1. Introducción
La edición de las publicaciones periódicas dedicadas a comunicar la ciencia estuvo influenciada en América Latina por contextos históricos y sociales particulares. A diferencia de otros lugares del mundo, los países de esta región tuvieron desde un comienzo tradiciones editoriales tardías, ligadas a instituciones como los museos, las primeras asociaciones científicas y, algo más tarde, las universidades (Piqueras, 2007; Salatino, 2017; Vessuri, 1994).
En comparación con Philosophical Transactions y Journal des Sçavans (1665), consideradas las primeras revistas científicas de la historia, la primera publicación de este tipo en América Latina es la mexicana Mercurio Volante, de 1772. Una revista similar nace en 1790 en Cuba: Papel Periódico de la Havana (sic). En ambas, la comunicación de hallazgos científicos aparecía conviviendo con información general o de divulgación (Piqueras, 2007), algo que algunos autores han indicado como una característica también presente en Journal des Sçavans (Piqueras, 2007; Porter, 1964; Price, 1973). Con el tiempo, las revistas científicas comenzaron a responder a las primeras divisiones disciplinares de la ciencia (Mack, 2015; Piqueras, 2007).
En este sentido puede citarse como ejemplo el caso de Brasil, donde las primeras publicaciones a difundir resultados de la investigación respondieron a la medicina y la salud: Propagador das Cièncias Médicas (1827), Semanário de Saúde Pública (1831), Diario de Saúde (1835) y Revista Médica Fluminense (1835). Mercé Piqueras (2007) las describe como publicaciones basadas “en el modelo europeo”, cuya misión era “recoger las opiniones y las actividades de la Sociedad de Medicina de Río de Janeiro (1829) y posteriormente las de la Academia Imperial de Medicina, mediante la publicación de las actas de las sesiones, los informes de las comisiones y los trabajos de los académicos” (Piqueras, 2007, p. 5).
La tradición que vincula a la ciencia con las asociaciones científicas fue una gran impulsora de las primeras publicaciones, y es identificada por Salatino (2017, 2019) como la etapa del “asociacionismo editorialista”. En Argentina, se comprueba en ciertas publicaciones como la Revista de la Academia Nacional de Farmacia y Bioquímica (1858; perteneciente a la academia homónima), la Revista del Museo Argentino de Ciencias Naturales (1864), la Revista de la Academia Nacional de Ciencias de la República Argentina (1875) y los Anales de la Sociedad Científica Argentina (1876).
Algunos años después, las revistas comienzan a encontrar renovados espacios de expansión y crecimiento en las universidades, especialmente después de que la Reforma Universitaria de 1918 impulsó la autonomía necesaria para el desarrollo de las disciplinas: este “movimiento fundante”, en palabras de Buchbinder (2018), fue un gran impulsor del crecimiento y consolidación de la ciencia en la región.
En ese marco, las revistas científicas se consolidan como instrumentos para la institucionalización de las ciencias en América Latina (Salatino, 2017, 2019; Vessuri, 1994), como un símbolo de la maduración de los grupos de investigación y de sus conexiones académicas en el mundo. Lejos de diluirse, el rol de las universidades como principales editoras de revistas científicas se fortaleció en las últimas décadas, de lo que da cuenta el dato de que el 41% de las revistas científicas argentinas está editada por alguna universidad nacional (Salatino, 2019).
Este trabajo parte de la hipótesis de que, en Santa Fe, más precisamente en la Universidad Nacional del Litoral (en adelante UNL), es posible hallar rasgos de estos procesos históricos con el nacimiento de las primeras revistas científicas, y de éstas con la conformación de los primeros grupos de investigación.1 Esta primera pregunta de investigación impulsó otras, orientadas a conocer cuántas revistas se publicaron, quiénes las editaban y con qué objetivos; qué otro tipo de publicaciones periódicas existieron, y cuáles de ellas pueden considerarse “científicas” a la luz de los criterios de la época.
Debido al interés de concentrar la atención en el nacimiento de las primeras revistas científicas y los primeros grupos de investigación, se tomó como referencia temporal un período que se llamará “fundacional”, que comprende los años que van desde la fundación de la UNL, el 17 de octubre de 1919, hasta su intervención del 28 de julio de 1943.2
Esta etapa histórica estuvo atravesada por dos hechos concomitantes: la migración de científicos europeos y el rol activo de esos países y Estados Unidos en la expansión de sus políticas científicas y culturales a Latinoamérica. Este fenómeno es particularmente intensificado en el periodo entreguerras, cuando Europa y Estados Unidos inician una política de creación de institutos y organismos para la “difusión cultural” y las relaciones “intelectuales” internacionales (Vessuri, 1994). Ambos procesos marcaron el camino para la institucionalización de la actividad científica, por un lado, y para la constitución de las primeras redes académicas internacionales, por el otro. En el caso de Santa Fe, siguiendo a Rubinzal (2022), se pueden enumerar además otros factores que potenciaron este fenómeno, como la ampliación del público lector producto de la alfabetización y el colapso de la industria editorial española durante los años de la Guerra Civil (1936-1939).
