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Estudios del trabajo

Print version ISSN 0327-5744On-line version ISSN 2545-7756

Estud. trab.  no.63 Buenos Aires June 2022

 

Reseñas

Reseña de El camino obrero. Historia del sindicalismo mexicano, 1907-2017, Saúl Escobar Toledo, México: FCE, 2021, 219 pp.

Jaime Ortega1 

1 Politólogo. Departamento de Política y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (México).

El camino obrero. Historia del sindicalismo mexicano, 1907-2017. Escobar Toledo, Saúl. México: FCE, 2021. 219 ppp.

Saúl Escobar Toledo es un excelente conocedor del mundo del trabajo mexicano. Ha insistido, durante varias décadas, en la perspectiva histórica y en la importancia política de la dimensión del trabajo en la vida social y en la constitución del sistema político. La aparición de El camino obrero es una gran noticia, toda vez que desde finales de la década de 1980 los estudios sobre el movimiento obrero, la cultura de los trabajadores y en general, sobre los temas relacionados con el sindicalismo, fueron en picada en el contexto mexicano. La aparición de este texto es signo de una necesidad: la de volver a narrar las complejidades de las y los trabajadores mexicanos en el contexto del desarrollo capitalista, sus formas de subjetivación y los alcances que ha tenido su acción colectiva.

A diferencia de las décadas de 1960 y sobre todo de 1970, el estudio de las y los trabajadores no tiene buena fama en el mundo académico mexicano el día de hoy. Conocida es la serie dirigida por Pablo González Casanova sobre La clase obrera en la historia de México, así como las producciones de núcleos académicos que, desde el Colegio de México, el Centro de Estudios Sociológicos e incluso desde el Centro de Estudios Políticos de la UNAM, hacían sobre el trabajo, los trabajadores y su peso en la política. En aquel momento, sobre todo en la década de 1970, metodologías renovadas, asociadas por ejemplo al “obrerismo” italiano, permitieron una apertura para el estudio del pasado y el presente de un renovado movimiento obrero, sus vínculos políticos, sus formas de organización y sus no pocos triunfos. Todo ello fue desplazado por nuevos temas, así una buena parte de quienes produjeron obras significativas en aquellas décadas viraron hacia el estudio de la democracia y la transición política o bien hacia el estudio de los movimientos sociales con señas de identidad más amplias, que excedían el mundo del trabajo. Algunos de los nombres que, junto a Toledo, insistieron en el estudio de las formas del trabajo y su organización política y sindical, fueron Enrique de la Garza, Max Ortega, Ana Alicia Solís, Armando Rendón, por mencionar a los que mantuvieron un énfasis en las dimensiones sindicales y políticas, aunque hay una literatura minoritaria que siguió insistiendo en distintas variantes.

El decaimiento de esta rama de estudio no fue casual. El neoliberalismo arrasó a los sindicatos y hoy la tasa de sindicalización en México -según las estimaciones- debe ser menor del 10% de la Población Económicamente Activa. Incluso los otrora denominados “sindicatos oficiales” -dependientes del partido gobernante durante buena parte del siglo XX- que tuvieron peso significativo en las negociaciones en materia laboral, han sido prácticamente relegados a una reliquia del pasado. La vida cotidiana de la sociedad mexicana no encuentra en el sindicalismo un referente, lo cual distancia este caso con el peso que tienen en otras sociedades como la argentina o la brasileña. Sin embargo, existe un núcleo importante, vinculado sobre todo al Estado, que mantiene vitalidad, capacidad de negociación y presencia pública. Es el caso del sindicato magisterial -uno de los más grandes del país- y otro tanto del universitario. Hoy, además, existe una tenue reivindicación sindical de quienes hacen parte del nuevo mundo del trabajo asociado a las app´s.

Es por todo ello que resulta muy significativa la aparición de El camino obrero, en la época de importantes transformaciones en el entramado legal y político en torno a los sindicatos impulsados por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), que permitirían, finalmente, consolidar la vieja demanda de la democracia sindical. Además de ello se ha avanzado en una reforma que da mayor certeza laboral a trabajos precarios -el outsorcing- y ha transitado hacia una política salarial por encima del dogma neoliberal que los colocaba por debajo de la inflación. En tanto que, el Fondo de Cultura Económica, editorial que presenta El camino obrero, se encuentra dirigida en este periodo por alguien conoce bien la historia del mundo sindical de las primeras décadas del siglo XX y vivió, además, experiencias de organización en la de 1970 que quedaron en la literatura obrera de la época: Paco Ignacio Taibo II. Nos encontramos en un contexto muy específico, marcado por una tendencia que si bien no coloca en el centro a los sindicatos, no los considera correas de trasmisión, ni tampoco los relega a la periferia de las negociaciones. La actual Secretaria el Trabajo, Luisa María Alcalde, está vinculada familiarmente a abogados laborales de toda la vida. Este contexto, abierto a partir del gobierno de AMLO ha permitido una reactivación de discusiones al interior de los sindicatos, así como de cuestionamiento a los poderes entronizados bajo el signo de la corrupción, como en el emblemático ejemplo del sindicato de los trabajadores de PEMEX, la paraestatal petrolera.

