Introducción
¿Qué significados contenía el apelativo juventud en las primeras décadas del siglo XX? En esos años la circulación de este término se asoció a una variedad de agentes y conductas que difieren de aquellas vinculadas a las culturas juveniles que emergieron a partir de los años 50 y 60. Entre estos registros, quizá el más conocido remite a la Reforma Universitaria y al protagonismo político y cultural que adquirieron las juventudes identificadas con ese movimiento. Pero, en paralelo, la juventud también figuró en la publicidad y en el periodismo de los años veinte para referir a la belleza y la salud, mientras que la figura de la chica moderna daba cuenta de un nuevo tipo de mujer joven que expresaba renovadas tendencias en el mundo del trabajo y los consumos culturales.2 Al mismo tiempo, la juventud dio nombre a un heterogéneo universo asociativo, dentro del cual centros, comités y bibliotecas de diverso signo político, social, religioso y étnico acudieron a esa denominación para congregar a su membrecía. Sin pretender llevar a cabo una respuesta abarcadora, el problema de comprender las representaciones sobre las juventudes y de dilucidar su papel cultural, político e intelectual en las primeras décadas del siglo XX,3 se aborda en este trabajo a través de un asociacionismo en particular que, si bien resulta delimitado en su alcance demográfico, presenta aspectos relevantes en relación con variables centrales para su estudio. En tal sentido, el artículo analiza y reconstruye la organización de las juventudes israelitas de Argentina en las primeras décadas del siglo XX, la cual se vincula con las modulaciones del proceso inmigratorio y con el desarrollo de una ampliación limitada de la matrícula y de las instituciones educativas del nivel secundario y superior, que pasaban a incluir entonces a estudiantes de procedencia inmigratoria ultramarina, de extracción social más diversa, y a las mujeres.4
A partir de la condición estudiantil que, como se verá, caracterizó a gran parte del reclutamiento de estas entidades, el caso del asociacionismo juvenil israelita permite analizar la integración y los conflictos que se operaban mediante esa ampliación de las instituciones educativas y de la conformación de espacios de sociabilidad “estudiantiles” como los centros, ateneos y círculos bajo esa denominación. Paralelamente, la confluencia entre inmigración y asociacionismo, o bien las dinámicas y el influjo de este último en la integración y organización comunitaria de quienes arribaban al país, ha sido reconocida en diferentes estudios, que señalan las funciones mutualistas, culturales y sociales de estas entidades,5 e inclusive su papel como paliativo frente a la soledad y la añoranza que implicaba el proceso inmigratorio, distinguiendo no obstante la diversa significación de ese activismo para las dirigencias étnicas en la consolidación de su prestigio social (Bjerg, 2020). A partir de allí, cabe destacar la singularidad del asociacionismo juvenil israelita, en tanto que no solo no respondía a las iniciativas de liderazgo social de una dirigencia comunitaria ya establecida, sino que era llevado a cabo por personas que no contaban por lo general con trayectoria dentro de esos círculos y, asimismo, porque al ser convocado por jóvenes que habían nacido en el país o ingresado con sus familias a una corta edad, devenían, a partir de esa condición, en agentes centrales en quienes debía operarse ese proceso de integración.
En esa coyuntura, según se analizará en el artículo, las juventudes israelitas cumplieron un papel relevante como protagonistas y objeto de disputas en la elaboración de debates y problemas (la asimilación, el liderazgo comunitario, la difusión de la “cultura hebrea”, entre otros) en los que se dirimían las diferencias dentro de la ya de por sí poco homogénea “colectividad israelita”.6 Pero a la vez estas asociaciones desarrollaron un activismo político-cultural, en gran parte autónomo, en el que se realizaba una apropiación juvenil de esos problemas, en relación con otra serie de prácticas, consumos y discursos que las vinculaban con otras juventudes y agrupaciones estudiantiles del periodo. En tal sentido, el trabajo se propone contribuir en el estudio de la historia de las juventudes y de las representaciones que permearon la construcción de la juventud, como categoría histórica (Mintz, 2008) en el periodo estudiado y, a la vez, indagar en el problema que se ha planteado para las juventudes judías en particular, sobre cómo sus estilos culturales, publicaciones y organizaciones reflejaban a la vez sus relaciones con el mundo judío y con el de la gente joven (Prell, 2009: VIII).
Para el análisis de estos temas se tomaron como objeto una serie de asociaciones culturales y recreativas juveniles israelitas de radicación urbana y, principalmente, de origen askenazí, que surgieron en la ciudad de Buenos Aires en las décadas de 1910 y 1920. Junto al protagonismo juvenil en torno a la Reforma y a los nuevos consumos y tendencias culturales y sociales, el periodo seleccionado coincide con otros procesos, como el desarrollo de la primera experiencia democrática, tras la sanción del sufragio universal-masculino, secreto y obligatorio en 1912, y la formulación de distintos debates dentro de la comunidad judía en los años veinte (Dujovne, 2014a), que también implicaron una interpelación hacia las juventudes como actores políticos y culturales en ese entonces. Si bien contamos con trabajos que han abordado este asociacionismo dentro de otras temáticas relativas al campo de estudios judíos en Argentina, y que se toman como antecedentes en esta investigación,7 no ocurre lo mismo desde el estudio de la historia de las juventudes que se propone en este artículo. Para lo cual se buscará también comparar y ubicar estas entidades en relación con un entramado asociativo juvenil (israelita y no israelita) más amplio que se reconstruye dentro y fuera de la ciudad de Buenos Aires.
