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Cuadernos del Centro de Estudios en Diseño y Comunicación. Ensayos

On-line version ISSN 1853-3523

Cuad. Cent. Estud. Diseñ. Comun., Ensayos  no.72 Ciudad Autónoma de Buenos Aires May 2019

http://dx.doi.org/10.18682/cdc.vi72.1100 

Artículo

El lector en la encrucijada: la lectura/navegación en las pantallas digitales

Francisco Albarello* 

1 Doctor en Comunicación Social por la Universidad Austral. Licenciado en Comunicación Social con orientación en Periodismo por la Universidad Nacional de La Plata. Postgrado en Educación a distancia a través de redes digitales y recursos de Internet por la Universidad de Murcia (España). Docente en varias universidades del país (Austral, UNSAM, ENERC dependiente del INCAA, Lomas de Zamora). Fue coordinador del proyecto Periodismo Escolar en Internet, en asociación con la Fundación Telefónica: Programa de Formación de Formadores, del 2003 al 2010 y coordinador del Módulo Periodismo 1 a 1 y Narrativas Digitales del Proyecto Escuelas de Innovación del programa Conectar Igualdad de 2011 a 2012.

Resumen:

La diversificación de los dispositivos de consumo de contenidos de la actualidad está generando una transición en las prácticas de lectura. La hipótesis central es que el concepto de lectura ha entrado en crisis, es necesario ampliarlo para hablar de una lectura/navegación, dando cuenta de los aspectos interactivos de la lectura que se lleva a cabo en los dispositivos digitales multimedia. Desde una perspectiva histórica, en este artículo se proponen recuperar los principales hitos de las revoluciones de la lectura del pasado a la luz de la innovación tecnológica actual, hallando de este modo una serie de rupturas y continuidades en la evolución de las formas de apropiación del texto.

Palabras clave:  Lector; Lectura; Navegación; Dispositivos; Pantallas; Digital; Narrativa transmedia

Abstract:

The diversification of content consumption devices today is generating a transition in reading practices. The central hypothesis is that the concept of reading has entered into crisis, it is necessary to expand it to talk about a reading / navigation, giving an ac- count of the interactive aspects of reading that takes place in multimedia digital devices. From a historical perspective, this article intends to recover the main milestones of the revolutions of the reading of the past in the light of current technological innovation, finding in this way a series of ruptures and continuities in the evolution of the forms of appropriation of the text.

Key words:  Reader; Reading; Navigation; Devices; Screens; Digital; Transmedia narrattive

Resumo:

A diversificação dos dispositivos de consumo de conteúdos da atualidade está gerando, entre outras coisas, uma transição nas práticas de leitura. A hipótese central do autor é que o conceito de leitura tem entrado em crise, já que é preciso ampliar ele para falar de uma leitura/navegação, dando conta dos aspectos interativos da leitura que acontecem nos dispositivos digitais multimídia. Do mesmo modo, a mobilidade desses dispositivos e a ubiquidade no acesso as redes digitais influi decisivamente sobre os conteúdos dos textos, os quais são produzidos pelos usuários no marco de uma conversação infinita, propiciada pelas redes sociais e potenciadas pelas narrativas transmídia. Desde uma pers- pectiva histórica, neste artigo se propõe recuperar os principais marcos das revoluções da leitura do passado à luz da inovação tecnológica atual, encontrando desse modo, uma série de rupturas e continuidades na evolução das formas de apropriação do texto.

Palavras chave: leitura; livro impresso; telas; história da leitura; narrativas transmídia.

Introducción

“Un texto está revestido de un significado y un estatuto inéditos cuando cambian los soportes que le proponen a la lectura”.

