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Ciclos en la historia, la economía y la sociedad

On-line version ISSN 1851-3735

Ciclos hist. econ. soc. vol.32 no.56 Buenos Aires June 2021

 

Articulos

Un gran caos bajo el cielo: estrategias y desafíos de la consolidación del liderazgo global de China en el Siglo XXI

A great chaos under the sky: strategies and challenges of China'sglobal leadership consolidation in the 21st Century

 

Mariano Treacy

 

Resumen

En este trabajo identificamos los factores que hacen de la República Popular China uno de los mayores competidores de los Estados Unidos por la hegemonía y aquellas acciones estratégicas que está implementando para consolidarse como un líder global en el Siglo XXI. Analizamos aquellos aspectos económicos, financieros, tecnológicos, productivos y geopolíticos de estas acciones, las tensiones con los Estados Unidos y los principales desafíos que deberá atraversar China en la búsqueda de sus objetivos. Con este propósito, describimos en primer lugar las tensiones geopolíticas entre ambas potencias y discutimos la idea del gran desacople y de la trampa de Tucidides utilizando el marco teórico de Arrighi sobre transiciones hegemónicas y ciclos sistémicos de acumulación. Luego explicamos las características del modelo de desarrollo chino y de su estrategia de política exterior, conocida como Tao Guang Yang Hui (f§^#B§), para analizar el lanzamiento de proyectos como la Nueva Ruta de la Seda en el marco de su estrategia de ascenso pacífico. Finalmente describimos la competencia económica y tecnológica entre Estados Unidos y China e identificamos los desafíos y tensiones que encarna este proceso.

Palabras clave: China, Estados Unidos, desarrollo, competencia.

Abstract

In this work we aim to identify the factors that make the People’s Republic of
China a major global power and the strategic actions it is undertaking to

consolídate itself as a global leader in the 21st century. We analyze the economic, financial, technological, productive, and geopolitical aspects of these actions, the tensions with the United States and the challenges that China will face in the pursuit of its objective. With this purpose, we first describe the geopolitical tensions between the United States and China and we discuss the idea of the great decoupling trend and the Thucydides trap in Arrighi's framework on hegemonic transitions and systemic cycles of accumulation. Then we explain the Chinese development model and the foreign policy strategy known as Tao Guang Yang Hui (f§^#B§) to understand the launching of the New Silk Road as part of China’s strategy of a peaceful rise. Finally, we describe the economic and technological race between the two global superpowers and some challenges and tensions regarding the rise of China.

Keywords: China, United States, development, competition.

 

 

Fecha de recepción: 14 de diciembre de 2020 Fecha de aceptación: 24 de mayo de 2021

 

 

Introducción

 

El Siglo XXI estará marcado por la disputa entre los Estados Unidos de América y la República Popular China por la hegemonía mundial. El ascenso de China ha derivado en un acalorado debate en el mundo de la política internacional sobre cómo se desenvolverá esta disputa. ¿Será el ascenso de China pacífico o implicará un incremento del conflicto, llevando a una nueva “Guerra Fría” caracterizada por una carrera hacia la supremacía tecnológica? ¿Derivará esta competencia tecnológica en la conformación de dos esferas de influencia tecnológica? ¿Buscará Beijing exportar su modelo de desarrollo?

Luego de la crisis económica de 2008, las tendencias de la globalización se estancaron. Esto derivó en numerosos intentos para entender la forma en la que el ascenso de China estaba afectando el proceso de globalización. Algunos autores argumentaron que la globalización era imparable y que la integración de economías nacionales dificultaba el escalamiento de conflictos bilaterales o multilaterales. Mientras tanto, otros autores identificaron “tendencias de desacople” en las economías nacionales, poniendo el foco en el declive del comercio internacional de bienes, la desaceleración de los flujos internacionales de capitales y la reaparición de medidas proteccionistas.

La Guerra comercial que comenzó en marzo de 2018 es solo un aspecto superficial de las profundas tensiones geopolíticas que existen entre China y los Estados Unidos. Washington argumenta que Beijing ha mantenido una historia de prácticas comerciales desleales y de robo de propiedad intelectual para justificar la imposición de aranceles a la importación de productos chinos. Sin embargo, el conflicto de fondo radica no tanto en la guerra comercial sino en la disputa entre ambas potencias por la hegemonía global del siglo XXI

Anteriormente se ha explorado cómo China pasó de una economía cerrada y centralizada a una economía más abierta, descentralizada y diversificada, sin que el Partido Comunista Chino (PCCh) perdiera el poder político o el control de las empresas estatales estratégicas (Treacy, 2020). Las políticas de reforma estructural llevadas a cabo desde 1978 le permitieron al PCCh recuperar su legitimidad luego de importantes catástrofes, como el Gran Salto Adelante, la Campaña de las Cien Flores y la Revolución Cultural. El programa de modernización y el papel central del PCCh en este proceso llevaron al llamado "milagro chino".

En este trabajo se exploran las acciones estratégicas que el gobierno chino está tomando para consolidarse como un líder mundial en el Siglo XXI. Se analizan los aspectos económicos, financieros, tecnológicos, productivos y geopolíticos de estas acciones y los desafíos que enfrentará China en la consecución de su objetivo. Primero, se describe por qué Estados Unidos está preocupado por el ascenso de China. A continuación, se discute la idea del gran desacople y la trampa de Tucídides en el marco de las transiciones hegemónicas y la teoría de los ciclos sistémicos de acumulación de Arrighi. Luego se explica el modelo de desarrollo chino y la estrategia de política exterior conocida como Tao Guang Yang Hui. Después de eso, se caracteriza el lanzamiento de la nueva ruta de la seda como parte de la estrategia de China de un ascenso pacífico y las respuestas geoestratégicas de Estados Unidos en su política de “Estados Unidos primero”. Finalmente, se describe la competencia económica y tecnológica entre las dos superpotencias globales y algunos desafíos y tensiones con respecto al ascenso de China.

