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Enfoques

On-line version ISSN 1669-2721

Enfoques vol.24 no.2 Libertador San Martín July/Dec. 2012

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Posmodernidad y educación cristiana: Desafíos ideológicos contemporáneos John Wesley Taylor

John Wesley Taylor
Southern Adventist University

Correspondencia
John Wesley Taylor: jwtv@southern.edu

Recibido: 17 de enero de 2012
Aceptado: 26 de diciembre de 2012


Resumen

La educación cristiana se encuentra en un mundo posmoderno, que presenta oportunidades y desafíos. En este nuevo entorno, educadores cristianos tienen que pensar profundamente sobre sus creencias y convicciones. En este ensayo se examinan los fundamentos desmoronantes del modernismo: la autonomía humana, el racionalismo, el cientismo, el tecnicismo y el economicismo, como también principios emergentes del posmodernismo: el renuncio de la meta-narrativa, el pluralismo, el significado del contexto, el constructivismo y la celebración de la diversidad. Basado en este análisis, se presentan ciertas implicaciones para la educación cristiana.

Palabras clave: Posmodernismo; Educación; Cristianismo; Pluralismo; Constructivismo

Abstract

Christian Education finds itself in a postmodern world, one that presents both opportunities and challenges. In this new setting, Christian educators must think deeply regarding their beliefs and convictions. This essay examines the crumbling foundations of modernism: human autonomy, rationalism, scientism, technicism, and economism, as well as emerging principles of postmodernism: the rejection of metanarratives, pluralism, the significance of context, constructivism, and the celebration of diversity. Based on this analysis, a number of implications for Christian education are presented.

Keywords: Postmodernism; Education; Christianity; Pluralism; Constructivism


INTRODUCCIÓN

Preparados o no, nos encontramos en un vasto panorama relativamente inexplorado: el período posmoderno. Mientras los íconos y atavíos de la modernidad se sitúan en la historia, nos despertamos a la realidad de que ahora vivimos en un mundo diferente, un mundo de globalización, de extremismos y de exploración espiritual; de calentamiento global, de realidades virtuales y de recursos cada vez más escasos.

Quizá ya sea demasiado tarde para tener nostalgia por la modernidad o tomar una posición totalizadora a favor o en contra de la posmodernidad. Hacer esto sería erigir castillos de arena para detener la marea. Uno no puede escapar más fácilmente del nuevo mundo y sus desarrollos de lo que podría hacer retroceder las manecillas del reloj y retornar a las décadas del pasado. Lo que sí tenemos que preguntarnos es: "¿Y ahora qué?" Para comprender dónde nos hallamos, sin embargo, hemos de reconocer desde dónde hemos venido y percibir la visión de hacia dónde queremos llegar. Tenemos que mirar más allá de lo que observamos, a las presuposiciones filosóficas y las creencias medulares.

LOS FUNDAMENTOS DESMORONANTES DE LA MODERNIDAD

Concebida en el Renacimiento del siglo XV e impulsada por la Ilustración de los siglos XVII y XVIII, la modernidad secular se edificó sobre varios pilares filosóficos. Estos incluyen la autonomía humana, el racionalismo, el cientificismo, el tecnologismo y el economicismo.

La premisa de la autonomía humana asevera que los únicos parámetros humanos son las leyes de la naturaleza y aquellos acuerdos sociales que el hombre escoge colocar sobre sí mismo. Este concepto del hombre autónomo encontró expresión en el individualismo, como también en el humanismo secular. En esencia, el hombre llegó a ser la medida y el punto de referencia para todas las cosas.

El racionalismo se enfoca en la búsqueda de conocimiento objetivo. El fundamentalismo, por ejemplo, sostiene que el conocimiento imparcial se ensambla tal y como se construye un edificio, ladrillo sobre ladrillo, y éstos sobre fundamentos inamovibles. De forma similar, el referencialismo mantiene que el significado de una expresión yace objetivamente en aquello a lo que apunta en el mundo. Implícito al racionalismo se encuentra el rol de la razón como árbitro final para decidir lo que será considerado como conocimiento justificable. Implícito también el argumento de la verdad como la mejor idea, que gana finalmente su lugar en el mercado de las ideas.

