1. Introducción.
En la historia de la ciencia, las ideas y los conceptos, son cuantiosos los trabajos que documentaron la extensa y profunda influencia ejercida por la cultura europea (científica, artística, filosófica, política) en América durante el período que se extiende desde el segundo tramo del “largo siglo XIX” hasta, al menos, la primera guerra mundial (Marini, 2008: 230-240; Ritzer, 1997: 50-60; Bethell, 1991: 1-30). Las sociologías en el “norte” y en el “sur” americano no fueron la excepción a tan potente gravitación. En especial, algunas doctrinas producidas en Inglaterra, Alemania y Francia influyeron (con mayor o menor fuerza) decisivamente en la formación disciplinaria, en ambos hemisferios del continente durante el período mencionado Germani, 1964: 10-23; Alexander, 1999: 14-15).1
Sin embargo, con no menos frecuencia, se advierte también que el comercio intelectual desde los centros hacia las periferias intelectuales del penúltimo fin de siècle no se tradujo en una absoluta colonización de los modelos y proyectos sociológicos continentales. Junto a las sociologías “zombis” (Torres, 2020) que tendieron a “imitar” y “reflejar” las producciones europeas (Marini, 2008: 240), es fácil advertir también proyectos, obras o aspectos de ellas en “el norte” y el “sur” continental caracterizados bien por su “autonomía” (Ibídem) respecto a los contenidos producidos en el “centro”; alcanzada a través de las prácticas reflexivas (Bialakowsky y Blanco, 2019) y críticas de apropiación de las manufacturas intelectuales “importadas”.
En las sociologías de inicios del novecientos en América, pueden subrayarse al menos dos pilares de la interpretación y el análisis crítico-reflexivo, así como la producción creadora (Torres, 2020) y disruptiva. En primer lugar, ellas no sólo se valieron de los contenidos legítimos europeos, sino que incorporaron y debatieron con mayor o menor intensidad doctrinas, autores y disputas intelectuales propias del pensamiento nacional. En segundo término, en el “norte” y el “sur” americano, las sociologías en formación construyeron modelos de ciencia, teorías, conceptos, métodos y objetos de estudios observando la realidad social y la historia local. Es decir, atendiendo, analizando y caracterizando los pliegues específicos y distintivos de la modernidad y el proceso de modernización social, política y cultural (González, 2000: 30-35; Alexander, 1999: 14; Sánchez de la Yncera y López Escobar, 1996: 345-350).
Este objetivo medular en las sociologías en gestación, es decir, la comprensión de la modernidad, así como las aceleradas transformaciones materiales y culturales localizadas del penúltimo período secular, constituye el punto de partida del presente trabajo. Su propósito es inaugurar un objeto: el relacionamiento sistemático, desde una perspectiva simultánea (véase el apartado II), de las sociologías americanas más representativas e influyentes (o al menos algunas de ellas) de las primeras décadas del siglo XX.
Para este propósito, se propone como objetivo específico realizar dicho cotejo considerando cuatro textos claves. Dos de ellos representan, respectivamente, la vertiente ecológica (Martínez, 1999: 14-25) e interaccionista (Germani, 1971: 50-55) del período institucionalizador de la usina disciplinaria más importante de los Estados Unidos (Ritzer, 2010: 50) durante el primer tramo del siglo XX: la así llamada Escuela de Chicago.2 Los otros dos trabajos son representativos de la orientación positivista (Marsal, 1959) o científica (Terán, 2000) hegemónica en los círculos intelectuales argentinos de finales del período decimonónico e inicios del novecientos (Ibídem).
Aclarado el recorte espacial (Estados Unidos en el “norte”, Argentina en el “sur”), se explicita el encuadre temporal. Se escogen aquí textos referentes en la Historia de la Ciencia y las Ideas publicados, grosso modo, durante el primer cuarto de siglo del novecientos (1900-1925). Quizás tanto o más importante que este recorte formal resulta el hecho de que dichas obras fueron exponentes centrales o cabales de los modelos teóricos y metodológicos abordados (ecologismo, interaccionismo, positivismo)3. Las dos obras seleccionadas del “sur” son Las multitudes argentinas ([1899] 1977, en adelante, LMA), de José María Ramos Mejía y Sociología Argentina ([1918] 1957, en adelante, SAR), de José Ingenieros. Las dos publicaciones restantes son piezas referentes de la etapa “primera” (Abbott, 1999) de la Chicago´s School: “El campesino polaco en Europa y América” (1918-1919 en adelante, ECP), de William Thomas y Florian Znaniecki y los principales ensayos sobre ecología urbana publicados por Robert E. Park entre 19154 y 1925 (en adelante, EEU), compilados algunos de ellos en el afamado libro The City: Suggestions for the Investigation of Human Behavior in the City Environment (1925), editado conjuntamente por Robert Park, Ernest Burgess y Robert McKenzie
El valor de la puesta en diálogo de los textos claves del “norte” y el “sur” americano de inicios del novecientos radica en que, hasta ahora, no se realizó ningún ejercicio relacionando intelectualmente los autores mencionados ni más ampliamente, dichas sociologías (“clásicas”, “pioneras” o “fundadoras”). Esta ausencia parece lógica o coherente, puesto que Robert Park y William Thomas desconocieron el bioeconomicismo de José Ingenieros. Tampoco los positivistas argentinos accedieron a los primeros volúmenes de la revista académica más importante de los Estados Unidos (la American Journal of Sociology, lanzada en 1895; véase Ritzer, 1997: 61; Abbott, 1999: 80-90), varios años antes de la redacción y publicación del Best Sellers de José M. Ramos Mejía (LMA).
Sin embargo, a pesar de la inexistente interacción intelectual o académica entre las sociologías en cuestión pueden identificarse claramente puntos de contacto y afinidades. Entre ellas, el ideal cientificista y utilitarista de ciencia social, la fuerte influencia y el empleo de modelos y conceptos acuñados Comte, Darwin y Spencer; el abordaje de temas de común interés, influenciados por los “climas de época” en el “Sur” y “Norte” continental (v. gr., la modernización urbana, los aluviones migratorios y la cuestión de la asimilación de las colonias a metrópolis portuarias plenamente integradas al comercio capitalista internacional). Y también, por último, el reconocimiento de problemas o “cuestiones” derivadas de la urbanización y modernización económica acelerada: la desorganización social o individual, el crimen, el delito, las revueltas multitudinarias.
Realizada esta breve presentación (I. Introducción ), se propone a continuación exponer el método comparativo de las teorías del “norte” y el “sur” aquí empleado (II. Nota metodológica: El abordaje simultáneo ). Este original y novedoso enfoque permite realizar nuevas (y renovadas) lecturas de (y relaciones entre) teorías, autores y textos, distanciándose para ello tanto de los prismas causalistas y relativistas. El tercer apartado (III. Modernización, migración y asimilación urbana: de los procesos histórico-sociales a las cuestiones sociológicas), por su parte, se enfoca en los escenarios epocales que influyeron y estimularon las reflexiones sociológicas en el “norte” y el “sur” americano. El penúltimo apartado es el más extenso y sustantivo del trabajo (IV. Simultaneidad Chicago-Buenos Aires. Dimensiones relacionales en sociologías fundadoras del “norte” y el “sur” americano). Allí se procura, primero, determinar ejes analíticos a través de los cuales es posible establecer cotejos organizados, claros y sistemáticos entre las obras sociológicas puestas en diálogo. En la última sección (V. Consideraciones finales) se ensayan breves aclaraciones, conclusiones y proposiciones a futuro.
