Cuatro novelas
Que otros se jacten de las páginas que escribieron, yo estoy orgulloso de las que he leído.
Jorge Luis Borges
Abelardo Castillo -cuentista, autor de textos dramáticos, fundador de reconocidas revistas literarias y artífice de famosos talleres literarios- escribió cuatro novelas: La casa de ceniza(1968), El que tiene sed (1985), Crónica de un iniciado (1991) y El evangelio según Van Hutten (1999).1A los solos efectos de facilitar la comprensión de lo que sigue, brindamos a continuación lo esencial de sus tramas.
En La casa de ceniza un narrador en primera persona relata su reencuentro con el artista plástico Matías Wenzel, hombre extraño y terrible, después de casi veinte años de no haberse visto con él. El pintor, acompañado por su mudo criado Petra, lo espera en una casa harto singular y de algún modo laberíntica. En sucesivas veladas acompañadas por abundante alcohol, Wenzel le cuenta su vida en la Europa previa al ascenso nazi, cómo deja de pintar cuadros originales y se dedica por completo a las falsificaciones que le solicita su amo, un judío húngaro hambriento insaciable de dinero y padre de una niña llamada Isa. Al consolidarse los nazis en el poder, morir el viejo húngaro y quedar a cargo de Isa, Wenzel se casará con ella y la llevará a vivir a la extraña casa. Ahora necesita que nuestro narrador brinde testimonio a su, por momentos, escalofriante historia. El desenlace muestra la destrucción de la casa y la huida del narrador de la catástrofe.
En El que tiene sed, Esteban Espósito -personaje narrador, una suerte de alter ego del autor- nos introduce en el mundo de un alcohólico empedernido. A lo largo de su lectura, Espósito va de los treinta y un años a los treinta y nueve, pasando antes por los treinta y tres, treinta y cinco, y treinta y siete, años durante los cuales sus fracasos amorosos, la desesperación y el alcohol lo llevan al hundimiento extremo. Mención especial merece la espectacular representación del deliriumtremens y su uso del fluir de conciencia y de las asociaciones libres. Espósito llega a ser internado en un manicomio donde comparte ese singular encierro con un poeta viejo y demente. Hacia el final, Esteban Espósito logra salir del manicomio y nos deja con un desenlace ambiguo respecto de si logra encontrar lo que busca y si deja la bebida o no.
Novela de una vida, escrita con interrupciones a lo largo de no menos de treinta años, en Crónica de un iniciado Esteban Espósito llega a la ciudad de Córdoba para participar de un congreso de literatura. Volverá al recordar/narrar esas intensas treinta y seis horas durante las cuales se enamorará de Graciela Oribe, conocerá a Santiago, el poeta jujeño -quien en el curso de ese escaso tiempo cronológico pondrá fin de un tiro a su vida-, algo así como un alternativo otro yo de Espósito que tendrá sexo con Verónica y labrará su pacto con el diablo.
Su última novela, El evangelio según Van Hutten nos sumerge en un mundo de enigmas, con un suspenso, podríamos decir, policial. Un profesor de historia llega a La Cumbrecita, Córdoba, huyendo del estrés capitalino, de una ruptura amorosa o algo así -el narrador no lo especifica. Ya desde el momento en que sube al taxi que lo llevará al hotel, las cosas devienen misteriosas: por empezar, Vladslac, el taxista, húngaro que escucha marchas alemanas; siguiendo por el octogenario médico y filólogo llamado Golo; el arqueólogo uruguayo Van Hutten, al que se suponía muerto años atrás; su mujer, Hannah y la joven Christiane. El descubrimiento llevado a cabo por Van Hutten -y que él ocultará al mundo- develará una nueva versión sobre el Mesías, la verdad sobre su vínculo con Judas y el contenido revolucionario de su enseñanza.2
Aires de familia
Las novelas de Abelardo Castillo guardan vasos comunicantes entre sí y, a su vez, con su obra toda en el sentido de referirnos a algunos cuentos, ciertos dramas, sus ensayos, la escritura de los cuadernos y su voz en entrevistas. Asimismo, el narrador-protagonista de dos de ellas es Esteban Espósito un escritor que, con diferentes edades -menos de treinta, en los cuarenta, etcétera- ha sido fácilmente interpretado por la crítica como un alter ego de Abelardo Castillo mismo. Incluso en El evangelio según Van Hutten, novela en la que el narrador es un profesor de historia, la mencionada asociación con el escritor Castillo se mantiene. Tal identificación se provoca por las alusiones a hechos y situaciones conocidas de su vida como, por ejemplo, su educación salesiana, sus