diario conservador. A renglón seguido, con la intención de oponerse a la imagen creada por él mismo de una miope política liberal en materia de política exterior, Rafael Nieto Navia, quien en columnas anteriores había defendido la tesis según la cual el TIAR no debía ser invocado en tanto no existiera una agresión inglesa directa contra Argentina, más allá del bloqueo de las islas declaró que: “votar en contra o, peor aún, abstenerse, significa que no tenemos confianza en el sistema, que no creemos en la solidaridad americana y que el problema argentino-británico debe dejarse en manos de un consejo de seguridad en el que las grandes potencias tienen derecho a veto. Qué tal que nos apliquen la misma dosis el día en el que, Dios no lo quiera, tengamos que enfrentar una agresión de Nicaragua en San Andrés” (El Siglo, abril 23 de 1982), declaración que representaba un fuerte golpe de timón en su posición, ya que si bien mantenía la desconfianza en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas, ahora consideraba un grave error el no haber votado a favor el TIAR, Tratado que en su nuevo discurso pierde el cariz de legitimador de una eventual acción de fuerza, que pudiese adelantar Nicaragua emulando al ejemplo argentino y adquiere uno diferente en el cual el Tratado hubiese servido como posible mecanismo de defensa “el día en que, Dios no lo quiera” Nicaragua quisiera reclamar soberanía sobre San Andrés.

El reclamo sobre el manejo unipartidista de la política exterior colombiana tendría su punto más alto en el editorial del día 25 de abril, en donde se hizo una extensa lista de reproches al gobierno liberal, calificando su posición ante la OEA como “Un fracaso diplomático”. En el cuerpo del texto se acusó a la cancillería de haber “prescindido deliberadamente de todo tipo de consulta a los representantes de los partidos políticos”, denunciando además que dicho órgano del Estado, durante el último gobierno, había sido “sometido a un fenomenal proceso de clientelismo” que había dejado al Ministro de Relaciones Exteriores “desprovisto de todo apoyo técnico y en la evidente incapacidad de poner en marcha una política congruente”, máxime cuando la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, en la cual el Partido Conservador tenía una fuerte representación, “estaba prácticamente disuelta”. Seguidamente se resentía el editorial de que “nada pudieron opinar los representantes de los partidos sobre la violación del espacio aéreo realizada por aviones extranjeros en el Archipiélago de San Andrés”, para finalizar alegando que “ninguna consulta se realizó tampoco a propósito del conflicto de las Malvinas”, lo que redundó en que “sin mayores explicaciones (…) Colombia asumiera una actitud insular que ciertamente no gustó a la opinión pública y que en el campo diplomático no parece defensable” dejando a la nación “sola en el concierto de los países latinos del hemisferio” ( El Siglo, abril 25 de 1982). Este editorial cerraba así la controversia y reafirmaba ante sus lectores la nueva posición del diario, la cual, en contradicción con la anterior, consideraba como un error diplomático el no haber votado a favor del TIAR. Nueva posición que, como se evidenció, fue adoptada en reacción a la actitud del gobierno liberal de no consultar su voto con los representantes del partido conservador.

Ahora bien, paralelamente a este desplazamiento, se presentó otro cambio de parecer, esta vez en lo que a las motivaciones del conflicto se refiere. Recuérdese que en la primera hora se habían barajado las hipótesis según las cuales el choque de intereses soberanos sobre las islas del Atlántico Sur obedeció a la intención, tanto de Argentina como de Gran Bretaña, de beneficiarse de su riqueza hídrica y pesquera, de su estratégica posición geopolítica y de la alta probabilidad de encontrar en ellas grandes depósitos petrolíferos. No obstante, los analistas internacionales de El Siglo, en la medida en que tenían noticias sobre el fortalecimiento de la administración Thatcher y de su decisión de movilizar la Royal Army en la defensa de las “Falklands”, no sólo llegaron a calificar la acción militar argentina como una “invasión” o como “un acto de filibusteros sin precedentes” sino que encontraron detrás de ella motivaciones que nada tenían que ver con una reivindicación de su soberanía sobre las islas y que se enfocaban más al ocultamiento de una profunda crisis económica, social y política.

En tal sentido, varios artículos reiteraban sobre la grave situación económica de Argentina, esgrimiendo cifras como las de un 15% de desempleo y una inflación acelerada del 135%, mientras que en el ámbito social se señalaban los altos índices de impopularidad de la Junta Militar que “como toda dictadura, había cometido innumerables excesos”, de tal suerte que en pocos días el diario conservador consolidó la hipótesis, según la cual Galtieri recurría “a la misma estrategia empleada por todos los regímenes impopulares para unir a sus compatriotas en torno al gobierno en tiempo de crisis: encontrar un enemigo extranjero y declarar un estado de emergencia nacional” (El Siglo, abril 18 de 1982)[21 ].

Finalmente, en el aspecto político, en contradicción con la imagen de una Gran Bretaña desunida entre laboristas y conservadores y una Primer Ministro un poco aturdida por la renuncia de su ministro de relaciones exteriores y de varios de sus funcionarios, que desplegó el rotativo conservador colombiano durante los primeros días del conflicto, entregaba ahora informes sobre desavenencias al interior de la Junta Militar argentina, donde se resaltaba el silencio que algunos de sus integrantes habían guardado frente a la crisis. Uno de ellos el general Liendo, anterior ministro de interior, quien en pasadas ocasiones había expresado críticas al gobierno de Galtieri y de quien se rumoraba, aspiraba al poder en caso de que Argentina cayera en una crisis aún más profunda a causa de la guerra.

Estos sucesivos cambios de parecer frente a los verdaderos móviles que tuvo el gobierno argentino para reclamar soberanía sobre las islas del Atlántico Sur, cerraron los primeros veinte días del cubrimiento del conflicto por parte del diario conservador colombiano El Siglo, cuyos editorialistas y columnistas, luego de expresar un entusiasmo latinoamericanista por la causa argentina, fueron moderando rápidamente, si no cambiando, sus opiniones al respecto de varios temas relacionados, según los vientos políticos nacionales o internacionales se lo dictaban. Posición ésta en la que los sorprendió la noticia de la ocupación de las islas Georgias por parte de la armada británica la tarde del 25 de abril de 1982.

