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Astrolabio. Nueva Época

On-line version ISSN 1668-7515

Astrolabio  no.26 Cordoba Jan. 2021  Epub 01, 2021

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.55441/1668.7515.n26.24335 

Artículos

La violencia hacia la vida. Una mirada etnográfica en torno a la gubernamentabilidad de la pobreza

Violence towards life. Ethnographic investigation at the governability of poverty

Luciano Martín Mantiñán1 

Mercedes Libertad Machado2 

1https://orcid.org/0000-0001-5501-5099 Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas, Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín lmmantinan@yahoo.com.ar

2https://orcid.org/0000-0002-5446-4180 Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas, Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín mercedeslmachado@gmail.com

Resumen

El artículo expone resultados de investigación etnográfica acerca de algunas de las particularidades que presentan las políticas sobre la vida en contextos de pobreza urbana. Se trata de un trabajo de investigación desarrollado entre 2013 y 2016 en la localidad de José León Suárez, Región Metropolitana de Buenos Aires. Una de las dimensiones particularmente relevantes que plantea la gubernamentabilidad de la pobreza es la de la violencia. Aquí se focaliza en el análisis de situaciones y acontecimientos que expresan una modulación de la vida que proponemos denominar como violencia hacia la vida, denotando así el poder relacional y político de la violencia. Presentamos y reflexionamos en torno a las tensiones que adquieren estas situaciones, entendiendo que constituyen parte de la trama del gobierno tal como se ensambla cotidianamente en estos barrios de la urbe metropolitana. La investigación etnográfica es clave para profundizar en el estudio y la comprensión de los modos microfísicos que asumen las políticas sobre la vida en las metrópolis contemporáneas.

Palabras clave: Violencia; Pobreza; Gubernamentabilidad; Degradación ambiental; Poder

Abstract

The article presents the results of ethnographic research on some of the particularities presented by life policies in contexts of urban poverty. This is a research project developed between 2013 and 2016 in the metropolitan region of Buenos Aires, in the town of José León Suárez. One of the particularly relevant dimensions of poverty governability is violence. It focuses on the analysis of situations and events that express a modulation of life, which we propose to call violence towards life, thus denoting the relational and political power of violence. We present and reflect on the tensions that these situations acquire, understanding that they are part of the web of the government as it is assembled daily in these neighborhoods of the metropolitan city. Ethnographic research is the key to deepening the study and understanding of the microphysical modes assumed by life policies in contemporary metropolises.

Keywords: Violence; Poverty; Gobernmentalities; Environmental degradation; Power

Contexto e introducción a la violencia hacia la vida

Los barrios populares que comúnmente suelen ser llamados “villa miseria” remontan su creación a las primeras décadas del siglo XX, al compás de los procesos de industrialización y migraciones hacia la urbe. Como señala Ratier (1985), los espacios urbanos conocidos como “villas” han crecido al calor del quiebre en los términos del intercambio -exportación de materias primas, importación de manufacturas- que tanto había favorecido el desarrollo del país en épocas anteriores. Por otra parte, el mismo quiebre en el intercambio internacional tendrá como consecuencia la primera expansión de la industria nacional, que buscará sustituir las importaciones que se habían vuelto en algunos casos inaccesibles (Torre y Pastoriza, 2002).

Así, las ciudades más grandes del país crecen transformándose, al compás de la industrialización, en el foco de las esperanzas de los grupos de personas expulsadas del campo, de forma cada vez más creciente (Romero, 1986). La villa nace así como una extensión en la ciudad, cercana a las posiblemente únicas fuentes de trabajo para una población empobrecida y desplazada. La situación se va a ver drásticamente agravada a partir de los 70, cuando las villas comienzan a crecer a un ritmo constante, y espacios que constituían bañados y terrenos escasamente poblados se transformaron en densa y aceleradamente poblados (Merklen, 2005; Curutchet, Grinberg y Gutiérrez, 2012). Sin embargo, si en la primera mitad del siglo XX estos espacios de la urbe constituían lugares de “llegada” y hasta “de paso” en la vida de muchos habitantes, hacia fines de dicho siglo y comienzos de la presente centuria, por el mismo devenir político económico, se configura una solidificación de estos barrios populares como una expresión de la misma urbanidad contemporánea (Davis, 2007).

El Partido de General San Martín, municipio del área metropolitana en el que tiene lugar este estudio, es un claro ejemplo de estas trasformaciones territoriales y sociales. Fundado en 1856 como una localidad agrícola ganadera, se convierte en ciudad con el crecimiento de Buenos Aires y el avance del modelo industrial en el país. Estas industrias, en las últimas décadas del siglo XX, sufrieron los procesos de deterioro y abandono mencionados anteriormente. Este proceso de desindustrialización condujo de un modo inevitable al desempleo y la pauperización de grandes estratos de la población. A los antiguos barrios obreros, desde fines del siglo XX en proceso de precarización paulatina, se sumaron los asentamientos y villas, que crecieron, en tamaño y cantidad de habitantes, de modo exorbitante y constante. Esta investigación se realizó en algunos de los barrios ubicados sobre la cuenca hidrográfica del río Reconquista, cuyo surgimiento y crecimiento se encuentra estrechamente ligado a estos procesos históricos y sociales (Grinberg, 2013; Gorbán, 2006; Grinberg, Gutiérrez y Mantiñán, 2012).

Las situaciones que traeremos para el análisis, lejos de resultar particularidades locales, constituyen formas que adopta la gubernamentabilidad de las metrópolis del sur global en sus espacios socialmente más desfavorecidos socioeconómicamente, en torno a los cuales, y retomando a Arabindoo (2011), se ha configurado una retórica de los slums, retóricas que resaltan las situaciones de criminalidad, violencia y degradación como lo propio de estos espacios urbanos (Davis, 2007; Auyero y Berti, 2013; Lewis, 1983; Scheper-Hughes, 1993). Aquí, más allá de esa retórica, proponemos la noción violencia hacia la vida como un modo de acercarse a la comprensión de los modos políticos de esa violencia, a las formas de la gubernamentabilidad de la pobreza, desde una perspectiva específica: la experiencia de violencia, cómo es vivida y significada por los mismos sujetos. Se trata de una etnografía de la gubernamentalidad (Brady, 2014) que en los contextos de pobreza urbana (Paulizzi y Milana, 2015) asume matices específicos; y la violencia, allí, constituye una de sus dimensiones más notables.

