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Quinto sol

On-line version ISSN 1851-2879

Quinto sol vol.25 no.1 Santa Rosa Jan. 2021

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.19137/qs.v25i1.4179 

Artículos

Guerra Fría e intervención estadounidense en Malvinas (1982)

Cold War and American Intervention in Malvinas (1982)

A Guerra Fria e a intervenção norte-americana em Malvinas (1982)

Ana Laura Bochicchio1  bochicchioana@gmail.com

1Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina Argentina

Resumen

Este artículo analiza la guerra de Malvinas desde una perspectiva global, entendiendo el rumbo que cobró como entrelazado con el contexto internacional de la Guerra Fría. Para ello el acento se coloca en el análisis de la política estadounidense, primero diplomática y luego intervencionista como aliado de Gran Bretaña. Al analizar las conversaciones bilaterales entre Margaret Thatcher y Ronald Reagan, junto con comunicados oficiales y publicaciones de diferentes agencias estatales estadounidenses, puede observarse el modo en que el desarrollo de dicha contienda, más allá de las particularidades regionales que la desencadenaron, estuvo inserto en la lógica antisoviética de la segunda Guerra Fría. A ello se suma un contexto global de imposición de políticas neoliberales que radicalizaron la intervención estadounidense en Latinoamérica en favor de la imposición de su modelo imperialista capitalista.

Palabras clave Dictadura militar; Guerra de Malvinas; Rrelaciones internacionales; Guerra fría

Abstract

: This article analyzes the Malvinas war from a global perspective, understanding the direction that it took on as intertwined with the international context of the Cold War. To this end, the emphasis is placed on the analysis of the United States policy, first a diplomatic one and then an interventionist one, as an ally of Great Britain. Analyzing the bilateral conversations between Margaret Thatcher and Ronald Reagan together with official statements and publications of different US state agencies, it can be seen the way in which the development of the Malvinas war, beyond the regional particularities that triggered it, was inserted within the anti-Soviet logic of the second Cold War. Added to this is a global context of the imposition of neoliberal policies that radicalized the US intervention in Latin America in favor of the imposition of its capitalist imperialist model.

Keywords Military dictatorship; Malvinas War; International relations; Cold War

Resumo

Este artigo analisa a guerra das Malvinas desde uma perspectiva global, compreendendo o rumo que teve como entrelaçado com o contexto internacional da Guerra Fria. Por isso, centra-se o foco na análise da política norte-americana, primeiro diplomática e depois intervencionista como aliada de Grã-Bretanha. Ao analisar as conversações bilaterais entre Margaret Thatcher e Ronald Reagan, junto com comunicados oficiais e publicações de diferentes agencias estatais norte americanas, observou-se a forma em que o desenvolvimento da contenda, para além das particularidades regionais que a desencadearam, esteve inserto na lógica antissoviética da segunda Guerra Fria. A isto, soma-se um contexto global de imposição de políticas neoliberais que radicalizaram a intervenção norte-americana a favor da imposição de seu modelo imperialista capitalista.

Palavras-chave Ditadura militar; Guerra das Malvinas; Relações internacionais; Guerra fria

Guerra Fría e intervención estadounidense en Malvinas (1982) [1]

1. Introducción

El 2 de abril de 1982 la dictadura militar argentina a cargo de Leopoldo Fortunato Galtieri recuperó militarmente las Islas Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña desde 1833. La acción militar estuvo bajo el mando del contralmirante Carlos Busser, quien desembarcó con sus tropas en Puerto Stanley e hizo dimitir al gobernador británico, Rex Hunt. Como bien afirman Lawrence Freedman y Virginia Gamba-Stonehouse (1991), la Junta Militar ya había estado planeando la estrategia de un ataque militar previamente, idea que maduró en marzo de 1982. La intención del presidente de facto fue recuperar la soberanía argentina de las islas, lo cual tuvo como respuesta el ataque militar británico.[2] El conflicto duró solo dos meses y culminó con la rendición de las tropas argentinas el 14 de junio. Como consecuencia de la derrota, las personas integrantes de la diplomacia argentina suelen coincidir en que Argentina:

cerró la posibilidad de continuar negociando sobre nuestros títulos en la cuestión Malvinas. La Guerra de Malvinas en términos generales fue el punto terminal del poder militar y tras éste, la posibilidad de conjugar un sistema político estable. Y en términos específicos, el de la política exterior, poner de manifiesto la debilidad del país en el mundo y la equivocada imagen que teníamos de nosotros mismos. (Simonoff, 2012, p. 18)

El objetivo de este artículo es problematizar la guerra de Malvinas a la luz del contexto internacional de la Guerra Fría, y analizar específicamente el rol de Estados Unidos en la contienda. Entenderla en este marco no tiene una intención reduccionista. Lo que aquí se busca es examinar uno de los tantos aspectos desde los cuales se puede reflexionar en torno a este conflicto bélico, tan traumático para la sociedad argentina. En ese sentido, se pretende comprender globalmente una guerra que no ocurrió aislada de su contexto mundial –aparte de ser el resultado de más de un siglo de disputas con Gran Bretaña–. Por el contrario, estuvo integrado a él, especialmente teniendo en cuenta que todo hecho histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial conforma parte del proceso de globalización (Conrad, 2016). Es decir, que los cambios sociales, políticos, económicos y culturales se dan en escala transnacional.

Luego de 1945 y hasta la caída de la Unión Soviética, en 1991, el gran conflicto a escala global fue la Guerra Fría. En tal contexto, las grandes potencias vencedoras de la contienda mundial –Estados Unidos y la Unión Soviética– disputaron su área de influencia y su pretensión de obtener hegemonía global, no directamente, sino por medio de alianzas y disputas en puntos marginales del globo tales como Corea, Vietnam, Afganistán, Palestina, Guatemala, Nicaragua y Cuba. Todo esto marcó en gran medida el rumbo que corrió la guerra y, en particular, el rol de Estados Unidos, actor central de este análisis.

Como consecuencia de lo antedicho, el denominado Tercer Mundo pasó a tener un rol estratégico fundamental en esta nueva contienda entre dos modos sociales, económicos y políticos antagónicos: capitalismo versus comunismo. Como bien sugiere Odd Arne Westad (2007), los aspectos más importantes de la Guerra Fría en Occidente no fueron eurocéntricos, sino que eran esfuerzos destinados al desarrollo político y social en las zonas más marginales del mundo. Así, desde un discurso de “descolonización”, lo que ocurrió fue que, bajo el auspicio norteamericano, este término significó que “la futura dirección del Tercer Mundo se estaba convirtiendo en una responsabilidad estadounidense, y no una europea” (p. 27).[3]

Efectivamente, Latinoamérica formó parte de la Guerra Fría desde temprano, con una fuerte intervención comercial y política estadounidense, que apoyó y forjó numerosos golpes de Estado, proceso iniciado en Guatemala en 1954.[4] El territorio se vio envuelto en la disputa internacional de manera tal que la sociedad, la economía y la política se vieron afectadas tanto por los intereses de Estados Unidos como por los de la Unión Soviética. Las tendencias revolucionarias y reformistas debieron enfrentarse a las fuerzas dictatoriales, oligárquicas y conservadoras en un contexto sumamente tenso. Principalmente, bajo la égida de Estados Unidos, las fuerzas antidemocráticas latinoamericanas colaboraron en reproducir la hegemonía político-económica de dicha potencia. Para ello buscaban instalar un modelo capitalista en la región, entendido como sinónimo de libre empresa y, por lo tanto, de libertad individual –lo cual ideológicamente justificaba la imposición del imperialismo capitalista estadounidense–. Esto se consolidó con el denominado neoliberalismo, fuertemente influenciado por el economista de la Escuela de Chicago Milton Friedman (2002), quien fue asesor económico de los gobiernos de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher.