5. El inició de la guerra[22 ]

Según las primeras noticias, todo parecía indicar que helicópteros ingleses habían abierto fuego en contra de un submarino argentino que transportaba víveres y medicinas con destino a los militares en las Islas Georgias del Sur, anclado en la Isla San Pedro. El ataque, decían los informes, estuvo seguido de intensos cañonazos y ametrallamientos desde barcos y helicópteros a la guarnición que custodiaba la isla, la cual, decían los cables argentinos, continuaba resistiendo al ataque, mientras los cables ingleses señalaban su rendición. Lo cierto era que el choque armado se había presentado simultáneamente a las reuniones que la OEA había convocado para tratar el asunto, la última de ellas a celebrarse ese mismo día, 26 de abril, en Washington. Este hecho animó al canciller argentino Nicanor Costa Méndez, a elevar ante la OEA una denuncia formal en contra de Gran Bretaña, señalando que la acción militar inglesa representaba una agresión directa a un país miembro, lo que obligaba a la organización a poner en marcha los acuerdos establecidos por el TIAR en estos eventos. Así pues, para el continente se abrió un nuevo y más complicado capítulo en las discusiones diplomáticas que sobre el asunto se venían adelantando, mientras que, para la derecha tradicional colombiana, el inicio de la guerra desplegaba un nuevo escenario en el cual debía posicionarse de la mejor forma posible.

En el acápite anterior se ilustró cómo los primeros interrogantes que generó en la opinión pública colombiana el desembarco de tropas argentinas en las Islas del Atlántico Sur eran de tipo geográfico o geopolítico, en la medida en que el desconocimiento sobre su ubicación e importancia estratégica era generalizado en el ciudadano promedio. De tal manera que la primera tarea del diario conservador fue contextualizar a sus lectores al respecto mediante informes especiales y columnas de opinión que, en su gran mayoría, mostraron simpatía por el reclamo argentino, aduciendo, además de su cercanía geográfica con el país austral, argumentos de tipo histórico y jurídico que se remontaban incluso hasta finales del siglo XVI. Sin embargo, el inicio de las hostilidades marcó un punto de quiebre en el sentido de estas apreciaciones, situando las argumentaciones de tipo histórico-jurídicas, ya no en el lugar favorable a la Argentina, sino todo lo contrario, pues se empezó a relativizar su pertinencia. En tal sentido, se encuentra un artículo firmado por el periodista inglés Gwynne Dyer, invitado recurrente del diario para escribir sobre el conflicto.

Para Dyer, el reclamo argentino resultaba no sólo insostenible desde el punto de vista histórico, sino también representaba un caso de rebeldía contra las disposiciones de las Naciones Unidas para tratar las discordias territoriales a través de los medios por ella establecidos, además que desconocía el principio de autodeterminación que, según él, le asistía a los habitantes de las “Falkland”[23 ]. Lo interesante es que esta posición venía a reforzar, en pluma de un inglés, lo que algunos periodistas colombianos ya habían insinuado en artículos anteriores, en los cuales el tema de la autodeterminación iba reemplazando las declaraciones de simpatía por el “justo reclamo argentino” de los primeros días del conflicto, al mismo tiempo que se reafirmaba la imagen de que las pretensiones argentinas obedecían a la necesidad de encubrir fuertes tenciones económicas, políticas y ante todo sociales. Al respecto Dyer cerraría su artículo anotando que “Todo esto es parte de la vieja estafa de los símbolos nacionalistas y las emociones sintéticas manipuladas en beneficio propio por aquel que sucede que está en el poder” ( El Siglo, mayo 19 de 1982), ideas que ya habían sido dibujadas por Timoteo, veinte días atrás, en una caricatura titulada “Condición inaceptable”.

En el campo económico, se sumaron a las ya generalizadas críticas según las cuales la “invasión” había sido lanzada con la intención de ocultar “Los graves errores económicos del régimen militar” (El Siglo, mayo 3 de 1982) responsables de la inflación y el desempleo, otros análisis que apuntaban a señalar cómo, el inicio de los combates, que habían sido precedidos de un bloqueo económico por parte de la Comunidad Económica Europea a Argentina, representaban también el inicio de una crisis financiera en Latinoamérica.

Al respecto el argumento más fuerte de los editorialistas y columnistas de El Siglo era la desconfianza manifestada por prestamistas e inversionistas extranjeros de situar sus capitales en una región en guerra con una potencia económica, lo cual, de seguir así, disminuiría el flujo de capital a corto y mediano plazo, flujo del cual dependían las economías de casi todos los países de la región y que sin él indefectiblemente estarían al borde de la recesión y la crisis. Juan Gabriel Uribe vaticinaría: “La guerra de las Malvinas ha sido funesta para todos los países vecinos de Argentina. Los banqueros occidentales han dejado a un lado toda la región y las economías de estos países, en adelante, estarán totalmente indefensas” ( El Siglo, mayo 17 de 1982), panorama particularmente riesgoso, en la medida en que aún se discutía la puesta en marcha, o no, de una acción conjunta de los países del continente para rechazar la agresión de uno de los países más importantes de la C.E.E.

En los planos político y social las críticas se tornaron mucho más virulentas. En contraste a la imagen de una junta militar unida y decidida a recuperar por razones patrióticas la soberanía sobre las islas, el diario conservador presentó después de la respuesta militar inglesa, una imagen muy distinta en donde se resaltaba sin tapujos la incompetencia de Galtieri para manejar una situación que, para El Siglo, tan solo estaba destinada a pacificar el descontento popular por los numerosos fracasos internos del gobierno militar. En este sentido se señalaban las incontables violaciones a los derechos humanos perpetradas entre 1976 y 1979 y la división que se había producido en la Junta, debido al arresto de dos importantes figuras militares en retiro, el expresidente Juan Carlos Onganía y el almirante Emilio Massera, por haber criticado las políticas de Galtieri en público. Adicionalmente se tildaba a Galtieri de “Chapucero” en asuntos de inteligencia militar y se señalaba su afán de “emular a Juan Perón usando al ejército como trampolín para lograr un poder personal más duradero” ( El Siglo, abril 30 de 1982).

Lo interesante del asunto es que varios de los editorialistas y columnistas de El Siglo hicieron extensivas sus críticas a la prensa argentina e incluso a los ciudadanos del país austral, a través de artículos que, entre otras cosas, denunciaban que “la prensa argentina se ha excedido y ha manipulado a la opinión de una forma bastante folclórica, impositiva y en muchos casos con una clase que deja mucho que desear” en lo que respecta a la guerra de Malvinas, colaborando así con la exageración de las manifestaciones patrióticas animadas por la Junta Militar[24 ]. En este sentido Juan Gabriel Uribe declararía: “Los argentinos no quieren la paz. Ya no es nacionalismo lo que están haciendo. Ahora es populismo y propaganda a un gobierno que está al borde de caer” ( El Siglo, moyo 19 de 1982). Por su parte, Melba de Ortega haría lo propio al escribir: “El mundo no entiende cómo [los argentinos] pueden unirse y alegrarse (…) con esta guerra absurda en la que están quemando otras tristezas bien distintas del colonialismo inglés”. Adicionalmente, ahondaría en un debate suscitado por unas declaraciones de Ernesto Sábato, en las que el escritor argentino separaba el problema del gobierno militar y el problema de la guerra, afirmando que si bien la dictadura era condenable desde todo punto de vista, el reclamo por la soberanía de las islas era una cuestión de reivindicación nacional y patriótica; para Melba de Ortega dichas declaraciones eran inaceptables “porque mucha gente, hombres y jóvenes, tienen confundidos los dos problemas” puesto que olvidaban el hecho de que los chequeos de la policía no habían cesado y mucho menos habían regresado los desaparecidos, considerando así “la democracia argentina (…) menos herida por sus propios jefes, que la nacionalidad violada en unas islas que nunca figuraron en la agenda de preocupaciones como no fuera para molestar a diplomáticos ingleses” ( El Siglo, mayo 24 de 1982), opinión que denunciaría una vez más la actitud que, según la derecha tradicional colombiana, tomó la sociedad argentina frente al conflicto y el uso irresponsable que de éste hizo la Junta Militar, al mismo tiempo que situaría al diario en una posición totalmente diferente a la que en un principio asumió. Nueva posición que sería plasmada en las caricaturas de Timoteo que se muestran a continuación.