Las preocupaciones de Estados Unidos sobre el ascenso de China

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en una superpotencia y hasta el día de hoy ha mantenido la supremacía militar, económica, financiera, tecnológica, cultural e ideológica. Este poder se extiende al control de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y las principales organizaciones multilaterales, incluido el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Desde Bretton Woods, pero especialmente después de la crisis de la década de 1970, la supremacía estadounidense se ha visto amenazada por potencias emergentes como la Unión Soviética, Alemania y Japón. Sin embargo, en los últimos años ha habido indicios de que este poder está menguando debido al auge de China.

En esta nueva era de competencia por el poder entre estados, China y Rusia han sido designados como los principales “competidores estratégicos” y el objetivo de la política exterior estadounidense es asegurar su hegemonía conteniendo su ascenso económico, militar e ideológico (Woodward, 2017).

Entre 2017 y 2018, EE.UU. emitió documentos oficiales que evaluaban la situación internacional y los desafíos a la seguridad nacional planteados por la reubicación de la hegemonía global hacia el Este. En “Estrategia de Defensa Nacional” de 2018, el exsecretario de Defensa de EE. UU. Jim Mattis declaró que EE.UU. estaba entrando en una nueva era en la que “la competencia estratégica interestatal, no el terrorismo, es la principal preocupación en la seguridad nacional de EE.UU.”. El documento también describió “el desafío central para la prosperidad y seguridad de Estados Unidos [como] el resurgimiento de la competencia estratégica a largo plazo por parte de lo que la Estrategia de Seguridad Nacional clasifica como poderes revisionistas”. Según el secretario de Defensa, China y Rusia están dispuestas a “dar forma a un mundo coherente con su modelo autoritario , obteniendo autoridad de veto sobre las decisiones económicas, diplomáticas y de seguridad de otras naciones” (NDS, 2018).

Según uno de los principales oficiales militares del Pentágono, el general Joseph Dunford, China probablemente representará la mayor amenaza para los Estados Unidos para 2025 (Mahbubani, 2019). El vicepresidente de Donald Trump, Mike Pence, caracterizó a China como un competidor importante y una amenaza inminente para la democracia estadounidense, su poder geopolítico y la supremacía económica mundial. Con el mismo sentimiento, el asesor adjunto de seguridad nacional de EE. UU., Matt Pottinger, declaró: “En la administración hemos actualizado nuestra política sobre China para llevar el concepto de competencia a la vanguardia” (Zhao, 2019).

La preocupación entre los funcionarios estadounidenses se debe en gran medida al crecimiento económico chino, la cantidad de deuda estadounidense que China tiene en sus bancos y la invasión de productos baratos en el mercado norteamericano. La amenaza a la seguridad nacional estadounidense es doble. En primer lugar, China y Estados Unidos compiten por los recursos naturales y minerales, así como por controlar los flujos comerciales a través de la gestión y el acceso a las rutas y puertos comerciales. En segundo lugar, compiten por el desarrollo de activos cruciales como el conocimiento y la innovación, y la infraestructura asociada, como las redes de comunicación y las capacidades informáticas.

Aunque Estados Unidos aún mantiene su supremacía, el ascenso de China redujo considerablemente la brecha entre los dos países (Zhao, 2019). China ya es la principal economía del mundo si se mide de acuerdo al PIB con paridad de poder adquisitivo (PPA). Su participación en el PIB mundial aumentó del 2,3% en 1980 al 18,7% en 2018. El crecimiento anual medio de la economía china entre 1980 y 2018 fue del 12,36% y su PIB per cápita aumentó a una tasa media anual del 11% durante casi 40 años (FMI). Con este desempeño, China ha duplicado el nivel de vida real a un ritmo de cada 13 años. Debido a esto, ha sacado de la pobreza a 620 millones de personas y ha aumentado la esperanza de vida de 32 a 65 años entre 1949 y 1976, llevándola en la actualidad a 76 años (Banco Mundial). China es también la principal economía de exportación del mundo (12,8% de las exportaciones mundiales) y el segundo mayor importador (con el 10,8% de las importaciones mundiales) (OMC). Además, es uno de los principales emisores y receptores de Inversión Extranjera Directa (IED) y el principal acreedor de Estados Unidos.

Cuadro 1. Principales indicadores económicos. Estados Unidos y China. 1980, 2018.

Source: own elaboration with data from IMF World Economic Outlook Database, WB World Development Indicators Database, National Bureau of Statistics of China (NBS), WtO World Trade Statistical Review 2019, SIPRI Database & OECD Main Science and Technology Indicators

La lista global de Fortune de 2019 de las 500 principales empresas por ganancias incluyó a 119 empresas chinas. De las principales 24 empresas líderes mundiales en finanzas, energía y materiales, 15 son chinas, incluidas grandes entidades como China Minmetels, Amer International Group y China Baowu Steel Group (China Power Team). La alta rentabilidad de las empresas chinas está ligada a su inversión en investigación y desarrollo y su escalamiento productivo hacia los sectores emergentes más dinámicos.

China ya es líder mundial en tecnologías digitales orientadas al consumidor y pagos electrónicos. Tiene el mercado de comercio electrónico más grande del mundo e invierte capital de riesgo en vehículos autónomos, impresión 3D, robótica y drones. También tiene el mercado de datos más grande del mundo, lo que le otorga una ventaja comparativa inigualable en el desarrollo de inteligencia artificial. Actualmente, más del 20% de la inversión mundial en I + D se realiza en China. Entre 1996 y 2017, China aumentó constantemente su participación en el gasto en I + D en el PIB del 0,56% al 2,13% y planea continuar haciéndolo en el marco de su plan “Made in China 2025”. Además, China incorpora el 30% del total de robots producidos en todo el mundo, presentó más de 1,5 millones de solicitudes de patente en 2018 y recientemente superó a EE. UU. En el número de máquinas fabricadas a nivel nacional para aparecer en la lista de las 500 computadoras más rápidas del mundo (Hernández, 2018).