La migración de profesionales extranjeros a las recientemente constituidas universidades argentinas, provocada por la huida de regímenes fascistas y totalitarios en Europa, fue analizada por Vessuri (1994, 1995, 2007), por Ansaldi (1991) para el caso de las ciencias sociales, y comentada por Sebastián (2007) como el inicio de una incipiente cooperación internacional con Estados Unidos y países europeos, que se afianzará en las siguientes décadas y que servirá para consolidar las estructuras académicas y científicas todavía en formación en nuestros países. Puntualmente, el caso de la UNL fue abordado, entre otros, por Vallejos (2010), Piazzesi & Bacolla (2015) y Babini & De Asúa (2003) a través de la trayectoria de algunos intelectuales que arribaron a nuestro país y se afincaron en la región Litoral.
A lo largo de este trabajo se abordaran cuatro objetivos sustanciales: 1) indagar en el surgimiento de las primeras publicaciones periódicas en el período determinado, a partir de los contextos analizados; 2) clasificarlas según sus características; 3) observar la evolución de dichas publicaciones, en medio de un contexto internacional que comenzaba a encontrar un modelo estandarizado de artículo científico hacia mediados del siglo XX; y 4) analizar su inserción en las prácticas de publicación de la universidad. Se busca, en definitiva, verificar la existencia de una voluntad editora en la primera etapa de la historia de la institución, que proporcionen nuevos enfoques para interpretar las motivaciones que impulsan, desde entonces, la edición de las revistas científicas universitarias.
2. Metodología
Para la realización de este relevamiento se construyó un primer listado de publicaciones periódicas sobre la base de bibliografía consultada — Conti (2009); Matharán (2018); Piazzesi & Bacolla (2015); Vallejos (2013 — la revista Universidad, catálogos disponibles y la Biblioteca Digital de la UNL, donde funciona el repositorio institucional.3 Con el objetivo de corroborar la existencia de las revistas y verificar los datos relevados en la bibliografía consultada, se procedió a dos nuevas búsquedas: una búsqueda física de los ejemplares en las bibliotecas de la actual Facultad de Ingeniería Química (FIQ), la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (FCJS), la Facultad de Humanidades y Ciencias (FHUC), el Museo y Archivo Histórico Marta Samatán y la Biblioteca y Centro de Documentación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Santa Fe;4 y una búsqueda digital en Latindex, considerada la base más amplia de revistas latinoamericanas (Salatino, 2017).5
Este primer paso de la investigación arrojó un listado diverso y de contenidos híbridos. A fin de definir específicamente sus características y de agruparlas para su análisis se utilizó una matriz de relevamiento elaborada a partir de la categorización de Gross, Harmon & Reidy (extraído de Borrego, 2017) que proponen revisar aspectos de presentación —formas de organización de los textos y gráficos—, de estilo —sintaxis y elección de palabras— y forma de argumentación, agregando a estos tres un cuarto componente que permitió relevar "aspectos de contenido".
En este último punto se tuvo en cuenta la originalidad de las publicaciones y la existencia de una investigación que respalde el trabajo; en “aspectos de presentación”, las variables estructura, citas y gráficos; y los “aspectos de estilo” se dividieron en personal y técnico. Finalmente, en formas de argumentación se evaluó el tipo y calidad de argumentos expuestos, y si estos derivan de resultados empíricos o de la opinión. Debido a su extensión, la matriz de relevamiento puede consultarse en el anexo.
Una vez finalizada esta etapa de la investigación, se procedió a agrupar las revistas a partir de la tipología utilizada por López-Ornelas & Cordero-Arroyo (2005), definiéndose tres grupos: a) revistas de información institucional; b) publicaciones de cátedra, vinculadas con la enseñanza y la práctica de la escritura del cuerpo estudiantil; y c) revistas científicas.
El resultado, reflejado en la Tabla 1, es un listado unificado de 13 publicaciones periódicas detectadas en el período analizado. Este aporte, no visualizado en la bibliografía consultada ni en los catálogos editoriales existentes, constituye la materia prima para el análisis contenido en la siguiente subsección.
3. Resultados y discusión
Esta sección se subdivide en tres subapartados. El primero se dedica a la descripción del corpus y la caracterización de las revistas que integran cada categoría, según los criterios adoptados. El segundo se ocupa de describir el nacimiento de los institutos en los orígenes de la UNL, los inicios de la carrera de investigación y la configuración de redes internacionales, bajo el impulso de los profesionales que recalaron en la Argentina (y en particular en la región Litoral) tras el exilio de sus países de origen. El tercero, en tanto, analiza los contenidos y formatos de las revistas científicas en comparación con publicaciones científicas internacionales.
Finalmente, en el cuarto se procuran indicios de la tradición editora de la UNL a partir del análisis de las estructuras institucionales que impulsaron las publicaciones a lo largo de la historia. Se incorpora, en este último caso, un breve recorrido sobre las publicaciones no periódicas, que ayudarán a complementar el análisis.
