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Astrolabio. Nueva Época

On-line version ISSN 1668-7515

Astrolabio  no.25 Cordoba June 2020

http://dx.doi.org/10.55441/1668.7515.n25.29219 

Dossier

EL NUEVO ESTADO PROTECTOR Y LA LEGITIMIDAD DE EXCEPCIÓN: UNA APROXIMACIÓN MUNDIAL1

THE NEW PROTECTIVE STATE AND THE LEGITIMACY OF EXCEPTION: A GLOBAL APPROACH

Esteban Torresa  b 

1aUniversidad Nacional de Córdoba. esteban.torres@unc.edu.ar

2bConsejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Resumen

La crisis socio-sanitaria generada por la proliferación acelerada del Covid-19 está produciendo una recentralización del estado en la sociedad mundial. El mismo movimiento está recreando dos formas estatales novedosas: la del estado protector y la del estado agresor. La expansión de la función protectora, a su vez, está co-produciendo en tiempo récord una nueva legitimidad política de excepción. Esta última tiende a alterar en algún grado las dinámicas de legitimación de los órdenes estatales que venían progresando de modo tendencial en la gran mayoría de las sociedades de occidente desde la década de 1980. A partir del empleo de fuentes secundarias, el presente trabajo se propone avanzar en el análisis sociológico de este proceso general de transformación del estado y de la legitimidad política en la presente coyuntura, tanto en América Latina como en el conjunto de la sociedad mundial. El artículo se orienta a la identificación de las líneas centrales de progresión futura de los procesos sociales involucrados.

Palabras clave: cambio social; Covid-19; estado; legitimidad; América Latina; sociedad mundial

Abstract

The socio-sanitary crisis generated by the accelerated proliferation of Covid-19 is producing a recentralization of the state in world society. The same movement is recreating two novel state forms: the protective state and the aggressor state. The expansion of the protective function, in turn, is co-producing a new political legitimacy of exception in record time. The latter tends to alter to some degree the legitimization dynamics of the state orders that have been advancing progressively in the vast majority of western societies since the 1980s. Based on the use of secondary sources, the present work sets out to advance in the sociological analysis of this general process of state transformation and the political legitimacy at the present juncture, both in Latin America and in the world society as a whole. The article is oriented to the identification of the central lines of future progression of the social processes involved.

Keywords: Social change; Covid-19; State; Legitimacy; Latin America; World Society

La auto-conservación social y la transformación del estado

A partir de la transformación del Covid-19 en una pandemia mundial, se ha hecho evidente que el accionar de los estados ha cobrado una relevancia superior en la determinación de la vida social de la mayoría de las naciones. Ahora bien, lo que no resulta para nada evidente es por qué se está produciendo este incremento de estatalidad social, qué características adopta en la actualidad, qué impacto social está teniendo y como podría evolucionar de aquí en adelante. En este trabajo, sostendré que la renovada centralidad del estado es principalmente el producto de un flujo masivo de delegación de poder coactivo y regulador hacia los estados y líderes protectores, propiciado por un movimiento mundial de auto-conservación social2. Sin esa transferencia excepcional de poder social, los estados no tendrían capacidad de maniobra para desplegar las políticas de macro-protección que venimos observando en los últimos meses.

La crisis socio-sanitaria producida por el Covid-19 está definiendo dos formas estatales generales: la del estado protector y la del estado agresor. El estado protector es aquel que actualmente está llevando adelante alguna política anti-virus planificada y que el movimiento de auto-conservación social considera que puede combatir en algún grado la amenaza del Covid-19. El estado agresor, por su parte, es aquel que no adopta una política anti-virus y que el movimiento de auto-conservación social considera que minimiza el problema y que no está dispuesto o capacitado para combatir la amenaza del Covid-19. A su vez, es posible identificar en un plano objetivo la conformación de al menos dos tipos de estados protectores: el estado social protector y el estado liberal protector. El primero es aquel estado que al momento de direccionar sus recursos prioriza la cuestión socio-sanitaria, así como la inclusión económica de los estratos bajos y la sostenibilidad material de los estratos medios. El segundo, por su parte, es aquel que prioriza la recomposición general del mercado, y que por lo general no ofrece una protección económica complementaria a la protección socio-sanitaria. Junto a ello, es posible identificar dos tipos de resolución temporal de la protección estatal, que ingresa en la definición de la forma-estado que se está recreando en la presente coyuntura: el estado protector preventivo y el estado protector tardío. El primer tipo de estado es aquel que movilizó la protección socio-sanitaria bajo una lógica preventiva, antes de haber registrado muertos en su territorio y en una situación de contagio incipiente. Por su parte, el segundo se orientó hacia la protección una vez que el país ya se encontraba en una crisis socio-sanitaria más o menos avanzada. La gran mayoría de los estados de protección preventiva en el mundo son estados sociales. Hasta el momento, como ejemplos más acabados de esta forma estatal, podemos destacar a Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Argentina, Portugal y Grecia. En cuanto a la lista de estados protectores tardíos, vemos que está compuesta tanto por estados sociales como liberales. Entre los estados sociales protectores, de reacción tardía, destacan Alemania, China, Francia, Austria, Dinamarca, Noruega y Suecia (ITUC, 2020). Al parecer, el único estado periférico que actualmente está adoptando una forma socio-protectora es Argentina, asumiendo además una modalidad preventiva3. Por su parte, los estados liberales protectores son a todas luces la forma estatal dominante en esta coyuntura mundial. Estos últimos asumieron en su totalidad modalidades tardías de protección. En sus formas céntricas, quedan incluidos en esta tipología Italia, España, Reino Unido, Canadá, Irlanda y Rusia. En América Latina, sujetos a una estructuración periférica, destacan principalmente los estados de Colombia, Chile, Perú y Uruguay4.

En cuanto al estado agresor, se observan igualmente dos tipos generales: el estado liberal agresor y el estado social agresor. Ambos priorizan exclusivamente una agenda económica de mercado. El primero tiende a desplegar políticas económicas liberales y el segundo, políticas desarrollistas en sentido laxo. Entre los estados liberales agresores se encuentran los Estados Unidos de Trump, el Brasil de Bolsonaro y, en menor medida, el Ecuador de Lenin Moreno. En cuanto al estado social agresor, se trata de una extraña excepción morfológica que quedó representada inicialmente por el México de Manuel López Obrador. La política anti-protección de todos ellos viene acompañada de declaraciones públicas de desprecio y/o de minimización del problema. En más de una ocasión, Trump calificó al Covid-19 de “virus chino”, Bolsonaro de “virusito” y López Obrador de “pequeña gripe”. Sin excepción, estas apreciaciones presidenciales recibieron un repudio mayoritario en sus respectivos países y en la órbita ampliada de la sociedad mundial.

Por el momento, los estados protectores son la forma estatal dominante en América Latina y el mundo. La masividad mundial de esta protección estatal socio-sanitaria se explica a partir de dos procesos inescindibles: la presión social ejercida sobre los sistemas de gobierno para que asuman funciones activas de protección anti-virus, así como la adhesión general de las sociedades atemorizadas a las iniciativas de protección anti-virus de los gobiernos. La primera inclinación colectiva permitió que aquellos gobiernos que inicialmente minimizaron el problema, optaran a las pocas semanas por reorientar sus posiciones hacia la adopción de una política de protección tardía. Por su parte, la adhesión instantánea del movimiento de auto-conservación a las acciones preventivas de los estados protectores posibilitó el reforzamiento de esta nueva priorización socio-sanitaria. En cualquier caso, la velocidad y el modo de transformación de los estados del mundo en actores protectores y agresores, y luego el modo y el ritmo de reconversión de algunos estados agresores en versiones protectoras, vienen determinando en gran medida la evolución de los contagios y de las muertes causadas por el Covid-19 en cada país, así como las dinámicas políticas que se van recreando en cada formación nacional.

