Editores en el Uruguay del siglo XX: los pioneros
Este trabajo forma parte de la investigación en curso que llevo adelante en la redacción de mi tesis de doctorado en la que contemplo los casos de dos sellos de poesía: uno de ellos, 7 Poetas Hispanoamericanos, dirigido por una de las primeras mujeres editoras del Uruguay, Nancy Bacelo. El mismo se inscribe dentro del campo de la historiografía literaria y tiene como objetivo dar cuenta de los procesos de edición en el Uruguay de la segunda mitad del siglo XX, más específicamente, de los que tuvieron lugar en la década del sesenta.
Con anterioridad a la incursión de Susana Soca y de Nancy Bacelo en el campo editorial uruguayo, se hace necesaria una breve referencia a los antecedentes editoriales en el Montevideo de comienzos del siglo XX. Montevideo, ciudad capital que aglutinó el mayor número de proyectos en esta materia, directamente asociados con la concentración de población que tuvo lugar a partir de la segunda década del siglo XX y como parte del proceso de modernización que tuvo lugar en la región en aquel entonces. Esta mirada panorámica se detiene, inevitablemente, en seis figuras en un tiempo que se extiende desde fines del siglo XIX hasta la segunda mitad de la década del cincuenta del siglo XX, todos editores, sin la presencia de ninguna mujer en las etapas implícitas en el proceso de edición; ellos son Antonio Barreiro y Ramos (A Laracha, 1851 - Montevideo, 1916) Francisco Vázquez Cores (Ferrol, 1848 - Montevideo, 1914), Orsini Bertani (Cavriago, 1869 - Montevideo, 1939), Maximino García (San Pedro de Matamá, 1872 - Montevideo), Claudio García (San Pedro de Matamá, 1879 - Montevideo, 1949) y Juan Ernesto Pivel Devoto (Paysandú, 1910 - Montevideo, 1997). Los cinco primeros fueron editores independientes e inmigrantes europeos, llegados al Río de la Plata sobre fines de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX1. Se trató, además, en los primeros cuatro casos, de editores-libreros cuya labor editorial se retroalimentaba además con la venta y distribución del material impreso, unida a la preocupación por alimentar un espacio de intercambio cultural y de encuentro: la librería. Cada uno de ellos estuvo al frente de prestigiosas y reconocidas librerías del Montevideo de entre siglos2.
Tanto A. Barreiro y Ramos como A. Vázquez Cores y, pocos años después los hermanos García, Maximino y Claudio, fueron inmigrantes gallegos que luego de arribar al Río de la Plata se establecieron en Montevideo en un período especialmente promisorio para este tipo de emprendimientos. Algunos de ellos, como Claudio García y el italiano Orsini Bertani tuvieron una breve incursión previa por Buenos Aires, para luego establecerse como libreros y posteriormente como editores en una ciudad que recibía a diario un importante flujo de inmigrantes europeos3.
Durante los primeros años de la década del diez Claudio García se asoció con Orsini Bertani, responsable de la Librería Moderna (ubicada en la Ciudad Vieja, en las calles Sarandí y Bartolomé Mitre), para dar los primeros pasos de lo que sería su aventura editorial. Juntos publicaron algunos autores nacionales en ediciones económicas.
Posteriormente, a partir de 1914 y hasta mediados de la década del cuarenta, Claudio García marcó una época en la producción editorial del Uruguay con la creación de su sello editorial y librería “La Bolsa de los Libros”, sita en la calle Sarandí No. 441, entre Misiones y Zabala. Más de treinta años de labor editorial sostenida hicieron de Claudio García un referente ineludible en la historia de la edición en el Uruguay.