Todo esto entendiendo que la gubernamentalidad no se reduce al poder de un Estado. Detrás de la problemática de la violencia que trataremos, no se encuentra simplemente un Estado con sus políticas de gobierno, ya que, siguiendo a Foucault, entendemos al Estado como un efecto dentro de un régimen de gubernamentalidades múltiples (Foucault, 2007), donde se inscriben poderes que sobrepasan al Estado, poderes -o mejor dicho relaciones de poder- que son socio-históricas, que involucran prácticas dispersas y generalizadas, ensamblajes heterogéneos y múltiples de poderes y diferentes racionalidades (O´Malley, 2007; Paulizzi y Milana, 2015). Por lo mismo, se trata de una problemática más densa y más profunda que la de simplemente observar las propias políticas del Estado del momento. Más bien se trata de un régimen político dentro del cual aparece el Estado, como una articulación central de la trama en un momento y espacio determinado, como el lugar en el cual las relaciones de poder se codifican (Castro Gómez, 2010; Prevot Schapira, 2001; Osborne y Rose, 1999; Grinberg, Gutiérrez y Mantiñán, 2012). La noción de violencia hacia la vida constituye una categoría que permite acercarse a la complejidad de estas tramas de la gubernamentabilidad; tramas que atraviesan la vida barrial de los espacios signados por la pobreza urbana, más allá de las retóricas de los slums, pero también de la romantización que muchas veces suele pesar sobre dichos espacios.

El estudio de las experiencias de violencia y sus significados es, desde ya, una cuestión compleja (Garriga y Noel, 2010; Bourgois, 2002; Bermúdez, 2008), principalmente por dos factores fundamentales. En primer lugar, la diversidad de episodios que se podrían incluir en la categoría de experiencias de violencia es muy amplia. En segundo lugar, los significados asociados a dichos episodios no son inequívocos y es probable que sus valoraciones puedan ser muy disímiles. Consideramos que un punto de partida relevante para comenzar a asirla es el trabajo de campo etnográfico. En este artículo, nos enfocamos en rastrear cómo aparecen estas situaciones significadas en los relatos y experiencias personales de los sujetos implicados. En la analítica de esos episodios, recuperamos aspectos donde esa experiencia de la violencia forma parte de las particularidades que asume la gestión política de la vida urbana. De esta manera, a partir del trabajo de campo etnográfico realizado entre 2013 y 2016, consideramos que es posible trazar algunas líneas de la gubernamentalidad de la pobreza, tomando estas experiencias y algunos significados asociados a ellas en la vida de los vecinos de estos barrios.

A los efectos de esta presentación, hemos organizado el trabajo del siguiente modo: en el siguiente apartado se realiza una breve introducción metodológica y conceptual al problema, lo que permitirá encuadrar nuestra concepción del fenómeno estudiado dentro del campo de los estudios sobre esta temática; en la segunda parte del artículo, la más extensa, nos dedicaremos a presentar y analizar algunas de las significaciones y episodios que la categoría violencia hacia la vida procura describir y problematizar en el marco de los estudios sobre gubernamentalidad.

Recorrido conceptual y metodológico

La pregunta que articula nuestra investigación y sobre la que se sostiene este artículo podría formularse de esta manera: cómo pensar, hablar de la violencia, evitando caer en simplificaciones, evitando cosificarla y sobre todo naturalizarla en sujetos y espacios, habida cuenta de que la violencia siempre remite a una relación, a una experiencia de vida en movimiento, que atraviesa sujetos y espacios, pero sin remitir a una característica de ellos. De esta pregunta se deriva nuestra respuesta, la que proponemos aquí, hablamos y pensamos la violencia en términos políticos. Esta respuesta es la que abre en la violencia su carácter relacional, su carácter político, porque el mismo trabajo de campo nos ha orientado hacia ello. Esta comprensión, esta forma de encarar el problema, nos permite desprendernos a su vez de formulaciones como “violencia en los barrios” u otras similares que a veces son utilizadas -como, a nuestro entender, el malogrado título de Violencia en los márgenes, de Auyero y Berti (2013)- y que parecieran correr el peligro en algún descuido de hacer recaer en los barrios y sus habitantes la caracterización de “violentos”, como si las formas de violencia que se presentan en los barrios más pobres de la urbanidad fueran un mal endémico de dichos contextos sociales. Si pensamos, por el contrario, la violencia como relación, nos desprendemos de ubicarla en espacios y sujetos concretos, como su atributo, ya no es una violencia localizada sino una violencia que transita y atraviesa, ahora sí, espacios y sujetos.

La noción de violencia hacia la vida devuelve a la violencia su carácter relacional y desde el inicio permite adentrarse en el estudio de estos fenómenos con una mirada contextual; mirada que intenta comprender estas formas en que se expresa la violencia en estos barrios en un sentido político, es decir, tomando en consideración las relaciones de poder y la desigualdad social que imprimen, posibilitan, estructuran esas formas de violencia hacia la vida, dimensión sin la cual no serían comprensibles o solo se atisbarían de forma sesgada. Como se verá, el propio trabajo de campo permite la mirada hacia la dimensión política de la violencia y le confiere centralidad a la hora de reflexionar sobre esas violencias ocurridas y experimentadas en estos espacios urbanos. La noción de violencia hacia la vida bien podría parecer una redundancia porque ¿podría pensarse la violencia sin ser ejercida sobre una vida, sea cual sea esa forma de violencia? En nuestro tratamiento del problema es remarcada porque dicha formulación se aparta -o por lo menos eso pretendemos aquí- de presentarse localizada y menos naturalizada en algún sitio o sujetos y permite preguntarse ¿violencia de quién a quién? ¿Cómo circula la violencia? ¿Cómo es posible que se presente en un contexto social determinado? ¿Cómo atraviesa esa violencia la experiencia de los sujetos? En fin, el hacia remarca el movimiento, el desplazamiento, y nos recuerda que la violencia es un ejercicio, una acción que establece una relación entre agentes distintos.