3.1. Las revistas institucionales, de cátedra y pioneras: una descripción
El relevamiento de las 13 publicaciones periódicas nacidas en la etapa fundacional de la UNL y su distribución en las categorías establecidas permite definir un escenario en el que las revistas científicas prevalecieron por sobre las publicaciones denominadas “institucionales” y las “de cátedra”. Mientras sólo dos revistas se encuadran dentro de la categoría “de cátedra” —Trabajos del Seminario (1928) y Boletín del Instituto de Enseñanza Práctica (1942)—, otras cuatro pueden considerarse “institucionales” en función de los contenidos incluidos y demás parámetros evaluados —Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (1922), Revista de la Facultad de Ciencias Económicas Comerciales y Políticas (1926), Revista de la Facultad de Química Industrial y Agrícola (1930) y Boletín de la Universidad Nacional del Litoral (1927).
Como particularidad, la Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales,6 la Revista de la Facultad de Química Industrial y Agrícola y la Revista de la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas, surgen antes de la aparición del primer órgano informativo de la institución, el Boletín de la Universidad Nacional del Litoral, publicado desde mayo de 1927, y, por lo tanto, fueron los únicos órganos de difusión existentes en los primeros años de la UNL. La gran presencia de información institucional en estas revistas ante la ausencia hasta el momento de otros órganos informativos, sumada a algunos contenidos académico-científicos en secciones destinadas a tal fin, genera un registro híbrido que dificulta su clasificación en una única agrupación. Sin embargo, y pese a su explícita intención de incluir este tipo de contenidos, son ubicadas en el primer grupo de análisis debido a la presencia en todas ellas de la sección “Crónicas Universitarias”, a la que las tres revistas dedicaban varias de sus páginas.
En tanto, las publicaciones que integran el grupo “de cátedra” no se corresponden con “revistas primarias” según la clasificación de López-Ornelas & Cordero-Arroyo (2005), ya que no presentan artículos de investigación originales, y tampoco son revistas informativas. Sin embargo, fueron una tendencia en la época, ya que a cada instituto parecía corresponder un boletín o publicación que diera cuenta de los conceptos de la cátedra, trabajos de sus alumnos o, como se denominaban en ese entonces, “opúsculos” escritos por los docentes. Es necesario interpretar que estas publicaciones también otorgaban valor simbólico a los institutos o cátedras a los que pertenecían, y actuaban como instrumentos que otorgaban jerarquíay prestigio a sus directores. Similar a Trabajos del Seminario, y con la misma voluntad formativa, aparece en la misma facultad en 1950 el Boletín del Seminario, una publicación que se extiende hasta 1953 y que incluía también un índice de monografías finales del cuerpo estudiantil.
Para las siete revistas restantes, más de la mitad de las creadas durante el periodo analizado, se propone trabajar en la categoría de revistas científicas pioneras (revistas pioneras, en adelante), con la intención de subrayar su carácter inaugural en el camino de las publicaciones de este tipo en la institución. Se trata de las publicaciones Anales de la Facultad de Ciencias de la Educación (1923), Universidad (1935), Anales del IICyT (1932), Revista del Instituto de Experimentaciones Agropecuarias (1930), Revista del Instituto de Investigaciones Microquímicas (1936), Archeion (1940) y Mathematicae Notae (1941). Un aspecto central de este primer análisis es que, con excepción de los Anales de la Facultad de Ciencias de la Educación, dependiente de la facultad homónima, las publicaciones de aquella etapa fueron creadas casi a la par de los institutos de investigación que les dan su nombre.
En esta línea, siguiendo a Piazzesi & Bacolla (2015), la política de creación de institutos de investigación fue central para la UNL en el período analizado. Ya en 1922, apenas tres años después de su nacimiento, la UNL proyecta la creación del primer Instituto de Ciencias, que entre sus tareas centrales tenía la de “fomentar la producción científica” y “dar a conocer la obra cultural de la universidad en el país y el extranjero” (artículo 97 del Estatuto de la UNL de 1922, citado por Piazzesi & Bacolla, 2015, p. 51). Más allá de que los avatares en los primeros años de constitución de la UNL impidieron que este instituto continúe su labor, se puede considerar un indicio de la vocación científica que la caracterizó en sus primeras décadas y a lo largo de su historia.
Entre 1935 y 1943 la UNL atraviesa la denominada —en honor a quien fue su rector en esos años— “era Gollan”, prolífica en la creación de una serie de institutos que consolidan una temprana tradición en la investigación. Entre ellos, algunos se conocían como “institutos superiores” debido a su dependencia con el Consejo Superior, como el Instituto de Investigaciones Microquímicas de la UNL, el de Investigaciones Jurídico-Políticas, y el Instituto de Historia y Filosofía de la Ciencia (ver anexo). Otros comenzaron a surgir en las facultades, en muchos casos fuertemente vinculados con cátedras, como aquellos creados en la Facultad de Medicina sobre la década del 40 (Piazzesi & Bacolla, 2015).
En 1929 se crea el Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (IICyT), el primero bajo dependencia rectoral. Entre sus objetivos se destacan favorecer “vinculaciones con entidades científicas o institutos similares extranjeros tendientes al intercambio intelectual, a las investigaciones en conjunto y a la participación en reuniones internacionales”, como así también privilegiar la publicación y circulación de resultados de la investigación (Revista de la Facultad de Química Industrial y Agrícola, 1930, p. 101).7 Como consecuencia directa, los Anales del IICyT comienza a circular en 1929, convirtiéndose en la segunda publicación periódica de características científicas en la UNL.