Maximino García, durante los primeros años posteriores a su llegada al Uruguay, al igual que su hermano Claudio, antes de ser editor y de tener su librería propia, comenzó a dedicarse a la comercialización de libros usados en las cercanías del Puerto de Montevideo. Si bien en esos comienzos los hermanos frecuentaron espacios comunes y compartidos, ya sobre la primera mitad de la década del diez se fueron haciendo notorias algunas diferencias en lo que se refiere tanto a las líneas estéticas como a los criterios de edición. El trabajo de Maximino García como editor estuvo fuertemente asociado a las vanguardias literarias en el Uruguay que tuvieron su momento de mayor difusión entre la segunda mitad de los años veinte y comienzos de la década del treinta. Cercano a 1914 Maximino instaló en la calle Sarandí 461 (a escasos metros de la librería de su hermano Claudio) su primera librería y papelería que luego sería también casa editorial, dejando atrás la etapa de vendedor ambulante. Tiempo después pasó a llamarse “Librería del Correo”, ya que se encontraba en diagonal con el antiguo Correo y Telégrafo de la calle Buenos Aires y Sarandí, en el corazón de la Ciudad Vieja montevideana.
Avanzados los años veinte, Maximino García ya contaría con dos librerías, la segunda de ellas llamada “Librería de la Facultad”, ubicada en la calle Ituzaingó No. 1416, también en la Ciudad Vieja. Sus librerías y casas editoriales se publicitaban en la revista vanguardista de distribución quincenal La Cruz del Sur (en la que participaron escritores como Fernán Silva Valdés y Emilio Frugoni, entre otros) y posteriormente en Alfar (1921-1955), revista nacida en A Coruña que posteriormente tuvo continuidad en Montevideo, dirigida por el poeta Julio Casal.
El trabajo pionero y olvidado sobre la historia de la edición en el Uruguay, de Luis Bertrán, da cuenta de la emergencia de la figura del editor en el Uruguay de la modernización4. El primer apartado del mencionado trabajo de Beltrán se propone como un espacio para deslindar las diferencias entre “editar” y “publicar”:
Publicar no significa más que hacer pública una cosa, ya sea por el diario, por la revista, por el grabado, etc. Distribuirla entre el público, hacerla llegar convenientemente a éste, elegir al autor, la obra, y la imprenta; he ahí lo que es editar (1931, p. 10).
La preocupación de Bertrán por el proceso de distribución y, antes que eso, por la naturaleza del libro y su posible pertenencia a un determinado catálogo da cuenta de una mirada al proceso de edición que, con anterioridad a este documento, no había sido considerado en forma explícita. No obstante, el trabajo de Bertrán da cuenta de una ausencia y en ponerla en evidencia radica su mayor interés. Lo suyo es un intento de reflexión sobre una carencia, señalando a su vez que la historia de la edición en el Uruguay no solo ha sido desatendida sino, sobre todo, soslayada. Por otra parte, interesa destacar que en el trabajo de Bertrán no aparece, ni siquiera mencionado el nombre de ninguna mujer.
En las intervenciones tanto de Barreiro, en primera instancia, como de Vázquez Cores y de Bertani, pocos años después de fundada la Librería Nacional, comenzó a prefigurarse la imagen del editor en la capital montevideana de entre siglos, a la vez que como vimos, se consolidaba, progresivamente, el espacio de la librería como un lugar de encuentro y reunión que propiciaba, por otra parte, el intercambio de ideas en relación a las posibles publicaciones y construcción de los respectivos catálogos. Significativamente, los catálogos de las colecciones editadas por Claudio García, fundamentalmente el de la colección Biblioteca Rodó, fue el punto de partida para la posterior colección de la Biblioteca Artigas de Clásicos Uruguayos (emprendimiento estatal) y de los catálogos de las tres editoriales emblemáticas de los sesenta: Alfa, Ediciones de la Banda Oriental y Arca.
La edición en el Uruguay en los años 40’
Tal como lo plantearon gran parte de los integrantes de la Generación del 45’, la ausencia de editoriales resultaba una limitante para la conformación de un sistema literario nacional. A propósito de esto, comenta Benedetti en una mirada retrospectiva de comienzo de los años 60’:
(…) es una empresa tremendamente arriesgada fundar una editorial con la única base del mercado nacional ya que el número de lectores literarios es relativamente pequeño (…) el libro que se edita en el Uruguay tiene prácticamente vedada la exportación, ya que su precio en el exterior alcanza siempre cifras prohibitivas. Solo si se halla un medio de absorber esa tremenda diferencia, se habrá dado un paso bien orientado para la conquista de mercados extranjeros. (1960, p. 50).