Organización de las juventudes israelitas en Argentina
Para el periodo de finales del siglo XIX y los inicios del XX, la emergencia de clubes, asociaciones y de movimientos juveniles judíos llegó a constituir una tendencia común en algunos países europeos y norteamericanos. Distintas investigaciones permiten apreciar una serie de rasgos singulares en ese proceso, aunque también su relación con dinámicas asociativas, legales e intelectuales más amplias, vinculadas a la conceptualización de la “adolescencia” y al protagonismo de los movimientos juveniles en ese periodo.8
La popularidad de los deportes en los programas de actividades de algunas de estas asociaciones, se destaca así como un rasgo relevante entre las juventudes judías europeas. Para el ámbito inglés, por ejemplo, los ejercicios físicos fueron el componente principal de las brigadas y clubes juveniles judíos (Jewish Lads’ Brigades, Jewish Lads’ Clubs . Jewish Girls’ Clubs) que proliferaron desde finales del siglo XIX en respuesta a la llegada de inmigrantes de Europa del este. Pese a las múltiples correspondencias con sus pares gentiles (principalmente con los Boys Scout y otros clubes recreativos) en cuanto a las actividades desplegadas y a las concepciones higiénicas, genéricas y de control sexual y del ocio juvenil que canalizaban, los estudios sobre el tema señalan las especificidades de estas asociaciones en su papel de formar “buenos judíos y buenos ingleses”, aunque también la existencia de críticas por el socavamiento cultural y religioso que se acusaba en la difusión del deporte entre las juventudes anglo-judías.9 Otros parecidos y contrastes se observan entre las juventudes judías alemanas, en torno a las cuales las investigaciones de Sharfman sobre la agrupación Blau-Weiss (Azul- Blanco) dan cuanta que, más allá de las similitudes iniciales con las actividades y valores del movimiento juvenil alemán Wandervogel (caminatas, campamentos, críticas al materialismo de la burguesía, etc.) la agrupación se distinguió, entre otros aspectos, por una elaboración propia del sionismo, que resultó ser independiente de las directrices y del liderazgo de ese partido en Alemania (Sharfman, 2003).10 Paralelamente, tanto el ejercicio físico como el activismo político han sido señalados en relación con las juventudes judías austríacas que, al igual que sus pares alemanas, buscaron organizarse colectivamente a través de un multitudinario evento, los “Días de la juventud” celebrados en Berlín y en Viena en 1918.aunque dichos encuentros, pese a sus objetivos de unificación y a cierto marco común dentro del sionismo,11 resultaron ser más representativos de la heterogeneidad ideológica que primó dentro del movimiento juvenil austríaco y alemán luego de la Gran Guerra (Rechter, 1996).
De este modo, los casos reseñados permiten advertir el papel que ocuparon las juventudes judías como actores centrales en la movilización y elaboración de debates intelectuales, políticos e identitarios, en el marco específico que, según ha analizado Karady, significó el masivo proceso inmigratorio judío previo a la Primera Guerra Mundial, la configuración de nuevas respuestas frente a la ola de violencia antijudía desatada a partir de 1880 y la crisis del proyecto de asimilación a las sociedades gentiles que ello supuso.12 La relevancia de las juventudes judías ha sido advertida también para los Estados Unidos (principal país receptor de ese flujo inmigratorio). Así, a partir de distintos estudios sobre este tema Prell ha rescatado que las particularidades de sus prácticas culturales permiten hacer más compleja la comprensión de las juventudes en ese periodo, más allá de la relación con los consumos culturales, el ocio y la americanización que ha predominado en los estudios sobre el tema (Prell, 2009).
La organización de las juventudes israelitas en Argentina, si bien con rasgos no equiparables a los propios de los distintos contextos nacionales, no resulta del todo ajena a estas tendencias. Especialmente en lo que respecta al papel central que ocupó el proceso inmigratorio en la organización de estas juventudes; a la complejidad y heterogeneidad que alcanzó ese movimiento y, como profundizaremos en el apartado siguiente, a la relevancia social, política y cultural de estas agrupaciones dentro y fuera de la comunidad judía local.
La migración masiva ocasionada, entre otros factores, por la violencia antijudía en el Imperio Ruso también ha sido referida para explicar el arribo de población judía de ese origen en Argentina en las décadas de transición entre los siglos XIX y XX, el cual incluyó en menor medida a migrantes sefaradíes de África del norte y del Imperio Turco y, a inicios de los años veinte, otra inmigración judía procedente de Polonia.13 Por medio de la representación testimonial o de memorias póstumas, las imágenes, “imposibles de olvidar” (Schellemberg, 1982: 16), de los pogroms rusos, y de sus muchedumbres “blandiendo puños cerrados con aire amenazador y terrible”,14 formaron parte de las experiencias familiares y personales de dos jóvenes integrantes del universo asociativo que reconstruimos y, junto a la publicación de noticias sobre las violencias que se sucedían especialmente en Rusia,15 figuraron como una referencia clave en los debates culturales e identitarios que atravesaron la constitución de dicho universo. Junto con ello, el atractivo que ofrecía la colonización rural, auspiciada por la Jewish Colonization Association (JCA), se ubica también, junto a otros factores, como un aspecto central en dicho proceso inmigratorio; en la conformación de agrupaciones juveniles en la ciudad de Buenos Aires (como principal centro receptor de la migración juvenil proveniente del campo) y, si bien no se aborda en este estudio, en el surgimiento de un asociacionismo destinado a las juventudes de las colonias.16
Paralelamente, la complejidad organizativa que alcanzaron las juventudes israelitas puede reconstruirse en gran parte a través del caso del Centro Juventud Israelita Argentina (CJIA). Su fundación, en enero de 1909, estuvo inmediatamente precedida por la acción de una comisión de jóvenes en ayuda del Comité Central Israelita en contra de la “trata de blancas” y en “protesta a ese flagelo que constituía un baldón para el elemento sano y trabajador de la colectividad”.17 La consolidación de la asociación se llevó a cabo en los años siguientes, con el desarrollo de un programa de actividades sociales y culturales y la creación de la revista Juventud, ideada, entre otras funciones, como órgano de “desagravio” en “momentos en que, debido a un ‘chauvinismo’ furioso del que se hallaba atacada determinada clase del pueblo argentino, habíase iniciado una campaña solapada de difamación contra los israelitas del país”.18 La asociación emergía así en el contexto signado por la elaboración de un ideario nacionalista, en la obra de autores como Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, y de los sucesos de xenofobia que rodearon los festejos del Centenario (Lvovich, 2003: 119-132).19 A través de sus actividades, la función de “desagravio” o de defensa del prestigio de la colectividad, no era emprendida, como en el caso inglés por miembros adultos de una comunidad judía ya establecida que interpelaban a un público joven para ese fin,20 sino por una agrupación de jóvenes que llegó a competir por el liderazgo de la “colectividad hebrea” local, o al menos a reclamar el “derecho ‘a plantear y resolver’ sus problemas”.21