En 1935 se publica el primer número de la revista Universidad, la tercera de las revistas pioneras relevadas en esta etapa. De carácter semestral, reunía información de actualidad con “aportes de la investigación tecnológica, científica y humanística en la Universidad” (Conti, 2009, p. 50). En su presentación, incluida en el número 1 de 1935, se indica que prescindirá “de los estudios especializados en las distintas ramas del conocimiento, las que por ser tales encuentran su natural cabida en las publicaciones que editan las diversas facultades e institutos”.8 También se deslinda de la información oficial que produce la UNL, que se reserva para el mencionado Boletín. En el primer número de la revista Universidad pueden hallarse al menos cuatro artículos originales, firmados por docentes de la institución en su mayoría, con registro de cita y referencia al pie, elementos que ya comenzaban a formar parte de formatos que de a poco se estandarizaron como parte del modelo de artículo científico.
La cuarta es Archeion, la revista del Instituto de Filosofía e Historia de la Ciencia. En el texto de la ordenanza de su creación se le atribuyen las funciones de “realizar investigaciones originales que contribuyan al adelanto de la historia y filosofía de la ciencia; contribuir a la formación de investigadores organizando al efecto seminarios; establecer vinculaciones con entidades científicas o instituciones similares del país o extranjero; dictar cursos especiales; elaborar un repertorio bibliográfico concerniente a la historia y filosofía de la ciencia y a la formación de la ciencia actual” (Archeion, 1940, p. 2). En respuesta a estos principios, Archeion comienza a circular en 1940.
En rigor, su nombre completo fue Archeion, Archivo de Historia de la Ciencia. Editó su primer número en 1940 y el último el 3 de septiembre de 1943, período que bastó para posicionar a la revista como “el principal órgano de discusión y difusión en historia de la ciencia no sólo de la ciudad, sino del país, e incluso de Latinoamérica durante el escueto período que duró su existencia” (Blanco, 2019, p. 5).9 A los antecedentes de Archeion hay que buscarlos geográficamente lejos, con la publicación en Roma, en 1919, de Archivio di storia della scienza, revista que a partir de 1925 adoptará el nombre de Archeion (Babini & De Asúa, 2003). Archeion era, además de una publicación del instituto, una publicación dependiente de la Academia Internacional de Historia de la Ciencia.
Basta con ver los ejemplares de Archeion para comprobar la existencia de esta “red de agentes que se conforma en torno de esta publicación” (Vallejos, 2010, p. 259): un “colegio invisible”, como sostiene Price (1973), articulado en redes internacionales que escribían y se leían en cada edición. Archeion aceptaba y publicaba artículos en alemán, francés, inglés, italiano, portugués y español; esto se ve reflejado en la tapa del primer número donde firman sus contribuciones (ver figura 1): Pierre Brunet y Helene Metzger Bruhl, desde Francia; Mario Gliozzi y Gino Loria, desde Italia; Arlindo Monteiro, desde Portugal; Petru Sergescu, desde Rumania y Johan Vollgraff, desde Holanda.
Fuente: Archeion. Imágenes tomadas por autores en la Biblioteca de la Facultad de Ingeniería Química de la UNL.
En el siguiente apartado, se contextualiza la tradición internacionalista de ciertos institutos en el ya mencionado éxodo de científicos europeos a América Latina.
3.2. Los institutos y las redes internacionales
Como ya se mencionó, además del impulso que ejercieron sobre la creación de publicaciones, los institutos también movilizaron las primeras redes académicas internacionales. Los Institutos de Historia y Filosofía de la Ciencia (y su revista Archeion), el Instituto de Microquímica (y su revista homónima) y el Instituto de Matemática (y Mathematicae Notae) son ejemplo de esta acción.
Creado por Aldo Mieli en 1935, el Instituto de Historia y Filosofía de la Ciencia era en rigor un desprendimiento de la Academia Internacional de Historia de la Ciencia, de la que Mieli era “secretario perpetuo”. Huyendo del régimen fascista,10 Mieli recaló en la provincia de Santa Fe a partir de una red de contactos ya instalados en Rosario y la ciudad de Santa Fe: el matemático español Julio Rey Pastor y el químico industrial Umberto Giulio Paoli, también italiano y cercano a Mieli. Rey Pastor y Paoli habían sido, dos años antes de la creación del instituto, los artífices de la conformación del Grupo Argentino de Historia de la Ciencia (Babini & De Asúa, 2003), que impulsó notablemente la instalación y desarrollo de la disciplina en nuestro país. El vínculo de Mieli con Paoli y Rey Pastor, y de este último con Cortés Pla (por entonces decano de la Facultad de Matemática, en Rosario, y consejero superior de la UNL) concluyó con el desembarco de Mielien la por entonces Facultad de Química Industrial y Agrícola, con su importante biblioteca literalmente a cuestas.