Otro de los integrantes de la Generación del 45’, Emir Rodríguez Monegal publicó en 1966 en la Editorial Alfa, de Benito Milla, su trabajo titulado Literatura Uruguaya del Medio Siglo en el que señala que cuando la Generación del 45’ irrumpe en el panorama cultural montevideano el Uruguay era uno de los países donde resultaba más oneroso publicar un libro. Como paliativo a esta situación algunos de los escritores pertenecientes a esa generación fomentaron la aparición de las revistas literarias (la emblemática Número, en su primera época) propiciando un espacio de difusión no solo de sus propios textos sino también de escritores que comenzaban a darse a conocer en ese período. Por otra parte, también existía la posibilidad de publicar en Talleres Gráficos, recurriendo a la edición de autor, por lo general de pequeños tirajes, haciéndose cargo los mismos escritores de la distribución y difusión de sus textos en los grupos que se formaban en algunos puntos de encuentro como algunos cafés del centro montevideano. No obstante, estos emprendimientos individuales de escasa repercusión y limitadas posibilidades de lectura no constituían un proyecto colectivo que pudiera apuntar a la creación y consolidación de un sistema literario. Entre las más frecuentadas para la edición de autor podemos mencionar a la Imprenta Goes, la Imprenta Letras, los Talleres Gráficos de la Comunidad del Sur, los Talleres Gráficos de A. Monteverde, los Talleres Gráficos Treinta y Tres y la Imprenta Liguria, entre otras.
Al referir a la generación del 45’, resulta imprescindible la mención a la revista y posteriormente sello editorial Asir (1948-1959), fundada en la ciudad de Mercedes por Domingo Luis Bordoli, Marta Larnaudie de Klinger, Washington Lockhart y Humberto Pedruzzi. Entre los libros publicados bajo este sello se destacan Cuesta arriba, de Julio César Da Rosa (1952); Lloverá siempre, de Carlos Denis Molina (1953); Con la raíz al sol, de Eliseo Salvador Porta (1953), entre otros.
A mediados de la década del 50’ llegará al Uruguay procedente del exilio republicano español el alicantino Benito Milla, previo breve pasaje por Buenos Aires. Milla comenzó a hacerse conocer como librero en el entorno de la Plaza Libertad. En 1958 abrió las puertas de la librería y posterior sello editorial Alfa. El sello pionero de lo que años después se conoció como “el boom editorial de los sesenta” en el Uruguay5.
Susana Soca, ¿primera mujer editora uruguaya?
Susana Soca Blanco Acevedo (1907-1959) era hija del reconocido médico Francisco Soca y de Luisa Blanco Acevedo. Pertenecía a una familia de la clase dominante del país, tanto en lo económica como en lo político-cultural. Desde temprana edad, al igual que sus padres, Susana Soca tuvo, además, vínculos estrechos con París, la capital cultural europea y occidental de aquel momento, referencia fundamental para la configuración de una determinada identidad cultural y política uruguaya de la primera mitad del siglo XX, marcada por la presencia del batllismo.
El trabajo de Susana Soca al frente de la edición de la revista La Licorne, fundada y financiada por ella en la capital francesa, podría llegar a considerarse pionero en el campo de la edición del Uruguay. No obstante, resulta interesante detenerse en algunas consideraciones que pasaré a detallar.
En plena segunda Guerra Mundial Susana Soca se autoexilió en París. Fue en esa ciudad en la que vio nacer su proyecto editorial materializado en la revista La Licorne (1947-1948), que publicó tres números. Se trató de una revista que fundó bajo el impulso de Paul Éluard y del trabajo que aportaron Roger Callois y Pierre David (J. Ortiz, 2011). La Licorne, además de ser un espacio en el que se publicaron poemas de algunos poetas franceses y de otros latinoamericanos (Supervielle, Éluard, T,S, Eliot); también recogió cuentos de Felisberto Hernández y de Borges, entre otros. Fue un espacio que le posibilitó a Soca dar a conocer sus propios poemas. Si bien la revista tuvo un breve tiempo de circulación en su etapa francesa, la misma se destacó por la calidad de su edición y de sus contenidos. Indiscutiblemente, la fundación de la revista está fuertemente asociada a la experiencia parisina de Susana Soca.
