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Folia Histórica del Nordeste

versión impresa ISSN 0325-8238versión On-line ISSN 2525-1627

Folia  no.48 Resistencia dic. 2023

http://dx.doi.org/10.30972/fhn.48487075 

ARTÍCULO

LA GÉNESIS DE LA INTERMEDIACIÓN. PERÓN Y LOS COMANDOS DE EXILIADOS (1955-1958)

The genesis of intermediation. Perón and the Comandos de exiliados (1955-1958)

1Doctor en Humanidades (Universidad Nacional de Tucumán). Investigador Adjunto (Instituto Superior de Estudios Sociales-Universidad Nacional de Tucumán/CONICET). Docente de la cátedra de Historia Argentina 2, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán. leandrolichtmajer@gmail.com

2Doctor en Ciencias Sociales (FLACSO). Director del Centro de Documentación e Investigación Acerca del Peronismo, Universidad de San Martín. Docente-Investigador de la Universidad Pedagógica Nacional. pulferdario@gmail.com //

Resumen:

El artículo reconstruye la trayectoria de los Comandos de Exiliados peronistas a partir de dos variables: sus vínculos con el líder exiliado y su accionar en los países limítrofes de Argentina, territorios que concentraron su principal radio de influencia. Con ese fin analiza las directivas de Perón, el papel de dichos organismos en los mecanismos de comunicación establecidos entre el expresidente y el movimiento y las características que los Comandos adoptaron en los diferentes países. Se trata de un texto exploratorio, que busca ofrecer una mirada general sobre un actor que ocupó un lugar marginal en las investigaciones sobre las formas de intermediación de Perón y las organizaciones de la Resistencia durante la “Revolución Libertadora” (1955-1958). De ese modo, pretende aportar al debate historiográfico sobre el peronismo en el exilio. El soporte heurístico abarca la correspondencia entre Perón y sus emisarios (principal reservorio para analizar este tema), las directivas y comunicados del expresidente, las publicaciones y folletos de los Comandos y los testimonios de los militantes peronistas.

Palabras Clave: Exilio; Peronismo; “Revolución Libertadora”; Resistencia peronista

Abstract:

The paper aims to reconstruct the careers of the peronist Comandos de Exiliados, based on two variables: their links with the exiled leader and their actions in the neighboring countries of Argentina, territories that concentrated their main sphere of influence. To this end, Peron´s directives are analyzed, as well as the role of these organizations in the communication mechanisms established between the former president and the movement, and the characteristics that the Comandos adopted in the different countries. This is an exploratory text which seeks to offer a general view on an actor that occupied a marginal place in the research on the forms of intermediation between Perón and the organizations of the Resistance during the “Revolución Libertadora” (1955-1958). In this way, it aims to contribute to the historiographical debate on Peronism in exile. The evidence analyzed includes the correspondence between Perón and his emissaries (the main information reservoir to address this topic), the directives and announcements of the former president, the publications and pamphlets of the Comandos, and the testimonies of Peronist militants.

Keywords: Exile; Peronism; “Liberating Revolution”; Peronist resistance

Introducción

En los inicios de su exilio, Juan D. Perón enfrentó una situación inédita al quedar aislado de la realidad argentina y perder el contacto con los dirigentes, activistas y simpatizantes del movimiento derrocado en 1955. En respuesta a ello, el expresidente buscó retomar el vínculo con figuras de diverso rango dentro del peronismo, en pos de diseñar y poner en marcha los Comandos de Exiliados (en adelante Comandos). La primera alusión a dichos organismos se remonta a la temprana fecha de octubre de 1955. Fue esgrimida durante una visita de Florencio Monzón a Perón en Villarrica (Paraguay), ocasión en la que el líder desterrado le encomendó que partiera a Chile para agrupar a los exiliados de ese país. Poco a poco, otros dirigentes fueron tomando contacto con Perón, que identificó las figuras que podían contribuir a la creación de los Comandos y estableció, a través de una nutrida correspondencia, una red radial de relaciones personales que actuaron como germen de aquellos. Perón asignó a estos activistas un rol de intermediación y misiones de enlace y comunicación con los grupos de la resistencia peronista en Argentina, punto de partida que les permitió concretar acciones en oposición a la “Revolución Libertadora”. Los Comandos desplegaron su labor durante el primer trienio del exilio de Perón. En su trayectoria gravitaron factores múltiples: las directivas del expresidente y sus cambiantes miradas en torno a la intermediación, los liderazgos construidos en cada territorio, las transformaciones en la escena política nacional e internacional y las condiciones que ofrecieron las diferentes comunidades de exiliados para su desenvolvimiento. Los Comandos tuvieron un papel activo entre mediados de 1956 y fines de 1957, languideciendo a medida que la flexibilización de la situación política argentina permitió el retorno de los peronistas exiliados y se conformaron otros organismos de conducción en el país. En efecto, las relaciones que dichas organizaciones entablaron con el líder exiliado, su trayectoria, características y alcances iluminan aristas clave del derrotero del peronismo en los comienzos del exilio.

Durante los últimos años, la producción historiográfica prestó renovada atención a las formas de intermediación entre Perón y el movimiento en Argentina (Melon Pirro, 2011; Marcilese, 2015; Melon Pirro y Pulfer, 2020; Lichtmajer, 2021). Sin embargo, tanto estos estudios como los referidos a la resistencia peronista han prestado escasa atención a los Comandos, lugar marginal que contrasta con las profusas alusiones presentes en la correspondencia entre Perón y las dirigencias (Perón y Cooke, 1972; Perón, 1984-1986; Amaral y Ratliff, 1991; Cattaruzza et. al., 2022). En lo que respecta a los testimonios de los exiliados, los materiales son escasos y fragmentarios (Luco, 2000; Ríos, 2006; Monzón, 2006). En ese marco, la referencia a los grupos de exiliados peronistas resulta accidental y episódica (Amaral, 1993; Jensen, 2004, 2021; Melon Pirro, 2009, 2018; Otero, 2010), privilegiándose el contenido textual de las directivas e instrucciones, los cambios en la estrategia política de Perón, el liderazgo supletorio de John William Cooke y los relatos de los comandos de la resistencia en Argentina (Vigo, 1973; Marcos, 1974; Chindemi, 2000). Similar fue el caso de los demás dispositivos de conducción de Perón en el exilio, vacancia que fue parcialmente subsanada con estudios recientes sobre el Consejo Coordinador y Supervisor (Melon Pirro, 2011, 2017; Marcilese, 2015).2

En ese contexto de preocupaciones, el presente artículo tiene como objetivo reconstruir la trayectoria de los Comandos a partir de dos variables: su vínculo con Perón y su accionar en los países limítrofes de Argentina, territorios que concentraron su principal radio de influencia entre 1955 y 1958. Con ese fin puntualiza las directivas del líder, el papel de dichos organismos en los mecanismos de comunicación establecidos entre Perón y el movimiento y las características que los Comandos adoptaron en los diferentes países. Se trata de un texto exploratorio, que busca aportar al debate historiográfico sobre el peronismo en el exilio a través de un análisis preliminar de tales entidades. En un plano más general, la experiencia de los Comandos podría abonar al campo de estudios sobre las redes de exiliados políticos argentinos durante el siglo XX, que protagonizó un importante desarrollo historiográfico en los últimos lustros (Franco, 2006; Jensen y Lastra, 2015; Águila et al., 2018).