El cientificismo propone que la razón humana, especialmente en la forma del método científico, podrá proveer conocimiento exhaustivo del mundo natural y de la naturaleza humana, dándose el tiempo suficiente. Incorporando el universalismo, propone que toda entidad puede ser identificada objetivamente de alguna manera, y así codificada e idealmente cuantificada. El naturalismo, una premisa clave de la filosofía de la ciencia, encuentra su cumplimiento más abarcador en los modelos de la evolución orgánica.

El tecnologismo realza el poder humano de dominar la naturaleza, especialmente en forma técnica. Asevera que la tecnología, orientada por la razón y los procesos científicos, es capaz de manipular y controlar la naturaleza, finalmente amparando la sociedad en su búsqueda por obtener paz, seguridad y felicidad.

El economicismo afirma que la habilidad humana para optimizar ganancia, prosperidad y comodidad es el fin primordial de la ciencia y, por ende, de la tecnología. Esta creencia ha impulsado la popularidad de ciertos modelos socioeconómicos, incluyendo el capitalismo, y ha favorecido el desarrollo de tendencias hedonísticas y narcisistas, profusas en las sociedades modernas.

LOS PRINCIPIOS EMERGENTES DE LA POSMODERNIDAD

Desde mediados del siglo XX, un desplazamiento notable en la cosmovisión nos ha llevado a un nuevo enfoque, creciente y penetrante. Por falta de un término mejor, esta metamorfosis ha sido denominada posmodernidad.

La posmodernidad se anticipó en las obras de Federico Nietzche, Ludwig Wittgenstein y Martín Heidegger, entre otros. Abriendo paso al pensamiento filosófico posmoderno se encontraban individuos tales como Jacques Derrida, Jean-François Lyotard y Ricardo Rorty, como también otros filósofos representados por Michel Foucault, Hilary Putnam y Willard Quine, quienes se dedicaron a temas epistemológicos influyentes, aunque no se consideraban protagonistas de la posmodernidad. Fue Lyotard, sin embargo, en su obra La condición postmoderna: Un informe sobre el conocimiento,1 quien popularizó el término "posmodernidad" en el dominio de la teoría social.

Acercándose al nuevo milenio, sin embargo, surgió un debate continuo entre los posmodernistas, así autoidentificados, sobre lo que realmente califica como posmodernidad y cuál sería el enfoque posmodernista auténtico hacia la vida y la averiguación.2 Aparecieron posmodernistas progresivos y conservadores,3 como también los de "resistencia" y de "reacción".4

En la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, la posmodernidad continuó su evolución a lo que algunos han denominado la posposmodernidad (PPM).5 Mientras se han retenido muchas de las características originales, estas nuevas configuraciones han enfatizado la dificultad de predecir acontecimientos históricos, la destrucción del ser, la reconstrucción de la sociedad, la valorización de proceso sobre producto, una fascinación con lo mítico y místico, y un antagonismo especial hacia el cristianismo.6 No obstante, la posposmodernidad puede ser vista primordialmente como una extensión específica del paradigma de la posmodernidad todavía en desarrollo, reteniendo en gran mayoría sus atributos y enfoques iniciales.

La posmodernidad, por supuesto, no es solamente un movimiento filosófico o una simple perspectiva intelectual. Se ha extendido más allá del ámbito estrictamente académico para encontrar expresión cultural en la arquitectura, el arte, el teatro, el cine y la literatura, donde incorpora atributos tales como la mezcla de estilos, el énfasis sobre la diversidad, la aceptación de la ambigüedad, la celebración de la innovación y el cambio, y un enfoque sobre la realidad como un fenómeno construido por el ser humano.7 Stanley Grenz,8 por ejemplo, nota que el cambio en la serie cinematográfica popular "Star Trek" a "Star Trek: La Próxima Generación" ilustra el traslado de la modernidad a la posmodernidad. Esta inserción en la cultura, extendiéndose más allá del mero debate filosófico, es lo que ha provisto a la posmodernidad contemporánea de un significado social punzante.

La posmodernidad filosófica incorpora una variedad de perspectivas teóricas, tales como el neopragmatismo,9 la deconstrucción10 y el postestructuralismo.11 En su fondo filosófico, sin embargo, la posmodernidad es antimoderno, oponiéndose a sus premisas fundamentales y relegando la modernidad a simplemente una de muchas historias en competencia.

