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Relaciones internacionales

On-line version ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.31 no.63 La Plata July 2022

 

Historia

A 100 años de la Marcha sobre Roma

Patricia Kreibohm1  *

1Universidad Nacional de La Plata

El 28 de octubre de 1922, los fascios di combattimento, liderados por Benito Mussolini, entraban en Roma amenazando con hostigar a la capital si su líder no era designado primer ministro por el rey Víctor Manuel III.

Así, se iniciaba un proceso que no solo afectaría profundamente a Italia, sino que también abriría las puertas a un poderoso fenómeno político, tan novedoso como distorsivo: el Totalitarismo. De hecho, en Europa, este régimen se replicaría en otros dos Estados: la URSS de Stalin, a partir de 1925 y la Alemania de Hitler, desde 1933.

Casi todos los autores coinciden en sostener que el sistema totalitario es tan poderoso y avasallador que los actores sociales pierden su identidad y se convierten en objetos de la dominación absoluta, ejercida por un aparato de gobierno, casi siempre concentrado en torno a un jefe supremo que ejerce un poder arbitrario y absoluto sobre toda la sociedad.[1] Según Touraine, se trata de una forma de hacer política que penetró y afectó al cuerpo social, destruyendo su autonomía y eliminando las relaciones normales. De hecho, el Estado totalitario elimina la libertad y la independencia humana y, con el tiempo, conduce a la aniquilación los individuos, que terminarán siendo absorbidos por la estructura política. Su objetivo es lograr una sociedad homogénea, sumisa y despersonalizada. En efecto, en el Totalitarismo, el Estado devora a la sociedad y la convierte en un ente inerte y desarticulado.

Por otra parte, y según Friedrich, el Totalitarismo es una forma nueva y única de dominio político, cuyo rasgo más relevante es la profunda idea de dominación que el sistema ejerce sobre los individuos y la sociedad. Dicho dominio abarca a todas las esferas de la vida; tanto a nivel público, como privado y afecta y desvirtúa a toda la cadena de sociabilidad entre los hombres, controlando y dirigiendo las relaciones interpersonales y grupales en cada circunstancia de sus vidas.

Hanna Arendt es una de las autoras más relevantes que ha analizado este tema y en su obra, Los orígenes del totalitarismo, identifica tres cuestiones fundamentales: las condiciones que lo hicieron posible; sus rasgos distintivos y sus elementos constitutivos.[2]

Con respecto a las primeras, es indudable que la formación de la sociedad industrial de masas fue fundamental para este régimen; en segundo término, un ámbito mundial dividido, inseguro y amenazador, favoreció la penetración y la movilización de toda la sociedad. Finalmente, la tecnología moderna, que permitió un grado máximo de penetración y movilización monopólica de la sociedad; una penetración sin precedentes en la historia.

En cuanto a sus rasgos distintivos, si bien son numerosos, pueden sintetizarse en cinco principales.

El objetivo único: que es establecido por el líder; es formulado de modo positivo y constituye el eje de la ideología en la que se sustenta el régimen.

La imprevisibilidad y la incertidumbre: éstas fueron las normas de vida, tanto para la gente común, como para los miembros del sistema o del partido oficial y determinaron la existencia cotidiana.

La violencia, que era organizada y justificada a fin de alcanzar el objetivo.

La supresión de las asociaciones civiles para controlar a los ciudadanos e impedir cualquier manifestación espontánea o de oposición.

La participación forzosa de los individuos en las actividades y las organizaciones públicas.

Finalmente, sus elementos constitutivos son:

  1. Un líder o dictador que ejerce un poder absoluto sobre el régimen, haciendo fluctuar a su antojo las jerarquías. Es el depositario exclusivo de la interpretación y la aplicación de la ideología. Su arbitrariedad crea un profundo sentimiento de imprevisibilidad e inseguridad.

  2. La ideología oficial que guía y condiciona las decisiones políticas y, por lo tanto, la vida social. Esta ideología propone una explicación de la historia, orienta la acción del presente y organiza el futuro. Como se ha mencionado, es interpretada por el líder – con todo lo que ello significa – y debe ser abrazada y obedecida por toda la comunidad.

