Introducción
El 5 de agosto de 1999, en la primera sesión de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Hugo Chávez Frías plantearía la necesidad de reflexionar sobre los orígenes de la –por aquel entonces– recientemente proclamada “revolución venezolana de este tiempo”,2 para lo cual invocaría el famoso poema que Pablo Neruda había dedicado al Libertador:
cuando preguntamos en Venezuela, hoy, ¿de dónde viene esta revolución?, inevitablemente tenemos que caer de nuevo en la figura y en el tiempo y en el contexto bolivariano cuando nació o cuando nacieron las primeras repúblicas que se levantaron en esa tierra venezolana. “Es Bolívar”, decía Neruda, “que despierta cada 100 años”: pero Neruda, que era un revolucionario, asimilaba el despertar de Bolívar con el despertar del pueblo. Despierta cada 100 años, cuando despiertan los pueblos. Es de allí que viene esta revolución (Chávez, 5 de agosto de 1999).
La revolución, que todavía no había iniciado su tránsito hacia el “socialismo del siglo XXI”, proclamaba desde sus primeros pasos una deuda con Simón Bolívar y la gesta emancipadora llevada a cabo entre 1810 y 1830. Reivindicación para nada original en la medida en que la figura del Libertador había sido sistemáticamente aclamada por las diferentes élites políticas a lo largo de la historia venezolana.3 Sin embargo, en esta ocasión, junto al héroe –ya no mantuano y defensor del orden sino antiesclavista, llanero y símbolo de la revolución social (Langue, 2008 y 2009)–4, aparecía en escena el pueblo:
No hay revolución sin pueblo y ahí está el pueblo de Venezuela empujando de nuevo, una vez más su propia revolución… tomando las riendas de su propio potro, orientando al acimut de la brújula, buscando capitanes, porque eso sí necesitan los pueblos: verdaderos navegantes, verdaderos líderes que sean capaces de ponerse a la vanguardia y darlo todo por el pueblo, incluyendo la vida (Chávez, 5 de agosto de 1999).
De esta manera quedaban tempranamente delineados los principios de la V República: la ruptura con el sistema político tradicional y la refundación de la nación que proponía el nuevo gobierno hallaban sus fundamentos en la ideología y la épica bolivariana, al tiempo que se postulaba al pueblo como sujeto del cambio revolucionario y a las Fuerzas Armadas –con Chávez a la cabeza– como conductores del mismo (Rojas, 2005). Aunque en un contexto radicalmente distinto al de los inicios, más de diez años después, los festejos bicentenarios asomarían como otra ocasión excepcional para volver a exhibir y reafirmar aquella fórmula.
Si acordamos que las conmemoraciones y las prácticas festivas constituyen reservorios de sentidos y experiencias sociales, estéticas y políticas fundamentales a la hora de recrear, encuadrar e internalizar la memoria histórica5 y las identidades colectivas, pero también al momento de legitimar posiciones políticas y disputar un horizonte de expectativas, entonces es posible concebirlas como un interesante punto de entrada al clima político y cultural de una nación en un tiempo determinado.
Bajo esa premisa, este trabajo se propone abordar los modos en que la denominada “Revolución Bolivariana” buscó reconstruir la memoria histórica, reactualizar la identidad nacional y cimentar un determinado ordenamiento político en ocasión de los bicentenarios de “independencia” en Venezuela. Para ello, se analizan las prácticas y discursos conmemorativos oficiales desplegados durante las celebraciones patrias que tuvieron lugar en Caracas el 19 de abril de 2010 –bicentenario del establecimiento de la “Suprema Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII”– y el 5 de julio de 2011 –bicentenario de la firma del Acta de la Declaración de Independencia–, con la certeza de que estas últimas pueden habilitar nuevas consideraciones en torno al tercer gobierno de Chávez, su proyecto político e idea de nación.
Evocando los pasos de Walter Benjamin, quien concebía que en los hechos u objetos banales –en su caso, los pasajes de París– era posible hallar la clave del entendimiento del pasado,6 consideramos que el estudio de los festejos bicentenarios y sus contenidos elementales nos permitirán –al cristalizar a escala reducida un determinado momento del chavismo– complejizar las miradas en torno a aquél y sus modos de representación. En efecto, este escrito insiste en que si bien ambos acontecimientos registraron una serie de continuidades tales como la centralidad del culto a Bolívar, los desfiles cívicos-militares o la exaltación de la “patria grande”, es posible detectar un cambio de sentido entre las efemérides aquí analizadas, el cual habría respondido a una mutación de la coyuntura política vinculada al desgaste de la hegemonía chavista y, en estrecha relación, al declive personal del líder de la “Revolución Bolivariana”.
“Patria, socialismo o muerte”. Los años previos a los festejos bicentenarios
Reparar en el contexto concreto desde el cual se desplegaron las operaciones de memoria que aquí proponemos reconstruir deviene una tarea esencial en tanto los procesos de recuerdo y olvido no pueden aislarse de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales que rodean a los sujetos. La coyuntura adquiere entonces un papel fundamental a la hora de analizar las formas y los contenidos de toda memoria histórica dado que es en ese marco que estos adquieren sentido, a la vez que es sobre esa realidad concreta que pretenden incidir. Es por ello que señalaremos a continuación algunos rasgos distintivos de la escena venezolana previa a la conmemoración de los bicentenarios de “independencia”.