La segunda etapa de la revista, ahora llamada Entregas de la Licorne, tuvo lugar cuando Soca regresó al Uruguay. De periodicidad irregular, publicó dieciséis números entre noviembre de 1953 y septiembre de 1961. No obstante, la marca extranjera estaba ahí, tan presente:
Pues si las Entregas de la Licorne encontraron un lugar, un sentido, en medio del prolífico ambiente cultural y especialmente entre las múltiples publicaciones que había en el Uruguay de mediados de siglo, se debió precisamente a su origen francés, que podía representar un aporte original. Es decir, en sus dos etapas, la revista fue posible gracias al carácter extranjero primero y extranjerizante después (Litvan, 2010, p. 312).
La consideración de Valetina Litvan, con la que coincido, es más que oportuna como posible explicación del carácter pionero de Nancy Bacelo en el campo de la edición uruguaya, sin desmedro de reconocer la intervención anterior de Susana Soca y sin, por supuesto, dejar de considerar su incidencia como mujer editora en un medio incipiente en el que las mujeres estaban ausentes.
Nancy Bacelo, gestora cultural y editora
Al finalizar la década del 50’, en Montevideo, la figura de Nancy Bacelo vinculada a eventos culturales comenzó a hacerse cada vez más notoria. Nacida en la localidad de José Batlle y Ordoñez (Lavalleja) el 10 de julio de 1931, Nancy Bacelo se trasladó a Montevideo luego de culminar sus estudios secundarios en esa pequeña localidad del interior, lugar en el que continuaría viviendo hasta el momento de su desaparición física, en septiembre de 2007. Inicialmente, en los comienzos de los años cincuenta, luego de realizar sus estudios de Literatura ejerció los primeros años como docente, etapa que coincide con la publicación de sus primeros poemas en algunos semanarios capitalinos. Su interés por el universo de lo literario sumado a su particular sensibilidad y preocupación por el potencial creador del lenguaje y de las artes plásticas, la colocaron en lugares estratégicos para llevar adelante lo que fue el mayor emprendimiento cultural de la segunda mitad del siglo XX en el Uruguay: su papel protagónico en la creación de la primera Feria Nacional del Libro y del Grabado en Montevideo y su trabajo como editora a lo largo de más de cuatro décadas sostenidos.
A su vez, Nancy Bacelo se había desempeñado desde comienzos de la década del 50’ como funcionaria de los Servicios Culturales de la Intendencia Municipal de Montevideo, de ahí su cercanía con Medina Vidal, primer ilustrador de la revista 7 Poetas Hispanoamericanos, pintor montevideano nacido en 1922, integrante del Círculo de Bellas Artes.6 Medina Vidal tuvo como profesor de pintura a Guillermo Laborde y de xilografía a Guillermo Rodríguez, de la Escuela Industrial. En la década del 60’, con la creación del Departamento Gráfico Municipal, pasó a formar parte de él. Fue también, en esos años, dibujante de los catálogos de los folletos de publicidad de las tiendas London París y Angenscheidt, dos referentes montevideanos, precursoras de la venta por catálogo.
A nivel nacional, además de la experiencia híbrida de Susana Soca, en materia de ediciones de poesía, el antecedente más inmediato a la experiencia de Bacelo lo encontramos en las Jornadas Interamericanas de Poesía, que tuvieron lugar durante ocho años en la localidad de Piriápolis, departamento de Canelones (1957-1964). Uno de los principales responsables de ese emprendimiento fue el poeta vanguardista Juvenal Ortiz Saralegui, director de la primera etapa de la revista de poesía Cuadernos de Julio Herrera y Reissig6. Bacelo formó parte de las Jornadas Interamericanas de Poesía de Piriápolis, especialmente de la cuarta edición, en 1960, oportunidad en la que obtuvo con su poemario Círculo Nocturno el primer premio del Concurso de Poesía organizado durante esas Jornadas que fueron a su vez antecesoras del surgimiento de la Feria Nacional del libro y del Grabado en Montevideo, en la que Nancy Bacelo tuvo un papel protagónico.
