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El hornero

versión impresa ISSN 0073-3407versión On-line ISSN 1850-4884

Hornero vol.36 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2021

 

Obituarios

Necrologia

Claudio Bertonatti1 

Aníbal Fernando Parera1 

1 UBA

Francisco Javier Erize (1943 - 2021): ABANDERADO DE LA CONSERVACIÓN

El 8 de marzo del 2021 la Argentina despidió a uno de sus más importantes referentes en la difusión y conservación de la naturaleza, el naturalista, fotó grafo de la vida silvestre y autodidacta experto Francisco Javier Erize.

Con 77 años de edad, había nacido en Buenos Aires el 13 de mayo de 1943 y se lo llevó una enfer medad contra la que decidió luchar con estrategia y convicción, como lo hacía en sus gestiones destina das a la conservación de la “biodiversidad”, acaso su palabra favorita.

¡Cómo no iba aferrarse a la vida uno de sus de fensores más altos..! Ésta última batalla tuvo como “generala” a su compañera Irma Romero de Erize, en tiempos particularmente difíciles debido a la pande mia Covid-19, que afectó cualquier proceso de asis tencia sanitaria en el mundo entero. El léxico castren se, empleado con intención en las primeras líneas de este obituario, resultaba familiar a su lado: Erize era un amante de la táctica y estrategia de la guerra, ma gullaba posibilidades en teatros de operaciones ficti cios, montados por semanas enteras sobre una mesa especial, que emulaba topografías de batallas his tóricas, recreadas con soldaditos confeccionados al efecto. Un afán que supo compartir con un círculo de caballeros pertenecientes a una dimensión que, para muchos cultores de la naturaleza, era desconocida de su perfil.

Las armas tampoco le resultaron extrañas. Como tantos naturalistas, primero fue cazador y sus primeras cámaras con lentes de largo alcance fueron verdaderos “fusiles”, con culata de madera y gatillo: “No tengo porqué llevarme el cuerpo de mi presa a casa, con su imagen me basta”. Incluso cuando hubo de defender la naturaleza, protegerla de hostilida des, lo hizo empleando acciones propias de campos de batalla: planos, roles, golpes de efecto, disuasión o negociación.

F1: Francisco J. Erize en julio de 2015 en ocasión de una visita al autor de esta nota en Mercedes, Corrientes (foto: A. Parera) 

Pero este cazador de imágenes y defensor de la naturaleza, primero fue un niño que amó los anima les del Zoo de Buenos Aires, que solía visitar con su abuelo, soñando convivir con las bestias en su ámbi to natural, uno que más tarde conocería como pocas otras personas de nuestro país.

Su madre fue Jeannette Arata de Erize, de eleva- dísima cultura y compromiso con el arte y la música, por más de medio siglo presidente, impulsora y alma mater del Mozarteum Argentino. Su padre, el abogado Francisco Oscar A. Erize Arrechea, trascendió como jugador de polo. Tuvo un hermano, el abogado Luis Alberto Erize (1946) y sus hijos son Francisco Luis y Álvaro Javier, de su primer matrimonio con María Ju lia Alsogaray, divorciado en 1991.

Se recordará a Francisco Erize por sus magníficos retratos fotográficos de la vida salvaje de la Argenti na y el mundo, su producción editorial de corte en ciclopédico, sus apariciones públicas en programas de televisión o en conferencias magistrales, siempre abocado a la valoración del patrimonio natural, su mirada aguda y técnicamente sólida sobre las áreas naturales protegidas.

Los tramos más notables de su vida en el terre no de la difusión y conservación de la naturaleza ocurrieron en lugares dispares. La cubierta del MS Lindblad Explorer, barco en el que recorrió la mitad del mundo como joven e incipiente guía naturalista y fotógrafo en los sesenta y setenta, donde llegaría a ser jefe de expediciones, asistido por su excelente trato personal y claridad dialéctica y multilingüe.

