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Trabajo y sociedad

On-line version ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.25 no.42 Santiago del Estero  2024  Epub Jan 01, 2024

 

Artículos

Una introducción a lo literario y lo social

The Literary and The Social

Anthony GLINOER1 

Traducción:

Hernán MALTZ2  *

1Universidad de Sherbrooke

2Universidad de Buenos Aires

Introducción

Si hay algo en lo aquellos que han echado una mirada retrospectiva a las relaciones entre lo literario y lo social están de acuerdo, esto es en la dificultad de su tarea: todos insisten en la inestabilidad, la fragmentación, la síntesis imposible. Ninguna denominación ha conseguido convertirse en la autoridad. Mientras la expresión más comúnmente utilizada es “sociología de la literatura”, a lo largo del último medio siglo se ha encontrado compitiendo con una serie de otros términos, algunos de los cuales son específicos de uno o dos autores y otros adoptados por grupos de investigación y cursos de programas universitarios: sociología del texto, sociología literaria, sociocrítica, sociopoética. En Alemania, la Literatursoziologie choca con la Soziologie der Literatur. En italiano, se habla de sociologia letteraria o de letteratura sociologica. Más allá de la terminología, no hay unidad entre los grupos de especialistas (estudiosos de la literatura, historiadores, sociólogos, investigadores de la comunicación), ni en los propios objetos (ficción, textos, discursos, prácticas, actores, condiciones sociales de producción y recepción, mediaciones), ni en los métodos (análisis textual, narrativa histórica, estudio cuantitativo, desarrollo teórico). Unos cuantos, para acrecentar esto último, han yuxtapuesto una sociología de los hechos y de las prácticas literarias con una “hermenéutica social textual” (Popovic, 2011). Hay otros tantos que consideran esta oposición como artificial y excesiva, y prefieren estudiar mediaciones entre textos y contextos. Por lo tanto, la naturaleza panorámica de síntesis de la sociología de la literatura. Solo por mencionar dos de los más recientes: en francés, Gisèle Sapiro (2014) organiza su libro a lo largo de ejes de la comunicación (desde la producción de trabajos hasta su recepción), mientras Paul Aron y Alain Viala (2006) estructuran su “Que sais-je?” de acuerdo a sus principales orientaciones (sociología del contenido, formas y prácticas).2

Estos trabajos, todos de excelente calidad (además de los citados arriba: Dirkx, 2000; Dörner y Vogt, 1994; Rondini, 2002; Sayre, 2011; Zima, 1985), han ofrecido, cada uno, una historia de las ideas sociológicas sobre la literatura. Nuestra intención acá no es la misma y preferimos remitir al lector a aquellos trabajos, al Socius Lexicon,3 donde se presentan ochenta conceptos teóricos útiles para aproximaciones sociológicas a la literatura, así como a la bibliografía general intitulada Le littéraire et le social (Glinoer, 2016). En la perspectiva de una historia de la vida intelectual (Charle y Jeanpierre, 2016) y de una historia de las ciencias humanísticas y sociales (Heilbron, Lenoir y Sapiro, 2004), proponemos, en cambio, organizar estas aproximaciones por grupos, redes, clusters (Clark, 1973), escuelas y denominaciones colectivas.

Es importante acentuar inmediatamente el carácter productivo pero limitado, a veces artificial, de la historia según escuelas de pensamiento y términos colectivos (Topalov, 2004; Hirschorn, 2018). Ciertas escuelas se corresponden con la esfera de influencia de un investigador, otras con una función colectiva propiamente dicha. Algunas han puesto en marcha una infraestructura institucional (revista científica, centro de investigación), mientras otras solo han asumido la designación colectiva a posteriori. Además, si estas escuelas son usualmente designadas de acuerdo al nombre de la ciudad en la que fueron desarrolladas (Burdeos, Lieja, Metz), las redes sostenidas por los investigadores se extienden más allá del marco local, disciplinar y nacional. Este tipo de perspectiva histórica lleva a una negación de la contribución de pensadores que estaban relativamente aislados durante su tiempo (Erich Auerbach, Antonio Candido, Bernard Groethuysen, Jean-Marie Guyau, Levin Schücking y otros), pero cuya influencia fue, sin embargo, significativa. Es más, es importante enfatizar la misma naturaleza de lo que sigue: es innegable que los individuos y grupos son predominantemente masculinos, francófonos y occidentales. En cuanto a los textos de la antología, en relación a los cuales la historia institucional que leeremos es a modo de contrapunto, ellos experimentan las mismas limitaciones, a las cuales debe agregarse la necesidad de elegir textos de acceso abierto y la subjetividad del editor. Concluyo estas explicaciones y precauciones metodológicas enfatizando que no hice foco en los autores más importantes desde un punto de vista histórico, sino en investigadores que me interesan porque han tenido el impacto más grande en la “disciplina”, entendida como la historia de una colección de aproximaciones interconectadas, encarnadas por individuos y grupos.

Historia antigua

Los debates presociológicos o protosociológicos que conciernen a las obras literarias datan de tan atrás en el tiempo como aquellos que se interrogan sobre el arte verbal. La teoría de la mímesis como representación e imitación de la realidad se originó con la República de Platón. La Poética de Aristóteles atribuye un rol central a la mímesis: el arte literario debe parecerse a la realidad porque tiene un objetivo político y moral (provee a los ciudadanos de un vistazo de la verdad al habilitarlos a experimentar emociones). Aristóteles fundó una teoría basada en los efectos sociales de la literatura (el perfeccionamiento de los ciudadanos) e, inversamente, en los efectos estéticos de este perfeccionamiento. La teoría aristotélica (seguida por la Ars Poetica de Horacio) ha sido de una enorme y extraordinariamente duradera importancia. Durante la época clásica en Francia, continuó sirviendo como un verdadero catecismo estético. Boileau, en su Art poétique (1674), discute posteriormente que la literatura sea una edificante y civilizadora imitación de la realidad y que por lo tanto sirva para un propósito social. Faltan, sin embargo, en aquellas consideraciones, por un lado, la autonomización de los conceptos de literatura y de sociedad, y, por otro, la consideración de las determinaciones históricas que pesan sobre la creación artística. Esto ocurriría hacia el fin del siglo XVIII, con la Revolución francesa y la estructuración de las disciplinas científicas.