(Cavallo y Chartier, 2001, p. 16)

Walter Ong (1982) y Marshall McLuhan (1962) coinciden en señalar que el paso de la cultura oral a la cultura escrita, y luego la impresa, significó una transformación en el complejo psicofísico del hombre, en la medida en que fue naturalizando o internalizando esa nueva tecnología. Como sostiene McLuhan, la imprenta supuso una reducción del oído al ojo de la riqueza multisensorial de la era tribal, pasamos a un empobrecimiento de los modos de comunicar y los sentidos involucrados en ellos, de la fugacidad y evanescencia de la voz a la letra muerta sobre el papel. Si bien esto tuvo sus ventajas, como el surgimiento del pensamiento racionalista por la distancia que inauguró la escritura entre el sujeto y el objeto de conocimiento; con el advenimiento de la era electrónica hay un regreso de lo tribal pero a escala global, en virtud del desarrollo de los medios de comunicación. El cine, la radio y la televisión en primer lugar, y los satélites, las redes, las computadoras e Internet después, llevaron hasta límites insospechados la producción, circulación y acceso a los textos, que esta vez ofrecen no solamente letras, sino voz, sonidos e imágenes, gracias a la convergencia de diversidad de lenguajes y formatos en un mismo soporte digital. Este cambio supone una reconceptualización del concepto de lectura -asociado naturalmente al texto lineal y secuencial tradicional- para admitir en su seno el modo de recepción y desplazamiento en las pantallas interactivas. No se trata sólo de leer sino de navegar por la información (Rodríguez de las Heras, 1991), por tanto es necesario incorporar al concepto tradicional de lectura una nueva dimensión interactiva. La lectura/navegación (Albarello, 2011) da cuenta, por tanto, de esta dimensión interactiva, puesto que incluye el desplazamiento que realizamos en las pantallas y entre las pantallas en las que interactuamos con diversidad de textos. En las conclusiones de una investigación anterior decíamos lo siguiente:

Dada la fuerte imbricación del soporte y el contenido en el dispositivo de la pantalla, que se hace evidente en el mejor o peor manejo de la interfaz digital por parte del usuario, podemos decir que la lectura en la pantalla asume la forma de una lectura/navegación, ya que no sólo se trata de leer textos -según la forma tradicional- sino que adquiere especial relevancia la manipulación de la interfaz a través de dispositivos como el teclado, el mouse, las barras de desplazamiento y el hacer clic. En otras palabras, la navegación es una remediación de la lectura, así como el hipertexto es una remediación del texto. (Albarello, 2011, p. 215)

Claro que este aspecto interactivo de la lectura en la pantalla ha despertado fuertes críticas, por la supuesta pérdida del hábito de la lectura concentrada. Quien representa más cabalmente esas críticas es Nicholas Carr, con su reconocido libro titulado Superficiales. Qué está haciendo Internet a nuestras mentes, publicado en 2011. El autor, valiéndose de numerosos resultados de estudios de la neurociencia, y citando en este caso un trabajo de Ziming Liu realizado en 2003, sostiene:

Está surgiendo “un comportamiento lector basado en la pantalla” y caracterizado por la “navegación, la exploración, el aislamiento de palabra clave, una lectura aleatoria, ni lineal ni fija”. El tiempo “dedicado a la lectura en profundidad, concentrada” está, por el contrario, en constante descenso. (Carr, 2011, p. 170)

Más allá de estas consideraciones, que muchas veces destacan los aspectos negativos de los cambios en los modos de leer, la realidad nos indica que leemos cada vez más. En una compilación reciente sobre la situación de la lectura en España, Carlos Scolari sostiene que si bien se leen menos libros, “podría decirse que en la historia de la humanidad nunca se habían escrito o leído tantos textos”; aunque “escribimos y leemos textos en otros formatos, más breves, más efímeros en muchos casos” (Scolari, 2016, p. 183). En suma, leemos libros pero también leemos textos breves, mensajes, posteos en las redes sociales, imágenes, audios y videos. Y lo hacemos cada vez más a través de pantallas móviles. El ecosistema de lectura se está transformando, y esto requiere de nuevos marcos conceptuales para entenderlo. Empecemos mirando al pasado.