En forma epistemológica, la posmodernidad rechaza a la Ilustración -la búsqueda modernista del conocimiento racional y objetivo.12 El proyecto de deconstrucción, por ejemplo, iniciado por Derrida, rechaza el logocentrismo -la idea de que el significado tiene un punto de referencia fijo. En forma similar, Quine, filósofo influyente, rechazó la metáfora fundacionalista del conocimiento como estructura edificada sobre fundamentos sólidos, prefiriendo la simbología de un tejido o de una red. Este concepto integrador propone que las creencias, en vez de estar fundamentadas en premisas rígidas, son sostenidas por sus vínculos con creencias adyacentes y, finalmente, con la totalidad. Como consecuencia, una modificación de cualquier elemento tiene como resultado un efecto ondulante a través del tejido total, dado el requerimiento de la correspondencia y consistencia entre todo elemento. La experiencia, entonces, mantiene continuamente las creencias al día, formando así las condiciones fronterizas del conocimiento. Por lo tanto, las marcas distintivas de la integración son la corregibilidad y un énfasis en el proceso y en la pluralidad.

En forma similar, los conceptos del hombre autónomo y del cientificismo, tecnologismo y economicismo comenzaron a desintegrarse. En vez de la armonía social y la utopía económica prometidas por filósofos de la Ilustración como Jean-Jacques Rousseau, y por economistas como Karl Marx, la sociedad parecía caer en espiral al abismo del terror y de la locura. Guerras mundiales, revoluciones y dictaduras, y el surgimiento del extremismo impusieron las construcciones de poder y de cultura sobre la autonomía del hombre. La ciencia avanzó a pasos formidables, pero fue ensombrecida por una destrución masiva como nunca se había visto. La tecnología, buscando mejorar las condiciones de vida y de comodidad, tuvo como resultado la devastación del mundo natural. Tanto los sistemas sociopolíticos socialistas como los capitalistas, diseñados para proveer el bienestar de la humanidad, dieron como resultado un vasto número de individuos, y aún comunidades y naciones enteras, de excluidos de los beneficios económicos de la sociedad. Aún la educación generalizada, que había prometido oportunidades y equidad para todos, logró poco más que reforzar la división social e implantar la conformidad dentro de las agrupaciones sociales.

Las cosas no estaban saliendo como se habían planeado. ¡Algo andaba muy mal! Como consecuencia, un buen número de pensadores de vanguardia comenzaron a dudar de la validez de una explicación racional unificadora, o de una solución científica o económica. El resultado era un rechazo de la modernidad y su premisa de que la razón podría salvarnos.

En lugar de los fundamentos filosóficos destronados de la modernidad, un conjunto de valores posmodernos ha emergido. Estos incluyen el rechazo de la metanarrativa, la afirmación del pluralismo, el contextualismo y el constructivismo, y la celebración de la diversidad.

EL RENUNCIO DE LA METANARRATIVA

En la posmodernidad hay escepticismo hacia las metanarrativas,13 esos relatos totalizadores que buscan proveer explicaciones comprensivas de la realidad. Una muestra de estas narrativas incluyen la perspectiva cristiana sobre el gran conflicto entre el bien y el mal; la explicación secular de los orígenes humanos por medio de la teoría de la evolución; el concepto de la Ilustración de que el pensamiento racional, vinculado al avance científico y tecnológico, traería el bienestar social; y el relato marxista de la emancipación social, impulsado por la revolución del proletariado. 

La posmodernidad rechaza las metanarrativas porque son vistas como excesivas y demasiado explicativas. También sostiene que la metanarrativa promueve la exclusividad, y puede conllevar a la violencia. Fue, de hecho, la creencia en una metanarrativa lo que acarreó la tragedia de las Cruzadas y lo que inicia el extremismo de "al Qaeda" y del genocidio entre hutus y tutsis en Ruanda.

En lugar de las metanarrativas de la modernidad, la posmodernidad propone una colección de "pequeños relatos", narrados por grupos con intereses especiales (como los ecologistas, feministas, seguidores del Diseño Inteligente, homosexuales y todo un espectro de comunidades étnicas y religiosas). Estos grupos formulan creencias y metas muy particulares, que luego son parafraseadas en términos de micronarrativas y agendas políticas.