Las Réflexions critiques sur la poésie et sur la peinture (1719), del abad Dubos, ya agregaban cuestiones políticas y morales a las causas climáticas y geográficas, en miras a justificar un determinismo histórico. Herder lo recordó en sus Idées pour la philosophie de l’histoire de l’humanité (1784-1791). Todos acuerdan en que el libro de Germaine de Staël, De la littérature considérée dans ses rapports avec les institutions sociales (1800), debería tener un rol seminal, incluso si ella entiende “literatura” como “todo lo que concierne al ejercicio del pensamiento en textos escritos”, es decir, tanto la literatura de la imaginación como la de la filosofía política. Como Louis de Bonald, quien originó a comienzos del siglo XIX la formulación de que “la literatura es la expresión de la sociedad”, Staël considera a la literatura como dependiente del estado de la sociedad. Esta perspectiva la provee de la oportunidad de declarar que fue desde la Revolución que una literatura de la fraternidad se volvió imposible y, para el contrarrevolucionario Bonald, pensar que la sociedad revolucionada tendría, por el contrario, solo mala literatura.

A lo largo del siglo XIX, fueron producidos una abundancia de tratados que trataban sobre las condiciones de la creación literaria, las funciones sociales de la literatura y, algo novedoso, la imagen pública del autor. Solo por mencionar algunos ejemplos, los principales prefacios románticos (Victor Hugo, Alfred de Vigny), y después la Roman expérimental de Zola, hicieron de la condición del autor uno de sus principales temas. En 1926, Harold Needham exploró la variedad de expresiones durante el siglo precedente, tanto en Francia como en Inglaterra, refiriéndose a lo que llamó “estética sociológica”, y muestra en particular que pensadores sociales, como Enfantin, Fourier o Proudhon en Francia, Ruskin y William Morris en Inglaterra, todos tienen una noción, más o menos desarrollada, acerca de las relaciones entre arte y sociedad. Además, un gran número de textos reclaman que la literatura ha tenido un ojo sociológico sobre el mundo social, por ejemplo, las physiologies, aquellas etnografías críticas que apuntaron a establecer tipos sociológicos, cada uno dotado con sus características, y las tradicionales novelas realistas se ajustaron a la descripción de varios medios sociales. Y, finalmente, los principales críticos literarios franceses de la segunda mitad del siglo prestaron especial atención a la historicidad de los fenómenos literarios, ya sea Sainte-Beuve sobre la genésis o el “grupo literario” de Chateaubriand, Taine y sus reflexiones sobre las determinaciones climáticas, geográficas, políticas y sociales, o el estudio de Brunetière inspirado en Darwin, L’évolution des genres dans l’histoire de la littérature (1892).

Un acto fundacional que pasó desapercibido

Esta historia comenzó en 1904 en Francia, cuando los estudios literarios y sociológicos, desde ese entonces convertidos en disciplinas académicas, se encontraron oficialmente entre sí, durante una conferencia realizada por Gustave Lanson, en presencia de Émile Durkheim y sus colegas [véase la conferencia de Gustave Lanson]. Los principales pensadores clásicos de la sociología, Weber, Simmel, Pareto, Durkheim, Tarde, dedicaron numerosos trabajos a la sociología de las religiones, de la educación, de los partidos políticos, de la opinión pública, etc., pero pocos o ninguno a la sociología de la literatura, incluso si ellos fueron muy atraídos por las fuentes literarias. Es importante captar la importancia del momento en que Lanson y Durkheim, impulsores de una creciente presencia científica en relación con la educación humanística que había prevalecido hasta entonces, se enfrentaron a los principales líderes de las disciplinas en el proceso de desarrollar una autonomía completa (la Revue d’histoire littéraire de la France fue fundada en 1894, L’Année sociologique en 1898) durante un seminario en la École des Hautes Études Sociales (Aron, 2017). Lanson discutió entonces que, además de las disciplinas existentes (filología, estudios de textos, biografía), sería recomendable llegar a una “sociología literaria” atenta a las condiciones que rodean la producción de los trabajos y que eso tendría en cuenta no solo a los autores, sino también a la sociedad de su tiempo y la recepción inicial de sus trabajos. La propuesta fue fuerte; sin embargo, el golpe no surtió efecto. No hubo ninguna respuesta publicada por Durkheim, y la historia literaria de Lanson y sus seguidores renunciaron a cualquier sociología como la única explicación de las principales obras de la literatura. Las cosas se mantendrían así hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Instituciones de la crítica y el marxismo

Mientras tanto, fue lejos del escenario universitario donde el reencuentro ocurriría. A lo largo de la primera mitad del siglo XX, e incluso más allá (véanse las antologías publicadas por Fréville en 1936 y por Eagleton y Milne en 1996), se podría decir que la sociología de la literatura se convirtió en sinónimo de análisis marxista de la literatura. Aunque Marx y Engels solo dejaron unas pocas líneas sobre literatura, en las que expresaban su admiración por Balzac, la teoría literaria marxista sería desarrollada y profundizada por varios pensadores sociales en los primeros años del siglo XX (Franz Mehring en Die Lessing-Legende en 1906, Clara Zetkin en Kunst und Proletariat en 1911). El propio Lenin dejó una serie de textos sobre arte y literatura, entre ellos una famosa serie de artículos sobre Tolstoi (1908-1911) [véase el artículo de Lenin] en que relaciona la obra de este con la situación histórica de Rusia hacia 1905. Tras la Revolución de 1917, los intelectuales sacarían partido de la cuestión literaria para establecer una literatura revolucionaria. Allí, no se trataba solo de una batalla de ideas (a favor o en contra de una literatura proletaria, a favor o en contra del realismo socialista), sino también de una competencia entre instituciones. En la Rusia soviética, el Proletkult que, dirigido por Bogdanov, intentó fundar una “cultura proletaria”, se enfrentó a las asociaciones de autores proletarios (la VAPP o Asociación Panrusa, la RAPP o Asociación Rusa, establecida en 1925), cuya doctrina se expuso en las revistas Na postu (On Guard, 1923-1925) y Na literaturnom postu (On Literary Guard, 1926-1932). El debate se internacionalizó muy rápidamente: en todos los países donde se extendió la Internacional Comunista (Comintern), se estableció o se desarrolló una reflexión sobre los roles de la literatura en el combate revolucionario. En el mismo período, se unieron el Círculo de Moscú y luego el Círculo de Praga, ambos situados en discusiones lingüísticas, estéticas y de teoría literaria, aunque sus trabajos no serían conocidos en el mundo occidental hasta el final de la década de 1960 (gracias a Tzvetan Todorov, para los formalistas rusos, y a Julia Kristeva, para los textos de Mijaíl Bajtín). Varios discursos teóricos aparecieron en el marco de publicaciones no universitarias y a menudo efímeras, ya fuera en Alemania, Francia, Rusia o Estados Unidos, por medio de congresos, encuentros, peticiones y polémicas. Entre los “compañeros viajeros”, así como entre los intelectuales comunistas, tuvieron lugar intensas reflexiones sobre el rol sociopolítico del arte y la literatura, especialmente en asociaciones internacionales o en órganos de la vida literaria (Viala, 1990) como Octubre, reproducidas por las Ediciones Octubre en España, Tanemakuhito (The Sower, de 1921 a 1923), luego Bungeisensen (Literary Battlefront, de 1924 a 1930), en Japón, Nouvel Âge y el Bulletin des écrivains prolétariens en Francia, o la revista internacional Literature of the World Revolution, que aparecía simultáneamente en ruso, inglés, alemán y francés. Estas redes internacionales evolucionaron por fuera de las universidades, debido al prestigio del que disfrutaban por aquel tiempo los intelectuales, los periódicos y la edición.

