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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.27 no.1 Bernal  2023  Epub Dec 06, 2023

 

Reseña

Mujeres intelectuales en América Latina

Laura Cabezas* 

* Universidad de Buenos Aires / CONICET

Cormick, Silvina. Buenos Aires: Editorial SB, 2022. 292p.

En una conferencia pronunciada en 1935, Victoria Ocampo advertía que en toda conversación entre hombres y mujeres siempre había un momento en que el hombre pedía no ser interrumpido para comenzar un monólogo, sin sentir la necesidad del intercambio con ese ser semejante y sin embargo distinto a él: la mujer. Pero a pesar de esta falta de escucha, muchas -como la propia Ocampo- siguieron hablando, escribiendo e interviniendo en el espacio público a lo largo del siglo xx. Y de esto da testimonio, sin dudas, el libro colectivo Mujeres intelectuales en América Latina, editado por Silvina Cormick y compuesto por doce trabajos firmados por especialistas que se ocuparon de analizar la actuación de diferentes mujeres -escritoras, artistas, profesionales y militantes- en la vida pública de América Latina entre finales del siglo xix y mediados del xx, a través de los aportes de diversas perspectivas, como la historia intelectual, la historia y sociología de los intelectuales y la historia de las mujeres, los estudios de género y los feminismos. De este modo, las y los lectores se enfrentarán a un volumen que reúne poderosos estudios que transitan y revisan la trayectoria y el rol de las mujeres más importantes de la cultura latinoamericana en el cruce entre pensamiento, clase y género.

Estableciendo un diálogo con el clásico libro de Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina, Cormick plantea en la Introducción que se buscó estudiar a las mujeres protagonistas de cada capítulo en su condición de intelectuales -una intelectualidad extendida que sin embargo nunca se termina de (re)definir-, en función de no solo conocer sus ideas, sino también sus actuaciones y posiciones, las actividades y asociaciones que llevaron a cabo y los debates que dieron en el ámbito social, cultural y político de la región. Un proyecto que buscó repensar la historia de las élites culturales latinoamericanas en diversas instancias -conversaciones entre colegas, congresos y jornadas académicas- hasta llegar finalmente a la publicación en forma de libro. Me resulta importante señalar el acierto de no pensar los discursos de estas mujeres separadamente de sus prácticas y de las redes intelectuales que tejen, permitiendo en consecuencia que el volumen se construya desde una concepción antiesencialista del género. En otras palabras, no se asiste a una simple sucesión aislada de casos de mujeres o, lo que es lo mismo, a una sumatoria de nombres excepcionales, ni tampoco se concentra en describir los obstáculos que ellas encontraron. Al contrario, bajo la premisa de que los campos intelectuales son espacios constituidos siempre en forma conjunta por varones y mujeres, se inscribió a las mujeres estudiadas en la historia intelectual de América Latina, sin olvidar que muchas veces fueron relegadas a ocupar lugares subordinados. Oírlas, como quería Victoria Ocampo, para así explorar cómo idearon estrategias y dieron batalla en pos de ser reconocidas y hacerse un lugar (con o sin éxito) en el espacio público del continente, a pesar de los mecanismos de exclusión y marginación que las confinaban a la privacidad del hogar y la vida doméstica.

Si bien los capítulos se organizan cronológicamente, es posible trazar tres grandes ejes temático-conceptuales que impulsan otro itinerario posible de lectura. Son ejes que se cruzan y se solapan entre sí, aunque también funcionan de forma separada. El primer eje se detiene en el vínculo entre mujeres y profesionalización. Acá encontramos el estudio de Flavia Fiorucci sobre Cecilia Grierson que recupera la figura de la “primera médica argentina” y la relación conflictiva entre su condición de maestra, de médica y de feminista. Es interesante cómo la autora reconstruye el “ser y saber como maestra” en algunos de los escritos relevantes de Grierson y, al mismo tiempo, muestra que la docencia no era considerada por ella un trabajo emancipador en cuanto se asimilaba al rol materno. Una paradoja que impregnó su feminismo y que, según Fiorucci, supuso la afirmación de roles tradicionales, pero también la defensa de espacios laborales para las mujeres más allá de las fronteras de la domesticidad. Por su parte, Inés de Torres nos presenta a Paulina Luisi quien, también maestra, buscó posicionarse como profesional universitaria de la medicina -la primera en Uruguay- enfrentando la lucha contra la prostitución y la trata de blancas a partir de los postulados del higienismo. A través de la creación de la revista Acción Femenina, Torres analiza la construcción de una “institucionalidad feminista en clave internacionalista” que cimentó el liderazgo de Luisi y su posterior alejamiento de la revista y del Consejo Nacional de Mujeres a causa de las tensiones políticas con las demás integrantes.