Con el hecho de bloquear toda metanarrativa y el abandono de la búsqueda racionalista del conocimiento universal, Allen14 observa que hay una conclusión inevitable, que todo entendimiento de la realidad es solamente una función de la historia y la cultura. En consecuencia, la realidad no sólo se formula de forma distinta en diversos períodos y sociedades, sino que, al final, cada individuo tendrá que construir su propia realidad de manera única. El resultado de esta pérdida de la metanarrativa es el pluralismo.

El pluralismo

Derrida,15 una de las grandes voces del posmodernismo, postula que no hay un centro metafísico fijo (como es el caso, por ejemplo, en el realismo o esencialismo), sino que hay una forma de "no-centro" en la cual, en cualquier momento dado, un número infinito de enfoques entran en juego. Este multicentrismo genera el pluralismo.

En la perspectiva pluralista, por ejemplo, no hay ningún eje tradicional de erudición, sino que múltiples tradiciones son viables. Entendimientos históricos centroeuropeos (con sus prejuicios machistas, de raza blanca y clase media), por lo tanto, dan lugar a una pluralidad de interpretaciones (africanas, islámicas, feministas e indigenistas, entre otras).

Cada una de estas perspectivas debe ser considerada como igual, en el cual un erudito de cualquier tradición puede esperar aprender tanto de otras interpretaciones como contribuye a ellas. Las universidades, entonces, deberán llegar a ser "multiversidades" -promoviendo una diversidad de agendas y enfoques, en vez de buscar formular una sola interpretación "aprobada" de la realidad.

El significado del contexto

La contextualización resultó de una modificación epistemológica radical en la posmodernidad. Basado en los trabajos lingüísticos de Ludwig Wittgenstein y J. L. Austin, brotó una nueva perspectiva acerca del lenguaje, la cual propuso un cambio del referente del significado. En lugar de que una declaración tuviera un significado objetivo basado en las definiciones explícitas de sus palabras, la declaración podría tener cierta variedad de significados, dependiendo de los contextos en los cuales fuera usada. El significado del idioma, por lo tanto, es contextual, y su comprensión acontece solamente cuando se toma en cuenta el contexto.

De forma similar, investigaciones en la teoría cuántica han recalcado el significado del contexto. La ciencia del siglo XX encontró que ya no podría apoyar la física de Newton con sus partículas con esencias fijas, sino como entretejidos en los cuales una entidad solamente puede ser descrita con referencia a otros objetos, generando un cambio revolucionario de paradigma.

La cultura es quizá la mejor representación de la influencia del contexto. En la posmodernidad, el ser no es autónomo, sino que varía con la cultura que lo rodea. En cierto sentido no somos nosotros quienes pensamos, hablamos o actuamos, sino la cultura que se expresa por medio nuestro. Bajo la tesis contextual de la posmodernidad, todo conocimiento humano es procesado por la lente de la cultura, y como consecuencia es contextual.

Un corolario de la contextualización es el papel de la comunidad. La posmodernidad es postindividualista. Las relaciones, de hecho, han llegado a ser más importantes que el conocimiento, por lo menos al nivel de la persona. Es por medio de las relaciones que construimos redes enlazadas de experiencia y entendimiento. Los posmodernos, entonces, tienen gran necesidad de la comunidad y la formación de la comunidad llega a ser una meta primordial.

El constructivismo

En los enfoques clásicos (como el idealismo y muchas religiones), el conocimiento se recibía. En la modernidad, la verdad era descubierta y la realidad confirmada por el proceso científico. Bajo la posmodernidad, la verdad y la realidad son construidas.16 En esta metafísica antirrealista no encontramos un mundo simplemente en existencia externa, sino uno dependiente de nuestra reflexión y experiencia, uno que construimos en forma activa por los conceptos que a él traemos.17

Esta posición requiere un reajuste de nuestra concepción sobre la adquisición del conocimiento. Ya no somos receptores pasivos o meros descubridores de conocimiento prexistente, sino que somos partícipes activos en el proceso interactivo e iterativo de la creación del conocimiento. En esencia, la verdad no se encuentra primordialmente en la ciencia, la lógica o la doctrina, sino en las relaciones y en el relato de las historias.

