Introducción
La prosocialidad es definida como cualquier conducta intencional que tiene consecuencias positivas en la sociedad o que conlleva algún tipo de beneficio hacia otros. Este comportamiento puede manifestarse de muchas maneras, entre las cuales se incluyen la cooperación, la solidaridad y las conductas específicas de ayuda (Moñivas, 1996; Rivera, 1980; Roche Olivar, 1995).
El abordaje de las acciones prosociales se ha enmarcado en el campo de la psicología positiva, desde el cual diversas variables son estudiadas con el objetivo de fortalecer los recursos positivos en los individuos y fomentar comportamientos que sean beneficiosos para su salud. Seligman y Csikszentmihalyi (2000), pioneros en el desarrollo de esta perspectiva teórica, mencionan que el énfasis principal es aumentar la felicidad en la vida de las personas y mejorar su calidad de vida.
Así, en el contexto de la psicología positiva, el estudio de la conducta prosocial se ha profundizado durante los últimos años, y se han considerado distintas maneras en las que puede manifestarse. Ejemplos de este tipo de acciones son el voluntariado y la ayuda en general (Grant y Dutton, 2012; Samper García, 2014), y más específicamente podrían mencionarse los actos de cooperación, la revalorización positiva del otro, la condolencia, la ayuda física o verbal frente a una dificultad, el consuelo en un momento de angustia y el rescate (Eisenberg, Fabes, y Spinrad, 2006; Lemos y Richaud, 2014; Mestre Escrivá, Samper, Tur, Cortés, y Nácher, 2006).
Se ha observado que la prosocialidad provee múltiples beneficios en las personas, tanto para el receptor de la conducta como para quien la realiza. Las consecuencias positivas que conlleva la realización de actos prosociales generan un impacto en la sociedad al favorecer las relaciones interpersonales y promover un entorno cálido y solidario (Redondo Pacheco, Rueda Rueda, y Amado Vega, 2013; Roche Olivar, 1995, 1997, 1998). A mayor escala, este tipo de acciones adquiere un rol fundamental en la intervención y el alivio en situaciones de desastre, la protección de la salud, la promoción de la educación, y la lucha contra la pobreza y el desinterés por el otro (Grant y Dutton, 2012).
Desde los primeros estudios sobre el comportamiento prosocial, se puede notar el énfasis que los autores han puesto en los resultados positivos y duraderos que fueron observados en los jóvenes y adolescentes que llevan a cabo estas interacciones. Algunos ejemplos de esto son: autoestima más elevada, mejores relaciones con sus pares, mayor sentido de pertenencia a la comunidad, mejor rendimiento académico, compromiso como ciudadano y concretamente la disminución de conductas agresivas (Auné, Blum, Abal, Lozzia y Attorresi, 2014; Bandura, Barbaranelli, Caprara, y Pastorelli, 1996; Inglés, Benavides, Redondo Pacheco, García-Fernández, Ruiz-Esteban, Estévez y Huescar, 2009). Por el contrario, quienes que se encuentran inmersos en comportamientos agresivos, ya sea como agresores o como víctimas, manifiestan mayores niveles de depresión y ansiedad (víctimas) y mayores niveles de problemas de conducta (agresores), en comparación con adolescentes no victimizados y no agresivos (Resett, 2018).
Desde esta perspectiva, Grant y Dutton (2012) mencionan que el rol del benefactor es primordial como objeto de estudio, ya que posibilita la indagación de los procesos psicológicos implicados, tales como la autoeficacia, la responsabilidad, la autorrealización y la autoafirmación e identidad como participante valioso.
Diferentes estudios han corroborado la factibilidad de intervenir y promover la prosocialidad (Lemos, 2009; Lemos y Richaud, 2014; Martínez González, Inglés Saura, Piqueras Rodríguez y Oblitas Guadalupe, 2010) y han demostrado que la conducta prosocial es una variable relativamente maleable (Caprara, Luengo Kanacri, Zuffiano, Gerbino y Pastorelli, 2015). Así, teniendo en cuenta que en la adolescencia los contextos escolares brindan un entorno social de apoyo, se considera que representan un escenario óptimo para llevar a cabo este tipo de intervenciones a través de acciones educativas apropiadas (Caprara et al., 2015; Garaigordobil, 2005; Greenberg, Weissberg, O’Brien, Zins, Fredericks, Resnik y Elias, 2003; Jennings y Greenberg, 2009).