La fundación de la revista y sello editorial 7 Poetas Hispanoamericanos
Durante el invierno de 1960, Nancy Bacelo junto con otros dos poetas uruguayos, Washington Benavides y Circe Maia, editaron el primer número de la revista de poesía ilustrada que llevaría por nombre 7 Poetas Hispanoamericanos, aludiendo al primer grupo de poetas que publican en la revista: ellos fueron Elsa Lira Gaiero Circe Maia, Washington Benavides, el chileno Efraín Barquero, el argentino Héctor Yánover, la paraguaya Elsa Wiezel y Nancy Bacelo.
La creación del 7 Poetas Hispanoamericanos tuvo como impulso inicial el interés de Bacelo como poeta de incorporar en su proyecto en ciernes a otros poetas del período. Fue un proyecto económicamente autofinanciado por sus creadores. Los primeros tirajes, de carácter totalmente artesanal alcanzaron los 300 ejemplares.
Ese mismo año, en el mes de diciembre de 1960, cuando la revista publicaba su tercer número correspondiente a noviembre-diciembre, Bacelo publicó uno de sus libros de poesía por primera vez con el sello 7 Poetas Hispanoamericanos: se trata del poemario Cantares. El diseño estuvo a cargo de José Pedro Costigliolo y de Carlos Carvalho. El primero, proveniente del Círculo de Bellas Artes y precursor en el Uruguay del arte no figurativo; el segundo, artista plástico integrante del grupo fundador de la Feria. En lo sucesivo, toda la obra de Bacelo va a publicarse bajo este sello que, por otra parte, pasará a ser el sello de la Feria Nacional del Libro y el Grabado hasta la última edición de la misma, en 2006.
Así, en un medio en el que la presencia del editor y su incidencia en los espacios culturales de cada período anteriormente aludido estuvo protagonizada por hombres, quienes, por razones socioculturales vinculadas a las oportunidades de inserción laboral y de desarrollo personal tenían otro acceso al mundo de lo impreso, irrumpió a fines de la década del cincuenta del siglo XX la figura de Nancy Bacelo.
Volviendo al primer número de la revista, este se editó en julio-agosto de 1960 y se proponía como una revista bimestral, frecuencia que, por distintas circunstancias, no sostuvo desde un comienzo. El tiraje fue de 300 ejemplares en presentación de dos pliegos. Ese número inicial, ilustrado por Raúl Medina Vidal, es la presentación del proyecto. En la tapa, dentro de un número siete dibujado, aparecen los nombres de los siete poetas que dan origen a la revista, incluyendo poemas de cada uno de ellos. La revista se proponía como una panorámica de la poesía uruguaya e hispanoamericana del siglo XX, mostrando transiciones y permanencias y fomentando el conocimiento de otros poetas de habla hispana del continente.
Entre enero y marzo de 1961 se editó el cuarto número de la revista, acompañado por ilustraciones de Ofelia Oneto y Viana, una reconocida artista plástica uruguaya nacida en 1929. En 1960 obtuvo el primer premio al dibujo y el grabado (medalla de oro) en el XXIV Salón de Artes Plásticas con la presentación de su dibujo titulado “Jardín”. El jurado estuvo integrado por José Belloni, Luis García Pardo y Julio Caporale Scelta, entre otros. Oneto y Viana es la única mujer que participará como ilustradora de la revista. Su participación en este cuarto número, que mantiene el modelo inicial del número siete en la carátula, integra algunos de sus dibujos más recientes, con un estilo en el que predominan los claroscuros y las formas geométricas.
La intervención de artistas plásticos de reconocida trayectoria en el diseño de la revista le otorgaba a las publicaciones un valor añadido: no se trataba únicamente de un proyecto que tenía como objetivo la difusión y circulación de poesía hispanoamericana del siglo XX en el contexto de los sesenta montevideanos, sino que tenía como firme propósito acercar el arte contemporáneo al público lector, concretamente, a los lectores de poesía, uno de los géneros menos vendidos y difundidos.