A lo largo de la campaña electoral del 2006, denominada “Batalla Miranda” en honor al bicentenario del arribo de Francisco de Miranda a las costas de Coro en 1806 (Romero Jiménez, 2007), Chávez anunciaría en varias oportunidades el tránsito hacia el “socialismo del siglo XXI”, así como la creación de un partido único que reuniera a todas las fuerzas políticas y sociales favorables a su gestión, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). En efecto, una vez conseguido el triunfo electoral por amplia mayoría,7 el mandatario se dirigiría desde el Palacio de Miraflores ante una multitud, afirmando:
Hoy comienza una nueva era, una nueva época dentro del proyecto nacional de Venezuela, que tendrá como línea fundamental la profundización y expansión de la revolución bolivariana en la vía venezolana hacia el socialismo. Más del 60 % de los venezolanos votó por el proyecto que tiene nombre: Socialismo Bolivariano (Chávez, 3 de diciembre de 2006).
Días después, asumía como presidente reelecto del país lanzando su agenda socialista con la nacionalización de proyectos estratégicos en la industria petrolera y siderúrgica, empresas del sector eléctrico y alimentario, así como el mayor grupo de telecomunicaciones del país. De igual modo, se buscaría fortalecer el Poder Ejecutivo a través de una serie de medidas destinadas a debilitar las instituciones liberales que figuraban en la Constitución de 1999 (López Maya, 2008). El nuevo emblema de sus discursos, el grito final “Patria, Socialismo o Muerte”, sintetizaba del modo más cabal aquella voluntad de radicalizar la “Revolución Bolivariana”.
El proyecto de reforma constitucional presentado por el presidente y la Asamblea Nacional en 2007 –que pretendía, entre otros puntos, convertir a Venezuela en un Estado socialista y aprobar la reelección presidencial indefinida, al igual que una Ley Habilitante que permitiera al presidente gobernar por decreto– buscaría acentuar aquella tendencia aunque, al mismo tiempo, profundizaría el descontento en sectores opositores y aliados políticos por considerarla un agravio a la Constitución y/o a la democracia participativa. El rechazo de los electores en el referéndum constitucional marcaría la primera derrota política del chavismo, dando lugar a un proceso de mayor apertura política y autocríticas por parte del presidente (López Maya, 2008).
No obstante, el triunfo del oficialismo en las elecciones regionales de noviembre de 2008 reavivaría aquel objetivo de aumentar el número de reelecciones no solo presidenciales, sino de todos los cargos de elección popular. El referéndum realizado el 15 de febrero de 2009 constituyó un verdadero punto de inflexión en tanto aprobaría –no sin polémicas– la enmienda de la Constitución dirigida a incorporar la propuesta del entonces presidente. En paralelo, el impacto de la crisis internacional en la renta petrolera afectaría el tránsito hacia el modelo socialista al provocar la caída del ingreso fiscal y, por lo tanto, de la inversión pública. En ese contexto, el declive del salario real, la crisis energética y la creciente inseguridad harían de la escena previa a las conmemoraciones bicentenarias la época con mayor cantidad de protestas populares (López Maya y Lander, 2010).
“Independencia y Revolución”. El bicentenario del 19 de abril
El año 2010 comenzó en Venezuela con los preparativos para la celebración del bicentenario de la Junta Suprema de Caracas y concluyó con las elecciones legislativas para renovar todos los escaños de la Asamblea Nacional, dos acontecimientos fundamentales para el gobierno de Chávez en la medida que pondrían en juego su reafirmación simbólica-identitaria, así como política-institucional en medio de una economía que continuaba resintiéndose.8
Con vistas al primero de esos sucesos, se había creado anticipadamente –por medio del Decreto N.° 6.015 de abril de 2008 en la Gaceta Oficial N.° 38.912– la Comisión Presidencial para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia de la República Bolivariana de Venezuela, dirigida a planificar “una fiesta popular en la que los pueblos nuestros americanos [fueran] los protagonistas”, superando “el carácter estrictamente oficial y académico que solían tener este tipo de eventos en tiempos de la cuarta república” y dando lugar a “los saberes, las prácticas y la memoria popular”.9
Paradójicamente, los actos programados para la jornada del 19 de abril constituyeron, en su mayoría, ceremonias de carácter oficial y protocolar.10 Luego del llamado “Amanecer Bicentenario” –una serie de actividades recreativas en todas las plazas Bolívar del país para celebrar la llegada del día patrio–, la efeméride comenzó en la mañana con un homenaje a Simón Bolívar en el panteón nacional en donde Chávez y mandatarios de varios países de América Latina y el Caribe dejaron una ofrenda floral al pie de la tumba del prócer. Durante el breve acto el entonces presidente declaraba:
Hemos querido venir a tributar aquí a las cenizas del padre Simón Bolívar nuestro fervor, nuestro amor, nuestro compromiso de unidad y liberación. 200 años hacen hoy exactamente de aquel día en que se inició el proceso de liberación, el proceso de independencia de nuestros pueblos. Caracas desde siempre fue una cuna y fue una llama que luego contribuyó a encender toda la pradera (…) (Chávez, 13 de abril de 2010).