Como afirma Sandra Fernández, “en historia siempre trabajamos con escalas… Cambiando de escala, no se ven las mismas cosas más grandes o más chicas. Se ven cosas diferentes… se trata de encadenamientos diferentes en configuración y causalidad” (2018, pp. 13-20). Es allí donde se inserta este análisis de la guerra de Malvinas, entendiendo, junto con Uriel Erlich (2020), que:

la cuestión de las Islas Malvinas no involucra solamente a la Argentina. Desde el inicio de la ocupación británica por la fuerza de las islas Malvinas, el 3 de enero de 1833, su historia se vincula a la región… Cuando la integración regional se fortalece, también lo hace el reclamo sobre Malvinas; por el contrario, cuando la integración regional se debilita, el reclamo se debilita. (pp. 91-97)[5]

Por lo tanto, lo que aquí se pretende comprender es el modo en que el contexto internacional se entrecruza con la perspectiva regional latinoamericana, especialmente la argentina –como unidad social particular, además de geopolítica–. Esto permite observar cuestiones de carácter general en una interrelación de escalas. Si bien la Guerra Fría enmarcaba globalmente los conflictos latinoamericanos, no se deben dejar de tener en cuenta las particularidades regionales. Como acertadamente sugiere Tanya Harmer, la Guerra Fría tuvo un carácter interamericano que no respondía siempre ni necesariamente a las periodizaciones del conflicto entre Washington y Moscú. La autora sugiere, en cambio, que:

al menos en la última parte del siglo XX, cuándo y cómo se movió la Guerra Fría entre diferentes fases de intensidad también estuvo con frecuencia determinado por eventos en la región y en una lógica Latinoamérica interna e interregional que daba un marco para el posible conflicto. (Harmer, 2014, p. 137; la cursiva es del original)

En tal sentido, lo que ocurría era que los conflictos regionales se entrelazaban con la gran contienda internacional, en una relación recíproca que, en última instancia, estaba cargada de bipolaridad tanto interna como externa.

Este artículo coloca el énfasis en las razones que, en su discurso, el presidente estadounidense Ronald Reagan (1981-1989) manifestó para mantenerse, primero neutral, y luego apoyando abiertamente a Gran Bretaña durante la guerra de Malvinas. Como se podrá observar, el imperialismo norteamericano es la clave del entendimiento de estas cuestiones. En última instancia, Estados Unidos estaba atravesando un contexto internacional en el cual debía mantener la paz entre los Estados del bloque occidental. Por lo tanto, una guerra en Latinoamérica con su principal aliado europeo le parecía inconcebible. Al ser el líder del bloque capitalista, dicho Estado se colocaba en una posición de “policía mundial” que le permitía exportar su ideología antisoviética y, al mismo tiempo, ser un factor esencial a la hora de enfrentar los problemas diplomáticos que surgieran entre los diferentes países bajo su égida (Pozzi, 2009, pp. 263-265).

De hecho, la guerra de Malvinas refleja las tensiones existentes entre los aliados de Estados Unidos. Por eso mismo, la contienda constituyó un accidente no deseado para la potencia, al enfrentar a dos países pertenecientes al bloque occidental –lo cual no necesariamente los convertía en aliados diplomáticos entre sí–. La guerra puso de manifiesto las contradicciones dentro del bloque, que claramente no era homogéneo y también presentaba rigideces en la polaridad norte-sur. Tal disyuntiva es la que definió, en el contexto global bipolar, las decisiones diplomáticas estadounidenses durante y posteriormente a la guerra en sí. Lo que estaba en juego, en definitiva, era el rol de Estados Unidos como principal potencia hegemónica global. De ahí la necesidad de evitar a toda costa avances comunistas en América Latina, lo cual se temía que podía ocurrir dada la tensión entre Argentina y Gran Bretaña. Por eso mismo el inicial interés en acabar el conflicto diplomáticamente y, al no lograrlo, volcarse abiertamente a la guerra armada, apelando que no se podía permitir que un Estado occidental agrediera a otro, dado el álgido contexto internacional.

Sumado a esto, durante la década de 1980 se inició una “segunda Guerra Fría”. Esta consistió en un recrudecimiento de la retórica anticomunista por parte de Estados Unidos, que en las dos décadas previas había encarado un proceso de distensión y de negociación con la Unión Soviética por medio de tratados de no proliferación nuclear (Gaddis, 2005). De este modo, el discurso de Reagan les otorgó un rol estratégico y simbólico a las islas del Atlántico Sur –que siempre estuvieron atravesadas por imaginarios bélicos–. Al ser parte del continente americano, se debía evitar una guerra armada en su territorio. En consecuencia, tanto la decisión de Leopoldo Galtieri de ocupar militarmente las islas como la participación de Estados Unidos en la guerra de Malvinas pueden entenderse como parte del renovado anticomunismo de la segunda Guerra Fría, fuertemente encarado tanto por la primera ministra británica Margaret Thatcher como por Ronald Reagan.

Las fuentes utilizadas para la elaboración de este artículo son las conversaciones entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher; y Alexander Haig y Leopoldo F. Galtieri, disponibles en el Archivo de la Margaret Thatcher Foundation (MTF).[6] También se tienen en cuenta conferencias de prensa del presidente norteamericano y documentación de agencias gubernamentales estadounidenses, disponibles principalmente en el Ronald Reagan Presidential Foundation & Institute.[7] Si bien lo que aquí se menciona no agota la cuestión ni refleja la totalidad de la documentación existente, se busca realizar un acercamiento y una primera recopilación de fuentes para acceder al tema y aportar una traducción al español de las cuestiones principales presentes en ellas.