Hablando de revoluciones

Según Cavallo y Chartier (2001, p. 20), la lectura fue, en origen, oral, y los textos eran concebidos para ser leídos en alta voz, por tanto la escritura no tenía interés más que en la medida en que apuntaba a una lectura oralizada (Svenbro, 2001, p. 70), y además, la lectura en voz alta cumplía la función del desciframiento: el texto -presentado en scripto continua (sin espacios) no era entendido hasta que era leído en voz alta, o como dice Ivan Illich, “el sentido permanecía oculto en la página hasta que era expresado en voz alta” (Illich,1995, p. 58). Además, es interesante la relación directa que se establece entre los diversos significados del verbo leer con el soporte en el que tenía lugar: el rollo. Es así que leer es “desenrollar” el libro o “recorrerlo” con la vista. Según destaca Cavallo:

Hasta los siglos II y III d.C. “leer un libro” significaba normalmente “leer un rollo”, y el esfuerzo físico que requería la lectura en voz alta utilizando el rollo, teniendo en cuenta que la misma se acompañaba con movimientos más o menos acentuados de la cabeza, el tórax y de los brazos, le daban a esa acción un carácter de verdadera “performance”. (Cavallo, 2001, p. 126)

Resulta cuanto menos sorprendente hallar similitudes en esas formas de lectura con las que tienen lugar en la actualidad. El scrolling (que proviene de scroll o rollo en inglés), es la forma de interacción predominante en las pantallas. Realizamos scrolling para desplazarnos a través una gran cantidad de información en las pantallas, tanto pequeñas como grandes. Hemos recuperado la práctica de “desenrollar el rollo”, solamente que en otro dispositivo de lectura.

La lectura silenciosa fue la primera “revolución de la lectura” de la Edad Moderna, que además introdujo un sentido de lectura como acto individual: “de la lectura como momento de vida asociativa propia de la polis se había pasado a la lectura como repliegue sobre sí mismo, como búsqueda interior, reflejo de las demás actitudes culturales y corrientes de pensamiento de la civilización helenística” (Cavallo y Chartier, 2001, p. 29). Esta interiorización de la voz lectora, que prescinde de la sonorización -cercana según los autores a la interpretación teatral- introduce la noción del espacio de lectura; es decir, hay una relación analógica entre la percepción visual y la lectura silenciosa, diferente a la dimensión temporal que generaba la lectura en alta voz. Esta percepción visual, caracterizada por el distanciamiento descontextualizado entre sujeto y objeto de conocimiento ha dado lugar, según Ong (1982), al nacimiento del pensamiento racionalista.

Otro hito importante en la historia de la lectura fue el paso del rollo al códice. El códice (codex), el libro en páginas cosidas en cuadernillos, que tiene origen en Roma y que es el tipo de libro actualmente vigente, es el soporte que va a responder a una demanda más extensa de lectura, que va a sustituir gradualmente al volumen o rollo a partir del siglo II de la era cristiana y que se irá a consolidar definitivamente al inicio del siglo V (Cavallo y Chartier, 2001, p. 35). Como su tamaño sólo se limitaba por la fortaleza del usuario, se podía guardar mucho más material en un mismo sitio, podía separarse, reunirse y reestructurarse a voluntad y, por último, en el códice era posible un acceso no-lineal al material, como por ejemplo el Evangelio y su sistema de búsqueda por capítulos y versículos con referencias cruzadas entre los diferentes evangelistas, con elementos como el índice, la concordancia, el número de página y los encabezados (O’Donnell, 2000, p. 62). También, para la lectura, el códice era más cómodo que el rollo, porque -a diferencia de éste- dejaba una mano libre para realizar anotaciones, función ésta que tendrá consecuencias fundamentales en el devenir de las prácticas de lectura, ya que por primera vez los lectores podían escribir en el mismo libro que estaban leyendo. Es interesante notar que la práctica de los comentarios al margen (marginalia) fue absorbida por la imprenta de tipos móviles con el formato de notas al pie. El libro impreso de Gutenberg supuso entonces una limitación para los comentarios al margen, al punto que como primer producto de la industria cultural (Eco, 1968), inauguró la noción de obra cerrada y de autor único. En otras palabras, hasta el advenimiento del libro impreso, la obra era de carácter colectivo y polifónico, al punto que muchas veces era buscada no tanto por el texto original sino por los comentarios añadidos por sus lectores. Walter Ong lo ponía en estos términos:

Se supone que el texto impreso representa las palabras de un autor en su forma definitiva o “final” pues el medio natural de lo impreso es sólo lo concluido (…) Por contraste, los manuscritos, con sus observaciones o comentarios al margen (que a menudo se integraban al texto en las copias subsiguientes), sostenían, fuera de sus propios límites, un diálogo con el mundo y se identificaban más con la dinámica de intercambio de la expresión oral. Los lectores de manuscritos están menos apartados del autor, menos ausentes, que los lectores de quienes escriben para el texto impreso. (Ong, 1982, p. 131)

En la actualidad, estas nociones de obra y autoría están en crisis: la tesis del Paréntesis de Gutenberg (Piscitelli, 2011) plantea que prácticas como la remezcla o el mashup, los sistemas par a par a través de los cuales se comparten archivos (música, películas), el texto colaborativo creado a través de las redes hipertextuales; significan que los textos ya no son cerrados ni pertenecen a una sola persona. El texto impreso ya no hegemoniza los modos de transmisión cultural, y el texto pasa a ser más un proceso que un producto (Piscitelli, 2011, p. 29). Ya lo anticipaban McLuhan (1962) cuando hablaba de la “aldea global” y Ong (1982) cuando se refería a una “segunda oralidad”: estamos asistiendo a un regreso de lo tribal, oral y copresencial, sólo que a una escala planetaria, en virtud de las redes de conexión virtual y sincrónica.

De los formatos de libro a las narrativas transmedia

En los últimos siglos del libro copiado a mano se instauró una jerarquización duradera de los formatos, que distinguían, según Cavallo y Chartier, entre:

El gran en folio, y el libro de banco, que tenía que ser apoyado para ser leído y que era el libro universitario y de estudio; el libro humanista, más manejable en su formato mediano y que permitía leer los textos clásicos y las novedades; y por último, el libellus, el libro portátil, de bolsillo o de cabecera, de uso múltiple y de lectores más numerosos o menos pudientes. (Cavallo y Chartier, 2001, p. 47)

Los autores citados destacan que “el libro impreso fue heredero directo de esa división en la que iban asociados el formato del libro, el género del texto, el momento y el modo de lectura” (Cavallo y Chartier, 2001, p. 47). Si bien se trataba del mismo dispositivo de lectura (el códice manuscrito) pero en diversos formatos, podemos decir que el texto que contenía cada uno de estos formatos, era diferente, tanto en sus géneros como en las funciones que cumplía cada uno de estos tipos de libros. La mayor movilidad de los formatos pequeños como el libellus hacía a una mayor variedad de funciones.