Descontando el hecho de que la formación y consolidación del liderazgo político del “padre” Simón Bolívar fue posterior a los sucesos de 1810, su homenaje aquella mañana de abril no solo posibilitó a Chávez insistir sobre la importancia de una unión continental, sino especialmente trazar un paralelismo entre la época de las guerras de independencia cuando tuvo lugar en Caracas una jornada cívico-militar que intentó derrocar al gobierno español –movimiento que a la postre sería encabezado por aquel héroe defensor de “la unidad y liberación” de todo el subcontinente– y la aparición a fines de siglo XX, nuevamente en la capital venezolana, de otra figura militar que, apelando al pueblo, sería la primera en comprometerse a culminar aquella misma empresa y, como consecuencia, en volver a “encender toda la pradera”.
Concluida la ceremonia en el panteón nacional, la comitiva de presidentes se trasladó hacia el Paseo de los Próceres donde Chávez volvería a tomar la palabra antes de dar inicio al desfile cívico-militar, ratificando:
Aquí estamos los hijos y las hijas de Bolívar, doscientos años después en esta Caracas (…) cuna revolucionaria desde siempre y para siempre (…) somos hoy ya, de nuevo, una sola cosa, civiles y militares unidos, el pueblo y su fuerza armada garantizando la independencia venezolana; más nunca Venezuela será colonia yanqui ni colonia de nadie; llegó la hora definitiva de nuestra verdadera independencia doscientos años después. Y no solo de la independencia de Venezuela, porque (…) no sería posible sin la independencia (…) de la América Latina y el Caribe (Chávez, 19 de abril de 2010).
De esa manera, Chávez abría el desfile denominado “Independencia y Revolución", en el cual estudiantes, deportistas y cheers leaders, grupos folklóricos, indígenas, mineros, trabajadores de la industria alimentaria y obreros de Petróleos de Venezuela marcharon durante casi cuatro horas junto a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y la Milicia Bolivariana.11 Si bien el mandatario venezolano fue breve en su discurso inaugural, distintos mensajes presidenciales fueron parafraseados por los locutores de la ceremonia: “Hemos puesto en marcha una nueva doctrina militar: la guerra de todo un pueblo. Al imperialismo y al imperio no hay que subestimarlo, pero tampoco hay que temerle”; “Queremos que el gobierno imperialista termine de aceptar la realidad: Venezuela se liberó, se liberó para siempre. 19 de abril: independencia y revolución, año Bicentenario”; “Estamos construyendo el socialismo, poniendo al ser humano como prioridad”. Mientras tanto, los batallones de soldados que pasaban frente a la tribuna presidencial exclamaban consignas como “Soy paracaidista, soy submarista, soy un socialista, antiimperialista” o “Patria socialista, viva Venezuela” (Primera, 2010) ).
¿Es posible concebir esta puesta en escena –que fue central en la fiesta patria y adquirió una alta repercusión pública– como representación o síntesis de la política interior y exterior trazada por el gobierno de Chávez a partir del 2007? Respecto a la primera, la insistencia en forjar una alianza entre “civiles y militares” a fin de constituir una nación soberana y socialista, el llamado a la movilización popular y el fuerte protagonismo del aparato estatal y la figura presidencial, que identificaron al desfile, parecieron expresar la coexistencia de una estrategia desde abajo dirigida a promover y maximizar la participación de las bases y los movimientos sociales en la profundización del proceso revolucionario y una postura “vertical”o “estatista” que entiende al partido y al Estado –a la disciplina interna y al gobierno centralizado– como herramientas esenciales a la hora de impulsar la transformación socialista (Ellner, 2006).
Por otro lado, la presencia de comandos operacionales de Rusia, Argelia, Bielorrusia, Libia, Argentina, Bolivia, Ecuador, Brasil, Uruguay, Cuba, Nicaragua e Islas Vírgenes y la demostración de la flota de la Aviación Militar Bolivariana –con aviones de entrenamiento y combate de fabricación rusa y china– exhibieron la intención del gobierno por posicionar a Venezuela como sujeto fuerte de la región asociado al conjunto de países latinoamericanos considerados “posneoliberales” y/o a aquellas naciones con las cuales posee acuerdos comerciales petroleros. Al mismo tiempo, este despliegue militar pareciera haber reflejado el propósito por construir alianzas geopolíticas con potencias capitalistas alternativas –como China, Rusia y los países árabes– capaces de contribuir a una diversificación de las relaciones internacionales y a un ordenamiento global de carácter multipolar (González Urrutia, 2006; Blanco y Linares, 2008; Ellner, 2009; Linares, 2010).12
Concluido el desfile, la conmemoración patria continuó con una sesión solemne en la Asamblea Nacional, donde la expresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fue la figura elegida por el mandatario venezolano para pronunciar el discurso de orden. Aunque haciendo a un lado el espíritu castrense del festejo, su mensaje –que dispensó de rememorar los sucesos de abril de 1810 y, en cambio, hizo varias referencias al caso rioplatense– recogió y corroboró las pretensiones exhibidas a lo largo de la jornada de exhortar y exteriorizar una América del Sur integrada, democrática y soberana a la vez que provocar –retórica y simbólicamente– a los poderes económicos y militares hegemónicos.