Esta construcción de la verdad y la realidad nos lleva a un conocimiento tentativo y autobiográfico. Mientras los individuos interactúan con su entorno y entre sí, y mientras reflexionan sobre estos episodios, comienzan a desarrollar entendimientos funcionales. La intuición, la emoción y la metáfora son elementos cardinales en este proceso. El resultado es una narrativa personal, una descripción de perspectiva derivada del sitio especial que uno ocupa en el mundo.

Hay varias implicaciones de esta perspectiva constructivista. (1) Modalidades cualitativas, etnográficas y narrativas de investigación son preferidas sobre los medios cuantitativos, analíticos y deductivos. (2) El entendimiento se comunica mejor en forma ilustrativa, metafórica y anecdótica, y no de manera declarativa, en forma proposicional. (3) El conocimiento de expertos y peritos, y toda forma de interacción jerárquica, debe ser cuestionado. Mientras algunos individuos claramente tienen entendimientos que otros no tienen, éstos últimos pueden por su parte tener perspicacias que los primeros no han discernido. Por lo tanto, en lugar de trasmisiones de experto a novato, el intercambio de conocimiento es mejor visto como un diálogo, una conversación entre individuos diferentes en la cual hay influencia mutua.

La celebración de la diversidad

La posmodernidad no solamente tolera o afirma las diferencias entre personas y comunidades, sino que celebra la diversidad. Foucault, en su obra clásica Locura y civilización: La historia de demencia en la Era de la Razón,18 argumenta que la modernidad y su racionalismo excluyeron brutalmente segmentos enteros de la sociedad (los insanos, los socialmente desviados, los desafiados, los iletrados, aún los devotamente religiosos), todo aquel que era visto como "irrazonable". Ser verdaderamente humano era ser un ente racional, y aquellos que eran irracionales se consideraban, en alguna manera, subhumanos (quizás no identificados como tales, pero sí tratados como marginados). Éstos no tenían ningún valor social sino simplemente como advertencia a aquellos que pudiesen tener la tentación a no conformarse.

En la perspectiva posmoderna, la sociedad no solamente debe aceptar, sino dar voz a los oprimidos, explotados e ignorados. La comunidad es inclusiva y cada miembro debe ser tratado con respeto y como de valor inherente. La academia debe abrirse a puntos de vista divergentes y la exploración de tópicos no-racionales, tales como la emoción y la espiritualidad. Las comunidades minoritarias deben ser provistas de espacio para buscar y sostener sus perspectivas particulares. A los individuos se les debe ofrecer opciones diferenciadas y caminos diversos para alcanzar metas personalmente relevantes dentro de la comunidad.

ALGUNAS IMPLICACIONES PARA LA EDUCACIÓN CRISTIANA

En la mayoría de las sociedades occidentales, los jóvenes tienden a ser posmodernos. Impulsada por los medios de masas y varios movimientos sociales catalizadores, la posmodernidad se ha introducido en casi todo aspecto de la cultura juvenil. Los educadores simplemente no tendrían que presumir que sus alumnos llegan a ellos con sus propios paradigmas. Para ser eficaces, sería necesario comprender lo que los estudiantes realmente creen. Habría que percibir el marco de referencia que impulsa sus acciones.

Al reaccionar ante la posmodernidad, sin embargo, correspondería evitar tomar una posición global en favor o en contra del paradigma. Sería visto como insensible, dualista y falto de reflexión. Antes bien, habría que explorar cándidamente y evaluar los principios de la posmodernidad y sus implicaciones, identificando rasgos congruentes con una perspectiva cristiana y señalando espacios de conflicto.

En esta sección, enfrentaremos la pregunta: ¿Cómo habrían de hacer uso los educadores de las oportunidades que la posmodernidad les ofrece en la educación, mientras salvaguardan la cosmovisión cristiana?