años en la localidad de San Pedro y su alcoholismo.3 Estas operaciones de escritura son indagadas por nosotros en el contexto de constatar un intenso rasgo intertextual que atraviesa toda su obra, en especial, en este trabajo, su novelística: nombres de autores y títulos de textos que muestran un alto grado de erudición, referencias a ciertos acontecimientos propios del discurso historiográfico, a la puesta en escena de debates filosóficos característicos de los años sesenta y setenta, al desarrollo de corrientes diversas sobre problemas teológicos y, como ya hemos dicho, la inclusión de datos característicos del relato/leyenda de la vida de este autor. En tal sentido, los datos biográficos de Abelardo Castillo en ningún momento son usados aquí como criterio de verdad, de lo que habría sucedido en la realidad y reproducirían las novelas; en cambio, estimamos tales biografías o declaraciones en entrevistas simplemente como otras narraciones que participan del juego intertextual antes mencionado.4
Lo anterior conlleva un desafío interpretativo en especial cuando intentamos pensar en cuál sería la enciclopedia del lector -en el sentido que Umberto Eco (1987) le ha dado a esta noción- requerida para leer a Castillo: a las referencias históricas, debemos sumar las propias del mundo de la literatura, de la plástica, religiosas y, en fin, buscando una palabra englobadora, culturales. El espesor es tal, que nos abisma en tanto inabarcable. Al mismo tiempo, se corre el riesgo de convertir la lectura en una búsqueda del tesoro -intertextual- o de constatación -a modo de test- del estado de la cuestión de la biblioteca propia - ¿sé esto?, ¿me doy cuenta de aquello?, ¿cuán culto, en definitiva, soy? -, especie de juego narcisista de decodificación de referencias que nos mantendría cautivos en una remisión permanente de búsqueda enciclopédica. En este trabajo tratamos de evitar el punto extremo de esa fascinación y el riesgo de esterilidad interpretativa que puede traer aparejada. De todas formas, es imposible obviar este trabajo intertextual y de referenciación múltiple, al menos en sus zonas más insistentes.5Para poder apreciar ciertos matices que pueden perderse en el entramado de la prosa y su abigarramiento narrativo, proponemos diferenciar ciertas clases, podríamos decir, mediante una operatoria de lectura que presupone la separación, la interrupción y el corte de lo que la textualidad que discurre presenta imbricado, continuo y unido.6 En tal sentido, tomaremos solamente algunas de las posibles, al modo de quien va sacando las capas de una cebolla, sin ceder a la pulsión -ficticia- de exhaustividad que, por otra parte, consideramos que produciría más espejismos que aperturas interpretativas.
Referencias en la superficie textual
Epígrafes, menciones que surgen en los diálogos entre los personajes así como en los monólogos interiores del narrador: nombres propios de novelistas, poetas, músicos, ensayistas, títulos de películas, etcétera. Seleccionamos, en parte por su brevedad, en parte por su contundencia, los epígrafes de La casa de ceniza: “Señor, concede a cada cual su propia muerte” de Rainer María Rilke (15) y de El evangelio según Van Hutten:
El paisaje desértico que rodea al Mar Muerto es monótono, impotente y terrible. Las colinas no sugieren rostros de dios ni de hombres. Uno de mis compañeros, que conocía bien Palestina, me dijo: “Nada fuera del monoteísmo, pudo salir de aquí”. E. Wilson, Los rollos del Mar Muerto. (21)
Ego vero Evangelio non crederit, nisi me cattholicaeconmoveretautorictas. [Yo no creería en el evangelio si no me moviera la autoridad de la Iglesia]. San Agustín, Contra la Epístola llamada “del Fundamento”. (21)
¿Qué decir de las referencias? Son tantas que desde ya abandonamos toda pretensión de agotarlas en esta breve enumeración ilustrativa: Jack London, Fiódor Dostoievski, Joseph Conrad, Dante, Gérard de Nerval, Goethe, Friedrich Nietzsche, Norman Mailer, AntoninArtaud, Charles Baudelaire, Sade, Jean Genet, Malcolm Lowry, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, AugustStrindberg, Chretien de Troyes, Dick Van Dyck, Gustav Klimt, Vincent Van Gogh, Pablo Picasso, Johann Sebastian Bach, Jean Sibelius, Hace un año en Marienbad (1961) -película de Alan Resnais-, nombres de actores como Montgomery Clift y Marlon Brando, y así siguiendo: un universo inabarcable. Estas referencias nos hablan de un lector incansable y un también incansable consumidor y crítico de, en términos generales, cultura.