Todo eso habría llegado a su fin a mediados de la década de 1930 con la eliminación de organizaciones y cuando un yugo de pensamiento rígido fue impuesto a autores y pensadores comunistas (incluyendo a Christopher Caudwell en Gran Bretaña, Paul Nizan en Francia, Upton Sinclair en Estados Unidos), con el realismo socialista como único horizonte. Por lejos, el más influyente para nuestra materia fue el húngaro Georg Lukács, cuyo marco conceptual era el más avanzado. Para él, la así llamada obra realista (que él contrastaba con el naturalismo y el modernismo) presenta personajes típicos que llevan consigo contradicciones que forman una dialéctica del mundo real transpuesto, lo que hace que este tipo de obra sea la única capaz de expresar una totalidad histórica coherente y no descompuesta. Así, él suscribe al axioma marxista según el cual lo real es positivamente cognoscible: un suficiente estudio de las determinaciones sociohistóricas permite un entendimiento de la racionalidad no solo de lo producido en el pasado sino también en futuras evoluciones.

En contraste con esta rigidez y la obsesión con la monosemia, pensadores y practicantes eligen, en cambio, cuestionar el rol de la negatividad revelada por las grandes obras literarias. Este fue particularmente el caso en el corazón de la Escuela de Frankfurt, el nombre dado desde la década de 1950 a los miembros del Institut für Sozialforschung, creado en febrero de 1923 en el campus de la Universidad de Frankfurt, antes de dispersarse (y escapar ante el avance del nazismo) a sus institutos satélites en Génova, París, Londres y Nueva York. El instituto representaría un pilar común para Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Walter Benjamin o Herbert Marcuse, sin ninguno siendo declarado como líder. Estos investigadores no se enfocarían en la literatura como tal, sino en producir trabajos claves sobre el arte durante la era de las industrias culturales [véase el texto de Theodor Adorno]. Otra institución sauvage (Devevey, 2016), el Collège de Sociologie, fue fundada por los autores Georges Bataille, Roger Caillois y Michel Leiris, de 1937 a 1939. A medio camino entre grupo de vanguardia e institución académica, el Colegio sostuvo conferencias semanales y fue un sitio para la investigación interdisciplinaria (sociología, antropología, biología, arte, psicoanálisis), donde el discurso sociológico y el discurso literario interactuaron el uno con el otro.

Admisión a la universidad

Tras la Segunda Guerra Mundial, aparte de unas pocas contribuciones excepcionales fechadas inmediatamente después de la guerra (Qu’est-ce que la littérature? de Jean-Paul Sartre, Morales du grand siècle de Paul Bénichou y Mimesis: The Representation of Reality in Western Literature de Erich Auerbach), la sociología de la literatura, en sus diversas encarnaciones, retornó al seno universitario para nunca volver a abandonarlo. Los años 1956-1958 fueron particularmente fructíferos con las publicaciones de The Rise of the Novel, de Ian Watt (sobre la genésis de la novela durante los siglos XVII y XVIII), Ideal und Wirklichkeit in der höfischen Epik, de Erich Köhler (sobre la novela cortesana como desarrollo compensatorio de una mitología que glorificaba a la nobleza caballeresca en un momento en que su poder disminuía en beneficio de un poder real centralizado), Le dieu caché (The Hidden God, traducido en 1964), de Lucien Goldmann (sobre la equivalencia de la situación histórica de los nobles de toga, los jansenistas y las obras de Racine y Pascal), y Sociologie de la littérature (Sociology of Literature, traducido en 1971),4 de Robert Escarpit, en la colección “Que sais-je”.

En Francia, era tiempo para la alianza entre disciplinas y para la investigación en áreas donde se intersectaban (psicología social, historia económica, sociología política), incluso si la filosofía todavía permanecía como la disciplina suprema. No es de extrañar, por lo tanto, que las primeras dos instancias de institucionalización de la “sociología de la literatura” tuvieran lugar en este tiempo bajo la instigación de Goldmann y Escarpit. Goldmann [véase el texto de Lucien Goldmann], de origen rumano, dio un seminario ya en 1959-1960, intitulado “Sociología de la Literatura y de la Filosofía”, en la École Pratique des Hautes Études de París. Sin abandonar la EPHE, donde dirigió un grupo de sociología de la literatura que sería proseguido por Jacques Leenhardt (Dumont, 2018), fundó el Centre de Sociologie de la Littérature en 1961, en el Institut de Sociologie de la Université Libre de Bruxelles, y se volvió su director tres años después. El registro de estas dos instituciones colocó las ideas filosóficas y sociológicas de Goldmann en el centro de los debates concernientes a las relaciones entre lo social y lo literario a lo largo de la década de 1960. Goldmann organizó, en particular, Rencontres de sociologie de la littérature en Royaumont y editó números de la Revue de l’Institut de Sociologie, y antologías como Problèmes d’une sociologie du roman (1963) y Littérature et société, Problèmes de méthodologie en sociologie de la littérature (1967). Después de su muerte en 1970, el Centre de Sociologie de la Littérature fue dirigido por Ralph Heyndels hasta su partida a Estados Unidos (Heyndels, 1988), y luego por el abogado y novelista Pierre Mertens.

Sociologie de la littérature (1958) anunció el advenimiento de la “Escuela de Burdeos” y buscó, de alguna manera, convertirse en su manifiesto [véase el libro de Robert Escarpit]. Robert Escarpit había obtenido una cátedra en literatura comparada en la Universidad de Burdeos en 1952. Incentivado por el éxito de su “Que sais-je?” (frecuentemente traducido y republicado hasta bien entrada la década de 1990), en 1960 fundó el Centre de Sociologie des Faits Littéraires (luego renombrado como Institut de Littérature et de Techniques Artistiques de Masse) e impulsó grandes proyectos de investigación sobre las lecturas de conscriptos, sobre adaptaciones o sobre librerías comerciales (Van Nuijs, 2007). Su nombre permanecería asociado a una rama de los estudios sociológicos de la literatura: la sociología empírica del libro y de la lectura, con la publicación, entre otros, de La révolution du livre (1965; The Book Revolution, 1966) y de Le littéraire et le social. Eléments pour une sociologie de la littérature (1970), un trabajo colectivo consagrado en gran medida a las investigaciones realizadas por Escarpit y su equipo.