En términos de competencia militar, Estados Unidos sigue dominando, pero China se ha convertido en la segunda potencia mundial. Estados Unidos tuvo el mayor gasto militar en 2018 con 649 mil millones de dólares. Esta cifra representa el 36,4% del gasto global total. Estados Unidos mantiene más de 800 bases militares fuera de su territorio, tiene conflictos militares en curso en al menos 8 países y despliega a más de 240.000 militares en 172 países (Arceo 2018). China siguió a EE. UU. Como el segundo país con mayor gasto militar en 2018 con 250 mil millones de dólares, 14% del gasto global y 38,5% del gasto militar estadounidense (SIPRI, 2019). Dejando de lado los conflictos en algunas regiones chinas como Hong Kong, Tíbet y Xinjiang y en una región en disputa como Taiwán, China no ha estado en guerra y no ha realizado intervenciones militares en otros países durante décadas[2]. Actualmente, China solo tiene una base militar en el extranjero, en Djibouti, aunque se cree que está planeando otras.

China aprovechó el costo de protección que Estados Unidos tuvo que pagar para mantener su hegemonía global e invirtió su excedente en la formación bruta de capital fijo e I + D. Entre 2000 y 2007, la formación bruta de capital fijo en China promedió el 39,4% y, entre 2008 y 2018, más del 45% del PIB, duplicando las cifras de Estados Unidos, que invirtió alrededor del 22% (WEO)[3]. De manera similar, la productividad económica china ha aumentado un 9,9% anual entre 2008 y 2018, mientras que la productividad estadounidense creció un 1,2% en el mismo período (Arceo, 2018). ^

El Índice de Poder Mundial (IPM) calcula la acumulación de las capacidades nacionales de un Estado para ejercer su poder en el sistema internacional. Es la suma de los otros 3 subíndices del Poder Nacional que refleja el poder económico-militar y socio-institucional de los Estados y una hegemonía cultural más amplia. Estos índices dan cuenta de las capacidades materiales (producción nacional, superficie total, defensa, comercio internacional, finanzas e investigación y desarrollo), semimateriales (producción per cápita, población, consumo, energía, educación y salud) e inmateriales (gasto público, atractivo turístico, gasto en ayudas internacionales, número de líneas telefónicas e influencia académica y cosmopolitismo) (Morales Ruvacalba, 2019).

Como muestra la tabla a continuación, Estados Unidos ha liderado el IPM desde que comenzó a registrarse ese índice. Los cambios geopolíticos y las disputas hegemónicas se pueden observar a través de los vaivenes de los diferentes países en las posiciones restantes. En la década de 1970, en medio de la Guerra Fría, Alemania y la Unión Soviética lucharon por el segundo lugar. Tras el colapso de la Unión Soviética, Japón se ubicó en la cima, mientras que Alemania y Francia mantuvieron su lugar central. Luego de la crisis económica de 2008, China comienza a ascender, ingresando al TOP 5 del IPM en 2011 y al TOP 2 en 2015.

Estos indicadores son útiles pero no dan cuenta de todo el significado de hegemonía global. La supremacía económica, tecnológica, financiera y militar no son los únicos factores que hacen hegemónico a un poder estatal. También se deben considerar otros factores como la cohesión interna, la capacidad del Estado para disciplinar a la clase dominante y a los trabajadores, las estrategias de política exterior y el uso de la diplomacia suave y silenciosa.

El gran desacople, la trampa de Tucídides y un nuevo orden mundial

En Relaciones Internacionales, la hegemonía se refiere a la forma en que un poder estatal ejerce el liderazgo y las funciones de gobierno sobre un sistema de estados soberanos extranjeros. Este liderazgo geopolítico, económico, militar, científico-tecnológico, cultural, moral e intelectual se ejerce a través de formas mixtas de coerción y consenso y es percibido por otras naciones como una forma de lograr el interés general. La hegemonía mundial es una construcción histórica que resulta de disputas de poder entre grandes potencias. En palabras de Arrighi, “el propio sistema moderno se ha formado y se ha expandido sobre la base de una reestructuración fundamental recurrente dirigida y gobernada por sucesivos estados hegemónicos ” (Arrighi, 1994: 30).

Los conflictos interestatales sobre la hegemonía mundial han marcado las transiciones entre Ciclos Sistémicos de Acumulación (CSA), compuestos por etapas de emergencia, consolidación y declive de los estados hegemónicos en el sistema mundial (Arrighi, 1994). En la primera etapa, la expansión productiva y material se combina con un liderazgo político y tecnológico creciente que se traduce en un mayor control de las innovaciones y cambios geopolíticos. En la etapa de decadencia y crisis, el hegemón pierde liderazgo competitivo debido a la financiarización de su superávit económico y la aparición de otros competidores.

La lógica de competencia del capitalismo lleva a las grandes corporaciones a trascender los espacios nacionales para encontrar recursos, mercados y una fuerza laboral abundante y barata. Los estados apoyan los intereses de sus corporaciones construyendo arsenales militares y negociando y presionando a otros países. La competencia entre capitales puede llevar a la competencia entre estados rivales para delimitar las reglas del sistema internacional y el lugar que ocupa cada país en la división internacional del trabajo. Esta competencia a veces conduce a la guerra y produce cambios en el mando de la hegemonía mundial, lo que lleva a un nuevo CSA.

La reorganización del mundo que tuvo lugar entre 1980 y la crisis de 2008 bajo la hegemonía estadounidense convirtió a Asia oriental en un centro de acumulación de capital global con China en su epicentro. En las décadas de 1980 y 1990, las corporaciones estadounidenses reestructuraron la economía para restablecer su dominio sobre Japón y Alemania, los dos estados rivales de la época. Estados Unidos jugó un papel importante en la asimilación de muchas de las antiguas repúblicas socialistas soviéticas en el orden mundial. La estrategia central de Estados Unidos para la hegemonía se basó en la integración de sus competidores anteriores y potenciales en un orden global bajo su dominio (Smith, 2016). Esta estrategia tuvo éxito hasta el surgimiento de China, que representa una amenaza sistémica para el modelo de civilización estadounidense y se niega a integrarse como socio menor en el orden mundial actual.