2. Nota metodológica: el abordaje simultáneo
El enfoque aquí sugerido para cotejar las obras referentes de las teorías sociológicas del primer tramo del novecientos se denomina abordaje simultáneo (Bialakowsky, 2018). El mismo fue especialmente diseñado para estudiar las relaciones entre teorías y diagnósticos sociológicos del “norte” y el “sur”, desde lo que puede definirse como una “tercera vía” metodológica. Ello se debe a que el abordaje en cuestión propone un camino “alternativo” a las “formas convencionales” mediante las cuales se relacionan, con frecuencia, las teorías sociológicas: la “recepción” y las “particularidades locales” (Bialakowsky y Blanco, 2019).
La mayor limitación que afrontan estos modelos radica en la tácita o explícita definición de la temporalidad determinada para relacionar teorías (o negar la posibilidad misma del cotejo) producidas y/o apropiadas en espacios diferentes. Valiéndose de la antropología crítica de Johannes Fabian (2002), el abordaje simultáneo sostiene que las “formas” tradicionales y recurrentemente empleadas -la “recepción” y el “relativismo” o “particularismo”- niegan la coetaneidad de las teorías del “norte” y el “sur”. Esta denegación, al mismo tiempo, tiende a reproducirse al interior de cada una de las regiones científicas y culturales (v. gr., es plausible reconocer “nortes” dentro del “sur” y viceversa).
En el caso de la modalidad receptiva, ella establece a priori una relación asincrónica entre los espacios de producción de teorías, leyes, conceptos (“centrales”, “exportadores”), por un lado, y la circulación y apropiación en otros territorios (“periféricos”, “importadores) de dichas teorías, por otro lado.5 El relativismo cultural, por su parte, también rechaza la homocronía, pero por razones diferentes al modelo de la recepción. Señala la imposibilidad misma de establecer comparaciones entre espacios y contenidos intelectuales, debido a la especificidad histórica y cultural de cada región, nación, etnia. La contrapartida de la fragmentación e independencia entre culturas tiene es la atomización temporal o acronía.6
Tanto la recepción como el particularismo naturalizan así, respectivamente, un distanciamiento o ruptura temporal, negando con ello contemporaneidad y la comparación homocrónica de espacios de producción de teoría sociológica. 7 Por contrapartida, el abordaje simultáneo propone comparar teorías producidas en diferentes espacios sociales y culturales (por ejemplo, el “Norte” y el “Sur”) pero en similares (contemporáneos) tiempos, para analizarlas y compararlas sistemáticamente. Para llevar adelante esta actividad, ofrece detectar dimensiones básicas de estudio, que permitan “detectar dos cuestiones decisivas: a) un mismo problema, que atraviesa a un grupo de autores de una determinada época o varias de ellas; b) la convergencia o contraposición entre distintas reflexiones respecto tanto a sus giros analíticos (…) como de ciertas tensiones que recorren las obras analizadas” (Bialakowsky, 2018: 12). De tal modo, este abordaje, ubica “en un mismo plano epocal, por ejemplo, un autor argentino y otro estadounidense”, con el fin de “poner en simultáneo” problematizaciones teóricas, metodológicas y empíricas compartidas por las “perspectivas del Sur y del Norte”, previa determinación de las dimensiones de análisis (Ibídem).
Al poner en diálogo cuestiones, encrucijadas o clasificaciones afines del “norte” y el “sur” sociológico contemporáneo, la perspectiva simultánea reconoce la “condición intrínsecamente global de la modernidad” (Giddens, 1994: 67), sin con ello desconocer su carácter desigual y heterogéneo. El registro de esta doble condición de la modernidad exige considerar, por un lado, su ethos mundial. En su seno se despliegan se relaciones jerarquizadas y especializadas entre los centros y las periferias científicas e intelectuales (Álvarez Ruiz, 2019). Y, al mismo tiempo, por otro lado, demanda reconocer las múltiples -regionales, nacionales, parroquiales- variantes y expresiones históricas y culturales del proceso modernizador. Estas expresiones localizadas y plurales de la modernización deben considerarse, simultáneamente, totalidades sociales relativamente autónomas y partes interdependientes de la trama moderna global (Ibídem, 60-61).
Precisamente, las sociologías americanas durante el penúltimo fin de siècle identificaron y analizaron, paralelamente, formas específicas de desarrollo de la modernidad y sus procesos troncales heterogéneamente instituidos -v. gr., urbanización, tecnificación, individuación, diferenciación, secularización. La proximidad de las experiencias sociales e históricas, particularmente las suscitadas en las grandes ciudades occidentales, en rápido crecimiento, constituyen el punto de partida del abordaje simultáneo de teorías sociológicas del norte y sur, aquí propuesto.
3. Modernización, migración y asimilación urbana: de los procesos socio-históricos a las cuestiones sociológicas.
Un punto de partida para establecer relaciones simultáneas entre las sociologías del “norte” y el “sur” americano de inicios del novecientos radica en la identificación de aquellas transformaciones estructurales del penúltimo período secular que despertaron el interés teórico y empírico. Se sostiene, en tal sentido, que pueden señalarse tres denominadores comunes de la modernización en América abordados en las obras claves aquí analizadas, mediante los cuales es posible además construir dimensiones analíticas y cotejos entre aquellas.
El primero fenómeno sociológicamente relevante de la modernización continental fue sin lugar dudas la migración masiva de ultramar (Sánchez Alonso, 2002; Germani, 1966). Si bien la estructura poblacional de América se incrementó sostenidamente desde el siglo XVI por sucesivos flujos migratorios (principalmente europeos), las oleadas que tuvieron lugar entre 1870 y 1930 no sólo no conocieron precedentes, sino que modificaron notablemente la estructura poblacional de los países del continente. Sobre todo, lo que resulta sugestivo y relevante en el presente trabajo, modificaron con mayor o menor radicalidad la demografía de la Argentina y los Estados Unidos.8
Un segundo fenómeno estrechamente asociado al primero (debido a la concentración de gran parte de las multitudes arribadas en las urbes portuarias occidentales), fue la rápida urbanización; es decir, la formación y expansión acelerada de las grandes metrópolis en ambos países. En tan sólo tres décadas (1880-1910), Buenos Aires y Chicago dejaron definitivamente atrás su condición de aldeas coloniales, para constituirse en verdaderas metrópolis modernas y multitudinarias (Albornoz, 2013; Hardoy, 1978).9
Pero el enfoque sociológico no sólo se centró en el estudio ecológico -es decir, la estructura y dinámica de las regiones, las grandes ciudades, sus áreas, etc. (De Carvalho, 2005)-, sino también en los tipos de interacción, organización y psiquis modernas, emanadas de estos acelerados procesos: migración, urbanización, contacto intercivilizatorio. Precisamente, un tercer hecho sociohistórico de la modernización americana sociológicamente significativo, corresponde al contacto espacialmente mediado entre culturas, y los -complejos, abiertos, y hasta traumáticos- procesos de asentamiento e integración social de las “colonias” migrantes o parte de sus integrantes en los nuevos “ambientes” o “entornos” físico-sociales. Hacia inicios del novecientos, el discurso sociológico se hizo entonces eco de un “clima de época”, en cuyo centro se ubican la creencia y los debates en torno al “melting pot” en el “norte” y el “crisol de razas” en el “sur” continental (Albornoz, 2013: 40-60).
Si bien la proporción de extranjeros en la población total fue mayor en la Argentina que en los Estados Unidos10 (y correlativamente, en Buenos Aires que en Chicago11), el interés, los debates e incluso intervenciones políticas, científicas y artísticas12 por estas cuestiones (asentamiento, organización migrante, contacto intercultural, integración social) fueron centrales por igual en las sociologías aquí abordadas. La experiencia social e histórica confluyente entre el “norte” y “sur” americano no sólo aproximó en buen grado a las reflexiones sociológicas, sino que, al mismo tiempo, las diferenció en buena medida de los modelos y debates disciplinarios europeos del período institucionalizador (Lamo de Espinosa, 2001: 30-35).