Aquí es donde cobra valor y se comprende mejor la relación entre las formas de violencia que pueden atravesar ciertos espacios y la gubernamentalidad de la vida de la población urbana. Si las formas de la violencia, sus recurrencias e identidades son disímiles a través de todo el trazado urbano, esto no remite a un carácter natural de los espacios y los sujetos, sino a las lógicas de gubernamentalidad que se inscriben en ellos, que los atraviesan, que los modelan y por tanto que conforman la misma experiencia urbana. Como señala con simplicida e ingenio Augé (2004), no existen los espacios inocentes, los espacios siempre son socializados y su socialización, en gran medida -al menos-, se fundamenta en las lógicas políticas que los atraviesan, en las gubernamentalidades particulares que se inscriben en ellos.

La pregunta conceptual y metodológica acerca de esa vida sujeto de la política, en tanto experiencia de vida, requiere una problematización específica y ensamblada que es la que procuramos aquí, a través de la fórmula violencia hacia la vida. Se trata de una construcción analítica fruto del trabajo etnográfico donde, a través de relatos y observaciones de campo, nos hemos encontrado con diversos episodios de esa experiencia violenta: tiroteos entre bandas criminales; descargas ilegales de residuos y formación de basurales clandestinos a cielo abierto ; muertes relacionadas con las condiciones precarias de acceso a los servicios básicos; asesinatos impunes Todas situaciones que atraviesan la vida de estos barrios, que imprimen marcas y recorren la vida de los sujetos. Los vecinos suelen referir estos fenómenos como situaciones en las cuales la salud, la integridad física y la propia vida se ponen en riesgo de manera directa, al mismo tiempo que los reconocen también como fenómenos relacionados con el accionar de poderes extraterritoriales a los barrios.

Es en este marco que resulta necesario el estudio de esas dinámicas tal como son vividas y se ensamblan en la subjetividad. La etnografía como forma de investigación -en su triple aspecto de método, reflexión y escritura- permite acercarse a esa microfísica compuesta de sensaciones, situaciones, palabras, actitudes, narraciones y hechos que en sus más mínimos y variados aspectos hablan de la problemática de la gubernamentalidad. Se trata de una gubernamentalidad cuyas lógicas atraviesan la vida urbana contemporánea; lógicas que ocurren y sacan provecho de la situación de “excepción” (Agier, 2012; Grinberg, 2013) que caracteriza estos espacios urbanos. Situación de “excepción” que, lejos de estar fuera de la ley, ocurren en la ley y es, justamente, en ella y/o en sus bordes, que se despliegan y se realizan las tramas del gobierno de la población en la urbe metropolitana. Situaciones que incluso ponen en cuestión la noción misma de excepción. Las formas de violencia y sus intensidades, sus grados de brutalidad, su “normalidad” y recurrencia, no se distribuyen igualitariamente a través del trazado urbano y definen aquello que Osborne y Rose (1999) denominan los espacios a evitar de la urbe contemporánea.

El trabajo de campo involucró una cantidad de actividades, entre las que podemos destacar visitas a hogares y familias; participaciones en reuniones e instancias barriales de diverso tipo; entrevistas con vecinos y miembros de ONGs que realizan actividades o están instaladas en los mismos barrios; visitas a organizaciones barriales de vecinos; realización de historias de vida. Clave para abordar el tema de esta investigación es haber adquirido cierta familiaridad y hasta amistad a lo largo de estos años con algunos de los vecinos de los barrios, donde comenzamos nuestras primeras investigaciones en 2009. Este hecho permite a estos interlocutores mayor confianza y soltura para referirse a cuestiones personales relacionadas con episodios de violencia y su consecuente sufrimiento, cosas que de otro modo permanecerían por lo menos en gran parte vedadas para nosotros. El trabajo extendido en el tiempo también favorece el acercamiento comprensivo a ciertas dinámicas que hacen a la cotidianidad de los barrios y que, en esta investigación, benefician la reflexión acerca de la dimensión política de la violencia hacia la vida. Merece una mención especial el trabajo de campo realizado en dos instituciones escolares de nivel medio de la zona. En ellas hemos participado de diferentes instancias: realización de talleres de video documental con los estudiantes de los barrios ; acompañamiento y colaboración en proyectos escolares de diverso tipo y con diferentes temáticas; producción de cortos radiales; trabajos de investigación con estudiantes y docentes; conversaciones informales con estudiantes, profesores, directores, preceptores y demás personal de las escuelas. De estas visitas y participaciones hemos obtenido una gran cantidad de registros escritos, material fílmico y sonoro, que nos permiten pensar cómo el problema de esta investigación atraviesa la vida de los adolescentes de estos barrios.

A continuación, tomando en esta ocasión solo algunos de estos múltiples registros para no hacer demasiado extenso el artículo (Mantiñán, 2018), nos adentramos en la caracterización de las políticas sobre la vida y el violentamiento tal como son vividas y rehechas en el seno de la vida barrial.

