INTRODUCCIÓN
Los traumas óseos son lesiones del tejido vivo causadas por una fuerza o mecanismo extrínseco y representan uno de los tipos de evidencias patológicas halladas con mayor frecuencia en restos humanos del pasado (Lovell y Grauer, 2018; Redfern y Roberts, 2019). Desde la bioarqueología y la paleopatología, los estudios de este tipo de lesiones se centraron en el análisis de prevalencias, tipos y distribución anatómica en diferentes poblaciones, y su relación con aspectos sociales, conflictos interpersonales, cambios demográficos, transiciones climáticas y con patrones de actividad física (e.g., Gordón, 2015; Martin y Osterholtz 2016; Flensborg y Suby, 2020). Por el contrario, han sido menos frecuentes los estudios enfocados al análisis de las complicaciones posteriores a ellos, en particular de fracturas (e.g., Lovell y Grauer, 2018).
Las fracturas consisten en una discontinuidad completa o incompleta del tejido óseo, resultado de una fuerza anormal o estrés (Ortner, 2003; Redfern y Roberts, 2019). Una vez que se lesiona el tejido óseo vivo, se desencadenan respuestas fisiológicas con el objetivo de contener y reparar el daño. El proceso de cicatrización se encuentra asociado y mediado por factores que dependen del tipo de fractura, su extensión y grado de fragmentación, y otras variables como la edad, el sexo, la nutrición, el tratamiento recibido y otras patologías asociadas (Redfern y Roberts, 2019). Durante este proceso, pueden surgir complicaciones de fracturas (CF), entendidas como el agravamiento de la patología, que retrasan y/o producen una curación inadecuada (Roberts, 2006), que podrían generar impedimentos y limitaciones en la vida cotidiana del individuo (Sampaio, 2012). Los estudios clínicos sobre esta temática muestran que las CF son frecuentes y con una alta prevalencia en poblaciones actuales, en particular en grupos de riesgo, como infantes, adultos mayores, individuos con diabetes, entre otros, e incluso se asocia este tipo de complicaciones con un mayor riesgo de mortalidad (Mills y Simpson, 2012).
Entre las CF, se han descripto algunas que resultan más frecuentes y que incluyen el desarrollo de procesos infecciosos, la mala alineación o unión defectuosa, o aquellas que afectan a regiones articulares y modifican su movilidad y función (Redfern y Roberts, 2019). Las infecciones suelen ser comunes en las fracturas de tipo abiertas, es decir, aquellas que desgarran la piel, ya que esto permite el ingreso de una variedad de bacterias, principalmente Staphylococcus aureus, Streptococcus spp. o Pseudomonas (Lovell y Grauer, 2018). Su extensión puede ser localizada, o bien producir osteomielitis, es decir, la inflamación e infección sistemática de la médula ósea. Los individuos afectados pueden presentar dolor, supuración excesiva, fiebre, inflamación, enrojecimiento y, en casos más avanzados, septicemia, la cual puede desencadenar la muerte (Sampaio, 2012). En restos óseos, la osteomielitis se caracteriza por la invasión del canal medular, el aumento del diámetro en el área de la fractura, la presencia de una o más cloacas, secuestro óseo y/o involucro (Weston, 2012; Roberts, 2019).
Si el tratamiento de la fractura no es el adecuado, puede consolidar en una posición incorrecta, lo cual derivará en una unión defectuosa, y podría producir la angulación o rotación de los fragmentos fracturados, cambios en la longitud del hueso o una combinación de estos factores (Lovell y Grauer, 2018). Si bien los efectos de CF varían según el hueso dañado y la gravedad de la lesión, los individuos afectados suelen presentar limitaciones funcionales o biomecánicas (Sampaio, 2012). Además, si la inmovilización de la fractura no es adecuada, los fragmentos óseos pueden no unirse completamente y formar hueso esclerótico en sus extremos, lo cual genera una pseudoarticulación, es decir, la presencia de una nueva y falsa articulación que presenta una movilidad anormal, con neocápsulas y líquido sinovial interpuesto entre los fragmentos (Lovell y Grauer, 2018). Los individuos que presentan este tipo de complicación pueden padecer dolor y movimiento persistentes en el sitio de la fractura (Sampaio, 2012).