Ahora bien, en contraste con esta nueva posición crítica ante el gobierno, la prensa y la sociedad argentina, El Siglo fue reforzando la opinión que se venía alimentando desde antes de iniciadas las hostilidades y que estuvo animada por las noticias recibidas sobre la intransigencia y el consenso logrado en la C.E.E. por la “La dama de hierro”, en torno a no ceder en sus derechos soberanos sobre las islas, de tal manera que la instauración de la zona de restricción alrededor del archipiélago, el inicio de sanciones económicas a Argentina y finalmente el despliegue armado sobre la Isla de San Pedro, fueron argumentos suficientes para que de la efímera denuncia del colonialismo inglés de los primeros días, se llegara a publicar en una de las columnas de opinión más influyentes, no sólo del diario sino de la prensa colombiana en general, llamada Rincón del mundo, opiniones como la siguiente: “En últimas, creemos que la posición inglesa, antes que jurídica y políticamente viable, es una cuestión de honor” (negrillas del texto), declaraciones que al hacerse en el plural “creemos” se atribuían la vocería de un grupo o sector que compartía el mismo parecer y que buscaba persuadir al lector para que coincidiera con ellos. En el mismo artículo, el columnista deja en evidencia el nuevo lugar que le atribuía a Argentina en el conflicto y que, al hacerse en lenguaje coloquial, casi fabulesco, tenía como intención ser acogido más fácilmente por el lector, quien seguramente utilizaría el mismo lenguaje, tal vez las mismas metáforas, a la hora de referirse al hecho en una conversación privada. El aparte en mención rezaba así: “sería imperdonable que un gobierno que tiene las riendas del león se deje arrebatar sus derechos de manera impune por un humilde ratón (…) que de la noche a la mañana decide ser el rey de los mares” ( El Siglo, mayo 18 de 1982). La identificación de Inglaterra con un león y la nueva opinión sobre la Junta Militar argentina quedaron retratadas en una caricatura de Lurie.

Sumado al inicio de la ofensiva militar inglesa que, como se vio, marcó un cambio en los juicios de valor que sobre el conflicto exponían en sus artículos los editorialistas y columnistas de El Siglo, hubo un acontecimiento, esta vez de carácter diplomático, que reconfiguró definitivamente el balance de las fuerzas en contienda y obligó a espectadores e implicados a tomar posiciones más definidas al respecto. Este acontecimiento fue la ruptura de la neutralidad del gobierno de Estados Unidos a favor de Gran Bretaña, anunciada después de que el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, reconociera el fracaso de su gestión de casi un mes, en aras de un entendimiento diplomático entre las naciones enfrentadas[25 ].

Según informes replicados por El Siglo, la posición estadounidense provocó la reacción casi inmediata de varios países del continente como Perú, Venezuela y Uruguay, quienes la calificaron de antidemocrática e insolidaria, al mismo tiempo que reiteraban su apoyo a las acciones que se dirigieran a hacer valer los derechos de Argentina sobre las Islas del Atlántico Sur. Por otra parte, las agencias de noticias internacionales citadas por el rotativo conservador, afirmaban que según fuentes norteamericanas la tensa situación del Atlántico Sur, estaba siendo aprovechada por la Unión Soviética para infiltrar y desestabilizar la región mediante el envío de material bélico a Argentina (El Siglo, mayo 1 de 1982); noticias que como era de esperarse estimularon la producción de los encargados de los editoriales y las columnas de opinión de El Siglo, cuyos artículos se movieron del desconcierto generalizado por la posición norteamericana, a la paranoia anticomunista propia de la derecha tradicional colombiana.

Recuérdese que, desde los primeros días del conflicto, el diario conservador había alertado sobre los intereses que tenía la URSS en el desarrollo del enfrentamiento anglo-argentino en el Atlántico Sur y por asociación de un posible enfrentamiento colombo-nicaragüense en el Caribe, temores que en su momento habían alentado la toma de distancia del periódico frente al reclamo argentino. Por esta razón, el anuncio del apoyo estadounidense a Gran Bretaña, si bien le mereció a El Siglo calificativos de “inconveniente”, lo que realmente le preocupaba era que dicha decisión “obligaría muy posiblemente a la URSS a exteriorizar más su complacencia con la Argentina”, hecho que para el diario conservador, debilitaba la lucha anticomunista en la región y hacía patentes sus elucubraciones en torno a un asalto comunista a Latinoamérica que ya se venían barajando desde el posible sobrevuelo de aviones nicaragüenses sobre San Andrés. En este sentido se escribiría: “la potencia [Estados Unidos] se puso en contra de Argentina, su vecina de continente y país socio en la lucha contra el comunismo internacional que se está infiltrando en el continente americano” ( El Siglo, mayo 12 de 1982), declaraciones refrendadas días después por el vocero para Colombia de la Confederación Anticomunista Latinoamericana, el teniente coronel Alberto Lozano Cleves, quien escribió para El Siglo: “Entre los diversos aspectos trascendentes del conflicto Argentina-Inglaterra (…) hay que destacar que el comunismo realiza un despliegue para obtener ventajas y posiciones en toda Latinoamérica apoyándose en la reprobable actitud del gobierno de los Estados Unidos, olvidando la pertenencia y fidelidad Argentina al occidente libre y cristiano” ( El Siglo, mayo 31 de 1982). Esta preocupación de la derecha tradicional colombiana por la nociva intervención del comunismo en Latinoamérica con la excusa del caso Malvinas, quedaría jocosamente plasmada en una caricatura de publicada el 9 de mayo.