“Este bicentenario encuentra a los pueblos de América del Sur en una nueva etapa de transformación y en lo que yo denomino una Segunda Independencia”, destacaba Fernández de Kirchner ante un auditorio conformado por funcionarios oficialistas y jefes de Estado de las naciones del ALBA, para luego señalar que “es necesario ante un mundo que se ha vuelto a derrumbar en valores como el libre comercio (…) crear la unidad de nuestra región” y “ejercer el multilateralismo en serio y en todos los frentes”. La crisis diplomática entre Colombia y Venezuela desatada en el 2008 –y profundizada luego de los acuerdos suscritos entre el gobierno de la primera y Estados Unidos–, así como el conflicto por la soberanía de las Islas Malvinas reactualizado en el 2010 –después de que se volvieran públicas las perforaciones de gas y petróleo ordenadas por el gobierno británico en las islas– explican la insistencia de la presidenta para que se terminara “el doble estándar internacional en materia de respeto a las normas vigentes” y por “defender aquí en la América del Sur el concepto de paz y respeto de la voluntad democrática de cada pueblo, expresada libremente” (Fernández de Kirchner, 19 de abril de 2010).
Hacia el final de su discurso, el pasado volvería a aparecer como un conjunto de significados capaces de conferirle un sentido emancipador a los giros políticos de signo progresista, los cuales, apoyados en la movilización popular, protagonizaban entonces la escena latinoamericana:13
No hay poderío militar, no hay poderío económico que pueda con un pueblo cuando éste decide liberarse y yo creo (…) que ese es el mensaje que nos dan esos hombres y esas mujeres que enfrentaron al ejército más poderoso en aquel momento, en 1810 y el mensaje es que lo que define la libertad de los pueblos (…) es el valor y el coraje que tengan sus ciudadanos para defender los sagrados derechos de la libertad y de la igualdad (Fernández de Kirchner, 19 de abril de 2010).
De modo que la fiesta bicentenaria fue moldeándose como una puesta en escena en donde la huella colonial y la gesta emancipadora se convirtieron en el puntapié de un alegato por una política exterior latinoamericana autónoma y en función de los intereses nacionales. La cooperación Sur-Sur, el cuestionamiento a las asimetrías del orden internacional y las denuncias de las políticas intervencionistas de las potencias hegemónicas ocuparon así un lugar central en las prácticas y los discursos conmemorativos acontecidos el 19 de abril de 2010 en Caracas.
En este sentido, no resulta azaroso que el cierre de la fiesta patria tuviera lugar en las instalaciones del Teatro Teresa Carreño con la IX Cumbre del ALBA, en la cual se firmó una declaración conjunta por el aniversario de inicio del proceso de independencia venezolana y se suscribieron acuerdos en materia comercial y política. En el manifiesto final los países de la alianza reivindicaron
la monumental obra encabezada por próceres como Bartolina Sisa, Tupac Amaru, Tupac Katari, Guaicaipuro, Miranda, Bolívar, Sucre, Manuela Sáenz, San Martín, O'Higgins, Petión, Hidalgo, Sandino, Morazán, Artigas, Alfaro, Toussaint L’Ouverture y Martí, nuestros Libertadores, en la conquista de la independencia contra el colonialismo en el siglo XIX.
En tanto
Su ejemplo ha sido la guía para el renacimiento (…) de una nueva conciencia y fuerza emancipadora de nuestras patrias, que (…) completarán la tarea iniciada hace 200 años, retomando la senda libertaria (Manifiesto Bicentenario de Caracas, 19 de abril de 2010).
Así, quedaba en evidencia cómo el pasado y sus figuras revolucionarias –varias de las cuales resultaban incorporaciones recientes a los altares cívicos de las distintas naciones– sirvieron de sustrato al gobierno venezolano para legitimar y cimentar, “doscientos años después”, la “independencia” y la “revolución”. Y para ello, la proyección, creación y exteriorización de nuevas configuraciones y alianzas regionales, de un nuevo bloque de poder –en el cual la “Revolución Bolivariana” se posicionara, de la mano de su política petrolera, en el centro de ese esquema– cobraría un lugar prioritario en la agenda del “socialismo del siglo XXI”.14
El bicentenario de la Revolución del 19 de abril devino, entonces, una ocasión favorable para representar la nación bajo un ordenamiento político cuya identidad hacía poco comenzaba a reconfigurarse. En este sentido, pareciera haberse concebido como un momento –de naturaleza pública y, por tal motivo, conveniente– para la objetivación del renovado proyecto bolivariano en donde la evocación mítica del pasado y la denuncia a los poderes hegemónicos tuvieron un lugar central, en tanto posibilitaron al gobierno venezolano exponer, dramatizar y reafirmar su identidad política y proyecto de nación tanto a puertas adentro como hacia el exterior.15
Esto supuso que, por un lado, en un contexto doméstico signado por la polarización política y la creciente organización de los sectores opositores, Chávez intentara reforzar y perpetuar la alianza que más de diez años atrás le había garantizado el éxito: la articulación entre el pueblo, las FFAA y el líder. Por otro lado, bajo un clima que parecía propicio para redefinir el ordenamiento geopolítico en América Latina como consecuencia del llamado “giro a la izquierda”, Chávez buscaría proyectar al mundo una imagen de gobierno fuerte dispuesto a enfrentar –o más bien, provocar– a las potencias hegemónicas, así como concertar y liderar nuevas alianzas estratégicas.
