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On-line version ISSN 1853-9912

Palabra clave vol.1 no.1 Ensenada Oct. 2011

 

RESEÑAS

Reseña de The library: an illustrated history

The library : an illustrated history / Stuart A.P. Murray ; introducción por Donald G. Davis Jr. ; prólogo por Nicholas A. Basbanes.- New York : Skyhorse Pub. ; Chicago : ALA Editions, 2009.- x, 310 p. : ilus. ; 27 x 19 cm.- ISBN-13: 978-0-8389-0991-1.

María Eugenia Costa

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata

Desde la década del 1970 en adelante, se han publicado diversos estudios históricos sobre las bibliotecas del mundo que poseen colecciones de fondos antiguos, ya sean investigaciones de carácter erudito, artículos de divulgación o manuales destinados a universitarios. Muchas de estas obras generales, basadas en fuentes secundarias, incluyen sólo unas pocas imágenes que complementan la información proveniente de los textos. Hasta el momento, en el medio anglosajón no se había editado ninguna historia ilustrada de las bibliotecas, dirigida fundamentalmente "al público en general y a los jóvenes lectores". En este sentido, el libro del periodista y editor Stuart A. P. Murray intenta, de alguna manera, llenar ese vacío.

El volumen incluye un prólogo de Nicholas A. Basbanes y una introducción de Donald G. Davis Jr. (de dos páginas cada uno) que contienen vagos elogios acerca de la importancia de las bibliotecas y un escaso abordaje del texto en cuestión. Patrocinado por la American Library Association (pero incidentalmente impreso en China) el libro The Library : An Illustrated History posee un formato ligeramente grande, con una sólida encuadernación entelada, una llamativa sobrecubierta y un buen diseño editorial. Es de destacar la calidad de la impresión, dada por la utilización de papel satinado. Se incluyen e intercalan a lo largo de la obra 196 ilustraciones de distinto tamaño e índole temática, reproducidas mayoritariamente en color. De más está decir que una historia ilustrada de las bibliotecas debe incluir diverso tipo de imágenes, cuyo fin no sea sólo presentar fragmentos de escrituras antiguas, exponer páginas aisladas de códices, enseñar fachadas e interiores de edificios, exhibir retratos de personalidades o simplemente mostrar escenas con lectores anónimos. Las representaciones visuales pueden no sólo acompañar o complementar la narración, sino también ampliar la conceptualización teórica y ahondar en el análisis del contexto sociocultural, si se utilizan como verdaderas fuentes primarias (como lo ha dicho Peter Burke en Lo visto y no visto :El uso de la imagen como documento histórico). A través de ellas se puede reflexionar sobre la materialidad de los manuscritos e impresos (con sus respectivos modos de visualidad), indagar acerca de las prácticas de lectura de los distintos grupos sociales, explicar la función de los grandes repositorios bibliográficos y comprender la organización de los conocimientos en los diversos ámbitos institucionales, entre otras cuestiones significativas para un historiador de las bibliotecas.

Si bien a primera vista las ilustraciones del libro de Murray resultan bastante atractivas y aparentan ser pertinentes, con más detenimiento uno advierte que las mismas suelen estar desconectadas de los tópicos centrales abordados por el autor y que no se encuentran analizadas en el texto adjunto. Algunas incluso carecen de autenticidad o verosimilitud, al ser dibujos posteriores o reconstrucciones modernas (considero más pertinente la utilización de fuentes visuales primarias, contemporáneas a los hechos históricos a los que se alude). Muchas de las imágenes reproducidas van acompañadas de epígrafes ambiguos, que no permiten identificarlas claramente y tampoco localizarlas fácilmente; el listado adjunto (p. 305) es de poca utilidad para reemplazar los rótulos. La mayoría de las imágenes se cita como procedente de la Library of Congress o de una fuente menos autorizada como Wikimedia Commons. Esta falta de información acerca de las ilustraciones se traslada al cuerpo del texto, ya que no hay una sola cita de referencia ni una nota al pie de página que permitan sustentar las afirmaciones y generalizaciones realizadas por el autor. Sólo se sugieren ciertas lecturas adicionales hacia el final (p. 306-7). Uno podría poner en cuestión, entonces, la fiabilidad de las fuentes secundarias empleadas para redactar The Library: An Illustrated History.