También es importante agregar que el grupo reunido alrededor de Louis Althusser en la École Normale Supérieure de París dio lugar, en medio de la explosión del pensamiento estructuralista, a un intento de aplicar el pensamiento filosófico de Althusser a la literatura. Pour une théorie de la production littéraire, de Pierre Macherey (1966; A Theory of Literary Production, 1978), teoriza y pone en práctica lo que Lire le Capital (1965; Reading Capital, 1970), coescrito por Macherey junto a Althusser, Balibar, Establet y Rancière, denomina una “lectura sintomática” destinada a resaltar el lenguaje de la ideología bajo la superficie del texto. Este trabajo [véase el libro de Pierre Macherey] tuvo un gran impacto en el mundo angloparlante, donde todavía es considerado un hito inevitable.

Los años efervescentes, de 1955 a 1970 (hasta la muerte de Goldmann), dotaron así a la sociología de la literatura de dos centros de investigación y dos líderes de alto calibre. La competencia entre los dos centros fue taciturna y provocó una división de tareas y de perspectivas analíticas: en el caso de Goldmann, las grandes obras (Malraux, Racine, Robbe-Grillet), los procesos filosóficos inspirados por Lukács, la relación dialéctica entre textos y contextos de producción a través del grupo social al que el autor pertenece; en el caso de Escarpit, la literatura de masas, la reunión de datos empíricos vinculados con los productos literarios, la integración de audiencias en la ecuación de la comunicación literaria. Ellos también tenían mucho en común: su proximidad al pensamiento marxista, que ambos declararon en varias ocasiones, y un enfoque holístico orientado a entender el proceso de creación (Goldmann) y transmisión (Escarpit) de la literatura en su totalidad.

Los estudios sociológicos de la literatura también florecieron fuera de Francia. En Alemania Occidental, además de los proyectos en la Escuela de Frankfurt, Erich Köhler tuvo una gran influencia hasta su muerte en 1981 [véase el artículo de Erich Köhler]. Una sociología positivista también fue desarrollada allí, liderada por Hans Norbert Fügen y Alphons Silbermann, antes de que ambos viraran hacia otras investigaciones durante la década de 1970. En Gran Bretaña, The Uses of Literacy (1957), de Richard Hoggart, y Culture and Society (1958), de Raymond Williams, lanzaron lo que llegaría a denominarse Escuela de Birmingham. La institucionalización de los Cultural Studies ocurrió en Birmingham en 1964, con la creación del Centre for Contemporary Cultural Studies, que vio su objeto de estudio en “las formas, las prácticas y las instituciones culturales, y sus relaciones con la sociedad y con el cambio social”. Fue un centro de investigación y discusión muy activo, donde fueron explorados terrenos prácticamente desconocidos, como la cultura popular, los medios, las identidades sexuales y étnicas, a través de interrogaciones sobre las relaciones de poder, las formas de resistencia y la habilidad de producir diferentes representaciones y de ir más allá de los aspectos mecánicos del análisis marxista de la ideología [véase el artículo de Raymond Williams].

De la década de 1970 a la de 1980

Los años que van de 1970 a 1980 estuvieron marcados por una profundización de la división entre estudios considerados “externos”, practicados por historiadores, filósofos y sociólogos, y estudios reconocidos como “internos”, aquellos producidos por estudiosos de la literatura. El ingreso al debate de la sociocrítica (en el primer número de Littérature en 1971) y de la sociología del campo literario de Pierre Bourdieu (con el pionero artículo “Le marché des biens symboliques” en el mismo año) desplazarían esta tensión de larga duración sin resolverla, una tensión que, al fin y al cabo, dio forma a las aproximaciones sociales a la literatura.

Durante este tiempo, entre los hablantes de inglés, la Escuela de Birmingham de estudios culturales se volvió dominante y separada de los estudios sociológicos practicados en el mundo francoparlante, aunque hubo algunos autores de la French Theory que fueron compartidos, como Michel Foucault (Cusset, 2003). Además, dos autores adquirieron una importancia considerable, como teóricos y como intérpretes de las teorías marxistas: Fredric Jameson en los Estados Unidos (Marxism and Form: Twentieth Century Dialectical Theories of Literature en 1971, The Political Unconscious: Narrative as a Socially Symbolic Act en 1981) y Terry Eagleton en Inlgaterra (Criticism & Ideology en 1976, Literary Theory: An Introduction en 1983). También estaba el Essex Sociology of Literature Project, un proyecto colectivo que fue desarrollado en la Universidad de Essex de 1976 a 2001 (aunque el término “sociología” fue abandonado unos diez años después de su creación): produjo actas de congresos, intituladas Literature, Society and the Sociology of Literature (1977), y trabajos reunidos dedicados a fechas significativas: 1642, 1789, 1848, 1936.

Estas dos décadas también son aquellas en que ganaron su independencia disciplinas anteriormente mezcladas con la sociología de la literatura, aunque el foco principal sea en teorías del texto. Tal es el caso particular de la historia del libro y la historia de la edición, liderada por Roger Chartier, Robert Darnton y Jean-Yves Mollier, así como la sociología del arte, para la que Raymonde Moulin creó un centro de investigación en la École des Hautes Études en Sciences Sociales en 1984. También profesor en la EHESS antes de unirse al Collège de France, Pierre Bourdieu se interesó casi desde el comienzo en cuestiones en torno a la creación cultural y artística. En 1966, publicó su primer artículo sobre la materia, “Champ intellectuel et projet créateur” en Les Temps Modernes. Su artículo de 1971, “Le marché des biens symboliques”, fue el comienzo de una investigación más intensa de su parte sobre los campos culturales. Aunque Les Règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire, su principal libro sobre literatura, fue publicado en 1992 (The Rules of Art, 1996), lo mismo que el artículo “Le champ littéraire” [véase el artículo de Pierre Bourdieu], Bourdieu ya había dedicado un número de su revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales a “L’économie des biens symboliques” en 1977 y había dado a otro artículo, al año siguiente, el título de “Sur l’art et la littérature”. Su influencia también fue ejercida por investigadores que se hallaban bajo su dirección (Pascale Casanova, Rémy Ponton, Gisèle Sapiro), que habían sido prologados (Jérôme Meizoz), publicados en colecciones que él había fundado en las editoriales Éditions de Minuit y Éditions du Seuil (Alain Viala, Pascal Durand) o reunidos en el Centre de Sociologie Européenne que él dirigía. En el campo de los estudios literarios, como en otros, la obra de Pierre Bourdieu ha tenido una influencia notable incluso en las resistencias y rechazos que ha generado, especialmente porque aplica al campo literario los mismos mecanismos y conceptos (habitus, illusio, autonomía) que al trabajo en otros campos sociales.