  3. Un partido único de masas, guiado por el dictador, estructurado de modo jerárquico y compuesto por un pequeño porcentaje de la población, parte de la cual es fanática del régimen y está dispuesta a realizar cualquier acción para imponerlo. Este partido se superpone con la organización del Estado, trastornando la autoridad y el comportamiento regular y previsible. Politiza todas las relaciones sociales, examinando y vigilando las lealtades, tanto individuales, como colectivas. Este partido es un instrumento organizativo agresivo que borra las diferencias entre el Estado y la sociedad.

  4. La propaganda funcionaba como una herramienta que buscaba estructurar una organización viva a través de una nueva forma de expresión de poder. Pero tenía también un sentido pedagógico. Pretendía formar al ciudadano común para cumplir con sus deberes, tratando de reconfigurar a la sociedad civil para que acatara y acompañara los designios del poder. En efecto, lo que se buscaba, era que el hombre encontrara su realización en el Estado, dentro del régimen y del partido; que se entregara definitivamente al sistema como si éste fuera un culto. En tercer término, la propaganda era un instrumento de movilización; apuntaba a estimular la fe, la pasión y el entusiasmo en las metas y en los dirigentes y funcionaba como una poderosa voluntad-instrumento, es decir como un mecanismo que seleccionaba un objeto, una persona, un hecho, un producto o una doctrina para exaltarlo o denigrarlo, según fuese el caso. Finalmente, servía para ocultar los procedimientos del poder y mantener una apariencia de normalidad en la ida social; una apariencia que calmara los ánimos y evitara cualquier circunstancia adversa con el resto del mundo.

  5. Sin embargo, cuando la propaganda no resultaba suficiente, se recurría al terror. De hecho, estos regímenes configuraron modelos de terrorismo de Estado que empleaban este recurso contra los opositores, pero también, contra los débiles y los indiferentes. Indudablemente, el terror contribuyó de manera decisiva a inhibir la oposición, a incrementar la adhesión y el apoyo activo de las masas al régimen y al líder.

“El totalitarismo creó una nueva forma de terror que se convirtió en una obsesión colectiva dentro de la cual, el individuo se sentía vigilado, inseguro y perseguido y donde siempre una palabra podía determinar la suerte de quien la pronunciara; en realidad, no existía ni la verdad ni la mentira, solo la arbitraria y tendenciosa interpretación que un hombre del régimen quisiera dar a esa palabra”.[3]

1. La Entreguerras como Transición Intersistémica

Siguiendo la periodización de los Sistemas Internacionales, con la Primera Guerra Mundial colapsó el Sistema Multipolar Europeo y, según Dallanegra Pedraza, lo que sobrevino a continuación fue una Transición Inter-sistémica; es decir, un período en el cual el viejo Orden había desparecido, pero aún no se había gestado uno nuevo.

“Lo cierto es que no hay un orden automático. Desaparecido un modelo de orden, no emerge uno nuevo en forma inmediata. Por el contrario, esto se da a través de un complejo proceso, la Transición Intersistémica, que no tiene una duración determinada”.[4]

Según este autor, las Transiciones son etapas en las cuales no existen parámetros para orientar las decisiones y las acciones; se trata de un tiempo conflictivo, confuso y volátil, que no tiene una duración determinada; un tiempo absolutamente marcado por la coyuntura, en el cual sólo pueden apreciarse tendencias. Pero, además, la Transición está marcada por el resabio de lo viejo y el enigma de lo nuevo; es decir que en ella conviven, dificultosamente, elementos del antiguo sistema con otros que son absolutamente novedosos. En definitiva, se trata de un periodo complejo en el que se desarrollará – una vez más – el proceso de polarización; en otras palabras, el proceso en el que los aspirantes a la hegemonía volverán a pugnar para determinar quién o quiénes habrán de triunfar y, por lo tanto, liderarán el nuevo Sistema que se gestará.

Indudablemente, el Totalitarismo es uno de esos elementos novedosos que irrumpió en esta Transición. De hecho, se trata de un fenómeno inédito en la historia, cuyas ideas y prácticas nefastas, no solo martirizaron a sus sociedades, sino que, además, desvirtuaron la convivencia general y buscaron metas que, necesariamente, conducirían a nuevos conflictos y enfrentamientos; sobre todo, si tenemos en cuenta que, en esta etapa, los Estados que mantuvieron sus sistemas democráticos se debilitaron y no fueron capaces de limitar sus avances y avasallamientos.