De todos modos, esa misión directriz buscó convocar particularmente a la juventud israelita, a través de una identidad juvenilista referenciada en las obras de José Enrique Rodó y de José Ingenieros, que circulaban asimismo entre las juventudes universitarias sudamericanas en torno al Centenario y que denotaba la condición estudiantil entre el reclutamiento del CJIA. Sin embargo, tanto los alcances de esa convocatoria juvenil, expresamente israelita y no extensiva al resto de las juventudes, como otras diferencias ideológicas dentro de la asociación, terminarían por cristalizar en una escisión por la cual un grupo a favor de la eliminación del apelativo israelita y de la asimilación optó por separarse a inicios de 1913.22 A partir de ello, según ha reconstruido Bustelo, esta agrupación, si bien minoritaria, lograría desarrollar separadamente una serie de proyectos editoriales, políticos y culturales, en los que conciliaron al arielismo y a la militancia en el Partido Socialista, en años previos al movimiento de la Reforma Universitaria (2021: 68-69). Por el contrario, la postura adoptada por la mayoría del CJIA fue la de defender y reforzar el carácter israelita de la asociación, a través del fomento de actividades de “cultura hebrea”,23 aunque sin renunciar a su impronta laica y cientificista. En afinidad con el perfil liberal e integracionista que ha analizado Dujovne (2014b: 122) para la constelación intelectual que dio lugar a la Sociedad Hebraica en los años veinte (entidad vinculada en sus elencos con el CJIA y con la que luego éste se fusionó en 1926) esa orientación le valió la oposición tanto del grupo que se escindía como de algunos sectores de la colectividad.24 Pese a ello, el centro continuó con sus intentos de consolidar su liderazgo comunitario y juvenil por medio de su participación en la fundación de la Federación Israelita Argentina y de su fusión con otra entidad “de jóvenes” (la Asociación Israelita Argentina), que dio lugar a la Asociación Juventud Israelita Argentina (AJIA).25 Finalmente, el derrotero del CJIA/AJIA en tanto agrupación juvenil culminó en los años veinte, cuando gracias a la referida fusión en 1926 que dio inicio a la Sociedad Hebraica Argentina (SHA) abandonó el apelativo y la convocatoria específica hacia a ese público, aunque no su función social y cultural que la posicionaron a partir de entonces como “una de las principales instituciones de la vida judía argentina” (Dujovne, 2014b: 137). Al poco tiempo, otro centro juvenil, el Ateneo Estudiantil Israelita (AEI), se sumó a esa iniciativa.26
De este modo, la trayectoria de esta agrupación, a través de las escisiones y fusiones de las que fue parte, resulta en sí misma representativa de la complejidad y de las disputas que se operaban en la organización de las juventudes israelitas a inicios del siglo XX. En esta organización, el diagnóstico del CJIA (que señalaba en general el indiferentismo juvenil y, en lo asociativo, la fragmentación en pequeños grupos de escasa actividad) puede ser leído, más allá del signo de la acusada apatía, como un indicador de la heterogeneidad social, ideológica y de intereses que primaban dentro de las juventudes, en correspondencia con la ya señalada plural constitución de la denominada “colectividad” judía. Por un lado, en cuanto a la diversidad ideológica, además de la atracción que generaba el internacionalismo asimilador vinculado al socialismo, en los años veinte, junto con la posible militancia juvenil en partidos nacionales, como el radicalismo, se señalan distintos espacios de militancia dentro de la izquierda judeo-argentina vinculados al bundismo, al linkepoalesionismo y al comunismo (Visacovsky, 2015: 42-45).27 Entre estos, se advierte el atractivo que ejerció este último entre las juventudes judías, tal como se observa en los distintos casos de militancia que analiza Kersffeld en la Federación Juvenil Comunista (2012: 166-178). En paralelo a las izquierdas, otra opción que disputaba las adhesiones juveniles se identificaba con el sionismo. En ese sentido, la escisión del CJIA estuvo precedida por otros desacuerdos al interior de la entidad suscitados por una conferencia a cargo del líder sionista Jacobo Joselevich y por la negativa del CJIA de alinearse oficialmente con los postulados de este movimiento.28 Con lo cual, en los años veinte, registramos algunas agrupaciones juveniles culturales sionistas, entre las cuales se destaca a la Juventud Cultural Sionista (JCS) en Buenos Aires, junto con otros centros en distintas ciudades del país, que adoptaron esa denominación o se constituyeron en adhesión al Fondo Nacional Israelita (FNI).29 A través de esa identificación o de iniciativas de liderazgo organizativo (por medio de la adhesión a entidades juveniles sionistas de carácter internacional)30 la JCS se diferenció del perfil liberal e integrador que señalamos en torno a las agrupaciones vinculadas a la AJIA, aunque algunos de los intereses podían resultar coincidentes. De este modo, a partir de las diferencias políticas e ideológicas dentro del asociacionismo juvenil resulta posible explicar la repercusión limitada de los intentos federativos o de las convocatorias como la del FNI provenientes del sionismo o bien de otros que se plantearon por fuera de este campo.31
Por otro lado, tanto la fragmentación como la acusada dispersión juvenil ajena a las propuestas asociativas podían devenir de la diversidad social de las juventudes israelitas en general, que no se correspondía, como veremos, con la ocupación estudiantil y comercial asociada a la membrecía del CJIA/AJIA y que no siempre hacía posible acceder o identificarse con su programa de actividades. Producto de lo cual, además de la posible y mencionada militancia en los distintos movimiento políticos del periodo, tenemos noticia de la existencia de una Juventud Obrera Israelita que actuó de modo paralelo en 1915 y que, presumiblemente, cumplió con otras funciones de representación.32 Otro factor, en cierta medida vinculado al anterior, se identifica con la variedad de intereses asociativos, entre los cuales por ejemplo el desarrollo del mutualismo estudiantil (la gestión de becas, préstamos para “estudiantes pobres” y de puestos de empleo) no estuvo presente entre las funciones del CJIA/AJIA, pero sí fue uno de los móviles centrales en la constitución del Círculo de Estudiantes Israelitas (CEI), posteriormente devenido en el ya citado AEI, el cual pasó a denominarse así en 1920.33