Ahora bien, la toma de partido de los Estados Unidos en la guerra de Malvinas, animó a que editorialistas y columnistas de El Siglo, trataran de manera aún más independiente, el tema relacionado con las tensiones políticas que el conflicto produjo entre las potencias económicas a nivel mundial y el tema sobre las posibles implicaciones que las discusiones diplomáticas, adelantadas al respecto del reclamo argentino, podrían tener para el continente en general y para Colombia en particular; tratamiento independiente que suscitó dos lecturas, una en negativo y otra en positivo, de la posición norteamericana. La primera de ellas -la negativa-, vino de la mano de las ya consabidas críticas a la ONU, cuya inoperancia en el campo diplomático era reiterada, cada vez con mayor ahínco en columnas desde las cuales se denunciaban los precarios oficios de la organización, limitados a “largas controversias y discusiones que se vuelven bizantinas porque no conducen a nada claro” ( El Siglo, mayo 25 de 1982), llegando incluso a ponerle el mote de “Elefante blanco”, apelativo que en la columna titulada Rincón del mundo fue utilizado hasta el final del conflicto para referirse a las Naciones Unidas.

No obstante, más allá de la lista de improperios hacia la ONU, lo que llama la atención es cómo el diario conservador reseñó acertadamente que dicha ineficacia obedecía más que a algún impedimento de orden jurídico, a la intrincada dinámica de alianzas del mundo occidental. Dinámica, que si bien estimulada y puesta a prueba por el conflicto, lo trascendía, en la medida en que las dos alianzas primordiales inmiscuidas en el caso Malvinas, OEA y OTAN, tenían un miembro común y decisivo: los Estados Unidos de América. De tal manera que el interés de la ONU en una dilatación del conflicto consistía en no colocar a la primera potencia mundial en una situación dilemática, situación que resolvió el gobierno norteamericano al ponerse del lado de su aliado de la OTAN. Decisión ésta que en la editorial del día 22 de mayo el diario calificó como un “maltrato a los países del hemisferio” y una “herida de muerte a la OEA”, afirmando finalmente que “la confianza que en ella habían puesto los países latinoamericanos quedó destruida” ( El Siglo, mayo 22 de 1982).

Sin embargo, la lectura en negativo de la nueva posición norteamericana expuesta en este editorial fue radicalmente cambiada y además justificada en el editorial del día 24 de mayo en donde se leen las siguientes líneas: “puestos a escoger entre las dos alianzas, los norteamericanos prefirieron quedarse con la OTAN. No podemos quejarnos de que ello haya sucedido, porque los valores que esta (…) entraña, tienen, como es obvio una mayor densidad. Ellos constituyen la base de la solidaridad europea frente al mundo soviético y su mantenimiento resultaba ser un objetivo primordial” ( El Siglo, mayo 24 de 1982). Este fragmento deja en evidencia cómo para El Siglo, la posición norteamericana se tornó justificable y hasta admirable, en la medida en que ésta obedecía a “valores de mayor densidad”, como lo era para el diario la lucha contra el comunismo internacional, independientemente que dicha posición fuera en detrimento de las instancias internacionales de representación y decisión del continente americano como la OEA.

En este mismo sentido la opinión del diario conservador al respecto de la posición asumida por el gobierno colombiano frente a las discusiones que se adelantaban en la OEA, acerca de la implementación o no del TIAR, debió también ser rectificada, para que estuviera en armonía con la nueva lectura en positivo que le mereció la toma de partido del gobierno norteamericano en la guerra de Malvinas. Así pues, en contradicción con la tendencia a tildar de “error diplomático”, el no haber votado a favor de la puesta en marcha del TIAR, el diario conservador, en el ya nombrado editorial del 24 de mayo[26 ], marcaría la nueva línea argumentativa a seguir en adelante por sus columnistas, en lo que respecta a la política exterior colombiana en el conflicto del Atlántico Sur y más específicamente en el tema del TIAR, así: “Estamos de acuerdo con el presidente Turbay en que buscar una nueva alianza de los países latinoamericanos sin los Estados Unidos no es una política aconsejable, sino una actitud desesperada y sin consecuencias prácticas. Por el contrario, en las circunstancias presentes, ella tendría inevitablemente un carácter antiyanqui” ( El Siglo, mayo 24 de 1982), línea que replicó ampliamente Jorge Echeverri Hoyos, al señalar que “El TIAR es algo demasiado importante” como para invocarlo cada vez que un Estado firmante quiere “buscarle pelea” a una potencia “ideológica y culturalmente amiga” que sólo busca mediante una “justa agresión” “salvaguardar su honor”, línea argumentativa que era sustentada, justificada y legitimada, nuevamente, mediante la inclusión del discurso anticomunista al tratamiento editorial de la guerra: “El TIAR debe tener la función práctica elemental cual es la de protección de la integridad territorial americana (…) frente a los ánimos expansionistas del comunismo internacional que es el verdadero enemigo de este continente cuando quiere colonizarnos para cambiar nuestros valores, nuestra tradición católica [y] nuestro régimen de civilización” ( El Siglo, mayo 29 de 1982).

Es así como El Siglo cambió drásticamente su posición, estimulado por la toma de partido de Estados Unidos a favor de Gran Bretaña y se mostró de acuerdo con el presidente Turbay, justificando dicho cambio en lo inapropiado de adoptar una posición antiyanqui, cuando era Estados Unidos el principal abanderado de la lucha anticomunista en el mundo, imperativo moral que, según el diario conservador, revestía valores más elevados que la solidaridad americana, lo cual subordinaba a dichos valores la aplicación de herramientas como el TIAR, las cuales deberían estar dirigidas a proteger al continente de la amenaza comunista y no de la “justa agresión británica”, como llegó a ser calificada por el rotativo conservador colombiano, la escalonada militar inglesa sobre las islas del Atlántico Sur.

6. Recogiendo los pedazos[27 ]

A dos meses del primer desembarco argentino sobre las islas, la situación militar, en desmedro de los cálculos realizados por los generales de la Junta de Gobierno, se mostraba radicalmente en su contra. Desde el primero de mayo, las fuerzas británicas habían iniciado una serie de ataques de gran envergadura, con los cuales habían logrado recuperar y establecerse en el poblado de San Carlos, ubicado al extremo occidental de la isla Soledad, relativamente cerca de la capital del archipiélago conocida como Puerto Argentino o Port Stanley para los ingleses, lugar alrededor del cual se atrincheraban precariamente las tropas argentinas que aún resistían. De tal manera que, para inicios del mes de junio, los informes de inteligencia argentinos alertaban sobre un posible y definitivo asalto a la capital por parte del ejército inglés, que de producirse marcaría el final de la guerra, ya que las tropas allí asentadas no estaban en condiciones de repeler exitosamente la ofensiva británica.