Rastreando las violencias: experiencias y significados

Como señalamos, la violencia y su experiencia no constituyen cuestiones fáciles de asir y presentan varias dificultades. Con el objeto de sortear la dificultad de proyectar lisa y llanamente nuestros propios sentidos acerca de la violencia, es que procuramos una investigación etnográfica entendida como un diálogo amplio (Geertz, 2006) con los sujetos directamente implicados. Ello con vistas de recuperar para el análisis algo de aquello que constituye la propia experiencia de los vecinos de los barrios, a sabiendas que no se trata de significados aislados sino que se construyen en una trama urbana de la que también somos parte. Además, partimos de una base de entendimiento donde ni la violencia ni sus formas ni intensidades son características intrínsecas y “naturales” de los espacios donde desarrollamos nuestro trabajo. Se trata más bien de construcciones enraizadas en lógicas de poder que atraviesan dichos espacios y se expresan de formas particulares en los barrios en cuestión. Así procuramos fugar de visiones estáticas de la violencia o naturalizada en sujetos y espacios para procurar una visión relacional que pone en juego su dimensión política; dimensión sin la cual esas formas de violencia no existirían, y menos aun podrían explicarse. Esto, lejos de ser una premisa, como se podrá observar a lo largo de este artículo, se desprende del propio trabajo de campo donde nos encontramos con sujetos que conocen y reflexionan acerca de esas condiciones en las que viven, las hacen conscientes, las problematizan y las refieren en muchos de sus relatos; esa dimensión que llamamos política y que atraviesa la cotidianidad de sus vidas.

La violencia histórica y territorializada. En aras de la brevedad, aquí presentaremos dos tópicos para analizar la violencia. Por el primero, es histórica y territorializada, está asociada a la historia y al propio espacio territorial de la villa, espacio socialmente significado, significado que por otra parte más valdría expresar en plural ya que puede presentar una gran variabilidad, pero cuyas implicancias señalan una dimensión relevante de la violencia hacia la vida. Se trata de una experiencia propiamente histórica y espacial de la violencia que apunta a las significaciones asociadas por los vecinos de las villas a sus propios barrios, aunque, claro está, están ineludiblemente relacionadas, es decir, en diálogo, con las significaciones que la sociedad y los medios masivos de comunicación proyectan y producen sobre estos espacios. Estas significaciones están comúnmente asociadas a aquello que Wacquant (2013) llama “estigma territorial” y que este autor presenta como una de las “violencias de arriba” que sufren los habitantes de estos espacios urbanos relegados por vivir en barrios “degradados” y “degradantes”, etiquetados socialmente como lugares “que dan miedo”. Los vecinos de los barrios en cuestión conocen por demás estas significaciones, que en sus vidas se traducen en una forma concreta de violencia hacia su orgullo y dignidad, violencia que cada quien sobrelleva a su modo.

Marta, una vecina de villa Esperanza (también conocida como “Villa Corea”), de unos 55 años, brinda una primera aproximación al problema de la significación histórica y espacial de su barrio en relación con la disputa por su propia nominación: “Vivo en el Barrio Villa Esperanza, conocido para todo el mundo como la Corea. En nuestro corazoncito queremos que sea Villa Esperanza. Ya no más Villa Corea”.

Esta afirmación se debe a que, cuando el barrio comienza a formarse alrededor de la década de 1950, había dos bandas que se disputaban la posesión del territorio y lo hacían con armas blancas y de fuego. Otro vecino nos relataba que incluso entre los bandos llegaban a quemarse los “ranchos” donde vivían los rivales para expulsarse unos a otros del territorio. El enfrentamiento debió ser ciertamente violento ya que el nombre de villa Corea le vendría por la guerra civil (1950-1953) que enfrentó a Corea del Norte y Corea del Sur, acontecimiento que los vecinos conocían a través de los medios de comunicación y que se libraba en los mismos años en que comenzaba a poblarse la zona.

Marta asocia el nombre de “Corea” a una significación “negativa” con respecto al nombre “positivo” que representa “Esperanza”. “Corea” se asocia a una violencia, una guerra, externa, pero que servía para hablar, pensar, otra “guerra”, una interna: “Villa Esperanza es porque es una cooperativa. La Corea es cuando este barrio se arma hace muchísimos años… de hecho yo tengo 52 años y nací en este barrio” (Marta).

Si “Corea” remite a una guerra, “Esperanza”, nombre que lejos de ser “neutro”, en sí mismo, engloba sentimientos y pensamientos “positivos”, remite a una cooperativa, un grupo de vecinos trabajando en conjunto y solidariamente por el bien común. Finalmente, un grupo salió victorioso en su intento de expulsar al otro y se consolidó en la zona, organizando la mencionada cooperativa para lograr la titulación de los terrenos. Marta comprende esta significación y conoce su historia, pero la contrapone a otra asociada con el nombre de “Esperanza”. Sin embargo, los años transcurridos desde aquellos primeros en la vida del barrio hasta la actualidad no lograron borrar en el uso corriente la voz “villa Corea”, y de hecho la mayor parte de los vecinos con la que hablamos tanto de “afuera” como de “adentro” del barrio se refieren a él de esa manera.

Carcova también tiene su historia de violencia, ya que es una población originada en gran medida en la década de 1970 cuando, a partir de desalojos violentos realizados en la Capital Federal por el gobierno de la última dictadura cívico-militar, los primeros vecinos llegaron a la zona (Mantiñán, 2018). Luz, una vecina de 65 años de Villa Carcova, en varias ocasiones nos mencionó, como otros tantos vecinos de su barrio, el deseo de un día poder marcharse.

Ese deseo de irse aparece una vez más en el escrito de un chico de 13 años de la escuela de villa Carcova. Este relato, junto con otros, surge a partir de la propuesta de una actividad escolar que tenía por consigna escribir historias sobre su barrio y su vida en él:

“Me gusta jugar a la pelota, también me gusta venir al colegio. También me gusta la música de Romeo. Me gustaría tener una casa solo, cuando esté trabajando de algo. Me gustaría sacar de acá a mi mamá, mis hermanos, a mi tía y a mis sobrinos”. (Cuento producido por un estudiante de 2º año, 2014.)