Para los estudiosos de la literatura, el comienzo de la década de 1970 vio la emergencia de la sociocrítica. Se podría decir sociocríticas porque tanto Claude Duchet como Edmond Cros concibieron, al mismo tiempo, un arsenal teórico distinto bajo el mismo estandarte. El primero, docente en Lille y luego en el Centre Universitaire Expérimental de Vincennes, que se conviertió en la Université Paris 8, estaba dando seminarios sobre la “sociología de la novela” (Duchet y Maurus, 2011) cuando publicó el pionero artículo “Pour une socio-critique” en 1971 [véase el artículo de Claude Duchet]. La relevancia de este artículo se debe en gran medida tanto a su título como a donde fue publicado: en el número inaugural de la revista Littérature, fundada en Vincennes como una especie de respuesta a la revista Poétique, de Genette y Todorov, que data de 1970. En este primer número, aparte de la de Duchet, pueden hallarse las firmas de France Vernier, Jacques Dubois, Roger Fayolle, Pierre Barbéris y de Jacques Leenhardt en un tributo a Lucien Goldmann. Todos eran autores que apelaban tanto a teorías sociológicas como a análisis de textos literarios. De manera más radical que sus colegas, Duchet afirmó que es en la obra, y solo en la obra, en que operan las redes de significación. Si se adhiere a las tesis de Saussure, el signo nunca es la cosa actual y las palabras del texto no pueden hablar del mundo. La realidad solo aparece en la ficción en la forma de un analogon y, por consiguiente, fuera del alcance de la ficción. La sociocrítica se desarrolló entonces en varias direcciones, bajo varios nombres y en varios lugares. El hispanista francés Edmond Cros, cuya sociocrítica debe mucho al freudismo, hizo su carrera en la Université de Montpellier, donde fundó el Institut de Sociocritique. Peter V. Zima, cuya sociología de los textos se inspiró en Goldmann y Adorno, enseñó en la Universität Klagenfurt y publicó tanto en alemán como en francés. Pierre Barbéris, que había llegado a la Université de Caen en 1976, creó el Centre de Recherche sur la Modernité y la revista Elseneur: él sostenía [véase el curso de Pierre Barbéris] que la historia escrita en los textos literarios está más cercana a la Historia que la historia practicada por la historiografía. Evidentemente, los estudiosos de la literatura (de convicción marxista) en favor de la sociocrítica eran más activos en las provincias, mientras la Sorbona y las grandes écoles eran dirigidas por la historia literaria y el textualismo.

Al mismo tiempo, fuera de Francia, parece como si la oposición entre análisis internos y externos no hubiera sido tan extrema. En Bélgica, además del Centre de Sociologie de la Littérature heredado de Goldmann, Jacques Dubois empezó a enseñar la “sociología de la literatura” en 1968. Al principio influido por Macherey, Dubois también fue profundamente afectado por el descubrimiento de los trabajos de Bourdieu. Con el sociólogo Paul Minon y con Philippe Minguet, que había participado en el Groupe con él, Minon creó en Lieja la comisión “Arts et Société”, que concebía, en la estela de lo que se estaba desarrollando en Francia, una lectura social de la producción de acontecimientos artísticos. En 1978, sus cursos dieron nacimiento a la L’Institution de la littérature. Introduction à une sociologie, que, además de pensar los procesos institucionales que operan en el mundo literario, proponía un método de leer textos. Más tarde, Dubois giraría hacia una sociología literaria de las novelas realistas, inspirado principalmente por Bourdieu [véase el artículo de Jacques Dubois].

Durante este tiempo, en la parte del país de habla flamenca, más precisamente entre especialistas en traducción de la Katholieke Universiteit Leuven, otro grupo teórico descubrió un terreno fértil. Después de una conferencia en 1976 en Lovania, Literature and Translation. New Perspectives in Literary Studies (Delabastita, D’hulst y Meylaerts, 2006), José Lambert fundó un grupo de investigación en que Lieven d’Hulst y luego Reine Meylaert se distinguirían en relación a los sistemas de traducción. Ellos adoptaron y promovieron la teoría de polisistemas impulsada por Itamar Even-Zohar, un profesor de literatura comparada en la Universidad de Tel-Aviv y autor en la década de 1970 de una tesis doctoral sobre traducción literaria. Él concebía un sistema de relaciones entre elementos (en particular, entre un lenguaje y otro) [véase el libro de Itamar Even-Zohar]. Este polisistema, dotado de diferentes centros y periferias, tiene un repertorio de normas y modelos que jerarquizan las relaciones dentro de cada sistema. Este abordaje por sistemas (que Niklas Luhmann desarrollaría a su manera, en 1995, en Die Kunst der Gesellschaft, traducido en 2000 bajo el título de Art as a Social System) se ha afianzado, aunque sin crear mucho diálogo con los académicos de habla francesa interesados en la literatura como objeto social, en todas sus tendencias combinadas.

También es importante diferenciar los estudios que se ocupan de la recepción y la lectura de obras literarias. La Escuela de Burdeos ya se había enfocado en datos empíricos sobre la distribución del libro y la composición social de las audiencias lectoras. Jean-Paul Sartre se había preguntado a sí mismo, en 1948, “¿Para quién escribimos?”, en Qu’est-ce que la littérature?, mientras, en Italia, el marxista Galvano della Volpe había propuesto una Storia del gusto en 1960 y Umberto Eco había publicado Opera aperta en 1962. En el tercio final del siglo, Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser, principales representantes de lo que llegaría a conocerse como la Escuela de Constanza, a raíz del nombre de la ciudad alemana donde ambos enseñaron, que proponía un abordaje centrado alrededor de la relación entre el texto y el lector, más precisamente sobre las respuestas que varios públicos, especializados o no, manifiestan hacia los textos y sus estéticas. En Ästhetische Erfahrung und literarische Hermeneutik (1977, Toward an Aesthetic of Reception, 1982), Jauss parte de la observación de que cada público se predispone de una cierta manera a la recepción de una obra y reflexiona sobre el horizonte de expectativas del lector. Iser opta por una “estética de los efectos” como la que aparece en la obra misma. Otras vías también son exploradas: bajo la dirección de Roger Chartier, una historia de los lectores y de los usos de la literatura (lectura en la playa, lectura durante la ocupación, lectura de novelas policiales), una sociología de la lectura abocada a las prácticas de lectura en la época contemporánea, una sociología de la recepción por medio de la prensa que se halla cercana a la sociología de los campos de Bourdieu (Joseph Jurt sobre la recepción de Bernanos) o la sociología de la crítica de Boltanski (Pierre Verdrager sobre la recepción de Nathalie Sarraute), la sociología de la interpretación de Jean-Pierre Esquenazi, etc.5 En la actualidad, con el advenimiento de la lectura digital, los trabajos sobre la lectura y la alfabetización siguen siendo atrayentes, aunque carecen de una red unificada.