El discípulo de Mieli en el instituto fue nada menos que José Babini, un ingeniero químico interesado en la historia de la ciencia que siguió los pasos de su profesor, en una operación que Babini & De Asúa (2003) interpretan como “trasplante disciplinar”. Este proceso de “localización de la ciencia” o “movilización del conocimiento", como se denominó a la instancia de formación de un maestro extranjero a un discípulo local, es interpretado según distintas visiones: desde un “modelo recepcionista clásico”, en el que una parte da y otra recibe; o desde la ciencia “co–construida”. De acuerdo a Vallejos (2010, p. 27), se trata no de “trasplantar” una formación sino de “ensamblar”:
Se ensamblan, no sin problemas, formas de vida académica inventadas en la Universidad del Litoral con las que traían aprendidas Mieli y Levi. Aquí se ensamblan y dan los resultados que dan: publicaciones, pautas de profesionalización de la actividad académica, una agenda de trabajo compartida, bibliotecas especializadas, formas de visibilidad internacional, formas identitarias transfiguradas.
Un “ensamble” disciplinar similar al de Mieli y su trabajo en la Facultad de Química Industrial y Agrícola con la historia de la ciencia, puede verse en los avatares que rodearon las creaciones de los institutos de Microquímica, para lo cual se contrató al italiano Ardoino Martini; y de Matemáticas, bajo la figura de Beppo Levi. Ambos institutos eran por entonces dependientes de la UNL, aunque con sede en Rosario, y actualmente son parte de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
El Instituto de Matemática se crea en 1938 en la Facultad de Matemática y bajo el impulso de su entonces decano, Cortes Pla, quien contrata para la dirección y subdirección del organismo a los italianos Levi y Luis Santaló. La ordenanza de su creación incluía entre sus objetivos “propulsar la investigación en matemática, orientarse hacia la búsqueda de nuevas verdades, vincularse con organismos mundiales similares y contribuir al progreso de las ciencias matemáticas” (Conti, 2009, p. 51, el énfasis es propio). En Mathematicae Notae, la revista del instituto, es notable cómo la presencia de contribuciones de una red internacional de investigadores ubica rápidamente a la publicación en el contexto mundial. Al igual que en la experiencia con Mieli bajo el Instituto de Historia y Filosofía de la Ciencia, el multifacético Babini fue discípulo de Rey Pastor en la Universidad de Buenos Aires, y activo movilizador en la creación de la Unión Matemática Argentina.
Además del Instituto de Matemática —hoy Instituto Beppo Levi en homenaje a su creador—, la Facultad de Matemática contó en esa época con otros dos: Fisiografía y Estabilidad. Estos institutos, al igual que los creados bajo la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (Derecho del Trabajo, Derecho Civil y Enseñanza Práctica), tenían una fuerte conexión con la enseñanza. Es el caso también de los institutos creados bajo la órbita de la Facultad de Medicina, que se transformaban en extensiones de las cátedras al igual que los boletines y revistas que publicaban, en muchos casos caracterizadas por contenidos académicos —desarrollos de contenidos de las materias o trabajos de alumnos.
A partir de estos elementos, se puede inferir que la creación de revistas científicas —y, especialmente, de revistas científicas altamente internacionalizadas— estuvo en la UNL particularmente unida a los institutos superiores o de dependencia rectoral, e influenciada por las redes que operaron su creación. De manera complementaria, se puede plantear que los institutos dependientes de las facultades (y no del Rectorado) se inclinaron más particularmente al desarrollo de publicaciones periódicas orientadas a la enseñanza.
3.3. Pioneras: en la búsqueda de un formato
A diferencia de las revistas encuadradas en la categoría “institucional” y “de cátedra”, las revistas pioneras relevadas en esta etapa presentan un esfuerzo mayor por identificar la contribución original y por acercarse gradualmente al formato que con el que hoy se identifica al artículo científico, especialmente a partir de sus condiciones de periodicidad, originalidad y primicia (Romanos de Tiratel, Giunti & Parada, 2002; Waldegg, 1997). Si bien alguna bibliografía indica que en 1752 se incorpora a las revistas el sistema de los comités de revisores y la revisión por pares (Mendoza & Parayic, 2006), y existe el lejano antecedente de este ejercicio en Philosophical Transactions, esta no se transforma en una práctica generalizada sino hasta mediados del siglo XX, por lo que no aparece como una condición excluyente en las primeras publicaciones.
El único ejemplar publicado de Anales de la Facultad de Ciencias de la Educación en 1923 dividió sus secciones en tres, de acuerdo con un ordenamiento disciplinar: Historia y Geografía, Filosofía y Pedagogía, y Matemáticas. A diferencia de las publicaciones institucionales —como la Revista de la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas o el Boletín de la UNL— y de las “de cátedra” —como Trabajos del Seminario— esta revista presentaba además de su título un apartado dedicado a los antecedentes del tema, algo que con el tiempo se convirtió en un elemento habitual en un artículo científico (ver Tabla 2 en el anexo).
Por su parte Anales del Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas muestra, desde el número 1, un esfuerzo por utilizar formatos que ya circulaban en revistas de la época. Hasta el volumen VII, presenta sus resúmenes solamente en francés, junto a un texto principal o cuerpo principal en español, en ocasiones con capítulos numerados y titulados, e incluyendo notas y citas bibliográficas al pie. Desde el volumen VIII (1938) incorpora el inglés y el francés de acuerdo con el origen del autor, y el año siguiente agrega referencias bibliográficas al final de los artículos.11 Desde el volumen VIII y IX correspondientes a 1938 y 1939 el formato de los artículos en Anales comienza a obedecer a una estructura diferente: Resumen, Técnica, Resultados y Conclusiones. Coincidentemente, Mack (2015) relata que hacia los siglos XVIII y XIX comienzan a aparecer estructuras con Introducción, Cuerpo y Conclusión. A esto se suma la presentación del artículo científico al estilo paper, que data de acuerdo con Porter (1964) de alrededor de 1780, con su uso en las primeras revistas especializadas en física, química, biología, agricultura y medicina (Figuras 2 y 3).