Las ilustraciones de Oneto y Viana acompañan esta cuarta entrega como complemento sutil y amplificador a la vez de los contenidos poéticos. Es el caso del juego con las líneas como detalle constructivo de la imagen que acompaña al poema titulado “Fotografías”, de Circe Maia. El elemento sugestivo resignifica el texto de Maia que evoca miradas y movimientos: “Esas claras figuras/ de las fotografías/ detenidas en medio/ de un gesto que no acaba/ a mitad de una risa/ con la mano en el aire/ esos rostros”. Circe Maia, una de las cofundadoras de la revista, luego de pasados catorce años de la temprana edición de su primer libro de poesía, Plumitas (escrito entre los diez y los once años), con apenas doce años, había publicado en 1958 dos poemarios, titulados En el tiempo y Presencia diaria.
Se suman a los poetas anteriores, en esta publicación, Orfila Bardesio y Alejandro Romualdo. Bardesio había recibido en 1955 el premio del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay por su trilogía titulada Uno. Era cercana al grupo de poetas del 45’, mientras que Romualdo era un poeta peruano perteneciente a la generación del 50’. Las redes continentales permitieron estos intercambios.
El número 5 lo va a ilustrar Luis Camnitzer y participan con algunos textos Horacio Amigorena y Walter Ortiz y Ayala, quien dos años más tarde recibiría el premio de la Feria con la publicación de su poemario Hombre en el tiempo.
El número seis de la revista aparece sobre fines de 1961, pero sin fecha. Publican en él el joven poeta Enrique Fierro, Ramiro Domínguez y Solveig I. de Silva, entre otros. La fotografía de Alfredo Testoni acompaña este volumen de la revista. Testoni ilustró también con su fotografía varios volúmenes editados por Alfa, entre ellos Una forma de la desventura, de L. S. Garini y fue, desde 1940, fotógrafo del Taller Torres García.
A fines de noviembre de 1962, en el segundo año de circulación de la revista, Bacelo editó una carpeta con el sello 7 Poetas Hispanoamericanos que funge de revista (pliegos sueltos, esta característica tiene también el segundo, numerado como 1, el anterior era el “cero”, de Los Huevos del Plata), con la particularidad de que los poemas, doce en total, están manuscritos por sus autores. Con esta misma impronta se publicó el número siete de la colección, ilustrado por José Pedro Costigliolo, formado por siete páginas manuscritas por sus autores, alternando la tinta sepia con la plateada: Circe Maia, Washington Benavides, Nancy Bacelo, Jorge González Bouzas, Idea Vilariño, Iván Kmaid y Ruben Yakovsky. Costigliolo. La naturaleza estética de este número de la revista se construye a partir de la particularidad del diseño con el que Costigliolo acompaña los textos poéticos, precursor de la estética concreta no figurativa. Poco tiempo después, en 1966, recibirá el 1er. Premio Medalla de Oro del Salón Nacional (1966). En 1963 comienzan a publicarse las “Ediciones Populares”, destinadas a reeditar parte de las obras de autores nacionales y latinoamericanos que, desde hacía un tiempo, no estaban al alcance del público lector. Es sello también nace fuertemente asociado a la Feria, como pasa a entenderse, con posterioridad, todo emprendimiento llevado adelante por Bacelo. En este sello se van a reeditar Los cálices vacíos, de Delmira Agustini, los Nocturnos, de Idea Vilariño y Nocturno y otros poemas de Parra del Riego, entre otros.
Tres años después de editado el primer número de la revista/sello editorial 7PH, en 1963, en el otro lado del Atlántico se publicaría la antología Siete poetas españoles, editada por Taurus, en Madrid. Esta publicación formaba parte de la colección “Ser y Tiempo. Temas de España” (nº 8), recopilada por Carlos Sahagún. Los poetas que la integran son Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Antonio Machado, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Federico García Lorca y el compilador, Carlos Sahagún.