Con la finalidad de fomentar y potenciar la prosocialidad, muchos autores han estudiado factores que pudieran tener una incidencia en la tendencia a ser prosocial. Entre estos se encuentran variables propias del sujeto como la empatía (Auné, Abal y Attorresi, 2015; López, Arán y Richaud, 2014; Richaud, 2014, 2015), la motivación (Carlo y Randall, 2002; Rodríguez, 2014), el locusde control (Manassero Mas y Vázquez Alonso, 1995), el razonamiento moral prosocial (Eisenberg, Hofer, Sulik y Liew, 2014), el autoconcepto y la autoeficacia (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino y Pastorelli, 2003); factores que tienen más que ver con el desarrollo temprano, como el apego parental (Balabanian, Lemos y Vargas Rubilar, 2015) y los estilos de crianza (Lemos, 2012; Richaud de Minzi, Lemos y Mesurado, 2011); y variables provenientes del contexto, como la relación con los hermanos y los pares (Carlo, Fabes, Laible y Kupanoff, 1999). Así también, un estudio reciente destaca las relaciones positivas con los pares, la competencia social y el apoyo social percibido como los principales predictores de la conducta prosocial en adolescentes (Palomar Lever y Victorio Estrada, 2018).
En el presente estudio, se pretende profundizar el posible rol que el estilo atribucional tendría al momento de decidir si realizar o no una conducta prosocial ante una situación de potencial ayuda.
En un sentido amplio, la teoría de la atribución se refiere a las propias interpretaciones y la comprensión que una persona tiene con respecto a los eventos que experimenta (Anderson y Weiner, 1992). Así, desde una perspectiva cognitiva, las representaciones dinámicas y los modelos mentales sustentados en las propias creencias sobre el mundo, más que los hechos en sí, ejercen un control sobre las acciones que se llevan a cabo (Heider, 1958; Richaud de Minzi, 2005; Rivera, 1980).
El psicólogo social Fritz Heider (1958), quien es considerado el creador de este enfoque en psicología, menciona que las atribuciones causales evocan una concepción ingenua e intuitiva acerca de las situaciones sociales; aun así, estas inferencias de sentido común, que muchas veces son parciales, median las relaciones interpersonales e inciden en la toma de decisiones. Luego, Rotter (1966) y Rotter y Murly (1965) agregan que existen diferencias individuales al momento de decidir, según si se cree que la respuesta percibida desde el entorno es consecuente a la propia conducta y esfuerzo (locus de control interno) frente a la expectativa de que esa consecuencia está determinada por causas independientes, es decir, otras personas, la suerte, el destino o el azar (locus de control externo). Al igual que la atribución, el locus de control constituye una expectativa general para actuar frente a un problema y resolverlo, independientemente de la naturaleza de la situación.
Este análisis de la estructura de causalidad que comenzó con Rotter (1966) fue utilizado en investigaciones posteriores con el objetivo de estudiar una de las dimensiones de la atribución: el locus de control, que, como se mencionó anteriormente, se refiere al lugar en el que se sitúa la causa, ya sea dentro (interna) o fuera (externa) (Aguilar Rivera y Gámez Guadix, 2013; Richaud de Minzi, 2003).
Tal como se ha mencionado, los procesos atribucionales son interpretaciones con respecto a las causas de un determinado acontecimiento (Rivera, 1980). Según Anderson y Weiner (1992), implican la caracterización de un evento, la formulación de un problema y, luego, su resolución. En general, dicho proceso surge inconscientemente, con poco esfuerzo y de un modo rápido y espontáneo. Siguiendo con esta línea, Weiner (1985, 2010) menciona que, frente a un evento, ya sea positivo o negativo, los individuos realizan una identificación sobre las diversas causas que podrían ser responsables de ese resultado. Esta atribución de la situación tiene consecuencias psicológicas importantes, tanto en el nivel motivacional, como en el cognitivo y emocional. Los procesos atribucionales permiten realizar una evaluación de alternativas y consecuencias de acciones, promoviendo por ejemplo reacciones emocionales, cambios en cuanto a las expectativas y motivaciones, y una consideración del posible éxito o fracaso (Anderson y Weiner, 1992). Estos procesos interpretativos modularían la conducta de los individuos, ya que esta depende, en parte, de la interpretación realizada sobre las causas del accionar previo (Kelley, 1972; Kelley y Michela, 1980; Manassero Mas y Vázquez Alonso, 1995).