Ahora nos podemos preguntar: ¿qué sucede con la multiplicidad de dispositivos de lectura en la actualidad?, ¿no estará sucediendo lo mismo, es decir, no estaremos asistiendo a una especialización de las prácticas y propósitos de lectura de acuerdo con el dispositivo al que echamos manos a la hora de leer? Por ejemplo, leemos un tipo de texto en el teléfono móvil (tuits, mensajes de texto), otro en la computadora portátil o de escritorio, y otro en el formato impreso. Sin embargo, el códice pervive también en las pantallas táctiles, invitando a recorrer con los dedos los textos y simulando el acto de pasar las hojas. Si como señala Emilia Ferreiro (2001), la computadora de escritorio supuso el regreso al scriptorium medieval por volver a ocupar las dos manos durante el acto de lectura, la multiplicación de formatos encuentra su paralelo con la explosión de dispositivos móviles de la actualidad, sólo que esta vez están conectados en red, lo que supone otro hito en las revoluciones de la lectura. En los dispositivos digitales móviles (notebooks, netbooks, tablets, e-Readers) y los smartphones, definidos por Igarza, Vacas y Vibes (2008) como “la cuarta pantalla”, luego del cine, la TV y la computadora, los cambios tienen que ver no solamente con la reducción en el tamaño del espacio de lectura en las pantallas sino también con la ubicuidad en el acceso a la red Internet. La miniaturización de las pantallas y la ubicuidad de la red promueve el desarrollo de nuevas formas de lectura en espacios y momentos en que antes no tenían lugar, en pequeños espacios de tiempo o “burbujas de ocio” (Igarza, 2009) que aprovechan los tiempos muertos de los traslados de un lugar a otro o las esperas en los consultorios o en los espacios públicos, convirtiendo así el tiempo lineal y “monocrónico” de la modernidad en “tiempos policrónicos” que permiten algo así como vivir varias vidas a la vez (Scolari, 2008). Todo esto está relacionado con el desarrollo de dispositivos complejos en los que se pueden realizar muchas actividades a la vez, especialmente, en conexión con otros a través de las redes sociales. En virtud de la convergencia tecnológica y cultural (Jenkins, 2008) que tiene lugar en los dispositivos móviles, la lectura compite con una serie de actividades simultáneas, en donde la dimensión interactiva de la lectura -lo que aquí definimos como navegación- adquiere otras particularidades, diferentes a las que tenían lugar en la computadora de escritorio.

Un último aspecto a destacar en la historia de las revoluciones de la lectura, íntimamente relacionado con lo anterior, tiene que ver con la transición de la lectura “intensiva” a la “extensiva”, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, en el período conocido como escolástica. Cavallo y Chartier así caracterizan esta transición:

A la lectura “intensiva” le sucedió otra, calificada de “extensiva”. El lector “intensivo” se enfrentaba a un corpus limitado y cerrado de libros, leídos y re leídos, memorizados y recitados, escuchados y aprendidos de memoria, transmitidos de generación en generación. Los textos religiosos, y en primer lugar la biblioteca en tierras de la Reforma, eran objetos privilegiados de esa lectura fuertemente imbuida de sacralidad y de autoridad. El lector «extensivo», el de la Lesewut, la “rabia de leer” que se apoderó de Alemania en tiempos de Goethe, fue un lector harto diferente: consumía numerosos, diversos y efímeros impresos; los leía con rapidez y avidez; los sometía a un examen crítico que no sustraía ya a ningún terreno a la duda metódica. De ese modo, una relación comunitaria y respetuosa con lo escrito, imbuida de reverencia y obediencia, fue cediendo el paso a una lectura libre, desenvuelta e irreverente. (Cavallo y Chartier, 2001, p. 48)

A tono con esa tesis, McLuhan sostiene que “el método escolástico fue un mosaico simultáneo, un habérselas con muchos aspectos y niveles de significación en vigorosa simultaneidad” (McLuhan, 1998, p. 187). Internet es sin dudas un espacio de lectura extensiva. Podemos imaginar a la red de redes como una gran “rueda de libros” -dispositivo propio de la época de la lectura extensiva que permitía leer varios libros a la vez accionando una manija- que nos facilita el acceso a una biblioteca virtualmente infinita a la distancia de un clic. Esto implica que han estallado los conceptos tradicionales de géneros de los textos, y las formas de escritura sufren fuertes hibridaciones en las redes: por ejemplo, el “género chat”1 (Mayans I Planells, 2002), que es una mezcla de oralidad y escritura; o bien las conversaciones escritas que se establecen en los muros de las redes sociales como Facebook (López y Ciuffoli, 2012), Twitter y WhatsApp. Esta lectura extensiva parece encontrar nuevos territorios para su expansión en los dispositivos móviles, con el agregado de que la lectura ahora puede ser colaborativa y en red.