Bacelo tuvo conocimiento de la publicación de este volumen en un tiempo en el que las redes intelectuales propiciaban esas cercanías. Los numerosos contactos que la editora sostenía con conocidas figuras de la literatura y las artes plásticas favorecían esa trashumancia permitiendo que la revista ilustrada viajara cruzando fronteras y océanos Esos diálogos estuvieron presentes en no pocas de las manifestaciones de la poesía de esa década en el Uruguay, especialmente marcados por la presencia e influencia de Antonio Machado. Esa marca machadiana va a acompañar al sello 7PH y a las ediciones de la Feria plasmada en el volante que se convirtió en emblema de la actividad editorial y cultural de Bacelo. Se trata de un pequeño afiche de 10 x 12 realizado en cartulina blanca con diseño del artísta plástico Hugo Alíes que contiene un fragmento de un conocido poema de “Proverbios y cantares”, de Campos de Castilla (1912), de Machado. El ojo, epítome de una presencia casi obsesiva en Bacelo, se despliega entre azul y verdes. Se trata de la mirada y lo que ella convoca desde lo constructivo.
En aquellos años iniciales de la década del sesenta, tal como señala Gabriel Peluffo, las prácticas artísticas y los espacios públicos de interacción funcionaron a modo de espejos en los que se miraron a sí mismos los actores y protagonistas de una cultura que pugnaba por mostrarse independiente (Peluffo, 2018, p. 23). Las ventas populares llevadas adelante por Bacelo se inscribieron dentro de ese clima que buscaba socializar la expresión estética, tanto verbal como plástica.
En diciembre de 1963 se editó un número especial, en tinta roja y negra, ilustrado por Antonio Frasconi. Los poetas que publican en esa edición son Amanda Berenguer, Ida Vitale, Raúl Zaffaroni y Milton Schinca. Entre motivos de bandadas de pájaros en vuelo, aparecen los nombres de los poetas encerrados en círculos rojos irregulares bajo el título IV Poetas Uruguayos. En el interior, los poemas aparecen acompañados de imágenes estelares y algunas aves, especialmente, palomas.
Luego de la edición especial de 1964 dedicada excepcionalmente a la narrativa e ilustrada por Nelson Ramos, el último número, también especial, se editó en diciembre de 1965, mes de la Feria. En la primavera de ese mismo año se había editado una carpeta sin número en la que se publicaron poemas de Circe Maia, Washington Benavides y de Bacelo, los tres iniciadores del proyecto editorial, con ilustraciones de Enrique Fernández y manuscrito por Antonio Lista.
La escritura manual de los libros nos evoca, de alguna manera, sus orígenes: aquellos primeros códices manuscritos (más específicamente, durante los primeros tiempos del Imperio romano, S. II - IV d. C el uso del pergamino se generaliza). Al igual que Julio Campal (poeta uruguayo que residió en Madrid y formó parte del grupo “Problemática 63”), Bacelo tiene presente la importancia del arte de la caligrafía, apuntando a la creación de un arte visual que posibilite enfatizar la escritura como un signo: sentido del trazo, el color, la textura de la letra, los ángulos más o menos redondeados, la forma de la ilación. De esa forma la escritura artística se posiciona por encima de una escritura tradicional y referencial, mecanografiada. Sobre este particular, William Johnston cita un pasaje de una entrevista a Nancy Bacelo en el que la poeta afirma:
Me plantee el libro como objeto durante toda la vida. Alrededor de los 60’, en Cantares, empecé a insistir en que el libro tenía que estar ilustrado, acabar con el eterno convencionalismo de las tapas blancas, con las letritas allá arriba (…). Un libro es todo. El papel, la tinta, el tiempo que uno se toma para elegir hasta los números de cada página. Si lo que va a imprimir es un amigo. Tiene que haber una corriente con la persona. Esos son los valores del alma. La poesía es una corriente (2012, p. 17).
En el último número de la revista, de 1966, publicaron Schinca y Zaffaron, junto con dos emblemáticas poetas del 45’: Ida Vitale y Amanda Berenguer. La difícil separación entre una promoción y la otra es un aspecto que se pone de manifiesto en la selección de autores publicados que, por otra parte, se orienta progresivamente hacia una mayor presencia de lo latinoamericano. Las publicaciones tenían lugar a través de invitaciones de los poetas y daban cuenta de las redes y vínculos que existían entre ellos.
