Los contaminantes ambientales son un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades no transmisibles y causan millones de muertes prematuras. Hoy en día, se les atribuye una morbilidad comparable a la producida por el tabaquismo o las dietas poco saludables. En la población pediátrica, la exposición a los contaminantes ambientales aumenta el riesgo de presentar enfermedades respiratorias, como asma, sibilancias recurrentes o bronquiolitis, enfermedades de la vía aérea superior o alergias.1
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los habitantes de los países de ingresos bajos y medios son los más expuestos a contaminantes ambientales. Contrariamente a lo que se creyó durante muchos años, la evidencia indica que aun niveles bajos de contaminantes pueden generar daño. Las actividades como la producción industrial, el tráfico vehicular y el transporte son los principales contribuyentes para la contaminación del aire. Tanto es así que, durante la situación de aislamiento social generada en la pandemia, al verse reducidas las actividades industriales y el tránsito de personas, la calidad del aire mejoró notablemente.2
Para disminuir el riesgo para la población, la OMS estableció estándares de referencia de calidad del aire para los distintos parámetros que son considerados dañinos.3 La medición de los contaminantes del aire en ubicaciones fijas es la estrategia utilizada por muchos países para la gestión de la calidad del aire. Sin embargo, con el crecimiento de los grandes centros urbanos, el monitoreo suele ser insuficiente para estimar con precisión la exposición a la que nos vemos sometidos.
En Argentina la Ley 20284 (sancionada en 1973) regula todas las fuentes capaces de producir contaminación atmosférica, las concentraciones permitidas, las alertas y las situaciones de emergencia ante emisiones con altas concentraciones. Actualmente, los contaminantes que se miden son el material particulado (PM), el ozono (O3), el dióxido de nitrógeno (NO2), el dióxido de azufre (SO2) y el monóxido de carbono (CO). Según lo reportado por el Ministerio de Ambiente,4 Argentina cuenta con monitoreo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la cuenca Matanza-Riachuelo, Zárate- Campana, Bahía Blanca, Ciudad de Córdoba, San Carlos de Bariloche, Ciudad de Mendoza y Ushuaia.
Medir los contaminantes no es suficiente; es necesario que conozcamos el impacto real de estos en la salud de la población y especialmente en la de las infancias. En ese sentido, el trabajo
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de Buffone y Romano publicado en este número5 aporta evidencia sobre la asociación entre las consultas por enfermedades respiratorias en menores de 15 años y los niveles de PM en el aire en la ciudad de Bahía Blanca. Estos resultados coinciden con lo reportado en otras ciudades del país6,7y en otros países.8 Es importante destacar que el trabajo mencionado encuentra asociación entre algunas enfermedades con el PM de 2,5 nanómetros (PM2,5). Este contaminante, incluido desde 2013 por la OMS dentro del Grupo 1 como cancerígeno para humanos, sería responsable del mayor porcentaje de muertes prematuras anuales proyectadas por la calidad del aire. Sin embargo, en Argentina solo algunas estaciones de monitoreo tienen la capacidad de medirlo.
Hay que tener en cuenta que la exposición total diaria de un individuo a los contaminantes del aire es acumulativa, es la suma de los contactos separados que experimenta durante el día. Por eso es fundamental recordar el riesgo de la contaminación intradomiciliaria producto de contaminantes que derivan de actividades cotidianas: tabaquismo, cocción de alimentos, los sistemas de calefacción, la acumulación de material impreso, el uso de algunos productos de limpieza, entre otros. Es posible trabajar con las familias para detectar fuentes de contaminación intradomiciliarias y tomar medidas para disminuirlas.
Por último, debemos recordar la relación entre las condiciones sociales, la pobreza, el desempleo y la salud humana. Las personas en situación de vulnerabilidad social suelen ser las más expuestas a contaminantes ambientales. Resulta fundamental que los pediatras concienticemos a nuestros pacientes sobre los riesgos de la contaminación ambiental para que puedan tomar medidas que disminuyan su exposición. Aunque sean pequeñas intervenciones, tienen impacto directo sobre la salud de nuestra población.