2. Estados Unidos ante la disputa territorial por las islas Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña

Desde las primeras décadas del siglo XIX, los Estados Unidos se mantuvieron neutrales ante la disputa territorial entre Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas, a pesar de que la famosa Doctrina Monroe exigía que el Estado norteamericano no permitiese la interferencia colonial europea en Sudamérica, región a la que consideraba su “patio trasero”. Esta doctrina fue definida en 1823 por el presidente James Monroe, quien en su discurso anual ante el Congreso declaró que cualquier intento de las potencias europeas por controlar u oprimir alguna nación del hemisferio americano sería visto como un acto hostil contra los Estados Unidos, ya que la colonización futura del continente se daba por terminada.[8] Sin embargo, la Doctrina Monroe también sostenía que Estados Unidos no interferiría en las ya existentes colonias y dependencias europeas en la región. Por lo tanto, la neutralidad estadounidense frente a Malvinas pretendía no involucrarse de lleno en el conflicto (Reisman, 1983, pp. 287-317).[9]

Existe un antecedente fundamental en esta historia sobre Estados Unidos, Argentina y Malvinas, que fue el incidente de 1831 en relación con el embargo de la goleta estadounidense “Harriett”por pesca ilegal de anfibios en la zona. Como consecuencia de la política internacional belicosa del presidente Andrew Jackson (1829-1837), el conflicto fue entendido por Estados Unidos como una agresión contra sus derechos comerciales y, en consecuencia, envió un buque armado –el “Lexington”–, y así dificultó las negociaciones diplomáticas. En su tercer discurso anual ante el Congreso, Jackson acusó a Argentina de injurias contra el comercio norteamericano y afirmó que:

Hubiera colocado a Buenos Aires en la lista de los Estados sud-americanos con respecto de los cuales nada de importancia había de comunicarse que nos afectara a nosotros, si no fuera por las ocurrencias que han tenido lugar últimamente en las islas Malvinas, en que el nombre de esa República ha sido empleado para encubrir con apariencia de autoridad, actos perjudiciales a nuestro comercio, y a los intereses y libertad de nuestros ciudadanos. En el decurso del presente año, uno de nuestros buques ocupado en continuar un tráfico que siempre habíamos disfrutado sin ser molestados, ha sido apresado por una gavilla, obrando según pretenden, bajo la autoridad del gobierno de Buenos Aires. He dado órdenes pues de despachar un buque armado para reunirse a nuestra escuadra en aquellos mares y ayudar a prestar toda la protección legal que sea necesaria a nuestro comercio, y enviaré sin demora, un ministro a indagar la naturaleza de las circunstancias como también el de la pretensión, si existe alguna, que es sostenida por ese gobierno a las expresadas islas. Entretanto someto el caso a la consideración del Congreso, a fin de que revista al Ejecutivo con las debidas facultades y los medios que puedan ser necesarios para proveer una fuerza adecuada a la completa protección de nuestros conciudadanos que pescan y trafican en esos mares.[10]

Puede observarse, pues, un claro antecedente sobre la relación ambigua de Estados Unidos con el gobierno argentino en Malvinas, lo cual privilegió sus propios intereses económicos por sobre la diplomacia y cuestionó la soberanía nacional argentina de las islas. Parte de la estrategia norteamericana para solucionar el conflicto fue apoyar la ocupación británica de ese territorio que ocurrió en 1833, al desalojar a la población argentina.[11] Así, el vínculo entre ambas naciones en torno a Malvinas quedaba sellado.

Sobre la relación entre estas potencias en torno a la guerra de 1982, el artículo de Christoph Bluth (1992) “Anglo-American Relations and the Falklands Conflict” resulta esclarecedor. Al referirse a este acontecimiento de 1831, el autor identifica una primera ruptura de la Doctrina Monroe a favor de Inglaterra en referencia a Malvinas, aunque sin reconocer efectivamente la soberanía británica. En ese sentido, la ambigua posición norteamericana al respecto ya estaba definida, en pos de sostener el conflicto para su beneficio. En 1982, ambos países en guerra eran aliados de Estados Unidos, por lo cual Reagan se encontró ante una disyuntiva que, según Bluth, Argentina esperaba que se resolviera a su favor debido al supuesto interés norteamericano de forjar un tratado del Atlántico Sur. Galtieri, además, confiaba injustificadamente en que Estados Unidos agradecería el rol ocupado por el ejército argentino en la represión armada de Honduras y la lucha contra el sandinismo en Nicaragua –en el denominado “Plan Charlie”– (Balerini Casal, 2018). Ese papel argentino en América Central –llevado a cabo por instigación estadounidense–, junto con el radical discurso anticomunista de Galtieri, lo hacían creer, en una lógica de Guerra Fría, que el apoyo estadounidense a su causa sería incondicional.

En efecto, el gobierno militar de facto instalado en Argentina desde 1976 cumplía un rol estratégico en la política internacional estadounidense, preocupada por la eliminación y represión de las ideas comunistas en Latinoamérica (Armony, 1999). Por eso mismo, Estados Unidos era el principal interesado en terminar con el conflicto de Malvinas antes de que pasara a mayores (Freedman y Gamba-Stonehouse, 1991). En tal sentido, su intervención era un factor decisivo tanto para los países involucrados como para su propio interés nacional. El principal peligro que dicho país corría si se involucraba abiertamente en la guerra a favor de Inglaterra consistía en la derrota del gobierno militar aliado y que, en consecuencia, la población se volviera a favor del bloque soviético al terminarse las políticas de represión ejercidas por la dictadura militar.

En la Guerra Fría, en definitiva, todo se reducía a una cuestión de influencias de un bloque u otro. James Scott (1996) asegura que la política internacional estadounidense ya no trataba de contener el avance soviético, sino de “curarlo” allí donde había ocurrido. Por eso, la Doctrina Reagan suponía intervenir militarmente en los países del tercer mundo asolados por “peligros” comunistas, y América Latina era un importante factor de la ecuación. Si bien el caso argentino no fue una aplicación directa de la intervención norteamericana bajo los parámetros de esta doctrina[12] –porque ya había un gobierno aliado–, puede suponerse que la decisión de apoyar la intervención militar británica en Malvinas respondió a esta lógica en pos de evitar la derrota del principal aliado europeo en materia antisoviética. En tal sentido, resulta acertada la afirmación de Fabián Bosoer cuando dice que:

Gran Bretaña, con el apoyo de los EE.UU., respondió al desafío poniendo a punto y desplegando todo su aparato bélico para desalojar por la fuerza a los soldados argentinos y convertir el suceso en una resonante muestra de fortaleza. De este modo permitió a los líderes y jefes militares de Washington y Londres adelantar lo que se viviría años más tarde como una victoria, con el fin de la Guerra Fría y la desintegración de la Unión Soviética. Malvinas podrá tomarse así como un precedente del tipo de enfrentamiento bélico característico de la posguerra fría –guerras asimétricas, punitivas y mediáticas–. (2008, p. 2)