Finalmente, en 1967, la denominación 7 Poetas Hispanoamericanos pasará a ser, exclusivamente, el nombre del sello editorial que hasta los últimos años se identificó con la Feria. En ese año se publicó el libro de Bacelo titulado Barajando, ilustrado por Nelson Ramos. Bacelo estaba consolidando su presencia como editora independiente en un espacio marcadamente masculino.
A diferencia de otros emprendimientos editoriales de la década del sesenta que se vieron silenciados por el recrudecimientos de la violencia y las restricciones a las publicaciones culturales impuestas desde la instalación de la dictadura cívico militar a partir de 1973, con controles difíciles de sortear, tanto la realización de las siguientes ediciones de la Feria del Libro y el Grabado (la dictadura prohibió el uso del término “nacional”) como la publicación de algunos títulos bajo el sello Siete Poetas Hispanoamericanos, fueron posibles pese a la pervivencia de los años oscuros, constituyendo una forma de resistencia cultural. Esas revistas/sellos editoriales se constituyeron como espacios de diálogo y como disputa de posiciones dentro del sistema literario de aquella década, particularmente atravesada por la creciente violencia e inseguridad que van a instalarse sobre la segunda mitad de esos años, más específicamente entre 1967 y 1968. Los cruces entre las publicaciones de poesía y el papel que jugó la crítica en la construcción de un tipo de lector se perfilaban hacia un recorte del corpus literario que posicionaba las publicaciones de esa década. El exilio y encarcelamiento de gran parte de los actores culturales del período comenzó a hacer visibles las fracturas.
La Feria, con transformaciones pero fiel a su impronta inicial, se llevó adelante en forma initerrumpida, en la cuidad de Montevideo a lo largo de cuarenta y siete años, hasta 2006, siempre bajo la dirección de Nancy Bacelo. Se había convertido en paseo ritual de los uruguayos durante el mes de diciembre, inaugurada siempre con el “Aleluya” de Hendell y el tradicional reparto de jazmines a la entrada de cada predio en el que tuvo lugar. En tiempos en los que la relación entre el escritor y el público estaba cambiando cualitativamente, Montevideo comenzó a conocer con otra cercanía a sus best-sellers nacionales. Si bien el salto de la distribución al exterior no logró concretarse, en ese contexto, el proyecto de Nancy Bacelo constituyó a lo largo de la década de los sesenta, trascendiéndola, un espacio propiciador de cercanías que dio cuenta de un proceso de avance en el encuentro entre el escritor y sus lectores.
A comienzos del siglo XXI, el espacio editorial montevideano comenzó a contar con la presencia de otras mujeres que, en gran medida, pueden considerarse continuadoras del camino que inicialmente trazaron Soca y Bacelo. Entre ellas, considerando el orden cronológico de sus fundaciones, se destaca el trabajo de Melba Guariglia desde Ático Ediciones (2007), el de Mariana Pérez Balocchi al frente del sello editorial Antítesis (2014), el de Salvadora, especializada en dramaturgia y dirigida por cuatro mujeres (Karne Bitar, Camila Guillot, Leonor Courtoisie y Sofía Gervaz) y, finalmente, La Coqueta Editora de Poesía, fundada por tres mujeres (Lucía del Bene, María Laura Pintos y Laura Alonso), y dedicada, como el nombre del sello lo indica, únicamente a la edición de poesía (2017) Con un nombre que hace un guiño a un pasaje de los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, “Buenos Aires, la reina del sur; Montevideo, la coqueta”, las directoras responsables editan sus libros con un diseño estético sobrio y despojado sin que esto deje de lado una constante preocupación por la belleza. Bajo el lema “independientes y pequeñas” estos proyectos editoriales dirigidos por mujeres se posicionan en el campo cultural uruguayo evocando aquellos comienzos entusiastas de quienes fueran las primeras mujeres editoras del país, y en forma muy especial, a Nancy Bacelo y su legado cultural.