A su vez, si las fracturas afectan un sector articular o adyacente a él, pueden provocar cambios degenerativos tempranos en la articulación (Roberts, 2019), caracterizados por la destrucción y fusión de elementos debido a la formación de callos que unen dos o más huesos. Cuando esto ocurre en las extremidades, con frecuencia conlleva a la pérdida o reducción de movimiento de la articulación involucrada (Roberts, 2019).
Si bien las CF pueden presentarse tanto en el tejido óseo como en el tejido blando, los estudios bioarqueológicos y paleopatológicos solo se concentran en las primeras, a partir de evidencias en el registro esqueletal. En las últimas décadas, algunos estudios bioarqueológicos han propuesto incorporar la metodología de registro y análisis de las CF (Roberts, 2006; Lovell y Grauer, 2018; Redfern y Roberts, 2019), ya que pueden proporcionar información sobre la movilidad, morbilidad, mortalidad y tratamiento médico en una población (Redfern y Roberts, 2019). Este tipo de evaluaciones han sido realizadas con mayor frecuencia en estudios de caso o en muestras pequeñas (e.g., Antunes-Ferreira et al., 2021), mientras que son menos frecuentes en conjuntos arqueológicos numerosos (e.g., Dittmar et al., 2021).
En Argentina, los estudios sobre lesiones traumáticas han discutido y analizado con mayor profundidad las posibles evidencias asociadas a eventos de violencia interpersonal, en particular sobre poblaciones de la región del noroeste argentino (e.g., Gheggi, 2014; Seldes y Botta, 2014), Sierras Centrales (Fabra et al., 2015), Pampa (Berón, 2014), transición pampeano-patagónica oriental (e.g., Flensborg, 2011) y norte de Patagonia (Barrientos y Gordón, 2004; Gordón, 2015). Por el contrario, en Patagonia austral (PA), las investigaciones se han centrado en descripciones de lesiones traumáticas en estudios de caso o intrasitio (e.g., L’Heureux y Amorosi, 2009; Suby et al. 2009; Suby y Guichón, 2010), con excepciones, como pueden ser los realizados en grandes muestras, por ejemplo, el publicado recientemente por Flensborg y Suby (2020).
Siguiendo esta tendencia general, aunque en PA se realizaron algunas pocas descripciones de CF (e.g., Kozameh et al., 2000; Suby, 2014), hasta el momento no han sido estudiadas en detalle. Por este motivo, el objetivo de este trabajo es analizar la frecuencia de las CF en una muestra de individuos de PA pertenecientes al Holoceno medio y tardío (ca. 6500-300 años AP), para discutir sus posibles consecuencias patológicas. La región de PA comprende el área continental e insular al sur de la latitud 50°S de Sudamérica (Figura 1) y, según evidencias arqueológicas, fue ocupada por poblaciones humanas desde hace al menos ca. 11.000 años AP en el sector continental y el norte de Tierra del Fuego (TDF), y ca. 7800 años AP en el sur de TDF (e.g., Prates y Pérez, 2021). La información etnohistórica destaca que la región fue habitada por cuatro etnias principales, con dos patrones dietarios bien diferenciados: cazadores-recolectores terrestres (aonikenk en el continente y selk’nam en el norte de TDF) y cazadores-recolectores marinos (alakaluf y yagan en los litorales suroccidental y suroriental de TDF, respectivamente) (Gusinde, 1986; Saletta, 2015). Sin embargo, estudios zooarqueológicos y paleodietarios identificaron la existencia de economías intermedias o mixtas, basadas en la explotación de recursos terrestres y marítimos en diferentes proporciones, sin una predominancia clara de uno por sobre el otro (e.g., Barberena, 2008; Kochi, 2017). Estas diferencias culturales y en las estrategias de subsistencia han sido planteadas como un aspecto relevante en la exposición a los traumas, como ha sido sugerido por Flensborg y Suby (2020), lo que genera expectativas de posibles patrones divergentes entre los grupos humanos, tendencia que se espera explorar aquí. En este sentido, el presente trabajo es un avance de la investigación realizada previamente por Flensborg y Suby (2020), sobre un conjunto de muestras más amplia, y con énfasis en el estudio de las posibles consecuencias de CF.