El nuevo estado protector en América Latina

El advenimiento de nuevos estados protectores en la mayoría de los países del mundo, como resultado de la crisis mundial tridimensional asociada al Covid-195, está produciendo una recentralización del estado. En el caso de América Latina, el nuevo estado protector, tanto en su forma social como liberal, tiende a reconfigurar de modo aditivo tres macro-operaciones estatales de protección: (1) las acciones de seguridad social inauguradas en la década de 1950, (2) los programas de creación de clase iniciados en la década de 1990, y (3) las presentes operaciones de protección socio-sanitarias. Las primeras se asocian con los derechos laborales ligados al mercado formal de trabajo, las segundas con los programas de transferencia monetarias -condicionadas y directas-, y la tercera, la actual, con una batería de macro-acciones sanitarias, de seguridad y de control público. La novedad estructural de la función de protección estatal reside en la integración de esta última operación, así como en la conformación de una nueva forma general de protección que emerge de la recombinación de las tres operaciones señaladas. A ello se añade una novedad cuantitativa. Me refiero a la expansión inédita de los programas estatales de transferencia monetaria directa, que actualmente está movilizando grandes volúmenes de dinero. Tal accionar estatal está produciendo una ampliación multitudinaria de la clase de individuos dependiente de la asistencia estatal. Se trata de la extensión de una nueva clase social creada por el estado, la clase dependiente de la asistencia, que se viene expandiendo de modo sostenido y acelerado en América Latina y en la mayoría del mundo desde la década de 1990 (Torres, 2019 y 2020b).

Tal como indicaba arriba, la creciente centralidad de los estados y de los liderazgos protectores se está produciendo a partir de una transferencia acelerada de poder de regulación y de coacción desde la sociedad atemorizada hacia estos actores seculares, dotados de un potencial único e irremplazable de macro-protección. A su vez, la sensibilidad estatal demostrada respecto de los profundos temores que anidan en los impulsos de auto-conservación social, cuyo resultado es la expansión y sofisticación de su función protectora, está creando en tiempo récord una nueva legitimidad estatal de excepción. No hay que perder de vista que el movimiento comentado de concentración de poder social en los actores políticos protectores se hiper-legitimó en un puñado de semanas. Absolutamente todos los líderes y gobiernos del mundo que asumieron de modo preventivo o tardío una forma protectora, incrementaron su popularidad en las encuestas. Y algunos de ellos lo hicieron de una forma muy pronunciada. Este acontecimiento está produciendo un hecho político singular: si bien sube en mayor medida la aprobación nacional de los líderes y los estados sociales protectores, el ascenso también alcanza a los líderes y a los estados liberales que adoptaron algunas medidas protectoras. En América Latina, por ejemplo, en el lapso de un mes, se disparó a las nubes la popularidad del presidente argentino, Alberto Fernández. Su imagen positiva, que ya se ubicaba arriba del 60 por ciento a principios de marzo, pasó a situarse a principios de abril entre el 80 y el 90 por ciento. Pero también mejoró la aprobación del presidente liberal de Chile, Sebastián Piñera, fuertemente deslegitimado por las explosiones sociales que venían trastocando la vida social del país desde octubre de 2019. A principios de marzo su imagen positiva estaba por el suelo, entre el 10 y el 13 por ciento, y un mes después se situaba en torno al 20-22 por ciento. De igual modo, en sentido inverso, se está deteriorando la apreciación de todos los líderes y gobiernos agresores, tanto los liberales -la enorme mayoría- como los sociales. Jair Bolsonaro, el presidente liberal y autoritario del Brasil, bajó alrededor de 10 puntos en pocas semanas, desde un 40 por ciento de imagen positiva a principios de marzo a un 30 por ciento a fines del mismo mes. Pero también descendió en igual medida la aprobación de Manuel López Obrador, el presidente del estado social mexicano, que en el mismo período descendió desde algo más del 55 por ciento a algo menos del 46 por ciento.

Es necesario indicar que esta nueva legitimidad de excepción en América Latina se está produciendo en un momento en el cual la expansión del coronavirus recién se encuentra en una fase primera o segunda, con lo cual las consecuencias avanzadas de su generalización aún no se han experimentado. Por el momento, todo indica que en la medida en que las diferentes capas sociales no perciban a los líderes y gobiernos como agresores pro-virus, esto es, como una amenaza a la auto-conservación social, logran recrearse en los diferentes imaginarios de estrato como líderes y gobiernos protectores. Y a partir de tal movimiento apresurado de reconocimiento colectivo, recalentado por las urgencias que conlleva el temor al contagio, logran capturar la adhesión de las mayorías sociales. De este modo, aunque la protección socio-sanitaria del estado resulte acotada, este logra posicionarse como un actor protector. Creo que en este punto exacto se tiende a desdibujar la diferenciación subjetiva de la sociedad entre la protección restringida de los estados liberales y la protección ampliada de los estados sociales. Este fenómeno se está produciendo en el mundo a partir de una correspondencia directa entre la escala y la intensidad que adquiere el impulso de auto-conservación social, alimentado por la percepción de la magnitud de la amenaza que representa la pandemia para la vida propia, de la familia y de los demás, y las disposiciones estatales adoptadas en torno al Covid-19. A mayor escala e intensidad de dicho impulso, mayores son las fuerzas de legitimación y de deslegitimación que están recubriendo a los líderes y gobiernos. Ahora bien, contra todo exceso objetivista, lo que no se está observando es una correspondencia directa entre la cantidad de contagios y de muertes y el nivel de preocupación de la población. A modo de ejemplo, según las encuestas publicadas, la sociedad argentina está notablemente más preocupada que la sociedad italiana, siendo que el país suramericano reportaba al 4 de mayo ¡44 veces menos contagios y 118 veces menos muertes que el país sureuropeo!6 Por su parte, la sociedad nacional menos preocupada por el impacto del Covid-19 es Estados Unidos, siendo que es actualmente, por lejos, ¡la sociedad en el mundo con más contagios y más muertes!7 Veamos, entonces: si en Argentina se está configurando un liderazgo presidencial y un estado social de protección preventiva, en Italia un estado liberal de protección tardía y en Estados Unidos un estado liberal agresor, todo indica que el tipo de estado presente en cada formación social, en particular el modo de protección o de desprotección que instrumentan en sus territorios, resulta determinante de la evolución de los impulsos de auto-conservación social, así como del número de muertes que pesará sobre cada nación. Ahora bien, tampoco parece adecuado asumir una posición estado-céntrica, aun habiendo constatado un movimiento general de recentramiento del estado. El principal caso que actualmente invalida tal posición es Brasil. Según señalan los informes consultados, su población está aún más preocupada que la argentina por el impacto del coronavirus, siendo que cuenta con el principal estado liberal agresor de la periferia mundial. En la misma dirección, siendo que Brasil comparte con Estados Unidos una forma estatal liberal y agresora -la primera constituida a partir de una posición estructural periférica y la segunda a partir de una posición imperial-, la sociedad norteamericana se encuentra en las antípodas de Brasil en lo que respecta a su nivel de preocupación social por los efectos de la pandemia. Por lo tanto, las reacciones sociales ligadas a la expansión del Covid-19 en el gigante latinoamericano permiten observar que la política desplegada por los estados nacionales no determina el nivel de preocupación social en torno al Covid-19, y menos aún las dimensiones que adquieren en la actualidad los movimientos de auto-conservación y de despreocupación social. Como se verá a continuación, un aspecto clave del asunto tiene que ver con las nuevas lógicas de legitimación política que se están constituyendo.

El advenimiento de la legitimidad de excepción

La nueva legitimidad de excepción tiende a alterar las dinámicas de legitimación político-estatal del orden social neoliberal, que venían progresando de modo tendencial en la gran mayoría de las sociedades de occidente. Esta modalidad excepcional se está manifestando a partir de un movimiento acelerado de relegitimación popular de los estados protectores y de deslegitimación popular de los estados agresores en las respectivas sociedades nacionales. Junto a ello, como parte del mismo movimiento, el desenvolvimiento de los estados protectores está produciendo una interrupción por tiempo indeterminado del circuito de legitimación elitista, mientras que los estados agresores, por su parte, no están logrando sostener en los mismos términos el vínculo de representación de intereses y de expectativas de las élites. De este modo, la relación entre el campo elitista y los estados, tanto los protectores como los agresores, se está actualizando a partir de lo que denomino una legitimidad suspendida.