En el campo diplomático la situación no era menos preocupante. En los sesenta días transcurridos desde la recuperación del archipiélago habían sido infructuosas todas las gestiones diplomáticas emprendidas a través de la ONU y la OEA, organizaciones que por demás se habían mostrado inoperantes y en ocasiones hasta incompetentes. Sin embargo, los más notorios fracasos y fuentes de una difícil relación diplomática fueron las gestiones emprendidas por el gobierno norteamericano a través del secretario de Estado, Alexander Haig, quien estuvo dos veces en Buenos Aires y otras tantas en Londres, procurando evitar lo que se había convertido en una sangrienta guerra, pero que al final, siguiendo las órdenes de su presidente, había declinado sus gestiones a favor de Gran Bretaña.

Por su parte, los países latinoamericanos nunca concretaron materialmente sus entusiastas declaraciones de solidaridad, en parte por el temor de que se les hicieran extensivas las sanciones económicas que, primero la CEE y luego el gobierno de los Estados Unidos, le habían impuesto a Argentina. Sanciones que habían propinado un fuerte golpe al gobierno argentino, el cual veía desvanecerse lentamente el apoyo de algunos países de la región, que en la primera hora habían logrado adherir a la causa Malvinas.

Con este panorama de fondo, el diario conservador El Siglo desplegó un intenso cubrimiento de lo que denominó “la batalla final de Port Stanley”, reseñando detalladamente, los días y los kilómetros que hacían falta para el enfrentamiento definitivo de los dos ejércitos, acompañando sus reportajes con un gran número de fotografías del arsenal militar de los dos bandos e incluso mapas que explicaban las tácticas usadas por los británicos en su avance hacia la capital. Sin embargo, varias columnas de opinión denunciaban que con mucha frecuencia los informes recibidos desde Londres y Buenos Aires eran contradictorios y obedecían a los intereses periodísticos de cada país. Así, los informes argentinos hacían gran énfasis en la guerra de propaganda y se cuidaban de no publicar ninguna información que pudiera generar pánico o desánimo entre la población, mientras que la información británica, proveniente del Ministerio de Defensa, pecaba de escasa, esencialmente debido a un exceso de preocupación para que no se filtrase información potencialmente peligrosa, notas e informes que, ya fueran en exceso optimistas o reservadas, anunciaban el inminente triunfo del bando que las producía. La columna Rincón del Mundo reseñaría esta actitud en los siguientes términos: “si fuera la información de guerra potestad exclusiva del gobierno argentino (…) el león inglés iría de retorno a su casa, con el rabo entre las patas, a contrario sensu, si ese honor les correspondiera a los europeos ya habrían inundado la prensa internacional con noticias sobre las graves pérdidas de los argentinos” ( El Siglo, junio 3 de 1982).

Ahora bien, al mismo tiempo que se hacía el cubrimiento sobre el asalto a Port Stanley (pocas veces es llamado Puerto Argentino por el rotativo), editorialistas y columnistas en consecuencia con la postura adoptada por el diario ante la abstención de Colombia de votar el TIAR, la cual se reseñó en el acápite anterior, se dieron a la tarea de revisar los motivos que tuvieron varios países latinoamericanos para otorgarle su apoyo a Argentina. Se escribió entonces sobre el papel de México -país ampliamente reconocido por recibir a un gran número de intelectuales perseguidos por las dictaduras del cono sur durante los setenta- en las discusiones sobre el TIAR, y se alegó que su apoyo a Argentina estaba cruzado por el afán de “disfrazar la burla de su democracia” afirmando que “los mexicanos se ponen a la cabeza de todos los movimientos de liberación popular que pretenden ser antimperialistas” ( El Siglo, junio 6 de 1982). Al referirse a Venezuela se afirmó que el apoyo a Argentina estaba basado en su propia pretensión territorial sobre la Guyana Británica, la cual, según el diario conservador, Venezuela quería presentar como un enclave colonial. En el mismo sentido, El Siglo afirmaba que el apoyo de Cuba obedecía a la intención de este país de usar la causa anticolonialista en beneficio del comunismo internacional, según ellos, el verdadero ganador del conflicto anglo-argentino.

Adicionalmente, en un extenso artículo firmado por Moisés Enrique Rodríguez, se controvirtieron vehementemente los argumentos hasta ahora expuestos por Argentina para legitimar su ocupación del archipiélago. En primera medida Rodríguez, quien se refiere al archipiélago como Falklands, esgrime que en oposición al principio Uti Possidetis Juris, Inglaterra tenía el derecho de permanecer al frente del archipiélago ya que “Argentina sólo lo ha administrado por 13 años (1820-1833), los españoles lo administraron por 40 (1770-1811) y, aun reconociendo a Argentina como sucesora de la autoridad peninsular, (…) los ingleses han estado en las Falklands 150 años (1833-1982); esto es, por mucho más tiempo que argentinos y españoles juntos”. Ante el argumento argentino de que el principio de autodeterminación no cobijaba a los habitantes de las islas por haber sido sus ancestros una población trasplantada y no autóctona, Rodríguez replicó que lo mismo podría decirse de un gran número de familias argentinas, ya que “un alto porcentaje de los argentinos descienden de colonos europeos que arribaron al nuevo mundo en la gran migración de fines del siglo XIX y comienzos del XX”, por lo tanto su alegato quedaba sin un piso realmente sólido, mientras el “derecho” de los kelpers a autodeterminarse quedaba en pie. En cuanto al argumento según el cual, la retoma del archipiélago y el reclamo de su soberanía por parte del ejército argentino, se legitimaba en tanto que se concebía como la respuesta equivalente al acto de fuerza inglés perpetrado en 1833, el columnistas irónicamente replicaba que: “en el mismo sentido los colonos europeos que hoy forman la masa de la población argentina agredieron a la población indígena de esa nación y la despojaron de sus tierras” por lo tanto para él, el argumento argentino tenía “tan poco sentido como intentar devolver Australia a los aborígenes”. Finalmente, volviendo a la estrategia de criticar al gobierno militar para deslegitimar el reclamo histórico de la nación argentina, Rodríguez señalaría que los habitantes de las Malvinas “no desean ser anexados por la fuerza a una nación que les es culturalmente extraña, cuya economía se encuentra al borde del colapso y cuyo régimen político es responsable de centenares de ‘desapariciones’” ( El Siglo,junio 6 de 1982)

No obstante, en la recta final del conflicto, se evidencia un nuevo cambio en la posición de El Siglo, animado esta vez por la urgente necesidad del Partido Conservador Colombiano, de ubicarse de la mejor forma posible frente a la intensa reconfiguración de las relaciones internacionales, sufrida en postrimerías del asalto a Puerto Argentino, toda vez que su candidato, Belisario Betancur, había resultado vencedor en la contienda electoral por la presidencia de la república llevada a cabo el 31 de mayo. Dicha reconfiguración consistió en la toma de distancia entre la Unión Soviética y Argentina, la visita de Juan Pablo II a los dos países enfrentados y al deterioro de las relaciones entre Inglaterra y Estados Unidos, así como la intención de este último de recuperar la confianza perdida con los países latinoamericanos.

