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CELEHIS (Mar del Plata)

On-line version ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.44 Mar del Plata Dec. 2022

 

DOSSIER "ESTUDIOS ANDINOS II"

Entre realidad y sueños: la triste y dulce experiencia de César Vallejo en Vallejo en los infiernos de Eduardo González-Viaña

Between reality and dreams: the sad and sweet experience of César Vallejo in Vallejo enlosinfiernos by Eduardo González-Viaña

Rocío Ferreira1 

1 De Paul University

RESUMEN

Este artículo analiza la manera como se reconstruye la memoria histórica y la biografía ficcionalizada del joven poeta peruano César Vallejo a partir la experiencia que vivió entre 1920 y 1921 injustamente encarcelado en Trujillo en calidad de preso político por hechos que no cometió hasta su forzosa partida a París (1923) en Vallejo en los infiernos de Eduardo González-Viaña. Propone que la novela establece una estructura contrapuntística con tres tipos de historias que se narran fragmentariamente a lo largo de sus capítulos. El mundo de la cárcel configura la primera de estas tres redes y ofrece el marco de las otras historias. La biografía de Vallejo se prolonga a lo largo de la novela; mientras que los datos históricos y culturales de la época se alternan con los capítulos que narran los relatos de campesinos que son explotados en las haciendas y en las minas, así como los pertenecientes a la movida intelectual trujillana.

PALABRAS CLAVE: González Viaña; Vallejo protagonista; novela biográfica;cárcel; política y bohemia

ABSTRACT

This article analyzes the way in which the historical memory and fictionalized biography of the young Peruvian poet César Vallejo is reconstructed based on the experience he lived between 1920 and 1921 unjustly imprisoned in Trujillo as a political prisoner for acts that he did not commit until his forced departure to Paris (1923) in Vallejo’s Season in Hell by Eduardo González-Viaña. It proposes that the novel establishes a contrapuntal structure with three types of stories that are narrated fragmentarily throughout its chapters. The world of the prison configures the first of these three networks and provides the framework for the other stories. Vallejo's biography continues throughout the novel; while the historical and cultural data of the time alternate with the chapters that narrate the stories of peasants who are exploited in the haciendas and in the mines, as well as those belonging to the Trujillo intellectual scene.

KEYWORDS: González Viaña; Vallejo protagonist; biographical novel; prison; politics and bohemia

Murmurando en inquietud, cruzo,

el traje largo de sentir, los lunes

de la verdad.

Nadie me busca ni me reconoce,

y hasta yo he olvidado

de quién seré.

(“XLIX”, Trilce)

Hablar de César Abraham Vallejo Mendoza (1892-1938) no es una tarea fácil. Cuando valoramos el legado cultural de los poetas latinoamericanos del siglo XX, indudablemente uno de los primeros nombres que viene a la mente es el de César Vallejo. La figura de Vallejo responde a una compleja armazón que va más allá de la escritura porque además de ser un poeta reconocido mundialmente, es celebrado como un ícono cultural comprometido con la sociedad. Sólidamente establecido en el canon literario como uno de los poetas más importantes y como una figura clave en el panorama literario contemporáneo, César Vallejo nunca dejó de cuestionar ni de desnudar sus obsesiones; es decir, la palabra, la escritura, el compromiso con la acción social y la historia, la poética y la política. Es por eso que cuando leemos su obra podemos apreciar que en los intersticios de una trabajada dialéctica poética se trasluce su experiencia de vida. Si bien a lo largo de la obra literaria vallejiana, escrita con un lenguaje, estilos y sensibilidad inigualables, es posible rescatar fragmentos de su vida y deducir su espíritu y pensamiento político, al mismo tiempo, hay espacios en blanco de su juventud y de los obscuros pasajes de su experiencia relacionados con los días que pasó injustamente en la cárcel de Trujillo que tanto influyeron en la escritura de Trilce(1922) y de Escalas (1923), entre otras obras.

Eduardo González-Viaña, uno de los narradores contemporáneos peruanos más destacados y reconocidos internacionalmente, autor de un número notable de cuentos y novelas, en el que sobresale El corrido de Dante (2006), novela premiada como la mejor escrita en español en los Estados Unidos, se tomó muy en serio la tarea de recuperar la experiencia de esos años formativos de Vallejo. Un importante y poco conocido periodo de su vida que, entre otras cosas, pertenece a la etapa en la que estuvo vinculado a la Bohemia de Trujillo, grupo literario que más tarde se haría famoso como Grupo Norte y cuyo líder fue su amigo Antenor Orrego. Para lograrlo, además de ser de Chepén, La Libertad, dónde escuchó de sus antepasados y contertulios los relatos de la época y respiró en el aire a Vallejo, González-Viaña lee y entreteje cuidadosamente en la novela varios textos vallejianos de poesía, narrativa y ensayos; hace una exhaustiva investigación de su biografía, del contexto social y político de la época e incorpora información proveniente de documentos inéditos recopilados como cartas, diarios personales, artículos periodísticos y expedientes judiciales. El compromiso de narrar esta etapa de la vida de Vallejo surgió inicialmente del pedido que le hiciera Orrego cuando era un joven poeta de diecisiete años y pertenecía al Grupo Trilce, sucesor del Grupo Norte. González-Viaña cuenta con humor la anécdota cuando Orrego le encarga la tarea: “a pesar de que tienes en el bolsillo un libro de poemas que me quieres mostrar, veo más bien que eres un preguntón y, en consecuencia, que serás un periodista y escritor; además de eso tu escribirás una novela sobre El Grupo Norte y César Vallejo” (2014:143). Estas palabras nunca abandonarían al joven escritor.