El artículo se organiza en dos apartados. El primero reconstruye las estrategias y miradas de Perón en torno a los Comandos, proyectados como un vehículo para restituir el vínculo con la militancia peronista ante el desafío del exilio. Bajo ese encuadre, el texto examina el surgimiento y alcances geográficos de dichos organismos, sus marchas y contramarchas en la construcción de un umbral relativo de organicidad, así como las funciones que adoptaron en razón de dos fuerzas no siempre confluyentes: las directivas de Perón y las iniciativas que emanaron de las propias comunidades de exiliados. El segundo apartado caracteriza las experiencias de los Comandos en los diferentes países, desentrañando sus singularidades en cada territorio e identificando sus integrantes, líderes y actividades. Se ponderan aquí los conflictos que florecieron en su seno, la construcción de liderazgos y las particulares características que adoptaron en los respectivos países, en razón del contexto político y la construcción de alianzas con las dirigencias vernáculas. A partir de una información fragmentada, obtenida en la correspondencia entre Perón y sus emisarios (principal reservorio para analizar este tema), las directivas y comunicados del expresidente, las publicaciones y folletos y los testimonios de los militantes peronistas, el texto busca reconstruir la trayectoria de los Comandos en Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil.

A modo de hipótesis, el artículo plantea que los Comandos representaron el primer organismo de conducción diseñado por Perón en el exilio. Constituyeron, en sus orígenes, dispositivos de emergencia que procuraron responder a una situación inédita de desarticulación en las filas del peronismo, en razón del aislamiento del expresidente y la diáspora de dirigentes, activistas y simpatizantes. Con el transcurso de los meses, su paulatina articulación y coordinación les permitió intervenir en la vida política argentina a través de múltiples vías: transmitir directivas y comunicaciones, vincularse con los comandos de la resistencia en Argentina, organizar acciones de propaganda y ligarse con las dirigencias de los países limítrofes. Sostenemos, en ese marco, que los Comandos devinieron un engranaje relevante en la intermediación de Perón en el exilio, influencia que alcanzó su cénit a partir de la designación de Cooke, por entonces exiliado en Chile, como delegado del expresidente. Entre finales de 1957 y principios de 1958, sin embargo, los Comandos fueron perdiendo influencia. En este desenlace confluyeron diferentes procesos, tales como el traslado del epicentro de la acción del peronismo al territorio nacional -en vista de las elecciones y la posible reorganización partidaria-; la creación del Comando Táctico -que absorbió prerrogativas de los Comandos- y la flexibilización de las condiciones para el retorno de los exiliados, que disminuyó, en el ocaso del gobierno militar, el peso cuantitativo del colectivo peronista en el extranjero.

Un dispositivo de emergencia para Perón: surgimiento y ocaso de los Comandos

Tras el golpe que dio inicio a la Revolución Libertadora, Perón y las dirigencias peronistas se enfrentaron a una situación inédita de vulnerabilidad política. En ese marco se perfiló la salida de contactar, a través de la correspondencia, los restos dispersos del movimiento. El ingreso de cartas a Argentina no resultaba confiable, ya que los servicios de inteligencia vigilaban a las principales figuras del peronismo e intervenían en el servicio de correo. Ese obstáculo llevó a que Perón se viera obligado a contactarse únicamente con los peronistas exiliados.

El derrocamiento produjo una diáspora de dirigentes gremiales y políticos por distintos países latinoamericanos. Exministros, exsenadores, exdiputados, exgobernadores, exconcejales, exdiplomáticos, gremialistas y exfuncionarios de diverso rango partieron al exilio para no afrontar procesos judiciales o como una medida de prevención ante posibles persecuciones. A ellos se sumaron numerosos activistas de la resistencia peronista con órdenes de captura o perseguidos por el gobierno militar por sus acciones en la clandestinidad. Los exiliados peronistas se dirigieron principalmente hacia los países limítrofes. El hecho de carecer de una organización centralizada o de mecanismos formales para vincularse entre sí llevó a que un sinnúmero de peronistas caídos en desgracia tomara contacto directo con el líder. A partir de esos vínculos, Perón buscó dotar de cierta organicidad a las comunidades exiliadas y definió un conjunto de objetivos estratégicos a desarrollar durante los primeros meses del exilio. Los pormenores de este proceso interesan a la hora de reconstruir la trayectoria de los Comandos, cuyas primeras huellas quedaron plasmadas en las instrucciones que Perón envió a través del intercambio epistolar.

Tras el golpe de Estado de septiembre de 1955, el profesor Florencio Monzón viajó a Paraguay para ponerse a disposición de Perón. Se trasladó en tren hasta Posadas y luego atravesó en bote el río Paraná para recalar en Encarnación. De allí viajó en micro hasta Villarrica, donde estaba desterrado Perón. Durante su presidencia, Monzón había sido director de una escuela de San Fernando (Buenos Aires). La “Revolución Libertadora” lo dejó cesante. Su esposa, Olga Gliozzi, había sido senadora provincial en ese distrito. Ante una invitación infructuosa de Perón para que lo acompañara a Centroamérica, que Monzón rechazó alegando cuestiones familiares, el expresidente le asignó por carta la misión de viajar a Chile, tomar contacto con María de la Cruz, senadora nacional y dirigente del Partido Agrario Laborista en ese país, e iniciar acciones de resistencia a través de un Comando. Así lo hizo. Primero viajó él y luego su familia: su esposa y sus dos hijos, Isabel (12 años) y Florencio (18) (Monzón, 2006).

Perón llegó a Panamá a las pocas semanas, el 9 de noviembre de 1955. Residió un tiempo en esa ciudad y luego se trasladó a Colón. En un primer momento contó con el apoyo del exembajador argentino en ese país, Carlos Pascali, aunque al poco tiempo se distanciaron. En ese marco cobró relevancia Ramón Landajo, quien fue colaborador de Perón durante el exilio panameño (Galasso, 2005). Aislado y desterrado, el líder buscó revertir su situación mediante un febril ejercicio de escritura, práctica que había adquirido durante los años de servicio en las Fuerzas Armadas. La aplicó a la producción de artículos para distintos periódicos, procurando fondos para su supervivencia, y a la confección de un libro en defensa de su gobierno. Sin embargo, la mayor parte de su energía la volcó a la práctica epistolar, con la cual buscó tomar contacto con las figuras dispersas del movimiento y crear, sobre esa base, un principio de organización. Este expediente aparecía como el único recurso a la mano, en vista de las precarias condiciones en las que se encontraba.3

Al conocerse su paradero, numerosos simpatizantes y figuras del peronismo comenzaron a escribirle. El flujo de correspondencia implicaba un tiempo considerable de atención. En palabras de Perón:

En Panamá el clima era infernal. Me ponía en camiseta frente al ventilador, porque el calor me sofocaba, y escribía y escribía (…) He pasado hasta quince horas por día escribiendo. Las cartas fueron mis emisarios. He hecho grandes esfuerzos soportando el calor, y bajo él, como bajo una lápida hirviente, trabajaba duro. Había quedado desconectado de los muchachos. Pero, poco a poco, volvimos a comunicarnos con eficacia (Barrios, 1964, p. 17).