Muchos analistas sostienen que la crisis de 2008 y el estancamiento y reversión parcial del proceso de globalización es el resultado de cómo se resolvió la crisis de acumulación de la década de 1970, expresando los límites de la hegemonía estadounidense. Otros incluso sostienen que en los últimos años el mundo ha pasado de un orden unipolar con Estados Unidos en el centro a un orden bipolar con China compartiendo el estatus de potencia suprema (Xuetong, 2011).

Estados Unidos ha mantenido un déficit comercial estructural y por cuenta corriente desde 1974, y China representa la mayor parte de ese déficit. En 2018, el 82% del déficit en cuenta corriente total de EE.UU. provino de un déficit bilateral con China, que ha estado reduciendo sus tenencias de deuda estadounidense pero aún sigue siendo el mayor tenedor con 1,12 billones de dólares (BEA). Muchos autores definen a esta relación como una alianza estratégica entre los dos países, que permite al primero vender sus bienes y al segundo sostener artificialmente su nivel de consumo a través del acceso a bienes más baratos y al endeudamiento público y privado (Arceo, 2018).

La principal hipótesis según la cual no estallaría un conflicto armado es que, a diferencia de otras disputas hegemónicas, en la actualidad las economías china y estadounidense están altamente integradas. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la integración económica ha servido como mecanismo para reducir la probabilidad de conflictos entre países. Cuando prevalece la competencia entre actores económicos de dos potencias opuestas, las condiciones objetivas los llevan a intentar aniquilarse entre sí. Cuando existen alianzas comerciales y financieras entre actores de diferentes países, los poderes económicos intentan buscar soluciones pacíficas al conflicto. La coalición de intereses entre corporaciones y estados evitaría la destrucción de capital que resultaría en el caso de un conflicto armado.

La integración productiva y financiera entre Estados Unidos y China ha dado forma a la acumulación de capital desde la década de 1980. Se ha invitado al capital extranjero a ingresar a la economía china como actor subordinado y prácticamente todas las grandes empresas multinacionales han desarrollado cadenas de valor globales y se han vinculado a los intereses chinos. La fragmentación y reubicación de la producción, la configuración de las cadenas de valor globales y la consolidación del dólar como reserva de valor global y de China como principal acreedor mundial configuraron una relación de beneficio mutuo. Gracias a esas relaciones y ciertas políticas estratégicas, China ha avanzado en las industrias de alta tecnología y ha comenzado a ponerse al día con la destreza tecnológica de Estados Unidos. Esta articulación permitió a China mantener cierta autonomía geopolítica de los intereses estadounidenses y ascender como un “Estado contendiente” (Fusaro, 2017).

Sin embargo, los límites de esta alianza estratégica se ven desde hace años y la interdependencia económica entre China y Estados Unidos se está revirtiendo en un movimiento que algunos analistas caracterizan como “el gran desacople” (Actis & Creus, 2019; Bremmer & Kupchan, 2020). Como muestra de este proceso de desacople, vemos la interrupción del desarrollo de las cadenas productivas y el desmantelamiento de las cadenas globales de valor, una disminución de la cooperación en I + D y del flujo de intercambios académicos y tecnológicos, y una disminución del nivel de inversiones bilaterales. Estados Unidos teme perder su hegemonía económica y militar y China se prepara para autonomizar su proceso de desarrollo. El proceso de "gran desacople" podría revertir lentamente la integración entre los dos países y aumentar la probabilidad de conflicto[4]. Sin embargo, el tamaño del mercado interno chino y las ventajas de la eficiencia en las cadenas de suministro globales limitan el traslado de algunas actividades manufactureras fuera del país (Orr, 2018).

El ascenso de China aumentó la competencia y la tensión con Estados Unidos porque China no se contenta con participar en el orden mundial como un socio menor. La trampa de Tucídides se refiere al patrón de estrés estructural que resulta cuando una potencia en ascenso desafía a una dominante. En los últimos 500 años, ha habido 16 ocasiones en las que una potencia en ascenso amenazó con desplazar al poder consolidado y 12 de ellas terminaron con la guerra. Solo hubo 4 ocasiones que no terminaron en guerra: España contra Portugal en el siglo XV, Estados Unidos contra Reino Unido a principios del siglo XX, URSS contra Estados Unidos a lo largo del siglo XX, Alemania y Japón contra Estados Unidos a finales del siglo XX (Allison, 2017). De estas experiencias, la disputa entre Estados Unidos y la URSS fue probablemente la que más se compare con la disputa hegemónica actual. Muchos analistas ya están llamando al gran desacople una “nueva guerra fría” (Roubini, 2020; Smith, 2018).

Para Beijing, el tiempo durante el cual las potencias occidentales dominaron el mundo no ha sido más que un paréntesis antes de que la historia recupere su “curso sinocéntrico” (Rousset, 2018). Actualmente, podríamos estar asistiendo al inicio de una transición hacia un nuevo ciclo sistémico de acumulación centrado en Asia y particularmente en China. El “ciclo chino”, si existe, será el resultado de una construcción histórica y una contradicción dialéctica que se viene produciendo desde hace varias décadas. China no reemplazará a Estados Unidos, sino que lo colocará en su lugar como el primero entre iguales. Es difícil imaginar un futuro belicoso entre estas potencias en competencia porque China no tiene la fuerza militar para amenazar a los Estados Unidos ni está incluida en las directrices de política exterior de China, basadas en la estrategia Tao Guang Yang Hui de un ascenso pacífico al poder. Sin embargo, como sostiene Allison (2017), “cuando una gran potencia amenaza con desplazar a otra, la guerra es casi siempre el resultado, pero no tiene por qué ser así”.

Modelo de desarrollo chino y estrategia de Tao Guang Yang Hui (TGYH) para un ascenso pacífico

Para algunos analistas occidentales, el despegue de la economía china está asociado con la modernización, la liberalización y las reformas orientadas al mercado iniciadas por Deng Xiaoping en 1978. Este ascenso a menudo se presenta como una victoria de la economía de mercado sobre la economía orientada por el estado. Sin embargo, muchos de los aspectos que hicieron posible el crecimiento excepcional de China están vinculados a las características específicas de su modelo.