Como segunda mesa de operaciones, el Servicio Nacional de Parques Nacionales (hoy APN), donde aportó pericia, conocimiento empírico y juvenil agi lidad en la gestión de las áreas naturales protegidas. Erize no admitía la conservación de las especies sin dar prioridad a su hábitat natural, era un convenci do del rol de las grandes áreas, su solvencia legal, la representatividad de los ecosistemas en un país di verso, su conectividad y la potencia escénica de los parques nacionales. Pero no renegaba de un arsenal lateral: planteles de cría, bancos genéticos, reintro ducciones. En los años setenta y ochenta ocupó varios roles en el organismo, incluso su presidencia.

Su tercer ámbito de tareas fueron las organizacio nes no gubernamentales. Ayudó a muchas a progre sar, asesoró a otras -nacionales e internacionales- y tomó roles directivos en las más relevantes del país, como Aves Argentinas (Asociación Ornitológica del Plata) o la Fundación Hábitat y Desarrollo.

Pero fue en la Fundación Vida Silvestre Argen tina donde su labor fue más destacada y sosteni da, siendo uno de sus fundadores, se calzó botas y guantes para tomar el cargo destinado "al que sabía”, si joven e impulsivo mejor. Fue su primer director técnico desde 1977, cargo que ocupó en años legen darios de la conservación en el país, contribuyen do a definir impronta y personalidad de la institu ción, permaneciendo como miembro del Consejo de Administración hasta 1992.

Luego de años de intensa entrega, vimos a un Eri ze calmo y reflexivo, aunque operativo, desde su piso en la calle Rodríguez Peña. Su mesa tapada de pape les con apuntes -mayormente en lápiz-, bocetos de diseño, cartas de puño y letra en "maceración” (nada se haría de un momento a otro, sin un considerable tiempo de maduración), al compás de un teléfono de línea que no dejaba de sonar y una terminal de fax que vio pasar una galería de proyectos. Todo en de rredor delataba una gestión atomizada pero significa tiva, interrumpida por partidas de juegos de guerra en miniatura, veladas de teatro y encomiables viajes a la naturaleza.

La Argentina reconocerá verdaderos hitos de la conservación de la naturaleza iluminados por el aura de Francisco Erize: el programa televisivo El Maravilloso Mundo de los Animales, el libro Los parques nacionales de la Argentina y otras de sus áreas naturales, la reserva de vida silvestre Campos del Tuyú (hoy Par que Nacional) o el Parque Nacional Monte León, que impulsó en silencio, por mencionar algunas de sus obras y logros notables.

Quienes tuvimos el privilegio de tratarlo, recor daremos su afable personalidad y contundente se riedad, características que percutieron su trabajo. En efecto, para Erize la naturaleza era un trabajo, abraza do con profunda vocación. Por momentos, retribuido económicamente y en muchas ocasiones, no. La paga llegaría en forma de galardones como el "Fotógrafo del Año” 1967 (Inglaterra), los premios del Instituto Schweitzer o el Pirámide de Plata, entre otros, o el simple placer que confiere hacer lo que uno conside ra una misión y, en definitiva, su legado.

Uno que la comunidad científica y conservacio nista argentina agradecerá por siempre.

Es autor de “Los Mamíferos de la Argentina y región

austral de Sudamérica”, obra cuya confección editorial compartió con Francisco J. Erize para la editora El Ateneo, colección “Patrimonio Natural”(2002) y fuera reconocido con el premio “Conservar el Futuro” (2003).