Por otra parte, el rol de Estados Unidos como miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)[13] con énfasis en la mencionada polaridad norte-sur, volvió a implicar una ruptura de la Doctrina Monroe. Existía el temor de que se debilitara el gobierno de Thatcher, lo que significaría el debilitamiento de uno de los principales aliados nucleares de Reagan. Así, para Estados Unidos, el factor antisoviético fue decisivo a la hora de escoger un aliado internacional frente a la cuestión Malvinas durante 1982. Como afirma Bluth (1992, p. 207), “cuando la crisis de Malvinas explotó, la CIA y quizás el Departamento de Estado temían que el gobierno de Thatcher pudiera caer y que un gobierno Laborista antinuclear tomase su lugar”. Sumado a esto, Richard C. Thornton (1998) sostiene que el desarrollo argentino de bombas nucleares (iniciado en la década de 1970) se oponía a los tratados de no proliferación nuclear de los años previos. Al mismo tiempo, Estados Unidos veía con desconfianza la inestabilidad política que atravesaba la primera ministra británica, que tenía una imagen muy negativa en su país, ya que contaba con solo 23% de aprobación pública (Lorenz, 2014). Según Thornton (1998), la guerra de Malvinas fue una solución de Reagan a ambos conflictos. En sus palabras:

Estados Unidos había intentado sin éxito prohibir la introducción de tecnología nuclear en el hemisferio… sería el rápido desarrollo de los programas nucleares y balísticos de Argentina lo que produciría bajo Ronald Reagan un lado norteamericano de la coincidencia de intereses con Gran Bretaña. Las necesidades políticas de Margaret Thatcher producirían el otro. Puede bien ser cierto, como lo dice Russell Lewis, que “La ascendencia popular de la Sra. Thatcher ya estaba establecida previamente a que estallara la crisis de Falklands/Malvinas”, pero su ascendencia no se había establecido decididamente cuando se tomó la decisión de provocarla. (p. 52)[14]

No hay que olvidar que la estrecha alianza entre Estados Unidos e Inglaterra era una realidad de larga data, sobre todo durante la historia del siglo XX. Por lo tanto, suponer que el país norteamericano apoyaría a Argentina en perjuicio de Inglaterra fue uno de los grandes errores estratégicos de la Junta Militar. De todos modos, la política del Departamento de Estado norteamericano fue, en primera instancia, intentar una negociación llevada a cabo por el secretario de Estado, Alexander Haig.[15] Esta resultó fallida, ya que la exigencia argentina de traspaso de soberanía sobre las islas era inadmisible para Gran Bretaña. Tal como señalan Freedman y Gamba-Stonehouse (1991), la imposibilidad de negociar estaba prácticamente planteada desde la base misma del conflicto puesto que:

Inglaterra estaba preparada para dialogar pero sin precondiciones y solo cuando las fuerzas argentinas hayan abandonado las islas; Argentina retiraría sus tropas solo si se garantizaba que toda negociación ulterior confirmara su soberanía. Ninguno de los dos tenía razones para confiar en el otro. (p. 169)

Tal situación innegociable, sumada a lo que Hugh Bicheno (2007) entiende como una cultura militar propia del período, desembocó en un conflicto armado y el consecuente apoyo directo de Estados Unidos a Inglaterra, debido al interés antisoviético y la amistad de larga data con Inglaterra. Como consecuencia del fracaso en las negociaciones, Haig renunció a su cargo. El resultado fue, en definitiva, beneficioso para Estados Unidos, como líder del bloque occidental:

Además de cambiar dramáticamente la naturaleza de la política argentina y colocar al genio nuclear en la botella en Sudamérica, que fueron resultados sin precedentes, el relevo de Alexander Haig liberó a Reagan para continuar más vigorosamente su estrategia de contención… una estrategia que Haig no apoyaba… Por supuesto, ninguna victoria es final en política… El final de la Guerra Fría llevó al eclipse de la estrategia de contención, que se volvió anticuada –una víctima de su propio éxito–. Resulta irónico que el resultado fue más duradero para Argentina… Buenos Aires permanece siendo un estado bajo control civil, pacífico, no-nuclear, democrático, y Latinoamérica un área libre de armas nucleares. (Thornton, 1998, pp. 244-245)

Resulta interesante señalar que, más allá de que toda esta situación derivó en un conflicto armado interestatal, ni la diplomacia ni la historiografía anglosajona se refieren al acontecimiento con el término de “guerra”, sino como “conflicto” o “crisis”. Como afirma Michael Brecher (1996), estos son tres conceptos interrelacionados que se caracterizan por definir hostilidades, tensión y desconfianza mutua. Y si bien la crisis se relaciona con la guerra, el autor sugiere que, conceptualmente, el término “crisis” se asocia con procesos de cambio previos a la guerra, que presentan dos elementos básicos: un incremento en la intensidad de las interacciones disruptivas entre los Estados con una probabilidad más alta de lo normal de que tengan lugar hostilidades militares y la desestatización de las relaciones. Claramente, esto ocurrió a partir del 2 de abril de 1982, cuando la dictadura militar argentina desembarcó en el archipiélago de Malvinas. Sin embargo, el hecho de que el lenguaje anglosajón no se refiera a los acontecimientos posteriores bajo el concepto de “guerra” es significativo, ya que minimiza el impacto que tuvo tanto en el orden mundial como las consecuencias locales para Argentina, que fueron muchas, y no solo en pérdida de vidas humanas, sino también en el ámbito diplomático y político. Significó además, en gran parte, el inicio del fin de la dictadura militar.[16]

3. Estados Unidos y la guerra de Malvinas

Ronald Reagan fue presidente de los Estados Unidos (1981-1989) prácticamente durante el mismo período en que Margaret Thatcher fue la primera ministra británica (1979-1990). Como aliados estratégicos en un contexto de recrudecimiento de las tensiones de la Guerra Fría, ambos mandatarios mantuvieron una copiosa y fluida comunicación. La guerra de Malvinas no fue la excepción. En efecto, tal conflicto bélico desencadenó una sucesión de intercambios entre Thatcher y Reagan que resulta muy interesante para entender el rol que Estados Unidos tomó durante la guerra, en un primer momento como mediador y, finalmente, como aliado militar de Gran Bretaña. En un principio, ante el aviso de Thatcher del 31 de marzo de 1982 sobre una serie de aparentes movimientos argentinos sobre las islas, Reagan le respondió asegurando que:

compartimos tu preocupación por los inquietantes pasos militares que están tomando los argentinos y lamentamos que las negociaciones no hayan tenido éxito en disuadir el problema… estamos contactando al gobierno argentino en sus más altos niveles para insistirles en que no tomen medidas militares que harían que una justa solución sea más difícil de alcanzar.