El deseo de querer irse del barrio con el que termina el relato irrumpe en el marco de los “me gusta” antecedentes. Ese deseo de irse refiere también a una experiencia de una violencia cotidiana, relacionada con las condiciones de vida propia de estos espacios y con las significaciones asociadas a ellos; significaciones que de diferentes formas se traspasan del espacio a los mismos vecinos, los llamados “villeros”, los habitantes de las “villas”. En el escrito de una chica de 12 años de la misma escuela y en el marco de la misma actividad, la significación asociada al barrio es clara. Prevalece en este caso la resignación y la aceptación de vivir en un espacio como su villa, como la única opción posible:

“Yo cuento esta historia de este barrio, es muy peligroso pero está más o menos bueno. La escuela está buena, hay muchas profesoras buenas. Mataron a muchos chicos de acá. En el zanjón tiraron mucha basura. Las plazas están rebuenas. Anoche estaban tirando tiros, estaba durmiendo pero se escucharon muy fuertes. Es bravo este barrio pero es lo que hay”. (Cuento producido por una estudiante de 2º año, 2014.)

En cinco líneas, los pensamientos de esta joven se precipitan y se mezclan, apareciendo varios elementos de la vida de los barrios que adquieren una particular relevancia en los últimos años: los tiroteos y las muertes violentas de menores. Otro elemento que aparece y hace a la vida “violentada” de los vecinos es la presencia de la basura, asociada por ellos, y con razón, a muchas de las enfermedades que se padecen y a la contaminación del ambiente. Este es un problema que viene de lejos, ya que en muchos casos se trata de asentamientos que ocurrieron en la que fuera la zona de esteros del río Reconquista, que en muchos casos eran utilizados como depósitos irregulares de basura. Cuando se comenzó a poblar la zona, los recién llegados debieron rellenar con escombros u otros materiales residuales el terreno inundable y así poder levantar sus casas, en un principio de materiales muy precarios y recuperados de los mismos residuos. Por su parte, los arroyos que llegan entubados o a cielo abierto transportan los desechos domiciliarios e industriales de la ciudad y atraviesan los barrios por varios sectores antes de llegar al río Reconquista (Curutchet, Grinberg y Gutiérrez, 2012). A esto se suma que muchos espacios al interior de las villas son aún utilizados como basurales por las industrias locales, cercanas o de otras partes de la ciudad. Así, es posible encontrarse con montañas de basura que son resultado de la disposición ilegal de los residuos urbanos en el barrio (Grinberg, Dafunchio y Mantiñan, 2013).

Se trata de una sucesión de situaciones donde lo legal/ilegal atraviesa a los sujetos violentando de diversas formas su vida. Esas violencias a veces se presentan más difusas, otras veces más patentes, pero en muchos casos expresan dramáticamente problemáticas que vienen de lejos. Es decir, nos enfrentamos con vidas marcadas por formas de violencia urbana que, con diferentes grados de intensidad, atraviesan la vida de sus espacios de vida. Lógicas de gubernamentalidad que van marcando espacios y sujetos. Marta nos decía:

“En el 51 habrá sido, calculale, más o menos. En esa época se vinieron [se refiere a su familia llegada desde el interior del país], y a los dos, tres meses, papá consigue [lugar] en esta villa. Era un asentamiento, eran todas casitas muy humildes pero de cartón, de madera, de chapa y lona. Eso era, eran pasadizos… mucha muerte, mucho tiro. Acá todos recordamos una infancia de tiros… caballerizas… mucho caballo había”. (Marta, vecina de Esperanza, 2014.)

En el caso concreto de villa Esperanza, esa “infancia de tiros” se debía principalmente a la disputa entre las bandas ya mencionada. Marta recuerda al barrio como “violento, violento”, con muertes “por arma blanca”, “Todos los días era alguien… y acá era un lugar donde había mucha gente que robaba”, “Siempre hubo muertes… en esa época sería entre bandos, entre bandas”. A esas violencias se suma otra para la vida de los barrios, esta vez directamente relacionada con el poder del Estado: la policía. Lejos de representar el lugar del orden y el cuidado, la policía en los barrios aparece como una imagen inversa: “la policía siempre te insultó”, nos dice Marta.

Estos relatos, como muchos otros, dan cuenta de una violencia vivida, una violencia urbana, política, que no padecemos quienes no nacimos ni vivimos en este tipo de espacios. Una violencia que, sin lugar a dudas, atraviesa las subjetividades y que se expresa territorialmente, donde el deseo de irse del lugar propio o el solo hecho de pensarlo, referirse a él, se encuentra afectado visceralmente por dicha violencia; violencia enmarcada en las lógicas gubernamentales que atraviesan estos espacios históricamente y las vidas que por ellos transitan.

Estas formas de violencia relacionadas con el tiempo y el espacio pueden rastrearse a través de un recorrido genealógico (Katzer, 2014), donde encontramos espacios en origen inundables, bañados, luego utilizados como depositorios de basura y sobre los que se vuelcan a vivir familias de escasos recursos, movimiento atravesado en algunos casos por despojos violentos de sus anteriores lugares de vida; en otros casos, como quizá la última oportunidad de familias que habían perdido sus medios de subsistencia en contextos rurales; en otros, también, quizá por soñar que una vida mejor es posible, tomando la villa como un lugar de paso hacia otros destinos. De cualquier manera, la violencia siempre está presente, a veces de formas más expresa, otras de formas más tácitas, y se trata de violencias emanadas de lógicas de poder, históricas, dispersas, pero que parecieran marcar el presente de aquellos espacios y los sujetos que los habitan, reactualizando las gubernamentalidades de que siempre son objeto los sectores más vulnerables y desfavorecidos.