En este orden de ideas, el rotativo conservador celebró el hecho de que la Unión Soviética, en aras de no provocar un enfrentamiento directo con los Estados Unidos e Inglaterra, decidiera interrumpir la compra de trigo a Argentina durante el primer semestre del año, decisión que además de aplacar los ánimos políticos norteamericanos, representaba una excelente noticia para la economía estadounidense, en la medida en que ellos pretendían hacerse con el lugar antes ocupado por los argentinos; mientras que para Margaret Thatcher el alejamiento entre la URSS y la Junta Militar argentina le daba un margen de acción más amplio para terminar a su favor una guerra que ya le estaba resultando desgastante, no sólo en lo militar y económico, sino también en términos de política interna.

Por otro lado, la intervención políticamente solapada de Juan Pablo II en la guerra de Malvinas, despertó la ferviente inclinación católica del diario conservador, el cual se dio a la tarea de reseñar día a día su visita a Inglaterra y Argentina; esta última, adelantada paralelamente al desarrollo de los combates en Puerto Argentino. Lo interesante de este cubrimiento es que junto a la grandilocuencia con la que era reseñada la “correría apostólica” del Papa, se señalaba constantemente la ineptitud de la ONU en la prevención y arbitraje del conflicto del Atlántico Sur, fue tal el trato conjunto que se le dio a estos dos temas que se llegó a escribir: “Las Naciones Unidas es una institución burocrática que no cumple con sus fines primordiales en la búsqueda de la paz en el mundo. Su santidad Juan Pablo II, el Papa de la paz, ha hecho hincapié, en lograr la paz entre Inglaterra y Argentina. Esperamos que la iglesia se convierta en ese órgano supraestatal que tanta falta está haciendo al mundo y a las naciones civilizadas” ( El Siglo, mayo 30 de 1982), afirmaciones que, en correspondencia con el pensamiento conservador colombiano, sugerían la intervención clerical en temas estrictamente políticos.

Así pues, el distanciamiento entre la Unión Soviética y Argentina fue celebrado por el diario conservador en la medida en que se creía disipado el temor de que el comunismo se aprovechara del conflicto del Atlántico Sur para intervenir directamente en los destinos de Latinoamérica, temor que determinaba en gran medida la opinión negativa que le mereció en varias ocasiones el reclamo argentino, mientras que las noticias sobre la visita del Papa a Argentina y su amigable entrevista con el General Leopoldo Galtieri, matizaron los ataques de los que venían siendo objeto el militar y su gobierno, del cual se llegó a afirmar: “el régimen militar argentino es hoy en día, el único baluarte contra el populismo devastador que yace agazapado en espera del colapso del régimen” ( El Siglo, junio 13 de 1982).

Sin embargo, el acontecimiento que más influyó en el nuevo cambio operado por el rotativo conservador fue el agrietamiento de las relaciones entre Estados Unidos e Inglaterra, el cual estuvo generado, por un lado, por la intención del gobierno Reagan de recomponer la confianza con los países latinoamericanos, flexibilizando su posición frente a Argentina y, por el otro, por la intransigente negativa de Margaret Thatcher de hacer lo propio una vez obtuvo la victoria militar en Puerto Argentino.

El primer acto de este agrietamiento fue la negativa de Estados Unidos a la propuesta inglesa de integrar una “fuerza internacional de paz” en las islas del Atlántico Sur sin representación latinoamericana, a lo que se sumó el rumor de que, si bien Estados Unidos había acompañado a Inglaterra en el veto de una resolución de alto al fuego del Consejo de Seguridad de la ONU, éste había sido producto de un fallo en las comunicaciones entre Reagan y su representante, ya que la orden era abstenerse de votar, no obstante la orden tardó en llegar. El segundo acto, ocurrió una vez Inglaterra se hizo con el control militar de las Islas. A partir de ese día Estados Unidos solicitó la colaboración inglesa con Argentina para llegar a un arreglo o negociación frente al futuro de las islas, mientras que los laboristas ingleses instaron a Thatcher a confiar el futuro del archipiélago a la ONU, a través de una administración por fideicomiso, propuestas ambas que fueron tajantemente descartadas por la dama de hierro, en acalorados discursos ante la Cámara de los Comunes.

Con este escenario de fondo, editorialistas y columnistas de El Siglo, se animaron a señalar que “Gran Bretaña debe comprender que el statu quo ante bellum resulta insostenible y que la bandera argentina deberá seguir ondeando sobre las Malvinas, cualquiera que sea su fórmula posterior de condominio” ( El Siglo, junio 13 de 1982), opiniones que eran validadas por otras que volviendo al tema histórico-jurídico sostenían que “si bien Argentina cometió un error (…) ello no invalida las sólidas bases jurídicas de su reclamo de ese territorio” mientras condenaban la posición inglesa ya que “el origen de su posesión [refiriéndose a las islas] es no solo violento sino también cobarde” ( El Siglo, junio 18 de 1982) por haberse presentado en un momento de fragilidad de la nación argentina como lo fueron los primeros años de la república.

El punto final de este cambio lo puso Rafael Nieto Navia, quien en una conferencia dictada en el Centro de Estudios Colombianos -reproducida íntegramente por el rotativo conservador- y en un artículo de opinión retomaba, ampliaba y sustentaba las nuevas opiniones de sus copartidarios, editorialistas y columnistas, en cuanto a la legitimidad histórica y jurídica del reclamo argentino, además de volver sobre las ya consabidas críticas a la política exterior colombiana, hechas durante los primeros días del conflicto pero abandonadas después del primer ataque inglés, política gracias a la cual, según él, “nos ganamos la enemistad de nuestros vecinos de barrio y quedamos como los obsecuentes y serviles servidores de las grandes potencias” ( El Siglo, junio 21 de 1982). Adicionalmente señalaba que el retiro del secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, debía ser considerado como “un gesto casi personal de buena voluntad del presidente Reagan hacía sus hermanos de hemisferio” luego de haberles dado la espalda al ponerse del lado británico durante el conflicto. Finalmente, Nieto Navia, haciendo uso de la función de consejero del poder que tiene la labor editorial señaló[28 ]: “Corresponde entonces a nuestro país comenzar también a sanar las profundas heridas causadas por una diplomacia inadecuada y recuperar, con el nuevo gobierno, la preeminencia de Colombia en los asuntos hemisféricos” ( El Siglo, junio 27 de 1982), dejando así en evidencia la razón más fuerte que tuvo la derecha tradicional colombiana para asumir esta última posición frente a la guerra de Malvinas, la cual era sencillamente sustentar, desde el papel, la línea diplomática del nuevo gobierno conservador de Belisario Betancur, a quien no le interesaba la enemistad de sus vecinos y, mucho menos, contradecir las directrices señaladas desde Washington en materia de política internacional para Latinoamérica.