La deslegitimación popular del estado agresor está acelerando la expansión de una nueva inclinación anti-estatal y de rechazo agudo a determinados liderazgos políticos. Si las micro-acciones anti-estado de la población se venían ocupando de impugnar en las últimas décadas una amplia gama de políticas y formas estatales en todo el mundo, a partir de la actual coyuntura se están redireccionando en buena medida hacia un parámetro de valoración socio-sanitaria. La potencia del rechazo a los estados y a los presidentes agresores es de tal magnitud que se están generando en algunos países movimientos de desobediencia política y popular a gran escala. Aquí el caso de Brasil resulta paradigmático. La abierta desobediencia a las decisiones anti-sanitarias de Bolsonaro no solo alcanza a sectores del campo popular sino también a las gobernaciones estaduales y a las grandes organizaciones narcos. Los estados regionales asumieron por su cuenta la protección de sus territorios, con todas las limitaciones imaginadas, mientras que las organizaciones del narcotráfico se están ocupando de organizar el cuidado sanitario de la población de las grandes favelas, principalmente en Rio de Janeiro. Todo indica que los impulsos planetarios de auto-conservación social, que actualmente legitiman y deslegitiman a pasos acelerados a los gobiernos y líderes del mundo, se están magnificando desde los estratos medios y altos al conjunto de la sociedad, así como desde la proximidad física a los referentes más distantes. Salvo excepciones, pareciera que las exigencias de protección están recayendo en primera instancia sobre los gobiernos locales. Ello explicaría por qué los líderes políticos y los estados municipales protectores, en todo el mundo occidental, se están legitimando a un ritmo y un nivel superior que los estados nacionales protectores8.

La legitimidad de excepción, por un lado, altera momentáneamente una crisis estructural de legitimación política de masas, devenida en las últimas décadas en una legitimación líquida. Y, por el otro, tiende a suspender de modo circunstancial una dinámica de legitimación estatal de élites económicas, devenida desde mediados de la década de 1990 en un proceso de legitimación sólida. Tanto la crisis de legitimidad de abajo como el fortalecimiento de la legitimidad de arriba, vienen ocurriendo porque el estado se está convirtiendo cada vez más en un dispositivo de gobierno de y para las élites (las supra-élites e infra-élites, nacionales y extranjeras), antes que en un dispositivo para las masas9. Este marco de observación del devenir de los procesos de legitimación política en las sociedades nacionales difiere de las visiones que se vienen proyectando desde la sociología y las ciencias sociales en todo el espectro mundial. Lo que estas venían concibiendo como una tendencia a la crisis de representación y de legitimación de los régimenes políticos de occidente (Habermas, 1973; Garretón, 2001; Castells, 2017) no daría cuenta, en mis términos, del movimiento general de legitimación política sino tan sólo de un aspecto parcial de su expresión de masas. Junto con el avance tendencial de una crisis de legitimidad de abajo y de representación popular del estado, se viene consolidando -como movimiento dominante- un proceso de elitización estatal, que materialmente se sostiene a partir de un estrecho vínculo de representación de los intereses de las élites políticas y económicas, tanto nacionales como extranjeras. De este modo, se venía profundizando una crisis de representación y de legitimidad popular del estado, muy principalmente del estado liberal, a favor de un tipo de representación y de legitimidad en extremo minoritaria pero potente, sólidamente fijada a los intereses y a las expectativas de determinadas fracciones de los estratos altos y superiores de las sociedades nacionales y global. En líneas generales, para obtener legitimidad popular, los estados liberales vienen recurriendo a macro-operaciones ideológicas, de manipulación de masas, instrumentadas por los grandes grupos privados de medios de comunicación. Si las capacidades técnicas de manipulación social están cada vez más desarrolladas, sus posibilidades de realización masiva son cada vez más inciertas, en tanto deben operar sobre la base de la degradación creciente de los intereses económicos de las masas populares y de la persistencia de sus expectativas de ascenso social. Y el efecto limitado y cambiante de esta operación manipulatoria es precisamente lo que ha convertido a la legitimidad popular en una legitimidad líquida. Esta legitimidad se caracteriza por la aceleración del movimiento de legitimación-deslegitimación-relegitimación de masas. Aquel líder y gobierno que cuenta con apoyo popular, puede perderlo en pocos días a partir de algún acontecimiento menor producido o magnificado por los grandes medios. Es evidentemente que esta liquidez se produce en el marco de una tendencia general a la deslegitimación popular del sistema político liberal, que se viene acentuando en el mundo occidental desde la década de 1980. Dado que el estado liberal contemporáneo es un dispositivo de y para las élites, y que dichas élites concentran cada vez más poder económico, la legitimidad popular que logra capturar el estado depende cada vez más de agudizar la experiencia de alienación de las masas. Y la reproducción del proceso de alienación social en las actuales circunstancias depende cada vez más de la posibilidad de ampliar y de homogeneizar el bloque de poder político-mediático dominante.

De este modo, y en resumidas cuentas, la mundialización del movimiento de auto-conservación social que trajo consigo la expansión de la pandemia y la conformación de los estados protectores vino a interrumpir por tiempo indeterminado la erosión fluctuante de la dinámica de representación y de legitimación popular del estado, así como el proceso de solidificación de la legitimación elitista. La legitimidad de excepción recreada por los estados protectores combina una conexión novedosa con los impulsos de auto-conservación del conjunto de la sociedad, así como la suspensión momentánea de la representación plena de los intereses y de las expectativas económicas de los estratos altos y superiores de la sociedad. Respecto del campo popular, tal como indiqué, la legitimidad de excepción se expresa mayoritariamente como un proceso de relegitimación, que estrecha la relación de confianza respecto del estado y los líderes protectores. Y este movimiento de relegitimación popular del estado, por el momento coyuntural, no se puede explicar sin la alteración de las reglas de confrontación políticas-partidarias en cada país, así como sin el cambio circunstancial de la agenda de los grandes medios privados de comunicación. A lo largo del mundo occidental, el estado protector, en particular el estado protector preventivo, está logrando crear un bloque de poder ampliado, basado en un consenso pragmático para la protección estatal, que integra a una porción mayoritaria de las fuerzas políticas de oposición y a la casi totalidad de los medios masivos de comunicación. La elevada popularidad que están alcanzando los líderes y los estados protectores preventivos en occidente, sin dudas, está elevando el costo de realizar una política de oposición. Esto se puede observar con toda claridad en Argentina, Portugal y Grecia.

Para el caso de los estados protectores tardíos, la dimensión que está adquiriendo el bloque político de protección tiende a variar. Y tal fluctuación se relaciona con el modo en que el sistema de partidos de cada uno de estos países está procesando las oportunidades políticas abiertas a partir del descontento social generado por la lentitud de reacción de sus líderes y estados frente a la crisis socio-sanitaria, así como por la crisis económica que esta trae aparejada. Aquellos países bajo estados protectores tardíos que lograron conformar bloques de poder relativamente amplios, como Alemania, Francia o Chile, lo pudieron hacer porque las principales fuerzas opositoras no estuvieron dispuestas a sacar partido de una posición anti-proteccionista. En cambio, en los países en los que el bloque de poder de los estados de protección es reducido, como en España, se constata que las fuerzas de derecha (moderada y extrema) están completamente dispuestas a hacer un uso político de las muertes por contagio, así como de la crisis económica que inevitablemente profundiza la nueva función de protección estatal. En estos últimos países, la persistencia o la profundización de los antagonismos políticos está debilitando la gestión nacional de la crisis socio-sanitaria y con ello también se erosiona el capital simbólico del estado.