Con una necesidad imperiosa de recuperar ese pasado de Vallejo y en un acto de amor y respeto al poeta santiaguino, a sus antecesores, los integrantes de la Bohemia de Trujillo, y a su querida tierra liberteña con todos sus problemas sociales, González-Viaña cumple la promesa cuarenta y ocho años después. En el 2007 publica la novela que titula Vallejo en los infiernos. Es, pues, desde una memoria nostálgica que el autor conjuga todos estos elementos históricos pertenecientes a su añorada Trujillo y alrededores en el difícil ejercicio de reconstruir creativamente, entre realidad y sueños, la triste y dulce biografía de César Vallejo. En este contexto, surge una pregunta: ¿Cómo transmitir la vida de uno de los mayores poetas en la historia del siglo XX cuando su dura experiencia vital se contrapone al inconmensurable universo de la poesía?

En el ya clásico libro Autobiography. EssaysTheoretical and Critical, James Olney analiza en su introducción los acercamientos a la crítica del género autobiográfico y expone tres tipos de enfoques: el bios, el autos y la grafé. Olney propone que la crítica basada en el bios se enfoca en la autobiografía como reconstrucción de una vida tanto en el nivel de la experiencia como en el de interpretación personal de aquellos sucesos y acontecimientos que rodean la vida del sujeto de la autobiografía. Por otro lado, el acercamiento crítico que se adopta en el estudio del autos se manifiesta considerando la relación entre texto y sujeto, es decir: autor y lector. Finalmente, el estudio de la autobiografía desde la perspectiva de la grafé examina el problema de la subjetividad y del lenguaje.

Tomando en consideración la propuesta de Olney, este trabajo plantea que Vallejo en los infiernos es ante todo una novela biográfica, género narrativo que, como bien sabemos, consiste en tratar a los personajes históricos como héroes de ficción. Pero también es una novela política en cuya estructura compiten soslayadamente el tiempo literario, en contrapunto con la obra de Vallejo, con el tiempo biográfico y el histórico. El primero es artificioso, mientras que el segundo es real y modula casi por completo el desarrollo de la historia. El núcleo biográfico elegido por González-Viaña se centra específicamente en la experiencia que vivió Vallejo durante los 112 días (del 6 de noviembre de 1920 al 26 de febrero de 1921) que estuvo ilegalmente encarcelado en Trujillo en calidad de preso político por hechos que no cometió.

La novela está compuesta de treinta y tres capítulos que entretejen la vida de Vallejo con una multiplicidad y cantidad de relatos y anécdotas secundarios cuyos despliegues a lo largo de sus cuatrocientas cincuenta páginas, en su mayoría, provienen de la memoria oral. En ellos se aprecia la indudable maestría de storyteller del autor quien recurre a los sueños premonitorios, la magia, la fantasía, la brujería, los rituales y las creencias populares para construir una novedosa biografía de Vallejo. El autor recupera la memoria colectiva de hechos y personajes (familiares, amores y amigos de la Bohemia) del pasado; cuenta también las historias de seres humanos olvidados, golpeados por la vida, explotados en las haciendas y minas de la zona y denuncia los abusos de poder. Los personajes dolientes de la novela están desprotegidos de toda ley y están atrapados sin salida ya sea en los círculos infernales de la cárcel o bajo la opresión de la conservadora estructura piramidal, colonial y patriarcal de estratificación social y racial que rige en el Perú durante la primera mitad del siglo XX.

La arquitectura narrativa de la vida como un infierno que propone la novela nos da las claves del juego intertextual que González-Viaña crea con La divina comedia de Dante Alighieri. No es gratuito que, desde el título de la novela, el autor nos remita inmediatamente al “Infierno” dantesco puesto que Vallejo, el personaje epónimo, hará un recorrido por la condición humana a partir del momento que ingresa a la cárcel y desciende involuntariamente al lugar más lúgubre, el “Infierno” (el lugar de la desesperación). Y luego, como Dante, tendrá que pasar por el “Purgatorio” (símbolo de la esperanza) antes de poder llegar al “Paraíso” (la salvación). Además, como en La divinacomedia, la novela hace un juego simbólico con el número tres. Por ejemplo, son treinta tres capítulos, hay tres infiernos, tres ejes discursivos, tres personajes femeninos que tienen una relación amorosa con el poeta, tres fuertes encuentros con la injusta realidad social liberteña, al igual que otros guiños como es la función de los “guías” que lo acompañarán en su travesía.

Desde su inicio, González-Viaña establece una estructura contrapuntística con tres tipos de historias que se narran fragmentariamente a lo largo de la novela y que tienen en el Departamento de La Libertad (Trujillo, Santiago de Chuco, Quiruvilca, Huamachuco, los valles de Chicama) su referente común. El mundo de la cárcel configura la primera de estas tres redes y ofrece el marco de las otras historias. La biografía de Vallejo se prolonga a lo largo de la novela; mientras que los datos históricos y culturales de la época se alternan con los capítulos que narran los relatos de campesinos que son explotados en las haciendas y en las minas, así como los pertenecientes a la movida intelectual trujillana. Las tramas secundarias coinciden en parte con el marco general y todas se entrelazan entre sí. Además, con una estructura que ya es una marca en su obra narrativa, González-Viaña articula estos ejes desde la perspectiva del realismo mágico en contrapunto con un narrador omnisciente quien denuncia explícitamente las constantes violaciones a los derechos humanos de los sujetos marginados (campesinos, mujeres, pobres) en manos del patriarcado en poder (mineros, terratenientes, militares, jueces).