El autor agradece la revisión del manuscrito efectuada por Mario Gustavo Costa e Irma Romero de Erize.Mauricio Rumboll (1940-2021),

MAESTRO DE LA NATURALEZA

Mauricio Arturo Ernesto Rumboll nació el 14 de enero de 1940 en Buenos Aires, en plena segunda guerra mundial, donde murieron siete de sus tíos. Entre ellos, su admirado Ronald Runnacles, que inspiró sus pasos en la ornitología. Pese a su corta exis tencia (26 años), el tío “Ronnie” legó al Museo de la Plata su importante colección (oológica y que lleva su nombre), conformada por 715 nidos y 2.247 huevos. En su mayoría, colectados en la región donde ambos se criaron, los pagos del Tuyú, donde estaban las es tancias La Esperanza, Los Yngleses y La Linconia, cer canos a General Lavalle y al Parque Nacional Campos del Tuyú (Provincia de Buenos Aires).

Pero esos días de campo se interrumpieron a los 13 años para viajar a Inglaterra, donde estudió has ta 1958 como pupilo en el colegio Bedford (condado de Bedfordshire). El lema de aquella institución lo adoptó para el resto de su vida: “asuman responsabi lidades, acepten desafíos y sean una inspiración”. En Escocia cursó en la Universidad St. Andrews, donde aprendió a tocar el fagot y a cultivar la música de cá mara. Como eso demandaba tiempos incompatibles con los de un naturalista, relegó la música y pasaron décadas hasta que pudo canalizar aquella pasión ju venil a través del canto coral. A los 20 años regresó a nuestro país para cumplir con el servicio militar y luego se radicó en Córdoba, donde enseñó inglés, francés, biología y matemáticas en el Colegio San Pa blo de Cruz Chica. Allí, en los años 60 inventó un “la boratorio de bichos”, para que los niños pupilos com plementaran su formación con expediciones de fin de semana a los ríos y sierras, alternadas con la obser vación de insectos, lagartijas o culebras en terrarios donde aprendían a estudiarlas y cuidarlas. De ese “laboratorio” salieron naturalistas, conservacionistas y científicos como Guillermo Harris, Lorenzo Symp- son, Rogelio Hogg, Andrés Johnson, Miguel Christie, Roberto van Domselaar, Alec Earnshaw, Peter y Mark Dunn. Harris dice, con justicia, que el título que mejor le cabía hubiera sido “Instructor de las maravillas de la naturaleza”.

En 1965 ingresa al glorioso Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN) como naturalista de campo. Alguna vez escribió: “en el curso de la vida hay épocas cuando todo fue agra dable, dejando un sabor delicioso en los recuerdos de

esos tiempos. Para mí ese período fue cuando traba jaba en el MACN...”. Allí no solo aprendió, hizo viajes y amigos, como Marcelo y Pablo Canevari, con quienes compartió muchas búsquedas en el Jeep destartalado del museo para cumplir con pedidos específicos de los referentes de la institución e, incluso, del enton ces director, José María Gallardo. Aquellas experien cias le dieron tanta felicidad que, aunque tan solo en una salida recibió “viáticos” -dijo siempre- que las hubiera hecho todas ad honorem. Así, se familiarizó con grandes especialistas de todas las áreas zooló gicas y botánicas, con las colecciones de sus prede cesores y también con los investigadores extranjeros que venían a consultarlas. En particular, ornitólogos, como Olin Sewall Pettingill, Gardiner Bump y Milton Weller, a quienes acompañó en sus investigaciones de gabinete y de campo. Colaboró con el legendario Chláes Olrog durante más de dos décadas (1966 1988) en sus pioneras campañas de anillado de aves en la Argentina, desde el Instituto Miguel Lillo. Todos esos viajes, más los propios (pensemos, que viajó a la Antártida más de 40 veces) se tradujeron en nume rosos especímenes que enriquecieron las colecciones del museo, permitiendo la actualización de datos bio- geográficos y descripciones de nuevas especies. En tre ellas, sin duda alguna, la más destacada fue la del emblemático Macá Tobiano, que bautizó (Podiceps ga- llardoí) en honor al apellido de los naturalistas Ángel y

José María Gallardo. En pocos años la especie se con virtió en una bandera de la conservación de la mano de la joven Fundación Vida Silvestre Argentina de la que Mauricio formó parte y que en 1992 le confirió el Premio Juan José Reynal. Pero el mundo académico también lo reconoció, nombrando otras especies en su homenaje, como un anfibio de las yungas (Rhinella rumbollí) y dos invertebrados de las Malvinas: un ca racol (Stephanoda rumbollí) y -pese a su aracnofobia- también una araña (Falklandia rumbollí).