Los años 1980-2000

Los años 1980-1990, comparados con aquellos que los precedieron, estuvieron menos marcados por nuevas proposiciones teóricas con etiquetas sociológicas. Sin duda, esto fue causado por polinizaciones cruzadas entre disciplinas que se autonomizaron e institucionalizaron y por el interés de revistas, asociaciones y bibliografías comprensivas especializadas: análisis del discurso, historia del libro, historia cultural, sociología de los intelectuales, estudios culturales, estudios sobre cultura mediática, sociología de las artes visuales. Un factor adicional fue el dominio en Francia de la teoría de los campos y la sociocrítica, mientras los británicos en la Escuela de Birmingham estaban teniendo una enorme influencia en Estados Unidos. La sociología cultural estaba sólidamente establecida en Gran Bretaña con académicos como Tony Bennett, Andrew Milner, Jim McGuigan, que sumaron un enfoque sociológico a los estudios culturales británicos, nutridos por manuales de John Hall (Sociology of Literature en 1979) y Raymond Williams (Sociology of Culture en 1981). Australia y la parte inglesa de Canadá (Jackson, 1983) también fueron territorios hospitalarios para proyectos de este tipo, mientras en Estados Unidos el vasto campo de los estudios culturales, los estudios de género y los estudios poscoloniales habían construido un corpus teórico propio (Spivak, Appadurai, Foucault, entre otros).

Los abordajes sociológicos franceses experimentaron sus principales desarrollos institucionales a distancia del centro parisino: en suma, no sorprende que el Dictionnaire du littéraire, publicado en 2002, haya sido dirigido por un belga (Paul Aron), un quebequense (Denis Saint-Jacques) y un francés (Alain Viala). En Bélgica, Paul Aron de la Université Libre de Bruxelles combinó historia literaria y sociología de la literatura, mientras en la Université de Liège Jacques Dubois estaba abriendo caminos (Jean-Pierre Bertrand, Pascal Durand) en el área de la sociología del conocimiento de las obras literarias y el estudio de las culturas de masas. En la década de 2000, el Centre Interuniversitaire d’Étude du Littéraire (CIEL) juntó a investigadores de Bruselas y Lieja para una gran indagación sociológica sobre la literatura francófona belga. En Quebec, bajo el ímpetu del teórico del discurso social Marc Angenot [véase el libro de Marc Angenot] y la socióloga Régine Robin, el Centre Interuniversitaire d’Analyse du Discours et de Sociocritique des Textes (CIADEST) reunió a los principales exponentes de la sociocrítica en Canadá (Michel Biron, Benoît Melançon, Pierre Popovic), antes de que el Collège de Sociocritique tomara el mando de 2000 a 2007. En la Suiza francófona, el Centre de Recherches sur les Lettres Romandes fue el grupo desde el cual surgieron académicos como Daniel Maggetti y Jérôme Meizoz. En África francófona, el sociocrítico Claude Duchet ha generado una repercusión considerable, tal como se evidencia en las actividades del grupo de investigación Littérature et Société de Adama Samaké en la Université Félix Houphouët Boigny de Cocody, en Costa de Marfil, y el Cercle Africain de Sémiotique et de Sociocritique de Jean-Claude Mbarga, en Camerún. La sociología de los campos literarios africanos, además, movilizó a un número de investigadores en los últimos años.

Algunas tendencias de la producción intelectual que se abocaron a las relaciones entre lo literario y lo social pueden ser señaladas. La primera es incuestionablemente la teoría de los campos de Pierre Bourdieu, debido a la internacionalización de sus usos, al número de repercusiones y disputas que ha incitado y a la durabilidad de sus contribuciones teóricas, con todas estas cuestiones tomadas en conjunto. En los estudios literarios francófonos, eclipsó completamente a la sociología interaccionista, aquella de Howard Becker en particular, según la cual el arte es producto de la colaboración entre mediadores que actúan en una cadena entre el productor (el autor) y el receptor (el público). Gisèle Sapiro continuó el trabajo de Pierre Bourdieu en la EHESS. Junto a otros, principalmente en Francia y en los Estados Unidos, ella ha contribuido a un desarrollo de la sociología de la edición, la sociología de los intelectuales y la sociología de la traducción desde una perspectiva que es a la vez histórica y comparatista, también marcada por la teoría de la transferencia cultural de Michel Espagne y Michael Werner. Además, Sapiro ha incentivado el trabajo de académicos (y ha publicado el trabajo de varios de ellos en la colección titulada “Culture et société” publicada por el CNRS) que han adoptado, aunque no de manera exhaustiva, la teoría de los campos, para aplicarla a áreas de investigación que han estado cercanas a ella: género, judaísmo, vanguardistas, literatura poscolonial.6

Bourdieu generó una inmensa cantidad de literatura crítica que podríamos empezar a denominar Bourdieu Studies (véase Martin, 2010, para más precisiones sobre esta cuestión). Algunos de estos trabajos son de naturaleza explicativa, otros toman la forma de un homenaje, mientras otros están decididamente comprometidos a criticarlo. Todavía con Bourdieu en vida, Bernard Lahire dirigió un volumen subtitulado Dettes et critiques, en el cual Alain Viala y Denis Saint-Jacques unieron fuerzas para cuestionar el alcance histórico y geográfico del carácter “relativamente autónomo” del concepto de campo (Lahire, 1999). Bernard Lahire llevó a cabo su propia investigación sobre literatura en Franz Kafka. Eléments pour une théorie de la création littéraire en 2010. Allí, él expresó su deseo de basar la sociología a nivel individual, para entender “lo social en estado incorporado” al individuo, “multi-socializado” y “multi-intencionado” por el campo, por el estado social, pero también por la familia, la escuela, los amigos, los amores y por las afiliaciones políticas y religiosas, entre otras. En la École Normale Supérieure de Lyon donde enseñó, Lahire reunió a varios jóvenes investigadores que participaron en sus reflexiones sobre la biografía sociológica (véase el trabajo colectivo de 2011, titulado Ce qu’ils vivent, ce qu’ils écrivent. Mises en scène littéraires du social et expériences socialisatrices des écrivains).