Así, las secuelas de la mala resolución de la Paz de 1919 y la crisis del 29 - entre otros factores - generaron las condiciones que conducirían al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando ésta finalizó, fueron dos los hegemones que estuvieron en condiciones de liderar el nuevo Sistema; un Sistema que sería bipolar y estaría encabezado por la URSS y los EEUU.

2. El Fascismo. Su líder y su gobierno

Benito Mussolini era hijo de un herrero socialista formado en ambientes anarquistas y socialistas romanos. Durante su juventud fue maestro de escuela y activista revolucionario en Suiza y, más tarde, se dedicó al periodismo y dirigió un semanario. Sin embargo, con el tiempo, sus disidencias con el partido socialista se incrementaron y por ello fue expulsado. En 1917, ya era partidario de una dictadura militar y se declaró antisocialista.

El Fascismo fue el primero de los totalitarismos europeos y, a pesar de eso, nunca fue tan sólido y absoluto como el Nazismo y el Stalinismo. En realidad - y como sostienen los especialistas – si bien está claro que se trataba de un nacionalismo de extrema derecha, Mussolini nunca pudo definir claramente cuál era la revolución que pretendía realizar. Aparentemente, era más bien un oportunista y un pragmático que trató de aprovechar las ocasiones que se le presentaban para triunfar; algo que explicaría las razones por las cuales el fascismo sufrió constantes modificaciones; incluso desde el punto de vista ideológico.[5]

Oficialmente, el partido nació en Milán en marzo de 1919, cuando un grupo de poco más de 100 simpatizantes se reunieron para declarar la guerra al socialismo. Desde entonces, Mussolini llamó fascios di combattimento a sus seguidores y Fascismo a su movimiento. Al principio, éste solo era un grupo de protesta que apelaba a la conciencia nacional, a los valores de la patria que habían sido profanados y a la dignidad de la Nación. Normalmente, sus blancos de ataque eran los comunistas y los huelguistas.

Desde esos años, Mussolini dedicó buena parte de sus discursos a expresar su rechazo y su resentimiento por los términos de los Tratados de Paz de Paris, en los que, los italianos habían sido engañados por Londres. Una circunstancia que, indudablemente, indignaba a la población la cual, además, estaba asfixiada por las secuelas de la guerra, severamente empobrecida y frustrada. Conociendo en profundidad esta situación, Mussolini exacerbaba los ánimos y prometía reconstruir a Italia tanto desde el punto de vista material, como desde lo moral; de hecho, su meta era convertirla en una gloriosa nación; una nación que reproduciría los tiempos del imperio romano.

En noviembre de 1919 se llevaron a cabo elecciones legislativas y los fascistas no lograron ganar ninguna banca. Sin embargo, entre 1920 y 1921, el movimiento se convirtió en una organización de masas estructurada militarmente. La violencia de los grupos de choque - los Camisas Negras - aumentó y el movimiento empezó a ser visto con simpatía por amplios sectores de la sociedad. Los fascistas se oponían al movimiento obrero y se consideraban redentores de la burguesía.

En 1921, las nuevas elecciones permitieron la formación de bloques nacionales integrados por candidatos fascistas. Esto facilitó que el movimiento se legitimara. En ese año, obtuvieron 33 bancas y, en noviembre de 1922, nació el Partido. A partir de ese momento, Mussolini fue propuesto como candidato para ocupar la jefatura de gobierno, lo que provocó la reacción de los sectores socialistas y obreros que convocaron a las huelgas. La respuesta fascista fue la violencia. La huelga fracasó y, a partir de allí, desaparecieron los obstáculos.

El 27 de octubre de 1922 el partido organizó la marcha sobre Roma; una movilización hacia la capital que amenazaba con dar un golpe de Estado para llevar a Mussolini al poder. El rey se negó a reprimirlos y, finalmente, nombró a su líder como jefe de Gobierno.

3. El gobierno y la caída

Dentro del sistema Fascista italiano, pueden distinguirse tres períodos: el primero, 1922 a 1929. Esta fue una etapa de acomodamiento en la cual la oposición todavía no había sido vencida totalmente. La segunda, de 1929 a 1936, cuando se consolidó el régimen y Mussolini alcanzó varios éxitos. La tercera, de 1936 a 1943. En ésta, su gobierno fue perdiendo el apoyo de la opinión pública a medida que se acentuaban las medidas totalitarias, aumentaban las dificultades económicas, se agudizaban las penurias de la guerra y se hacía evidente la dependencia que el país tenía con Alemania.