A partir de esos factores, entre los años diez y los veinte se registra un denso entramado asociativo juvenil israelita en la ciudad de Buenos Aires (compuesto de al menos 20 asociaciones), mientras que en otras ciudades se señala un abanico igualmente amplio (18 asociaciones).34 La reconstrucción nominal de este universo confirma la apuntada fragmentación y la proliferación de entidades pequeñas, aunque su supuesta escasa vitalidad resulta más difícil de comprobar. Si bien por lo general contamos con pocos registros sobre el tamaño de estas membrecías, a partir de los datos extraídos de la revista Juventud, de las noticias de la prensa israelita y de la tendencia favorable a la fusión de entidades, es posible advertir las proporciones moderadas en el reclutamiento (más allá de la convocatoria más activa que parecía tener la AJIA)35 y señalar que pese a la proliferación de agrupaciones el grueso de las actividades reseñadas en estas fuentes recaía en un número más acotado. En Buenos Aires, junto al caso del CJIA/AJIA se destaca la relevancia de la Biblioteca Juventud de Boca y Barracas, del CEI/AEI, de la Juventud Cultural Sionista y, en menor medida, la Juventud Cultural Israelita, en comparación con las demás asociaciones de las cuales solo se registra su constitución o sus actividades de modo esporádico o discontinuo. Similar situación se observa por fuera de la capital con relación al protagonismo que ocuparon en las noticias la Juventud Israelita Zarateña, el Ateneo Juventud Israelita de Rosario, el Círculo Juventud Israelita de Córdoba, la Juventud Kodimo de Concepción del Uruguay, la Juventud J. N. Bialick de Concordia y el Ateneo Juventud Israelita de La Plata. Por último, esta primera aproximación al universo juvenil israelita da cuenta que, pese a la concentración de las sociedades más activas en los principales centros urbanos y educativos, el relevamiento asociativo demuestra que no se trató de un fenómeno exclusivo de las grandes ciudades, sino que también abarcó a las pequeñas/medianas localidades, por ejemplo los referidos casos de Concepción del Uruguay y Concordia, que para 1914 contaban respectivamente con 14.303 y 20.107 habitantes (Argentina, 1917: 45-48) y, si bien no se abordan en este estudio, ámbitos rurales relativos a las colonias agrícolas bonaerenses y del litoral.
¿Qué joven a los veinte años no es o no debe ser un quijote? 36 Prácticas e identidades del asociacionismo juvenil israelita
Más allá de las dimensiones y perfiles asociativos que adquirió el universo de agrupaciones israelitas, los datos cuantitativos sobre su constitución resultan aun insuficientes para acceder a los significados a los que aludía el apelativo “juventud” con el que se lo denominó. Para lo cual, en este apartado, analizaremos las prácticas que distinguieron a los centros culturales juveniles de mayor actividad en los años diez y veinte y el papel que desempeñaron en el campo social, cultural y político del periodo, tanto dentro como fuera de la comunidad israelita.
La caracterización juvenil de estas asociaciones remitía en muchos casos a la condición estudiantil en su reclutamiento y, por lo tanto, al perfil etario vinculado a las poblaciones del nivel secundario y superior, que rondaba entre los 14 y los 26 años aproximadamente. Este rasgo no solo se expresó en un tipo de agrupaciones de carácter expresamente estudiantil (como los casos del CEI/AEI, la Juventud Estudiantil Israelita, del Centro Estudiantil Hebreo, el Club Universitario Israelita de Buenos Aires o de la Sociedad Estudiantil Israelita de Bahía Blanca) sino también en alusiones relativas a otras membrecías de estos círculos y ateneos. Así, entre otros ejemplos, la creación de la Juventud Israelita de Boca y Barracas se vio favorecida por el “concurso de la juventud estudiantil”, según se señalaba dentro de la historia institucional de la asociación (Guitler, 1931: 48); el calendario de las actividades del Ateneo Juventud Israelita de La Plata se vinculaba con el de las facultades de la universidad nacional de esa ciudad o de la capital; la Juventud Sionista “Dorche Sion” era presentada como “digna de aprecio y de la simpatía nuestra juventud estudiosa” de la capital, mientras que los centros Bialick y Kodimo se identificaban respectivamente en las noticias con el estudiantado de Concordia, Concepción del Uruguay y de otras localidades de la provincia de Entre Ríos.37 Asimismo, el perfil etario asociado a la condición estudiantil se corresponde con los datos encontrados sobre los elencos dirigentes de algunas de estas asociaciones de la ciudad de Buenos Aires. Si bien estos registros son limitados en tanto no aportan información sobre las socias mujeres, permiten ubicar a algunos de los directivos varones dentro de una franja etaria entre los 21 y los 24 años al momento de ejercer sus cargos en las comisiones directivas, en sintonía con la exaltación de la edad de 20 años como condensación de la juventud, que aparecía desde las páginas de la revista Juventud.38 De todos modos, a excepción de las entidades como el CEI/AEI que incluían el requisito de “ser estudiante israelita”, la identificación estudiantil registrada no implica que la convocatoria de estos centros se haya restringido necesariamente a esa ocupación. Si bien las juventudes obreras, que constituían entonces el grueso dentro de la comunidad judía y de la población en general, no parecen estar representadas dentro de este universo (a excepción de la ya citada Juventud Obrera Israelita), estas agrupaciones podían también atraer a jóvenes que se dedicaban al comercio o a distintos empleos.
Por otra parte, no solo la extracción social y ocupacional condicionaban la configuración de estas juventudes, sino que también intervenían concepciones de género, delineando los espacios de acción y el acceso a los cargos de liderazgo. El análisis de Sandra McGee Deutsch revela el lugar periférico de las mujeres integrantes del CJIA/AJIA. Pese a la actividad inicial de las jóvenes en la revista y en la vida de la asociación, la autora identifica ese relegamiento a partir de 1915 a raíz de una serie de apreciaciones paternalistas aparecidas en Juventud (aunque rebatidas por las mismas asociadas) sobre el papel de las mujeres en la vida colectiva y de la creación de un subcomité femenino que las alejó aún más de los cargos directivos (2017: 103). Ese espacio marginal se prolongó en las comisiones directivas de esa agrupación en la década del veinte, para las cuales (salvo una notable excepción para el periodo de 1924-1925) no registramos cargos ocupados por mujeres.39 Al respecto, las conclusiones elaboradas por McGee Deutsch sobre la SHA, que aluden a que “cuanto más prestigio tenía una institución, menores eran las chances de que las mujeres figuraran entre los líderes” y que en general la mayor injerencia de las mujeres no se radicaba en la capital sino en el interior (2017: 104-105), parecen aplicar también para las asociaciones juveniles que analizamos.