El tema del gran conflicto. Dado su rol coordinador de la cosmovisión cristiana y el antagonismo de la posmodernidad hacia las metanarrativas, habría que hacer un esfuerzo concertado para ayudar a los estudiantes a comprender el conflicto cósmico entre el bien y el mal. Mientras esto puede introducirse por medio del relato (que hace resonancia con la mentalidad posmoderna), es quizás más importante que los estudiantes perciban cómo esta controversia afecta cada aspecto de la vida por medio de ilustraciones variadas y francas conversaciones en cada una de las disciplinas y materias.

La naturaleza compartida de la verdad. La posmodernidad rechaza la exclusividad. Debe quedar claro a los estudiantes que los cristianos no tienen el monopolio de la verdad. Los no cristianos también descubren verdades. La diferencia principal es que el cristiano reconoce la Fuente de esa verdad en Jesucristo. Implica que todos podemos aprender los unos de los otros. Las creencias o contextos, sin embargo, proveen a los cristianos, la posibilidad de conectar ese conocimiento a su Fuente y aplicarlo a sus vidas por el "filtro de verdades" de su Palabra. También sugiere que la Biblia puede verse inicialmente como un conjunto de "historias de la verdad," compartidas desde diversas perspectivas por personas que se encontraron con Dios en sus vidas.

La vitalidad de la verdad objetiva. Las aseveraciones acerca de la muerte de la verdad objetiva han sido exageradas. Sería recomendable que los educadores cristianos afirmaran que Dios es confiable y que su revelación de Verdad es fidedigna. Al mismo tiempo, habrán de ser abiertos y francos con sus alumnos en cuanto a la falibilidad de las interpretaciones humanas de la verdad, enfatizando el papel triangulante de la comunidad de creyentes y del Espíritu Santo como guía a toda verdad.

La estabilidad de la ética cristiana. Con la ubicuidad del relativismo moral en la cultura contemporánea, los maestros pueden estar bastante seguros que casi todo estudiante que entra al aula cree que la verdad y los valores son relativos. Sin lugar a dudas, las circunstancias varían y generan evidencia manifiesta de dolor y fragmentación en muchos aspectos de la vida, sin embargo, la cosmovisión cristiana es capaz de proveer un marco ético que ofrece estabilidad y seguridad. Sería correcto que los educadores orientaran a sus alumnos a encontrar fundamentos para sus vidas, valores e ideales duraderos que puedan proveer una base para la vida. Ayudándolos a entender que la solidez de la verdad y de los valores morales contribuye a un sentido personal de identidad, dirección y pertinencia; extendiéndoles un llamado universal para la justicia, la sensitividad y la compasión.

La distinción entre principios y reglas. Mientras rechazan el relativismo moral, los educadores cristianos deben clarificar la diferencia entre los principios (tales como el respeto) y las reglas (por ejemplo, cómo debería evidenciar el respeto en situaciones específicas). Los alumnos han de comprender que, mientras las reglas se limitan en su envergadura a circunstancias y escenarios específicos, los principios incorporan valores universales (relevantes a través de tiempo, lugar y cultura). Sería esperable que los docentes se aseguren de que cualquier reglamento de conducta escolar esté vinculado a principios subyacentes, sosteniendo y promoviendo la naturaleza de estos principios.

La necesidad de comunidad. La posmodernidad enfatiza el concepto de comunidad. Mientras reconocen los derechos individuales y las responsabilidades personales, los educadores cristianos buscarán establecer comunidad dentro del aula y de la escuela, fomentando relaciones positivas con y entre los alumnos. La cooperación debería reemplazar la rivalidad; la colaboración debería suplir el individualismo egocéntrico. Unidad y comunidad tendrían que ocupar el territorio tanto de la uniformidad opresiva como del individualismo desenfrenado, para que los estudiantes desarrollen una conciencia social (involucrándose dinámicamente en alcanzar y apoyar la comunidad más amplia, haciendo una diferencia positiva).

La transformación de la cultura. Los posmodernos han resaltado el significado de la cultura. Corresponde a los educadores enfocar su interés en entender el trasfondo y la cultura de sus alumnos puesto que éstos, a su vez, modifican la forma en la cual ellos perciben y comprenden la vida, y llevarlos a reconocer que la cultura no es omnipotente. Como cristianos, no podemos simplemente aceptar o rechazar la cultura contemporánea. Tenemos que afirmar aquellos elementos culturales que están en armonía con la voluntad divina, y buscar la reorientación, elevando cualquier aspecto que no esté en congruencia con el carácter o el plan de Dios.