“Iniciando el retorno”. El bicentenario del 5 de julio
El final del 2010 estuvo marcado por el regreso de la oposición en la Asamblea Nacional y, en consecuencia, la pérdida del control que ejercía sobre ella el oficialismo,16 dando lugar a un particular escenario político que se complejizaría aún más luego de que en junio de 2011 Chávez fuera diagnosticado de cáncer. En efecto, fue esta última situación la que ratificó cuán fundamental era el líder en el movimiento chavista, principalmente a la luz de la incertidumbre y la preocupación que despertó entre sus bases la posibilidad de que el presidente no pudiera participar en las elecciones del 2012 (Lalander, 2012).17 Este repentino cambio de la coyuntura política imprimiría al siguiente bicentenario patrio, esta vez, en ocasión de los doscientos años de la firma del Acta de Independencia, un tono y estilo marcadamente diferente al anterior.
Tras un mes de convalecencia en La Habana, el entonces mandatario aterrizaría por sorpresa en Venezuela la madrugada del 4 de julio, un día antes del festejo bicentenario, expresando en las redes sociales con un tono entre épico y mesiánico: “Vuelvo al epicentro de Bolívar, y eso es pura llama, pura vida, es el inicio del retorno, hasta el retorno” (Primera, 2011). Un retorno que, no obstante, fue traducido por otros actores como un intento por “tranquilizar a sus seguidores, acallar cuestionamientos opositores y mostrarse al mando hacia la interna del chavismo” (Paullier, 2011).18
En este sentido, el llamamiento a la ciudadanía –efectuado por el entonces vicepresidente Elías Jaua– a concentrarse aquella tarde de julio en los alrededores del “balcón del pueblo” en el Palacio de Miraflores para recibir y escuchar a Chávez no resultó llamativo. Ante una multitud, el mandatario haría referencia a una conversación telefónica con Rafael Correa, quien le habría dicho que se trataba de una nueva batalla que, “como hijo de Bolívar, el hombre de las dificultades”, la sabría afrontar. Una batalla, afirmaría Chávez a continuación, que
la ganaremos por la vida, por la patria, por la revolución (…) hemos comenzado a vencer el mal que se incubó en mi cuerpo (…) le doy las gracias al dios mío, le doy las gracias al manto de la virgen invocado por mi madre y por las madres de Venezuela (…) a los espíritus de la sabana, aquellos que invocó Florentino Coronado cuando enfrentaba al mismo demonio (...) a Fidel Castro (…) yo me puse y me pongo primero en manos de dios y segundo, en manos de la ciencia médica cubana, venezolana y mundial (…) esta es la hora de la vida (…) de la patria bicentenaria (…) de la independencia definitiva de la patria venezolana, esta es la hora del pueblo venezolano y yo, hijo de este pueblo, no podía faltar a la fiesta bicentenaria de la vida y de la patria, no podía faltar entero, en cuerpo, alma y espíritu. Por eso le doy las gracias a dios, a la virgen y a los santos y a los espíritus de la sabana, a José Gregorio Hernández, a mi cristo redentor (…) a la magia del pueblo, a los médicos (...) (Chávez, 4 de julio de 2011).
Luego, al exhibir la figura de un cristo que ya había enseñado cuando regresó al Palacio de Miraflores después del intento de golpe de Estado de abril de 2002, enfatizaría:
Este Cristo es el mismo que mostré el 14 de abril, en aquel retorno (…) lo levanto de nuevo, ¡Cristo con nosotros! (…) con la fuerza de la batalla de Carabobo, ese día me pare y salí de la terapia, ese día les digo comenzó el retorno, fue el día de Carabobo, el 24 de junio recordando a Bolívar (…) y aquí estoy pues, apenas han pasado (…) diez días (…) es como un milagro pero que hay cuidar al extremo (…) aquí estamos iniciando el retorno (Chávez, 4 de julio de 2011).
Si bien el discurso político de Chávez presentó desde sus inicios cierto sincretismo entre política y religiosidad popular (Bermúdez y Martínez, 2000), tras el diagnóstico de su enfermedad el mandatario profundizaría su concepción metafísica, mística y mítica de la política, en general, y de la revolución en particular. Como señala Ana Teresa Torres: “el discurso [de Chávez] tiene dos vértices básicos: por un lado es un discurso histórico-nacionalista-bolivariano, y por el otro un discurso redentorista-cristiano-socialista” (2013, p. 143).