MATERIALES Y MÉTODOS
Para el presente estudio se tuvieron en cuenta esqueletos humanos resguardados en diferentes instituciones de Argentina: Museo del Fin del Mundo (Ushuaia), CADIC-CONICET (Ushuaia), IMHICIHU-CONICET (Buenos Aires), Laboratorio de Ecología Evolutiva Humana (Quequén); y de Chile: Museo del Fin del Mundo (Ushuaia), Instituto de la Patagonia (Punta Arenas), que contaran preferentemente con información espacial y cronológica. Luego de esta selección, se analizaron los restos óseos de 54 individuos provenientes de 50 sitios arqueológicos de PA. Esta información fue complementada, a su vez, con otros 93 individuos de la región, cuyo análisis fue publicado previamente por Suby et al. (2017) y Flensborg y Suby (2020). En dichos trabajos se identificó el reporte de traumas óseos, que se suman al aporte de otros investigadores (Tabla 1). Por lo tanto, sobre una muestra total de 147 individuos procedentes de PA (Tabla 1), se identificaron y registraron las fracturas y complicaciones posteriores, ya sea en restos analizados aquí, como en los publicados previamente por otros autores.
Referencias: SCM: Santa Cruz/Magallanes; NTDF: norte de Tierra del Fuego; STDF: sur de Tierra del Fuego; M: masculino; F: femenino; I: indeterminado; No-Ad: no-adulto; AJ: Adulto Joven; AM: Adulto Medio; Ai: Adulto indeterminado; SD: sin datos; (*) individuos analizados en este trabajo.
Para el análisis de fracturas, solo se tuvieron en cuenta aquellas que afectaron al individuo durante su vida (antemortem) o las producidas en el periodo próximo a la muerte (perimortem). Las primeras fueron identificadas por la presencia de remodelación ósea, ya sea con desarrollo de tejido de woven o lamelar, mientras que entre las segundas fueron incluidas aquellas que mostraron ser producidas en el tejido fresco, con bordes redondeados, similar coloración y sin evidencias de formación ósea. Las fracturas postmortem –es decir, aquellas causadas por procesos tafonómicos– no fueron consideradas, y se identificaron por la existencia de bordes angulosos y diferencia de coloración respecto del resto del tejido presente (Smith, 2021). No fueron incluidas aquellas fracturas dentales, trepanaciones o espondilólisis que podrían asociarse a procesos patológicos (Flensborg y Suby, 2020). Se registró además la ubicación anatómica de cada una de las fracturas y se describieron las CF, teniendo en cuenta la presencia de mal-alineaciones, formación de pseudoarticulaciones, evidencias de desarrollo de procesos infecciosos y afectación de articulaciones sinoviales.
Se estimaron las frecuencias de lesiones según la edad de muerte, sexo y subregión de procedencia de los individuos. La estimación sexual y edad de muerte se evaluaron siguiendo los métodos sugeridos en Buikstra y Ubelaker (1994). Los individuos fueron clasificados como no-adulto (0-18 años), adulto joven (18-34 años), adulto medio (35-49 años) y adulto mayor (>50 años) (Buikstra y Ubelaker, 1994). Aquellos individuos maduros que no pudieron ser asignados a un rango de edad fueron identificados como adultos indeterminados (>18 años). De acuerdo con la subregión de procedencia, los individuos fueron agrupados en aquellos pertenecientes al sector continental (Santa Cruz/Magallanes); y los provenientes del sector insular, dividido por el lago Fagnano, en norte y sur de TDF (Figura 1). Esta clasificación sigue las propuestas culturales y de estrategia de subsistencia destacadas por evidencias arqueológicas y etnohistóricas para las poblaciones humanas que habitaron PA durante el Holoceno, mencionadas más arriba (ver Introducción).
RESULTADOS
Del total de los individuos incluidos, 55 (37,4%) corresponden a masculinos, 53 (36%) a femeninos y 39 (26,5%) a indeterminados; en cuanto a la edad de muerte, 44 (29,9%) son no-adultos; 54 (36,7%), adultos jóvenes; 41 (27,9%), adultos medios; y ocho, (5,4%) adultos indeterminados. A su vez, 47 (32%) individuos pertenecen a la subregión Santa Cruz/Magallanes; 34 (23,1%), al norte de TDF; y 66 (44,9%), al sur de TDF.