En suma, estos procesos claramente entrelazados -migración, urbanización, contacto, asimilación- marcaron a fuego los procesos de modernización (particularmente, los urbanos) en América, estimulando con ello, simultáneamente, una particular sensibilización, observación y problematización en ambas sociologías. Dicho interés es patente y rápidamente reconocible en las cuatro obras claves aquí abordadas. No casualmente en ellas la ciencia en formación se perfiló principalmente como una sociología del espacio o del ambiente, en la cual se prestó especial atención a las tensiones (teóricas y prácticas) entre organización y desorganización social; conflicto y cooperación intercultural; concentración, dispersión, sucesión y segregación territorial de las comunidades migrantes.
Estas cuestiones-objetos distintivos de los textos de referencia del “norte” y del “sur” americano se definieron paulatinamente a través de un conjunto de encrucijadas científicas, tanto en Chicago como Buenos Aires. Un dilema primordial, por ejemplo, comprendió la tensión abierta entre la orientación teórica y formal o empíricamente orientada de la ciencia social o psicosocial. Una segunda cuestión, subyacente a la anterior, correspondió a la relación entre ciencia y política social. Quizás en este punto, más que encrucijada se puede reflexionar, simultáneamente, en clave complementaria y articuladora. Fundamentalmente, porque parte de la legitimidad de los saberes y discursos sociológicos o psicosociales positivos se ponía en juego en la utilidad práctica de los mismos.
4. Simultaneidad Chicago-Buenos Aires. Dimensiones relacionales en sociologías fundadoras del “norte” y el “sur” americano
4.1 De la especulación a la observación. La sociología como ciencia de la realidad social
El interés por comprender sociológicamente y de manera articulada los procesos de migración, urbanización y asimilación -así como la relación de aquellos con el orden y el cambio social moderno- permite señalar una primera e ineludible semejanza entre los textos claves de las sociologías del “norte” y el “sur” aquí abordados: le corresponde a la ciencia de la sociedad el estudio de las realidades históricas y sociales modernas concretas. Sin renunciar necesariamente por ello a la reflexión teórica y los debates metodológicos más abstractos y formales13 la sociología debería circunscribir sus programas y proyectos al estudio de los fenómenos sociales observables y realizar afirmaciones o diagnósticos empíricamente verificables: la estructura material y simbólica de la gran metrópoli, los problemas singulares y específicamente modernos que alberga -v. gr., el crimen, el alcoholismo, las pandillas, la “simulación”, etc.-, las relaciones espaciales, económicas y culturales entre colectividades, etc. (Sánchez de la Yncera y López Escobar, 1996; Terán, 2015; Zaretsky en Camas Baena, 2001).14
Si bien Robert Park (EEU, 1999) y José Ingenieros (Terán, 1986) en el “norte” y el “sur” respectivamente, utilizaron la metáfora del laboratorio para indicar el trabajo de observación y experimentación sociológica, tal ilustración, ciertamente, no hubiera disgustado a los autores de ECP o LMA. Trátese del continuo proceso de apertura y reorganización de las comunidades campesinas polacas en “Europa” y en “América” (ECP, 2004: 305-368); trátese de la génesis y el devenir histórico de las multitudes argentinas, desde el período colonial hasta la época de las migraciones en masa (LMA, 1977: 153-218); de la evolución de la movilidad, el contacto, el mestizaje o las luchas entre “razas” en ambos hemisferios del continente americano, desde la etapa “feudal-colonial” hasta la “capitalistacivilizatoria” (SAR, 1957: 310-325); trátese del estudio de la estructura y dinámica de la (peculiar) ecología urbana moderna, tomando por referencia la efervescente Chicago del penúltimo fin-de-siecle, con sus múltiples realidades étnicas, actividades económicas y conflictos urbanos (EEU, 1999: 49-50; 81-82; 89-99): mediante la observación tan maravillada como consternada de aquellas metrópolis - Chicago y Buenos Aires- en permanente ebullición y expansión, estos autores podían escudriñar “en pequeño” -como Simmel en Berlín, o Freud y Musil en Viena- el presente y el futuro del mundo moderno en su conjunto, así como sus pliegues y cualidades locales distintivas (Martínez, 1999: 15).
Esta orientación de la ciencia -“positiva” en el “sur” y “pragmática” en el “norte” (Marsal, 1959)- acercaba la labor del sociólogo a la de otras ciencias legitimas empíricamente orientadas (v.gr., medicina, biología, historia, geografía, etnografía). Y, al mismo tiempo, se distanciaba de las definiciones y disquisiciones teóricas predominantes en Europa. El oficio del estudioso de la dinámica y la estructura social o psicosocial debía alejarse, simultáneamente, de las erudiciones filosóficas, sin referencia empírica, las inquisiciones metafísicas puramente especulativas, además de los postulados moralistas -incluidas las románticas o nostálgicas, aquejadas por la pérdida de la apacible vida comunitaria y aldeana (Nísbet, 2003a: 30-40) disfrazados de verdades científicas.
En el mismo período histórico, una encrucijada próxima a la establecida entre “erudición de gabinete” y “ciencia aplicada” se presentó mediante la disputa entre “sociología histórica” y “sociología sistemática” Raymond Aron ([1935] 1965). 15 16 Con parcial excepción de la SAR de Ingenieros,18 cabría clasificar las obras abordadas en la primera orientación disciplinaria. La estrecha relación entre sociología e historia en los textos claves de las sociologías americanas del novecientos se correspondió con el interés de ceñir la labor científica al estudio observable actividades humanas en tiempos y espacios determinados, así como con la identificación de la génesis y el desenvolvimiento histórico de los fenómenos sociales.
No pueden abordarse aquí las causas mediante las cuales sería posible explican el definición y orientación empirista e historicista de la sociología positivista argentina y pragmática chicaguense de inicios del novecientos.17 Cabe, sin embargo, señalar ahora, en lo que respecta a las interpretaciones históricas en ambas usinas, fuertemente tributaria del evolucionismo spenceriano (Ritzer, 2010; Bethell, 1991; De Carvalho, 2005), se desarrolló a caballo de la determinación de leyes universales y la observación de las variaciones regionales o locales reconocibles en el desarrollo histórico-social de dichas reglas. Más concretamente, ambas sociologías procuraron analizar y explicar las características específicas del proceso modernizador americano -cuyo laboratorio más sugestivo y directo fueron las grandes metrópolis del penúltimo período secular.