Puede observarse, pues, una actitud conciliadora cuyo objetivo era evitar el conflicto. De todas maneras, en este telegrama inicial, Reagan ya deja entrever que su principal interés es ayudar a Gran Bretaña en todo lo posible, ya que el comunicado finaliza asegurando que, como aliados frente al avance comunista mundial, “quiero que sepas que hemos valorado vuestra cooperación en los desafíos que ambos enfrentamos en muchas partes del mundo. Haremos lo que podamos para asistirte aquí”.[17] Uno de los primeros movimientos de Reagan fue, entonces, contactar al jefe de la Junta Militar argentina, el general Galtieri, para comunicarle su preocupación por la situación y solicitarle flexibilidad frente a las negociaciones que serían encaradas por el secretario de Estado estadounidense, Alexander Haig, en Londres y en Buenos Aires.[18] Por su parte, Galtieri le solicitó asistencia a Reagan, diciéndole que consideraba imprescindible el apoyo norteamericano ante esta situación que, en definitiva, “está afectando la solidez del mundo occidental”.[19] Galtieri mostró preocupación por los movimientos de las flotas británicas hacia las Islas Malvinas, lo cual podría conllevar que otras naciones se involucraran en el conflicto. A esto, Reagan respondió diciendo que su intención era alcanzar una solución pacífica puesto que:

ambos países involucrados, el suyo y Gran Bretaña, son amigos nuestros por lo que nuestros buenos oficios continuarán extendidos hacia los dos… una guerra en este hemisferio entre dos naciones occidentales, ambas amigas de Estados Unidos es impensable… Sólo la Unión Soviética y sus esclavizados estados aliados se beneficiarían con tal guerra. [20]

En consecuencia, Reagan aseguró que Estados Unidos mantendría una posición neutral siempre y cuando el conflicto no siguiera escalando hasta el nivel bélico. En ese caso, esa situación sería difícil de mantener. Por eso mismo le solicita a Galtieri una buena disposición en sus conversaciones con Haig, quien había llegado a Argentina el 9 de abril luego de haberse reunido en Londres con Margaret Thatcher y su canciller, Francis Pym.[21] Buscando obtener mayor solidaridad del presidente estadounidense, Galtieri le pidió que simpatizara con la causa argentina ya que, como él lo entendía, el 2 de abril había tenido lugar un intento por completar el proceso de independencia sudamericano, tal como Estados Unidos lo había logrado en 1776.[22]

Las circunstancias de Reagan eran complicadas puesto que como él mismo le explicó a la prensa el 5 de abril:

es una situación muy difícil para Estados Unidos porque somos amigos de ambos países comprometidos en esta disputa y estamos preparados para hacer lo que podamos para ayudar. Y lo que deseamos y esperamos es ser de ayuda en lograr una resolución pacífica sin medidas de fuerza ni derrame de sangre. Y para ello apoyamos la resolución que ya está planteada en las Naciones Unidas, que haya una retirada de fuerzas y resolvamos esto en la ONU.[23]

Este documento indica que Estados Unidos se preocupaba por mostrar ante el mundo –y especialmente al hemisferio occidental– que no estaba dispuesto a tolerar disputas militares entre los Estados de este bloque y que alentaba la búsqueda de soluciones diplomáticas por medio de las Naciones Unidas. De hecho, el 3 de abril de 1982, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) adoptó la Resolución 502, que exigía un inmediato cese de hostilidades y que las fuerzas militares argentinas se retirasen de las islas, medida que alentaba la búsqueda de una negociación diplomática en relación con la disputa territorial.[24] Al no cumplirse la resolución, Gran Bretaña encontró la excusa para atacar, alegando su derecho de defensa ante las hostilidades argentinas. Frente a esta situación, el 14 de mayo el presidente norteamericano declaró que:

la tragedia de las islas Falklands/Malvinas… Espero que sólo temporariamente haya ralentizado la que pretendemos que sea una relación real y un acuerdo con nuestros vecinos del sur… Al mismo tiempo, no podemos ignorar el hecho de que el agresor era nuestro vecino aquí en este continente, Argentina, que invadió y tomó las Falklands/Malvinas con fuerza militar.[25]

Así, ante la fallida mediación,[26] el 18 de abril, el secretario de Estado Haig envió un telegrama a la Casa Blanca donde advertía sobre el inminente ataque británico en las islas. Esto ya podía preverse desde la primera semana posterior al 2 de abril, cuando Haig se reunió con Thatcher en Inglaterra. En un telegrama a Reagan del 8 de abril, Haig comentó la posición dura de la primera ministra, quien:

está claramente preparada para usar la fuerza, aunque admite su preferencia por una solución diplomática. Es rígida en su insistencia en el retorno del statu quo y, efectivamente, aparentemente está determinada a que cualquier solución envuelva una retribución. Su Secretario de Defensa la apoya directamente… está seguro del éxito militar.[27]

Esta posición beligerante puede observarse también en la carta de respuesta de Thatcher a Reagan sobre la conversación de este último con Galtieri y sobre la mediación de Haig. La primera ministra sostenía en este documento que:

No fue Gran Bretaña quien rompió la paz, sino Argentina. La resolución obligatoria del Consejo de Seguridad, a la que hemos suscripto, requiere que Argentina retire sus tropas de las islas Falklands/Malvinas. Ese es el esencial primer paso que debe tomarse para evitar el conflicto… cualquier sugerencia de que el conflicto puede ser evadido por un mecanismo que permita la ocupación al agresor está sin dudas gravemente fuera de lugar.[28]

Desde esta posición intransigente, la primera ministra británica solicitó a Reagan el apoyo incondicional de los Estados Unidos. Una vez finalizados los intentos de paz diplomáticos, Thatcher le dijo al presidente norteamericano: “me parece esencial que, mientras entramos en el siguiente paso, Estados Unidos y Gran Bretaña deban ser vistos inequívocamente del mismo lado, defendiendo firmemente aquellos valores de los que depende el modo de vida occidental”.[29]

Por supuesto, una vez iniciada la embestida militar británica, el 2 mayo de 1982, con el hundimiento del buque argentino ARA Belgrano,[30] Estados Unidos abandonó la neutralidad en pos del país europeo. Para ello, el gobierno estadounidense tomó medidas tales como brindar abiertamente su apoyo a Gran Bretaña, acusar de intransigencia al gobierno argentino y suspender los suministros de equipos militares a Argentina, entre otras medidas.[31] El 29 de abril, Reagan le informó a Thatcher que “es esencial ahora dejar en claro al mundo que fueron hechos todos los esfuerzos por alcanzar una pacífica y justa solución, y que se le ofreció al gobierno argentino la opción entre una solución de ese tipo y nuevas hostilidades”.[32] Claramente, ante un mundo dividido entre “los principios de democracia, libertad y justicia” y el “totalitarismo”, era importante que las personas a cargo de la política del bloque occidental no dieran una imagen internacional pasible de ser asociada a las medidas belicosas soviéticas. Al mismo tiempo, tanto Inglaterra como Estados Unidos decían estar defendiendo los derechos de autodeterminación de los habitantes de las islas, haciendo referencia a la Resolución 2065 de la ONU en 1965, donde se reconocía la existencia de una disputa de soberanía entre Argentina y el Reino Unido por las Malvinas, y se instaba a que esta se resolviese pacíficamente teniendo en cuenta “los intereses de la población de las islas”.[33]