La muerte violenta. La excepción ordinaria. Las formas más extremas de violencia de los últimos años remiten a muertes que ocurren en la forma de una excepción que deviene norma cotidiana, ordinaria. Se refieren a situaciones que lejos de constituir una excepción, se vuelven modos ordinarios de la vida y de la muerte, relacionados con una problemática que se afianza en las villas entre fines del siglo anterior y los primeros años del nuevo. Marta nos lo comentaba de esta manera:

“Ahí empieza ya el cuesta abajo del martirio de vivir en un barrio donde empezaba ahí, cuando yo me separo… hasta entonces vos te sentabas en la vereda y hasta el día de hoy te podés seguir sentando en la vereda sólo que ya uno aprende a ver y a callarse… a veces, porque a veces peleamos mucho, con la policía o con los mismos pibes peleamos. Ya no se ve eso de robar acá, que te roben acá, no. No existe eso acá. Ni ellos te roban. Si vienen a robar vienen los otros de afuera, ese no fue el problema acá, nunca fue ese el problema. Nos sentábamos afuera… noche de verano… que los chicos juegan en la vereda y el que empezó a vender [se refiere a la venta de droga en el barrio] acá en el barrio decía a los que le venían a comprar: «Ojo, ojo que está el televisor enchufado». Esos éramos nosotros, los televisores enchufados. Y ¿qué pasa que viene gente? ¿Por qué viene gente? «Venden unas cosas que es droga, que te quedas loca, que no sé cuánto»”. (Marta, vecina de Esperanza, 2014.)

En este relato, Marta introduce una de las problemáticas que comenzarán a hacerse cada vez más acuciantes en las villas de la zona, y que consiste en la presencia de la droga (Epele, 2010) y su comercio en los barrios, situaciones facilitadas por las condiciones de marginalidad y precariedad (Butler, 2010) que se ensamblan en las formas particulares que, proponemos, adquiere el gobierno de estos espacios urbanos.

En una ocasión Luz, de Villa Carcova, también nos hablaba de esta problemática. Nos comentó que ella había llegado al barrio hacia 2004, cuando “recién empezaba el tema de la droga” en ese barrio. Los chicos y jóvenes del barrio también hablan a su manera de ese tema. El que sigue es otro de los relatos escritos por los chicos de la escuela media de Carcova en la actividad escolar ya mencionada:

“Por Malvinas [se refiere a la calle del barrio] y la otra calle había un tiroteo entre transas y transas, y de un momento a otro salió una nenita de doce años y entre balas y balas pasó la nena y le metieron un balazo por la cabeza y la dejaron inmóvil en el mismo lugar que quedó. Pasó un señor con coche y los transas lo dejaron sin nada. Y gracias al señor del auto a la nena la pudieron tener unos segundos viva en el hospital hasta que murió de un derrame cerebral. Y por eso hicieron un mural en su nombre”. (Cuento producido por un estudiante de 2º año, 2014.)

Una de las formas en que los vecinos parecen encontrar canales para clamar y reclamar por estas muertes, para “hacerlas presentes” y “no olvidarlas” -ante la imposibilidad de otras vías de reclamo válidas o factibles en otros contextos sociales- es la realización de murales o ermitas en conmemoración de los muertos. Estos son chicos muertos de forma violenta y significados como “inocentes”. Otro escrito de un chico de la escuela dice: “Fue un día soleado cuando pensaron armar la casa en honor a los pibes que murieron, para que se sepa que siempre los vamos a recordar” (cuento producido por un estudiante de 2º año, 2014).

Los murales, como también en algunas ocasiones los estallidos y las quemas de comisarías (Mantiñán, 2018), son algunos de los medios que encuentran los vecinos, padres, hermanos, amigos de las víctimas, para clamar y reclamar por sus muertos, son el tipo acciones que se encuentran amparadas -con límites más o menos flexibles y reactualizados en cada ocasión- dentro de estas lógicas de poder. Son respuestas que están dentro del campo de acción avalado por los avatares de la gubernamentalidad de la pobreza (Foucault, 1991; Abélés, 2008). Así, la memoria de los muertos se inscribe en los murales de los barrios y en los grafitis de la comisaría cada vez que los vecinos “estallan” por la muerte de alguno de sus chicos: “Enzo presente”, reza un mural por un chico muerto en Carcova por una bala en octubre de 2013. Una memoria que reactualiza las muertes, que se visibiliza, que pide justicia irrumpiendo en el espacio del barrio, o llegado el caso, en la pared de la comisaría local, y reclama por el fin de estos episodios: “Justicia por Ivonne y seguridad para el barrio”, “Ni una muerte más en Carcova”, se leía en los carteles realizados por los vecinos cuando se manifestaron en la comisaría por la muerte de Enzo. La frase ni una muerte más claramente remite a un tipo muy particular de ese fallecer. Si la muerte violenta se vuelve grafiti, y ese grafiti presenta el modo de la denuncia y la lucha es, justamente, porque son muertes donde la excepción deviene norma, vida política ordinaria, esto es, ocurre en la ley y no fuera de ella.

La respuesta policial, ante los reclamos o denuncias de los vecinos, las marchas y protestas llega, en forma de allanamientos en los barrios. Dos veces fuimos testigos directos de estas situaciones. Sin embargo, los allanamientos no parecen provocar cambios significativos. Las frases que se repiten, luego, son del siguiente tipo: “Se llevaron a un perejil”, “levantaron a dos perejiles pero los volvieron a largar”, para dar cuenta de que todo seguirá seguramente de igual modo y que la ley y lo ilegal en el barrio ocurre de modos muy específicos. El actuar de la policía, en este sentido, acentúa la sensación o certeza de los vecinos cuando afirman la connivencia de la policía con el manejo de la droga en los barrios: “La gorra arregla”, decía uno de los grafitis pintados en la pared de la comisaría de la localidad de Suárez cuando se reclamaba por la muerte de un chico, asesinado por un “transa”. Esto pareciera validar las palabras de Marta cuando nos decía: “la policía siempre te insultó”. Cuando le preguntamos a Marta si ellos alguna vez habían podido denunciar estos problemas de violencia en el barrio, nos contestó:

“Pero acá no podés hacer eso, es imposible. Porque, a ver, yo tuve un problema en esa época con uno de los pibes que era noviecito de mi sobrina, a quien le dije: «Bueno, basta», porque el pibe había empezado a robar, a robar, a robar. Entraba por un lado, salía por el otro, entraba, salía [de la comisaría, se refiere a que quedaba detenido y en seguida volvía a estar libre]. Llegó un punto que ella no quería salir con él. Y el pibe vino, le puso un arma en la cabeza, entonces yo lo increpo y le digo que la deje porque lo iba a denunciar. «Ah bueno, andá, denunciame, te voy a dar vuelta, vas a ver, te voy a dar vuelta». Voy, lo denuncio en Suárez, lo voy a denunciar y te digo, me cruzo a comprar y él sale de adentro. Estaba adentro, él. Y cuando llego a casa se reía y me decía: «Viste, gila, viste, viste, hago lo que quiero en Suárez»”. (Marta, vecina de Esperanza, 2014.)