El papel del contexto. Al discutir cuestiones sociales, eventos históricos y pasajes bíblicos con los estudiantes, es esencial que se examine el contexto. Esta advertencia posmoderna ayuda a evitar la imposición de condiciones propias sobre las interpretaciones de significado y motivo. Al reconocer la función del contexto, los educadores pueden ayudar a los alumnos a comprender que aunque la genética y el medio ambiente ejercen influencia, Dios también nos ha dado el libre albedrío (la habilidad de tomar decisiones personales que pueden transcender los confines tanto de herencia como de formación).

Las avenidas múltiples del aprendizaje. Los educadores cristianos, creen que el conocimiento puede ser recibido de parte de Dios, descubierto en el mundo natural y la sociedad humana, y también formulado a través de la experiencia y la reflexión personal. En consecuencia, correspondería asegurar que los estudiantes interactúen con cada una de esas avenidas del aprendizaje. El énfasis posmoderno sobre la construcción del conocimiento estimula a colocar los alumnos en roles dinámicos y formadores de sentido, optimizando así su activa involucración. Anima a utilizar frecuentemente la metáfora, la narrativa, la interacción y la reflexión; a combinar modalidades cualitativas y etnográficas con métodos cuantitativos, analíticos y deductivos. Anima a invitar a los estudiantes a compartir con la comunidad del aula su perspectiva personal del mundo.

La naturaleza dialogada de enseñanza-aprendizaje. La posmodernidad percibe la educación como proceso democrático. La pedagogía no es simplemente la transmisión del conocimiento de experto a novato. Es más una conversación, en la cual ambas entidades comparten experiencias y discernimientos. El papel del maestro, por lo tanto, es menos un dispensador jerárquico de información, y más un guía junto al lado del alumno. La idea es pensar más en maestros y alumnos aprendiendo juntos, y en la formación de una comunidad de aprendizaje, democrática y participativa, como elementos claves en la búsqueda por la verdad. Apropiadamente, la posmodernidad amonesta a no creer ciegamente a las autoridades (libros de texto, expertos o incluso líderes religiosos) sino a sondear profundamente, cuestionar y buscar la perspectiva más amplia. Los educadores cristianos, habrán de fomentar el pensamiento crítico y un escepticismo sano.

La autenticidad del maestro. Mientras la cosmovisión cristiana asevera que la Verdad universal realmente existe, también reconoce los límites humanos de conocimiento parcial y la posibilidad de interpretaciones imperfectas. En consecuencia, ninguno (ni siquiera un maestro) puede jactarse de infalibilidad o de una comprensión cabal de algún tópico. Los educadores habrán de modelar el aprendizaje, la autenticidad y la humildad; reconocer los límites del conocimiento propio, ser honestos acerca de las debilidades, expresar la naturaleza tentativa de las conclusiones y evidenciar una pasión por el continuo crecimiento. En vez de tratar de esconderse tras terminología críptica en una pretensión de conocimiento, la declaración de un "No sé" sería conveniente. Es recomendable el rechazo del uso manipulante del conocimiento como instrumento de poder.

La inclusión de la diversidad. Sería de vital importancia enseñar no sólo a respetar diversos grupos étnicos y culturales, sino a afirmar y celebrar la diversidad. Al hacer esto, sin embargo, no sólo habría que enfocarse en las diferencias, sino en los rasgos y valores comunes de una cultura a otra en la hermandad de la humanidad, encontrando la unidad en la diversidad, modelando y promoviendo la inclusividad. En vez de implementar el enfoque de "un tamaño que se ajusta a todos", sería esperable que el docente diferencie la enseñanza ofreciendo multiplicidad de caminos hacia metas personales, y evitando estereotipos, intolerancia y cualquier etiqueta que pueda verse como degradante; trabajando juanto a los discípulos las ideas de trato respetuoso hacia cada ser humano y valoración de los marginados y oprimidos. Ser voz para los rechazados y explotados, haciendo una diferencia positiva en el mundo, habría de ser un ideal a seguir.