Cuando Mussolini llegó al poder en 1922, su actitud fue moderada y prudente: formó un gobierno de coalición e hizo creer a todos que salvaría la democracia constitucional parlamentaria. De esa forma, obtuvo confianza y plenos poderes en ambas cámaras. En realidad, cuando asumió, no tenía un programa definido, se jactaba de ser pragmático y ecléctico y de no estar unido a ninguna ideología en particular. Así pudo tomar dos medidas que iban a ser fundamentales en el futuro. La primera fue crear la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (legitimando los escuadrones fascistas) que fue puesta bajo su autoridad. La segunda medida, consistió en la reforma electoral, aboliendo la proporcionalidad y otorgando 2/3 de las bancas a la mayoría relativa (esto le permitiría conseguir la mayoría en las elecciones de 1924)

En 1924, y gracias a esta reforma y a la violencia política ejercida por sus grupos especiales, consiguió la mayoría en ambas cámaras. Pero la oposición aún se hacía oír. El diputado socialista Matteoti protestó por la ola de violencia y por las irregularidades en los comicios. Pocos días después, el diputado fue asesinado por los escuadrones fascistas. Esto generó las protestas de la opinión pública y Mussolini asumió la responsabilidad del asesinato; sin embargo, en 1925 disolvió los partidos políticos e instauró una dictadura policial.

Hacia 1929, el régimen se había consolidado; especialmente gracias a una serie de medidas decisivas: el control de la prensa, la eliminación de los adversarios políticos, la restricción del sufragio masculino, la destrucción de los sindicatos y la abolición del derecho de huelga y de los partidos políticos. Así, Italia se encaminó hacia un régimen de partido único, que trataba de institucionalizar las ideas antidemocráticas y antiparlamentarias y en las que el gobierno afirmaba sus raíces ideológicas, las cuales contribuyeron a estructurar el proyecto del Estado Totalitario.

En realidad, desde 1925, se había venido afirmando la dictadura personal; todos los resortes del poder dependían del jefe de gobierno que, además, era el jefe del partido. Mussolini se dio a sí mismo el título de Duce (guía) y el Gran Consejo del Partido Fascista se convirtió en una institución del Estado; sus funciones eran consultivas y coordinaba la acción entre el partido y el gobierno. También en este año se dio un cambio en política económica: Italia se hizo proteccionista; se inició una mayor participación del Estado en la producción (que se incrementaría a partir de 1929); se procuró disminuir el déficit de la balanza comercial y reducir la dependencia de los mercados exteriores a fin de alcanzar la autarquía y la autosuficiencia.

Respecto a las relaciones sociales, el Fascismo reivindicó la creación de un nuevo orden que debía expresarse en el Estado Corporativo. La teoría se basaba en la doctrina de colaboración de las clases, formuladas por la Iglesia en la Encíclica “Rerum Novarum”. El proyecto intentaba superar la lucha de clases, integrando los intereses de los distintos sectores sociales y productivos en la estructura del Estado de manera que éste actuara como un mediador de conflictos. En otras palabras, se pretendía reemplazar la representación clásica de base territorial por una representación basada en la unión económica, capaz de expresar intereses definidos en vez de representar a un electorado universal. Este sistema corporativo se basaba en la colaboración entre las clases y ponía en manos del Estado la ordenación jurídica del mercado de trabajo.

Pronto, los sindicatos tradicionales desaparecieron y surgieron los sindicatos fascistas. Se abolió el derecho de huelga y los nuevos gremios se convirtieron en instrumentos para el control político de las masas, pues eran ellos los que imponían las condiciones a todos los miembros de la profesión. Lógicamente, sus funciones estaban subordinadas a la policía y al partido.

En 1930 se creó el Consejo Nacional de Corporaciones y en 1934 se crearon 22 Corporaciones. Cada una de ellas representaba un área económica y sus delegados, junto al gobierno, decidían las condiciones de trabajo, los salarios, los precios y los programas industriales. Los representantes se reunían luego en el Consejo Nacional, que era donde se definía la política económica del país. Como todas las corporaciones estaban supeditadas al gobierno, este corporativismo era, en realidad, una forma extrema de control estatal sobre la vida económica, pero dentro de un marco de propiedad privada y de economía de mercado.