Así lo reafirmaba el periodista y escritor Américo Barrios, uno de los principales cronistas del exilio:

En Panamá, desconectado Perón del Movimiento Peronista, dispersos sus dirigentes, escondidos o presos la gran mayoría, comenzó a realizar solo una labor titánica. Jamás escribió tanto. En un clima inaguantable… acosado por las necesidades económicas (…) despachó cartas en un número incontable. Estaba rehaciendo una tela despedazada. Quería juntar los trozos dispersos. Su único medio eran las cartas. Escribía y escribía sin pausa (Monzón, 2006, p.35).

En esa dirección, Florencio Monzón (h) definió a los inicios de la resistencia como una “rebelión postal” o una “conspiración por correo” (2006, p. 33). Perón recibía “cartas de todos los países y en los más diversos idiomas” que trataba de responder (Bustos Fierro, 1969, p. 350). Para sortear la censura cambiaba permanentemente su dirección en la correspondencia y, en los casos de interlocución permanente, alternaba los lugares de envío. También desarrolló un sistema de claves y contraseñas para ocultar el contenido de los mensajes, cambió de firma y utilizó diversos seudónimos (“Pecinco”, “Gerente”, etc.).

El 1 de diciembre de 1955, Perón redactó una “Carta a todos los peronistas” en la que se pronunció contra la disolución del Partido Peronista (Baschetti, 2012, p. 67). En la primera misiva dirigida a Monzón, fechada dos días más tarde, lo instó a tomar contacto con María de la Cruz y le remitió copia de un “panfleto” dirigido a “Todos los peronistas” (Monzón, 2006, p. 128). En enero de 1956, el expresidente dio a conocer las “Directivas generales para todos los peronistas” y volvió a escribir a Monzón, recomendándole que activara los trabajos políticos (Baschetti, 2012, p. 68; Monzón, 2006, p. 14). Por entonces tomó contacto con Cooke, quien se convertiría en un interlocutor privilegiado de la primera etapa del exilio.4 Tras el desbaratamiento de algunas células que se autoasignaban tareas de inteligencia5, el encarcelamiento de figuras clave del movimiento proscripto y la sospecha del control del gobierno sobre el correo, Perón comenzó a buscar cauces alternativos para la comunicación con los restos del peronismo. De ese modo, en base a los contactos establecidos y la identificación de personas confiables, comenzó a pergeñar la idea de crear Comandos en los países donde contaba con núcleos afines.

Desde Panamá, el expresidente alentó la organización de grupos de exiliados a partir de la relación epistolar o física que tomaron con él. En algunos casos se trataba de figuras nuevas, que no habían tenido una actuación de primer orden antes de 1955 y que se ofrecían a cumplir misiones o se destacaban en las acciones resistentes. En otros casos, las relaciones eran de conocimiento y manejo previo. La denominación que más utilizó Perón para denominar dichas organizaciones fue “Comandos de Exiliados”, aunque también se refirió a ellas como “Comandos de Países Limítrofes” o “Fuerzas Peronistas en el Exilio”. En cierta ocasión -quizá de forma exagerada- llegó a caracterizarlos como “Servicio exterior peronista”.

En ese marco comenzaron a surgir grupos con cierta organicidad en Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil, países que habían recibido exiliados argentinos en numerosas oportunidades a lo largo de las décadas previas. El caso más curioso fue el de Uruguay, destino privilegiado de los opositores al peronismo, donde se produjo una rotación de la comunidad de emigrados ante el cambio de la situación política en el país. En abril de 1956, Perón mencionaba, además, la existencia de grupos en Venezuela, México, Cuba, Italia, Alemania y España, Líbano y Siria. Sabemos también que, en Washington, Madrid, Berlín y La Habana, hubo núcleos en contacto con Perón, pero allí no se formalizaron organizaciones. Los referentes de los Comandos fueron Claudio Adiego Francia y Fernando García Della Costa en la Paz y Alberto Iturbe en Cochabamba (Bolivia); Eduardo Colom en Montevideo (Uruguay); Armando Méndez San Martín y Modesto Spachessi en Río de Janeiro (Brasil); Francisco Luco y Cooke en Santiago (Chile) y Agustín Puentes en Asunción (Paraguay). Volveremos sobre este tema más adelante.

Dentro de ese colectivo, los grupos privilegiados por Perón fueron los de países limítrofes, en tanto la función esencial que les atribuía era establecer vínculos con las organizaciones sindicales, militares, políticas de la resistencia que actuaban en Argentina. En la concepción del líder, los Comandos eran organizaciones intermedias entre la masa y su dirección. A través de ellas podían transmitirse directivas e instrucciones de todo orden, garantizando su autenticidad. Otra tarea era la de producir material informativo sobre el peronismo, el gobierno y la realidad argentina en general. En efecto, la finalidad de “saturar la masa peronista combatiente” podía encauzarse a través de un mecanismo rápido de comunicación que debían construir y poner en funcionamiento. El carácter efectivo y fidedigno de la información, así como el tiempo de transmisión, fue testeado a través de sucesivos ensayos.

En marzo de 1956, Perón advirtió que los Comandos de los países limítrofes ya estaban organizados y en funcionamiento, punto de partida que le permitió ponerlos en contacto. Con el fin de unificar sus tareas y fisonomía, a fines de ese mes envió por correo las directivas para su organización. Lamentablemente esa comunicación no está disponible y no se conoce su contenido preciso. Sin embargo, por inferencia de otras piezas es factible afirmar que recomendó la organización de “círculos de amigos” con quienes “simpatizan con nosotros”, reafirmar la tarea de comunicación y establecer una vinculación entre ellos. En una carta a María de la Cruz, Perón señaló que uno de los objetivos de las directivas era “darles por lo menos la sensación de que no funcionan aisladamente, sino dentro de una organización mayor”.6

En función de su misión, a los diferentes Comandos les fueron asignadas zonas del país. El Comando Chile (Santiago) se vinculaba a la Zona Oeste constituida por Mendoza, San Juan, San Luis, Catamarca, La Rioja, Córdoba y el conjunto de la Patagonia; Bolivia (La Paz y Cochabamba) con la Zona Norte integrada por Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba; Paraguay (Asunción) con la Zona Nordeste que involucraba a Chaco, Formosa, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Misiones. Finalmente, Uruguay (Montevideo) y Brasil (Río de Janeiro) atendían a la Zona Este que envolvía el área metropolitana.7

De ese modo se ordenaba -de manera teórica- una estructura piramidal que tenía en su base a los núcleos o comandos locales, los cuales reportaban a los provinciales, que a su vez reportaban a los de cada región o zona de Argentina. Estos se vinculaban a los Comandos, orientados a informar y responder al Comando General o Superior. El diseño de esta estructura vertical tenía por objetivo, en el enunciado del propio Perón, encauzar el “espontaneísmo que hoy mantiene toda la organización existente” hacia la “unidad de acción” necesaria.