4.2 Esquema de interpretación de la historia: evolución inexorable y particularismo sociocultural
El interés compartido entre las sociologías del “norte” y el “sur” americano -como prácticamente todas las sociologías formuladas durante el primer tramo del siglo XX- por la definición y verificación de leyes sociales e históricas de carácter universal como requisito de cientificidad, se valió, fundamentalmente, del evolucionismo darwinista-spenceriano. ¿Cuáles fueron, en las obras claves abordadas, las leyes troncales reconocidas para la evolución de los ecosistemas humanos? La primera máxima que actuó como “común denominador” en los textos estudiados fue la progresiva diversificación/especialización y racionalización/intelectualización de las organizaciones, relaciones y acciones sociales. Tales procesos inexorables, condujeron, paralelamente -segunda ley de corte temporal- a una creciente complejización de la actividad social y al aumento de los contactos entre culturas e interdependencias económico-productivas. Una tercera ley, asociada a la anterior, señala que toda comunidad humana (como las animales o vegetales) se estructura jerárquicamente, esto es, a través de relaciones de dominación y subordinación (EEU, 1999: 132-133). Dicha comunidad se produce y/o modifica incesantemente a través de luchas -abiertas y descarnadas en sus formas “primitivas”, pacíficas e indirectas en sus formas más “civilizadas”- y cooperaciones o solidaridades (SAR, 1957: 17-19; LMA, 1977: 186-190; véase De Carvalho, 2005: 46; 284-285)
Los grupos humanos (“razas”, “naciones”, “etnias”, “multitudes”) luchan y cooperan por la vida incesantemente; y deben adaptarse a ambientes geográficos, sociales, económicos, culturales en permanente mutación, para garantizar su subsistencia material y cultural. El territorio, en este sentido, constituye en los textos aludidos, un “observable” sociológicamente sugestivo. En el ambiente físico y social pueden observarse directamente tanto las formas básicas de interacción (lucha y solidaridad social, intra e intercomunitarias) como los modos de vida y las costumbres que caracterizan las actividades sociales de los grupos territorialmente confinados. Es decir, las formas fundamentales de la interacción social y los modos de vida se objetivan (y verifican) en el territorio; y dan lugar a múltiples procesos ecológicos, también observables: “migración”, “localización”, “dispersión”, “invasión”, “sucesión”, “mestización”, “expulsión”, “eliminación” (Carvalho, 2005: 284; Martínez, 1999: 23; Terán, 1986: 31).
La transición de la vida rural premoderna a la gran urbe moderna escenificó e intensificó, simultáneamente, la especialización, tecnificación y formalización18 de la vida social, motorizados por las formas espacializadas de interacción citadas (invasión, trasplante, segregación, etc.). Por tal motivo, la Metrópoli fue considerada, en mayor o menor medida en las cuatro obras abordadas, el medio físicosocial más evolucionado de la civilización humana. Este ecosistema complejo y heterogéneo exige una permanente adaptación de los grupos e individuos a los (cambiantes, crecientemente sofisticados, etc.) mecanismos impersonales, abstractas y diferenciados de asociación, competencia y control social.19
Ahora bien, los textos seleccionados no procuraron únicamente (quizás tampoco de manera primordial) explicar la evolución de la humanidad. Tampoco procuraron analizar, como ya se señaló, la evolución de “una” -“la” - modernidad universal y estándar, como lo hicieron Comte, Marx, Weber o Durkheim, por ejemplo. A diferencia de las sociologías clásicas europeas, las formuladas en el “norte” y el “sur” americano aquí analizadas se gestaron reconociendo, al mismo tiempo, la existencia de una y múltiples evoluciones sociales; por lo que fueron particularmente sensibles al análisis fáctico de las variaciones históricas y culturales. Luego, al estudio de la “marcha universal” de la civilización moderna (crecientemente conectada e interdependiente a escala mundial) debía sumarse el estudio concreto de las evoluciones específicas o particulares de las realidades (materiales y/o ideales) sociológicamente o psicosociológicamente significativas: las áreas urbanas de Chicago (EEU), la comunidad polaca en Europa y América (ECP), la formación de las multitudes porteñas (LMA) o la raza argentina (SAR).20
Esta tensión entre sociología “universalista” y “particularista” puede reconoce rápidamente tanto en las obras del “norte” como del “sur” americano estudiadas. ECP abordó la transición de la comunidad campesina parroquial a la comunidad polaca nacional primero y a la comunidad polaco-estadounidense, en frágil asimilación en la Chicago cosmopolita del novecientos, posteriormente. Las sucesivas instancias de “reorganización” de los grupos polacos posibilitaron comprender formas generales de individuación y secularización moderna, así como la internalización de actitudes y valores vinculados al mérito, la movilidad, la ilustración personal (Germani, 1971: 157-165). Otra entidad psicosocial particular, las “multitudes argentinas”, atrajo la observación y reflexión de José M. Ramos Mejía. Si bien el médico argentino se interesó en escudriñar la evolución de dichos agrupamientos (desde el período colonial hasta la “modernidad” urbana de 1900), no eludió por ello, en un plano más abstracto y formal, teorizar sobre, por ejemplo, la relación entre líder, ambiente físico-social y multitudes (Haidar, 2020); o sobre las formas “dinámicas” o “estáticas” que dichas multitudes adquieren bajo condiciones urbanas y modernas de vida (LMA, 1971; véase subapartado 4.5).
Robert Park, por su parte, en los EEU, esbozó un programa sociológico que transita desde el nivel teórico-abstracto (la ecología humana) hacia el empírico-observable (la ecología urbana). En este segundo nivel, a su vez, el autor abordó cuestiones típicas de la teoría sociológica clásica, como ser la transición histórica de la Gemeinschaft parroquial a la Gesellschaft metropolitana (Grondona, 2012) y de labor empírica, espacial y temporalmente definidas. Por ejemplo, la ecología de la prensa y la opinión (Torterola, 2019), la génesis y cualidades del crimen organizado o las pandillas juveniles en la efervescente Chicago de 1910-1920. En el caso de la SAR, como se señaló en el subapartado previo (subapartado 4.1), Ingenieros definió primero un método (“monista”) de estudio sistemático de la historia y la sociedad (Terán, 1986: 30-33). Y más precisamente, de las “razas” y la determinación de los factores geográficos en la cultura y relaciones entre civilizaciones (Orgaz, 1950: 340). Sin embargo, tras establecer las bases de su teoría y método, el intelectual se propuso aplicar en su influyente obra sus principios al estudio empíricamente fundado de las trayectorias de las razas (“indígena”, “blancas”, “negras”, “mulatas”, “mestizas”) y las “áreas de concentración” de aquellas en América del norte y del sur; prestando particular atención a la “formación de la raza argentina” durante el penúltimo período finisecular (SAR, 1957: 326-329).
4.3 De la modernidad a la modernización. La centralidad sociológica de la dinámica social
En los cuatro textos claves estudiados, una cualidad definitoria de los ecosistemas humanos -en especial, los modernos- es la incesante mutación de las instituciones materiales y simbólicas, así como de las relaciones sociales. También en este punto puede reconocerse la influencia del evolucionismo anglosajón en las sociologías americanas de inicios del novecientos. En términos generales, ellas compartieron la idea de que el desarrollo científico-técnico y el “progreso” material “indefinido”, permanente de las sociedades modernas exacerba la capacidad autotransformadora de aquellas (sus estructuras, actividades económico-productivas), así como las relaciones con el ambiente natural. De hecho, los procesos migratorios y las sucesivos interacciones y mestizajes entre culturas exponen esta relación estrecha entre progreso científico-técnico (v. gr., invenciones y avances en los medios de comunicación y transporte), bienestar económico (de países en América que se integraban exitosamente al capitalismo mundial), y movilidad social (motorizada por el afán individual y colectivo de alcanzar mejores condiciones de vida).
“Reorganización”, “revolución” (ECP), “acomodación”, “asimilación” (EEU), “aclimatación”, “adaptación” (SAR), “integración”, “nacionalización” (LMA) son algunos conceptos procesuales claves para abordar y explicar la permanente mutación y la movilidad (psicológica, social y territorial) de la vida moderna. Las columnas vertebrales de la “institucionalización del cambio” de aquella modernidad primera o clásica (Giddens, 1994: 28-30), para estas sociologías, el desarrollo científico y técnico, el crecimiento de las grandes ciudades, el espíritu ascético y laborioso, así como el ascenso del ideal de bienestar individual y/o colectivo (encarnado este último en la organización nacional, étnica, cooperativa, etc.). En todo caso, las narrativas y las redes conceptuales construidas en estas obras establecen una férrea distinción entre el estadío cerrado, tradicionalista, parroquial, dogmático y “metafísico” premoderno y la etapa secular y “positiva” plenamente moderna; caracterizada por el cosmopolitismo, la libertad de iniciativa, asociación y movimiento individual y grupal.