El juego estatal de protección y agresión en la sociedad mundial

Para poder entender cómo se están desempeñando los estados liberales y sociales en el marco de la crisis actual y cómo están funcionando en concreto los procesos de legitimación política, no hay que perder de vista que la crisis mundial del Covid-19 se despliega al interior de un sistema inter-estatal global, basado en la interacción unificada y asimétrica entre estados céntricos y periféricos10. A partir del advenimiento del sistema inter-estatal mundial en el siglo XV, se desata un proceso histórico de doble estructuración del estado, hacia-y-desde abajo y desde-y-hacia arriba. Cada estado, de cada país, se convierte desde entonces en un inter-estado que se estructura en esa doble dimensión (Torres, en prensa). De esta manera, las formas estatales que se actualizan en el sistema mundial a partir del fenómeno mundial del Covid-19 se montan sobre dicho proceso histórico. En resumidas cuentas, ello significa que se configuran de forma diferencial en los centros y en las periferias, atendiendo a la doble estructuración específica de cada estado. Y el modo en que cada estado resuelve su despliegue en las diferentes esferas societales (nacional, regional y global) genera efectos en los procesos de legitimación de ese mismo estado.

Hasta el momento, se puede observar que los estados céntricos liberales que adoptaron hacia adentro una forma protectora tardía y restringida, también lo están haciendo de modo tardío y restringido hacia su sociedad regional. El caso paradigmático de esta reacción regionalista es Alemania en relación con Europa. El estado bávaro se negó inicialmente a facilitar material médico a Italia, pero actualmente está cediendo a la presión ejercida desde el sur europeo, principalmente desde los estados español e italiano. De este modo, por el momento está aceptando con reticencia una socialización mínima de los costos económicos de la gestión de la crisis11. Por estos días, el reclamo del sur mediterráneo se expresa bajo las consignas “está en juego el futuro del proyecto europeo” y “todos estamos en el mismo barco”, mientras que la protección alemana se está ofreciendo públicamente a partir de un pedido de disculpas por la reacción tardía. Y tal reacomodo del comportamiento estatal alemán obedece a razones de cálculo económico, pero también se asocia en lo inmediato a la erosión de la legitimidad regional que experimentó en la primera fase de la crisis en Europa. De este modo, el mismo movimiento de auto-conservación que presiona a los estados liberales en sus respectivos territorios (esfera 1), lo hace también en la sociedad regional (esfera 2), con la mediación activa de los estados demandantes y de otros actores complementarios, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y algunas instituciones médicas de prestigio.

Por su parte, tal como indiqué, Estados Unidos es el único estado liberal del centro que viene adoptando medidas agresivas en su territorio nacional. Y a medida que fue progresando la crisis socio-sanitaria, el accionar de Donald Trump se orientó a la internacionalización de esa agresividad, convirtiéndose en un giga-agresor12. El principal acto de agresión global que llevó a cabo fue suspender, el 14 de abril, la contribución de Estados Unidos al presupuesto de la OMS. Se trata de un hecho sin precedentes y doblemente impactante, dado que el país norteamericano es el principal contribuyente de dicha organización13. Un acto menos conocido ha sido el bloqueo de un cargamento de productos médicos enviados a Cuba desde China, en el marco del embargo que mantiene sobre la isla (Infobae, 2020). La deslegitimación mundial que acarrea el posicionamiento de un estado como giga-agresor en la actualidad, dada la potencia que mantiene el movimiento de auto-conservación social en el mundo, es incuantificable. La inclinación hacia la giga-agresión es una demostración impactante de la pérdida de gravitación de Estados Unidos en el sistema mundial (Kissinger, 2020; Mann, 2005)14. Con esta decisión, ha propiciado la conformación de un arco masivo de reacciones críticas que incluyen el repudio de Alemania, China, Rusia y del propio Bill Gates, el empresario filántropo más influyente del mundo, cuya Fundación es la segunda contribuyente de la OMS. Si Estados Unidos se ha convertido en el único estado giga-agresor, el estado chino, que ya caractericé como un estado social protector (esfera 1), se ha convertido en el primer estado giga-protector de la historia de la humanidad. El único antecedente de una macro-protección estatal global de este alcance en la historia fue el llamado “Plan Marshall”, instrumentado por Estados Unidos hace 70 años (Hobsbawm, 1994). Si bien la macro-protección actual que ensaya China a título propio no es directamente económica, es la más extensa de la historia. Se expande por los cinco continentes, incluyendo a los Estados Unidos y a países de rango medio en Europa, como Italia y España. A lo largo y ancho del mundo, Beijing se está encargando de donar y vender suministros médicos para el combate del Covid-19, así como de ofrecer su experticia médica. En cuanto a América Latina, todos los países, con la excepción momentánea de Paraguay, han recibido ayuda china (Koop, Andreoni, Bermúdez Liévano y Cuéllar, 2020; Gil, 2020). Hasta el momento se trata del único país que ha prestado asistencia sanitaria a la región. Este movimiento de giga-protección ha sido mayoritariamente definido en occidente, en los propios países beneficiarios, como una operación de “diplomacia médica”, “diplomacia de la mascarilla” o “diplomacia del barbijo” (Ekman, 2020). Más allá de cuánto se pretenda miserabilizar la cooperación internacional china, lo cierto es que los efectos de su asistencia son positivos respecto de la evolución de los contagios y de las muertes en buena parte de los países asistidos. En cualquier caso, el impacto mundial de la actuación del gigante asiático en la presente coyuntura es producto de su posición geo-económica y de una trayectoria de acumulación sostenida de poder en el sistema mundial desde fines de la década de 197015. Lo que la presente coyuntura abre para China es una oportunidad para exhibir su poderío general, así como la lógica de relacionamiento político y empresarial que está dispuesta a desplegar en el mundo en un futuro inmediato. Es interesante observar que a la misión giga-protectora del estado chino se han sumado algunas de sus grandes empresas multinacionales de base tecnológica, como Alibabá y Huawei. Al igual que el estado, estas vienen realizando macro-donaciones de productos médicos. El modo en que el accionar estatal chino se está complementando con la filantropía empresarial privada en esta coyuntura da cuenta de la creciente importancia que adquiere para el gigante asiático el reconocimiento simbólico por parte de occidente como condición para consolidar y acelerar su proceso expansivo.

No hay que perder de vista que China, el único estado céntrico expansivo en la actual coyuntura, es un estado social que está optando por desplegar una lógica social de protección en sus sociedades nacional (esfera 1), regional (esfera 2) y global (esfera 3). Y al interferir en la esfera 3, lo está haciendo con una potencia novedosa, en algunos casos sorteando los bloqueos presentados por terceros estados nacionales agresores anti-chinos, para entablar una relación de asistencia sanitaria directa con gobiernos sub-nacionales protectores de ese mismo territorio. El ejemplo paradigmático de la potencia expansiva de China lo brinda nuevamente Brasil. Por estos tiempos, mientras Bolsonaro ataca abiertamente a China (su principal socio comercial y uno de los principales inversores extranjeros en el país16), replicando los argumentos de Trump, algunos gobernadores estaduales están sorteando la autoridad del presidente y gestionando la ayuda médica del gigante asiático (Chade, 2020). Producto de la expansión de la pandemia y de la proliferación de estados protectores en el mundo, se ha generado una dependencia mundial circunstancial del equipamiento sanitario chino. El país oriental concentra aproximadamente el 95 por ciento de las exportaciones de equipamiento médico asociado al Covid-19 y casi todos los países del mundo se disputan estos mismos productos (WTO, 2020). No se trata simplemente de la exhibición de una capacidad instalada superior, sino de una capacidad de industrialización acelerada on demand, que le está permitiendo a China alimentar un mercado -interno y externo- en expansión de productos médicos (Wang, 2020). Otro acto de macro-protección fue la decisión de Beijing de donar 30 millones de dólares complementarios a la OMS, una vez efectivizado el retiro de los aportes de Estados Unidos17. Para los volúmenes de dinero que mueve Beijing y para el presupuesto total de la OMS, no deja de ser un aporte simbólico, orientado a poner en evidencia la degradación humanitaria de Estados Unidos, en el marco de la lucha de macro-apropiación que libran ambas potencias por la hegemonía mundial. Pero, de cualquier manera, la maniobra China no deja de estar orientada hacia la protección mundial.