El segundo eje refiere a mujeres y literatura y/o artes plásticas. Dennis Arias Mora se detiene en el derrotero de Carmen Lyra, escritora de novelas sociales y cuentos infantiles y militante comunista desde los años treinta. El capítulo nos muestra cómo el universo narrativo de la escritora se trasladó al mundo político de la intelectual en forma de metáfora: escritores, nombres de personajes y obras de la literatura mundial ingresaron en su léxico para dar cuenta de las figuras políticas y personalidades conocidas en su presente, e incluso sus personajes se adentraron en el mundo de la política electoral. Del mismo modo, Gabriela Cano en su capítulo dedicado a Amalia de Castillo Ledón también manifiesta la importancia de relevar la formación y experiencia literaria y artística de la autora mexicana en su desenvolvimiento político y diplomático, en especial en lo concerniente a la soltura escénica que jugó a favor de su desempeño público. Por su parte, el trabajo de Silvina Cormick sobre Gabriela Mistral se concentra en la construcción de su trayectoria intelectual como representante y expresión del continente latinoamericano. Dividido en dos partes, el capítulo rastrea la constitución como intelectual pública de Mistral a través de la imagen de la “maestra-poeta” que le permitió preservar su vida privada y, luego, la internacionalización de su figura, a partir del viaje a México en 1922, cuando se consolida como funcionaria y diplomática, destacándose dos experiencias: la parisina (su trabajo en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y el diseño y ejecución de la Colección de Clásicos Iberoamericanos) y la neoyorquina, donde discutió las relaciones interamericanas con intelectuales e instituciones panamericanistas y les disputó la representación de América Latina a los académicos hispanistas. Este conjunto de prácticas permitió que se la identificara con lo que Cormick llama la “conciencia de América Latina”, que moldea un relato compuesto de literatura, música, costumbres y folclore combinado tanto con la herencia indígena como con una perspectiva femenina y feminista que rescata voces y figuras de mujeres americanas. Sobre esto último, queda por pensar si el feminismo mistraliano no se relacionaría también con el lesbianismo como elección sexual disidente y forma de vida no hegemónica. El capítulo firmado por Dina Comisarenco Mirkin estudia una figura controversial, Nahui Olin, con el objetivo de ir contra la imagen cristalizada de la artista y escritora que exalta su belleza, sus romances y escándalos. Por el contrario, Dina se propone estudiar sus pinturas y poesías de los años veinte y treinta para devolverle a Nahui Olin un lugar dentro de la historia cultural de México, prestando particular atención a sus vínculos con el movimiento muralista. Rafael Rojas escoge como protagonista de su capítulo a Mirta Aguirre, poeta y ensayista cubana que se exilió en México en los años treinta, donde se acercó al feminismo social. Rojas examina los trabajos de crítica literaria y de política, en especial el estudio sobre sor Juana Inés de la Cruz publicado en 1975, en el cual la escritora saca a sor Juana de la corriente mística del siglo xvi y hace una lectura materialista que la enfrenta con Octavio Paz, Henríquez Ureña y Lezama Lima. Finalmente, Maria Alice Rezende de Carvalho sigue el paso de Zélia Gattai que pasa de ser la “mujer de” Jorge Amado a convertirse en una autora reconocida de autobiografías. A partir de ese pasaje, el capítulo explora la relación conflictiva de Zélia con los feminismos de la época y la apuesta por la crítica académica, y no por el mercado (a diferencia de su esposo), como signo de legitimación literaria.

