No fue mi profesor, pero hubiera querido ser su alumno
Tropecé con su nombre, por casualidad, a fines de los sesenta, cuando accedí por primera vez a la revista Bioquímica Clínica para leer unos trabajos publicados por mi profesor de Microbiología acerca del intercambio de material genético (1). En ese mismo número de la revista, me topé con una actualización de su autoría sobre inmunoelectroforesis que me pareció muy interesante (2).
Primero mi formación en Microbiología básica y luego mi desempeño en la Microbiología clínica me llevaron por un camino paralelo e hicieron que lo conociera en persona sólo por hacer la presentación de un curso que tomé en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Más tarde, en los congresos integradores de Bioquímica, pude conocer su dimensión humana y científica.
Me sorprendió que supiera de mis modestos aportes a la ciencia y me invitara a publicar y a evaluar artículos en Acta bioquímica clínica latinoamericana, la revista que fue su pasión y su orgullo. Más me sorprendió que me llamara a dirigirla cuando sus fuerzas se estaban agotando. No fue fácil la tarea de disimular su ausencia. Sin embargo, él había formado un excelente equipo de trabajo y había pavimentado el camino para que quien lo sucediera pudiera contar con las herramientas que había forjado para recorrerlo.
Este número especial de la revista (Parte II) es nuestro modesto homenaje a un grande que, por humilde, se negó a que se le hiciera en vida. Su espíritu seguirá vivo en la revista Acta bioquímica clínica latinoamericana.