Antes de seguir avanzando, es necesario destacar que el encuentro entre estas nuevas formas textuales y los dispositivos móviles tienen lugar en el espacio interactivo de la interfaz. Para Carlos Scolari:

Si bien se mantiene todavía la idea de un intercambio de información, la interfaz ya no es considerado un dispositivo hardware sino un conjunto de procesos, reglas y convenciones que permite la comunicación entre el hombre y las máquinas digitales. La interfaz se presenta así como una especie de gramática de la interacción entre el hombre y la computadora. (Scolari, 2004, p. 42)

Esa interacción va asumiendo diversas encarnaduras dependiendo del tipo de dispositivo en el que tiene lugar, pero podemos decir, como rasgo general, que la interfaz es el lugar donde los lectores/espectadores/usuarios interactúan con los medios, y una de sus características es que se vuelven invisibles para el hombre. La invisibilización del medio se produce, precisamente, a través de la interfaz como punto de contacto entre el usuario y el medio. Walter Ong se refiere a eso cuando afirma que “la escritura reestructura la conciencia”, puesto que algo artificial como la escritura, con el uso, se vuelve natural, se internaliza y pasa a formar parte del propio proceso reflexivo (Ong, 1994, p. 81). Lo mismo afirma Nicholas Carr cuando, tomando como ejemplo la transformación que sufrió la escritura de Friedrich Nietzche debido a la utilización de una máquina de escribir, sostiene que “nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos” (Carr, 2011, p. 32). En la actualidad, las interfaces de las computadoras sufren un fuerte proceso de hibridación protagonizado por el software. En Software Takes Command, Lev Manovich (2013) llama la atención sobre la necesidad de preocuparse por el software, el cual ha reemplazado una diversidad de tecnologías físicas, mecánicas y electrónicas usadas antes del siglo XXI para crear, almacenar, distribuir y acceder a artefactos culturales: “el software -sostiene Manovich- se ha convertido en nuestra interfaz con el mundo, con los otros, con nuestra memoria y nuestra imaginación; un lenguaje universal a través del cual el mundo habla y un motor universal sobre el cual el mundo avanza” (Manovich, 2013,

p. 2). Esta “cultura del software” o “softwarización de la cultura” incluye, naturalmente, a las interfaces, a través de las cuales la gente interactúa con los medios y con otras personas (Manovich, 2013, p. 29).

Finalmente, y volviendo a la lectura extensiva, podemos afirmar que este concepto se pue- de expandir también a las narrativas transmedia, definidas por Scolari (2013) como “un tipo de relato donde la historia se despliega a través de múltiples medios y plataformas de comunicación, y en el cual una parte de los consumidores asume un rol activo en ese proceso de expansión”. Es decir, a la proliferación de dispositivos de lectura con sus funciones y tipos de textos que les corresponden, se suma ahora la idea de consumir esos textos en forma complementaria, extrayendo de cada medio o dispositivo una parte de la información que permita reconstruir el relato general y que explote la especificidad de ese medio en particular. Y esto con la participación activa de las audiencias, que colaborarán en la expansión de esos relatos a través de las redes. En un texto posterior, el mismo Scolari definió como translector a aquel usuario que puede lidiar con esa complejidad: “El translector debe moverse en una red textual compleja formada por piezas textuales de todo tipo y ser capaz de procesar una narrativa que, como una serpiente, zigzaguea entre diferentes medios y plataformas de comunicación” (Scolari, 2016, p. 182).

La crisis del texto cerrado -el canon- que mencionábamos antes adquiere ahora una dimensión mayor cuando tomamos en cuenta que las narrativas transmedia se expanden con las capacidades post-productivas de los usuarios o “prosumidores” (Toffler, 1980), es decir, el fandom. En ese sentido, Scolari sostiene que:

El mundo del fandom es parasitario del canon (si no existiera Star Trek no habría trekkies) ya que se produce una transferencia de contenido desde la industria de los medios al mundo de los fans. Por otra parte, también la industria de los medios, cuando detecta algún producto de los fans que puede generar ganancias, lo lleva hacia su terreno. (Scolari, 2016, p. 182)

Podemos incluir como ejemplos aquí 50 sombras de Grey -un best-seller nacido a partir de una fanfiction de la zaga Crepúsculo-, y también las producciones de los booktubers, que son usuarios de la red social de videos YouTube que producen y publican sus propias reseñas literarias que se han vuelto verdaderas estrellas mediáticas en las ferias del libro en toda Latinoamérica.