El equilibrio de la razón y la emoción. La modernidad enfatizó lo racional a cambio de lo emotivo. En contraste, la posmodernidad promueve lo emocional, mientras rechaza lo racional. La educación cristiana debiera mantener un balance crucial entre la razón y la emoción. Se esperaría que los docentes ayuden a los alumnos a pensar crítica y analíticamente, y a fomentar la sensibilidad, la expresividad y la pasión, comprendiendo que en lo racional y lo emotivo cada uno tiene sus límites y que la razón y la emoción trabajan más eficazmente juntos, como contrapesos. Una emoción pujante, por ejemplo, debería ser sopesada en virtud de sus consecuencias. De forma similar, una trayectoria lógica de acción debería incorporar benevolencia y compasión. La preocupación posmoderna por la dimensión afectiva de la vida también provee nuevas oportunidades para enfatizar actitudes, valores y la formación del carácter dentro del proceso educativo. Ayuda a ver al estudiante de una manera más integral y no sólo como un intelecto.

La emancipación del espíritu creativo. La educación cristiana busca restaurar la imagen de Dios. Uno de los primeros atributos de Dios se encuentra en su obra como Creador. Por consiguiente, la creatividad debe ría ocupar un lugar crucial dentro del proceso educativo. Se esperaría que los educadores fomenten la imaginación y la innovación, la curiosidad y la espontaneidad, incorporando en el currículo la expresión y la resolución creativa de problemas, proveyendo un menú de opciones para el pensamiento y la expresión creativa. Se esperaría que los alumnos se animen a utilizar metáforas y analogías, a experimentar con ideas, a pensar de forma divergente, a tomar riesgos mentales, a explorar nuevos horizontes, y a soñar con escenarios únicos y posibilidades novedosas. Los docentes deberían manifestar receptividad, en lugar de una actitud crítica, hacia ideas innovadoras, estimulando como afirmando la creatividad.

El puente espiritual-religioso. Sería recomendable que los educadores cristianos, aprovecharan el interés posmoderno en la espiritualidad (el despertar a lo metafísico y trascendental) y mantuviesen conversaciones acerca de Dios, compartiendo sus experiencias personales con Él facilitando una comprensión más profunda de la vida del espíritu, y del vínculo entre lo espiritual y lo religioso, aclararando falsas concepciones, respondiendo a espacios de conflicto y reconociendo abiertamente en dónde la religión ha quedado corta. La Iglesia debería ser presentada como una comunidad de fe, guiada por el Espíritu, confrontando la injusticia y la opresión, y buscando crear un entendimiento positivo de Dios en el mundo.

CONCLUSIÓN

Como hemos notado, hay ciertos principios del pensamiento posmoderno que chocan con presuposiciones cristianas básicas. Como resultado, los educadores cristianos, no concordarían con la totalidad de la posición posmoderna, como su relativismo, fragmentación del conocimiento y rechazo de la doctrina religiosa. Tales premisas pueden al fin llevar a conclusiones muy distantes de las de una cosmovisión cristiana. Si bien sería esperable la no sesión de verdades no-negociables de la fe cristiana, también sería necesario intentar entender verdaderamente la posmodernidad y su proyecto de confrontar situaciones cruciales en la sociedad.

Agitados por el paradigma antimoderno, los educadores posmodernos han suscitado temas valiosos que conciernen a la práctica educativa (el rol de la comunidad, la importancia de la experiencia y la reflexión, la necesidad de autenticidad, el valor de la emoción y la creatividad, el llamado por la inclusión y la diferenciación de la instrucción, y la educación integral del estudiante). Estos asuntos, entre otros, pueden aportar puntos de contacto con el amplio espectro de educadores posmodernos, presentando nuevas oportunidades para compartir significados a niveles más profundos.

Tales conversaciones responden al mandato cristiano dado por Cristo mismo cuando declaró: "Me seréis testigos" (Hechos 1:8). Los educadores cristianos viviendo en un mundo posmoderno, habrán de pensar sistemática y profundamente acerca de sus creencias y convicciones, hablando de forma clara, coherente y persuasiva sobre su perspectiva educativa y su cosmovisión cristiana (1 Pedro 3:5), compartiendo una Esperanza para el futuro.

NOTAS         [ Links ]

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