En efecto, vemos cómo en las vísperas del bicentenario el entonces mandatario venezolano enlazó, en clave a la vez religiosa y secular, cuatro momentos o “batallas” que el chavismo consideraría fundamentales para la nación: la de la independencia que culminó con el triunfo en Carabobo en 1821, la de la “segunda independencia” iniciada en 1999 con el éxito electoral del Movimiento V República, el fracaso del intento golpista de 2002 y la última e inesperada batalla contra el cáncer.
Asimismo, es posible identificar, alrededor de ese encadenamiento, un abanico variado de símbolos propios de la religiosidad popular venezolana –la tradición indígena con sus plegarias a los “espíritus de la sabana”–, el cristianismo católico –dios, cristo y la virgen–, la historia patria –la figura heroica aunque también humana de Bolívar, “el hombre de las dificultades” que se impuso en Carabobo– y finalmente, la ciencia médica –“cubana” gracias a la gestión de Fidel Castro y “venezolana” condensada en la figura del científico venezolano, José Gregorio Hernández–.
Siguiendo a Roger Chartier, es posible afirmar que “las representaciones no son simples imágenes, verídicas o engañosas, de una realidad que les sería externa. Poseen una energía propia que persuade de que el mundo o el pasado es, en efecto, lo que dicen que es” (2007, p. 73). Energía o potencia que se corresponde con la habilidad de provocar la ilusión de un discurso histórico capaz de modelar y organizar la experiencia colectiva física e intelectual. En este caso, vemos cómo Chávez hiló e interpretó una serie de acontecimientos históricos como los fundamentos y antecedentes del nuevo desafío que lo afectaba a él –y, en definitiva, a la nación– con miras a sosegar malestares, despejar dudas e insistir en que la victoria –contra su enfermedad y, en estrecha relación, contra la oposición en las elecciones presidenciales del 2012– era factible y, de hecho, estaba empezando a ocurrir.19
De manera que el segundo festejo del bicentenario devino un escenario propicio para que Chávez iniciara “su retorno” y desplegara, dentro de sus posibilidades, aquella operación. Dentro de sus posibilidades debido a que el mandatario se vería obligado –por prescripción médica– a ausentarse de todos los actos conmemorativos planificados para el 5 de julio, siendo reemplazado por su vicepresidente, quien encabezó y dio inicio al festejo con la izada de la bandera nacional y los honores ante la estatua de Simón Bolívar, seguido de la apertura del arca que contenía el acta de independencia en la Asamblea Nacional.20
Sin embargo, la actividad central de la jornada, nuevamente un desfile cívico-militar realizado en el Paseo de los Próceres, sería protagonizada por Chávez, quien fue el encargado de inaugurarlo por cadena nacional de radio y televisión desde el salón Simón Bolívar ubicado en el Palacio Miraflores.21 Escoltado por los altos mandos de las FFAA y por una gran pintura de Bolívar colgada detrás de él, el entonces presidente daría la bienvenida, en primer lugar, a las numerosas autoridades de distintos países de América Latina presentes en el paseo –entre las cuales destacó a Evo Morales, Fernando Lugo y José Mujica– para luego dirigir un saludo “al heroico pueblo venezolano” y recordar que
doscientos años (…) después de haber perdido aquella independencia que tanto costó, Venezuela en estos últimos diez años, la patria de Bolívar (…) soldados y pueblo hemos recuperado la independencia (…). Para concluir (…) y permitirles que arranque el rayo cívico-militar (…) Hemos iniciado otra larga marcha (…) un nuevo tramo de la gran escalada hacia la cumbre de la patria plena, independiente plena, soberana plena, desarrollada plena, socialista plena, humanista plena. Los invito a que con el morral (…) del fuego patrio, con todo nuestro espíritu (…) en lo uno y en el todo, en lo individual y en lo colectivo, fortaleciendo la unidad nacional, diría Bolívar, el cuerpo nacional en un todo, el espíritu nacional en un todo, el alma nacional en un todo, venciendo los divisionismos, venciendo las conspiraciones (…) a quienes pretenden desde dentro y desde afuera debilitar y echar abajo a la patria y su independencia, derrotándolos en paz (…) los invito a que iniciemos esta nueva larga marcha hacia el 24 de junio de 2021 para que conmemoremos (…) el rayo de Carabobo, la independencia nacional, la consolidación plena de la patria nueva, de la patria bolivariana, de la patria socialista. Para allá vamos con la ayuda de dios, del cristo redentor, de los santos de la sabana, con la voluntad colectiva (…) con la unidad de nuestros soldados, de nuestro pueblo (…) con el amor de (…) de nuestra juventudes, de nuestros trabajadores, de nuestras mujeres, de nuestros pueblos aborígenes (…) nuestros gobiernos hermanos (…) ese es el inicio del retorno, no solo (…) de Chávez, es el retorno de la patria plena, de la independencia plena (…) el retorno del pueblo de Bolívar (…) viviremos y venceremos, el retorno para siempre (Chávez, 5 de julio de 2011).