Luc Boltanski, otro heredero de Bourdieu que se distanció de él, creó una sociología constructivista a-crítica. La explicación de obras, trayectorias o posiciones mediante criterios externos se remplaza por la explicitación, es decir, por resaltar la consistencia interna de los sistemas de representación. Boltanski mismo trabajó pocas veces sobre la literatura (Énigmes et complots. Une enquête à propos d’enquêtes en 2012), pero Nathalie Heinich sacó partido de algunos aspectos que él había dispuesto como aproximación al arte y la literatura (Ce que l’art fait à la sociologie en 1998). La revista Opus, un órgano de los sociólogos del arte franceses, demuestra, además, una apertura metodológica a una variedad de aproximaciones sociológicas, especialmente a la sociología de la intermediación derivada de Art Worlds de Howard Becker [véase el artículo de Delphine Naudier].

La sociocrítica también ha sido productiva en las últimas décadas. Claude Duchet, por un lado, solo tardíamente reunió sus propuestas teóricas en un libro, y lo hizo en la forma de una colección de entrevistas reproducidas con una antología de sus textos (Duchet y Maurus, 2011). Por otro lado, varias escuelas de pensamiento, apoyadas por instituciones legitimantes (revista, centro de investigación, colección de libros) han continuado a ayudar a que la sociocrítica florezca. En Montreal, el Centre Interuniversitaire d’Analyse du Discours et de Sociocritique des Textes (CIADEST), ya reunió a dos ramas del análisis sociotextual. El Collège de Sociocritique, de nuevo en Montreal, junto con la revista y la colección “Discours social” dirigida por Marc Angenot, han ampliado las perspectivas teóricas y la variedad de los objetos de estudio (alcohol, discurso económico, sexo, deporte). Por impulso de Pierre Popovic, el Collège de Sociocritique fue desmantelado en 2006 para dar lugar al Groupe de Recherche sur les Médiations Littéraires et les Institutions (Gremlin), por un lado, y al Centre de Recherche Interuniversitaire sur la Sociocritique des Textes (CRIST), por otro. Pierre Popovic dio nueva vida a la sociocrítica textual [véase el artículo de Pierre Popovic]. También trajo consigo a ciertos predecesores (André Belleau, Gilles Marcotte, Jean-Charles Falardeau, además de Angenot y Robin) y juntó el equipo del CRIST en una École de Montréal. Edmond Cros, por su parte, es el único representante de la sociocrítica que ha tenido impacto en la investigación llevada a cabo en España. Congresos del Institut International de Sociocritique, que han tenido lugar en diversas ciudades desde la década de 1980, demuestran la gran vitalidad de los conceptos desarrollados por Edmond Cros [véase el artículo de Edmond Cros] en España y en América Central y del Sur, como también se evidencia en la longevidad de la revista Sociocriticism, que ha viajado de Pittsburgh a Granada (Pardo Fernández, 2006). En Francia, la sociopoética y la etnocrítica tienen sus defensores. Ya definida por Alain Viala [véase el artículo de Alain Viala] como el “estudio de transposiciones literarias de una práctica social”, la sociopoética se ha convertido para Alain Montandon en el estudio de una “manera en que las representaciones y el imaginario social informan el texto en la escritura misma”. Estas representaciones ha sido materia de trabajos (danza, paseos, textiles) dirigidos por Alain Montandon en Clermont-Ferrand y actualmente tienen su revista especializada: Sociopoétiques. La etnocrítica, entendida como el estudio creciente de la sociocrítica de Duchet y Henri Mitterand, de la semiolingüística de Bajtín y de la antropología histórica, fue desarrollada por Jean-Marie Privat en la École de Metz. Junto a Marie Scarpa (y Véronique Cnockaert en la rama satélite en Montreal), Jean-Marie Privat ha dirigido e inspirado trabajos abocados principalmente a novelas francesas decimonónicas [véase el artículo de Marie Scarpa]. Estas diferentes declinaciones de la sociocrítica (junto a las que podrían colocarse la sociosemiótica y la sociogenética) no han permanecido aisladas y han establecido fructíferos diálogos entre ellas en los últimos años, tal como demuestra el volumen Horizons ethnocritiques, publicado por Privat y Scarpa en 2010, donde Dominique Maingueneau (análisis del discurso), Jacques Dubois (sociología de la novela), Peter Zima (psicoanálisis y sociocrítica) discuten su relación con esta aproximación teórica.

Practicando el análisis textual, pero informado por la sociología, se ha desarrollado una tendencia según la cual una forma “sociológica” de ver las cosas sale a la luz en la literatura, especialmente en la literatura realista. Se trata de esbozar un conocimiento del mundo social desde la literatura, definitivamente conocimiento empírico, pero cuyo valor no es menor al ofrecido por las ciencias sociales. La literatura revela aspectos del mundo social, pero lo hace de forma representativa en vez de explicativa. Jacques Dubois, principal partidario de este estudio de la sociología de la novela, también ha presentado trabajos sobre imaginarios, como aquellos que el Groupe de Recherche sur les Médiations Littéraires et les Institutions (Gremlin) ha llevado a cabo sobre imaginarios novelísticos de la vida literaria.

Perspectivas futuras

Hoy en día, más que nunca, las fronteras que alguna vez fueron distinguibles entre aproximaciones a los fenómenos y a los textos literarios están dejando lugar a polinizaciones cruzadas e interferencias. Los estudiosos de la literatura siempre parecen estar buscando una “ciencia piloto” (en el sentido de un pez piloto) y absorbiendo avances realizados por fuera de sus disciplinas, mientras los antropólogos, los historiadores y otros estadísticos usan material literario cada vez más abiertamente. Trabajos que defienden la decompartimentación de los discursos (literario, filosófico, histórico, sociológico, etnográfico) se han multiplicado en los últimos años. Así, más recientemente, por ejemplo, se pueden leer libros de Vincent Debaene (L’Adieu au voyage, l’ethnologie française entre science et littérature, 2010, traducido al inglés en 2014) y de Jean Jamin (Littérature et anthropologie), que reflejan las interacciones entre discursos literarios y antropológicos (véase también el trabajo colectivo dirigido por Alain-Michel Boyer, Littérature et ethnographie).

Los historiadores hace tiempo han estado interrogando las conexiones entre historia y literatura. Este ya fue el caso de Lucien Febvre, un partidario de la historia social de la literatura. Más recientemente, el Groupe de Recherches Interdisciplinaires sur l’Histoire du Littéraire (GRIHL), fundado en la EHESS por Alain Viala y Christian Jouhaud, ha producido varios trabajos (individuales o colectivos) sobre la escritura y la lógica histórica, así como sobre textos de escritores no profesionales [véase la grabación de una clase de Dinah Ribard y Gisèle Sapiro]. Por su parte, el historiador Ivan Jablonka se inclina hacia Paul Ricoeur y Paul Veyne en términos de una narratología apropiada para las ciencias sociales en su libro L’histoire est une littérature contemporaine. Manifeste pour les sciences sociales, publicado en 2014. La renovación de la historia literaria en la década de 1980 (Vaillant, 2010), la emergencia de objetos de interés comunes a historiadores y estudiosos de la literatura (instituciones, sociabilidades, el libro y su materialidad, la prensa), el desarrollo de la historia cultural (Dominique Kalifa, Pascal Ory, Philippe Poirrier) y la historia de la poesía (Marie-Ève Thérenty, Alain Vaillant) han contribuido a aproximar estas dos perspectivas.