Como vimos, en la coyuntura actual, los demás países sociales protectores son naciones periféricas de rango mediano y pequeño, dotadas de sistemas sanitarios públicos con un potencial nulo o mínimo de internacionalización. Ya sea por la limitación estructural de dichos sistemas o por una inclinación disposicional, los estados sociales periféricos protectores por el momento están asumiendo una función de protección social exclusivamente hacia adentro. Incluso se trata de estados con nula incidencia en el mejoramiento de la situación socio-sanitaria de su sociedad regional (esfera 2). La gran excepción es Cuba. Hasta la fecha, un total de 18 países en los cinco continentes -incluyendo a Italia- han recibido brigadas de profesionales de la salud provenientes de la isla para colaborar en el combate del Covid-19. Hasta el momento, el país distribuyó 700 brigadistas, movilizados bajo la consigna “Cuba Salva” (Beldyk, 2020). Se trata de una demostración impactante de cómo un micro-estado social puede llegar a desplegar una maniobra de macro-protección global. Finalmente, si los estados sociales protectores de la periferia mundial no ofrecen asistencia sanitaria hacia “afuera”, menos aún lo hacen los estados liberales protectores de esta fracción supeditada del sistema mundial. Así como el bloque de países hanseáticos terminaron por aceptar un esquema de micro-asistencia hacia los países más comprometidos del sur de Europa (esfera 2), los estados liberales de protección tardía de la periferia están restringiendo su cobertura a una intervención a la vez débil y parcial en sus propios territorios nacionales (esfera 1). De este modo, lo que en este trabajo denomino “nuevos estados protectores”, son mayoritariamente estados orientados a la incidencia nacional (esfera 1) y sujetos a un esquema de competencia y no de cooperación entre naciones.

En cuanto al centro del mundo, compuesto por un grupo reducido de supra-naciones dotadas de estados expansivos, el comportamiento heterogéneo de los mecanismos estatales de protección socio-sanitaria queda relativamente eclipsado por la homogeneidad de la actuación de China. En gran medida, el “nuevo estado protector”, en singular, lleva el nombre propio del gigante asiático, constituido a partir de esta coyuntura dramática en el primer estado giga-protector desde el inicio del giro neoliberal del sistema mundo en 1973, propiciado a partir de la caída del gobierno de Salvador Allende.

El juego de apropiación y la legitimidad mundial

Llegado a este punto, es posible avanzar en la pregunta respecto a cómo se están comportando las funciones estatales de protección y de agresión sanitaria en la sociedad mundial, en relación a las dinámicas de legitimación política. Tal como vengo señalando, al hablar de sociedad mundial me refiero a un entramado que integra y diferencia sociedades nacionales (esfera 1), regionales (esfera 2) y global (esfera 3). En la actualidad, cada punto de localización social en el mundo es una condensación directa e indirecta de estas tres esferas. Lo primero que hay que señalar, entonces, es que el proceso de doble estructuración del estado en el sistema inter-estatal va conformando un proceso de legitimación política mundial, no simplemente nacional. Este proceso de legitimación opera a partir de la interacción entre un campo popular ampliado y un campo elitista ampliado. Aquí se entiende por campo popular ampliado el marco dinámico de agregación de pueblos o masas nacionales, regionales y globales. Igualmente, se concibe al campo elitista ampliado como el marco dinámico de superposición y agregación de élites nacionales, regionales y globales. La legitimidad estatal de excepción, tal como ha sido concebida hasta aquí, contempla un proceso de constitución política en las diferentes sociedades nacionales, sin considerar su desenvolvimiento en el sistema inter-estado. Esta circunscripción nacional desatiende la relación real y potencial de los estados con el campo popular ampliado y con el campo elitista ampliado. Si el campo popular nacional es la fuente central y directa de legitimidad de abajo del estado, los campos populares regionales y global son fuentes de legitimidad popular a la vez secundarias e indirectas. Con el campo elitista sucede algo diferente. Y ello por el hecho de que en muchas ocasiones las élites nacionales son igualmente regionales o globales, sin mediar un proceso de agregación de actores. Lo que habilita la noción de campo elitista ampliado es la posibilidad de incluir en el marco en cuestión un entramado elitista no directamente conectado en la misma red con las élites nacionales. Esto es, las esferas elitistas regionales y global se pueden hacer presentes o no de forma directa en el campo elitista nacional. Se pueden distinguir, entonces, tres fuentes de legitimación elitista, cada una de ellas pertenecientes a una esfera de élite diferente.

Cada estado, en el sistema estatal mundial, se alimentaría entonces, potencialmente, de tres fuentes de legitimación popular y tres fuentes de legitimación elitista. Es a partir de la interacción entre los estados protectores y sus campos populares nacionales, así como de los cambios propiciados respecto de la fuente principal de legitimación estatal, que se están relegitimando los estados protectores y con ello interrumpiendo en cierta medida los procesos de legitimidad líquida. En el medio de la crisis mundial actual, la mayoría de los estados protectores están desprovistos de fuerzas de propulsión hacia “afuera”. Solamente cuentan para sostenerse por abajo con la legitimidad popular directa. Se trata de estados que protegen hacia “adentro” e igualmente se relegitiman y deslegitiman hacia “adentro”, en la esfera popular inmediata. Por lo tanto, se constata una elevada autonomía nacional en la conformación de los procesos de relegitimación popular de la gran mayoría de los estados protectores en el mundo (tanto los sociales como los liberales), así como de deslegitimación popular acelerada para el caso de los estados agresores. En América Latina, la limitación del accionar estatal (protector/agresor) y de la mecánica de legitimación popular en la esfera nacional se explica en buena medida por la nítida descomposición a partir de 2015 de la segunda ola de integración regional desde abajo de la historia regional18. De este modo, la crisis mundial del Covid-19 impacta sobre una dinámica ya estabilizada de retracción de los procesos de integración ascendente, profundizando el movimiento atomizante de los estados regionales, así como la erosión de los dispositivos de integración desde abajo. Esta dinámica de repliegue nacional de los estados, tanto en la región como en el mundo, se monta a su vez -como señalé- sobre un proceso tendencial de crisis y de fluidificación de la legitimación política popular. Esta última determina la fragilidad y la naturaleza circunstancial que adquieren los movimientos de relegitimación popular de los estados protectores en la actual coyuntura. En cuanto a las fuentes de legitimación elitista, el lado oscuro y compacto de la legitimidad del estado liberal contemporáneo, la suspensión de su forma solidificada, involucra al campo económico elitista como un todo (esferas 1, 2 y 3). Y es este involucramiento general de los estados de cada nación con determinadas fracciones de las élites económicas del mundo, y la creciente macro-presión que estas ejercen para recobrar una agenda plena de economía de mercado, la que pone principalmente en aprietos la posibilidad de priorizar una agenda de protección socio-sanitaria que, salvo excepciones, sólo se puede sostener políticamente en la primera esfera social.