Homenajes
Los homenajes atraviesan el texto y no siempre se nombran de manera explícita o no solamente así. En El que tiene sed, por ejemplo, el poeta Jacobo Fijman deviene en Jacobo Fiksler y es entrevistado por Esteban Espósito en el manicomio en el que ambos están internados y, con el mismo nombre, tendrá una breve aparición, a su vez, en Crónica de un iniciado(103).
Mención especial merece Edgar Allan Poe (1809-1849). Su fantasma sobrevuela por completo La casa de ceniza. Un clima gótico reina en toda la novela: el sol agónico “era exactamente el sitio donde uno espera encontrar un monasterio o una abadía” (19). Al comienzo, el narrador nos presenta la estrambótica casa del pintor Wenzel del siguiente modo:
De pronto pude contemplarla, fantástica, en toda su inesperada y sobrecogedora belleza. La perspectiva ilusoriamente parecía suspenderla en el aire. Viéndola, supe que sólo la insensata fantasía de aquel hombre podía haber sido capaz de imaginar una obra tan terrible y al mismo tiempo tan hermosa: allá arriba, contra la comba desolada del crepúsculo, la casa se me antojó una blasfemia. Casi en equilibrio sobre la saliente, parecía esperar un manotón de Dios que la arrojara al vacío. (20)
Y cuarenta y cuatro páginas después, leemos: “No pude evitar imaginarme la posibilidad de que algún día cediera la saliente; no pude evitar pensar and thedeep and danktarn at myfeetclosedsullenly and silentlyoverthefragments of theHouse of Usher. (65). La casa de Wenzel, en suma, reescribirá el derrumbe de la famosa Casa Usher. Antes de ello, otra presencia insoslayable en esta novela nos provoca otro tipo de asociación con Poe -y ni que hablar de El que tiene sed y Crónica de un iniciado: es el alcohol. Los encuentros entre nuestro narrador y Wenzel -que a su turno deviene en narrador también- suceden mientras ambos personajes beben en demasía.
E.T.A. Hoffmann es también homenajeado en La casa de ceniza: “No era la improvisación de un Krespel extravagante lo que había dado forma a aquello sino algo más sutil” (37). La mención al consejero Krespel, personaje del relato de Hoffmann, quien iba inventando la casa que había mandado a hacer, a medida que se la construía, nos conduce al cuento del mismo nombre que también es gótico y mantiene el suspenso acerca de la índole de la relación entre un hombre adulto y la joven Antonieta, al que suma el misterio de su temprano deceso. Este intertexto enriquece la relación entre Wenzel y la jovencísima Isa, así como el relato de su muerte. Finalmente, no dejaremos de mencionar la reescritura del elemento fantástico del Retrato de Dorian Grey (1890) de Oscar Wilde: igualmente horrorizado por la posibilidad de envejecimiento de Isa, Wenzel hará un retrato suyo de una fealdad -decrepitud- espeluznante y la matará para que nunca envejezca.7
Vasos comunicantes y reescrituras
Como dijimos antes, las novelas de Abelardo Castillo guardan vasos comunicantes entre sí y, a su vez, con su obra toda. Por dar algunos ejemplos: el cuento “El cruce del Aqueronte” (1982) es luego integrado como un capítulo de su novela El que tiene sed; es observable la analogía existente entre La casa de ceniza y el cuento “El candelabro de plata” (2006), así como los párrafos “idénticos a los que años más tarde imaginé inventar en Israfel” (Castillo 2019a: 133) y la inquietante hipótesis acerca de la tan repudiada a través de siglos traición de Judas como necesaria para el desarrollo del plan divino que despliega en su primer texto dramático El otro Judas (1961) y reaparece en su última novela El evangelio según Van Hutten
Respecto de las reescrituras, en este punto privilegiamos la del mito de Fausto y la de los debates originados por el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto. Sin duda, el del Fausto es uno de los mitos más importantes de los recreados por Castillo y, sin duda, uno de los más insistentes de la tradición literaria de Occidente. Esta operación se brinda de un modo espléndido en Crónica de un iniciado -aunque la noción de “pacto” entre los atormentados personajes y cierta influencia maléfica insiste a lo largo de todas sus novelas.