Así, encontramos comisiones directivas mixtas en la Juventud Israelita Zarateña, en la Juventud Kodimo de Concepción del Uruguay y en el Círculo Juventud Israelita de Santa Fe, en las cuales las jóvenes ocuparon cargos electivos de jerarquía, mientras que en la capital, dentro de la entonces recién constituida Asociación Cultural José Ingenieros todas las vocales eran mujeres.40 De todos modos, si bien la menor trayectoria y prestigio podían generar condiciones para la constitución de espacios más horizontales, no necesariamente ocurría así en todos los casos o bien podían interceder otros factores. En tal sentido, aunque no contamos con muchos datos sobre el Club Universitario Israelita de Buenos Aires, podría hipotetizarse que la aparente ausencia de mujeres en esa entidad respondía a un formato de sociabilidad, similar al que desarrollaba en paralelo el Club Universitario de Buenos Aires o al que provenía de los centros de estudiantes universitarios, basado en los deportes y la camaradería masculina que resultaba excluyente de la participación femenina.41 En relación con las actividades, en consonancia con lo que sucedía en el CJIA/AJIA, el papel de las jóvenes se vinculó por lo general a la organización de eventos sociales y familiares y a la ejecución de piezas musicales y declamaciones, sin embargo se plantearon también otras posibilidades. Según rescata McGee, el mundo estudiantil porteño ofreció espacios de debate político juvenil de carácter exclusivamente femenino (en las reuniones organizadas por un grupo de jóvenes estudiantes mujeres durante unos meses en 1921) o bien mixto, como sucedió en el AEI (2017: 103-104). En los años veinte, ese último centro auspició una serie actividades que alejaban la participación femenina del señalado horizonte familiar y social y la inscribían dentro de la sociabilidad intelectual y política vinculada al feminismo y a la emancipación de las mujeres, a través de las conferencias de Alfonsina Storni, Alicia Moreau y del abogado socialista Héctor González Iramain.42 Por fuera de la capital, encontramos una variada participación de las jóvenes en los festivales y veladas literarias, que además de las actuaciones musicales y declamaciones incluía, por ejemplo, la interpretación de monólogos teatrales43 y la pronunciación de salutaciones,44 aunque por lo general los discursos solían recaer sobre oradores masculinos.
A partir de la señalada extracción estudiantil, una parte de la impronta juvenil de estas entidades se comunicaba con las prácticas distintivas de las agrupaciones del alumnado universitario o secundario, por ejemplo, a través de la realización de picnics y fiestas por el día del estudiante. El caso del CJIA resulta representativo de estas vinculaciones y de la relevancia que alcanzó este asociacionismo en relación con la escena política e intelectual movilizada a partir de la Reforma Universitaria. Ya hemos mencionado el papel que ocupó ese centro como espacio preliminar a la escisión de una agrupación que dio lugar a una sociabilidad estudiantil vinculada al campo de las izquierdas (Bustelo, 2021). Asimismo, la actividad periodística de Juventud y el desarrollo de la extensión universitaria que auspició este centro actuaron como instancias antecesoras en el tramado de una red de publicaciones estudiantiles reformistas de medicina, en Buenos Aires y Córdoba, cuyos principales referentes participaron activamente en ambas experiencias. En ese tránsito, desde asociaciones juveniles judías a la fundación de revistas estudiantiles que no se referenciaban en esa identidad, dichas trayectorias muestran las diversas opciones en la que se tramaba esa sociabilidad juvenil israelita en relación con el ambiente estudiantil, en un sentido en el que la asimilación, si bien presente, no necesariamente fue la opción elegida en todos los casos.45 A la vez, sin ser propiamente israelita, en el contexto de violencia signado por la Semana Trágica (en el cual estudiantes y jóvenes católicos participaron en las milicias organizadas por el Comité Nacional de la Juventud y en las guardias blancas)46 ese periodismo juvenil de medicina sirvió como plataforma para denunciar los ataques antisemitas (aunque no denunciados entonces explícitamente como tales) dentro y fuera de la universidad, a través de la sátira sobre los “patoteros” “niños bien” que se apuntaban a cursos de “guardia blanca” y “caza al ruso” y para repudiar a las “inscripciones ofensivas” contra un estudiante judío en las paredes del hospital durante las prácticas del internado (Carreño, 2020a: 316-318).
En contraposición a esas tendencias nacionalistas presentes en agrupaciones y sectores del estudiantado universitario, algunas asociaciones juveniles israelitas porteñas se inscribieron en las actividades de las redes intelectuales latinoamericanistas y antimperialistas con las que se alineó gran parte del movimiento reformista en los años veinte y con aquellas vinculadas a la “nueva generación literaria” y la vanguardia estética. En relación con estas últimas, las conferencias organizadas por la AJIA y por el AEI a cargo de intelectuales de Martín Fierro, como Pablo Rojas Paz y Evar Méndez,47 las ubican dentro de los diálogos que entabló esta revista emblemática de la renovación estética con distintos grupos juveniles (Vásquez, 2019: 198-199) y por encima de las confrontaciones antisemitas y de las disputas por la identidad juvenil desplegadas previamente desde otra expresión de la vanguardia, a través de la revista Inicial (Cremonte, 2018). Asimismo, la vinculación con el reformismo latinoamericanista se advierte en las conferencias auspiciadas por la Juventud Cultural Israelita, a cargo del ministro mexicano Carlos Lerdo Trejo de Tejada y de Arturo Orzábal Quintana (entonces secretario de la Unión Latinoamericana) y en la constitución, en 1926, de una agrupación en honor a uno de sus principales referentes, José Ingenieros, con el fin de “abocarse al estudio de todas las corrientes ideológicas que preocupan a la humanidad”.48
Más allá de estos intereses compartidos con las juventudes universitarias, la difusión de la “cultura hebrea” o de la literatura en idish fueron denominadores comunes entre las juventudes israelitas, a través de la cual se distinguieron del resto de las agrupaciones estudiantiles del periodo. Sin embargo, tanto esa misión cultural como las iniciativas que efectivamente se llevaron a cabo, contrastaban en parte con las representaciones que emanaban desde la prensa israelita sobre las juventudes. Dos preocupaciones emparentadas, el ocio juvenil y el desinterés por la cultura judía, revelan las distintas disputas sobre la significación de “la juventud”, su liderazgo y sobre la orientación que debía primar en sus actividades, que circulaban entre algunos sectores intelectuales de la colectividad y en las mismas agrupaciones de jóvenes. Así, desde del periódico Mundo Israelita y la intelectualidad de la SHA, las juventudes judías (nacidas en el país y educadas en el idioma castellano pero desconocedoras de la herencia cultural y literaria judía, según esos testimonios) figuraron como una preocupación relacionada con la formación de una generación judía argentina y de una conducción nativa en la comunidad local (Mirelman, 1988: 302-303) y como un tema crucial en la trasmisión cultural y en la constitución de un proyecto editorial para la difusión del libro judío en español (Dujovne, 2014b: 124-127).