Los estados protectores y agresores que se han proyectado hacia “afuera”, y que por lo tanto activan fuentes de legitimación estatal-popular de otro alcance, constituyen la excepción numérica en el sistema mundial. Estos estados expansivos se corresponden con los cuatro países más gravitantes del mundo hoy: Estados Unidos, China, Alemania y Rusia. Aquí me ocuparé de analizar la situación de los dos primeros, por ser en la actualidad las principales potencias mundiales. En el caso de Estados Unidos, la deslegitimación popular “interna”, producto de su accionar agresor hacia adentro, empezó siendo menor que la deslegitimación popular “externa”. Pero lo cierto es que la primera se está acelerando a gran velocidad. Según el promedio resultante de las múltiples mediciones de los primeros días de junio, el 53.7 por ciento de los norteamericanos desaprueba la gestión del presidente. La cifra se eleva casi un punto más, al 54.6 por ciento, al momento de evaluar su desempeño en la gestión de la crisis del Covid-19. Se trata del pico más alto de rechazo de Trump desde diciembre de 2019 (Real Clear, 2020). Hacia afuera, en el contexto internacional actual, Estados Unidos se viene desempeñando como un macro-agresor retraído y no expansivo. Resulta sorprendente para muchos el modo en que la administración Trump viene retirándose de los tratados multilaterales, así como de posiciones diplomáticas claves en varias instituciones de gobierno internacional19. De este modo, la actual retracción agresiva del gobierno de Estados Unidos en el concierto global es un acontecimiento más de una larga cadena de eventos rupturistas que apuntan en una misma dirección. Magnificado por el accionar de los tres últimos años, la legitimidad mundial de Estados Unidos se viene debilitando en dos puntos centrales, aunque indirectos: (1) en la identificación de la sociedad mundial con dicho país (Cockburn, 2020); y (2) en la pérdida de imagen como súper-potencia, asociada centralmente con la creciente ausencia del imperio en el escenario global. A modo de ejemplo, aún antes de la ola de protestas desencadenadas por el asesinato de George Floyd en Minneapolis, el 44 por ciento de la población nacional consideraba que la crisis del Covid-19 estaba erosionando el poder de Estados Unidos a nivel global (D´Alessio-IROL-Berenszetein, en Berra, 2020). La crisis de legitimidad del gobierno de Trump en la sociedad regional y global (esferas 2 y 3) parece ser el resultado de la aplicación del “America First”, que se edifica sobre acuerdos bilaterales (esfera 2 y 3) y sobre una inflamada retórica anti-china (esfera 3). En cambio, el deterioro de su legitimidad interna obedece en primera instancia a la forma crecientemente elitista que adopta el proyecto de clausura selectiva que pretende imponer Trump, así como a la persistente acentuación de las desigualdades sociales nacionales20.

Uno de los interrogantes que aquí cobra fuerza es hasta qué punto el chauvinismo liberal de Trump se está convirtiendo en una condición necesaria para mantener el apoyo del núcleo duro de su base electoral. O dicho en otros términos, si la pérdida de legitimidad mundial de Estados Unidos en la actual circunstancia es una condición necesaria del sostenimiento de una legitimidad nacional aún considerable.

Si Estados Unidos y el centro de Europa no consiguen materializar una idea de unidad en sus respectivos espacios regionales, China avanza en la concreción de una visión de unidad mundial (“Unity Makes Strength”), sustentada en formas materiales integradoras, como es la provisión de materiales sanitarios. Ahora bien, el avance de la giga-protección china, aun siendo demandada masivamente por los estados del mundo, no necesariamente está incrementando la legitimidad extra-nacional del país asiático, menos aún en una proporción acorde a su inversión económica. El principal foco popular y elitista anti-chino en la actualidad se sitúa precisamente en Estados Unidos (esfera 3), siendo que es uno de los países que aceptó asistencia médica china para combatir el Covid-19. Actualmente, el desprecio de la sociedad norteamericana hacia China se sitúa en el punto más alto desde la década de 1970 (Brown, 2020). Según encuestas del mes de marzo, el 71 por ciento de los norteamericanos desconfía de Xi Jinping, mientras que el 66 por ciento tiene una visión desfavorable de China y el 62 por ciento considera que el poder y la influencia del país asiático es la mayor amenaza que actualmente enfrenta Estados Unidos (Devling, Silver y Huang, 2020)21. Tal volumen de reprobación viene acompañado de ataques racistas directos e indirectos a la población asiática allí radicada (HRW, 2020). La sociedad alemana, que no ha recibido ayuda médica china, también se erige como un foco central de deslegitimación general del gigante asiático (esfera 3). El 77 por ciento considera que China es culpable de la crisis mundial del Covid-19 (Posaner, 2020). A este frente popular y elitista de deslegitimación global, se suma la India en un plano regional (esfera 2). Al igual que sucede con Estados Unidos, pese a haber recibido un volumen apreciable de asistencia médica china, la sociedad india rechaza en su mayoría la gestión china de la crisis socio-sanitaria. Según datos del mes de abril, el 67 por ciento de la población india consideraba que su vecino era responsable de los efectos mundiales del Covid-19 (Sharma, 2020). El rechazo indio a China se asienta sobre una rivalidad territorial histórica, que gira principalmente en torno a la disputa por la propiedad de Cachemira y de Aksai Chin, un territorio en Ladakh que controla Pekín y reclama Delhi (Polo, 2020). En cambio, en la sociedad global, China y la India tienden mayoritariamente a cooperar y a establecer alianzas duraderas22.

Actualmente, los núcleos principales de legitimidad popular y elitista de China en la sociedad global (esfera 3) son América Latina y el Caribe, el continente Africano y, de modo incipiente y en mucho medida, el sur de Europa. En el caso de nuestra región, tal apreciación se explica por la acentuación del rechazo histórico a la injerencia regional de Estados Unidos antes que por la asistencia sanitaria china y la creciente influencia macro-económica del gigante asiático en el continente. En el mes de abril, el promedio de imagen positiva de Trump en la región era del 24 por ciento, seis puntos por debajo de la media global. En México y Argentina, dos de las tres principales economías de América Latina, la aprobación de Trump llegaba apenas al 16 por ciento y al 13 por ciento, respectivamente, mientras que en México la imagen positiva de China alcanzaba el 30 por ciento y en Argentina el 21 por ciento. Por su parte, la tasa de desaprobación promedio de Estados Unidos en el continente se ubicó en torno al 58 por ciento, muy por encima del 38 por ciento de Rusia, del 35 por ciento de China y del 29 por ciento de Alemania (Gallup, en Bermúdez, 2020). En palabras de Evans Ellis, investigador del US Army War College, “se está experimentando una reactivación del resentimiento histórico y de la desconfianza hacia Estados Unidos" (Bermúdez, 2020). En tal dirección, y enmarcado en el proceso de expansión del Covid-19, las encuestas muestran que el doble de los argentinos prefiere la ayuda médica de China (14 por ciento) que la de Estados Unidos (7 por ciento), pese a que la mayoría opta en primera instancia por recibir asistencia de la OMS (35 por ciento) (Poliarquía-Wilson Center, en Berra, 2020). De este modo, la hipótesis del crecimiento de una hostilidad anti-china a gran escala en la región, tal como sostienen por estos días algunos centros de opinión, no se sostiene en datos fiables.

Respecto de África, la hegemonía china se viene consolidando desde hace décadas a partir de una agenda de cooperación macro-social y de mega-inversiones económicas en diferentes áreas de actividad. Hasta el momento, la región africana ha recibido una ayuda sanitaria moderada por parte de China, dado sus bajos niveles de contagio. En el marco de dicha relación, el evento central asociado a la crisis del Covid-19 fue un problema diplomático menor con algunos países del continente, producto del crecimiento de la discriminación hacia la comunidad africana radicada en China, con epicentro en la ciudad de Guangzhou (Burke, 2020). Este incidente, junto con la propaganda global anti-china, a su vez, desató una meso-reacción de hostilidad hacia la población asiática, así como hacia los extranjeros en general, sobre todo en Kenia, Etiopía y Sudáfrica (Marks, 2020). De todos modos, para el caso africano tampoco se puede observar una correspondencia positiva entre la influencia económica de China y su influencia cultural, ni entre el crecimiento de la asistencia sanitaria y un incremento en la legitimidad general del gigante asiático en el continente africano.