Se impone reponer al respecto el análisis que Marshall Berman hace del Fausto de Goethe, obra a la cual considera la primera tragedia del desarrollo (1992: 1-80) en el sentido de observar cómo la emergencia de una nueva división social del trabajo en Occidente conlleva nuevas relaciones entre pensamiento y política, en especial entre los intelectuales alemanes y rusos conscientes de su menor desarrollo en comparación con las sociedades de Inglaterra y Francia de la época, así como durante el XX entre los del llamado Tercer Mundo quienes sufren la escisión entre vanguardias culturales y atraso social de un modo intenso y, en ocasiones, una angustia que ha inspirado creaciones y acciones revolucionarias, tanto en lo específicamente artístico como en lo social en un sentido amplio. Cita Berman del texto de Goethe:
Yo me entrego al torbellino, al placer más doloroso, al odio predilecto, al sedante enojo. Mi pecho, curado ya del afán de saber, no ha de cerrarse en adelante a ningún dolor, y en mi ser íntimo, quiero gozar lo que de toda la Humanidad es patrimonio, aprender con mi espíritu así lo más alto como lo más bajo, en mi pecho hacinar sus bienes y sus males, y dilatar así mi propio yo hacia el suyo y al fin, como ella misma, estrellarme también. (31)
La angustia que se desata en Crónica de un iniciado es un tipo de angustia existencial, experimentada por Esteban Espósito y Santiago, el poeta jujeño, inmersos en un mundo desencantado que pocos consuelos ofrece pero que, paradójicamente, los interpela desde una suerte de estoicismo y ética del compromiso. ¿Dónde cumplirán la condena en caso de tener que hacerlo? Acá mismo, en la Tierra, donde el infierno son los otros y nosotros mismos, condenados a ser libres, a elegir, sin determinismos que nos excusen: de ahí, la angustia, la desesperación y el desamparo.8 En tal sentido, la obra de Jean Paul Sartre se presenta como insoslayable. Rápidamente son convocados ensayos filosóficos como El ser y la nada (1943) y El existencialismo es un humanismo (1946), sus textos dramáticos y sus narraciones de las que destacamos las novelas La náusea (1938) y la trilogía llamada Los caminos de la libertad: La edad de la razón (1945), El aplazamiento (1948) y Con la muerte en el alma (1949).
Al mismo tiempo, uno de los procedimientos frecuentes es el de introducir algunos datos provenientes de los archivos históricos, en el universo imaginario creado. RolandBarthes se explayó sobre ese modo de narrar y lo llamó el efecto de realidad.9 Ejemplo de ello podemos ver en El evangelio según Van Hutten con el hecho histórico acerca del descubrimiento realizado, azar mediante, por un joven pastor beduino, en 1947, en la meseta de Qumrán, junto a los acantilados del Mar Muerto, de un nuevo evangelio, así como con la referencia al filósofo e historiador de las religiones rumano MirceaElíade se insertan en el juego narrativo que entrelaza los dos relatos que constituyen la novela: el del narrador en primera persona, un profesor de historia porteño, y el que cuenta el imaginario Estanislao Van Hutten, excéntrico arqueólogo uruguayo.10
Ahora bien, reconocido lo anterior, cabe señalar rápidamente que la poética desplegada por Castillo en sus cuatro novelas no tiende a discurrir por el llamado realismo literario, sino que se mueve con mucha mayor afinidad en la tendencia deudora del expresionismo. Casi no hace falta aclarar que no nos encasillamos en el histórico expresionismo alemán, movimiento modernista que surgió a principios del siglo XX. Entendemos aquí el expresionismo como un gesto que atraviesa manifestaciones heterogéneas en su estilo y concebidas en tiempos diversos, por escritores diferentes entre sí, cuya característica más notoria es la de no atarse a la reproducción de la realidad sino más bien deformarla en su representación si ello posibilita una mejor expresión de la subjetividad y los sentimientos que, en ocasiones, se manifiestan como fuertes pasiones y, en algunos casos, derivan hacia lo mórbido, las perversiones y lo demoníaco, características, todas ellas, que atraviesan la textualidad de las novelas de Castillo, en diferentes formas y grados en cada una de ellas.