Las actividades registradas en las agrupaciones juveniles israelitas revelan un panorama que contrasta en varios aspectos con este tipo de diagnósticos, aunque también dan cuenta de su circulación y apropiación al interior de estas entidades, a través de una serie de debates y prácticas que intentaban interpelar a las juventudes o bien liderar sus iniciativas. Por un lado, el ocio juvenil y las prácticas que debían o no encauzarlo fueron uno de los puntos discutidos en ese sentido. En esa materia, los bailes, tes danzantes, picnics y excursiones campestres (no tanto así el deporte) se destacaron dentro de las actividades recreativas más generalizadas en estas asociaciones, las cuales, si bien congregaban la participación comunitaria y familiar, especialmente a través de la escena del baile generaban espacios de interacción juvenil (al igual que otros encuentros más íntimos previos a los enlaces matrimoniales o a la conscripción).49 Sin embargo, la asociación de los bailes como espacios y atributos de la juventud no necesariamente fue un tema de acuerdo. Dentro del CJIA la ya referida escisión de 1913 no solamente remitió a las diferencias ideológicas y a distintas formas de elaborar el problema de la asimilación, sino que también incluyó una discusión por las prácticas recreativas que cabían o no desarrollarse en una asociación juvenil. Así, uno de los jóvenes que abandonaron el centro, A. A. Palcos apuntaba contra los bailes y a que su público asistía “…no porque simpaticen con nuestros propósitos, sino con el ánimo de divertirse. El baile, en tal forma y con una concurrencia tan heterogénea, es un medio vergonzoso de vida para una institución de jóvenes como esta”.50 Por el contrario, y en rechazo a la acusación de la complacencia juvenil frente a la colectividad a la que aludía Palcos, desde Juventud el grupo que quedaba a cargo de la agrupación incluía a “las fiestas y los acontecimientos de nuestra colectividad” dentro de sus fines de difusión de la sociabilidad.51
En los años veinte, encontramos casos en cuales estas prácticas se modernizaban a través de nuevos consumos culturales (apreciables por ejemplo en la jazz band que acompañó a una de las celebraciones por el día del estudiante del AEI) y de bailes que convocaban exclusivamente a “juventud y nada más que juventud”, organizado por el Ateneo Juventud Israelita de la ciudad de Rosario.52 Pese a que estos registros resultan minoritarios en las fuentes consultadas, el horizonte de los cambios socioculturales que (a través de la circulación de nuevas modas, novedades tecnológicas y la mayor incorporación de las mujeres al mundo del trabajo) comenzaban a interpelar a un público juvenil y a repercutir en las moralidades y relaciones familiares (Barrancos 1999; Bontempo y Queirolo, 2012; Tossounian, 2021), debe ser tenido en cuenta como un marco de contraste para considerar tanto las particularidades de las prácticas de las asociaciones juveniles israelitas como otro tipo de formas de sociabilidad que entonces se abrían para las juventudes en general y que hacía relevante la cuestión de sus formas de ocio y su tiempo libre.
En tal sentido, las posturas encontradas sobre el lugar que debían o no ocupar las diversiones entre las actividades de estas asociaciones presentan algunos inicios para pensar la importancia que empezaban a ocupar las formas de ocio en las móviles fronteras identitarias de las juventudes israelitas, entre los diversos discursos que las interpelaban.53 Así, en las ciudades del litoral, las divergencia entre “culturales” y “recreativos” dentro de la Juventud Bialick de Concordia se expresaron en la existencia de programas de actividades enfrentados, que se llegaron a materializar en una “velada netamente literaria y cultural (…) sin el baile tradicional” y en la constitución de varias asambleas por la reforma de los estatutos.54 A su vez, en Rosario la orientación recreativa era preferida por un grupo de “jóvenes audaces” que constituyeron el Centro Juventud Israelita en 1927, pero era duramente criticada por el corresponsal de Mundo Israelita, que los acusaba de explotar “la ingenuidad de unos y la fiebre del baile de otros” y por tener al baile mismo como fundamento de la asociación.55 Pese a estas oposiciones, la tendencia común fue la de compatibilizar las actividades recreativas con los fines culturales, lo cual además resultaba complementario desde el punto de vista económico, en tanto que lo recaudado en los bailes y picnics generalmente contribuía a la compra de libros y el desarrollo de actividades culturales.