Acorde a esa concepción, el uso de la categoría militar de “comando” puede haber surgido “desde abajo”, a cargo de los activistas que denominaron de ese modo a las células de la resistencia (Comando Nacional, Comando Coronel Perón, etc.) en contraposición a los “Comandos Civiles” antiperonistas.8 Más tarde, Perón hizo suya esta categoría al definir a los Comandos como unidades menores, de carácter operativo, que enlazaban a quienes operaban en el exterior y dependían de la conducción estratégica del Comando Superior Peronista (en adelante CSP).9 Esa denominación fue trasladada a los grupos operativos que se iban consolidando en los países vecinos. Existen distintas referencias por parte de Perón, que los llamó “comandos periféricos”, “comandos de exiliados” “comandos limítrofes”10, mientras que Cooke se refirió a ellos como “comandos en el extranjero”.11 En todos los casos, la denominación de Comandos resultó la más duradera y abarcativa. Como es de suponerse, las acciones de los Comandos necesitaban contar con recursos para sus acciones. En sus inicios se financiaron con fondos propios y trabajaron a “pulmón”. Más tarde contaron con algunos recursos derivados de las publicaciones del propio Perón.12 A mediados de 1957, recibieron apoyo financiero y logístico del CSP.

Los Comandos se comunicaban de manera directa con Perón. A principios de 1956, comenzaron a ser utilizados para dar difusión a directivas o generar las ediciones locales de la obra La fuerza es el derecho de las bestias. El más activo y el que mejor funcionaba desde la visión de Perón resultaba el de Chile.13 En abril de ese año el expresidente envió un “folleto” firmado por el CSP y destinado a todos los Comandos. Ese “folleto” era la “Síntesis de las instrucciones generales para los dirigentes peronistas” resumidas en cinco puntos: “el imperativo de la hora es terminar con la dictadura”; “resistencia civil”; “organización clandestina del pueblo”; “paro general revolucionario”; “guerra de guerrillas” y “acciones especiales” de intimidación.14 Días después, envió el “Mensaje para los Compañeros Peronistas” y la “Declaración del Movimiento Peronista” (abril de 1957).15 Además del contenido, le interesaba poner en marcha el sistema de comunicación, constatando el tiempo de transmisión.

Una función asociada a la comunicación era el ingreso clandestino a Argentina de miembros de los Comandos para llevar información y recabar datos sobre el trabajo de los comandos locales, provinciales y zonales. Estos informes eran remitidos prontamente a Perón. Así, en los momentos que el expresidente buscaba acelerar las acciones de propaganda y resistencia, contaba con los Comandos como primera instancia de transmisión y articulación.

Hacia la segunda mitad de 1956, la tarea que más preocupaba a Perón era la difusión de las “Directivas para todos los peronistas” y las ya citadas “Instrucciones generales para los Dirigentes”.16 En base a la actividad de estos grupos, el líder exiliado planeaba acercarse a Argentina e instalarse en Chile o Bolivia. Además de la difusión de las instrucciones convocando a la resistencia pasiva y activa, otra de las tareas de comunicación de los Comandos fue ratificar la delegación de funciones en Cooke ante las reticencias de algunos dirigentes (noviembre de 1956). En ese momento, el expresidente extendió credenciales a su delegado para que, en caso necesario, tomara decisiones sobre los mismos Comandos. De esa manera buscaba descargarse del peso de la coordinación y respuestas que debía dar de manera continua.17

En marzo de 1957, Perón consideraba que, más allá de sus diferencias internas, los Comandos realizaban favorablemente su trabajo, que estaban organizados los enlaces y en capacidad de desarrollar las comunicaciones necesarias para paralizar al país, bajo el diagnóstico de una descomposición progresiva de la dictadura militar.18 Más cerca del territorio y lidiando con la vida cotidiana del grupo chileno, Cooke tenía una visión crítica del asunto, ya que, aunque reconocía el entusiasmo con el que se trabajaba, señalaba la existencia de peleas tremendas, luchas de predominio y de un grado de indiscreción que llevaba al desgaste.19 Perón le otorgaba razón en sus comentarios y lo dejaba avanzar en sus ideas ordenadoras, aunque privilegiaba la funcionalidad de los Comandos para sus propósitos.20 Recién para abril de 1957, Cooke consideraba que se estaba entrando en una “etapa orgánica” de los Comandos.21 En ese contexto (mayo de 1957) Perón y Cooke planificaron una reunión de sus referentes en Caracas, luego postergada para junio a fin de facilitar la confección de informes y el aumento de la organización, cuando esperaban una acción insurreccional de características masivas. Sin embargo, la “adunata” fue suspendida sine die porque una “chica infiltrada en la SIDE” que reportaba a Cooke le informó que el gobierno conocía de la proyectada reunión.22

La misión de los Comandos se modificó en el momento que Perón consideró que “el pleito argentino se interpreta ya como una cosa continental y no local”. Esta constatación evaluaba que el movimiento “estaba entrando poco a poco en el terreno internacional” ya que había “justicialistas en todo el mundo” y las “doctrinas que han triunfado en la historia” son las que habían sido “intensamente combatidas”. En ese momento instó a los Comandos a realizar acciones de difusión en los países de asilo. La impresión de sus libros o folletos, así como la reproducción de sus declaraciones en diversos medios periodísticos, formaron parte de esa estrategia. Otra variación de su misión se produjo cuando comenzaron a planificar acciones de traslado de material explosivo o armas desde los países limítrofes hacia las distintas zonas de Argentina. Esta acción involucró principalmente a los Comandos de Bolivia, Paraguay y Brasil.23

En junio de 1957 se produjo una embestida del gobierno militar contra los Comandos, mediante la intervención diplomática.24 Ello significó razias, detenciones e internaciones según los países. Para Perón significó el fin de una etapa y sugirió abandonar el uso del correo postal debido a la captura de mensajes y al control creciente de la dictadura militar.25 Esto llevó a que, para transmitir la orden de votar en blanco en las elecciones de convencionales constituyentes de julio de 1957, Cooke debiera enviar emisarios en persona y evitara las comunicaciones directas de Perón.26 Con los resultados electorales a la vista, el panorama cambió sustancialmente para el expresidente y su delegado. A partir de allí, comenzaron a planear la estrategia en mira de las elecciones nacionales de febrero de 1958 (Prieto, 1963). La acción de los Comandos continuó desarrollándose en función de las tareas de información al CSP y de transmisión de comunicaciones. Las rencillas internas continuaron y las tareas de Cooke para su ordenamiento fueron constantes, tal como lo reconoció a Perón al aclararle que la parte “menos agradable” de sus informes era dar cuenta de la situación de cada uno de ellos.27