A partir de estas consideraciones teóricas con respecto a la atribución, el rol que ocupa en la determinación de una conducta y la implicancia que tiene en los contextos sociales, el objetivo de este estudio es evaluar de qué modo específico la conducta prosocial puede diferir en función de la atribución que un individuo haga de las causas de una situación de potencial ayuda.
Método
En el presente estudio se utilizó un diseño de investigación ex post facto (Montero y León, 2007), en el cual las variables se evaluaron retrospectivamente y de forma transversal en la muestra escogida. Los constructos que se tuvieron en cuenta fueron el estilo atribucional y la conducta prosocial. A continuación, se especifican los participantes, los instrumentos aplicados y los procedimientos seguidos en la recolección y el análisis de los datos.
Participantes
La muestra, que fue escogida de manera intencional y no probabilística, quedó conformada por 359 adolescentes escolarizados de clase media, con edades comprendidas entre los 12 y los 19 años (ME = 14.67; DE = 1.72). Del total de la muestra, 178 fueron mujeres (49.9 %) y 179 varones (50.1 %). Todos los participantes asistían a una institución de gestión privada, de la provincia de Córdoba, Argentina.
Instrumentos
Para la evaluación de la prosocialidad se utilizó la Escala de Conducta Prosocial Adolescente (Balabanian y Lemos, 2018a). Este instrumento unidimensional consta de 30 ítems redactados en primera persona, que expresan comportamientos de ayuda, los cuales deben ser respondidos mediante una escala de tipo Likert de cinco puntos, para indicar con qué frecuencia se realiza esa conducta (1: nunca, 2: alguna vez, 3: muchas veces, 4: casi siempre y 5: siempre). El cuestionario ha sido estudiado en nuestro contexto, ha presentado adecuadas propiedades psicométricas, y se ha encontrado una estructura unidimensional con un índice de consistencia interna de Alpha de Cronbach igual a .90 (Balabanian y Lemos, 2018a). Con respecto al funcionamiento del instrumento en el presente estudio, los resultados en cuanto a la consistencia interna fueron semejantes a los obtenidos en el estudio original (α = .89).
Por otro lado, para conocer el estilo atribucional ligado a las conductas de ayuda, se redactaron cuatro situaciones que expresan un problema o una necesidad de una persona específica, y se presentaron cuatro opciones de respuesta para cada caso (Balabanian y Lemos, 2018b). Estas opciones pretenden servir como respuestas a la pregunta “¿por qué creés que esa persona se encuentra en esa situación?”, con el objetivo de identificar si la atribución causal elegida se refiere a causas internas controlables o externas incontrolables. Se pidió a los sujetos que, frente a cada situación, eligieran una de las cuatro respuestas, aquella con la que más se identificaban o con la que más estaban de acuerdo. Este formato de evaluación está basado en el Attributional Style Questionnaire (ASQ) (Peterson, Semmel, Von Baeyer, Abramson, Metalsky y Seligman, 1982), y también se tuvieron en cuenta otros instrumentos similares construidos para la evaluación del constructo (Dykema, Bergbower, Doctora y Peterson, 1996; Richaud de Minzi, 1992; Sanjuán Suárez y Magallares Sanjuán, 2006). La validez de contenido de este instrumento fue estudiada a través de la consulta de nueve jueces expertos, los cuales aportaron sugerencias específicas en cuanto a la redacción y la pertinencia de las situaciones de potencial ayuda, así también como de las opciones de respuesta para cada caso. En la Tabla 1 es posible observar las situaciones y las posibles respuestas seleccionadas, tras los ajustes realizados a partir de las sugerencias de los jueces expertos.
Procedimiento
Los datos fueron recolectados en una institución de nivel medio, en la ciudad capital de la provincia de Córdoba, Argentina. Luego de haber obtenido el permiso por parte de las autoridades del colegio, se solicitó la autorización y el consentimiento informado correspondiente a los padres o tutores de los adolescentes que participaron del estudio de forma voluntaria. La administración de las pruebas se realizó de forma grupal, bajo supervisión del investigador, en el horario escolar y dentro del aula de cada curso. Luego de la aplicación de las escalas, se brindó un taller en el cual se abordaron los temas relacionados a las variables que se evaluaron, principalmente enfocado en el concepto de la prosocialidad, lo que esta implica y los beneficios que conlleva.