Este flagelo que vivían Marta y su sobrina llegó a su fin de otra manera: “Otros transas” mataron al chico en cuestión. Pero esta situación estaba lejos de ser la peor experiencia que viviría Marta en Villa Esperanza. Su hijo, Sergio, de 28 años que acababa de salir en libertad por cometer un robo y también tenía problemas con el consumo de droga, fue asesinado por un transa local en 2006. Así relató Marta las últimas horas de su hijo, que en ese momento trabajaba vendiendo zapatillas de forma ambulante:

“Sergio vende las zapatillas, tenía su boleto en el bolsillo para tomar el micro, ya era 22 de diciembre. Lo tomaba creo que a las 11:10 de la noche, una cosa así -todavía tengo el boleto yo, estaba en su bolsillo-, y va a entregar los últimos dos pares de zapatillas a su amigo que vive en la calle Latorre y Washington, dos parcitos, uno para el muchacho y uno para el hijito. Aparece Juan, le dicen el Negro [Marta me dirá después que Juan es “transa y ladrón”], y le dice a Sergio que lo va a hacer bailar «porque vos sos amigo del Pipo Villar», le dijo, «te voy a hacer bailar como lo hice bailar a él». Y Sergio le dijo: «A mí no me metás porque él es mi amigo, pero yo no sé lo que vos tenés con él». No sé… hay testigos, siete testigos hay de esto, uno de ellos es el primo de él. Y el chico este, Juan, se va y él queda esperando sentado con los pibes que venga el amigo de la fábrica […] Y bueno, se va, vuelve con un coche, con un chaleco antibalas de la policía federal y con dos revólveres, dos 9 milímetros. 16 balas cada uno y le pegó todas menos tres. [Los ojos de Marta se humedecen, pero continúa con su relato.] Todas a él. Con la primera, cae Sergio, por la espalda le dio, cae boca abajo, por la espalda le dio todas las demás. Lo fusiló, es lo que me dijeron en la fiscalía”. (Marta, vecina de Esperanza, 2014.)

Tras unos meses en los que Marta buscó infructuosamente la forma en que el asesino de su hijo fuera apresado, este sujeto fue detenido, pero no por matar a su hijo, sino por matar a un policía. Ninguno de los testigos del asesinato de Sergio quiso declarar en contra del asesino porque estaban amenazados por la familia de Juan. Según Marta, la familia de Juan también hizo algún “arreglo con la policía”, porque dice saber que pronto estará en libertad, y teme que al salir, aún tome represalias contra ella, como si el asesinato de su hijo no fuese ya suficiente dolor con el que vivir.

Los relatos escritos por los estudiantes de la escuela constituyen, en este sentido, textos clave. De hecho, de diez trabajos que se producen durante la actividad mencionada, solo uno no contiene ninguna de este tipo de escenas. Tres refieren un tipo de situaciones violentas que, hasta el momento de leerlos, no nos había parecido particularmente relevante en la historia y vida de estos barrios. Los transcribimos:

“En el bajo [se refiere al sector del barrio de Carcova que se inicia casi al medio y en franca bajada hacia el arroyo que lo divide en dos] y en todos lados siempre andaba una combi blanca que se llevaba a los chicos. Pero a una nena fue la primera que agarró y se la llevó, la abrió a la mitad y le saco el órgano y lo vendió. A la nena la tiraron muerta en el portón de la casa, le dejaron plata para el cajón, la mamá le hizo el velatorio. Después quería hacer justicia por su hija y lo consiguió. Mató a los que habían matado a su hija, hizo justicia por mano propia. Ahora está tranquila, consiguió lo que quería, no le devolvieron a su hija pero ellos están muertos”. (Cuento producido por un estudiante de 2º año, 2014.)

“Había una trafic que se llevaba a los chicos y luego los utilizaban para sacarles los órganos, para venderlos, luego dejaban los cuerpos con plata para su entierro”. (Cuento producido por un estudiante de 2º año, 2014.)

“Había una vez chicos que juegan a la pelota en la cancha de la Carcova, están en la cancha de la Carcova. Está muy sucia pero a ellos no les importa y les gusta jugar todos los días. A la noche se pone peligrosa y pasan combis y robaban chicos más chiquitos y mataban y les sacaban los órganos y tripas. En el zanjón mataron a tiros a un pibe que bailaba en la murga. Pasaban pibes con pistolas y empezaban a tirar tiros y los chiquitos estaban jugando en la vereda”. (Cuento producido por un estudiante de 2º año, 2014.)

Estos tres textos presentan notorias semejanzas en sus elementos: la combi o trafic, el robo de chicos, la extracción de órganos para su venta. No deja de ser un hecho a destacar que tres cuentos hablen de una historia tan similar en sus elementos. Después, cada uno presenta sus particularidades. El tercero habla de los chicos con pistolas que se tirotean en medio de otros chicos que juegan en las veredas. En estos barrios se conoce con el nombre de soldaditos a los chicos que los transas locales usan para algunos manejos de mercadería y controlar sus respectivos territorios.