En una conversación telefónica con Reagan del 13 de mayo, Thatcher le comentaba que “nuestra gente no quiso vivir bajo el gobierno militar argentino, ni bajo el peronista. Han consistentemente declarado que quieren vivir bajo la democracia”.[34]

Aumentando la apuesta, el 31 de mayo Thatcher le exigió a Reagan aún más apoyo con la excusa de detener el conflicto lo antes posible y, así, salvar a las vidas en riesgo. En realidad, parece que la “dama de hierro” quería destruir la economía argentina en pos de una rápida victoria. “¿Me pregunto si puedo pedirte que consideres”, pregunta Thatcher:

ir más allá e imponer un bloqueo total de las importaciones argentinas en Estados Unidos? Creo que esta sería, por mucho, la única medida más efectiva que podrías tomar para llevar esta crisis a una solución por medios pacíficos y siento que debemos realizar todos los esfuerzos para lograr eso... coincidiría también con la acción que nuestros aliados europeos y la Commonwealth han tomado… Sé que esto afectará sus intereses económicos… pero lo mismo es cierto para muchos aliados europeos, especialmente Italia y Alemania. Han estado listos para tomar estas medidas radicales a pesar de sus problemas políticos y legales porque ellos ven el verdadero peligro que significa para la seguridad de todos nosotros si no se revierte la agresión argentina.[35]

Es evidente que Gran Bretaña buscaba fortalecer al bloque occidental en una muestra de lo negativo que podría ser para un país oponerse a otro, dado el contexto bipolar. De ahí su capacidad de exigir ciertas condiciones a Estados Unidos y a otros países europeos. Por otra parte, ser miembro de la OTAN le permitía hacerlo en pos de la supuesta “defensa” del modo de vida capitalista, que no podía mostrar fisuras. Sobre esta alianza militar, Reagan afirmó el 1 de junio que “estamos más cerca de lo que hemos estado en los últimos años”.[36] De este modo, la guerra de Malvinas puede entenderse como perteneciente al conjunto de conflictos insertos en la lógica bipolar de la Guerra Fría, recrudecida durante la década de 1980. Nada resalta mejor esta realidad que el hecho de que los documentos sobre la guerra, desclasificados en 2019, informen sobre la colaboración soviética con la Junta, a la que le pasaba información satelital sobre la ubicación de flotas británicas.[37]

En efecto, durante los meses del conflicto bélico existía una tensión proveniente del temor de que la guerra se volviese de mayor escala, y que llegara a significar la participación directa de Estados Unidos y la Unión Soviética, tal como había ocurrido en Corea o Vietnam. En la conferencia de prensa del 6 de mayo de 1982 en la Casa Blanca, la prensa le comentó a Reagan que “existe cierta preocupación de que las Falkland/Malvinas pueden escalar hacia una guerra más grande y cierta preocupación de que incluso podría involucrar, eventualmente, a Estados Unidos y la Unión Soviética”.[38] El presidente, sin embargo, negó tal posibilidad al contestar que:

Francamente, no veo el peligro de que esto escale a ese nivel. Y los pasos que estamos tomando son los pasos que siempre hemos tomado, es decir buscando dentro, como dije, del marco de la ONU una especie de resolución que implique el cese del fuego y la retirada de las fuerzas mientras la misma se alcance.[39]

Por supuesto, la retórica de la Guerra Fría era esencial a la hora de entender estas cuestiones, sobre todo por la preocupación que generó el hecho de que “la guerra entre los estados del hemisferio ha sido de hecho virtualmente desconocida en el hemisferio durante nuestro tiempo”,[40] como aseguró Thomas O. Enders, secretario asistente de Asuntos Interamericanos, una vez finalizada la guerra. Y aunque no ocurrió una intervención norteamericana directa, Reagan se declaró abiertamente a favor de Inglaterra al afirmar que:

finalmente tenemos que decir que, en vistas de la intransigencia por parte de los argentinos en relación a lograr algún tipo de solución pacífica, no podemos negar el principio involucrado, no podemos aprobar que la agresión armada sea capaz de triunfar, ciertamente en relación a reclamos territoriales.[41]

finalmente tenemos que decir que, en vistas de la intransigencia por parte de los argentinos en relación a lograr algún tipo de solución pacífica, no podemos negar el principio involucrado, no podemos aprobar que la agresión armada sea capaz de triunfar, ciertamente en relación a reclamos territoriales.[41]

El 14 de junio, el general Benjamín Menéndez, gobernador de Malvinas designado por la Junta Militar argentina, se rindió ante las ofensivas británicas. Comenzó, así, el proceso de negociación de paz. La clara derrota argentina significó la continuidad del statu quo previo. Por eso mismo, Reagan escribió a Thatcher para felicitarla y pedirle que:

una guerra justa requiere una paz justa… Sus elementos, en mi juicio, deben incluir la mejora de la seguridad a largo plazo del Atlántico Sur, la mitigación de las hostilidades argentinas y la cercanía en las relaciones de nuestros países con Latinoamérica.[42]

Además, Argentina realizó una nueva propuesta ante las Naciones Unidas en la que aseguró no tener intención de renovar las hostilidades y quitó las referencias al colonialismo en su pedido sobre las islas.[43] Sin embargo, Thatcher continuaba intransigente queriendo detener las negociaciones en torno a Malvinas. A lo que Reagan le respondió:

estoy bien al tanto de que fueron los argentinos quienes interrumpieron las negociaciones al atacar las islas. Pero no creo que sea razón para no apoyar una solución negociada en algún momento en el futuro. Es difícil para Estados Unidos tomar otra posición.[44]

Fiel a su inflexibilidad, la primera ministra británica le aseguró que:

el pueblo británico verá tu voto por esta resolución como una decisión estadounidense de apoyar una dictadura en contra del hogar de la democracia. La cuestión de la autodeterminación es el corazón de la democracia occidental… Los isleños quieren ser británicos. El objetivo de las maniobras argentinas en la ONU es simplemente iniciar un proceso que les negará esa opción… Argentina solo quiere lograr por negociación lo que falló en alcanzar con la agresión.[45]

A esta carta, Reagan respondió:

Puedo asegurarte, Margaret, que los Estados Unidos no tomaron la decisión de apoyar a Argentina en contra de Gran Bretaña o de apoyar la dictadura en contra de la democracia. Tampoco abandonamos el principio de autodeterminación. Hemos reafirmado nuestro apoyo por una solución negociada para un conflicto de larga data. Hemos apoyado el principio de negociación de toda esta larga disputa… te aseguro que estamos tan firmes junto a ti como siempre en relación a los principios de no uso de la fuerza, de negociación y de autodeterminación.[46]