En los años 70 asesoró a los documentalistas de la BBC, Jeffery Boswall (Safari a la Argentina), Ned Kelly y Chris Ralling (Darwin & the Beagle) y Mike Andrews (Vuelo del Cóndor), y en 2013 protagonizó -como guio nista y narrador- la serie Relatos de un naturalista para presentar a varios de nuestros parques nacionales, como En los Campos del Tuyú, Mburucuyá, Tesoro de los Esteros y Bajo los cielos de El Leoncito.

En 1976 abrió un nuevo capítulo de su vida al ser contratado por la Administración de Parques Nacio nales para dirigir el Centro de Instrucción de Guar- daparques "Bernabé Méndez”, ubicado en la isla Victoria del lago Nahuel Huapi. Hasta 1980 fue res ponsable de la formación de decenas de aspirantes a guardaparques. Con facilidad uno podía reconocer a los guardaparques egresados bajo su tutela. Uno de ellos fue Justo Herrera y gracias a su memoria sabe mos lo que implicó ese arribo al equipo de trabajo del Parque Nacional Iguazú (1981). Su presencia provocó innovadoras mejoras para que el visitante pudiera apreciar y conocer mejor la naturaleza. Transformó el viejo Hotel Cataratas en una recepción y en la pri mera oficina de informes, atendida muchas veces por él mismo, ya que vivía en una de sus antiguas habi taciones. Más tarde le sumó una antigua colección de fauna taxidermizada ubicada en el "museo” de la Intendencia del parque en Puerto Iguazú. La puso en valor, gestando un centro de interpretación, se guramente, el primero de la Argentina. Lo desvelaba abrir los ojos de los turistas para que aprendieran a conocer la biodiversidad, a emocionarse con ella y a aprender. Por eso, aprovechando el interés de los guías baqueanos o idóneos, organizó los primeros cursos y charlas de capacitación para los guías de tu rismo. Diseñó el célebre "Sendero Macuco”, para que el visitante pudiera recorrer la selva y disfrutar del salto Arrechea que vierte sus aguas en el río Iguazú. Montó un pionero observatorio de aves inmerso en un bañado cercano al antiguo aeropuerto. Los paseos de luna llena se deben a él, respondiendo a una deman da de los turistas. Todo esto con la colaboración de sus ex alumnos y guardaparques, a quienes alentaba a dedicarse al grupo de seres vivos que despertaran su mayor interés. Así, canalizó las preferencias y ha bilidades cognitivas de esos jóvenes para hacer las primeras listas de especies del Parque Nacional con mayor biodiversidad del país. Aunque todos se inte resaban y construían aquel inventario, Justo Herrera se terminó dedicando a la botánica, Ángel Wuthrich se especializó en helechos, Daniel Somay se volcó a los peces y murciélagos y Miguel Castellino descolló con las aves.

Luego de un breve período en el Parque Nacional Calilegua en la provincia de Jujuy en 1987 y muchos otros más en la Dirección de Interpretación de Par ques Nacionales, instaló con la familia su hogar de "La Lomita” en Los Cocos, en las Sierras Chicas de Córdoba. Allí organizó numerosos campamentos con colegios para seguir enseñando a disfrutar y conocer la naturaleza, inspirando a estudiar y formarse profe sionalmente en su conservación.