En ese marco, la denominada “Operación Elefante” amerita una mención puntual. Proyectada para finales de 1957, la “Operación” buscaba articular en una misma acción a diferentes Comandos. Su objetivo era crear una “zona liberada” en el Norte Argentino, plan que contemplaba la toma de localidades, el copamiento de un cuartel militar en Jujuy (por los militares peronistas) y de comisarías (por policías propios). Se esperaba un apoyo obrero, en especial de los trabajadores petroleros y del azúcar, y la participación de mineros bolivianos armados que habrían de marchar hacia Salta y Jujuy. El colofón de la “Operación” debía ser el viaje de Perón a esa zona. El miembro del Comando Nacional, Rodolfo “Copete” Rodríguez Galvarini viajó a Bolivia y Paraguay para los aprestos, con conocimiento y aprobación de Cooke. En el diseño de la “Operación”, la articulación entre los Comandos jugaba un rol central: Chile asumía el papel de “cuartel general”, Paraguay ofrecía apoyo logístico en armas y Bolivia contribuiría con hombres de la Central Obrera Boliviana y del Movimiento Nacional Revolucionario, actores centrales de la escena política de ese país y cruzados por diversos vasos comunicantes con el peronismo. En la “Operación” estaban comprometidos los capitanes del Ejército Aparicio Suárez y Guillermo Barrena Guzmán (Comando de Chile); Claudio Adiego Francia y Saúl Hecker (Comando de Bolivia) (Duhalde, 2007). Luego de una larga planificación, el operativo quedó sin efecto al encaminarse el acuerdo de Perón y Cooke con Frondizi y Frigerio, generando una opción política para finalizar con la dictadura militar (Melon Pirro y Pulfer, 2021, p. 5).

De ese modo, en el momento que el epicentro de la acción del peronismo pasó al territorio nacional, con la perspectiva de las elecciones de 1958 y de una posible reorganización del peronismo, el papel de los Comandos fue diluyéndose. En ese marco se encuadra la creación del Comando Táctico (diciembre de 1957), que tomó un papel en la transmisión e implementación de las directivas del CSP.28 Otra razón, no menos significativa, fue la posibilidad de un retorno progresivo de los exiliados al país, tras la normalización institucional de mayo de 1958 y la posterior amnistía decretada por el Congreso Nacional. Al ralear la comunidad de exiliados, la apertura frondicista llevó a que los Comandos perdieran la consistencia numérica y la relevancia de la que habían gozado desde su creación en 1955.

Los comandos en el territorio: integrantes, funciones y disputas

Explorar la trayectoria de los Comandos en cada país ilumina aristas de relevancia y permite contrastar las diferentes experiencias desplegadas al calor de esa singular trama organizativa. Como ha sido señalado, la fisonomía de los Comandos dependía del tamaño de la comunidad de exiliados, los vínculos y las condiciones que cada país ofrecía para su desenvolvimiento. Si bien el más numeroso resultó el de Uruguay, por antecedentes y proximidad geográfica el más activo y determinante fue el de Chile.

Actuar en terreno hostil. El Comando de Uruguay

Si se toma en cuenta la dimensión de las comunidades de exiliados debe destacarse, en primera instancia, la radicada en Uruguay. Ni bien se produjo la “Revolución Libertadora”, Montevideo se convirtió en el destino privilegiado del exilio peronista. Como es sabido, hasta poco tiempo antes, había sido el reducto de opositores de Perón, pero el golpe de 1955 revirtió la tendencia. El gobierno militar destacó como embajador en Uruguay al socialista Alfredo Palacios. Luego se produjo el regreso triunfal del grupo de exiliados antiperonistas, recibidos en el puerto de Buenos Aires por el almirante Isaac Rojas.

Los exiliados peronistas confluyeron en oleadas sucesivas desde 1955, sumándose al grupo de Domingo Mercante (que debió permanecer en Montevideo). La primera oleada se formó con las víctimas del endurecimiento de las condiciones políticas, tras el desplazamiento de Eduardo Lonardi en noviembre de 1955. En ese contexto se radicaron varios exlegisladores con sus familias y sindicalistas que escapaban al accionar de las Comisiones Investigadoras (Eduardo Colom, Carlos Seeber, Carlos Parodi, Ricardo Guardo29 y Lilian Lagomarsino, Luis Monzalvo, Raimundo Cabistán, entre otros). Otros fueron los casos de Carlos Lizaso (comisionado de Vicente López en los orígenes del peronismo) y de Arturo Jauretche, perseguido por la aparición del folleto El Plan Prebisch, retorno al coloniaje y la publicación del periódico El 45, que arribó a Montevideo junto a su esposa Clara Iturraspe (Cichero, 1992). La llegada de ese grupo fue recibida con hostilidad por la prensa local y con frialdad por una opinión mayoritariamente antiperonista.

La segunda oleada de exiliados peronistas siguió al frustrado intento de levantamiento de Juan José Valle (junio de 1956), cuando un grupo importante de conspiradores se radicó en Montevideo. Entre ellos se encontraba Francisco Capelli, miembro de FORJA y exfuncionario de la provincia de Buenos Aires, quien se trasladó con su esposa Martha Aristegui y sus hijos Isabel y Alejandro. Asimismo, luego de ser detenido por participar en la conspiración en el Litoral y de sufrir un simulacro de “juicio”, el historiador revisionista José María Rosa partió hacia Uruguay junto a su joven esposa. Otro exiliado fue Enrique Olmedo, promotor fundamental de la Escuela Superior Peronista y redactor de la proclama del frustrado levantamiento del general Valle, junto a José María Castiñeira de Dios. También llegaron hasta allí militares como el coronel Adolfo Phillipeaux, que se había destacado durante el levantamiento con la toma de Santa Rosa (La Pampa) o el coronel D’Onofrio. A la colonia de exiliados peronistas también se sumaron figuras del nacionalismo, como Raúl Puigbó, perseguido por las notas publicadas en Azul y blanco. En ese marco, los exiliados tejieron lazos con dirigentes políticos e intelectuales uruguayos, tales como Eduardo Víctor Haedo (miembro del Partido Blanco) y el joven escritor Alberto Methol Ferré.