Finalmente, está el sur de Europa; más en concreto, Italia y España. Se trata de países que han solicitado y recibido apoyo chino en una proporción considerable. Cuando se magnificó la crisis italiana, fue China -seguida de Rusia- y no la Unión Europea quien brindó la principal ayuda internacional. Una encuesta del 20 de marzo mostró que el 52 por ciento de la sociedad italiana consideraba a China como una nación amiga23, mientras que solo el 17 por ciento consideraba que Estados Unidos lo fuera; por su parte, la lista de países enemigos la encabezaban Alemania (45 por ciento), Francia (38 por ciento), Reino Unido (17 por ciento) y Estados Unidos (16 por ciento) (CGTN, 2020). Otra encuesta del 7 de abril evidenció que, por primera vez, los italianos preferían a China antes que a Estados Unidos como un posible socio internacional (Bechis, 2020). Estas expresiones de apoyo general a la asistencia china en Italia se combinan con micro-manifestaciones de agresión y de discriminación hacia personas de ascendencia asiática (HRW, 2020). En España, la apreciación actual de China parece ser algo menor que en Italia, pero mayor que hace algunos meses en relación a sí misma. El líder peor valorado pasó a ser Donald Trump (2.1 puntos sobre 10), mientras que Xi Jinping abandonó el primer lugar para situarse en 3.5 puntos (RIEC, 2020). Junto a ello, China escaló posiciones y se convirtió para las preferencias españolas en el segundo aliado extra-europeo, luego de Estados Unidos y antes que América Latina (RIEC, 2020). En cualquier caso, alrededor de un 70 por ciento consideró tanto a China como a Estados Unidos como una amenaza económica, en el marco del recrudecimiento de la competencia y del proteccionismo comercial global (RIEC, 2020).

Al igual que sucede en relación con los procesos de legitimación nacional, los medios de comunicación están muy involucrados en los acuerdos y en las batallas geopolíticas globales. La intensificación de la retórica racista de los grandes grupos mediáticos occidentales contra chinos, asiáticos y otras minorías étnicas, principalmente desde un supremacismo blanco, ultranacionalista y xenófobo (HRW, 2020; Wallner y White, 2020), está reforzando estos rasgos de segregación que se vienen expandiendo en las sociedades liberales nórdicas, al menos desde la última década. Este proceso contemporáneo de segregación racial se viene alimentando de la erosión de los mercados del trabajo y del crecimiento de los flujos migratorios y, más en general, de la pérdida de gravitación de las potencias occidentales en el sistema mundial. La giga-protección china en la esfera global, que contrasta con la macro-agresión norteamericana y con las limitaciones exhibidas por el centro de Europa para brindar asistencia a su sociedad regional, es un síntoma estridente del creciente debilitamiento de los países centrales mencionados. Y la aceleración de dicha pérdida de posición en el juego de apropiación global, en el marco de la crisis del Covid-19, está activando y generalizando, principalmente en los estados liberales, la idea del inicio de una guerra racial mundial. Esta tendría como objetivo central a China y debería librarse en todas las esferas sociales, y en particular al interior de cada territorio nacional (Wallner y White, 2020). De este modo, en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y Francia, la expansividad protectora china en la esfera 3, en consonancia con su creciente expansión económica sobre tales países, excita en mayor medida las respectivas políticas nacionales de segregación racial. Estos renovados impulsos anti-chinos se vehiculizan en el campo académico a partir de un sinnúmero de teorías conspirativas, que tienden a señalar a China como fabricante del virus (Wallner y White, 2020). El conjunto de estas expresiones anti-chinas, profundamente reactivas y basadas en un temor creciente al avance del polo oriental, está logrando bloquear por el momento el aumento de legitimidad de China en el circuito nórdico de la sociedad mundial. En algunos casos, incluso, está consiguiendo debilitar tal flujo de confianza y de aprobación social.

Si Donald Trump está obteniendo réditos políticos internos a partir de su política y su retórica anti-china, y parcialmente a partir de su política de mega-agresión sanitaria en la sociedad global (esfera 3), el gobierno de Xi Jinping está consiguiendo lo propio a partir de la progresión de una política de macro-protección sanitaria tanto “interna” como “externas” (esferas 1, 2 y 3). Ahora bien, a diferencia de lo que está ocurriendo con los regímenes liberales de occidente, la coyuntura política China no se ajusta a la hipótesis de la legitimidad de excepción que vengo sosteniendo para las sociedades occidentales. La diferencia más sustantiva que se puede apreciar respecto de las sociedades occidentales céntricas, crecientemente liberales, reside precisamente en la conexión entre el estado chino y el campo popular. A diferencia de la realidad social de los países comentados, en China no se observa una tendencia al aumento de la crisis de legitimación popular del estado y del campo político en general. Y ello no ocurre, principalmente, porque no se constata una erosión del proceso general de representación de intereses y de expectativas de las mayorías sociales por parte del estado en sus diferentes niveles. Sobre esta base político-social relativamente estable, la función de protección socio-sanitaria desplegada por el estado chino para combatir la expansión del Covid-19 está logrando incrementar la legitimidad -principalmente popular- del accionar estatal. Según estudios del mes de mayo, alrededor del 75 por ciento de los ciudadanos chinos señalaron estar satisfechos con la difusión de información del gobierno, mientras que el 67 por ciento estaba muy conforme con la provisión económica y de materiales de protección ofrecidos por el estado durante la pandemia. Estos índices promedio de aprobación se incrementan en las provincias con menos casos confirmados y menos muertes, como Xinjiang, Hunan, Qinghai, Tibet y Liaoning, y bajan en las regiones más afectadas (Wu, 2020). Los niveles de aprobación mencionados se refuerzan a partir de una altísima adhesión a la nueva función de protección global asumida por el gobierno chino.

En cualquier caso, no se pueden comprender los procesos de creciente legitimación popular de los estados protectores, y en particular del chino, del modo en que se recrean al “interior” de cada país, sin conectarlos en términos causales con la percepción del accionar del bloque de estados agresores en las esferas 2 y 3, y con los procesos de deslegitimación -principalmente popular- que están experimentando los estados agresores en la sociedad global. Al momento de analizar los efectos sociales de ambos modelos políticos, el norteamericano y el chino, no hay que caer en el error de impugnar este último por no actualizar su legitimidad política nacional a partir de un sistema de elección directa y periódica de candidatos. Mucho se habla en las ciencias sociales occidentales del ejercicio autoritario del poder político en China como principio rector de gobierno y como garante del orden social24. Desde tal crítica liberal, se niega la existencia de un proceso activo de legitimación política en este país y se asume que el éxito político interno de la gestión estatal en torno al Covid-19 es exclusivamente el producto de la efectividad y la agresividad de la maquinaria propagandística del gobierno asiático (Lee Myers y Buckley, 2020; Demick, 2020).

En el caso de Trump, la agresividad en las tres esferas sociales deteriora su legitimidad política en cada una de ellas, si bien el ataque a la salud pública en las esferas regional y global, desplegada a partir de una retórica anti-china, ha logrado reforzar parcialmente la legitimidad política en la primera esfera. Una dinámica similar se está produciendo en los países liberales del centro de Europa (Dörre, 2020; Lessenich, 2020; Ipsos, 2020). Con ello queda demostrada la compleja interdependencia existente entre los procesos de legitimación política nacional, regional y global. En el caso del gobierno de Xi Jinping, el despliegue de una política de giga-protección le ha permitido un reforzamiento general de la legitimidad en el plano nacional (esfera 1), pero tan solo parcialmente en los planos regional y global. Cabe la posibilidad de que la ayuda sanitaria china a los países centrales, de altos ingresos, incluso haya resultado contraproducente al propósito de incrementar la legitimidad en el campo popular y elitista de dichos países, y, en términos más generales, en el conjunto de la sociedad global. En cuanto a América Latina, tal como comenté, se ha convertido en la presente coyuntura en la principal fuente de legitimación política de China en la esfera global. Y ello tampoco se puede entender sin el tipo de relación macro-económica que nuestro continente está forjando con el gigante asiático.