Por otro lado, el tema de la difusión de la “cultura hebrea” actuó, como señalamos a través del caso del CJIA, como una cuestión central y demarcatoria para dirimir el carácter israelita de estas asociaciones frente a otras militancias y opciones políticas o culturales. A través de sus actividades y bibliotecas, estas juventudes desempeñaron un papel distintivo en la difusión de la literatura judía en castellano y en idish y en el dictado de cursos de castellano para inmigrantes, mientras que en los centros juveniles sionistas se llevaron a cabo cursos en hebreo y en la Juventud Israelita Zarateña, en idish.56 En ese sentido, estas asociaciones se inscriben dentro de las funciones y particularidades que ha analizado Dujovne sobre las bibliotecas étnicas, las cuales, al igual que las demás bibliotecas y asociaciones barriales, representaron espacios centrales en el proceso de argentinización, pero al mismo tiempo incorporaron otros móviles en función de la lengua y la cultura de origen que relativizan o hacen menos lineal ese proceso de integración, a la vez que también expresan el lugar complementario y no aislacionista de estos centros en relación con otras ofertas asociativas, educativas y sociales (2017: 244-245). Junto con ello, lo que permite advertir el caso de las juventudes israelitas es que esa función integradora y de difusión cultural fue también apropiada y llevada a cabo por las mismas juventudes, como agentes que eran objeto de una doble interpelación, tanto por parte de la colectividad judía como por parte de las instituciones educativas públicas y sus sociabilidades estudiantiles.
En ese sentido, como ya hemos aludido, esa labor de promover la cultura judía se inscribía en paralelo a las actividades y redes juveniles vinculadas al reformismo y la vanguardia estética, pese a los conflictos y expresiones antisemitas que se derivaron de ese último ámbito y en algunos sectores del estudiantado y que acentuarían en la década de 1930.57 A su vez, en esa apropiación, una serie de prácticas y temas pertenecientes al mundo estudiantil y/o al de las bibliotecas y asociaciones culturales israelitas (la edición de revistas, la discusión de tópicos de la vida estudiantil, el dictado de conferencias, etc.) eran sintetizadas desde una impronta humorística, como fue el caso del periódico manuscrito-oral de lectura colectiva en idish y en castellano, llevado a cabo por la Juventud Israelita Zarateña.58 Incluso, en el caso de las juventudes rosarinas, ese proceso daba lugar a prácticas nuevas, como el “sistema original” de las reuniones denominadas Kestel Howend, que consistía en un debate grupal a partir de preguntas propuestas por el auditorio, sobre temáticas vinculadas a las opciones políticas de militancia en el comunismo, el amor, el matrimonio y a la vida estudiantil.59
La impronta y la apropiación juvenil de la misión de difusión cultural no solamente se tradujo en la síntesis de intereses y prácticas, sino también en una oposición generacional en la que se advierten distintas disputas por la conducción de sus iniciativas. En tal sentido, el ejemplo de la Juventud Cultural Zarateña se interpreta como representativo de estas rivalidades, sostenidas con la sociedad Zerubabel, de carácter no juvenil, a la cual le propusieron hacerse cargo de la dirección de la biblioteca. A pesar de la negativa, la agrupación juvenil no solo logró obtener su local propio y fundar su biblioteca (denominada Isaac León Peretz en honor a uno de los exponentes de la literatura idishista) sino que también llegó a competir por el liderazgo comunitario al impulsar la fundación de una sociedad de beneficencia.60 Paralelamente, la “divergencia de opiniones entre ‘viejos y jóvenes’” era explícitamente aludida por el diario Mundo Israelita para destacar la acción de la juventud estudiantil de Concepción del Uruguay, a cargo del Centro Kodimo de orientación “sionista y nacionalista”, en la tarea de “mantener una biblioteca argentino-israelita y difundir la cultura e historia judía entre la juventud”.61
Finalmente, la disputa por la conducción de las actividades culturales y de las mismas juventudes se expresó en convocatorias diferenciadas, por ejemplo, desde las organizaciones sionistas o desde los círculos intelectuales liberales vinculados al periódico Mundo Israelita y a la SHA, que reclamaban la participación juvenil en iniciativas por ellos lideradas. Desde los primeros, esa apelación se observa en la propuesta de organización de un congreso de la juventud israelita, que figuró en las resoluciones del X Congreso organizado por la Federación Sionista en 1926,62 o de un modo más directo, en el llamado que se hacía desde el FNI a todas las agrupaciones juveniles afiliadas, para colaborar en los trabajos y propaganda a favor de dicho fondo.63 Desde los segundos, la señalada preocupación por la juventud se tradujo también en un intento de consolidar su liderazgo entre este público. En relación con la “juventud israelita del interior” esa intención se observa en los distintos ofrecimientos de conferencias a cargo de intelectuales de la SHA, los cuales si bien partían del reconocimiento de la labor de los centros y bibliotecas de esa juventud “empeñada en (…) difundir (…) el conocimiento de la literatura, de la historia y de los problemas judíos”, advertían la falta de “elementos que puedan desarrollar una vasta labor intelectual judía”.64 En contraste con el tono elogioso, aunque a veces paternalista, con el que se convocaba a las juventudes del interior, la forma de interpelar a las de la capital da cuenta de la competencia que representaban otras expresiones políticas y culturales en la conducción de los grupos juveniles. Así, la constitución de la Sociedad José Ingenieros era objeto de un irónico apercibimiento, en el cual a través de una variada sinonimia (“doctos muchachos”, “adolescentes”, “efebos”) se dirigían a la membrecía de la nueva entidad, instándoles o bien a “dejar de ser un centro israelita, disolviéndose en el Universo, para estar de acuerdo con la universalidad de vuestra ideología, o, por lo menos, si es que la Revolución en marcha y por vosotros desencadenada no la queréis o no la podéis detener, elijáis un nombre judío para simbolizarla”.65 A su vez, la caracterización de “centro israelita”, que se atribuía pero que no se desprende de los fines de la nueva entidad, no resulta ser del todo clara y puede ser leída como una forma de tutelaje o recordatorio frente a la impronta asimilacionista que el periódico acusaba en esta asociación. De modo aún más polémico, la iniciativa de instituir en Buenos Aires una “Dirección General” de la “Unión Universal de la Juventud Judía”, con sede en París, fue objeto tanto de la desestimación del “centro juvenil sin mayor influencia en la colectividad” (en relación con la JCS) que auspiciaba la adhesión, como de un franco rechazo a la incumbencia de la entidad parisina (a la que comparaban con la SHA en cuanto a sus actividades, aunque difería por “su tinte sionista y algo tradicionalista”) y a que se equiparase a la organización de la colectividad argentina con los intereses y con el “nivel cultural” de sus “zonas de influencia”, que identificaban con países de población israelita oriental.66
Con lo cual el papel disputado de “la juventud” se ubica dentro de los “intensos combates ideológicos, políticos, étnicos, idiomáticos, culturales y sociales” que, como ha analizado Dujovne, atravesaron a la comunidad judía de Buenos Aires especialmente en la década del veinte, en la cual “pareciera que todas las expresiones políticas y culturales tenían iguales chances de imponerse o al menos de coexistir”. El contexto que se configuró en la próxima década, con el ascenso del nazismo en Alemania y del antisemitismo en la escena pública local, contribuyeron a modificar ese panorama, en el cual el discurso nacionalista sionista se fortaleció en desmedro de algunos de los componentes de discurso integracionista liberal que auspiciaban hasta entonces Mundo Israelita y la SHA (2014a: 202-203).