Tratar de caracterizar el modelo chino como “capitalista” o “socialista” no ayuda a entenderlo. Como señala Roberts (2017), “China seguirá siendo una economía fundamentalmente controlada y dirigida por el estado, con los ejes estratégicos de la economía bajo propiedad pública y controlada por la élite del partido”. Sin duda, China ha aprendido e internalizado las reglas de la competencia capitalista, pero también ha aprovechado la fuerza de un sistema político de partido único y un régimen con una fuerte capacidad de disciplina y planificación y altos índices de aprobación.

China ha demostrado ser una potencia en ascenso con un sistema político estable, en el que el Partido Comunista planifica las pautas estratégicas a largo plazo que involucran al gobierno, los bancos y las empresas. La amenaza china al orden mundial radica en el riesgo sistémico que implica la disputa entre un modelo de capitalismo de mercado versus un modelo de capitalismo de Estado o socialismo con características chinas. Sin embargo, a diferencia de la URSS, la internacionalización del comunismo o la exportación de su sistema político e ideológico no ha aparecido (al menos hasta ahora) entre los objetivos del gobierno chino.

El estado nacional chino sigue siendo un actor dominante en la toma de decisiones, especialmente cuando se trata de la modernización industrial y tecnológica. El estado chino ejerce un mayor control sobre su economía que cualquier otro país del mundo. El sector público controla las decisiones de inversión, empleo y producción en sectores estratégicos como la banca, telecomunicaciones, petroquímicos, generadores de energía, aviación civil y fábricas de armamento y ejerce una influencia significativa sobre otros como maquinaria y equipo, acero y productos químicos (China Power Team; Fan, Morck & Yeung, 2011).

La Comisión de Administración y Supervisión de Activos del Estado (SASAC) controla alrededor de 120 empresas, define los precios de los bienes, limita las exportaciones y nombra ejecutivos de las principales empresas. Además, el estado chino excluye a las empresas extranjeras de determinadas actividades, subsidia sectores estratégicos y controla el acceso a insumos clave como bauxita, coque, silicio y magnesio (Dorn & Cloutier, 2013). Hay 102 Empresas de Propiedad Estatal (EPE) clave, cuyos activos totales valen 50 billones de yuanes, incluyendo compañías petroleras, operadores de telecomunicaciones, generadores de energía y fabricantes de armas[5]. Estas empresas, que han asimilado tecnologías occidentales, contribuyeron con el 60% de la IED china en 2016 (Roberts, 2017). La parte del PIB que posee y/o controla el estado es aproximadamente del 50%. China tiene un stock de activos del sector público por valor del 150% del PIB y la relación entre la inversión pública y el PIB de China es de alrededor del 16% (Szamosszegi & Kyle, 2011).

Lejos de las falsas dicotomías estatistas o de libre mercado que predominan en los debates internacionales de economía política, la política china desde 1978 se ha caracterizado por el pragmatismo. Recientemente, los líderes chinos han trabajado en un programa de desarrollo consistente llamado el "Sueño Chino" para proyectar la idea de que el ascenso de China es inevitable. El gobierno ha lanzado el proyecto “Made in China 2025” y la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por su nombre en inglés Belt and Road Initiative) para desarrollar capacidades tecnológicas independientes, avanzar en la cadena de valor global y consolidar su liderazgo científico- tecnológico, geopolítico y cultural.

La estrategia de liderazgo chino se basa en el Tao Guang Yang Hui la doctrina elaborada por Deng Xiaoping. También conocida como la "estrategia de 24 caracteres" o del "Ascenso Pacífico", esta estrategia constituye la doctrina oficial de la política exterior china. En resumen, TGYH significa “observar con calma, asegurar el puesto y hacer frente lentamente a los asuntos, manteniendo un perfil bajo y trabajando duro durante algunos años hasta ganar poco a poco peso en los asuntos internacionales” (Chen & Wang, 2011).

La política exterior de TGYH se basa en la moderación estratégica. Bajo el gobierno de Xi Jinping, China lanzó la estrategia de política exterior “Peaceful Rise 2.0” (Zhang, 2015). El objetivo radica en transformar a China en un constructor de la paz global, contribuyente al desarrollo de la gobernanza global y protectora del orden internacional, sin sacrificar sus intereses centrales nacionales. Sin embargo, últimamente China se ha estado alejando de la estrategia TGYH, abandonando su perfil bajo e intentando avanzar hacia la construcción de un orden mundial multipolar intentando evitar desafiar la hegemonía estadounidense. China ha declarado abiertamente que no aceptará un sistema internacional que refleja los intereses de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial.

El orden internacional gobernado por Estados Unidos y cristalizado en los acuerdos de Bretton Woods después del final de la Segunda Guerra Mundial claramente está llegando a su fin. Es posible que haya una transición en la que el gobierno chino integre las principales instituciones como viene haciendo hasta ahora. Pero, tarde o temprano, China intentará reformar el sistema de gobernanza global para adaptarlo a la situación de hegemonía multipolar del mundo actual. El resultado de este proceso dependerá, entre otros elementos, del resultado de la estrategia de integración económica más ambiciosa de la historia, la Nueva Ruta de la Seda.

La Nueva Ruta de la Seda como la estrategia china para consolidar su liderazgo regional y la respuesta geoestratégica de EE. UU.

Los principales líderes del PCCh han sostenido durante mucho tiempo que la estabilidad y la prosperidad de China dependen de la estabilidad y la prosperidad de sus países vecinos. Con esta idea, Beijing ha planeado consolidar su liderazgo regional utilizando el poder blando aumentando sus posiciones en organizaciones internacionales y mediante acuerdos de integración económica, financiera y política. El objetivo principal es diversificar los socios comerciales y los proveedores de productos básicos y consolidar gradualmente un área de influencia de su moneda, el Yuan.