En beneficio de tal rasgo expresionista, encontramos de manera insistente cierto manejo de la ambigüedad, los reiterados pasajes, a veces casi inadvertidos, en la narración entre la primera y la tercera persona, la asumida dificultad del lenguaje para contar lo sucedido y/o describir hechos, objetos y hasta personas, acompañada por los juegos y trampas de la memoria que ni los apuntes tomados en su momento alcanzan a exorcizar.
El narrador de La casa de ceniza nos dice: “No puedo recordar exactamente los pormenores del relato que hizo Wenzel esa primera noche”. (43). Y, más adelante: “Releo entonces lo que llevo escrito y me pregunto si no es absurdo continuar esta crónica, todo se magnifica o se deforma al escribirlo”, confiesa Esteban Espósito en Crónica de un iniciado (49). Porque ese retorno -a la ciudad de Córdoba- no lo es a las fuentes, no es tocar el suelo originario, no es un volver atrás. Es, en cambio, el acto mismo de escribir este texto.11De la misma novela:
Nadie busca a otro cuando recuerda, por más que lo haya amado; sólo intenta recobrar lo que era él cuando existía el otro […] La memoria es hermana de la muerte; hace vivir lo que fuimos a expensas de la verdadera vida, que sucede y se agota ahora. Sin embargo, para ciertos hombres no hay vida más intensa que ese perpetuo regresar. (50)
El lenguaje mismo parece adolecer de dar cuenta de lo que se quiere expresar. Leemos en La casa de ceniza: “Soy incapaz de describir lo que sentí al contemplar por primera vez el interior de la casa” (36) y “La palabra es impotente, pobre hasta la miseria”. (81)
Hay una correlación entre la mencionada expresión de la subjetividad y las nociones de angustia existencial ya señaladas como intertextos.12Al respecto, cabe reponer acá la lectura realizada por Sartre en Crítica de la razón dialéctica (1960), cuando ya ha reconocido la validez del marxismo, pero, asimismo, sigue otorgando validez a El ser y lanada (1943) al postular que su filosofía existencial es al marxismo lo que la filosofía de Kierkegaard (1813-1855) lo fue a la de Hegel (1770-1831). Recordemos, que el pensamiento de Kierkegaard está reconocido como uno de los principales precedentes del existencialismo. Brevemente, el filósofo danés considera la existencia humana suspendida entre su propia finitud y la infinitud que, de algún modo, se le revela; precisamente, de la imposibilidad de resolver esa paradoja brota la angustia. Kierkegaard polemizó con Hegel señalando que su dialéctica racional y objetiva estaba, asimismo, aquejada de abstracción y resultaba, por ende, incapaz de comprender la existencia humana caracterizada por la individualidad. Declararse heredero del filósofo danés le abre las puertas a Sartre para insistir en su postura existencialista ya que, como la dialéctica hegeliana, el marxismo no tendría la misma eficacia para lo singular, lo individual, que sí evidenciaba en su materialismo histórico y dialéctico. En tal contexto, las derivas reflexivas de Esteban Espósito en El que tiene sed y en Crónica de un iniciado no son dogmáticas sino dubitativas, paradójicas y por momentos contradictorias. Esto se aprecia particularmente en los tramos dedicados a la historia y características de nuestro país y, por lo tanto, de los argentinos.13
Cabe señalar que las características expresionistas son especialmente relevantes en El que tienesed y en Crónica de un iniciado. Por su parte, tanto su primera novela -La casa deceniza- como la última -El evangelio según Van Hutten- privilegian el clima de misterio y el suspenso narrativo. Esto es fácilmente comprobable con solo intentar ofrecer una síntesis de sus tramas, cuestión engorrosa en las decididamente expresionistas y, por el contrario, relativamente fácil en las otras dos, ya que en estas últimas la historia -siguiendo la clásica noción de Todorov- se presenta nítida y trabajada como por un orfebre, en especial El evangelio según Van Hutten que tiene una estructura notablemente lograda.