Descripción: en la imagen de la derecha, tapa del volumen VIII y IX de Anales del IICyT (1940).
Fuente: Imágenes tomadas por autores en la biblioteca de la Facultad de Ingeniería Química de la UNL. Imagen de la izquierda, estructura de uno de los primeros artículos, antes de la incorporación del formato IMDyR. Fuente: Revista del Instituto de Experimentaciones Agropecuarias (1941). Material cedido por la Biblioteca de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) por requisitoria de autores.
La escritura de los primeros artículos, sin embargo, conservaba huellas de escritura subjetiva —presentes en los pronombres personales y en el uso la primera persona—, además de un lenguaje “florido y lleno de oraciones largas y complicadas” (Mack, 2015), y una prosa “descriptiva llena de metáforas” (Borrego, 2017). Según agrega, la voz activa en los artículos científicos es reemplazada por la voz pasiva recién a mediados del siglo XX.
La especialización de la ciencia, por su parte, trae aparejada la especialización del vocabulario, que se vuelve con el tiempo más técnico y por lo tanto menos adjetivado. La redacción del actual paper se vuelca sobre oraciones simples y expresiones que confieren “confianza” en los resultados, al mismo tiempo que dejan expresado que nuevas contrastaciones o trabajos pueden modificar los resultados expuestos: “se puede sugerir”, “se infiere que”, “es probablemente el resultado de”, y similares (Mack, 2015).
Un ejemplo práctico de esto puede encontrarse en un artículo de 1937 de la revista Anales del IICyT, que inicia de esta manera:
Cuando M. Paul Lauvegin, director del Laboratoire de Physique del College de France estuvo en la Argentina (1927–1928), presenció las experiencias que yo realizaba desde 1925 en el Laboratorio de Físico–Química de la Facultad de Ciencias de Buenos Aires y demostró por ellas mucho interés, considerando buena la orientación teórica y adecuada la técnica y expresando la conveniencia de proseguir la revisión del problema de la inercia y actividad química de los gases raros” (Anales, 1937, p. 10; el énfasis es propio).
Este estilo personal en la narrativa y la redacción minuciosamente cronológica puede verse también en la Revista del Instituto de Experimentaciones Agropecuarias, editada entre 1936 y 1941. En el artículo titulado “Coriza gangrenosa de los bovinos” se lee una pormenorizada descripción de los casos detectados, en la primera persona del autor: “Inmediatamente me trasladé al campo del señor Luis Arnaudo en Colonia Sarmiento, procediendo a constatar las plantas que crecían en los potreros donde los animales se enfermaron” (Revista del Instituto de Experimentaciones Agropecuarias, 1941, p. 5, el énfasis es propio). Sin embargo, este estilo personal no quita mérito científico a la revista: esta publicación editada en Corrientes, provincia de Santa Fe —donde tenía sede la Facultad de Agronomía, actualmente UNNE—, presenta todos los elementos de una revista científica, y sus artículos responden a investigaciones basadas en la observación como método empírico.
Siguiendo a Mack (2015), hacia el siglo XIX el lenguaje empleado en los artículos comienza a ser (menos) un reporte de observaciones cronológicas para convertirse (más) en una interpretación de esas observaciones y de la información experimental. Conjuntamente, se incorporan las formas de introducción y las conclusiones se vuelven más corrientes. Sin embargo, es recién en la segunda mitad del siglo XX cuando se vuelve común la estructura IMRyD (Introducción, Métodos, Resultados y Discusión).
Esta subsección finaliza con una breve descripción de la primera revista de divulgación publicada en la UNL: Mathematicae Notae. Su primera etapa obedece al espíritu de su creación —una publicación “carácter preferentemente didáctico”, según se indica en su número 1—, pero desde 1946 cambia su formato a una revista científica, sumando contribuciones originales y desde 1961 un formato similar a la estructura IMRyD (Figuras 4 y 5). La publicación escaló rápidamente los límites nacionales y se convirtió en una de las más sólidas revistas internacionales debido a la trascendencia de su director y su red de relaciones.
Mathematicae Notae es la revista pionera que más se extendió en el tiempo: hasta 2005 pueden encontrarse registros en Latindex de esta publicación editada desde el Instituto de Matemáticas Beppo Levi, hoy dependiente de la UNR.
Descripción:La imagen izquierda (artículo de divulgación de 1941) y la imagen derecha (artículo científico en 2005) evidencian los cambios en la estructura del artículo en Mathematicae.
Fuente: Mathematicae Notae. Imágenes tomadas por autores en la biblioteca de la Facultad de Ingeniería Química de la UNL.