Puede observarse, también en esta dimensión analítica, la importancia de la gran ciudad para el análisis sociológico y psicosocial. Ella no sólo constituye entonces, el medio de vida más complejo de la comunidad humana, sino también la expresión directa de la modernización, capaz de extender y transformar permanentemente el hábitat, la cultura y las relaciones entre los individuos y grupos que la integran (“multitudes”, “razas”, “colonias étnicas”, “comunidades”, en las obras escogidas). La metrópoli expresa por su estructura, pero también por su dinámica (con su ritmo acelerado, actividad incesante21 y contacto permanente con las periferias y otras ciudades) el ethos inestable, efervescente y móvil de la vida moderna. Ethos que se opone teórica y empíricamente, como ya se mencionó, a la orgánica fijación psicológica, anímica y actitudinal al terruño, los dogmas y tradiciones, característica del modo de vida “rural” (EEU, LMA), “feudal” (SAR) o “campesino” (ECP) premoderno.
En ECP, la imagen de la modernidad como un perpetuo devenir o movimiento tiene un inicio inequívoco: la “apertura” de las comunidades campesinas “locales”, “cerradas”, “religiosas” (ECP, 305310), durante el segundo tramo del siglo XIX. La generalización de novedosos patrones de reconocimiento social -basados en el mérito, el bienestar, la reflexión ilustrada, el progreso económico- y la búsqueda de “nuevas experiencias” -la exploración de nuevos lugares, culturas, relaciones, asociaciones (EEU, 1999: 105; Germani, 1971)- formaron “actitudes revolucionarias” en una buena parte de los campesinos polacos. Estas actitudes transformaron paulatinamente, durante el penúltimo fin de siècle, la vida simple, ingenua y estrecha de las pequeñas aldeas; sus costumbres y rutinas ciegas y las actividades económicas. Estas últimas transitaron desde una lógica familiar y tradicionalista hacia formas secundarias de organización del trabajo -principalmente, el cooperativismo- basadas en técnicas científicas de producción y comercialización (Cama Baena, 2001).
En LMA, Ramos Mejía equiparó modernidad urbana a movimiento (Bialakowsky y Blanco, 2019: 109). A su entender, el motor del desarrollo de la gran ciudad (en particular, Buenos Aires, el “cerebro” de la Argentina) son las denominadas “multitudes dinámicas”.22 En especial, las políticamente activas (gracias a la vitalidad, valentía y capacidad transformadora que las caracteriza), en tanto pueden destruir de raíz el orden político e institucional. Sin embargo, “la multitud moderna (dinámica) no ha comenzado su verdadera función. Es todavía una larva que evoluciona (…)”. (LMA, 1977: 223). ¿Cuál es la “función” reservada a estas multitudes en estado embrionario, según el autor? La tonificación, dentro de los parámetros de la democracia liberal y el respeto a la propiedad privada, del espíritu y el sentimiento patriótico, a través de una activa participación cívica y moral (véase puntos IV.d y IV.f).
En Robert Park, el orden moral y natural que forma la ecología urbana se “encuentra en continuo ajuste o en equilibrio dinámico, dada la naturaleza mudable de lo social” (Martínez, 1999: 31; Torterola, 2019: 363-364). Para el autor, tanto la vida material como la simbólica en la gran urbe moderna se encuentran en estable mutación. El ritmo acelerado de vida y movimiento físico (facilitado por los medios de transporte y comunicación); la ampliación permanente de las actividades o especialidades; la reorganización incesante de las áreas y fronteras ecológicas, los cambios continuos en las normas y la opinión pública, por ejemplo, así lo atestiguan.
También en el modelo bioeconomicista de Ingenieros, todo orden económico fue concebido como un estado transitorio, un dinámico y frágil equilibrio dependiente de las relaciones de fuerza y las tensiones entre cooperación y conflicto que mantienen los grupos productivos (SAR, 1959: 25-30). Complementariamente, la “superestructura cultural” (las “ideas generales”, las costumbres y la moral) de las sociedades y sus grupos, según el sociólogo pionero, están en “continua renovación” (Ibídem, 329). Los contenidos culturales son tan distintos “en cada punto del espacio o momento del tiempo” como “incesante” su transformación en el conjunto de “la humanidad” (Ibídem, 330).
No resulta casual que los cuatro trabajos abordados, con mayor o menor énfasis, vislumbraron en los medios de comunicación y transporte (en particular, la prensa y el ferrocarril, respectivamente) las expresiones más representativas del contacto, la integración y la movilidad incesante de los grupos e individuos en la modernidad. También expresan el ethos autotransformador de la modernidad, en tanto articulan el desplazamiento masivo, la libertad de opinión y la integración de los territorios (nacionales, tras la consolidación de las fronteras y el urbano, hacia las fronteras suburbanas en expansión); al dominio científico-técnico (con sus permanentes invenciones); el cosmopolitismo y el contacto intercivilizatorio (al facilitar la ampliación del comercio mundial y la consolidación de la división internacional del trabajo).
4.4 Liberalismo organicista y rechazo a la teoría marxista de la sociedad
De ser factible analizar y comparar las teorías sociológicas clásicas a través de los compromisos políticos e ideológicos asumidos (Alexander, 1999: 14-16) sin lugar a dudas, la mayor parte de las formuladas en América durante el penúltimo fin de siècle pueden definirse como “burguesas” (Lamo de Espinosa, 2001: 30-35) o “liberales” (Nisbet, 2003a: 22-32). Los textos aquí escogidos corroboran este etiquetamiento (véase Ritzer, 2010: 191-210; Bethell, 1991: 15-35). Los andamiajes teóricoconceptuales en ellas utilizados -el economicista (SAR) y el psicosocial (LAM) arraigados en el biologicismo, el ecológico-humano (EEU) y el interaccionista (ECP)- naturalizaron (cuando no celebraron abiertamente) el orden capitalista, la propiedad privada y los valores liberales de la modernidad clásica.
Los textos claves analizados evitaron abordar (y mucho menos, criticar) fenómenos tales como la acumulación originaria del capital, la privatización y mercantilización del territorio y la formación de las luchas de clases. Ubicaron en el centro del análisis, por contrapartida, la “historia natural” de los ecosistemas urbanos (EEU), la reorganización “inevitable” de las comunidades étnicas (ECP), la formación de las “multitudes” y “razas” en la “orgánica” y “natural” evolución social universal (y Argentina en particular), desde los tiempos coloniales hasta el orden liberal de finales del siglo XIX y comienzos del XX (SAR, LAM). Ellos, de manera explícita (EEU, SAR, LAM) o implícita (ECP), abrazaron los descarnados imperativos de la “lucha por la existencia”, la “adaptación al medio” y la “selección natural” (de los más aptos o capacitados); consumando con ello una (abierta o parcialmente velada) apología darwinismo social.