El 5 de agosto de 1982, el Bureau of Public Affairs norteamericano –organismo del Departamento de Estado que se encarga de divulgar información sobre la política internacional estadounidense (Hill y Hill, 2004)– publicó una declaración titulada “The South Atlantic Crisis: Background Consequences, Documentation”. Tal documento realiza una evaluación del impacto de la guerra de Malvinas –a la que denomina “conflicto” o “crisis”– en las relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica. Existía una clara preocupación sobre cómo prevenir guerras en el hemisferio occidental y asegurar futuras cooperaciones con la región. La fuente se centra en afirmar la neutralidad histórica de Estados Unidos con respecto a las islas, a la vez que aseguraba no tener ningún interés directo sobre ellas.[47] En ese sentido, este país pretendía renovar las relaciones bilaterales con Argentina, las cuales incluso buscaba incrementar, ya que “durante la crisis del Atlántico Sur, nuestros lazos con Argentina demostraron ser demasiado débiles como para promover la efectiva cooperación en apoyo de nuestros intereses comunes”. Por eso mismo, el documento afirma que los objetivos norteamericanos hacia Argentina son los de promover la recuperación económica y colaborar en la resolución pacífica del conflicto con el Reino Unido. Fiel a la lógica reaganiana, “el punto fundamental es que todos compartimos un irresistible interés en una Argentina que es leal para las tradiciones del hemisferio y libre de influencia comunista”.[48]

De igual modo, el tema fue tratado en el Congreso por la Cámara de Representantes el 20 de julio y el 5 de agosto de 1986, y esto da cuenta de que el futuro de las relaciones norteamericanas con América Latina era una cuestión de peso y preocupación en el gobierno estadounidense. Eldon Rudd, uno de los representantes, enfatizó en la necesidad de mantener la estabilidad económica en el continente latinoamericano, se expresó de la siguiente manera:

Existe un peligro muy real y una tendencia natural a que posteriormente a la guerra de Falklands/Malvinas los comunistas comiencen violentas campañas anti-estadounidenses diseñadas y asistidas desde Moscú. Nuestras acciones –nuestras acciones deliberadas– implican las libertades básicas y, en última instancia, la supervivencia de 300 millones de latinoamericanos al sur de nuestra frontera. Estas son efectivamente grandes apuestas –especialmente cuando se considera lo que sería vivir en un hemisferio con más Cubas, más Nicaraguas–, todas las ideologías apuntando a la destrucción de los Estados Unidos de América y todo lo que defiende... Es momento de revitalizar lazos amistosos con los argentinos, antes de que sean envueltos por nuestros enemigos.[49]

Existe un peligro muy real y una tendencia natural a que posteriormente a la guerra de Falklands/Malvinas los comunistas comiencen violentas campañas anti-estadounidenses diseñadas y asistidas desde Moscú. Nuestras acciones –nuestras acciones deliberadas– implican las libertades básicas y, en última instancia, la supervivencia de 300 millones de latinoamericanos al sur de nuestra frontera. Estas son efectivamente grandes apuestas –especialmente cuando se considera lo que sería vivir en un hemisferio con más Cubas, más Nicaraguas–, todas las ideologías apuntando a la destrucción de los Estados Unidos de América y todo lo que defiende... Es momento de revitalizar lazos amistosos con los argentinos, antes de que sean envueltos por nuestros enemigos.[49]

Es posible observar que, al mismo tiempo que Estados Unidos se mostraba como acorralado por Argentina en la toma de decisión de apoyar a Gran Bretaña, también buscaba una rápida limpieza de imagen al enfatizar en la necesidad de restablecer las buenas relaciones con la región sudamericana. Según Estados Unidos, esta corría peligro de que las efervescencias comunistas existentes allí se corrieran definitivamente y de manera oficial hacia el bloque soviético. Era inconcebible que tal cuestión ocurriese en el “patio trasero”. Por eso, una de las estrategias posteriores a la guerra de Malvinas fue fomentar la vuelta a las democracias latinoamericanas. Resulta claro, pues, que el conflicto bélico generó una necesidad de “limpieza de cara” en el gobierno estadounidense. Lo cual, junto con el desarrollo nuclear y misilístico de Argentina y de Brasil, condujo a Estados Unidos a modificar su política de apoyo a los gobiernos militares.

4. Conclusión

La guerra de Malvinas de 1982, entendida a la luz del contexto global, ha permitido comprender a la región en base a cómo las coyunturas internacionales la afectan y marcan su destino. En ese caso, la segunda Guerra Fría y su radical anticomunismo, expresado en la Doctrina Reagan y en los recrudecimientos de los discursos y políticas nucleares, son clave para comprender el apoyo norteamericano a Gran Bretaña, aun cuando Argentina era otro aliado estratégico de la gran potencia occidental. El claro antecedente de principios del siglo XIX, que ya demostró la ruptura de la Doctrina Monroe por parte de Estados Unidos, vuelve a repetirse en 1982. En ese momento, el presidente norteamericano priorizó su rol como miembro de la OTAN, al mismo tiempo que necesitaba imperiosamente proteger el puesto político de Margaret Thatcher, sumamente debilitado antes de la guerra. Argentina terminó constituyendo un daño colateral en el marco de las prioridades estadounidenses, al mismo tiempo que la guerra permitió evitar el avance de políticas nucleares en la región.

El imperialismo, por supuesto, permanece en primer lugar a la hora de encarar políticas internacionales por parte de Estados Unidos, es decir, la motivación por permanecer como principal potencia hegemónica, al menos occidental. De ahí su interés en evitar fisuras en su propio continente, las cuales podrían permitir el avance soviético en el hemisferio bajo su égida. Por tal razón, fue fundamental la posterior preocupación por restaurar las democracias y sostener buenas relaciones con Sudamérica una vez finalizada la guerra en el Atlántico Sur. Quizás de ahí provenga el interés por denominar “conflicto” o “crisis” a una guerra que, según Estados Unidos, aparentemente no lo fue.

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Notas

[1]Este trabajo se encuentra inserto en el marco del Proyecto de Investigación PIUNTDF 2019-2021 “Dictadura militar, conflictos bélicos y actores sociales en la historia reciente de Tierra del Fuego”, Instituto de Cultura, Sociedad y Estado, Universidad Nacional de Tierra del Fuego.

[2]Sobre la guerra de Malvinas y su impacto cultural, social, político y diplomático, véase Nicanor Costa Méndez (1993), Lucrecia Escudero (1996), Vicente Palermo (2007).

[3]Todas las traducciones del inglés al español que aparecen en este artículo son propias.

[4]Ese año la Agencia Central de Inteligencia (CIA) llevó a cabo la Operación PBSUCCESS, con el objetivo de derrocar al gobierno democrático del presidente Jacobo Árbenz. Sobre este tema, véase Roberto García Ferreira (2013).

[5]Sobre la tendencia diplomática de la autonomía latinoamericana, consultar Juan Carlos Puig (1983).

[6]Las comunicaciones entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher se encuentran desclasificadas y reservadas en el sitio web de la Margaret Thatcher Foundation. https://www.margaretthatcher.org/archive/us-reagan.asp.

[7]Se pueden consultar en https://www.reaganfoundation.org/.