3.4. La voluntad editora de la UNL a través de los años
Tal como se ha visto hasta aquí, la creación de los institutos constituyó un fundamento central para el impulso de las publicaciones. Del mismo modo, la voluntad editora de la UNL se hizo notar a través de publicaciones que no tuvieron carácter periódico: libros, folletos, conferencias, separatas. En este punto, un breve análisis sobre el rol que jugó el Instituto Social y la creación del Departamento de Extensión Universitaria —en el periodo de entreguerras— nos permitirá comprender la edición de publicaciones como una dualidad, es decir, como dos caras de una misma moneda.
La creación del Instituto Social tuvo lugar en 1928, funcionó tempranamente como un área de la órbita del Rectorado orientada a la vinculación de la universidad con la sociedad. Articuló tres secciones con funciones específicas: Extensión Universitaria, el Museo Social y la Universidad Popular,12 en las que se desplegaron diferentes acciones. Según enumeran Alonso & Bertero (2019), en Extensión Universitaria se agrupaban los cursos de radiofonía y por correspondencia, muy comunes en la época; el Museo Social se ocupaba de investigar problemáticas económicas y sociales de la región; y, por último, la Universidad Popular tenía por misión la formación técnico-profesional de sectores sociales que no habían podido acceder a estudios superiores, a través del dictado de cursos, conferencias y demás acciones de extensión.
En la ordenanza de la creación del Instituto Social se afirma que la extensión universitaria promoverá “la adquisición, conservación, impresión y divulgación de las obras nacionales extranjeras” y “el intercambio con las demás publicaciones de universidades extranjeras, nacionales y demás institutos docentes” (Instituto Social, 1928, p.11; el énfasis es propio). Es decir: dos años antes de la creación de su imprenta —hecho que aumentará significativamente el número de publicaciones—, la UNL proyectaba la necesidad de darse a leer a un público más amplio (en complemento con las publicaciones periódicas, dirigidas a públicos específicos).
Esta decisión se tomó ante las críticas que la institución recibía en alusión a su carácter elitista y a “su concentración en la cultura libresca y la fabricación de doctores que conllevaba a un general aislamiento respecto del medio” (Piazzesi & Bacolla, 2015, p. 142). Fundamentalmente respondió al espíritu reformista a partir del cual tuvo su origen la UNL, la primera universidad argentina nacida tras el movimiento de 1918, que, entre otros principios, ponderó la necesidad de una institución conectada con su medio social. De esto dan cuenta, además, las distintas prácticas institucionales vinculadas con las publicaciones a lo largo de su historia.
En consonancia con lo antedicho, en 1929 se crea el Departamento de Extensión Universitaria, bajo el cual funcionaban las áreas de Cursos, Conferencias y Publicaciones (Ordenanza Santa Fe, 1929). Dentro de esta última funcionó, desde 1930, la imprenta de la UNL. Su incorporación fue más que una decisión instrumental; más bien estuvo relacionada con el ya mencionado propósito de vinculación con la sociedad, y de producción, reproducción y circulación del conocimiento.
A esta altura, la UNL ya contaba con públicos lectores (específicos y amplios), con un conjunto de autores destacados reconocidos a nivel nacional e internacional (Rubinzal, 2022), con una herramienta técnica como la imprenta, y con una decisión institucional de, como nos gusta mencionar, darse a leer. Todos estos elementos fueron sedimentando un proyecto que culminaría con la constitución de una editorial, que tomó cuerpo en la institución con diferentes nomenclaturas a través del tiempo, como la ya mencionada Imprenta de la Universidad (1930), la Editorial Universitaria de la UNL (EDUN, 1959)13 y el Centro de Publicaciones (1994). Años más tarde, el área es renombrada como Ediciones UNL (2001), de la que depende —además de las colecciones de publicaciones no periódicas— el portal de las revistas que actualmente edita la UNL14 y la recientemente creada área de Visibilidad para Revistas Científicas y Libros en Acceso Abierto.
Conclusiones
En este trabajo se buscó indagar particularmente sobre la historia de las publicaciones periódicas de la UNL con el objetivo de establecer un estado de la cuestión y, a partir del conjunto de fuentes consultadas, trazar continuidades con el presente. El listado de trece publicaciones periódicas surgidas en la etapa fundacional de la universidad constituye un aporte de esta investigación a la bibliografía relevada, debido a que los títulos detectados aparecían aislados en diferentes trabajos y diseminados en catálogos, además de repartidos físicamente en diversas bibliotecas de la UNL y de las universidades desprendidas de ella (UNR, UNNE) y otros organismos científico–tecnológicos locales.
La posterior categorización de esas trece publicaciones en tres grandes grupos, a partir del relevamiento de su contenido y elementos metatextuales de sus ejemplares, permitió determinar la existencia de artículos científicos que aparecían junto a información relacionada con la vida universitaria, lo que se caracterizó como revistas de “información institucional” y otras que se denominan aquí como “de cátedra”, debido a que se relacionaban directamente con el ejercicio de la enseñanza.