La naturalización de la base económica y la superestructura jurídico-política de la sociedad burguesa, tuvo entre otros objetivos, la necesidad de eyectar no sólo las interpretaciones “radicales”, sino también las “conservadoras” (Nisbet, 2003a: 25-30) del proceso modernizador y sus consecuencias. Más allá de los matices o estilos diferenciables, los textos abordados rechazaron por igual cualquier (futura) revolución y socialización de las riquezas colectivas o retorno nostálgico a una vida comunitaria (idílica, armónica y orgánica) premoderna.23 La ideología liberal imperante en el mainstream positivista y evolucionista en América tuvo por corolario bien la invisibilización de las desigualdades materiales y la “Cuestión social”24; bien el interés por estudiar el pauperismo colectivo entre otras tantas “patologías” urbanas (v. gr., pandillas juveniles, crimen organizado) y “reformarlo” sin modificar con ello las estructuras capitalistas ni los intereses de las burguesías locales.25
En las sociologías del “norte” (EEU, ECP), el interés por la conflictividad étnica y cultural (el cual eclipsó la lucha de clases), fue orgánicamente interpretada; neutralizando sus potenciales (y también peligrosas) trayectorias al interior del esquema cíclico-evolutivo (figurado por R. Park) de las “cuatro estaciones”: contacto, conflicto, acomodación, asimilación (véase Winant, 2000: 174). Es dentro de los parámetros de este esquema teleológico-organicista, precisamente, que Thomas y Znaniecki reclamaron una exitosa asimilación de la comunidad polaca trasplantada a la vida urbana estadounidense, caracterizada por el racionalismo y el contractualismo (económico, político y civil).26
En la SAR, la irremediable victoria de la civilización capitalista está garantizada por la organización territorial y social a través de los estados nacionales (cuya función primaria radica en “consagrar” el modo de vida de una determinada “raza” dominante) y la cooperación pacífica internacional entre aquellos. Sólo en LMA, el futuro (de la Argentina) no se encontraba plenamente conquistada por el capitalismo, la estratificación clasista y la cultura burguesa. En especial, en la gran urbe moderna, las multitudes plebeyas podían encontrarse a disposición de los meneurs socialistas y anarquistas (LMA, 1977: 235; Terán, 2015: 133). Ellos se presentaban, a los ojos de Ramos Mejía, como verdaderas amenazas (equivalentes a los “tiranos” caudillos provinciales del período de las guerras civiles del período finisecular) para la marcha civilizatoria.
Sin embargo, el consenso liberal (Bethell, 1991: 10-15) alcanzado por las sociologías americanas del penúltimo fin de siglo en materia política e ideológica no se extrapoló a sus teorías de la sociedad y el orden. Antes bien, ellas se nutrieron del liberalismo orgánico u holístico de Saint-Simón y Comte (González, 2000; Bethell, Ibídem), entre otros autores. El organicismo entraba en tensión, quizás paradójicamente, con la interpretación belicista de la sociedad (Germani, 1971).27 Se contrapuso, al mismo tiempo a las definiciones atomistas de la vida social (propio del liberalismo contractual o clásico de los siglos XVIII y XIX).28 El reduccionismo y/o determinismo belicista o contractualista colisionaban entonces con una imagen orgánica del individuo, el cual consideraban miembro o parte de una totalidad superior (que provee valores, metas, sentido al sujeto): comunidad (ECP), etnia (EEU), raza o subraza (SAR), multitud o nación (LMA).29
El señalamiento del pliegue orgánico u holístico del liberalismo en las sociologías americanas del “norte” y el “sur” de inicios del novecientos, sirve de punto de partida para exponer las siguientes (últimas) dimensiones del abordaje simultáneo propuesto. Por un lado, la cuestión de la asimilación de las colectividades migrantes y sus integrantes a los ecosistemas urbanos y culturales dominantes en el continente (subapartado 4.4). Por otro lado, la vocación y voluntad reformista característica de ambas sociologías “burguesas” (subapartado 4.5).30
4.5 Cuestiones sociológicos fundamentales: acomodación, asimilación y reorganización social
En los cuatro textos sociológicos abordados, pueden identificarse al menos tres cuestiones sociológicas de común y primordial interés. La primera corresponde a la relación entre la estructura socio-psicológica y actitudinal (se trate de una individualidad grupal, organizada o espontáneamente formada, se trate de un sujeto, en tanto átomo social) y el “ambiente” o “entorno” físico-social (De Carvalho, 2005: 272-295; Terán, 2000: 294-295). La atención en los textos claves de la dimensión “física” o “material” del “medio” se bifurca (esta diferencia no es menor) entre el reconocimiento y estudio de las propiedades naturales del ambiente -v. gr., las condiciones climáticas, geológicas, hidrográficas de territorios determinados (SAR, LMA)- y las estructuras socioculturales objetivadas en el territorio -v. gr., “instituciones”, “regiones morales”, “barrios étnicos” (ECP, EEU).
El entorno físico-social, concebido como conjunto de condiciones “naturales” o como “artefacto”31 (humanamente intervenido y representado), constituye, en los textos abordados, una “variable independiente” en el análisis sociológico o psicosocial. Como se señaló previamente, (subapartado 4.3), el espacio no sólo conforma el “soporte” o “escenario” mediante el cual y a través del cual se produce y transforma la actividad humana y el conjunto de las relaciones sociales. Sus atributos condicionan o incluso llegan a determinar (v. gr., SAR, 12-15; 40-44; LAM, 175-180) la capacidad de adaptativa, el temperamento, las actitudes y más ampliamente, los modos de vida de los grupos humanos o individuos.
Puede sugerirse que esta particular sensibilidad por la ecología humana en las obras del “norte” y el “sur” escogidas radicó en el interés práctico por caracterizar la especificidad de la modernización americana. Y en particular, los fenómenos cruciales que transformaron la estructura y dinámica material y simbólica de sus grandes ciudades, o la relación entre los centros y las periferias socio-geográficas. Como ya se señaló, los estudios particularistas y localizados (en las campiñas polacas o argentinas y en la Chicago o Buenos Aires cosmopolitas del penúltimo fin de siècle,) ubicaron en el centro de sus intereses sociológicos o psicosociológicos dos cuestiones. En primer lugar, las motivaciones que impulsaron los desplazamientos migratorios masivos, los rasgos culturales y actitudinales de las colectividades y sus integrantes; las formas y consecuencias de los contactos interculturales, desde la acomodación pacífica o conflictiva.
La segunda cuestión de interés se enfocó en el mediano plazo. Una vez superada o estabilizada la “aclimatación” inicial en tiempos y espacios precisos, fue necesario estudiar y tipificar los umbrales y las condiciones de la “asimilación” de las comunidades migrantes al “entorno” urbano y la cultura dominante en el mismo. La observación de esta travesía integradora requería prestar atención fundamentalmente al “factor generacional”, esto es, distinguir orgánicamente entre los “recién arribados” (v. gr., “mediterráneos”, “anglosajones” [SAR], polaco-estadounidenses [ECP]) y las sucesivas generaciones “nativas” (“argentinas” o “estadounidenses”). El problema de la asimilación conformó en los cuatro textos una condición de posibilidad fundamental de la reorganización social (de las comunidades migrantes y/o la comunidad urbana en su conjunto). Sin embargo, en las obras escogidas, el exitoso -y deseable- proceso orgánico-evolutivo constituía, literalmente, una posibilidad: se encontraba condicionado o determinado por un cúmulo de factores. Quedaba latente la chance - preocupante y peligrosa-, en efecto, de la “desviación” -desmoralización, anarquización, criminalización, etc.- de algunos integrantes de las comunidades migrantes, cuando no la desorganización de la colectividad misma.