Para su posterior análisis, todos los datos que se obtuvieron fueron cargados a la planilla de cálculos estadísticos Statistical Package for the Social Science (SPSS). Los protocolos que se presentaron con más de ocho ítems no respondidos no fueron tenidos en cuenta en los posteriores análisis. Con el objetivo de describir la conducta prosocial de los adolescentes evaluados, se realizaron análisis descriptivos (media y desvío estándar) y comparación de grupos por sexo mediante una prueba . de diferencia de medias.
Por otro lado, para identificar el estilo atribucional predominante de cada sujeto, se procedió de la siguiente manera: aquellos sujetos que optaron por una respuesta de atribución interna controlable en las cuatro situaciones, o en tres de estas, se lo consideró en el grupo de sujetos con atribución interna controlable. De igual manera, quiénes eligieron respuestas de atribución externa no controlable en tres o cuatro de las situaciones, se lo asignó al grupo de sujetos con atribución externa incontrolable. Por último, quienes eligieron respuestas de atribución interna controlable en dos situaciones y optaron por una atribución externa no controlable en las otras dos situaciones, quedaron en el grupo de sujetos con estilo atribucional neutro.
Para describir el estilo atribucional predominante, se realizaron análisis de frecuencia para la muestra total y comparaciones por sexo. Se realizó una prueba de Chi cuadrado de Pearson para conocer si el estilo atribucional se encuentra asociado al sexo, es decir, si las mujeres presentan predominantemente un estilo de atribución y los varones otro.
Luego, con el objetivo de conocer si la conducta prosocial presenta una variabilidad en función del estilo atribucional, se realizó un ANOVA unifactorial. Se comparó el valor promedio obtenido en la escala de comportamientos prosociales en los tres grupos de la variable de estilo de atribución (interno controlable, neutro y externo no controlable). Por último, dado que algunos estudios indican que las mujeres suelen obtener puntajes más elevados que los varones en conducta prosocial (Dávila, Finkelstein, y Castien, 2011; Inglés, Martínez-Monteagudo, Delgado, Torregrosa, Redondo, Benavidez, García-Fernández y García-López, 2008), se realizó un ANOVA factorial introduciendo el sexo como covariable, para conocer si el estilo atribucional podría incidir en la conducta prosocial, independientemente del sexo.
Resultados
A partir de la aplicación de los instrumentos descriptos, se realizaron los análisis mencionados y se obtuvieron los siguientes resultados. En el total de adolescentes evaluados (N = 359), el promedio de conducta prosocial obtenido fue de 3.09 (DE = .57). Al analizar estos valores en función del sexo de los sujetos mediante una prueba ., pudo observarse que el grupo de mujeres (N = 178; M = 3.21; DE = .47) obtuvo en promedio un valor de conducta prosocial más elevado que el grupo de varones (N = 179; M = 2.98; DE = .63). Esta diferencia en las puntuaciones fue significativa (t(355) = 3.99; p < .000) y a favor de las mujeres.
En cuanto al estilo atribucional, pudo observarse que 84 sujetos manifestaron una atribución predominantemente externa no controlable, mientras que 108 adolescentes se identificaron en mayor medida con una atribución causal interna controlable. El resto de los participantes conformaron el grupo de estilo de atribución neutro. En cuanto a la distribución según el sexo, se encontró que el grupo de sujetos con atribución interna controlable estuvo compuesto por 36 mujeres y 71 varones, el grupo que manifestó una atribución neutra quedó conformado por 94 mujeres y 67 varones, mientras que en el grupo de sujetos con atribución externa no controlable incluyó 47 mujeres y 37 varones. Para conocer si el estilo atribucional se encuentra asociado al sexo, se realizó una prueba de Chi cuadrado de Pearson, obteniéndose un valor de 17.16 (p < .000), indicando que ambas variables se encuentran significativamente asociadas.
Luego, se realizó un análisis de varianza (ANOVA) con el objetivo de analizar si las medias de las puntuaciones de conducta prosocial diferían entre el grupo de los sujetos que mostraron un estilo atribucional interno controlable (N = 108), en comparación con quienes eligieron causas que responden a un estilo externo incontrolable de atribución (N = 84) y quienes expresaron un estilo neutro (N = 161). Tal como puede observarse en la Tabla 2 y en la Figura 1, la puntuación promedio obtenida por los sujetos que manifestaron un patrón atribucional externo incontrolable (M = 3.30; DE = .59) fue significativamente superior a la de quienes presentaron un estilo atribucional neutro (M = 3.07; DE = .54) y un estilo de atribución interno controlable (M = 2.98; DE = .56) (F(2; 351) = 7.88; p < .00; n> ɳ2 = .043; 1-β = .952).