En 14 (9,5%) individuos se registraron evidencias de, al menos, una fractura (Tabla 2). De esta muestra, seis individuos (43% de los fracturados y 4,1% del total de la muestra analizada), presentaron lesiones compatibles con CF (Oreja de Burro 2, Rincón del Buque, Bahía Valentín, Punta Santa Ana, Punta Santa María, Palermo Aike; Tabla 2). En relación con el sexo, tres de los esqueletos con CF son masculinos (21,3% de los individuos con fracturas y 5,4% de los esqueletos de ese sexo analizados); dos son femeninos (14,3% de los esqueletos con fracturas y 3,8% del total para este sexo), y uno indeterminado (7,1% de los individuos fracturados). Además, cuatro fueron asignados al grupo adulto medio (28,6% de los esqueletos con fracturas, y 9,75% del total de ese grupo estudiado), mientras que dos corresponden a adultos, sin poder ser asignados a un grupo etario más acotado. En este sentido, no se observaron CF en individuos no-adultos o adultos jóvenes. En cuanto a la región de procedencia, cinco de los seis individuos con CF (83,3%) fueron hallados en sitios de Santa Cruz/Magallanes (10,6% de los estudiados de esa región), y uno en el sur de Tierra del Fuego (16,7% de los esqueletos con fracturas y 1,5% de los procedentes de esta región). A su vez, en un individuo masculino adulto hallado en un sitio del sur de Tierra del Fuego se registró una complicación asociada a un trauma, aunque por el momento no pudo establecerse si involucra una fractura remodelada (MFM.2671).
De acuerdo con estos resultados, la mayor parte de los esqueletos afectados por CF registrados aquí corresponden a individuos pertenecientes a la región de Santa Cruz/Magallanes (Tabla 2). Entre ellos, el esqueleto Orejas de Burro 2, adulto medio y masculino, presentó fracturas localizadas de modo bilateral en las últimas costillas de la caja torácica. L´Heureux y Barberena (2008) y Suby (2014) muestran que la décima costilla derecha evidencia una mala alineación con formación de hueso lamelar y un leve desplazamiento en sentido antero-posterior. Además, Suby et al. (2009) registraron una CF en el cuerpo de la costilla derecha (Figura 2a y b) del individuo Rincón del Buque (adulto medio, masculino), y presenta una pseudoarticulación. Por su parte, en el individuo del sitio Punta Santa Ana, un adulto medio femenino presentó una fractura en el extremo distal del cúbito derecho, vinculada a una deformación articular, epífisis distal rotada y formación de labiación en su borde (Constantinescu, 2001). Recientemente, Palacios (2021) registró una fractura consolidada en diáfisis del radio izquierdo de un adulto medio, femenino (Punta Santa María). Además, observó una mala alineación de los fragmentos, con rotación de la epífisis distal y acortamiento del radio (Palacios, 2021). En el individuo Palermo Aike, por su parte, se registró en un individuo masculino adulto, al menos dos posibles complicaciones en el tercio distal de la tibia derecha: una mala alineación lateral, con formación de hueso compacto, acortamiento de la longitud de la tibia, y la presencia de una posible cloaca inactiva posiblemente asociada al evento traumático (Figura 3) (Suby, 2014).
En contraste, los restos del norte de Tierra del Fuego no presentaron lesiones compatibles con CF, y solo un individuo del sur de Tierra del Fuego mostró este tipo de lesiones. Se trata de un individuo hallado en el sitio Bahía Valentín (adulto indeterminado), en el cual Kozameh et al. (2000) identificaron una fractura en el húmero izquierdo, asociado a modificaciones en la longitud y morfología de la cabeza humeral.
Finalmente, el individuo MFM.2671 (adulto medio, femenino) mostró abundante formación de hueso lamelar y, en menos proporción, hueso de woven localizada en las articulaciones de trapecio-radio y trapecio-2° metacarpo, ambos derechos (Figura 4a). Estas lesiones produjeron la anquilosis y orificios compatibles con cloacas en la epífisis proximal del 2° metacarpo (Figura 4b y c). En este caso, el tipo de lesión presente -formación ósea-, dada su distribución bien localizada y su unilateralidad, puede resultar compatible con una complicación de trauma que afectó al individuo.