Aunque extensa, cabe destacar la relevancia de esta cita en tanto habilita a reflexionar sobre el conjunto de ingredientes que hicieron a la esencia del chavismo en el momento específico en que buscaba profundizar su giro hacia el socialismo, a la vez que se empezaba a discutir –ante el estado de salud del presidente– su continuidad y el problema de la sucesión. Antes que nada, es posible observar nuevamente cómo la independencia conquistada por Bolívar se habría perdido y solo habría comenzado a ser recobrada con la llegada del chavismo al poder, quien se asumió como continuación y superación de aquel pasado revolucionario.22 Para ello, la formación y validación de una alianza entre el pueblo –joven, trabajador, femenino e indígena– y las FFAA continuaba siendo imprescindible, lo cual explica, a su vez, la centralidad que el gobierno de Chávez otorgaba en sus prácticas conmemorativas a los desfiles –o, en sus palabras, “rayos”– cívicos-militares.
Con todo, gracias al triunfo en el referéndum constitucional de 2009 y frente al arribo del bicentenario de independencia, Chávez pondría fin a la etapa de gobierno iniciada en el 2006 cuando fue anunciado el giro hacia el socialismo y dado lugar, en sus palabras, al inicio de un “nuevo tramo”, otra “larga marcha” cuyo destino final sería el 2021, esto es, el bicentenario de la batalla de Carabobo. Si bien se dirigía la atención hacia el futuro que aparecía como objeto de espera y previsión, vemos cómo esa perspectiva del porvenir se hallaba, en realidad, asociada a la continuidad del liderazgo del entonces presidente revelado anticipadamente como condición de posibilidad para la materialización, preservación y profundización de “la patria nueva socialista”.23
En este sentido, cuando Chávez proclamaba en el 2011, durante el festejo del bicentenario, el inicio del retorno no solo se refería a la superación de su enfermedad y su permanencia física en el territorio nacional sino también –y en estrecha relación– a la restitución de una nación independiente y socialista, para lo cual emprender una “larga marcha” hacia los doscientos años de Carabobo –es decir, otros diez años de Chávez en el poder posibilitados gracias al triunfo previo del 2009– resultaba fundamental.
De modo que hacia la segunda celebración bicentenaria un evidente cambio en la dirección de los mensajes conmemorativos tendría lugar. Es que el objetivo ya no consistiría en reafirmar y proyectar –puertas adentro y afuera– a la República Bolivariana de Venezuela como una nación fuerte e independiente afirmada en una alianza popular sino que, frente a un potencial trastocamiento del horizonte político del chavismo, de lo que se trató entonces fue de proclamar y enfatizar que la pieza indudablemente clave en la consolidación del socialismo en Venezuela en ese particular contexto político no era la figura de la revolución, el estado o el pueblo sino, en efecto, la del líder.
Ahora, ¿es posible interpretar este giro conmemorativo más allá de las explicaciones que subrayan la voluntad de centralización y confiscación del aparato político-administrativo por parte del entonces presidente? Lo que ha sido analizado –de manera aparentemente aséptica– como un proceso de creciente imposición de un modelo autoritario dirigido a acumular mayores parcelas de poder (Petkoff, 2005; García Larralde, 2008; Ramos Jiménez, 2011), podría ser complejizado con la idea de que Chávez se construyó y fue construido –con cada elección democrática y referéndum popular, con las movilizaciones a su favor y en contra– como el símbolo más eficaz de la “Revolución Bolivariana” capaz de expresar, representar y condensar los intereses y/o malestares de diversos actores de la sociedad, lo que explicaría por qué el diagnóstico de su enfermedad y la posibilidad de que debiera correrse de la escena política hayan influido decisivamente en la segunda celebración bicentenaria.
Si bien las actividades desplegadas a lo largo de aquella semana de julio de 2011 conservaron su carácter tradicional, la inesperada vuelta del entonces presidente al país en las vísperas del 5 de julio trastocó la jornada patriótica, volviéndola un acontecimiento dirigido a exhibir y reforzar la figura del líder –quien, paradójicamente, reaparecía frágil y con un futuro incierto– como la columna vertebral de la “Revolución Bolivariana”, esto es, como el único centro simbólico capaz de interpretar, sostener y aunar un movimiento que crecía en fatiga y disenso. Esto habría involucrado, a su vez, un giro en los modos de representar y conectar el pasado, el presente y el futuro venezolano, los cuales se vieron enlazados durante las apariciones públicas de Chávez en clave no solo política, sino especialmente folclórica y religiosa, permitiéndole revestir a su “retorno” y al proyecto de una “larga marcha” de una naturaleza épica, inexorable y trascendental.
Conclusiones
En este trabajo se propuso una reflexión sobre las celebraciones bicentenarias en tanto sucesos particulares donde se vieron enunciados de manera paroxística la identidad y el proyecto político del chavismo en el período trascurrido entre los años 2010 y 2011. Puntualmente, se sugirió que los festejos del bicentenario devinieron ocasiones favorables que el gobierno de la “Revolución Bolivariana” aprovechó para repensar la historia nacional con el objetivo de reactualizar la identidad nacional y su identidad política, así como legitimar sus posiciones políticas en el presente.