En razón de la organización que Perón fue otorgando a los Comandos, la jefatura en Montevideo recayó en Eduardo Colom, periodista del diario La Época y exdiputado nacional por la Capital Federal (1946-1952).30 Colom era el receptor de la correspondencia de Perón y un hábil distribuidor de comunicaciones. Aunque el tamaño de la comunidad de exiliados le impedía tener un control sobre todos ellos, Colom logró erigirse en referente para la transmisión de órdenes hacia Argentina. Esto lo convirtió en blanco de los ataques de los grupos enviados por el gobierno argentino a Uruguay y de sus aliados locales, situación que lo obligó a abandonar el país en junio de 1957.31 De regreso en Montevideo, acusado de sabotaje, conspiración y espionaje por la justicia argentina, Colom sufrió un ataque el 17 de diciembre de 1957, resultando herido su acompañante el capitán González Peralta.32

Las acciones de los exiliados abarcaban múltiples y variadas esferas. Por ejemplo, a principios de 1956, organizaron el ingreso clandestino de dos ediciones de El 45, dirigido por Arturo Jauretche (1960). Luego publicaron un folleto titulado “Los fusilamientos de Junio en la Argentina” en el que señalaron a los responsables del hecho. Se trata de un documento relevante, cuya prosa encendida reflejaba la posición de los grupos que orbitaban en torno al Comando en Uruguay:

Queremos dejar denunciados a los verdaderos culpables nativos, las fuerzas cipayas que hoy operan contra el pueblo argentino como han operado y operarán mañana contra los demás pueblos de América. Los verdaderos gestores de estos crímenes no son los hombres de armas, como ha querido insinuar aquí el ex embajador (Alfredo) Palacios en la charla confidencial. Los hombres de armas son en cierta manera lógicos cuando emplean la violencia, y no se han formado en las disciplinas políticas, económicas y sociales para poder comprender el alcance de la mayoría de sus actos. Los responsables de lo que ocurre en Argentina, los servidores conscientes de la guerra al nativo y a sus intereses, son civiles. Son empresarios, periodistas, políticos, profesores, profesionales, escritores (Ríos, 2006, pp. 192-193).

Estas declaraciones fueron acompañadas por otras iniciativas de vinculación y articulación con las demás comunidades de exiliados. Por iniciativa de un grupo de peronistas radicados en Uruguay, organizaron una agencia informativa para neutralizar noticias desfavorables al peronismo y se intentó llevar adelante el “Congreso Postal de Exiliados” (Contreras y García, 2015, p. 132). Esta singular denominación obedecía a la imposibilidad de realizar un encuentro presencial -debido al carácter clandestino de sus actividades y a la ausencia de fondos-, razón por la que se proyectó un Congreso para poner en comunicación epistolar a los exiliados peronistas de los diferentes países. La primera circular del Congreso fue publicada el 1 de septiembre de 1956 y recibió adhesiones de distintas latitudes. Sin embargo, Perón tuvo una actitud distante frente a la iniciativa y solicitó a sus promotores que se pusieran en contacto con el Comando de Montevideo. Para ello sugirió que recurrieran a Colom, quien tenía los vínculos con el resto de los Comandos de América y Europa.33 De ese modo subordinaba la iniciativa a la estructura radial que buscaba controlar desde Caracas.

Al igual que en el resto del colectivo peronista, las elecciones de julio de 1957 generaron divisiones entre los exiliados en Montevideo. Comandados por Jauretche, los exforjistas propiciaron el voto a la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), a tono con la convergencia que propugnaba con Rogelio Frigerio desde principios de 1956, reflejada en las páginas de Qué sucedió en 7 días (Spinelli, 1995). Esa posición les valió los anatemas de Alicia Eguren, Cooke y del propio Perón. Camino a las elecciones nacionales de 1958 y merced al acuerdo rubricado entre Perón, Cooke, Frondizi y Frigerio las disonancias con ese grupo se morigeraron, aunque las divergencias no tardaron en aflorar.34

Activismo y resistencia. El Comando de Chile

En el caso chileno, la configuración de la comunidad de exiliados peronistas siguió un derrotero similar al de sus pares uruguayos. Convergieron allí dirigencias de distinta procedencia y rango, que nutrieron un colectivo de alrededor de 30 miembros en diferentes oleadas. Entre ellos se contaban exlegisladores del peronismo como Ricardo Guardo (que luego migró a Montevideo) y César Astorgano, sindicalista del gremio de taxistas y diputado por la Capital Federal (1948-1955, conocido por los latiguillos y chicanas destinados al bloque opositor). Otro legislador, el exsenador puntano Francisco Luco tuvo un rol de importancia en el Comando y lo lideró hasta la llegada de Cooke en 1957. También llegó hasta allí quien fuera intendente del Municipio de Morón, César Albistur Villegas, al igual que Serú García, político mendocino que sufría la persecución desatada por la intervención a la provincia. Otro exiliado de peso fue Juan Raymundo Garone, referente de la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas, quien también había sido amenazado por la comisión investigadora de las actividades de esa organización. A ellos se sumaron jóvenes activistas como el mendocino Guillermo Madariaga, idealista y entusiasta en el despliegue de las tareas del Comando. También participaron Elisa Duarte (hermana de Eva Perón) y Orlando Bertolini, esposo de Erminda Duarte, con quien Perón estableció vínculos e intercambió correspondencia. Ramón Prieto, periodista del diario Democracia y de la revista De Frente, participó en forma intermitente de sus actividades. Con el correr de los meses y los cambios en la política argentina se sumaron al Comando otros miembros, tales como Guillermo Barrena Guzmán, integrante del Estado Mayor del general Juan José Valle, quien escapó hacia Chile tras fracasar el levantamiento. Otro de los conspiradores fue el capitán Aparicio Suárez, protagonista de la toma del Regimiento 3 de Infantería de La Plata, quien también logró huir y sumarse a aquel.

Un aspecto relevante del Comando de Chile fue que sus miembros ingresaron a ese país en condición legal de turistas, lo que los eximió de presentar la documentación de exiliados y les permitió gozar de cierta flexibilidad para actuar (Cámara de Diputados de la República de Chile, 1957). Aquí pudo haber gravitado la conocida simpatía que las autoridades trasandinas tenían con el peronismo depuesto. En efecto, el Comando se vinculó al presidente, Carlos Ibáñez del Campo, y al jefe de investigaciones del gobierno chileno, Luis Muñoz Monje. Entre los lazos del Comando con la dirigencia política chilena se destacó la ya mencionada senadora María de la Cruz, de estrecha confianza con Perón y Florencio Monzón, a quien ungió secretario. Con el tiempo se abrieron relaciones con los socialistas de Salvador Allende y con sectores del Partido Comunista Chileno. En el ámbito militar se vincularon al comodoro Oscar Squella de la Fuerza Aérea. La periodista uruguaya Blanca Luz Brum, de viejos vínculos con el peronismo, también se relacionó con el Comando chileno. Asimismo, sus miembros gozaron del apoyo de un amplio conjunto de simpatizantes del peronismo que residían en ese país. Eran, en general, jóvenes de filiación nacionalista que brindaron hospitalidad a sus pares argentinos, les proveyeron de papel para los volantes y panfletos y de explosivos para generar efectos de superficie. También participaron en acciones concretas -como las emisiones radiales- o fundaron organizaciones de apoyo tales como el Ejército Libertador Sud Americano (ELSA). Se trataba de un grupo nacionalista chileno afín al peronismo, cuya figura más conocida fue Julio Velasco. Su colaboración llevó al propio Perón a enviarles cartas de reconocimiento.