[8]James Monroe. Monroe Doctrine, 2 de diciembre de 1823. Encyclopaedia Britannica. https://www.britannica.com/event/Monroe-Doctrine.

[9]En este artículo el autor realiza un comentario crítico del estudio de Julio Goebel (1927), The Struggle for the Falkland Islands: A Study in Legal and Diplomatic History, una de los principales defensas de los argumentos argentinos sobre la cuestión de la soberanía en Malvinas. Paradójicamente, el libro es de un jurista estadounidense.

[10]Jackson, Andrew. Tercer Discurso Anual ante el Congreso, 6 de diciembre de 1831. https://millercenter.org/the-presidency/presidential-speeches/december-6-1831-third-annual-message-congress.

[11]Sobre la repercusión del acontecimiento en la prensa argentina, véase Uriel Erlich (2020).

[12]La Doctrina Reagan fue aplicada en Nicaragua, Afganistán, Angola, Camboya, Etiopía y Mozambique.

[13]La OTAN es una alianza internacional militar formada en 1949 por un conjunto de Estados europeos y americanos como estrategia defensiva ante el avance soviético.

[14]He decidido dejar el término Falkland tal como aparece en los originales británicos y estadounidenses, agregando “Malvinas”. Salvo que se aclare que el original sostiene el binomio, a lo largo del artículo este será propio.

[15]Para un detalle minucioso del proceso de negociación de Alexander Haig, véase Alexander Haig (1984), Lawrence Freedman y Virginia Gamba-Stonehouse (1991), Lawrence Freedman (2005).

[16]Sobre este tema, véase Marcos Novaro y Vicente Palermo (2003). Sobre la continuidad de la estrategia diplomática argentina, véase Alejandro Simonoff (2012).

[17]Carta de Ronald Reagan a Margaret Thatcher, 1 de abril de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/109265.

[18]Es necesario señalar que Reagan nunca se refiere a Galtieri como a un dictador sino como al legítimo presidente argentino. Thatcher, por el contrario, sí lo trata de dictador.

[19]White House Record of Conversation (Reagan-Argentinian President Galtieri), 15 de abril de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/205617.

[20]White House Record of Conversation (Reagan-Argentinian President Galtieri), 15 de abril de 1982.

[21]Haig llega esta noche al país (9 de abril de 1982). Clarín, p. 5. Colección personal de la autora.

[22]White House Record of Conversation (Reagan-Argentinian President Galtieri), 15 de abril de 1982.

[23]Public Papers of the Presidents of the United States (PPPUS). Ronald Reagan, enero-julio 1982. United States Government Printing Office (USGPO), 1983, Washington, p. 428. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.49015002203389&view=1up&seq=13.

[24]United Nations Resolution 502, 3 de abril de 1982. http://unscr.com/en/resolutions/doc/502.

[25]PPPUS, p. 642.

[26]En los últimos meses se ha desclasificado documentación oficial norteamericana sobre la guerra de Malvinas en la que, aparentemente en privado, Haig sostuvo un apoyo incondicional a Thatcher desde un principio. Véase Pisani, S. (1 de abril de 2012). 30 años después/Desclasificaron documentos en Washington. La Nación. https://www.lanacion.com.ar/politica/confirman-que-eeuu-no-fue-neutral-en-la-guerra-de-malvinas-nid1461419. Por otra parte, mientras ocurrían las negociaciones, Estados Unidos ya estaba enviando material militar a Inglaterra.

[27]Telegrama de Haig a Reagan, 9 de abril de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/109216.

[28]White House Record of Conversation (WHRC) (Reagan-MT), 13 de mayo de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/205618.

[29]WHRC (Reagan-MT), 13 de mayo de 1982.

[30]El desembarco británico en las islas comenzó el 21 de mayo, momento que dio inicio al proceso de derrota argentino definitivo. Sobre el desarrollo de las hostilidades bélicas, véase Freedman (2005).

[31]State Department Paper for NSC Meeting (SDP) ("Next Steps on Falklands"), 29 de abril de 1982. https://www.margaretthatcher.org/document/114273.

[32]SDP ("Next Steps on Falklands"), 29 de abril de 1982.

[33]Resolución 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 16 de diciembre de 1965. http://www.iri.edu.ar/publicaciones_iri/manual/Malvinas/RESOLUCION%202065.pdf.

[34]WHRC (Reagan-MT), 13 de mayo de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/205618.

[35]White House Record of Telephone Conversation (Reagan call to MT urging ceasefire plan). 31 de mayo de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/205626.

[36]PPPUS, Ronald Reagan, enero-julio 1982. USGPO, 1983, Washington, p. 716.

[37]Sciaroni, M. (18 de abril de 2019). Malvinas, documentos desclasificados: los partes de inteligencia del "amigo invisible" soviético y los satélites que "espiaron" a la flota británica. Infobae. https://www.infobae.com/sociedad/2019/04/18/malvinas-documentos-desclasificados-los-partes-de-inteligencia-del-amigo-invisible-sovietico-y-los-satelites-que-espiraron-a-la-flota-britanica/.

[38]PPPUS, Ronald Reagan, enero-julio 1982. USGPO, p. 571.

[39]PPPUS, Ronald Reagan, enero-julio 1982. USGPO, p. 571.

[40]Enders, T. Latin American and the United States After the Falklands/Malvinas Crisis. Hearings Before the Subcommittee in Inter-American Affairs of the Committee on Foreign Affairs House of Representatives. Segunda Sesión del XCVI Congreso, 20 de julio y 5 de agosto de 1982, p. 109. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=pst.000015502346&view=1up&seq=1.

[41]PPPUS, Ronald Reagan, enero-julio 1982. USGPO, p. 715.

[42]Reagan Telegram to Thatcher (victory congratulations & need for "a just peace"), 18 de junio de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/109363.

[43]Thatcher letter to Reagan (U.N. resolution unacceptable to UK), 25 de octubre de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/109322.

[44]Reagan letter to Thatcher (defends US stance at UN), 2 de noviembre de 1982. MTF. https://www.margaretthatcher.org/document/109269.

[45]Thatcher letter to Reagan, 25 de octubre de 1982.

[46]Reagan letter to Thatcher, 2 de noviembre de 1982.

[47]Department of State, Bureau of Pubblic Affairs (DSBPA). The South Atlantic Crisis: Background Consequences, Documentation. Agosto 1982, Washington, p. 2. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=txu.059173018150879&view=1up&seq=1.

[48]DSBPA, p. 5.

[49]Rudd, Eldon. Latin American and the United States After the Falkland/Malvinas Crisis. Hearings Before the Subcommittee in Inter-American Affairs of the Committee on Foreign Affairs House of Representatives, 20 de julio y 5 de agosto de 1982, pp. 96-103. En este caso, la denominación Falkland/Malvinas aparece en el original.

Recibido: 22 de Noviembre de 2019; Aprobado: 05 de Mayo de 2020

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