Sin embargo, consideramos que para avanzar en esa dirección resultaba ineludible ponerlos en diálogo con su contexto más general, buscando inscribirlos en las fuerzas y determinaciones objetivas, en los comportamientos y gestos que, a la vez, limitaron e hicieron posible su enunciación y realización. Pero sobre todo a fin de analizar de qué modo las puestas en escena intentaron afianzar o revertir aquellas tendencias de la política venezolana.
Pero ¿por qué detenernos en las celebraciones bicentenarias proyectadas bajo el gobierno de Chávez? ¿Qué revelan estos sucesos de uno de los movimientos políticos más importantes de la región surgidos a finales del siglo XX? En primer lugar, creemos que los dos bicentenarios de “independencia” devinieron símbolos a través de los cuales la “Revolución Bolivariana” se expresó a sí misma. En ambas ocasiones esta buscó enlazar y reflejar su imagen en un pasado “originario” –el de la gesta independentista– que, al ser concebido como causa primera, posibilitó al chavismo exhibirse como su única y auténtica consumación posible.
La gesta de independencia fue, en efecto, elevada al rango de linaje y representada como condición de posibilidad y fundamento de la “Revolución Bolivariana”. A contramano de las primeras versiones revisionistas sobre la independencia (Quintero, 2007), el mito bolivariano sobre el cual se había edificado la historia nacional venezolana continuó siendo –aunque despojado de sus aristas conservadoras– el eje sobre el cual se reconstruyó y cimentó la memoria histórica de la nación bajo el gobierno de la “Revolución Bolivariana”, mostrándose a Simón Bolívar como el sosías arcaico de Chávez o a este último como el “Libertador” del siglo XXI. De esta manera, el gobierno procuraba obtener “su legitimidad y valor de la perdurable intimidad” que supuestamente lo unía a un “no-ya mítico” (Virno, 2003, p. 182), esto es, a aquel acontecimiento anterior o acto inaugural que fue la revolución política de independencia.
Sin dudas, ambos sucesos resultaron, al igual que el poema de Pablo Neruda, “un canto para Bolívar”. No obstante, creemos que entre ambas celebraciones es posible identificar un momento bisagra para el chavismo. Si bien, a primera vista, pareciera haber habido una continuidad en las prácticas y los discursos conmemorativos, al inscribirlos en sus respectivas coyunturas políticas, fue posible observar cómo cada una de las efemérides tuvo sus especificidades. Durante el bicentenario de la Revolución del 19 de abril, luego del flamante triunfo en el referéndum constitucional aunque en medio de crecientes dificultades económicas, el gobierno de Chávez procuraría desplegar y reafirmar –hacia adentro y hacia afuera– la profundización del giro hacia el “socialismo del siglo XXI”, proyectando una imagen de nación fuerte apoyada en la articulación entre el pueblo, las FFAA y el líder, así como en novedosas y provocadoras alianzas estratégicas con potencias capitalistas alternativas.
En este sentido, el modo en que el pasado independentista fue representado –es decir, el hecho de que la gesta emancipadora haya sido exhibida como una hazaña civil y militar– posibilitó legitimar en el presente la idea de que la nación venezolana continuaba revistiendo esa misma naturaleza. Por otra parte, las principales puestas en escena planificadas para la ocasión –la parada cívico-militar denominada “Independencia y Revolución”, la sesión especial en la AN y la Cumbre del ALBA– apuntaron justamente a proyectar la idea de una Venezuela sólida y pujante.
Un año después las circunstancias se modificaban, encontrándose el chavismo en una posición defensiva debido al aumento del respaldo electoral a la oposición, así como al clima de incertidumbre en cuanto al futuro político del país a causa del declive personal de Chávez. Paradójicamente, sería en aquel momento de mayor debilidad, durante el bicentenario de la firma del Acta de Independencia, cuando el líder de la “Revolución Bolivariana” se lanzaría –con un tono fuertemente mesiánico– a redoblar la apuesta con proyectos más ambiciosos a futuro. Es así que la segunda celebración bicentenaria se ofrecería como una oportunidad para intentar revertir –discursiva y simbólicamente– aquel escenario y reforzar la ilusión de que el entonces mandatario seguiría conduciendo y garantizando la “Revolución Bolivariana” a través de una “larga marcha” hacia el bicentenario de la Batalla de Carabobo.
Se abría una ciclo en donde la preocupación dominante ya no era, estrictamente, por el poder, esto es, por exhibir a Venezuela como faro de América Latina, pretender erigirla como potencia mundial o consolidar las alianzas internas del chavismo; sino que, hacia el bicentenario del 5 de julio, cuando la permanencia, la capacidad y el status del líder de la “Revolución Bolivariana” comenzaban a ser puestos en duda, se volvía urgente reforzar la idea de que su gobierno aun estaba en condiciones de asegurar niveles adecuados de gobernabilidad, al igual que garantizar la unidad y la estabilidad nacional, imponiéndose, de esta forma, una preocupación por el orden. La perspectiva del porvenir y, más concretamente, la posibilidad de continuar resguardando el interés general de la nación quedaban, así, asociados a la continuidad del liderazgo de Chávez, erigido en condición de posibilidad para la realización, custodia y profundización de “la patria nueva”, “bolivariana” y “socialista”.