La novela se inicia en media res cuando los gendarmes, en plena noche, llevan a Vallejo a los subterráneos de la cárcel y lo sitúan en la celda de ablandamiento o sala de meditación, lugar conocido como el primero de los tres infiernos, -antiguo laberinto del convento colonial de los dominicos en el cual los presos de la inquisición eran internados, -donde permanece por una noche y un día, aunque temporalmente parezca una eternidad por el miedo terrible que siente. Estamos frente a un Vallejo desvalido que no puede enfrentarse solo al mundo y menos a los condenados más despiadados quienes han sido contratados para matarlo. La única manera de escapar del infierno es mediante la imaginación redentora. En esos momentos de desesperación que necesita ser socorrido, la presencia espiritual de la madre, a través de los sueños, es salvadora. Vallejo escucha la palabra “Madre” y este llamado, de manera mágica, le abre una ventana para entrar a su pasado y cambiar de imaginario a lo largo de su paso por la prisión. La madre se le presenta en sueño y le da la clave liberadora: “la única propiedad de los hombres es la memoria. Con el recuerdo, los peregrinos y los que habitan en la distancia, tienden puentes hacia el pasado y también hacia el otro mundo” (14). A partir de este momento inicial de la novela, González-Viaña trazará, a través de la memoria, en un ir y venir por el presente, pasado y futuro, el periplo de Vallejo hacia el “Paraíso”, que no es otra cosa que la libertad anhelada.

La misión del protagonista, como dice el narrador omnisciente, es, entonces, “recordar toda su vida desde su nacimiento en Santiago de Chuco hasta los veintiocho que ya tenía entonces” (16). Estos recuerdos del pasado están plagados de presagios como son los sueños premonitorios de su padre, su hermano Miguel, María, Mirtho, Rita, su maestro de primaria, Abraham Arias, y el suyo propio, que le anuncian a toda voz su predestinado futuro. En ese pasado de los recuerdos, se conoce el futuro (Santiago de Chuco arderá en llamas, se le inculpará del siniestro acto, Vallejo será un gran poeta y viajará lejos del Perú) que es el presente de la narración. Es precisamente en ese presente de la narración que se desarrolla en la cárcel, que Vallejo se encuentra con sus “Virgilios” quienes lo acompañan y guían durante su corta estadía en el primer infierno y luego durante toda su estancia en su nueva celda “larga y luminosa” (“el purgatorio”) a cambio de tener alguien que escuche sus historias personales y experiencias carcelarias (98). Además de los consejeros que lo tutelan desde que ingresa a la prisión, Vallejo también cuenta con la protección del Alcaide Cipriano Barba y con el incondicional apoyo de sus dos grandes benefactores; su inseparable amigo, el intelectual, Antenor Orrego que nunca lo abandona, y su abogado el Dr. Carlos Godoy quien lucha incansablemente por conseguir su libertad contra el dictamen del corrupto y comprado juez Elías Iturri Luna Victoria, abogado de la hacienda Casa grande y de la mina Quiruvilca, que lo quiere eliminar por ser un defensor de los campesinos explotados. Aunque las personas que guían a Vallejo en su peregrinaje hacia el “Paraíso” provengan de distintas experiencias, todas comparten la suerte de poseer algún don mágico con el que lo resguardan. Por ejemplo, Chanduvi, el preso que lo cuida en el infierno, le enseña a ser invisible: “En realidad, la mejor manera de protegerse, señor Vallejo, es no ponerse en el campo visual ni en el campo de los otros” (196). En esta trama secundaria, a través del diálogo que establece con Vallejo, nos enteramos de la vida del ahora carpintero Chanduvi, apodado matoporgusto, quien fue apresado seis años antes por un crimen (robar cuadros coloniales) que no cometió en su antiguo oficio en la catedral de Trujillo. Otro personaje interesante es el chamán conocido como Pato Negro, especialista en saberes secretos que va los domingos a curar a los presos. Este brujo que se dedica a la magia negra se convierte en su conexión con el mundo exterior y la lectura, puesto que es quien le lleva los libros de poesía que le envían sus amigos bohemios. También lo invita a hacerse un tratamiento con agua florida y a beber San Pedro, un cactus alucinógeno, que le permite ver su futuro. Vallejo sueña que viaja en un barco a París, premonición que se hará realidad al final de la novela. Quizás el personaje más cercano al modelo del Virgilio de La divina comedia sea Salomé Navarrete, su compañero de celda, un curandero de Chocope, que posee facultades extraordinarias y puede saber lo que piensan las personas solo con mirarlas. Navarrete es un filósofo y orador que vive reflexionando al observar el movimiento de la vida y es con él con quien Vallejo conversa constantemente durante su estancia en el purgatorio. En estos diálogos que sostienen, nos enteramos del terrible sistema carcelario que encierra a gente inocente por motivos políticos. Muchos de ellos son “campesinos de las haciendas del valle. Hombres honestos, sin pasado alguno. Fueron llegando aquí cada vez que algún patrón se ponía nervioso el gobierno quería mostrar que era inflexible con la agitación social” (189), explica el curandero. Navarrete le enseña a Vallejo el funcionamiento de la cárcel, la situación de los presos, los negocios sucios, las corrupciones y las injusticias que operan en el recinto que desconoce; pero sobre todo pueden filosofar juntos de la vida y de la condición humana. Cuando Vallejo comienza a escribir en su celda nuevos poemas, que más tarde serían reunidos en Trilce, le comenta a su compañero: “Yo quiero devolver la palabra a los hombres” y “producir una revolución en la poesía” (325). Entonces, es Navarrete quien, como su maestro de la primaria que lo estimuló a una temprana edad a que construya e invente nuevas palabras y les ofrezca otros sentidos, le va a dar sabios consejos en el arte de crear que él utiliza en su oficio de curandero: “-¡La palabra, la palabra!... Haga como nosotros los curanderos, amigo Vallejo. ¡Amánsela primero!” (326). Para luego revelarle sus tres técnicas: observar el movimiento de las cosas; observar atentamente a las estrellas en la noche y dormir luego de este entrenamiento que el joven poeta acata.