Nota:Los superíndices indican que la diferencia fue significativa entre los sujetos que expresaron atribución externa frente a los otros dos grupos (p < .05).
Tal como se mencionó anteriormente, se observó que la puntuación de la conducta prosocial fue significativamente diferente entre varones y mujeres, y así también el estilo atribucional estuvo asociado al sexo. Por esto, se llevó a cabo un ANOVA en el que se introdujo al sexo como variable de control para neutralizar el efecto que pudiera tener sobre los resultados. Los resultados obtenidos indican que la conducta prosocial presenta una variabilidad en función del estilo atribucional (F(2, 348) = 6.44; p = .002; ɳ2 = .036), independientemente de la variable sexo.
Conclusiones y discusión
A partir de los resultados obtenidos, es posible mencionar que la puntuación promedio de conducta prosocial en la muestra de estudio se ubicó en los valores medios, es decir, no fue ni muy elevada ni muy baja, teniendo en cuenta que el instrumento que evalúa dicha variable utiliza una escala de respuesta tipo Likert de 1 a 5 puntos, y el valor promedio obtenido fue igual a 3.09. Además, se pudo observar que las mujeres informaron realizar con más frecuencia comportamientos de ayuda hacia los demás, en comparación con el grupo de varones. Este resultado coincide con los encontrados anteriormente en diversos estudios (Balabanian y Lemos, 2017; Dávila, Finkelstein y Castien, 2011; Inglés et al. 2008; Inglés et al., 2009; Mestre Escrivá, Samper, Frías y Tur, 2009; Morales Rodríguez, 2015). Por ejemplo, en población española se encontró que el género estuvo relacionado con la motivación a realizar comportamientos de ciudadanía organizacional (CCO), esto es, actividades que llevan a cabo los empleados y que no corresponden directamente a las exigencias formales del puesto, contribuyendo al funcionamiento efectivo de la organización (Finkelstein y Penner, 2004). Dávila, Finkelstein y Castien (2011) mencionan que el género podría estar relacionado con la motivación que impulsa a las personas al momento de realizar comportamientos de ayuda, en este caso, en el ámbito organizacional, ya que las mujeres manifiestan significativamente una mayor importancia a la motivación de valores prosociales que los varones.
Por otro lado, también el estilo atribucional estuvo asociado al sexo: el grupo de sujetos que manifestó una atribución externa no controlable estuvo compuesto mayormente por mujeres, mientras que quienes expresaron un estilo de atribución interno controlable fueron, en mayor medida, varones. Los resultados indicaron que existe una asociación significativa entre el sexo y el estilo atribucional, según la cual las mujeres más propensas a optar por una causa externa no controlable de atribución, mientras que los varones, frente a las situaciones mencionadas en el instrumento, eligieron mayormente patrones atribucionales internos y controlables.
En cuanto a la hipótesis principal de este estudio, se encontró que quienes manifestaron una conducta prosocial más elevada fue el grupo de sujetos que expresaron un estilo atribucional externo no controlable. Por el contrario, quienes presentaron un estilo de atribución más enfocado a causas internas controlables obtuvieron puntuaciones significativamente más bajas en conducta prosocial. En otras palabras, tal como se esperaba, aquellos sujetos en los que predominó una atribución externa no controlable obtuvieron una puntuación más elevada en conducta prosocial, ya que estarían atribuyendo la problemática de la situación planteada en el instrumento principalmente al contexto, a las circunstancias o al azar. Por el contrario, quienes eligieron causas internas controlables como explicación causal predominante presentarían una menor tendencia a ser prosociales, ya que estarían depositando más responsabilidad sobre el propio sujeto que está en la situación descrita en el instrumento, lo cual repercutiría de manera no favorable en la realización de las acciones de ayuda.
Tal como se mencionó, se observó que las mujeres manifestaron predominantemente una atribución externa no controlable y, así también, fueron significativamente más prosociales que los varones, es decir, que tanto la conducta prosocial como el estilo atribucional estuvieron asociados a la variable sexo. Por esto, se pretendió conocer si la puntuación de conducta prosocial presentaba una variabilidad en función del estilo atribucional, manteniendo constante el sexo de los sujetos; se observa de igual modo que las diferencias en la evaluación de la conducta prosocial fueron significativas según el estilo atribucional, independientemente del sexo de los sujetos.