El núcleo de exiliados chilenos mantuvo un contacto continuo con Perón por vía epistolar. Como narra en su testimonio, Florencio Monzón (h) revisaba diariamente su casilla postal para saber si había novedades de Caracas. De Argentina también llegaba información por los medios periodísticos, los contactos de las zonas aledañas y los viajes de las nuevas figuras de la resistencia. Luego del viaje del profesor y periodista mendocino Enrique Oliva, en abril de 1956, se produjo el traslado de Osvaldo Morales, un empresario inmobiliario, quien se presentó en nombre del Comando Nacional de César Marcos y Raúl Lagomarsino. Fue recibido por Cruz y Monzón y su objetivo era llegar a Perón con el segundo informe de ese Comando. Luego de obtener el visto bueno siguió camino a Panamá, donde fue recibido con desconfianza por Perón, quien aprovechó la información sin emitir posición alguna.

En los primeros meses de 1956, Perón les hizo llegar ejemplares de La fuerza es el derecho de las bestias. De la Cruz y Monzón realizaron una edición local. Una segunda tirada, publicada casi de inmediato, llevaba la firma de Perón: habían enviado 10000 hojas interiores que fueron devueltas con la correspondiente rúbrica. Desde marzo de 1956, Perón consideró la posibilidad de mudarse a Chile para estar más cerca del teatro de operaciones, radicándose discretamente en el sur o en el norte para no molestar a su “amigo el General Ibáñez”. En abril de ese año, Perón evaluaba que el Comando de Chile era “el que mejor” andaba. A ello atribuía las reacciones que generaba su accionar en el sistema político y en los medios periodísticos de Chile y, fundamentalmente, en la dictadura militar argentina, que desplegaba acciones de espionaje y contraespionaje sobre el grupo. Perón llegó incluso a recomendar la paralización de acciones secundarias para dar la impresión que habían detenido su accionar.

El Comando de Chile logró montar varios aparatos de transmisión radial para difundir noticias en el territorio argentino. Uno de ellos fue “LU945”, organizada por Monzón, que “emitía por las noches desde algún lugar de la cordillera”. En realidad, la transmisión se realizaba desde la casa del chileno-argentino Ario Ricci, en la localidad de San Bernardo, ubicada muy cerca de Santiago (en las primeras alturas de la Cordillera). El equipo transmisor había sido provisto por los jóvenes del ELSA.

En marzo de 1957, Cooke junto a Héctor Cámpora, Guillermo Patricio Kelly, Pedro Gomis, Jorge Antonio y José Espejo lograron escapar del penal de Río Gallegos, cruzar la frontera e instalarse en Chile para solicitar asilo político. Esa acción habría contado con el apoyo del Comando Chile, a través de la intervención de Juan de la Cruz Guerrero.35 A partir de allí, cambió la conducción del Comando trasandino, que pasó de Luco a Cooke. En los primeros intercambios, Perón recomendó al delegado que se contactara con Julio Guizzardi, un empresario patagónico promotor de una perspectiva insurreccional que contaba con recursos y posibilidades de recorrer el país para producir informes. Para esa misma época el capitán Barrena Guzmán, miembro del Comando Chile, había visitado a Perón y salía de Caracas con mensajes y encomiendas para el grupo residente en Santiago y los comandos de la zona oeste de Argentina.

Como señalamos, hacia mediados de 1957, Perón confiaba en la fuerza de los Comandos en Argentina y el extranjero para paralizar el país. De allí que instara a Cooke y a los “muchachos” a que se trasladen a Caracas bajo la convicción de que el gobierno de Marcos Pérez Giménez no los molestaría. Para Cooke, sin embargo, un proceso judicial pendiente lo obligaba a demorar su traslado. En ese contexto sostuvo un intercambio epistolar continuo con Perón, en el que transmitió noticias de todo orden y consideraciones sobre la realidad del Comando Chile. Al tomar las riendas, Cooke logró el apoyo de Aparicio Suárez y Florencio Monzón. Los otros integrantes estaban divididos, realizando acciones desarticuladas, lo que generaba molestia en el nuevo responsable, desacostumbrado a la falta de articulación y discreción. Kelly, otro de los fugados, contaba con un grupo de seguidores en Santiago, que seguían comunicados con los restos de la Alianza Libertadora Nacionalista en el país. Estaban embarcados en el golpismo, influenciados por la corriente militar liderada por el general Justo León Bengoa (“bengoismo”), cuando Kelly llegó a Chile y los hizo cambiar de parecer acusándolos de reaccionarios y conminándolos a adherir a los lineamientos de Perón y Cooke. Este último consideraba que lo mejor era dejar al grupo de Kelly como agrupación “colateral” sin intentar sumarlo al Comando. Por su carácter nacionalista, dicho grupo tenía a su vez buenas relaciones con los miembros del ELSA y realizaba encuentros periódicos con ellos.

Así, Santiago se erigió en el núcleo central de la planificación de la reunión de los Comandos en Caracas, proyectada inicialmente para mayo de 1957, aunque postergada luego por una filtración de información alertada por Cooke. Mientras tanto, en su afán de organizar el funcionamiento del Comando y evitar las rencillas internas, el delegado de Perón armó dos grupos de trabajo con ejes diferenciados. La nueva dinámica del trabajo, la disputa personal o los celos llevaron a una rivalidad entre Guizzardi y Cooke. La prevalencia del segundo, asegurada por la designación de Perón, trajo consecuencias en un espacio que tenía sus propias jerarquías precedentes. Junto a la corrección del delegado sobre informaciones y juicios vertidos por el empresario respecto a la tendencia golpista del Comando Coronel Perón, apareció una confrontación con la estrategia electoral a seguir de cara a las elecciones de julio de 1957. A ello se sumó otra tensión derivada de la división del Comando: por un lado, se encontraban Barrena Guzmán, Suárez y Albistur y, por otra parte, García, Madariaga, Garone, Vicente Bagnasco, etc. Bertolini y Astorgano se entendían con los dos grupos. Florencio Monzón realizaba su tarea sin inmiscuirse en la interna. Por su parte, Brum pujaba por imponer el liderazgo del capitán Barrena. Estas pujas se zanjaron en junio de 1957, cuando, a partir de las dificultades operativas y de comunicación, Perón otorgó a Cooke la responsabilidad de la División de Operaciones del CSP, supeditando a los Comandos a su mando.