Pero ¿cómo está estructurada la obra de Stuart Murray?

La primera parte del volumen comprende doce capítulos que presentan un sucinto panorama del surgimiento y el desarrollo histórico de los principales repositorios de materiales bibliográficos del Próximo Oriente, Europa, Asia e Islam y América del Norte. Incluye someras descripciones de las formas librarias, de los cambios en los soportes materiales y de las tecnologías utilizadas para producir los libros. Hace especial referencia a los Estados Unidos y destaca el papel paliativo que cumplieron las bibliotecas durante los períodos de guerra y crisis mundiales.

Dedica el primer capítulo a las bibliotecas de la antigüedad, a partir de la clasificación de las tabletas de arcilla en los archivos palaciegos de Ebla y de Nínive, en particular la biblioteca real de Asurbanipal. Se ocupa a continuación de los escribas egipcios, de la producción y almacenamiento de los rollos de papiro cubiertos por jeroglíficos. Menciona las colecciones privadas de la intelectualidad helénica; destaca la famosa biblioteca de Alejandría, que compendiaba toda la erudición de la época, hasta llegar a las bibliotecas imperiales romanas, con sus respectivas secciones latina y griega.

El capítulo segundo trata de las bibliotecas europeas durante la Edad Media y señala la decisiva función de las órdenes religiosas, en particular los benedictinos, en la elaboración de manuscritos miniados, coleccionados en afamados monasterios.

El tercer capítulo reseña las bibliotecas de Asia y el Islam, herederas de los tesoros bibliográficos del Imperio Bizantino y, con ellos, de gran parte de la cultura clásica greco-romana. Pasa revista general a los repositorios de la India, China y Medio Oriente.

La Alta Edad Media europea es el tema del cuarto capítulo. Describe el paso de los scriptoria monásticos a las escuelas catedralicias junto con la instalación de universidades. A continuación, enumera los cambios registrados con el advenimiento del Renacimiento, la aparición de bibliófilos humanistas y la creación de la imprenta (en este pasaje llama la atención la ausencia de autores clásicos como Lucien Febvre, Henri Jean Martin o Elizabeth L. Eisenstein entre otros).

El capítulo quinto abarca el período comprendido entre el Renacimiento y la Reforma. Plantea la apertura al público de algunas bibliotecas, si bien la mayoría pertenecían a las Cortes. Menciona algunos repositorios reales y eclesiásticos que se convirtieron en los núcleos iniciales de las futuras bibliotecas nacionales y universitarias. Hace especial alusión a la Biblioteca Apostólica Vaticana y al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Por otra parte, señala la importancia acordada a la clasificación y la catalogación de los materiales reunidos, y la presencia de destacados bibliógrafos. Si bien no indaga en profundidad el papel de Protestantismo, alude a la confiscación y destrucción de numerosas bibliotecas monásticas fruto de las guerras de religión. Relata superficialmente la pérdida de los registros incas y mayas como resultado de la conquista de América, sin analizar sus causas ni sus consecuencias.

En el capítulo sexto, dedicado a la gente del libro, aborda las bibliotecas musulmanas en Asia y África, destacándose los centros de enseñanza de Timbuctú. Se refiere a la India bajo dominio mongol y al Imperio Otomano, con sus diversos tipos de reservorios bibliográficos. El capítulo se cierra con un panorama de las bibliotecas chinas, coreanas y japonesas.

El séptimo capítulo se titula "guerra y una edad de oro", en alusión a las casi constantes conflictos bélicos de los siglos XVI-XVII, y al florecimiento de bibliotecas tanto públicas como privadas registrado en la época. Se menciona que en ese período la incautación de libros estaba poco menos que legalizada y que había un interés incipiente por métodos confiables de organización bibliotecaria. Se pasa revista a la actividad de bibliófilos y estudiosos notables.