En 2013, China lanzó la Iniciativa Belt and Road (BRI), también conocida como la Nueva Ruta de la Seda. El BRI es uno de los proyectos de integración regional más ambiciosos desde el Plan Marshall, ya que incluye casi 70 países, el 75% de las reservas energéticas conocidas del mundo, el 65% de la población mundial y el 40% del PIB mundial. Este proyecto está destinado a desarrollar seis corredores terrestres y marítimos para ampliar la integración económica y política de Asia con Oriente Medio, Europa, África y América Latina. En el anteproyecto, el BRI incluye inversiones en todos los sectores (desde turismo a minería, electrónica y energía solar), la creación de parques industriales y áreas portuarias, grandes obras públicas (ferrocarriles, puentes, túneles, presas) y equipos de energía (oleoductos y gasoductos, centrales eléctricas, campos eólicos) (Rousset, 2018).

A través de la construcción de infraestructura, la apertura de mercados y la realización de inversiones, se espera que la BRI proyecte los intereses industriales chinos y fortalezca la influencia política y cultural china en todo el mundo. Esta iniciativa también permitiría al gobierno chino salvaguardar sus áreas fronterizas y comenzar una expansión pacífica hacia el oeste, asegurando un acceso geoestratégico a depósitos minerales, petróleo, tierra, mercados e influencias.

Además de promover la nueva Ruta de la Seda, el gobierno chino también ha promovido grandes proyectos de integración e inversión como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP)[6] y el Área de Libre Comercio Asia-Pacífico (FTAAP). Los proyectos geoestratégicos chinos están generando nuevas tensiones con Estados Unidos, Rusia e India a medida que cruzan sus principales áreas de influencia en la masa terrestre euroasiática y el Mar de China Meridional[7]. La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) (vista por Estados Unidos como una OTAN paralela) plantea otro punto de tensión con Estados Unidos. De manera muy inteligente, China ya ha comenzado a negociar alianzas con países como Alemania, Reino Unido, Francia y Corea del Sur (entre otros) que ya forman parte del Asian Infrastructure Investment Bank. Beijing también está tratando de incluir a India y Estados Unidos en el BRI, algo que es poco probable que suceda (Rousset, 2018).

La estrategia de política exterior de Estados Unidos durante la Administración Trump (2017-2020) se ha realineado con los objetivos de seguridad nacional y la política de “Estados Unidos primero” para restaurar su liderazgo político, económico y militar (Smith, 2018). En este período, EE. UU. implementó medidas proteccionistas[8], se retiró de la Asociación Transpacífico (TPP), congeló el Tratado Transatlántico de Inversiones y Comercio (TTIP), renegoció los acuerdos de libre comercio existentes y lanzó la "Estrategia Indo-Pacífico Libre y Abierta", que tiene como objetivo contrarrestar la política china BRI. En esa línea, el gobierno de Estados Unidos aumentó el presupuesto de defensa, lanzó el QUAD (Diálogo Cuadrilátero) con Australia, Japón e India[9], aumentó sus patrullas navales en el Mar de China Meridional, restringió la IED china en sectores sensibles, y presionó a sus aliados para que no participaran en el BRI y no permitieran que China ingresara en sectores clave como inteligencia artificial y redes 5G.

La guerra comercial ha sido parte de la respuesta geoestratégica de Estados Unidos al ascenso de China (Smith, 2018). En 2018, Trump acusó a Beijing de llevar a cabo ataques comerciales injustos que provocaron desempleo y el cierre de fábricas estadounidenses. Para Estados Unidos, la potencia asiática basó su ascenso económico en prácticas desleales como violaciones de los derechos de propiedad intelectual, barreras comerciales no arancelarias, subsidios a empresas nacionales y demandas forzadas de transferencias de tecnología a inversiones extranjeras directas (The White House, 2017). En respuesta, el gobierno de EE.UU. ha comenzado a imponer barreras arancelarias y multas, restringió las inversiones y presentó demandas contra China en la OMC[10].

En enero de 2020, los principales representantes de los gobiernos de Estados Unidos y China firmaron la primera fase de un acuerdo para mitigar los efectos de la guerra comercial y las tensiones entre los dos países. China se ha comprometido a comprar más productos agrícolas, como soja y carne de cerdo, a cambio de una reducción de los aranceles de importación. Además, China suspendió los aranceles sobre productos estadounidenses como el maíz, los automóviles y las autopartes, y suspendió los impuestos sobre las importaciones de artículos electrónicos y juguetes. El acuerdo incluye algunos puntos relacionados con la transferencia de tecnología, los derechos de propiedad intelectual y el mercado cambiario. China dejaría de exigir transferencias de tecnología a empresas extranjeras y Estados Unidos dejaría de acusar a Beijing de manipulación de divisas (Kirbi, 2020).

A pesar de haber avanzado en un acuerdo parcial para poner fin a la guerra comercial, la situación global derivada de la propagación del virus COVID-19 reavivó las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China. Mientras que Estados Unidos subestimó los riesgos del brote, China demostró su capacidad para contener la enfermedad mediante la vigilancia masiva de sus ciudadanos y utilizó la situación crítica para expandir su poder blando ayudando a los países más afectados por la pandemia. Muchos analistas sostienen que la crisis actual pone de manifiesto la ausencia de coordinación multilateral, los límites del modelo occidental y el surgimiento de un modelo oriental más autoritario y a la vez más efectivo para la gestión de crisis y el control social. El COVID-19 podría estar acelerando, en este sentido, las tendencias de la reversión de la globalización, el gran desacople y la generación de una nueva arquitectura económica y política mundial.

En este escenario dinámico, todavía existe el riesgo a largo plazo de que se intensifiquen las disputas comerciales, monetarias, tecnológicas y geopolíticas y que estalle una nueva guerra fría entre Washington y Beijing. Sin embargo, a diferencia de la Guerra Fría del siglo XX, en el contexto actual ningún país estaría dispuesto a elegir solo un bando y es muy poco probable que haya un claro ganador.

Aspectos económicos y tecnológicos del auge de China y sus principales desafíos

En el transcurso de algunas décadas, China pasó de ser la meca industrial de las inversiones extranjeras en bienes manufacturados de bajo valor agregado con bajos costos salariales a ser un centro global de investigación y desarrollo tecnológico, exportador de productos y servicios complejos, y uno de los principales emisores de inversión extranjera.