Con todas las lecciones de vida que Vallejo recibe de sus guardianes, la experiencia carcelaria, entonces, se torna más llevadera puesto que le brinda un espacio para la reflexión y la escritura. Asimismo, la memoria transporta a Vallejo a otros momentos tristes y dulces de su vida donde los recuerdos se entrelazan con los textos vallejianos en la ficción y con la historia social y política de La Libertad de las primeras décadas del siglo XX.

En este itinerario, González-Viaña enfoca gran parte de la adolescencia y juventud de Vallejo en tres episodios de su vida que lo confrontan con la realidad espeluznante que se vive en el Perú: el racismo, la explotación y el abuso de poder. Estas experiencias están imbricadas con la omnipresencia del personaje más perverso de la novela, el alférez limeño, Carlos Dubois, cuyo rol es el de urdir tramas perversas con la expectativa de subir de rango militar y enriquecerse ilícitamente. En la novela, el narrador omnisciente lo describe de manera despectiva: “En el Perú, los que nacen blancos se sienten con derecho a ser ricos e importantes. Cuando no es así, los llaman ‘gringos pobres’. Ese era su caso. Tan pobre y tan falto de influencias se hallaba que lo habían enviado a servir en lo que él llamaba ‘el culo del mundo’” (121). Dubois personifica al blanco criollo racista que ejerce desde el poder que le confiere su uniforme militar todo tipo de injusticias (la explotación, la violencia, el desprecio con las clases más desprotegidas, la violación sexual a las mujeres -recordemos la macabra violación y asesinato de la pastora Margarita Calderón-, el machismo exacerbado y la corrupción) contra la población campesina y contra los defensores de los derechos de estos.

Las tres instancias en las que se encuentran Vallejo y Dubois, contadas por un narrador omnisciente que denuncia los abusos de poder, son claves en la formación creativa, política y toma de conciencia del protagonista, como se confirma en sus textos.

En primer lugar, tenemos el relato de la pérdida de inocencia que el niño Vallejo experimenta en Quiruvilca. En este caso, al oír hablar al gendarme con el fusil en la mano, “César se preguntó si aquella era la condición humana, y si todo el dolor del mundo tenía algún límite” (58). Este hecho ocurre cuando Vallejo viaja con unos arrieros a estudiar a la escuela secundaria en Huamachuco y pasan por Quiruvilca. Es en la iglesia del poblado minero donde Vallejo presencia la masacre de los campesinos en manos de los gendarmes. Dentro de este contexto histórico, González-Viaña denuncia en las distintas formas de explotación, la brutal división que la sociedad peruana dominante y su estado generan y propagan en el Perú. Esta cita contribuye a comprender la representación de las tensiones sociales y políticas en las que participan los personajes:

Hemos tenido que liquidar a un grupo de indios subversivos que no entienden la ley de la conscripción militar. Se les había traído para trabajar en la mina porque aquí está el progreso del país. Pero se han opuesto porque son antiperuanos. O tal vez, anarquistas saboteadores. No entienden que si no hay gente que trabaje en la mina, tenemos que traerla por la fuerza para que la inversión extranjera no se desaliente. El Perú, señores, es un mendigo sentado en un banco de oro. El Perú es un país rico, pero el peruano es perezoso, y a veces hay que traerlo a explotar lo que es suyo (57).

El segundo encuentro entre Vallejo y Dubois sucede cuando Vallejo ya es un joven estudiante universitario y retorna al enclave minero de Quiruvilca a trabajar como escribano con el Juez de Paz Eleodoro Ayllón. Ahí se reencuentra con Santiago, el campanero, un querido personaje de su niñez a quien evoca desde la memoria en versos con cariño “Da las seis el ciego Santiago / Y ya está muy oscuro” (47). Santiago Castilla es un importante personaje paradigmático en la novela puesto que personifica la inocencia de los campesinos ciegos quienes, esperanzados de salir de la pobreza, dejan sus pueblos para trabajar en las minas. Santiago nació ciego y ya adulto recupera la vista en un acto mágico; decide marcharse a trabajar a Quiruvilca donde es acusado de ser anarquista, torturado y asesinado por Dubois. En este pasaje, González-Viaña construye a un Vallejo confrontador -muy distinto al niño colegial que sufre en silencio el maltrato de sus compañeros y superiores en la escuela de Huamachuco y que es recordado en la novela desde la intertextualidad a través de su cuento Paco Yunque (1931) -, ya que se rebela contra la autoridad de Dubois y cuestiona sin tapujos el paradero del desaparecido Santiago. A través de este fragmento, que, junto con el relato anterior, hace un juego intertextual con la novela El tungsteno (1931) de Vallejo, González-Viaña continúa narrando la historia social y política de las oprimidas luchas campesinas frente al inminente peligro de "una revolución campesina y minera anarcosindicalista respaldada por los intelectuales llamados bolcheviques", nombre con el que Vallejo sería identificado posteriormente (313).