Hubo una focalización en lo que respecta a la aparición de lo que se denominan aquí como revistas pioneras, en alusión a aquellas que allanaron el camino de las publicaciones científicas y académicas en la UNL. La aparición de estas revistas no obedeció a acciones aisladas sino a fenómenos que, como se describió en un principio, caracterizaron una época histórica en que las disciplinas comenzaban a conformarse como tales en nuestro país. Ese proceso histórico fue analizado por Vessuri (1994), quien establece una primera fase estrechamente ligada a los principios del programa del positivismo europeo —como parte integral de los esquemas de modernización política y económica de las nuevas naciones—, y una segunda fase caracterizada por la incipiente institucionalización de la ciencia experimental (1918-1940). Para el caso particular de nuestro trabajo, esto tiene su correlato en la creación de los primeros institutos de investigación en la UNL que, como se pudo documentar, son a su vez impulsores de lasrevistas pioneras analizadas.
En el influjo de las migraciones europeas que numerosos trabajos describen en el origen de los grupos de estudio y disciplinas en nuestro país, aparecen en UNL los ejemplos de Levi, Paoli, Santaló y Mieli en la constitución de los campos disciplinares de la química, la matemática y la historia de la ciencia, y sus impulsos en la conformación de las primeras redes internacionales que actuaron como tempranos colegios invisibles. Aunque son necesarias más investigaciones sobre el tema, en función de casos de estudio revisados (Kippes, 2022; Rozemblum, 2014) y de trabajos que proponen la existencia de circuitos en los que las universidades tienen activo protagonismo como editoras (Beigel, 2014; Beigel & Salatino, 2015; Salatino, 2017, 2019), permite pensar que esos colegios invisibles funcionan como fundamentales soportes de circulación.
La etapa de “asociacionismo editorialista”, en alusión a la articulación de las revistas con instituciones y universidades en su creación, fue señalada por Salatino (2017) como período característico de este tipo de publicaciones en América Latina. Este relevamiento viene a confirmar esa dimensión editora de estas casas de altos estudios, y su rol relevante en la aparición de las primeras publicaciones periódicas en la región; no obstante, también aquí son indispensables nuevos estudios que recuperen esta trayectoria histórica inicial de otras instituciones académicas.
A partir de los objetivos planteados en un inicio, se puede indicar que:
Según las características analizadas, las revistas demostraron que desde un inicio formaron parte de un circuito internacional de circulación del conocimiento. Influenciadas por los equipos que las impulsaron y sus conexiones con otros países, las revistas editadas por la UNL en esta etapa presentaban contribuciones de autores de distintos lugares del mundo, y se apoyaban en redes internacionales que afianzaban su circulación, al tiempo que les conferían prestigio. Este punto, que representa hoy una de las aspiraciones más grandes de cualquier revista científica, apareció espontáneamente en los primeros años de vida de las revistas pioneras. Se destacan aquí los ejemplos de la Revista del IICyT y Archeion, la revista que —como nos gusta decir— nació internacional bajo la influencia de Mieli, su posición como secretario perpetuo de la Academia Internacional de Historia de la Ciencia y su red de contactos en el mundo.
Un grupo mayoritario de revistas pioneras(7), sobre otras categorizadas como “de información institucional” (4), y otras “de cátedra” (2). La creación de las primeras aparece vinculada al surgimiento de los llamados “institutos superiores”, en alusión a aquellos nacidos bajo la órbita rectoral. Complementariamente, se infiere que las publicaciones “de cátedra” quedaron ligadas a institutos dependientes de facultades; y las “institucionales”, con las propias facultades que las editaban. Al mismo tiempo, se pudo ver cómo la creación de los institutos se relaciona con la consolidación de la carrera de investigación en la UNL, reflejada en el Estatuto de 1935, y con el paralelo desarrollo de las disciplinas científicas al interior de sus facultades.
La evolución de las revistas pioneras siguió patrones globales, que se verificaron en el formato del artículo, que cambia paulatinamente hasta copiar la estructura IMDyR; en las variantes registradas en la escritura; y demás elementos adquiridos por las publicaciones científicas a lo largo del siglo XX, como las notas al pie y las referencias bibliográficas. Llama la atención, en algunos casos, la adopción temprana de estos indicadores: un ejemplo claro es el único número que edita la Revista de la Facultad de Ciencias de la Educación, en 1922, que repite patrones presentes en publicaciones internacionales de la época.
Desde una lógica bifocal, las publicaciones no periódicas constituyen la otra cara de la edición en la UNL, sumando nuevos públicos y temas, y consolidando la voluntad de la institución de producir, reproducir y hacer circular el conocimiento. Institucionalmente, esta política estuvo acompañada de la creación de departamentos y áreas al interior del organismo que vinieron a reforzar esta misión social de la universidad: Imprenta de la Universidad, EDUN, Centro de Publicaciones y la actual Ediciones UNL, fueron apareciendo a lo largo de la historia con el mismo objetivo difusionista.
Próximos estudios que se ocupen de relevar la política editorial en otros períodos históricos pueden seguir indagando en esta voluntad editora y su vinculación con las publicaciones periódicas. Este trabajo, en principio, permite pensar que la edición de revistas científicas de la UNL respondió a decisiones político institucionales que construyeron una tradición editorialista universitaria a lo largo de los años. Esta conclusión invita a reconsiderar el rol de las universidades latinoamericanas como editoras a partir de reconstruir la trayectoria que las antecede, a fin de encontrar nuevos caminos para pensar su rol en el escenario de las revistas científicas en nuestra región.