Imaginando el futuro

Vivimos una etapa de transición en las formas de lectura. Hay autores que hablan de un reemplazo de la lectura por la navegación: “la lectura lineal queda sustituida por una navegación que permite establecer enlaces entre diferentes núcleos significativos -que pueden ser documentos textuales o elementos multimedia” (Vouillamoz, 2000, p. 134). Sin embargo, no creemos que un medio sustituya al otro, por ende, que la navegación reemplace a la lectura, sino que desde la perspectiva de la mediamorfosis (Fidler, 1998) ambas prácticas se complementan, coevolucionan y son mutuamente solidarias: es decir, la navegación necesita de la lectura y a su vez, la lectura requiere de la navegación. O dicho en términos de Bolter (2001), “la navegación es una remediación de la lectura, así como el hipertexto es una remediación del texto” (Albarello, 2011, p. 215). Según Ted Nelson, quien acuñó el término hipertexto, se trata de “un tipo de escritura no secuencial, un texto que bifurca, que permite que el lector elija y que se lea mejor en una pantalla interactiva” (citado en Landow, 1995, p. 14). Entonces, para poder leer en las pantallas, necesitamos lidiar con una gran variedad de estímulos simultáneos, de opciones distintas que nos ofrece la interfaz, y allí es necesaria la navegación. En ese sentido, Pierre Lévy dice: “si un hipertexto se define como un espacio de recorrido de lecturas posibles, un texto aparece como una lectura particular de un hipertexto”. Justamente, lo que Levy expresa como “recorrido de lecturas posibles” (Lévy, 2001, p. 69) es lo que aquí denominamos navegación; y lo que define como “lectura particular de un hipertexto” es lo que llamamos lectura. Esta relación de reciprocidad entre lectura y navegación aparece expresada en otro estudio como “navegar para leer y leer para navegar”, como dos estrategias complementarias de andamiaje que se ponen en juego a la hora de navegar en Internet (Murray y McPherson, 2006).

Desde la perspectiva educativa, este rasgo interactivo de la lectura en la pantalla instaura la necesidad de una alfabetización digital (Gutiérrez Martín, 2003, p. 57), sobre todo pensando en los migrantes y visitantes digitales, que a diferencia de los nativos y residentes digitales (Prensky, 2001; White & Le Cornu, 2011) encuentran importantes dificultades a la hora de desplazarse en las pantallas interactivas. Podemos decir que la escuela, como institución de la Modernidad, sigue educando en la lectura lineal, mientras que la innovación tecnológica y cultural de la actualidad está desarrollando por fuera de la escuela un modo de consumo de la información del tipo multilineal y multitarea, que requiere de nuevas competencias de lectura/navegación, sumadas a las tradicionales dedicadas a la enseñanza y aprendizaje de la lectoescritura.

El lector se encuentra, entonces, en una encrucijada de múltiples caminos posibles de lectura. Se requiere de un GPS -una metáfora que casualmente nos traen las pantallas digitales- para saber “recalcular” y elegir, de acuerdo con las metas y estrategias de lectura y las características del texto y el dispositivo que encarna, cuál es el mejor sendero para llegar a buen destino.

Bibliografía

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Notas

1 Para Joan Mayans I Planells, el chat es un “género confuso” que viene a romper con la vieja dicotomía entre lenguaje escrito -caracterizado como formal, reflexivo y distante- y lenguaje oral -definido como próximo, espontáneo y no formal. (Mayans I Planells, 2002, p. 41)

Recibido: 01 de Abril de 2018; Aprobado: 01 de Noviembre de 2018

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