El tercer encuentro, acontece en Santiago de Chuco durante las fiestas patronales del Apóstol Santiago cuando Vallejo regresa a visitar a su familia y amigos y se da con la sorpresa que Dubois ha sido destacado allí. Inmediatamente, al saber que Dubois era el nuevo jefe del regimiento de Santiago, Vallejo evoca los hostiles intercambios: “Recordó que era todavía un niño, cuando, de paso hacia Huamachuco, lo vio por primera vez en Quiruvilca, y lo había vuelto a encontrar en el mismo asiento minero cuando era ayudante del juez. En ambas ocasiones, Dubois estaba vinculado a algún crimen” (279). En efecto, el día que Vallejo va al cementerio a visitar a su madre, a su salvadora, se le aparece Rita, una querida amiga de la niñez que no había vuelto a ver desde la juventud, para advertirle de los malévolos planes que Dubois está tramando con la poderosa familia Santa María para desestabilizar el orden e involucrarlo por ser anarquista. El plan que ha ideado Dubois es asesinar al nuevo subprefecto Ladislao Meza, quien ha destituido del poder a Santa María, y así recuperarlo. En este fatídico encuentro, Antonio Ciudad, el querido amigo de Vallejo, muere al proteger al subprefecto de las balas que le disparan. Vallejo nuevamente se proclama contra la injusticia y sale a enfrentar a Dubois en la casa de la poderosa familia Santa María. En este difícil momento, las palabras provenientes del Evangelio de San Lucas inscritas en la tumba de su madre que dicen: “El espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para traer la Buena Nueva a los pobres, para anunciar a los cautivos su libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de la gracia del Señor” lo alientan, le dan fuerza y lo protegen en su misión (292). Es en la azotea de la incendiada casa que Vallejo se enfrenta a Dubois, pero este escapa de manera fantástica envuelto en una bola de fuego.

Dubois, el antagonista de la historia no muere en este momento. Sin embargo, al final de la novela, González-Viaña recurre a la justicia poética para darle una merecida muerte a este diabólico personaje de la ficción y de la realidad. Los comuneros a quienes tanto daño les había hecho por años lo ahorcan en un árbol y lo dejan allí colgado para que las aves rapiñas se coman sus entrañas. Y, en su agonía, Dubois también sueña sus propias obsesiones: “divisó en el aire imágenes del pasado. Se vio en Santiago de Chuco, en Huamachuco, en Lima. Se vio en un desfile con el rostro mirando hacia la derecha. Se vio lustrándose las botas. Se vio vestido con uniforme de gala, pero nunca se vio con galones del ascenso” (419).

Ahora bien, la muerte de Dubois no cambia las premoniciones del destino de Vallejo. Como bien se sabe, pese a que Vallejo y las autoridades son los testigos y denunciantes del crimen cometido por Dubois y Santa María, la Corte de Trujillo manda a un juez ad hoc que se encarga de cambiar la información y de inculpar a Vallejo por los hechos. Es en este episodio que González-Viaña incorpora en la novela los materiales que recopiló en su investigación para comprobar que Vallejo fue, en realidad, encarcelado por razones políticas y que se cometieron todo tipo de irregularidades para lograrlo. González-Viaña explica y aclara los acontecimientos:

Nuestro poeta fue testigo y denunciante de un acto criminal ocurrido en Santiago de Chuco en 1920, cuando, azuzados por los poderosos, los gendarmes, acantonados ahí se levantaron en armas, intentaron eliminar a las autoridades locales y asesinaron a un intelectual amigo del poeta…. Sin embargo, movida por la fuerza, la Corte Superior de Trujillo la convirtió en una investigación criminal contra los denunciantes y las propias víctimas….

Vallejo fue la víctima escogida, el terrorista de la época. Como sabemos Vallejo nunca fue absuelto. Le dieron solo la libertad provisional. Si hubiera regresado de Europa hubiera sido empujado a la cárcel peruana. Un año después de haber obtenido la libertad los Santa María lograron que el juicio se reabriera (2014: 145).

De manera circular, entonces, la novela regresa al inicio y se sitúa en el presente de la narración cuando Vallejo está en la prisión y recuerda momentos escogidos de su vida. Ahora, haciéndole un guiño intertextual al cuento "Muro noroeste" de Escalas (1923): “Muro noroeste, muro antártico, muro este, muro doble ancho, alféizar, muro occidental: Tras de una ventana, César Vallejo observaba una tras de otra las paredes altas y amargas de la cárcel de Trujillo, y se le ocurría pensar que al aire de allá afuera era más suave y luminoso” (322). En contraste con el mezquino mundo político representado que lo lleva a la cárcel, la novela, del mismo modo, incluye momentos poéticos rodeados de tiernos recuerdos.