Como ya se mencionó, la adaptación de los grupos migrantes requería un ajuste primero y básico de ellos al ecosistema receptivo, atendiendo sus propiedades territoriales, sociales y culturales.32 En la SAR, estos ajustes fueron formalizados mediante los conceptos de “localización” y “aclimatación” (física-ambiental). Esta última requería, según Ingenieros, que las razas o subrazas europeas se asentaran en los territorios “isomórficamente” afines a las condiciones geografías de origen (SAR, 1957: 325). Por su parte, Ramos Mejía en LMA, recurrió a la evolución del reino animal para ilustrar la (lenta pero progresiva) adaptación rudimentaria de los migrantes. El médico estableció una aristocrática y despectiva equivalencia entre el orden animal y el humano: así como el pez logró “transformarse” en anfibio y posteriormente en mamífero vertebrado, así también el migrante recién arribado al puerto consiguió sobrevivir en el nuevo medio, adaptándose “intelectual” y “moralmente” a la gran urbe sudamericana (LMA, 1971: 205-207; Jalif de Bertranou, 2009: 224-225).
En los textos del “norte”, los conceptos claves utilizados fueron los de “acomodación” ecológica (EEU) y de “inserción” y “adaptación gradual” al “medio social estadounidense” (ECP, 2004: 354). En este último texto, los autores procuraron indicar el (frágil, complicado) proceso transitivo mediante el cual la comunidad “mixta” o “polaca-estadounidense” intentaba, en lenta evolución, “integrarse” o “adaptarse” a la cultura y las instituciones americanas (Ibídem, 354-355).
Las direcciones y características que puede revestir el proceso de acomodación, en los textos abordados, depende, primero, como ya se mencionó, de las condiciones materiales y culturales definitorias del ecosistema receptivo. Segundo, de la capacidad organizativa de las colonias migrantes, la cual incluye el mantenimiento (al menos en una primera etapa) de la moral y las costumbres que facilitan dicha cohesión. En tercer término, del umbral de compatibilidad entre los modos de vida, los hábitos y las actitudes de los migrantes y la cultura dominante del medio en el cual se realiza el “trasplante” étnico-racial. En suma, las sociologías en formación debían ser capaces de considerar conjuntamente, los condicionamientos ecológicos, las formas de vida y atributos psicológicosactitudinales de cada grupo migrante y los grupos predominantes, así como la compatibilidad entre ellos. Debían escudriñar las múltiples aristas y las variantes de aquello que Park definió como “metabolización”; un concepto procesual tomado de la medicina que no hubiera disgustado a los demás autores (EEU, 1999: 92).33
En este sentido, en los textos claves del “norte” es posible distinguir entre comunidades étnicas con “alta” (v. gr. japoneses, alemanes, negras) o “baja” (v. gr. colectividades centroamericanas) “eficacia comunitaria” reorganizativa (Ibídem, 104-106). Esta última depende tanto de la cohesión territorial (formación de una “área moral” propia y característica del grupo) como institucional, lograda a través de la edificación de organizaciones comunitarias (v. gr., sociedad de fomento o socorros mutuos, iglesia, escuela, periódico) dentro del área ecológica (ECP, 2004: 358-365; EEU: 123-124).
Por su parte, los textos del sur, por contrapartida, mantuvieron un (casi) cerrado optimismo respecto a la -exitosa a mediano plazo- integración de las “multitudes” o “razas” migrantes (europeas). En LMA, dicha convicción radica en la docilidad, simpleza, laboriosidad y religiosidad de la multitud migrante (principalmente italiana).34 A idéntico pronóstico arribó su discípulo, en la SAR. A juicio de Ingenieros, las “sub-razas blancas mediterráneas” (colectividades italianas y españolas, principalmente) en tanto eran portadoras de “civilización” (buen decoro, buenos modales) y “progreso” (conocimientos y cultura de trabajo), podían adaptarse rápidamente a la organización económica, política y cultural de la Argentina, contribuyendo a la formación de una “nueva raza” euroamericana (SAR, 1957: 326).35
En los cuatro textos claves, la descarnada y dramática lucha por la vida (Jalif de Bertranou, 2009) le exigía a los migrantes en (inevitable) proceso asimilativo una paulatina (cuando no acelerada) internalización de la moral, las costumbres y los patrones de conducta dominantes del medio ecológico receptor (estadounidense/chicaguense, en el “norte” y argentino/porteño, en el “sur”). Ahora bien, esta asimilación -que requería transitar de la sencilla y apacible vida rural europea al complejo y acelerado estilo de vida urbano americano (Spinney, 2020: 111-120) - no se realizaría de modo “natural” (espontáneo, sin ningún tipo de intervención). Requería, considerando en espacial los diagnósticos elaborados en EEU, ECP y LMA, realizar apuntalamientos en la organización social de las comunidades migrantes o en las instituciones nacionales o locales americanas, echando para ello mano al expertise sociológico. La actividad científica -“pragmática” en el “norte” y “positivista”, en el “sur” continental- trascendía las fronteras observación y el análisis de la realidad social. Se ubicó -parte de su prestigio y legitimidad dependía de ello- al servicio de la reforma social.
4.6. La sociología como herramienta de intervención práctica: la reforma social
Párrafos atrás, se destacó que los trabajos abordados fueron refractarios al atomismo sociológico, a pesar de ubicarse en el heterogéneo y amplio campo de la cultura y la ideología liberal. En todo caso, las convicciones en materia económica y política, cercanas al laissez faire (véase Nisbet, 2003b: 120-130) se encontraban en tensión con los presupuestos colectivistas o comunitaristas del orden social (Alexander, 1999: 14). Parafraseando a Max Weber, ellos podían afirmar que, bajo condiciones modernas de vida, no es posible resignar las libertades civiles (de movimiento, asociación, opinión, participación, etc.), como no es factible renunciar al pan de cada día. Pero, próximos a Comte y Durkheim también podrían haber sentenciado que la vida-en-comunidad (y no sólo en común) también constituye un nutriente de cotidiana necesidad para los hombres.
La lucha por la vida (en sus formas directas o veladas) en las sociedades liberales “clásicas” (encarnada en los principios de formalización, mercantilización e instrumentalización de las relaciones sociales, así como en la privatización de la propiedad y los medios de producción), generaron problemas en la reorganización en los grupos sociales (principalmente, los recientemente migrados) y de desmoralización o anomia en parte de sus miembros. Este problema, por un lado, no podía ser superado mediante una mejor distribución de la riqueza nacional. Las causas de los principales problemas sociales urbanos -al menos en los textos abordados- no radicaba en las bondades o perversiones del modo de producción y en las condiciones materiales de vida al que las masas proletarias migrantes pudieron acceder durante el penúltimo fin de siècle.
Las grandes metrópolis americanas escenificaban la doble cara de la modernización. De un lado, el desarrollo científico-técnico y el progreso económico-productivo, cuyos epicentros centrales eran, precisamente, las urbes americanas en franca expansión. Y, por otro lado, una organización social precaria, débil, corroída, al decir de Baudelaire, por un lado, la condición “fugaz, contingente y transitoria” del estilo de vida urbano. Y, por otro lado, por el individualismo “interesado” (EEU, 1999: 60-61), el “fenicio” cálculo egoísta (LMA, 1977: 225) y la formalización y burocratización de las relaciones sociales (ECP, 2004: 380-390) distintivas de las grandes urbes.
¿Cuáles fueron las recetas elaboradas por los autores en sus textos claves, para contrarrestar el lado oscuro de la modernización social y urbana?36 En ECP, Thomas y Znaniecki subrayaron la necesidad de apuntalar la reorganización de la comunidad polaco-estadounidense en Estados Unidos por medio del cooperativismo económico, puesto que los antiguos campesinos europeos eran portadores tanto de una cultura colectivista como de actitudes solidarias. Sin embargo, las nuevas instituciones debían ser multiétnicas, cosmopolitas y de alcance nacional (Ibídem, 403-404). Es decir, debían tener una base cultural y espacial amplia, heterogénea. Por su parte, Robert Park en los EEU reclamó robustecer los ámbitos de sociabilidad y comunión de los barrios urbanos y suburbanos estadounidense (v. gr., clubes, bibliotecas, sociedades de fomento). Era preciso fortalecer la “dimensión moral” de las regiones ecológicas locales, para mitigar el espíritu consumista e individualista (“romántico”, según el autor) en ascenso. El modelo a seguir era la exitosa organización territorial e institucional de las comunidades étnicas mayormente cohesionadas (EEU, 1999: 118).