Dadas estas coordenadas, podemos avanzar sobre El camino obrero. Su principal ventaja es ser un estudio panorámico, que podría ser también su principal punto ciego: se trata de un estudio que avanza a grandes trazos, sin especificar los pequeños momentos. Observa las grandes tendencias, aunque anula con ello particularidades que hacen densa la vida sindical en su dimensión política. Se trata de un libro con una pretensión, que, podemos señalar, coloca de nuevo la temática en una trayectoria de amplia duración. Desde inicios del siglo XX -1907-, pasando por la participación marginal de la clase obrera en la guerra civil, la consolidación de los grupos sindicales al amparo de un poder frágil en la década de 1920, la emergencia de las grandes centrales y del corporativismo como lógica estatal en la década de 1930, la consolidación autoritaria de las décadas de 1940 y 1950, los intentos de ruptura en 56-59 y finalmente, la gran movilización de la década de 1970, momento previo al declive en la sub siguientes décadas. Esta periodización es dependiente de la vida política de la nación en su época moderna. No es casual, pues el movimiento sindical difícilmente puede entenderse, en sus grandes tendencias, sin la presencia organizadora de ese “árbitro” que pretendió ser el Estado. La posibilidad de una articulación entre Estado y clases trabajadoras fue una realidad, que tomó diversas vías, ya fuera la de la combatividad que inclinaba la balanza a favor de los trabajadores -como en la década de 1930- ya como instrumento del presidencialismo autoritario -sobre todo en las décadas de 1940 y 1950- marcando el ritmo y la intensidad de la vida sindical.

Es esta particular relación, estrecha y de complementareidad, la que explica que en el México del siglo XX no existieran grandes centrales sindicales asociadas al socialismo y al comunismo, ni tampoco focos de insurrección a partir de huelgas generales. La constante es más la del acomodo, la negociación, la inclusión en las tramas del poder. Una relación que no fue sólo dispuesta para las clases trabajadores, pues incluyo también al movimiento campesino y en un breve momento, a ciertos sectores medios. Es por ello mismo que los signos de rebelión en las clases trabajadoras sacudían al régimen político, así sus demandas se enmarcaran exclusivamente en formas aparentemente procedimentales de la vida interna de las organizaciones sindicales.

No cabe duda que, como trabajo histórico es de una gran valía y puede fungir como acompañante de clases de historia de México desde el punto de vista de uno de los grupos subalternos. Toledo ubica los principales eslabones, los nudos fundamentales de una historia que se trama en un escenario la mayor de las ocasiones cambiante y de actores que van consolidando su personalidad, pasando de la inexperiencia a la madurez. De un lado el Estado, que después de su destrucción en la guerra civil, inicia un proceso de reconstrucción, consolidación y despliegue de una vena autoritaria, aunque con ciertos bríos reformistas respecto al mundo del trabajo -en las décadas de 1930 y 1970, por ejemplo-; del otro, los trabajadores en sí mismos (o al menos sectores de gran peso de ellos), que se van formando al calor de los procesos de integración al mercado mundial y de industrialización, al final, la fisonomía del trabajo no sería posible sin la de capital, pues uno y otro no son exteriores sino parte de un proceso totalizante. El libro muestra la heterogeneidad de los sujetos dentro del entorno laboral; del otro, las burocracias y los grupos de intermediarios, algunas veces al amparo del poder, subordinados totalmente, en otras ocasiones autónomos y con bríos de ganar mayor capacidad de decisión al margen del Estado. Es esta tensión en la que habitan los intelectuales que animan concepciones del mundo desde el mundo del trabajo en su dimensión nacional, así como experiencias culturales significativas, pues aventuran hipótesis interpretativas de la coyuntura a través de publicaciones, revistas y discursos.

La periodización que elige el autor es, ciertamente, compleja. Antepone las grandes transformaciones en el propio mundo sindical y del trabajo, sin negarse a engarzarle con los hitos de la historia del Estado, pero no subordina la primera historia a la segunda. En ese sentido rompe cualquier esquema -tan común en México- de tratar la historia de manera sexenal o de acuerdo a periodos presidenciales. Opta, en cambio, por una periodización autónoma de las clases trabajadoras y sus organismos más significativos. En esta temática es donde el estudio tiene más puntos a su favor, pues permite construir un mirador no obnubilado por la figura del “Tlatoani” presidencial, ni tampoco del artificio estatal en su complejidad burocrática, sino a partir de la acción de las clases trabajadoras. Y esa acción es múltiple, puede ser en vías de ruptura, pero también por los caminos de la integración y la subordinación.