DISCUSIÓN
Los estudios sobre traumas en PA no han sido frecuentes, en especial los orientados a buscar evidencias en conjuntos esqueletales en escalas macrorregionales. Una aproximación a este problema realizada recientemente por Flensborg y Suby (2020) mostró que un número elevado (12,6%) de los restos estudiados presentan algún tipo de lesión traumática ósea. Este porcentaje resulta coincidente con otros análisis, como los realizados por Gordón (2011) en el noreste de Patagonia (17,5%), o los registrados por García Guraieb (2010) en el área del lago Salitroso, en el noroeste de Santa Cruz (10,2%). En contraste, se han reportado mayores prevalencias en restos humanos de poblaciones del curso inferior del río Colorado (26,8%) (Flensborg, 2015) y menores en una muestra procedente del valle medio de Río Negro (6,9%) (Prates et al., 2010) y de la costa norte del Golfo San Matías (3,7%) (García Guraieb et al. 2010). Aunque es posible que estas variaciones estén condicionadas por los tamaños muestrales y las diferentes estrategias metodológicas seguidas por los autores (i.e., tipos de lesiones identificadas, elementos analizados, metodologías de registro, entre otras), al menos parte de las diferencias pueden responder a mayores o menores exposiciones de los individuos a eventos traumáticos asociados a las características sociales y al medio ambiente que habitaron.
Por el contrario, las consecuencias de las fracturas en la vida de los individuos han sido escasamente analizadas. Algunas evaluaciones previas sugieren que las complicaciones óseas asociadas a fracturas en poblaciones antiguas han sido, en general, bajas (Lovell y Grauer, 2018). Los resultados hallados en este trabajo podrían ser considerados coincidentes con esta propuesta, dado que solo el 4,1% del total de individuos analizados presentó alguna complicación derivada de una fractura ósea. Sin embargo, una amplia proporción del total de fracturas halladas presentaron complicaciones (43%), lo que podría indicar que este tipo de lesiones conllevaron algún tipo de consecuencia posterior para los individuos. Los elementos más afectados por este tipo de lesión fueron las costillas y los huesos largos, mientras que no fueron registradas CF en vértebras, huesos cortos y el cráneo. Esto último concuerda además con la tendencia general registrada en otras muestras bioarqueológicas, donde las frecuencias de CF en dichos elementos son menores (Redfern y Roberts, 2019). En efecto, la distribución anatómica de las lesiones y su resultado, que en general produjeron la mal alineación de huesos largos, modificaciones articulares o infecciones óseas, sugieren que habrían conllevado consecuencias negativas persistentes en el tiempo, como alteraciones en la movilidad.
Las costillas, señaladas como uno de los lugares más afectados por fracturas en los restos de PA (Flensborg y Suby 2020), suelen estar estrechamente relacionadas con los músculos respiratorios. Si bien las lesiones identificadas aquí podrían haber producido algún tipo de dificultad funcional respiratoria (Brickley, 2006), la presencia de pseudoarticulaciones, como en el caso del individuo de Rincón del Buque, o la formación de hueso nuevo y remodelación en la consolidación de fracturas costales, como las registradas en Orejas de Burro 2, indicarían que las lesiones no fueron producidas en un momento próximo a la muerte de estos individuos. Aunque la formación de una pseudoarticulación en el cuerpo de una costilla puede implicar una molestia intermitente y un posible riesgo de perforación pulmonar (Sampaio, 2012), este no parece haber sido el caso en los individuos analizados aquí.
Con respecto a los huesos largos, la mala alineación puede resultar en una reducción de la locomoción y la capacidad de manipulación, además de posibilitar la degeneración temprana de la articulación (Sampaio, 2012). Este tipo de complicaciones fueron registradas en los miembros superiores de dos individuos, donde las lesiones posiblemente pudieron tener algunas implicancias mecánicas ya que involucran la articulación del extremo proximal y distal (Kozameh et al., 2000; Constantinescu, 2001). De igual modo, la complicación identificada en los restos del individuo MFM.2671, con una anquilosis e infección ósea en los metacarpos de la mano derecha, posiblemente resultaron en una limitada movilidad de la muñeca y deterioro articular.