En tercer lugar, se propone el eje mujeres y militancia. Cecilia Macón indaga en la figura de María Rosa Oliver el vínculo entre corporalidad-discapacidad, ejercicio de la reflexión y acción política. A partir de las teorías contemporáneas sobre el afecto, Macón lee un “sentimiento de injusticia” que Oliver encarnó y reprodujo cuando impugnaba con sus acciones el capacitismo y otros mecanismos de opresión, a la vez que fue este sentimiento el que permitió enlazar el orden afectivo con la idea de emancipación y diversos modos de agenciamiento. Contemporánea a Oliver, Nydia Lamarque es estudiada por Laura Prado Acosta, quien reconstruye su perfil intelectual a través de la encrucijada que vivió la autora entre sostener un estilo polemista y, al mismo tiempo, ampararse en dos sistemas de ideas, el Partido Comunista, en primer lugar, y luego la Iglesia católica. No obstante, la lectura atenta de Prado Acosta demuestra que esta encrucijada se sostuvo gracias al interés que la autora siempre depositó en las figuras del héroe o la heroína como redentores de la humanidad: Rosa Luxemburgo, Lenin, Jesús y María, el personaje de La cautiva de Esteban Echeverría. Por último, el capítulo de Jorge Myers sigue el singular itinerario militante de Blanca Luz Brum, que pasó por el mariateguismo en los años veinte, la militancia en el Partido Comunista en Uruguay y México en los treinta y el peronismo en la Argentina de los cincuenta hasta la democracia cristiana en el Chile de los sesenta y el apoyo final a la dictadura de Augusto Pinochet. Con rigor, se reconstruye la primera parte de esta trayectoria tan disímil ideológicamente pero tan rica en su accionar, que avanza de la mano de sus parejas, pero las excede por su impronta y propia producción compuesta de poesía, periodismo y ensayismo. El texto cautiva al transitar por la vida y escritura de Brum que permite también recorrer diversas e importantes empresas culturales latinoamericanas del siglo xx, como la revista Amauta, la propia revista de Brum, Guerrilla, el movimiento muralista y la escena porteña con Crítica y el vínculo -intelectual y sexual- que mantuvo con Natalio Botana y Salvadora Onrubia. Es importante señalar que el capítulo cierra con una reflexión aguda acerca las mujeres en entreguerras y la nueva modalidad en la función intelectual que se les presentó: la de ser gestoras culturales que dirigían, fijaban una posición y contribuían con su producción cultural a una emancipación que abarcaba diversos aspectos de su vida, como la posibilidad de escoger sus parejas y vivir relaciones sentimentales y sexuales.

El libro cierra con un capítulo que se recorta del resto, firmado por Heloisa Pontes, quien asume el desafío, que ella califica de “experimento sociológico”, de comparar a la brasileña Gilda de Mello e Souza y a la argentina Victoria Ocampo en los términos de dos mujeres que eligieron el ensayo como modalidad privilegiada de expresión y, al hacerlo, permitieron abrir otras zonas en la comprensión de las condiciones de producción del ensayismo latinoamericano. Con gran sensibilidad, el texto expone las dificultades que cada una tuvo en sus ámbitos culturales. Del lado de Gilda, se pinta el vínculo afectivo e intelectual con Mário de Andrade, sus primeras incursiones en la ficción y su decisión de abandonarla para escribir “como hombre”, es decir, desde el campo científico de la sociología. Sin embargo, como aclara Pontes, su tesis doctoral sobre la moda en el siglo xix, concebida como un ensayo de sociología estética, fue considerado fútil, como “cosa de mujeres”, opinión que acompañaba el predominio masculino dentro y fuera de la universidad. Esta elección por un estilo propio de ensayismo la conecta con Ocampo, quien con su primer libro De Francesca a Beatrice también apostó por ese género tan público para una mujer en los años veinte, cuando la poesía en francés era lo que correspondía por su género y clase. Con sus diferencias personales, sociales y geográficas, Heloisa Pontes apunta que ambas se rebelaron en contra de los recursos expresivos usuales para las mujeres de la época, afirmándose como intelectuales en el plano de las ideas y del pensamiento, aun cuando Gilda no haya tenido la misma proyección de la que gozó Victoria. Gran acierto que este trabajo concluya el volumen, ya que condensa la propuesta por visibilizar los modos en que las mujeres debieron lidiar con los dispositivos sexistas del campo cultural latinoamericano y, al mismo tiempo, idear estrategias para hacerse escuchar en el espacio público, con más o menos éxito.

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