La periodización convoca al entendimiento de un momento de formación de los gremios, un despliegue de sus capacidades organizativas, la búsqueda por una fisonomía propia dentro de un mundo en crisis, la respuesta del Estado en clave de integración -destaca la creación de la noción de Seguridad Social- y después de represión -cuya fecha emblemática es el denominado “charrazo” de 1948-, para después pasar a la búsqueda de la independencia, tanto en el periodo 1958-1959 como en la década de 1970. Esta trama, como dijimos arriba, se cruza con el Estado y la burocracia, pero también, claramente, con los vaivenes de la economía mundial y las transformaciones del modo de producción a escala global. Los diversos anudamientos que hacen parte de la trama de esta historia están expuesto en sus principales componentes. La acción del Estado que asume la posición desarrollista y modernizadora, la del capital que desarrolla profundos vínculos con la clase política; frente a este escenario, una clase trabajadora que se diversifica, asumiendo diversas fisonomías, ganando peso de acuerdo a su lugar en la producción o al cultivo de su cultura política.

Es importante señalar que el autor contempla una crítica de la noción de “pacto” que cruzó buena parte de la comprensión del fenómeno sindical mexicano. Según esta perspectiva, la clase trabajadora habría entregado su independencia a cambio de seguridad. La crítica de Escobar es que esta noción apuntala un intercambio equivalente: derechos sociales a cambio de lealtad política. Su perspectiva es distinta y podría ser expresada como la de una tensión y conflictividad permanente, cuyo trasfondo es la sociedad capitalista en su dinámica global, sus transformaciones y sus contradicciones. Así, es el avance y retroceso de los grupos organizados, las capacidades de contención, represión y cooptación por parte del Estado, así como los modelos de acumulación a escala global, lo que permite comprender la historia diversa de las clases trabajadores y sus organizaciones. Desmovilizando la idea de “pacto”, es posible mirar en los momentos de ruptura y de continuidad sin recargar sobre la clase en su conjunto una decisión soberana.

Es de destacar el esfuerzo de mirada amplia del autor hacia tiempos más recientes y contribuir a pensar tanto los vínculos como las características novedosas. Este trayecto muestra no solo la decadencia de las organizaciones laborales otrora capaces de negociar de tú a tú con el Estado -o al menos aparentar hacerlo-, sino además el declive de su membresía y la crisis que generó el cambio de forma de acumulación capitalista. Ello, en consonancia con el advenimiento neoliberal, que impuso, a escala global, una función periférica a las organizaciones de trabajadores. Es sugerente, también, la historia breve de la noción de “salario mínimo”, particularmente porque en los últimos tiempos se convirtió en un tema de debate público.

Seguramente los años por venir reformularán las organizaciones de las y los trabajadores. Las volverán más plurales y abarcarán otras dinámicas que ya se hacen presentes en el mundo del trabajo neoliberal. Ahora, en el México de la “Cuarta transformación” que se encuentra bajo un gobierno con tendencias sociales, trabajadores y sindicatos no parecen ir en el mismo camino por el que tuvieron que conducirse en las décadas atrás. En el panorama actual muestra un sindicalismo activo en sectores con alta capacidad de negociación, como es el caso de los pertenecientes a la educación pública. Sin embargo, la política del gobierno ha virado en su política hacia los sindicatos y sus acciones permiten imaginar una reactivación, quizá en pequeña escala, de las acciones democráticas de los trabajadores. Igualmente, la lógica universal del capital ha dejado un contingente del “precariado” entre la juventud, que ya comienza a organizarse y plantear su genealogía con la historia que Escobar cuenta. Esa es quizá la posibilidad más sugerente del libro: el transformarse en un instrumento pedagógico para los nuevos activistas en el abigarrado mundo del trabajo.

El panorama entregado por Escobar y al que hemos hecho referencia muestra varias escalas. Por un lado la temporal, en la que se propone una periodización por fuera de la estructrua narrativa de los periodos de gobierno. Otra más tiene que ver con forma en que se organiza la historia misma de la nación desde el punto de vista de las clases subalternas. Una tercera escala tiene que ver con los momentos de negociación, movilización y conflicto. El panorama de El camino obrero es ilustrador de las principales contradicciones que ha vivido la clase trabajadora.

El libro abre la puerta para múltiples investigaciones aun pendientes. Esto implicará una revitalización de esta historia en los estudios académicos. El ansuelo lanzado con este libro permite imaginar las historias por industria o empresa, por región o con impacto nacional, en vínculo con el Estado, pero también con las oposiciones, la preocupación por cultivar una cultura política e incluso una cultura teórica. Es la historia de los sindicatos, pero no se contiene en ella, es también la historia de los trabajadores, como corazón misma de la nación mexicana.

* Email de contacto: jortega@correo.xoc.uam.mx

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