Respecto de los tiroteos en los barrios nunca fuimos testigos directos de ninguno, pero en diferentes ocasiones nos han relatado varios episodios, generalmente entre bandas que se dedican a manejar el comercio de la droga. Se trata de relatos que hemos escuchado en la misma escuela barrial de Carcova. De hecho, la escuela ha quedado bajo fuego en varias oportunidades, por lo cual sus autoridades, en reiteradas ocasiones, pidieron la presencia de la Gendarmería en la puerta, sin obtener el resultado esperado. Es cosa sabida por todos que detrás de la escuela vive uno de los principales transas locales. En un ciclo escolar, esta situación se presentó tan compleja para la continuidad de la vida de la institución que debió cerrar sus puertas y terminar las últimas semanas de la primera mitad del año dictando sus clases en otra escuela, ubicada a unas cinco cuadras fuera de la villa en cuestión.

¿Hablará toda esta situación de lo ordinario de la excepción que permite que este tipo de episodios ocurran en estos barrios? Queda preguntarnos acerca del qué de aquello que nos llama la atención. Los tiros, los secuestros, los intentos de secuestros, la imposibilidad de la denuncia judicial, los allanamientos y/o ese seguir viviendo en la cotidianeidad de unas relaciones, formas y/o mecanismos del poder que arrojan a la absoluta precariedad (Butler, 2010) a estos espacios de la urbe.

Palabras finales

A largo de este artículo, nos ocupamos de modos de la violencia procurando, a través de la descripción y reflexión etnográfica, adentrarnos en la experiencia de la violencia a partir de cómo ella aparece narrada, hecha experiencia, sentida y pensada por habitantes de aquellos barrios que se caracterizan por la extrema pobreza urbana y la degradación ambiental. La referencia a la violencia en estos barrios no es algo nuevo, como se ve a través de esta breve construcción etnográfica con cruces metodológicos con notas genealógicas (Paulizzi y Milana, 2015), que nos permite adentrarnos en la trama de esa violencia vista de una perspectiva diferente. Se trata de aquellas formas que involucran asesinatos, tiroteos, secuestros, y que están acompañados por la impunidad, en la gran mayoría de los casos, y la connivencia, en otros, elementos que se configuran como parte de los modos de hacerse presente del Estado en estos espacios de la urbe. Se trata de una experiencia de la violencia que cobra cuerpo en las villas y que es muy diferente de la que viven los vecinos de otros sectores de la ciudad, experiencia atravesada por las lógicas del biopoder que regula la vida social de estos espacios, y que por lo tanto producen subjetivaciones específicas en torno de la vida urbana (Katzer, 2014; Rabinow y Rose, 2006)

Claramente, la violencia hacia la vida en la ciudad no se distribuye de forma igualitaria a través del trazado urbano, tal como era remarcado al inicio, tampoco sus intensidades y sus recurrencias. Así, en la ciudad existen formas diferenciales de vivir, transitar y significar la violencia hacia la vida, las que están ineludiblemente relacionadas con las formas que adopta la gubernametalidad de la urbe, recordando al mismo tiempo que la gubernamentalidad excede las políticas de Estado de momento, a la vez que el papel del Estado como ejecutor de violencia en las villas no se reduce a la presencia y actuar de las fuerzas policiales . Así la violencia no está en los márgenes, más bien debemos comprenderla como una relación social en movimiento, que transita y atraviesa los diferentes espacios de forma diferencial, y esa diferencialidad se inscribe en las lógicas de poder que dan forma a la gubernamentalidad actual de la población y de los espacios. Esas lógicas de poder que solventan dicha gubernamentalidad diferencial son las que permiten e incluso producen las diferentes experiencias de violencia en la ciudad.

Las soluciones con las que cuentan los vecinos en estos barrios para contrarrestar los efectos de la violencia son escasas, a veces peligrosas, pero siempre extremas: algunos, como el chico de uno de los relatos, pueden soñar con un día irse del barrio y llevarse a su mamá y otros familiares queridos consigo; algunos tal vez hagan, como la madre del cuento, justicia por mano propia; otros tendrán que ¿resignarse? a callarse y vivir amenazados por los asesinos de sus hijos, como el caso de Marta; en muchos otros, se trata de una tensa calma en la que se trama la posibilidad del seguir viviendo y en algún momento incluso volver a ese esperar el evento de lucha, protesta y quizá justicia. Se trata de respuestas que entran en el juego de las lógicas gubernamentales que atraviesan dichos espacios, formas que entran en la regulación de lo social que el biopoder destina a la pobreza, afectando las vidas desde el nacimiento hasta incluso la muerte, con notas aleatorias a escala individual pero definidamente colectivas (Abélés, 2008) que remiten a dicha gubernamentalidad.

A través del relato etnográfico, hemos procurado mostrar los modos singulares por los que ocurren esas violencias, territorializadas e históricas, donde la vida queda en permanente entredicho. Ello, a través de mecanismos minuciosos que resultan en la condensación y materialización en el espacio de unos mecanismos y relaciones de poder que arrojan a la población a hacer sus vidas en una situación de permanente exposición. Hay algo de cotidianeidad en la excepción que parece instalarse en la vida de los barrios, que en los relatos adquiere una virulencia y densidad muy particular. Una violencia que se encarna en la vida diaria y permite encontrarse con los modos que presenta la gestión de la vida, los modos y relaciones de poder en sus formas ordinarias. Se trata de un tipo de excepción que no ocurre en la suspensión de la ley, sino más bien en la ley o como parte de ella. No se trata de un “al margen” de la ley, sino más bien en su propio margen, dentro de ella y sus mecanismos. La etnografía permite encontrar esos desplazamientos, esas líneas del poder, que exceden los marcos jurídicos e institucionales, pero que tienen efectos notorios en la experiencia urbana de la pobreza.

Resulta sugestivo el pensamiento de Abélés (2008), al remarcar el lugar de la investigación antropológica como modo de acercarse y reflexionar sobre la problemática del poder en la vida de los sectores sociales más desfavorecidos, y asumir de esta manera un rol crítico respecto de las formas poscoloniales de la dominación.

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Recibido: 15 de Mayo de 2019; Revisado: 02 de Septiembre de 2019; Aprobado: 26 de Febrero de 2020

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