Precisamente, el otro eje narrativo de la novela se ocupa de construir la vida más íntima y personal de Vallejo. Nos referimos a las sentimentales historias que el protagonista recuerda, entre sueños, de sus tres amadas: Rita, María y Zoila Rosa. Sin embargo, las relaciones amorosas de Vallejo con estas tres mujeres se truncan por las vicisitudes de la vida y no florecen más allá de convertirse en apacibles recuerdos. Los relatos, entonces, se articulan desde una memoria nostálgica que zigzaguea entre la dulzura del enamoramiento y la tristeza de la pérdida. Además, hay que destacar que varias de estas anécdotas amorosas se entrelazan con las vívidas experiencias que el poeta comparte con sus amigos, los escritores y artistas conocidos como la Bohemia de Trujillo (José Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, Belisario Spelucín, Federico Esquerre, Juan Espejo Asturrizaga, Víctor Raúl Haya de la Torre, Macedonio de la Torre, Óscar Imaña, Carlos Valderrama y Francisco Xandoval) y en cuyo centro se encuentra su salvador, el intelectual Antenor Orrego. La evocación sentimental, a su vez, se entreteje con poemas que provienen de Los heraldos negros (1919) y de Trilce (1922), y con relatos recogidos en Escalas (1923). En estos casos, el fino tejido intertextual de estos conocidos textos vallejianos, llevan al lector a otra dimensión de la vida del joven Vallejo: la del poeta enamorado en plena actividad intelectual, política y cultural.

La primera aventura amorosa tiene como espacio escénico Santiago de Chuco cuando Vallejo es un joven universitario de diecinueve años. Al regresar a su tierra, se encuentra casualmente con su vecina, Rita Uceda, una hermosa joven de quince años. Se enamoran a escondidas porque los padres de ella, dueños de la gigantesca hacienda Julcán, no permiten una relación amorosa entre su hija y un muchacho pobre. A través de un narrador omnisciente y de los diálogos de los enamorados, González-Viaña caracteriza la experiencia amorosa, si bien romántica, desde la negación, puesto que está predestinada a fracasar. El mismo poeta vaticina que “su historia habría de ser siempre la de una pérdida total de todo lo que amara” (136) ya “que los actos de su vida siempre lo conducirían hacia un imposible” (144). En efecto, Rita es un amor prohibido para Vallejo, tanto por la edad de la colegiala como por su clase social, un amor que está destinado a perdurar solo en los sueños y en la poesía.

El universo amoroso creado por González-Viaña con los poemas de Vallejo que incorpora en la novela como parte de su biografía cumplen con la función de crear la ilusión que estamos, como lectores, en el interior del personaje y nos seduce con la profundidad de los versos. Por ejemplo, nos habla de la pureza de Rita y la imposibilidad de consumar su amor con la niña escolar ya que viven en un tiempo que no era el suyo a través de “Deshora” de Los heraldos negros: “Pureza en falda neutra de colegio; / y leche azul dentro del trigo tierno…” (134); de la angustia del paso del tiempo en los versos del poema LIX de Trilce: “La esfera terrestre del amor / que rezagóse abajo, da vuelta / y vuelta sin parar un segundo, / y nosotros estamos condenados a sufrir / como un centro su girar.” (136-37); de la cita secreta ocurrida en la hacienda Menocucho en “Los arrieros” de Los heraldos negros. Y, finalmente, entre sueños y realidades, Vallejo, el personaje, rememora con nostalgia a Rita en su famoso poema titulado “Idilio muerto” de Los heraldos negros. La “andina y dulce Rita de junco y capulí” es ahora, en el presente de la narración, “un recuerdo. Es uno de [s]us poemas” (139-40).

La segunda historia se desarrolla en Trujillo, el centro de la vida cultural y de la bohemia, cuando Vallejo ya está concluyendo sus estudios universitarios y es maestro de primaria en el Colegio Nacional de San Juan. Conoce a María Rosa Sandoval en la biblioteca de la Liga de Artesanos donde acude con frecuencia a leer textos filosóficos anarquistas y de inmediato se enamoran. Ella tiene veintiún años, es bibliotecaria y escribe diarios y sueños.Vallejo tiene veinticinco años y es un hombre que está viviendo la plenitud de la vida. Son los años de la Bohemia de Trujillo cuando Vallejo es admirado como poeta y también cuando el anarquismo es la doctrina que los jóvenes aprenden y adoptan para combatir la explotación humana y los abusos de poder. Y “Vallejo [que] había sido testigo de cómo autoridades y propietarios tenían reducidos a una condición infrahumana a los mineros de Quiruvilca y a los peones agrarios” (168), toma muy en serio su compromiso político con la noble causa de liberar al oprimido.