Por último, en LMA, Ramos Mejía omitió la cuestión de la regulación (garantizada casi espontáneamente, recuérdese, por la docilidad, simpleza y laboriosidad del migrante promedio de penúltimo período finisecular). El desafío era la integración. El problema mayúsculo radicaba en la generación del sentimiento patriótico en los niños y las niñas migrantes o, en un futuro, nativos. Siguiendo la tradición sarmientiana, este proceso debía lograrse para Ramos Mejía mediante la universalización de la educación pública. laica y obligatoria. Y, más concretamente, a través del proceso normalizador, basado en el ejercicio cotidiano de una batería de actos y ceremonias patrias celebradas en las escuelas (LMA, 1977: 232-233). El Estado, cerebro y tutor del cuerpo sociedad, era el encargado de diseñar, planificar y ejecutar la universalización, laicización y nacionalización educativa (Bialakowsky y Blanco, 2019: 108-109).
Puede sugerirse entonces, para finalizar, el siguiente contrapunto entre las obras seleccionadas. En los EEU y ECP los autores chicaguenses buscaron respuestas a ciertos problemas urbanos (v. gr. atomización, neurastenia, desorganización) radicalizados por las cualidades de la cultura dominante estadounidense (individualismo, contractualismo, juridización de las relaciones sociales) dentro de la esfera de la sociedad civil (Spinney, 2020: 150-170). Al mismo tiempo, la reorganización de los migrantes requería la asimilación (v. gr., a través del mercado de trabajo, el aprendizaje de las normas y la lengua dominante, etc.) de los mismos a la cultura dominante local, pero no su estricta americanización.
Por su parte, las reformas ofrecidas en LMA (y con frecuencia, el conjunto de los positivistas argentinos de inicios del novecientos) apelaron a la razón e intervención del Estado-Nación para garantizar la erradicación de otras “amenazas” al orden social: el socialismo, el anarquismo y “cualquier otra doctrina antinacionalista” (LMA, 1971: 205). Desde el prisma de la reforma social, la sociología argentina se ofrecía notablemente conservadora, frente a la estadounidense, de raigambre netamente liberal. Ello queda expuesto rápidamente en los siguientes contrapuntos.
Por un lado, los académicos chicaguenses realizaron con espíritu liberal un llamado al “recalentamiento” del lazo social de tipo “horizontal”, el elitismo ilustrado argentino diseñó dispositivos de reformas operadas “de arriba hacia abajo” (Terán, 2015: 147-148). Por otro lado, los positivistas del “Sur” reclamaban la argentinización de las masas migrantes. No bastaba con asimilarlos política, cultural y socialmente -como demandaban los sociólogos del “norte”. Era necesario, además, alentar - cuando no forzar- la aculturación. Si durante el segundo tramo del período finisecular “gobernar era poblar”, varias décadas después, “gobernar era argentinizar”.
Más allá de estos contrastes, paradójica y simultáneamente, en los textos claves aludidos, una sombra recorría el sentido de la reforma social: esta última debía acoplarse a una definición orgánica de la sociedad y evolucionista de la historia moderna.
5. Consideraciones finales
El trabajo presentado se propone formular renovadas y originales interpretaciones y asociaciones entre textos claves de las sociologías del “norte” (pertenecientes a la así llamada Escuela de Chicago en los Estados Unidos) y del “sur” (el positivismo argentino) americano, publicados durante las primeras décadas del novecientos. De tal modo, los contactos entre las sociologías espacial y temporalmente determinadas, complementa las largamente exploradas y analizadas correspondencias intelectuales entre Europa y América durante el penúltimo fin de siècle.
Para ello, el trabajo ofrece aplicar una innovadora herramienta estipulada para el cotejo de la teoría social/sociológica. Eludiendo los métodos frecuentemente empleados para relacionar sociologías del “norte” y el “sur, se recurre al abordaje simultáneo. Su elección se debe a la identificación de un conjunto de proximidades reconocibles y verificables entre la sociología de Chicago y la argentina del novecientos. Estas proximidades son tanto históricas y sociales como intelectuales y científicas. Es decir, atraviesan la historia “externa” e “interna” de parte del corpus más influyente y representativo de la disciplina en el tiempo y espacio señalado: el ideal positivo, pragmático, “burgués” y “reformista” de ciencia social; la decisiva influencia del evolucionismo darwinista-spenceriano tanto en las arquitecturas teóricas y conceptuales como en las interpretaciones de la historia civilizatoria; la construcción de un objeto-problema peculiar, esto es, la modernización urbana y un conjunto de procesos y consecuencias que hacían de la gran ciudad un laboratorio social y psicosocial a cielo abierto: la migración masiva, el contacto intercomunitario; la segregación y la integración social, así como los fantasmas de la formas anómicas o desviadas de conducta colectiva o individual, etc. No fue casual entonces que aquellas sociologías americanas del novecientos -influenciadas no sólo por Spencer y los ecólogos, sino también por Simmel o Taine-, se definieran como sociologías del espacio -“ecológicas”, “ambientales”. Dicho espacio (en su dimensión física y/o social) fue definido y empleado como una variable independiente - quizás, la más importante entre las objetivas o materiales- del estudio sociológico o psico-sociológico.
Si bien en el presente trabajo se seleccionaron cuatro textos referentes, el abordaje simultáneo podría emplearse para relacionar sistemáticamente otras obras representativos de las sociologías del “norte” y del “sur” americano del período señalado. Puede insinuarse, en tal sentido, que buena parte de las dimensiones analíticas propuestas podrían utilizarse para relacionar, en clave simultánea, otras obras relevantes de aquél período. En efecto, ¿no podrían realizarse un ejercicio similar, considerando, por ejemplo, “Dos novelas sociológicas” (1892) de Ernesto Quesada y “Falkways” (1906), de William Graham Sumner?. Desde luego, cabe señalar, las dimensiones ofrecidas no son las únicas posibles. Se propone entonces realizar a futuro otros juegos simultáneos entre las sociologías en el tiempo y espacio determinado. Simplemente, se construyó y abordó aquí una afinidad electiva entre múltiples posibles.
Las asociaciones ofrecidas no deben soslayar o eludir, por último, diferencias significativas ineludibles entre las obras y las sociologías exploradas. Fundamentalmente, no puede soslayarse el contraste entre una ciencia ya especializada y académicamente institucionalizada en Chicago por un lado y la erudición enciclopedista y no profesionalizada en Buenos Aires, por otro lado. De esta diferencia significativa dio lugar a un segundo contraste de peso y contenido, a saber: la mayor densidad, riqueza o precisión teórica y metodológica en la sociología profesionalizada chicaguense respecto a las sociologías argentinas amateurs pioneras (mayormente apegadas además al biologismo, el naturalismo y el determinismo social que las estadounidenses).
Estas y otras diferencias o matices -incluidos los identificables al interior de las trayectorias y las obras de los autores- podrían identificarse y desarrollarse con mayor detenimiento en un (futuro) estudio más extenso y pormenorizado. Pero ellos no invalidan, no obstante, la iniciativa aquí sugerida, abocada a estimular los diálogos -en clave simultánea- entre las sociologías fundadoras del “norte” y “sur” americano.