Similar resultado podría haber producido el acortamiento de la extremidad inferior de los restos del sitio Palermo Aike, el cual pudo haber causado dificultades en ciertas actividades asociadas a la locomoción o movilidad del individuo (Sampaio, 2012). En este aspecto, la disminución de la longitud ósea en la extremidad inferior podría estar vinculada a una posible inclinación de la pelvis y desviación lateral de la columna (Lovell y Grauer, 2018). Además, se observó la presencia de una posible cloaca asociada a la fractura. Todo ello podría implicar que el individuo transitó un mayor rango de tiempo desde el momento de la fractura hasta su muerte.
Las CF identificadas en miembros superiores e inferiores podrían haber resultado en una inestabilidad y deterioro temprano articular producto de la fractura, una limitada movilidad, y posiblemente haber provocado un desuso prolongado y rigidez de la articulación o extremidad (Sampaio, 2012; Roberts, 2019), e incluso habría requerido de la ayuda y el cuidado de otros miembros de la comunidad, ya sea de manera transitoria durante su recuperación en momentos agudos de la lesión o bien de forma permanente (Tilley, 2015).
Con respecto a la edad de muerte, todas las CF fueron observadas en individuos adultos medios, y dado el estado remodelado de aquellas, es posible que los eventos traumáticos hayan sido producidos durante la etapa juvenil o de adulto joven. Por su parte, los individuos masculinos fueron aquellos que registraron mayores prevalencias de CF, similar a lo ocurrido en otras muestras (e.g., Dittmar et al., 2021). La mayor frecuencia en individuos masculinos hallada resulta también coincidente con el mayor número de traumas identificados por Flensborg y Suby (2020), atribuidos a actividades cotidianas que exponen a este grupo a un mayor riesgo de lesiones.
De acuerdo con la procedencia, se han evidenciado CF óseas con una mayor prevalencia en aquellos individuos provenientes de Santa Cruz/Magallanes, lo que resulta coincidente con la mayor frecuencia de traumas reportados por Flensborg y Suby (2020) en restos de esta subregión. Ninguno de los casos identificados aquí corresponde a lesiones atribuidas a eventos de violencia interpersonal, los cuales además fueron identificados en escasos individuos por los mismos autores. De este modo, por un lado, las actividades de subsistencia pueden influir en el riesgo de una fractura (Redfern y Roberts, 2019). Por otra parte, la respuesta inmune de los individuos y el tratamiento recibido condicionan sus consecuencias y complicaciones, durante el proceso de reparación y cicatrización (Redfern y Roberts, 2019).
CONCLUSIÓN
Los resultados presentados aquí indican que las poblaciones humanas que ocuparon PA durante el Holoceno medio y tardío presentaron bajas frecuencias de complicaciones debidas a fracturas, en general asociadas a los modos de vida cazador-recolector terrestre o mixto propuesto para la región de Santa Cruz/Magallanes en el extremo sur del continente americano. Solo una parte de ellas podría haber tenido consecuencias negativas posteriores para los individuos, en especial las que afectaron la caja torácica y los elementos de miembros superiores e inferiores, ya sea por el desarrollo de infecciones, por el acortamiento de miembros o la modificación de superficies articulares, con consiguientes reducciones en la movilidad. Estos casos podrían haber requerido de la ayuda y cuidado de otros miembros de las sociedades a las cuales pertenecieron, ya sea de manera temporal durante las etapas agudas de las lesiones, como de forma permanente por limitaciones en la actividad cotidiana.
Las investigaciones bioarqueológicas de complicaciones de fracturas permiten identificar consecuencias directas de los traumas sobre la vida de los individuos que las padecieron en el pasado, y vincularlas con su contexto social particular. Sobre este último aspecto, los resultados hallados aquí muestran que al menos parte de los individuos afectados requirieron ayuda para su supervivencia y tratamiento, un aspecto social de la bioarqueología que no ha sido abordado en la región y que requerirá mayor atención en el futuro.