En la historia del amorío entre María y Vallejo, González-Viaña construye un personaje que lucha por sus ideales, ya sea por medio de la escritura o de la acción política, con convicción y esperanza en el futuro, es, pues, “el tiempo de las grandes revoluciones” (175). María es una mujer que le da aliento y con quien puede compartir muchos intereses en común. González-Viaña los caracteriza como almas gemelas. Ambos escriben, comparten la misma visión del mundo, las mismas ideas, lecturas y gusto por la música clásica; aman la poesía y tienen los mismos sueños. Están en el apogeo del inicio de la escritura creativa, frecuentan juntos las veladas de los jóvenes intelectuales; comparten sus trabajos y leen y recitan a Rubén Darío, (“Nocturno” y “Lo fatal” de Cantos de vida y esperanza), el poeta tan admirado por Vallejo y estimado como su padre y maestro de la poesía. Para reconstruir la historia de la relación amorosa, González-Viaña se sirve de las cartas que se escribieron y de los propios diarios, que se creían perdidos y que el autor halló de María Bashkirtseff (apodo que le dieron los bohemios en honor a la escritora rusa). Sin embargo, la comunicación entre Vallejo y María se silencia intempestivamente y se termina el noviazgo. Ella desaparece sin dar mayores explicaciones, tan solo se despide con una carta final que se cita en la novela: “Adiós, César. Cuando recibas esta carta, ya me habré marchado. Te ruego no me busques. Para que los sueños sean sueños, es mejor que no se vuelvan a soñar” (203). Otra vez nos encontramos frente a la historia de un amor imposible. El narrador insiste que “[t]oda su historia era la de una pérdida, total y terrible, de todo lo que amara, sin explicaciones” (204). Años después, el poeta se entera que María había estado tuberculosa y había sido internada en Otuzco, en la sierra de La Libertad, donde murió. En la novela, el dolor de la muerte de sus dos grandes seres queridos, su enamorada María Rosa Sandoval y su madre María Mendoza, queda grabado a través del poema XXIV de Trilce: “Al borde un sepulcro florecido / transcurren dos marías llorando, / llorando a mares” (271).

La tercera relación amorosa de Vallejo se da cuando la “Bohemia de Trujillo” está en pleno auge y la norteña ciudad de Trujillo se ha convertido en un importante centro cultural del Perú. Vallejo y Zoila Rosa Cuadra se conocen en la exposición de las esculturas de Macedonio de la Torre en la que estaban presentes todos los jóvenes del grupo. Las tertulias lideradas por Haya de la Torre, quien “dejaría su marca en todo cuanto ellos hicieran” (151) y Orrego giran en torno a los acontecimientos políticos nacionales y mundiales del momento (la revolución rusa, la revolución social mexicana, la primera guerra mundial). González-Viaña muestra la importancia de la labor intelectual, política y cultural de estos jóvenes progresistas frente a la lucha social mundial. Por ejemplo, Orrego, desde su puesto como jefe de redacción del periódico “La Reforma”, incluye ensayos sobre todos estos acontecimientos mundiales y, a su vez, incorpora una sección de literatura para publicar poesía y ensayos. Por su parte, cuenta el autor, que Garrido organiza lecturas y excursiones en grupo en la que los jóvenes discuten vigorosamente los temas del día.La novela, con la figura de Orrego siempre al frente, muestra a un grupo compenetrado y comprometido con las artes y la política en el que todos se dan ánimo y se apoyan entre sí. Son ellos los que no abandonarán a su amigo Vallejo en la cárcel y lucharán por su libertad.

En este tercer y último relato sobre la vida amorosa de Vallejo, pese a la diferencia de edad, Zoila tiene quince años y Vallejo cuenta con veinticinco, los nuevos amigos entablan una amistad a través de la escritura de los sueños que se leen uno a otro y que se torna en un enamoramiento. En este caso, la relación amorosa es corta y se describe como “la alucinada historia de Mirtho”. González-Viaña caracteriza a Zoila, si bien inteligente y enigmática, como una adolescente caprichosa y apasionada que despierta un gran deseo en Vallejo. Hija de hacendados y criada en Cajabamba, sierra de la vecina Cajamarca, tiene una visión del mundo cercana a la naturaleza. Ama a los caballos salvajes por su libertad y su lugar preferido para soñar es una de las ramas de la higuera del patio de la casa familiar. Es en ese espacio natural, las ramas del árbol, donde los amantes se encuentran para dialogar sobre los sueños y su significado. Nuevamente, entra en el diálogo el sueño premonitorio obsesivo que tiene Vallejo sobre su futuro destino: la cárcel y el barco con el que navegará y lo llevará muy lejos, y cuya recurrencia lo angustia. Por su parte Zoila apunta y enumera sus sueños tratando de encontrar las posibles interpretaciones. Y como las otras, esta relación amorosa también terminará como un sueño placentero y amargo a la vez.

El relato está construido con estrofas de poemas que aluden al deseo carnal de la voz poética por la joven (“El poeta a su amada”, “Setiembre” y “Estrella vespertina”), pero es el cuento “Mirtho” de Escalas (1923) el que se imbrica profundamente con la historia fantástica de los amantes. Vallejo la apoda Mirtho en relación con el árbol de hojas “perennes y perpetuas” y en homenaje al poema de Gerard de Nerval que se cita en el texto (“Yo pienso en ti, divina encantadora, Mirtho”) cuyos versos hablan del deseo sexual (234). Sin embargo, la relación entre esta pareja está basada en la incertidumbre dada la constante vacilación en el comportamiento de Mirtho frente al amor, y, como la protagonista epónima del cuento “Mirtho”, siempre siembra dudas en la relación. Un día está contenta y otro no, y así sucesivamente se repite la dramática escena; mientras Vallejo arde de deseo:

Sí. Su vientre, más atrevido que la frente misma; más palpitante que el corazón, corazón él mismo.... Vientre portado sobre el arco vaginal de toda felicidad, y entre el intercolumnio mismo de las dos piernas, de la vida y de la muerte, de la noche y el día, del ser y no ser (243).

El sufrimiento de la ruptura de la adictiva relación amorosa con Mirtho lo lleva a escribir poemas que serán criticados y elogiados por la prensa nacional. Es el momento en que Vallejo se hace conocido como poeta en el país.