Estos hallazgos están en concordancia con Weiner (1985, 1986), quien menciona que tanto la conducta en general como las motivaciones que la impulsan están influidas por patrones de atribuciones causales. Así, este autor declara que frente a una persona que necesita ayuda, el ayudante será más propenso a sentir compasión y a ofrecer un comportamiento prosocial si manifiesta una atribución causal no controlable al momento de determinar por qué esa persona está en necesidad. Por el contrario, si frente a la situación el ayudante evoca una atribución causal controlable, es más probable que se experimente enojo, se responsabilice a la persona en necesidad y se refrene la ayuda. Dicho de otra manera, si la causa de la necesidad es percibida como incontrolable, es más probable que se experimente compasión y se lleve a cabo una conducta prosocial. Siguiendo con esta idea, Manassero Mas y Vázquez Alonso (1995) mencionan que la atribución causal ejerce en la persona una influencia sobre el estado motivacional y la expectativa, que luego determinará la conducta futura. Por último, en una muestra de adolescentes se ha encontrado que quienes fueron más prosociales también manifestaron un patrón atribucional característico al momento de explicar sus propios éxitos y fracasos (Redondo Pacheco, Inglés y García-Fernández, 2014), lo cual aporta evidencias sobre la relación existente entre el estilo atribucional y la conducta prosocial.
Limitaciones y recomendaciones
Una de las principales limitaciones con las que cuenta este estudio es la utilización de cuestionarios de autoinforme como técnica de recolección de datos, es decir, cada individuo que fue parte de la muestra tuvo la oportunidad de entrevistarse a sí mismo. Como método de evaluación psicológica, el inventario autoadministrado posee ventajas que lo vuelven recomendable para ciertos propósitos, pero también cuenta con determinadas desventajas. Por ejemplo, los datos obtenidos pueden revelar varios sesgos, las personas pueden mostrarse de manera más favorable o más desfavorable de los que realmente son, pueden magnificar o minimizar las respuestas que expresan, puede aparecer la falsificación o simulación de ciertas características propias y, por sobre todo, puede presentarse la tendencia a responder de forma socialmente deseable (De las Cuevas Catresana y González de Rivera Revuelta, 1992).
Por otro lado, debido al método de muestreo utilizado, intencional no probabilístico, no es posible generalizar los resultados ya que la muestra no asegura la representatividad de la población. Se sugiere para próximos estudios examinar estos constructos mediante la elección de un muestreo aleatorio, considerando además distintas regiones del país, para aumentar la generalización de los resultados (Hernández Sampieri, Fernández Collado y Baptista Lucio, 2014).
Por otro lado, si bien los resultados en cuanto a las diferencias en la conducta prosocial en función del estilo atribucional fueron significativos y la potencia estadística de la prueba fue alta, el tamaño del efecto fue débil (Cárdenas Castro y Arancibia Martini, 2014). En este sentido se recomienda aumentar el tamaño de la muestra en los grupos de estilos atribucionales internos y externos, dado que la mayoría de los sujetos presentó un estilo neutro, homogeneizando de esta manera el número de sujetos en los distintos grupos comparados.
Otra limitación de este trabajo, que también está vinculada a la metodología, es que la recolección de los datos se realizó en un momento específico, es decir, a partir de un estudio transversal, midiendo simultáneamente el efecto (variable dependiente) y la supuesta causa (variable independiente). A partir de esto, se recomienda para futuras investigaciones el abordaje de esta temática desde un enfoque longitudinal, complementando la evaluación con otras técnicas de medida.
Por último, se recomienda tener en consideración otras dimensiones causales de la atribución (e.g., estabilidad vs. inestabilidad, globalidad vs. especificidad), ya que en este estudio el énfasis estuvo puesto en el aspecto de la controlabilidad a partir del estudio del locus de control interno y externo.
A pesar de las limitaciones que se mencionaron, en el presente estudio se encontraron resultados que destacan el rol que ocupa el estilo atribucional en la determinación de una conducta, específicamente frente a la decisión de llevar a cabo comportamientos de ayuda hacia otros. A modo de conclusión, es preciso señalar que la evaluación de las atribuciones causales puede ser tenida en cuenta al momento de planificar una intervención para la promoción de la prosocialidad en adolescentes, por ejemplo, promoviendo una percepción e interpretación de los sucesos que favorezca una comprensión más solidaria de los eventos que se experimentan.