La erupción de las humanidades digitales dio nacimiento a la lectura distante defendida por Franco Moretti en Graphs, Maps, Trees en 2005 y por el Literary Lab que él dirige en la Universidad de Stanford. La intersección entre estudios literarios y métodos computacionales ha abierto nuevas vías que competen, especialmente, a la historia literaria, la sociología de la literatura y la historia del libro.

Por último, aunque la lista de las interacciones con las disciplinas de las ciencias sociales no tenga fin, el análisis del discurso, ya sea el heredado de Michel Foucault (en el trabajo de Jürgen Link), el de Chaim Perelman (en el trabajo de Marc Angenot) o el de la lingüística, ha integrado una preocupación sobre la sociología. Este es particularmente el caso de Dominique Maingueneau, quien ha ideado una serie de conceptos (institución discursiva, paratopie, posicionamiento, autoconstitución del discurso) que vinculan los estudios sociológicos con el análisis del discurso [véase el artículo de Dominique Maingueneau], y de Ruth Amossy, la impulsora de una red de investigación en Israel. Los conceptos de ethos y de posture literaria han penetrado en los estudios literarios (gracias, en gran medida, al libro de Jérôme Meizoz, Postures littéraires. Mises en scène modernes de l’auteur, publicado en 2007), sin duda porque ellos suponen una dimensión no discursiva (el establecimiento de conductas no verbales en la presentación del sí mismo) y una dimensión discursiva, y permiten un refinamiento de las interrelaciones entre el discurso del autor o la autora y su posición en el campo [véase un número especial editado por Denis Saint-Amand y David Vrydaghs].

Conclusión

Con el paso de las décadas, la sociología literaria parece haberse vuelto una vez más una especialidad del mundo francoparlante (con ramificaciones en el mundo hispanohablante). James F. English (2010) piensa que casi ha desaparecido de los estudios literarios en inglés, al tiempo que detalla varias disciplinas que la han albergado: la historia del libro y los nuevos bibliography studies, los new media studies, en donde se cruzan la historia del libro, la teoría de la comunicación, los cultural studies, la historia y la sociología, la historia de la formación del canon y del valor literario, la sociología reflexiva de las prácticas en ciencias sociales, la sociología de la lectura y la sociología de la world literature. Esa retirada podría ser explicada por el declive de la teoría literaria toda, por el prestigio de una French Theory más filosófica que sociológica (Baudrillard, Deleuze, Derrida, Foucault) o por la pérdida de reconocimiento de la literatura como factor para comprender el mundo social. O quizá las aproximaciones sociológicas a la literatura son víctimas de su pecado interdisciplinario original: siempre muy sociológicas para los estudiosos de la literatura, siempre muy literarias para los sociólogos. Sea como fuere, las aproximaciones sociológicas disfrutan de un gran vigor institucional, ya sea en la forma de nichos financiados con etiquetas relativamente estables o en la forma de vínculos entre métodos y objetos de estudio. Algunos sitios de difusión han desaparecido (la revista Opus, los cuadernos de Discours social, la colección “Liber” publicada por Seuil), pero otros han florecido (la revista Biens symboliques / Symbolic Goods, la serie “Culture et société” de CNRS Éditions, “Situations” de Presses Universitaires de Liège y “Socius” de Presses de l’Université de Montréal). La reflexión sociológica sobre la literatura sigue viva: tal como se evidencia por el éxito de la revista digital COnTEXTES, el seminario interdisciplinario “Les Armes de la Critique” impartido en la École Normale Supérieure de París o el proyecto Socius [véase el sitio web de Socius] que, de alguna forma, la presente antología ha acabado de completar.

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Notas

2Deseo agradecer a Paul Aron por haber leído y comentado este texto. También estoy agradecido a sus asistentes de investigación que, a lo largo de los años, me han ayudado a reunir las diferentes partes del proyecto Socius.

3En el texto fuente, el nombre del léxico es un hipervínculo: http://ressources-socius.info/index.php/lexique (lo señalo ya que, en este caso, el original no posee la indicación entre corchetes, tal como ocurre con los otros links del texto) [nota del traductor].

4Si bien hay una edición en inglés del libro de Escarpit que se corresponde con el año indicado, vale acotar que la primera versión en dicha lengua se publicó unos años antes, en 1965 [nota del traductor].

5En el paréntesis, “ocupación” hace referencia a la ocupación alemana de Francia, durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial [nota del traductor].

6En el paréntesis, “CNRS” se refiere al Centre National de la Recherche Scientifique [nota del traductor].

1

Presento la traducción de un trabajo de Anthony Glinoer, con su debida autorización (y la de Enrico Natale, en representación de Living Books About History). Se trata de la introducción a una antología publicada en formato digital, compuesta por más de una veintena de textos de acceso abierto, la mayoría en lengua francesa, además de uno en alemán y un par en inglés. La presentación del libro digital se encuentra disponible en inglés, bajo el título de The Literary and The Social (https://livingbooksabouthistory.ch/en/book/the-literary-and-the-social), así como en francés, como Le littéraire et le social (https://livingbooksabouthistory.ch/fr/book/the-literary-and-the-social). La introducción de Glinoer se halla en ambas lenguas. Para la traducción, me basé en la versión en inglés (y, en algunas cuestiones puntuales, también apelé a la francesa). Explicito cuatro consideraciones al respecto: primero, al tratarse de una antología digital con hipervínculos externos, la introducción de Glinoer contiene varias remisiones, colocadas en el cuerpo del texto entre corchetes, que opté por consignar sin el link correspondiente (en todos los casos, sencillamente se puede acceder a través del sitio web del libro digital, señalado en este misma nota); segundo, mantengo (salvo algunas excepciones) la lengua en que están escritos los nombres de los libros y las instituciones aludidos (ya que, por ejemplo, en la versión en inglés, varios nombres propios figuran en francés); tercero, en algunos casos de erratas, sencillamente decidí corregirlas; cuarto, si bien el texto fuente no contiene una lista bibliográfica final, incluí el conjunto de referencias indicadas entre paréntesis (y solo unos pocos casos de alusiones sin paréntesis). Por último, agradezco a Anthony Glinoer por la predisposición y la confianza para llevar a cabo la tarea (y espero que la presente traducción también valga como invitación, para los lectores hispanohablantes, a acercarse al valiosísimo sitio web del proyecto Socius: http://ressources-socius.info/) [nota del traductor].

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