Conclusiones
La inmigración masiva de población judía, ocurrida desde finales del siglo XIX, actuó como uno de los factores que intervinieron en la constitución de agrupaciones juveniles judías en distintos países involucrados en ese proceso. Entre estos escenarios, en Argentina la emergencia de asociaciones de jóvenes israelitas no estuvo vinculada, como se ha señalado en relación con algunos países en Europa, a la influencia que generaban las organizaciones juveniles de clase media basadas en las actividades físicas y recreativas (como los Boys Scouts, Wandervogel, Jewish Lads´ Clubs, Blau-Weiss, etc.) sino con el clima de ideas y con las sociabilidades estudiantiles que dieron lugar al movimiento de la Reforma Universitaria. Asimismo, al igual que se ha planteado para los Estados Unidos, las actividades de las juventudes israelitas locales (a través de los picnics, festivales literarios, revistas orales o debates que abarcaban tanto temas de la cultura judía como del ambiente estudiantil) no se identificaban o no parecen haber tenido como móvil principal a los consumos culturales y diversiones (como el jazz, el tango o el cine) que apelaban en los años veinte a un público juvenil, aunque como se ha visto estos cambios socioculturales incidieron dentro de las prácticas recreativas de estas asociaciones y deben considerarse como un atractivo plausible entre las juventudes judías trabajadoras, escolarizadas o bien educadas en la universidad.
Las semejanzas y contrastes que se establecen con casos de otras latitudes no solo apuntan a inscribir y comparar el caso local, con dinámicas y factores más amplios (como el desarrollo de asociaciones o movimientos juveniles, el aumento de la escolaridad, la difusión globalizada de prácticas de ocio en distintos países, entre otros) que modularon en cada caso el protagonismo de las juventudes en la primeras décadas del siglo XX y la construcción de distintas conceptualizaciones que las tomaban por objeto, sino que también invita a reflexionar sobre la relevancia de la inmigración dentro de estos procesos.
Así, a partir del componente estudiantil que se ha analizado en relación con estas membrecías, el caso de las juventudes israelitas muestra la influencia de la ampliación limitada del sistema educativo en el proceso (visibilizado además por el movimiento de la Reforma Universitaria) por el cual las juventudes adquirían un mayor protagonismo y, especialmente, permite advertir los conflictos que generaba esa integración en espacios educativos tradicionalmente ocupados por sectores criollos e identificados en la época con la formación de “clases dirigentes” (como los colegios nacionales y las universidades). Sin embargo, la educación no fue el único factor en ese proceso, a la vez que tampoco actuó necesariamente como una condición delimitante y excluyente en las representaciones sobre la juventud que se configuraban en ese periodo. Junto con ello, la inmigración habilitó prácticas juveniles singularizadas por las identidades israelitas que estas agrupaciones tomaron como distintivo en sus denominaciones. Si bien estas prácticas (como, por ejemplo, la organización de una biblioteca, de conferencias, bailes, festivales o de revistas) no eran siempre originales o bien resultaban comunes dentro del asociacionismo en general o en el de tipo étnico en particular, se diferenciaban desde improntas humorísticas; actividades en simultáneo vinculadas al ambiente intelectual y estudiantil; oposiciones generacionales y por caracterizaciones provenientes de la prensa que señalaban la participación de la “juventud” en estas iniciativas.
Según se analizó en el artículo, las juventudes ocuparon un lugar destacado dentro de los debates y problemas que se dirimían en la heterogénea colectividad israelita, no solo como objeto de disputas que apuntaban sobre sus comportamientos y sobre las actividades a las que debían o no abocarse (la difusión de la cultura hebrea; la promoción de un hogar judío en Palestina o bien la asimilación, la militancia política en el campo de las izquierdas, entre otras) sino también como agentes políticos e intelectuales, ya sea a través de iniciativas en las que legitimaban su papel y liderazgo dentro de ese espacio o bien por fuera de este, en la simultánea militancia que se abría en la universidad o a través de distintas opciones políticas. La inclusión de las jóvenes en distintas actividades y en las comisiones directivas de algunas de estas entidades configuró un tipo de sociabilidad que se diferenciaba de otros formatos asociativos juveniles o estudiantiles (especialmente de tipo confesional, católicos o cristianos) que recurrían a la división genérica en ramas masculinas o femeninas o bien que resultaban más restrictivos en cuanto a la participación de las mujeres en la militancia política o en la vida asociativa. Sin embargo, según se ha analizado, esa experiencia no se habilitó en igual medida para las mujeres.
Al igual que ocurre en relación con otros temas y campos de estudio, la interrogación sobre la configuración de las edades y específicamente sobre la juventud, como categoría histórica y situada, no ha ocupado el mismo lugar que otras categorías, como el género o la clase, que también permearon el proceso inmigratorio ultramarino, lo cual resulta un tema relevante para indagar teniendo en cuenta el arribo masivo de inmigrantes de edades cercanas a los veinte años o las posibles tensiones en el interior de las diversas colectividades entre las distintas generaciones de migrantes. En tal sentido, el estudio sobre las juventudes israelitas permitió abordar cuestiones vinculadas a ese proceso que revelan las repercusiones que tuvo el arribo de inmigrantes, o bien la constitución de las primeras generaciones nacidas en el país y de procedencia inmigratoria, en la elaboración de representaciones sobre las juventudes y en la definición de prácticas e identidades juveniles diversas en las primeras décadas del siglo XX.