7. Conclusiones

Más allá del sistemático cambio de postura operado por el rotativo conservador en los dos meses y medio del conflicto, lo que se pretendió develar fueron las tensiones políticas, en el ámbito nacional e internacional que lo animaron y cómo el desenvolvimiento de éstas determinó el sentido y el tono de sus opiniones al respecto del reclamo de soberanía del gobierno argentino sobre las islas del Atlántico Sur. Así pues, en el estudio aquí entregado, se pudieron reconocer tres grandes temas que indistintamente determinaron la postura del diario en determinado momento.

En primer lugar, se encuentra una lectura que El Siglo hizo del conflicto en los términos característicos de la Guerra Fría. Si bien, en ningún momento aparece este nombre en los editoriales y artículos de opinión estudiados, la lucha anticomunista en Latinoamérica y en el mundo, fue en ellos una preocupación constante, a tal punto que en varias ocasiones ella marcó la distancia, unas veces corta, otras veces larga, de la derecha tradicional colombiana ante el reclamo argentino. En este sentido se pudo observar cómo el discurso anticomunista fue usado para condenar la decisión estadounidense de abstenerse de votar el TIAR, a despecho de uno de sus principales aliados en la región, para luego, una vez Estados Unidos se declaró a favor de Inglaterra, excusar dicha decisión en que la unidad de la OTAN era fundamental y prioritaria para detener el avance del comunismo a nivel internacional. Del mismo modo, el temor de una posible invasión nicaragüense a San Andrés, auspiciada por Cuba y la URSS, fue un argumento lo suficientemente fuerte, como para sugerir que apoyar la “invasión de la dictadura argentina” a las islas del Atlántico Sur, sería tanto como legitimar la hipotética incursión del comunismo a territorio colombiano, para luego, cuando dicha incursión no resultó ser más que una especulación, despacharse en elogios ante “el justo reclamo del baluarte anticomunista en Latinoamérica” (Argentina). Incluso, una de las principales críticas a la ONU, además de su incompetencia, fue su “izquierdización” haciendo alusión a la sólida posición de la URSS y China en el Consejo de Seguridad.

En segundo lugar, se encuentra la preocupación del diario conservador por el manejo dado desde el gobierno liberal a las relaciones internacionales de Colombia en el ámbito latinoamericano. En este sentido, en un primer momento se presenció la emergencia de un ferviente sentimiento de solidaridad latinoamericana, sin precedentes en el rotativo, que buscó oponerse a la tímida reacción del gobierno colombiano frente a la guerra de Malvinas: sentimiento que menguó, una vez el secretario de Estado norteamericano intervino en el asunto, calificando de inconveniente la implementación de mecanismos de solidaridad como el TIAR para tratar el conflicto, opinión que rápidamente fue acogida por El Siglo para no desentonar con Washington, pero que de la misma manera volvió a cambiar, cuando el gobierno Turbay marginó a los conservadores de la decisión de abstenerse en las votaciones sobre el tratado en mención, haciendo que esta vez las opiniones a favor de la implementación del TIAR no fueran animadas por la solidaridad continental, sino por el enojo ante el desplante liberal. No obstante, los guiños a la solidaridad con la nación argentina regresarían al discurso de El Siglo, al mismo tiempo que, una vez acabada la guerra, Estados Unidos iniciaba su política de reparación de confianzas rotas en el continente.

En tercer y último lugar se encuentra un tema que, si bien no se hace explícito sino hasta el final de la cobertura del conflicto, cruza toda la producción editorial y de opinión que el diario publicó entre abril y junio de 1982. Este tema es la contienda electoral por la presidencia de la república, cuyo tramo final se desarrolló paralelamente a la guerra, dejando como vencedor al candidato conservador Belisario Betancur. Es con esta perspectiva, desde donde se puede comprender cómo la mayoría, si no todos, los cambios de parecer operados por editorialistas y columnistas en las páginas de El Siglo -en tanto órgano oficial del Partido Conservador Colombiano- buscaban negociar, en términos de política internacional, el lugar más favorable a los intereses de su candidato, de allí que dichos cambios procuraron, en su mayoría hacer eco de la línea trazada por Estados Unidos en diferentes momentos del conflicto, hecho que se hace evidente una vez ganadas las elecciones, cuando desde editoriales, que pretendían darle la coherencia que jamás tuvo, al discurso conservador sobre la guerra, se confiara al nuevo gobierno la normalización de las relaciones con Argentina, Latinoamérica y las potencias internacionales, deterioradas, según ellos, por ocho años de gobiernos liberales.

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Notas

1La versión original de este artículo obtuvo en 2015 una mención especial en el Concurso de Ensayos “La Cuestión Malvinas: a 50 años de la resolución 2065”, convocado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO y fue integrado a su Red de Bibliotecas Virtuales en 2016.

2 “Un rasgo del periodismo diario colombiano es la alta dependencia respecto a los dos grandes partidos tradicionales, liberal y conservador, la íntima vinculación entre prensa y poder político, en un proceso muy similar al de Perú; los diarios no vinculados a esos dos partidos y las grandes familias del poder económico-político son verdaderamente escasos.” (Godoy, 1993: 411)

3Hasta 1936 los más importantes diarios conservadores eran tan solo de cobertura regional y pertenecían a influyentes líderes o familias conservadoras, entre ellos se destacaban: La Patria de Manizales, propiedad de la familia Restrepo, fundado en 1921 y El Colombiano de Medellín, propiedad de Juan Gómez Martínez fundado en 1912, entre otros.

4Para más detalles del perfil político y personal de Laureano Gómez, consultar: (Velasco, 1950; Dangond, 1962; Socarras, 1942)

5Para una historia detallada del periódico El Siglo desde su fundación, consultar: (Uribe, 2006)

6Titular de El Siglo referente a la guerra, aparecido el 3 de abril de 1982

7El Frente Nacional fue un pacto bipartidista que gobernó a Colombia por 16 años (1958-1974), periodo en el cual se alternaron en el poder conservadores y liberales, excluyendo a los demás partidos y tendencias políticas, en especial a los representantes de la izquierda (Ayala, 1996; Gaitán, 2005; Bushnell, 2007: pp. 305-381)

8La estrecha relación entre el periódico El Siglo y el candidato presidencial del Partido Conservador es de vieja data, ya que Betancur tuvo una brillante carrera periodística en el diario, a tal punto que llegó a ser su codirector a principios de los años cincuenta, para luego, durante el gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla, fungir como director encargado del cierre temporal del rotativo ordenado por el régimen.