Un poco más adelante, se creó la Cámara de Fascios y Corporaciones que reemplazaba a la cámara de diputados. Sus miembros eran elegidos por el partido y las corporaciones, en lugar de serlo por el voto popular. Sus miembros no eran diputados, sino consejeros que debían colaborar con el gobierno. Según los fascistas, en el parlamento no debían estar representados los partidos políticos sino las fuerzas económicas, pues así se terminaría con la lucha de clases.

Todos estos cambios terminaron definitivamente con el sistema parlamentario y alteraron el sistema constitucional, sustituyendo a la democracia liberal por la representación de grupos de intereses económicos y profesionales (esto también recibe el nombre de “democracia orgánica”) Sin embargo, en Italia, las nuevas instituciones se superponían con las viejas. Así, la monarquía sobrevivió, aunque degradada y humillada; el Senado permaneció, pero perdió prestigio y autoridad; la burocracia estatal creció, ahora integrada exclusivamente por miembros del Partido y si bien el ejército conservó cierta autonomía, al igual que la Iglesia, ambas instituciones quedaron notablemente sujetas a las decisiones políticas del líder.

En definitiva, el fascismo no intentó transformar a la sociedad italiana y este modelo nunca alcanzó el nivel de dominio que tuvieron el stalinismo y el nazismo. Es cierto que tuvo muchos seguidores, pero la mayoría se afilió al partido para poder trabajar y vivir en paz. La oposición se silenció y se refugió en la clandestinidad. De hecho, ya durante los años de la guerra, la resistencia antifascista - los Partisanos - era muy importante; tanto que, fueron ellos los que, en 1943, capturaron y ajusticiaron a Mussolini.

El fracaso del régimen se selló con la guerra que demostró, no sólo la escasa preparación material del Estado, sino también la superficialidad e inestabilidad de la adhesión popular al fascismo.

4. A modo de conclusión

Hasta nuestros días, el Fascismo sigue generando interrogantes y despertando polémicas. Indudablemente, esto obedece a su complejidad intrínseca, pero también, al asombro que genera la forma en la que los dirigentes lograron captar las voluntades populares para imponer un sistema que, indefectiblemente, se volvió en contra de la propia población. Pero no sólo eso. De alguna manera, este régimen se convirtió en un modelo a seguir por otros dos sistemas que lograron imponerlo e incluso, profundizarlo y sofisticarlo más aún. En efecto, tanto en el caso soviético como en el Nazismo, se elevó su brutalidad hasta confines insospechados, ocasionando verdaderas catástrofes sociales, cuyas marcas – en algunos aspectos – subsisten hasta la actualidad. En otras palabras, y siguiendo las reflexiones de algunos autores, el Fascismo configuró una matriz que, no solo inspiró y estimuló a Stalin y a Hitler a implantar sus propios regímenes, sino que también, les proporcionó un cúmulo de ideas, herramientas y métodos que les permitieron perfeccionarlos y profundizarlos hasta el paroxismo.

Finalmente, también parece importante mencionar que, tanto para los totalitarismos de Italia y de Alemania, la responsable de sus caídas fue la derrota en la Segunda Guerra. Sin embargo, en el caso de la URSS, el sistema acabó recién con la muerte de su dictador; un episodio que se produjo 29 años después de su ascenso al poder.

Notas

1Fue una experiencia política real nueva y muy importante que dejó una huella imborrable en la historia y en la conciencia de los hombres del siglo XX.

2Los orígenes del totalitarismo. Taurus. 1974

3Art. Citado. P. 43

4Dallanegra. Pedraza, La configuración del Orden Mundial. Ed del Autor. P3

5El origen de la palabra fascio - que significa haz o gavilla - proviene del término latino fasces: un haz de varas con un hacha encajada en el medio que se llevaba delante de los magistrados en las procesiones públicas en la época del Imperio Romano. Mussolini lo empleó por primera vez para referirse al grupo de exsoldados nacionalistas y simpatizantes que seguían sus ideas.

*

Magister en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de Tucumán), coordinadora del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales del IRI-UNLP.

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