No queremos dejar esta lectura sin destacar la separación y alternancia entre vida y escritura que propone en particular Crónica de un iniciado, en el sentido de que en ello habría consistido la esencia del pacto con el diablo: dejar de lado la vida cotidianamente entendida por la consagración a la escritura. Ya Graciela lo había observado cuando le dice al narrador: “Vos buscás algo que no vas a encontrar nunca. Es como si no vivieras. Mirás, buscás por todas partes y te olvidás de vivir. Te ves vivir.”(121)
Nabokovianas
Los amores entre jovencitas y hombres ya en su adultez, son una constante en las cuatro novelas. En La casa de ceniza es la de Wenzel e Isa, entrelazada con otra insistencia: la del pacto con una persona (o entidad) misteriosa y/o maligna.
En 1930, Wenzel viajó a Europa. Volvió antes de tres meses; como si escapara de un peligro. Ese viaje le cambió la vida. Allí, en París o Praga, conoció a un judío comerciante en cuadros […] un hombre misterioso y casi omnipotente con quien lo uniría desde entonces un vínculo inexplicable y, mucho más tarde, no sé, un pacto, cuyo objeto -o cuya víctima- fue una muchacha que se llamaba Isa y que entonces tendría quizá cinco años: a los catorce se casó con Wenzel. (29)
En esta línea, el enamoramiento de Esteban Espósito con Graciela Oribe es uno de los núcleos narrativos de Crónica de un iniciado: “Te lo expliqué. Me escuchabas, inquisitiva y neutral. No pude saber si mis casi veintiocho años te parecían demasiados o demasiado pocos. ¿Cuántos años tendrías? No más de veinte, al menos no en ese momento y con esa expresión”. (29)
Este tipo de relación se da por partida doble también en El evangelio según Van Hutten: por una parte, la duradera pareja formada por el arqueólogo y Hanna, y en La Cumbrecita, los amores del profesor de historia con Christiane.
Esa misma noche, junto a los acantilados amarillos del Mar Muerto, Van Hutten se acostó por primera vez con la chica y tuvo, por primera vez, la certeza absoluta de que uno sólo encuentra lo que busca, aunque no siempre sepa qué es, realmente, lo que ha estado buscando. (119)
Soy exactamente la clase de tipo capaz de imaginar que, en un lugar como éste, es posible encontrar, sobre el puente de una hoya, una chica que habla con los gansos, y sentir que sólo por eso valía la pena haber venido (66-67)
Christiane y el doctor Golo me acompañaron hasta el atajo arbolado que desembocaba en el parque de mi hotel. En algún momento, con un pequeño grito de pájaro, la chica tropezó en la oscuridad, y yo, instintivamente, la tomé de la mano. Cuando iba a soltarla sentí, ínfima pero inquietante, la presión de sus dedos. Mi mano se quedó quieta y ella no la soltó. Nuestra diferencia de edad era suficiente como para que aquel entrelazamiento nocturno fuera, al menos para ella, una especie de reflejo infantil. (110)
A su vez, la Sirenita, personaje con mayor presencia en El que tiene sed pero también en Crónica de un iniciado es un personaje en alguna medida misterioso y de un carácter que tal vez podríamos llamar redentor:
Entonces apareció la Sirenita. Tenías el pelo recogido, le diría Espósito dos años después, tenías el pelo recogido con una cinta, no parecías mayor de dieciséis años, tenías una frente tan alta y límpida que me hizo pensar en una virgen de Rafael, tenías cara de miedo y me preguntaste si yo era yo. (2019b:103)
Por último, cito en este sentido el cuento “Undine” con un doble propósito: el de ofrecer uno de sus más sutiles relatos “nabokovianos”, tal como hemos dado en llamar, y como una manera amable, con literatura, de cerrar este trabajo:
La sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante. Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro en el agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlas monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina la mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola. Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con respeto, como corresponde hacerlo con los escritores de cierta edad. Me pide consejos, libros, cuenta historias de balandras y prepara licuados de zanahoria y jugo de tomate. La otra está un poco más cerca del animal. Grita cuando hace el amor. Come pequeños pulpos, anémonas de mar y pececitos crudos. No le importa en absoluto la literatura. Las dos, en el fondo, sospechan que en ellas hay algo raro. No sé si debo decirles cómo son las cosas. (1997: 251)