En las tres historias de las relaciones amorosas con Rita, María y Zoila, González-Viaña, a través de la intertextualidad, caracteriza al Vallejo creador, al poeta que está entrando al auge del reconocimiento nacional por su maestría con la palabra. Con cada uno de estos amoríos, surgen nuevos poemas y relatos que González-Viaña hace relucir. Es, pues, el momento cumbre de la joven experiencia poética de Vallejo y cuyo gran dominio recibe toda la admiración de sus amigos de la Bohemia de Trujillo con su mentor Antenor Orrego siempre a la cabeza del grupo.

El tercer y último eje de Vallejo en los infiernos, en el que retomamos la correspondencia entre la novela y La divina comedia de Dante, se enfoca en la travesía final de Vallejo hacia el “Paraíso”, la liberación. Sus incansables guías, Orrego y Godoy, consiguen que se le otorgue la libertad condicional. Después de una ardua labor de investigación de los hechos, el juez dictamina su salida de la prisión de Trujillo. Aquí González-Viaña incluye todos los expedientes del caso y muestra paso por paso como fue el difícil proceso judicial para lograr probar que todos los documentos presentados por los Santa María eran falsos. El último expediente que se incluye en la novela es el de Auto de libertad de Vallejo, fechado el 24 de febrero de 1921. El 26 de febrero de 1921 Vallejo -el poeta y el personaje epónimo- logra salir del "Purgatorio" y llegar al "Paraíso" y volver a ser libre. Dos años más tarde, viaja a bordo del vapor "Oroya" a París, como siempre había previsto en sus sueños que haría. Desde el barco, de una manera mágica y desde una memoria nostálgica, Vallejo recorre sus pasos por los lugares donde había transitado en La Libertad y finalmente “Vallejo decidió hacer adiós a lo que más había querido en el mundo, se asomó al puente de cubierta y se quedó con la mano en el aire" (445). Con estas palabras González-Viaña concluye el mundo novelado de la experiencia de César Vallejo en los infiernos.

Sin embargo, el escritor da un gran salto en el penúltimo capítulo de la novela en el que, a través del personaje Zoila, entre sueños y realidad, recorre vertiginosamente década por década la historia de Trujillo y ciertos hitos nacionales y mundiales. Informa por medio de la prensa de la muerte de Vallejo en Paris del 16 de abril de 1938. Y luego, en un juego metatextual, cuando llega el año 1960, González-Viaña, el autor, aparece en la novela como personaje. Acompañado de algunos integrantes del grupo Trilce al que perteneció, visita a Zoila en Trujillo. De ella escucha el testimonio de su experiencia personal con Vallejo y le hace entrega de la lista que cuidadosamente anotó de los sueños que ambos compusieron juntos con la consigna que González-Viaña escriba la novela esperada. Esa novela es la que el lector lee como parte de un sueño de todos los sueños tristes y dulces que pertenecen a la vida de Vallejo, y, a su vez, a la escritura poética.

En este sentido, Vallejo le escribió una carta a Orrego en la que habla de sus sueños, deseos y miedos frente a la experiencia de escribir su poemario Trilce (1922):

El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva! (440).

En Vallejo en los infiernos, González-Viaña cumple con amor y dedicación la promesa hecha. Hace propicio el espacio literario para reescribir la historia y corregir los falsos datos del tramposo juicio que por décadas manchó el nombre de Vallejo y, de este modo, desagraviarlo públicamente de toda culpa. A través del texto que leemos, una suerte de novela total, el autor abarca con ínfimo cariño las distintas aristas de un momento significativo de la vida poco conocida de César Vallejo. Eduardo González-Viaña redime al poeta y saca de ese “infierno” al que fue confinado injustamente y con magia y poesía lo lleva al “paraíso” eterno.

* Rocío Ferreira es Directora del Departamento de Estudios de la Mujer y Género y profesora de literatura, cultura y cine latinoamericano de la Universidad DePaul en Chicago; es, asimismo, Co-Presidenta de la Sección Perú de Latin American StudiesAssociation (LASA) y Directora del Festival Poesía en abril de Chicago. Se doctoró en literatura latinoamericana y en estudios de las mujeres, género y sexualidad por la Universidad de California, Berkeley. Se especializa en la cultura visual y literaria del siglo XIX y contemporánea escrita por mujeres. Sus áreas de investigación son las narrativas fundacionales y el periodismo del siglo XIX, las literaturas de guerras (XIX-XXI) y temas contemporáneos relacionados con las configuraciones de la memoria en la literatura, la cultura y el cine. Ha publicado numerosos artículos críticos en libros especializados, revistas académicas, ediciones críticas y co-editado libros, además de su monografía De las Veladas literarias a la Cocina ecléctica: mujeres, cultura y nación en el Perú decimonónico. En la actualidad prepara un libro sobre el conflicto armado interno, titulado: Las mujeres disparan: Imágenes y poéticas de la violencia política (1980-2000) en la cultura literaria y visual peruana contemporánea.

Referencias bibliográficas

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González Viaña, Eduardo (2014). “Vallejo en los infiernos, biografía de una novela biográfica”. Tradición [En línea], 14. 142-46. Disponible en: https://revistas.urp.edu.pe/index.php/Tradicion/article/view/352Links ]

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Vallejo, César (1998) [1922]. Trilce. Julio Ortega, ed. Madrid: Ediciones Cátedra. [ Links ]

Recibido: 01 de Septiembre de 2022; Aprobado: 15 de Noviembre de 2022

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