Conclusión: el futuro del estado y la legitimidad política en la sociedad mundial

El gran interrogante que abre este punto de observación es cómo progresarán los actuales estados protectores y los movimientos de legitimación política en relación con el proceso de cambio social precipitado por la crisis del Covid-19. Lo primero que hay que indicar es que el estado protector, tal como ha sido definido en este trabajo, desaparecerá por tiempo indefinido una vez que se haya superado la situación social de pandemia, o bien cuando la agenda sanitaria de dichos estados se supedite por completo a la agenda macro-económica. Una vez desactivados los estados protectores, lo que restará por conocer es qué tipos de protección asumirán las nuevas formaciones estatales hacia el futuro y cómo se comportará aquella legitimidad de excepción producida a partir de la emergencia de los dispositivos protectores en el mundo occidental.

En segundo lugar, todo indicaría que la experiencia mundial del Covid-19 tiende a acentuar las bases contemporáneas de la matriz ya instituida de legitimación política en el mundo occidental. Es posible constatar el reforzamiento de tres componentes centrales de la base procesual de dicha matriz. Me refiero a la acentuación del proceso de estratificación cultural en las sociedades nacionales del centro y de la periferia; a la mundialización creciente de los procesos de legitimación política; y, finalmente, al avance de la fragmentación global de dichos procesos a partir de la proliferación de los nacionalismos restrictivos en los países centrales. Los dos primeros se desenvolverán en un continuum que va desde el presente al futuro remoto, mientras que el tercer proceso se precipita desde el presente a un futuro mediato, con una perspectiva incierta a largo plazo.

En tercer lugar, en el orden social mundial pos-pandemia, es muy probable que se desactive la legitimidad de excepción co-producida por los estados protectores en sus dos campos sociales de realización. Por un lado, se levantaría la suspensión de la legitimidad elitista del estado, retornando de ese modo a la primacía de una legitimidad sólida de élite. Luego, por otro lado, es probable que se descomponga el movimiento de acumulación coyuntural de legitimidad popular de los estados protectores, y con ello que las sociedades retornen a un tipo de legitimidad popular líquida recreada sobre la base de un proceso de crisis estructural -de larga duración- de la legitimación popular de los regímenes occidentales. Un acontecimiento que seguramente sucederá en un futuro inmediato, asociado a ambos aspectos, es el fin del bloque nacional ampliado de los estados protectores preventivos, en los términos analizados en el trabajo.

En cuarto y último lugar, la crisis mundial del Covid-19 está acentuando en el mundo occidental la expansión de dos procesos socio-económicos de carácter estructural, que sin dudas añadirán incertidumbre a la evolución de los estados y de la legitimidad política. Me refiero a la crisis macro-económica en curso a nivel mundial, en particular a la recesión económica y los procesos de macro-endeudamiento estatal (Cepal, 2020a y 2020b; UNCTAD, 2020; FMI, 2020), y luego a la expansión de la clase dependiente de la asistencia estatal (Torres, en prensa). El primero de los fenómenos continuará dicha senda evolutiva al menos en un mediano plazo, mientras que el segundo aparenta ser más duradero, proyectándose en la misma dirección hasta un futuro remoto. De este modo, la progresión futura del conjunto de los procesos mencionados pareciera orientarse por dinámicas macro-reproductivas, de continuidad histórica, y no por los nuevos impulsos de cambio estructural. Igualmente, en el mismo sentido, es probable que se impongan hacia adelante, al menos en un mediano plazo, las fuerzas restauradoras sobre aquellas transformaciones producidas en este tiempo coyuntural. En cualquier caso, el nuevo orden social mundial pos-pandemia se conformará a partir de la dirección general asumida por estos grandes movimientos socio-políticos, centrados en el estado y su dinámica de legitimación.

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1El presente trabajo ha recibido lecturas y comentarios de Manuel Antonio Garretón, Guilherme Leithe Gonçalves, Sergio Costa, Viviane Brachet Márquez y Jacinta Gorriti, a quienes agradezco sinceramente. Las ideas presentadas son de mi exclusiva responsabilidad.

2Respecto de la noción de “movimiento de auto-conservación social” y su centralidad en la precipitación de los cambios sociales en curso, Torres (2020a).

3A partir de balances efectuados a principios de junio, algunos expertos sostienen que Argentina se sitúa entre los 10 países del mundo que mejor se vienen desempeñando en la gestión estatal de la crisis del Covid-19, siendo el único país latinoamericano de la lista (Bremmer, 2020).

4Para un estudio de la formación del estado en América Latina como estado periférico o como infra-estructura estatal mundial, Torres (2020b), Torres y Borrastero (2020).

5Sobre la progresión de la crisis tridimensional, ver próximos estudios.

6Información tomada el día 4 de mayo a las 13 horas: en Argentina, se registraban 4.783 individuos infectados y 246 muertes, mientras que en Italia se contabilizaban 211.938 contagios y 29.079 muertes (JHU, 2020).

7El día 5 de mayo a las 11.20 horas, Estados Unidos contabilizaba 1.180.634 individuos contagiados y 68.934 muertes (JHU, 2020).

8En cuanto a las críticas efectuadas desde la izquierda al estado protector, Mezzadra (2020), Agamben (2020) y Butler (2020).

9Sobre los conceptos de “campo de élite” y “campo de masas” (o campo popular), Torres (en prensa).

10Desde una perspectiva mundialista, atenta a la realidad socio-histórica latinoamericana, ver principalmente Cardoso y Faletto (1973), Prebisch (1981), Mariátegui (2007), Furtado (1969), Ramos (1968), O’Gorman (1995), Halperin Dongui (1967), Skidmore y Smith (1984) y Bulmer Thomas (1994).

11Sobre las características y limitaciones de dicho rescate, Negri (2020), Dörre (2020) y Lafraya (2020).

12Para una distinción entre micro y macro-acciones, y luego, en relación a la segunda, entre mega-acciones y giga-acciones, Torres (en prensa).

13Estados Unidos aporta en la actualidad entre 400 y 500 millones de dólares al año, lo que representa aproximadamente el 15 por ciento del presupuesto total de la OMS (WHO, 2020).

14En cualquier caso, la mayoría de las opiniones producidas desde las usinas intelectuales de la élite norteamericana prefiere suponer que la presente coyuntura mundial no es más que un paso en falso y una retracción momentánea en la influencia sobre América Latina (Farnsworth, 2020).

15Para una exposición general y actualizada de la trayectoria de China en el sistema mundo moderno y su relación con América Latina, Rosales (2020), Dussel Peters (2020) y Martínez Cortés (2020).

16Para un análisis del comercio bilateral entre las dos naciones hasta el año pasado, Carrielo (2019).

17Este incremento en sus donaciones casi duplica el aporte que el país asiático venía haciendo por año, que giraba en torno a los 40 millones de dólares. En cualquier caso, la participación china actual de 70 millones de dólares representa menos del 15 por ciento del aporte que venía realizando Estados Unidos.

18Dicha ola se precipita en 2003, a partir de los triunfos de Néstor Kirchner en Argentina y de Lula en Brasil —cinco años después del triunfo de Chávez en Venezuela—, y luego se desactiva a partir de la llegada de Mauricio Macri a los resortes del comando estatal en diciembre de 2015 (Torres, 2020b).

19Para un racconto detallado de este proceso de retracción, Perramón (2020).

20Sobre el estado de las desigualdades económicas y sociales en Estados Unidos, ver principalmente los trabajos de Piketty (2019) y de Stiglitz (2015).

21Si bien el rechazo a China de los votantes republicanos en Estados Unidos es mayor que el de los votantes demócratas, ambos superan el 60 por ciento (72 por ciento de los republicanos; 62 por ciento de los demócratas) (Devling, Silver y Huang, 2020).

22A modo de ejemplo, China sigue apoyando la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU para permitir la incorporación de la India como miembro permanente (Polo, 2020).

23Este porcentaje sube un 42 por ciento respecto de 2019 (CGTN, 2020).

24Para una reconstrucción de tales posiciones, Francescon (2012). Para una visión occidental no liberal y heterodoxa sobre el sistema político chino, Bell (2016).

Recibido: 30 de Junio de 2020; Revisado: 06 de Julio de 2020; Aprobado: 15 de Julio de 2020

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