Tras la Tercera Sesión Plenaria del XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista de China en 2013, se lanzaron nuevos objetivos estratégicos para el centenario de la República en 2049. El principal objetivo, según Xi Jinping, es "rejuvenecer la nación china" profundizando las reformas económicas y resolviendo las tensiones entre el desarrollo desequilibrado y las condiciones de vida de los ciudadanos chinos. Si bien el crecimiento económico benefició a la gran mayoría de la población china, amplió las brechas entre el campo y la ciudad y también dentro de las grandes ciudades, donde se han desarrollado grandes desigualdades entre las clases medias con creciente poder adquisitivo y los trabajadores migrantes[11].

El “sueño chino” anticipa un avance económico en términos de crecimiento del PIB y del ingreso per cápita[12] asociado a una reducción de la desigualdad interna y vulnerabilidad externa. El principal desafío actual de China radica en la transición del modelo de crecimiento orientado a la exportación a un modelo basado en el fortalecimiento del mercado interno. Para lograrlo, el gobierno desarrolló un plan económico para transformar una economía basada en la industria pesada en una basada en servicios de alta tecnología (Woetzel, 2015). Tanto la nueva ruta de la seda como el plan Made in China 2025 (MIC2025) son los principales proyectos que permitirían al país promover exportaciones de mayor valor agregado y abrir nuevos mercados.

MIC2025 se lanzó en 2015 para desarrollar una industria más innovadora y aumentar la autonomía en sectores estratégicos a través de una mayor producción local de piezas y materiales esenciales. Para ello, exige un incremento de la inversión en I + D del 0,95% al 2% del PIB y establece áreas de desarrollo prioritarias en circuitos integrados, equipos de comunicación, tecnologías de la información y redes 5G, ciberseguridad, sistemas operativos, big data[13], internet de las cosas, control de máquinas herramienta, robots, equipos aeroespaciales y aeronáuticos, equipos oceanográficos, equipos ferroviarios, vehículos de bajo consumo, dispositivos médicos y tecnología aeroespacial. El objetivo es convertir China en un centro de innovación global en IA para 2030 (Girado, 2017).

En los últimos años, la industria estadounidense se ha vuelto cada vez más dependiente de los chips chinos, aumentando su vulnerabilidad. Desde 2015, el gobierno de los EE.UU. viene identificando el ascenso tecnológico de China como un desafío para la seguridad nacional. En aquel momento prohibió a Intel vender chips a China para evitar que la supercomputadora

Tianhe 2 desplazara a una estadounidense en la lista de las 500 supercomputadoras más rápidas. Tras la victoria de Trump en 2016, se produjeron cambios importantes en la política exterior de Estados Unidos y se reorientó la política de defensa militar, industrial y nacional orientándola a revertir la influencia de Beijing y a restaurar la seguridad nacional.

En septiembre de 2018, el Departamento de Defensa de EE. UU. Publicó un estudio sobre "Evaluación y fortalecimiento de la base industrial de fabricación y defensa y la resistencia de la cadena de suministro de los Estados Unidos" que identifica la dependencia de las cadenas de suministro de China como una amenaza para la seguridad nacional (ITF, 2018). Después de ese informe, la Casa Blanca incluyó a Huawei Technologies Co. Ltd. en la lista negra del Departamento de Comercio de EE. UU. y prohibió a empresas estadounidenses como Qualcomm, Intel y Google venderles ciertos componentes clave o hacer negocios con ella. La Casa Blanca también prohibió a las empresas estadounidenses de alta tecnología suministrar a la corporación china de telecomunicaciones ZTE. Además, restringió sus propias compras de bienes y servicios a empresas chinas y persuadió a los socios de la Unión Europea para que hicieran lo mismo.

Estas medidas de “desacople” se tomaron para preservar el interés central de EE.UU. que consiste en mantener la supremacía sobre la inteligencia artificial (IA), la computación cuántica, 5G, supercomputación y tecnologías de semiconductores (Bremmer & Kupchan, 2020). La clave de este conflicto es la disputa por la red 5G, que es cuarenta veces más rápida que la 4G. Huawei ya ha invertido en infraestructura y ha desarrollado procesos tecnológicos y Google se está quedando atrás ya que su negocio principal es el procesamiento de datos (Zuazo, 2019). La Administración Trump presionó a Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Gran Bretaña para que prohibieran a Huawei construir infraestructura de comunicación 5G en sus países, alegando que China la usaría para llevar a cabo espionaje ilegal (Smith, 2018). A pesar de las advertencias el gobierno británico autorizó a la empresa china para desarrollar redes 5G pero impuso restricciones como una cuota de mercado del 35% y la exclusión de sectores estratégicos como el nuclear y las instalaciones militares (Drezner, 2020).

China se está convirtiendo rápidamente en una superpotencia económica y tecnológica. En esta guerra fría económica, la mayoría de los países tendrán que elegir entre la supuesta seguridad de los contratistas estadounidenses y los beneficios del mercado chino. La Trampa de Tucídides está a punto de llegar y el conflicto entre China y Estados Unidos por el liderazgo comercial y tecnológico podría conducir a un desacople de la economía global y una nueva guerra fría con características chinas.

Reflexiones Finales

En este trabajo se identificaron los principales factores que hacen de la República Popular China un competidor estratégico de Estados Unidos por la hegemonía mundial. En los últimos cuarenta años, China ha reducido la brecha en producción, ingreso per cápita, comercio exterior, reservas internacionales, gasto militar, gasto en I + D y solicitudes de patentes. La formación de capital fijo y el aumento de la productividad permitieron a China duplicar el nivel de vida cada trece años y sus empresas se han establecido como líderes en los sectores tecnológicos más dinámicos.

Durante muchos años, China y Estados Unidos actuaron como socios estratégicos porque la integración económica produjo beneficios recíprocos. Sin embargo, recientemente el liderazgo de China en áreas tecnológicas clave ha sido caracterizado como una amenaza para la seguridad nacional estadounidense. Esto condujo a que se esté desenvolviendo, lentamente, un proceso de desacople.