9Las acciones militares han sido extensamente documentadas por los dos actores principales del conflicto. Para el presente artículo se consultó a manera de contextualización los estudios de Isidoro Ruiz-moreno (1986), Oscar Joffre y Félix Aguiar (1987); Federico Lorenz (2006) y Julián Thompson (1985)

10Es de aclarar que para 1810 la República Argentina no existía en tanto tal, sino que existía otra estructura política denominada Provincias Unidas del Rio de La Plata. No obstante, según el artículo 35 de la Constitución Argentina de 1994 “Las denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber: Provincias Unidas del Río de la Plata; República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintamente para la designación del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras "Nación Argentina" en la formación y sanción de las leyes.”

11 Los estudios de índole jurídico en torno a la cuestión Malvinas son de vieja data, entre ellos sobresalen el realizado por la Academia Nacional de la Historia (1964), el de Paul Groussac (1936), el de Ricardo Zorraquín (1975) y el de Raúl Martínez (1965)

12la Embajada Argentina agradecería el apoyo popular a través de las páginas de El Siglo así: “Ante la gran cantidad de manifestaciones de solidaridad que ha recibido de entidades sociales y del pueblo en general de toda COLOMBIA con motivo de la recuperación de las MALVINAS, el Embajador de la República Argentina quiere hacer llegar a todos ellos un primer y público reconocimiento. Posteriormente tratará de hacerlo de manera individual. Bogotá. D.E. abril 11 de 1982”. (El Siglo, abril 11 de 1982: 3)

13Si bien Julio Cesar Turbay asumió la presidencia en representación del Partido Liberal, introdujo desde el gobierno políticas sociales y económicas de marcado corte neoliberal y anticomunista, siguiendo la línea que en este sentido trazó Estados Unidos e Inglaterra

14Al respecto Enrique Oliva (2002) hace un exhaustivo estudio del cubrimiento de la guerra por parte de los diarios británicos.

15 Al respecto remitirse a la resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aprobada el 3 de abril de 1982

16Sobre el concepto de memoria colectiva se consultó la obra de Maurice Halbwachs (2004).

17En el año de 1928, durante la administración de Miguel Abadía Méndez, Colombia y Nicaragua acordaron, con la firma del Tratado Esguerra – Bárcenas, términos limítrofes según los cuales Colombia reconocía a la república centroamericana su soberanía sobre la costa Mosquitos y las islas Mangles, y ésta a su vez aceptaba como colombianas todas las islas, islotes y cayos que se encontraran al oriente del meridiano 82 oeste, lo cual incluía a todo el archipiélago de San Andrés, a excepción de las mencionadas Mangles. Sin embargo, el gobierno sandinista que se instaló en el poder en 1979 tras el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, ha dicho que tal tratado no es válido, por lo cual, según ellos, esas partes del territorio colombiano pertenecen a Nicaragua. La junta sandinista basa sus reclamos en la cercanía del archipiélago a Nicaragua, alegando que su plataforma continental se encuentra unida a las islas y que éstas se hallan dentro de su mar patrimonial.

18 Al respecto de estos conceptos se recomienda la lectura del texto de Teun Van Dijk (1983)

19Las disposiciones pertinentes del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, suscrito en Río de Janeiro en septiembre de 1947, establecen que: “Art. 1. Las Altas Partes Contratantes condenan formalmente la guerra y se obligan en sus relaciones internacionales a no recurrir a la amenaza ni al uso de la fuerza en cualquier forma incompatible con las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas o del presente Tratado”, “Art. 2 Como consecuencia del principio formulado en el artículo anterior, las Altas Partes Contratantes se comprometen a someter toda controversia que surja entre ellas a los métodos de solución pacífica y a tratar de resolverla entre sí, mediante los procedimientos vigentes en el Sistema Interamericano, antes de referirla a la Asamblea General o al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”, “Art. 3 1. Las Altas Partes Contratantes convienen en que un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado Americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de dichas Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque, en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas; 2. A solicitud del estado o Estados directamente atacados, y hasta la decisión del Órgano de Consulta del Sistema Interamericano, cada una de las Partes Contratantes podrá determinar las medidas inmediatas que adopte individualmente, en cumplimiento de la obligación de que trata el parágrafo precedente y de acuerdo con el principio de la solidaridad continental. El Órgano de Consulta se reunirá sin demora con el fin de examinar esas medidas y acordar las de carácter colectivo que convenga adoptar…”.

20Es de anotar que siendo el TIAR un instrumento de cooperación militar internacional creado bajo la inspiración de la lucha abanderada por los Estados Unidos contra el comunismo en Latinoamérica, durante la guerra de Malvinas puso al gobierno Reagan en una situación dilemática pues era invocado por un país aliado en su lucha en el continente para implementarlo en contra de otro país que, aunque europeo, también era partidario de la misma causa.

21El estudio de Oscar Cardozo, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy (2007) puede contextualizar al lector acerca de las intrigas que se desarrollaron al interior del gobierno del General Galtieri.

22 Titular de El Siglo referente a la guerra, aparecido el 26 de abril de 1982.

23Sobre el principio de autodeterminación en el caso Malvinas ver las resoluciones No. 1514 (1960) y 2065 (1965) de la ONU.

24Al respecto Lucrecia Escudero (1996) hace un interesante estudio del comportamiento de la prensa argentina durante la Guerra de Malvinas.

25Este hecho además de causar estupor entre los aliados latinoamericanos de la causa argentina inspiró después de la guerra virulentos estudios como el de Elizabeth Reimann (1983).

26Se le atribuye singular importancia a este editorial en la medida en que seguimos las sugerencias de Van Dijk (1997) en torno al análisis del discurso ideológico argumentativo: “los editoriales tienen como objetivo y están estructurados para expresar y manifestar las opiniones del periódico sobre eventos informativos recientes. Puesto que los editoriales se escriben, normalmente, acerca de un solo suceso o tema diario, indican de forma implícita que el periódico atribuye un significado particular, ya sea social o político a dicho evento. Tanto las opiniones expresadas como la atribución de relevancia a un suceso o a un tema en particular indican las estructuras subyacentes de los editoriales precisamente con estas actitudes e ideologías dominantes y subyacentes”. (p.177).

27Titular de El Siglo referente a la guerra, aparecido el 17 de junio de 1982

28la argumentación de los editoriales no solamente se dirige al público lector en general sino también a las elites sociales y políticas, lo cual explica por qué los editoriales no formulan meras opiniones y las traspasan al público, sino que también atacan, defienden o aconsejan a las autoridades” (Van Dijk, 1997: 178)

Recibido: 22 de Abril de 2022; Aprobado: 30 de Mayo de 2022

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Historiador - Universidad Nacional de Colombia. Maestro en Estudios Latinoamericanos - Universidad Nacional Autónoma de México. Doctorando en Estudios Latinoamericanos- Universidad Nacional Autónoma de México.

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