El capítulo octavo describe la valoración de los libros por parte de los colonos de América del Norte (al mundo hispanoamericano colonial se le destinan apenas dos páginas). Resalta la fundación de la Universidad de Harvard, con donaciones de libros por parte de los clérigos, y la ampliación de su acervo bibliográfico a través de confiscaciones fruto de las luchas independentistas. Se destaca además la obra de Benjamin Franklin al crear la Library Company de Filadelfia, primera biblioteca por suscripción de Norteamérica.

En el capítulo noveno, se enumeran algunos avatares de las bibliotecas en Estados Unidos, como la destrucción y posterior reconstrucción de la Library of Congress de Washington, la cual se enriqueció con la colección de Thomas Jefferson. También se describe el desarrollo del Athenaeum de Boston y diversos tipos de bibliotecas públicas surgidas en las primeras décadas del siglo XIX, como consecuencia de la demanda de educación pública generada en la clase media estadounidense.

El capítulo décimo está dedicado al movimiento bibliotecario y pasa revista a las diversas instituciones dedicadas a la creación y al mantenimiento de bibliotecas, públicas, escolares, universitarias, especializadas. Se recalca la labor de Melvil Dewey, fundador de la primera institución dedicada a la enseñanza de la bibliotecología.

El undécimo capítulo se detiene en la organización del conocimiento y en los diversos sistemas de clasificación bibliográfica. El problema creado por la multiplicación de los documentos impresos, la conservación de los materiales y la ordenación de los contenidos, motivaron estudios especializados.

Por último, el doceavo capítulo presenta un panorama de las bibliotecas y de los centros de medios en la actualidad, según sus peculiares características y público al que dirigen sus esfuerzos. Se considera que el tipo más numeroso, en Estados Unidos, es la biblioteca pública escolar, situación en modo alguno uniforme en el mundo desarrollado. Finaliza con una brevísima ponderación acerca del papel del bibliotecario y el futuro de las bibliotecas en la era digital.

Cada uno de los capítulos mencionados está internamente dividido en secciones, donde los diversos tópicos abordados se delimitan mediante viñetas. Estas secciones varían en longitud, desde dos párrafos de una oración a varias páginas de extensión. En cuanto a su contenido, algunas son completamente superficiales y otras relativamente sustantivas, aunque no demasiado analíticas. Es de destacar que dichas secciones están desconectadas y a menudo son reiterativas. La información proporcionada es a veces equívoca, lo cual genera desconfianza sobre el texto en su conjunto. La primera parte del libro no proporciona una narración clara, coherente ni sistemática del desarrollo histórico de las bibliotecas, ni tampoco problematiza el papel que desempeñaron en sus respectivas sociedades.

La segunda parte del libro, titulada Bibliotecas del mundo, comprende 51 descripciones de "grandes, importantes e interesantes bibliotecas de todo el mundo". El autor reconoce que la selección de las mismas "es (casi) casual" (p.235). Evidentemente una elección aleatoria del objeto de estudio no es un buen criterio para una indagación histórica, ni siquiera para un texto de divulgación científica.

En esta segunda parte se incluyen, sin orden discernible, las principales bibliotecas nacionales de Europa y Asia; las grandes bibliotecas públicas de Canadá y Norteamérica; las bibliotecas universitarias más reconocidas y unas pocas bibliotecas privadas e independientes. Hay una única mención referente a América del Sur: la Biblioteca Nacional de Brasil. El resto de las bibliotecas latinoamericanas no son tenidas en cuenta. Es de destacar que no existe siquiera una aproximación general a una taxonomía bibliotecaria como era de esperar. La clasificación de las bibliotecas conlleva un grado de complejidad (desde la revisión historiográfica, la elaboración de una periodización específica hasta la construcción de categorías de análisis propias) a la que el texto de Murray no aspira. Cada uno de los bosquejos históricos (por llamarlos de alguna manera) proporciona una breve descripción, similar al disponible en los sitios Web de las respectivas bibliotecas. Muchos -no todos- van acompañados de una fotografía del exterior o del interior de la institución.

En suma, para el lector especializado en Bibliotecología, The Library : An Illustrated History de Stuart A. P. Murray no agrega información sustancial a lo expuesto en otros textos sobre la temática, en particular la reconocida obra del historiador y bibliotecólogo Fred Lerner Historia de las bibliotecas del mundo. Desde la invención de la escritura hasta la era de la computación.

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