El principal desafío de la administración Xi Jinping es construir un orden mundial multipolar, para lo cual ha sostenido la estrategia de política exterior de ascenso pacífico y moderación estratégica. Beijing ha promovido la Nueva Ruta de la Seda, el RCEP y el programa Made In China 2025. Juntos, forman una estrategia coherente de desarrollo económico que apunta a la transición del modelo orientado a la exportación a un modelo basado en el fortalecimiento del mercado interno y la producción y exportación de servicios de alto valor agregado, con socios comerciales diversificados y ampliando el área de influencia del Yuan. Estados Unidos ha modificado su política exterior y ha lanzado el programa America First. En este marco, ha implementado medidas proteccionistas para recuperar su liderazgo político, económico y militar y también ha realizado acuerdos geoestratégicos con Australia, Japón e India para contener el avance de China.

El ascenso de China representa un desafío para la seguridad nacional de EE.UU. pero, sobre todo, un riesgo sistémico para su hegemonía, ya que busca forjar un nuevo orden que refleje su supremacía. El éxito o el fracaso de la estrategia china de un ascenso pacífico depende de lo que suceda con la Nueva Ruta de la Seda, el RCEP y el plan Made in China 2025. Como dice la cita de Mao Zedong, "Hay un gran caos bajo el cielo, la situación es excelente". La convulsión que atraviesa el mundo nos permite pensar en la oportunidad política para construir un nuevo orden. El siglo XXI definitivamente estará marcado por el ascenso de China y el desafío que esto supondrá en la construcción de un nuevo orden mundial bipolar.

 

Lista de referencias

 

Libros y Artículos académicos

 

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[1] Profesor Adjunto e Investigador del Instituto del Desarrollo Humano en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).

[2]   Se han denunciado numerosas detenciones ilegales de miembros de minorías pertenecientes a grupos étnicos musulmanes como los uigures, kazajos y otras minorías turkikas en la provincia de Xinjiang (Human Rights Watch).

[3] En Estados Unidos, la tasa de inversión cae y la productividad laboral crece muy por debajo de la de China. La participación de la industria en el PIB disminuyó del 21% en 1974 al 11,7% en 2016. La participación de las finanzas, los seguros y los bienes raíces aumentó del 13,6% al 19,7% del PIB (Arceo, 2018).

[4]  El ala conservadora del Partido Republicano (liderada por Steve Bannon y Robert Lighthizer) caracterizó el mundo venidero como uno en el que la relación de beneficio mutuo ya no sería posible. El ala conservadora del Partido Comunista de China también dio la bienvenida a la autosuficiencia económica en un contexto de mayores tensiones geopolíticas. El presidente Xi Jinping ha pedido una nueva "Larga Marcha" para romper la dependencia tecnológica de China de los Estados Unidos (Bremmer & Kupchan, 2020).

[5] El vínculo entre los líderes de las empresas estatales más grandes (como Sinopec o ICBC) y el PCCh es claro: el PCCh coloca a altos ejecutivos en roles importantes del partido, y los líderes de las empresas estatales representan 18 de los 172 miembros suplentes del Comité Central (Macro Polo).

[6] En Noviembre de 2020, tras casi una década de negociaciones, los líderes de los países de ASEAN, junto con los de China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda rubricaron el acuerdo RCEP. Este acuerdo elimina aranceles a las importaciones e incluye capítulos de propiedad intelectual, telecomunicaciones, servicios financieros, comercio electrónico y servicios profesionales y representa un fuerte avance de China por contrarrestar la influencia de los Estados Unidos en la región Asia-Pacífico (BBC)

[7] Uno de los puntos más sensibles de la disputa geopolítica entre China y Estados Unidos es el Mar de China Meridional, una zona de gran proyección petrolera y la ruta marítima más densa del mundo. Actualmente existen disputas con Vietnam y Taiwán por las Islas Paracel y con esos dos países y Filipinas, Brunei, Indonesia y Malasia por las Islas Spratly (Rousset, 2018).

[8] Además de implementar medidas proteccionistas, EE. UU. se negó a reemplazar a dos de los jueces del Órgano de Apelación de la OMC, lo que dejó a la organización incapacitada para operar (Duesterberg, 2019).

[9] En el marco de la Estrategia Indo-Pacífico para contener la expansión de China en Asia Pacífico, Estados Unidos e India firmaron un acuerdo militar de $3 mil millones en febrero de 2020 para modernizar las fuerzas armadas indias con equipo estadounidense (India Today).

[10]             En reacción a las medidas proteccionistas de Estados Unidos, el gobierno chino elevó los aranceles a los productos Made in USA y amenazó con dejar de comprar sorgo y soja, cambiar de proveedor de aviones Boeing y automóviles de General Motors, y boicotear el consumo de productos estadounidenses y el turismo chino a los Estados Unidos. Beijing también amenazó con dejar de comprar deuda pública estadounidense y deshacerse de los bonos que ya tiene.

[11] Expulsados de sus tierras debido a la intervención del gobierno en el mercado de granos que limitó los aumentos de los precios agrícolas y los despojó de los servicios públicos como resultado del desmantelamiento de las comunas rurales, los trabajadores migrantes (Mingong) se mudaron del campo a grandes fábricas en la costa Este del país, aceptando bajos salarios y malas condiciones laborales (Hernández, 2018).

[12] El plan quinquenal chino tiene metas de aumentar el ingreso per cápita de los 18.000 dólares actuales a 20.000 dólares en 2022 y 40.000 dólares en 2049 (Woetzel, 2015).

[13] Reporteros sin Fronteras ha caracterizado al presidente Xi Jinping como el "principal censor del mundo". El gobierno chino controla la mayor masa de usuarios de Internet del mundo (802 millones) a través de sus redes sociales como Tencent, Weibo, WeChat y plataformas comerciales como Alibaba y ha instalado un gran firewall para controlar qué información circula. Los metadatos de esta población son un activo muy deseado por empresas líderes del mundo como Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft (GAFAM) (Lee & Woetzel, 2017).

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