Nunca sintió la necesidad de las computadoras y teléfonos. Sí, la sencillez del campo, porque ese era su medio. Lo disfrutaba, lo sabía leer. Y tenía un don para enseñar dentro y fuera del aula, "improntando” a más de uno con ese estilo de mucho mirar y poco hablar. El inolvidable guardaparque, ornitólogo y orquideólogo Andrés Johnson (1956-2009) era prueba de ello.

Con frecuencia le pedíamos que escribiera más, pero no lo disfrutaba a no ser que estuviera inspirado. Y cuando le insistíamos, nos presentaba manuscritos en birome con anotaciones hasta en sus márgenes para ahorrar papel (y árboles). Pese a ello, dio a luz una veintena de artículos científicos y libros. Sus con tribuciones a la ornitología fueron muchas: desde la formación de naturalistas a la publicación de las bellísimas guías de aves de Sudamérica (en coautoría con Martín de la Peña, Francisco Erize y Jorge Rodríguez Mata), editadas en español y -gracias a él- en inglés. También, esas guías lúdico-didácticas de bolsillo que pensó para los chicos, "Veo Veo...” (que continuó Mar celo Canevari y colaboradores), artículos científicos y hasta su participación en la aplicación "Aves Argenti nas, Guía de campo digital”.

En 2008, comenzó a escribir sus memorias, pero quedaron inconclusas. En gran medida, porque su físico comenzó a manifestar un deterioro lento y pro gresivo, como esos grandes algarrobos que cumplie ron su ciclo vital. Atendiendo esto, a fines del 2018 sus amigos le dedicamos un homenaje en la sede de una de las grandes instituciones de sus amores: la Administración de Parques Nacionales, la misma que en 1991 le otorgó el premio "Conservando el Futuro”. Estaba radiante y feliz.

Finalmente, rodeado de su familia partió en paz el 16 de febrero de 2021 en la localidad de Trenque Lauquen en la Provincia de Buenos Aires. Tenía 81 años. A fines de marzo, su familia y algunos amigos colocaron sus cenizas junto a las de sus padres en el cementerio anglicano de La Cumbre, "agradeciendo a Dios por su vida”.

Pero detrás (y adelante) del naturalista está la per sona, el hijo criado por su mamá (porque el papá esta ba en la guerra), el esposo de Diana O’Dwyer, el padre de Patricia, Nicolas y Andrew, el abuelo de ocho nie tos, el amigo... Aquel que, aunque bilingüe, tenía po cas palabras para ser justo con todos, que gustaba de la vida hogareña, hacer dulces caseros, juntar flores de lavanda, cantar con sus notas de bajo resonante, contar chistes, recitar y leer en voz alta al lado del fue go durante los inviernos. Fue un hombre de fe, aun que tuviera dolor o "broncas” con su Creador por ver la belleza silvestre tan vertiginosamente amenazada. Y así como ayudó a conservar la naturaleza, también hizo su esfuerzo por salvar lo mejor de la naturaleza humana como ministro laico de la Iglesia Anglicana. Lo predicó con su ejemplo de paciencia y piedad, dan do sin retener, comprendiendo las actitudes y puntos de vista de los demás, y usando el tiempo para ayudar a ayudar. Enseñó a ser agradecidos y felices con nues tra suerte, advirtiendo que, si compartimos nuestra alegría... ¡se duplica! Pero su mejor prédica fue la práctica de la humildad y la forma de comunicar el valor de lo viviente y de las virtudes humanas.

Durante uno de los homenajes que se le hicieron este año, en el municipio de Altos de Chipión (en el Mar de Anzenuza, Córdoba), Diana pidió que lo recuerden con una cita del profeta Jeremías (17:8): "Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raí ces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto”, porque "Maurice” fue un árbol que sigue fructificando. Y, como sabemos, los frutos contienen semillas que se dispersan para germinar, a veces, a mucha distancia. No será extraño, entonces, que Mauricio siga culti vando el amor por la naturaleza en las generaciones siguientes, aunque sus cenizas estén nutriendo Los Cocos de su querida Córdoba.

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