Al igual que en el caso uruguayo, también en Chile actuaron grupos civiles afines al gobierno militar y, en particular, con la Embajada argentina en Santiago. A las denuncias contra la “penetración justicialista” en la política local, que databan de las postrimerías del gobierno peronista y llegaron a ser analizadas y debatidas en el Parlamento, se sumaban las situaciones provocadas por los asilados. El “caso Kelly” fue el más ruidoso: con la asistencia de Brum huyó de su lugar de detención disfrazado de mujer, evitando de ese modo la extradición a Argentina (Boizard, 1957). El episodio más conocido de ataque de los “comandos civiles” fue el saqueo de la residencia del capitán Barrena Guzmán.36

Una conducción bifronte. El comando de Bolivia

En Bolivia se constituyeron distintos Comandos debido a la radicación de núcleos dirigentes en varias ciudades. Cabe recordar, en ese sentido, que, al llevarse a cabo el golpe de Estado de 1955, el gobierno de ese país estaba en manos del Movimiento Nacionalista Revolucionario. Sus líderes Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Suazo, así como las figuras intelectuales más destacadas de esa tendencia, Carlos Montenegro y Augusto Céspedes, se habían exiliado anteriormente en Argentina. Asimismo, la revolución de 1952 había contado con el apoyo decidido del gobierno de Perón, así como de la solidaridad de núcleos argentinos. Estos vínculos contribuyen a explicar la recepción y hospitalidad de la que los peronistas exiliados gozaron en el país limítrofe. Como los demás Comandos, el de Bolivia tenía asignada una zona del país para actuar como “organismo de intermediación” estableciendo enlaces y comunicaciones. Se trataba de la región que abarcaba las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán y parte de Córdoba.

Bolivia es, hasta la fecha, el único país donde se identificó más de un Comando, señalándose la existencia de grupos en La Paz y Cochabamba. A ello se suma alguna referencia marginal a un núcleo en Villazón. En el caso de La Paz pueden reconocerse divergencias político-ideológicas. Se instaló allí un primer núcleo caracterizado por Perón como “nacionalista”, que respondía a la dirección de Fernando García Della Costa, acompañado por los hermanos Julio y Bernardo Troxler, y tenía entre sus amigos a miembros del gobierno de Paz Estenssoro. Otro de los grupos actuantes estaba ligado a la Central Obrera Boliviana (liderada por Juan Lechín Oquendo), en el que militaban Saúl Hecker (proveniente del Partido Socialista de la Revolución Nacional), Manuel Enrique “el Gallego” Mena (del Comando 17 de Octubre de Tucumán) y Claudio Adiego Francia (de los restos del Aliancismo de Mataderos).

El comando de Cochabamba, instalado previamente al de La Paz, fue organizado y liderado por Alberto Iturbe (Lichtmajer, 2021, p. 68; Monzón, 2006, p. 225). La comunidad de exiliados peronistas de esa ciudad se componía de “más de veinte familias” que “intercambiaban información sobre la situación de la Argentina e informaban a Perón”.37 Cabe recordar que el expresidente recomendaba por entonces la organización de “círculos de amigos” con quienes “simpatizan con nosotros”, estructura que parece haber modelado la experiencia de los comandos en Cochabamba. Según una investigación de la Policía Federal Argentina, los contactos de Iturbe con los dirigentes radicados en Jujuy eran recurrentes, declarando uno de ellos haber recibido “instrucciones de Iturbe para organizar los comandos” en la provincia norteña. En esa misma dirección, la autoridad del exgobernador jujeño fue invocada por los delegados de los comandos de la resistencia en Bolivia, que actuaron en Jujuy a fines de 1956 (Castillo, 2014). El activismo de Iturbe llevó a las autoridades argentinas a presionar, por la vía diplomática, para que el gobierno boliviano lo trasladara detenido a Sucre, donde residió entre fines de 1956 y comienzos de 1958, cuando regresó a Argentina. Una denuncia publicada por el diario Norte de Jujuy, en marzo de 1957, identificó a Iturbe como integrante de la Agrupación de Exiliados Peronistas Argentinos, organización que “respondía a las órdenes del mayor Pablo Vicente” y que tenía en Iturbe a uno de los “jefes más destacados”. Se trataba de una entidad con ramificaciones en numerosos puntos del país vecino, que fue descubierta y denunciada por las autoridades argentinas en marzo de 1957 (Melon Pirro, 2018, p. 52). En junio de ese año, como señalamos, Perón identificaba una ofensiva por parte de la dictadura militar hacia los Comandos, diagnóstico que pudo haber respondido a las referidas acciones.

Al igual que en los demás países, la relación de los comandos de Bolivia con Perón era epistolar y se desarrollaba de manera permanente. El líder exiliado enviaba directivas para ser trasladadas a los comandos que actuaban en el interior del país y recibía informes sobre el accionar de los distintos grupos.

Las piezas del rompecabezas. Los Comandos de Paraguay y Brasil.

Junto a Perón, fueron asilados en la embajada del Paraguay numerosos dirigentes del movimiento derrocado. Una vez que el líder exiliado partió hacia Panamá quedó constituido allí un núcleo que gozó de cierta condescendencia por parte del régimen de Alfredo Stroessner. Entre los nombres que se destacaron en los testimonios y documentación sobre ese accionar, suele mencionarse a Raúl Conrado Bevacqua (ex ministro de Salud Pública de la Nación, 1954-1955), Horacio Obregón (interventor de Misiones hasta el golpe de 1955) Agustín Puentes (dirigente del peronismo de la provincia de Misiones) y Américo Barrios. Una particularidad de este grupo fue que contó con un subcomando sindical a cargo de Hubert y un núcleo en la ciudad de Encarnación, desde donde ingresaban comunicaciones y armas a Argentina. También promovieron iniciativas radiales, conectándose con el Comando de Uruguay a tal fin.38 En junio de 1957, sufrieron limitaciones en su accionar y fueron detenidos.39 Para las elecciones del mes siguiente recibieron un emisario de Cooke que les llevó fondos y materiales.40 Puentes viajó a Caracas para entrevistarse con Perón y luego recaló en Chile para aunar criterios de intervención con el delegado.41

Aunque contó con un número reducido de miembros, el Comando de Brasil gozó de cierta relevancia en el sistema de comunicaciones organizado por Perón en el destierro. Su primer referente fue Armando Méndez San Martín (ex ministro de Educación 1950-1955), radicado en Río de Janeiro, luego reemplazado por Modesto Spachessi. También llegó allí Juan I. Cooke, ex ministro de Relaciones Exteriores (1945-1946) y ex embajador en Brasil (1947-1954). Por su parte, el coronel Valentín Irigoyen se unió al comando brasileño tras la intentona revolucionaria de Valle.

Una de las acciones más conocidas del Comando de Brasil fue la traducción al portugués del libro La fuerza es el derecho de las bestias, con prólogo de Pedro Núñez Arca (Perón, 1956). Entre las vinculaciones locales puede mencionarse el apoyo del periodista Geraldo Rocha, que publicaba a diario brulotes contra las figuras de la dictadura militar. Al igual que en los otros casos, la transmisión de informaciones hacia la zona de influencia del Comando en Argentina se llevó a cabo a través de una radio clandestina. Aparte de llevar a cabo dichas actividades, los testimonios sobre el Comando refirieron al envío de explosivos como parte de las acciones allí desarrolladas. Existen también alusiones en la correspondencia de Perón, tales como la que en junio de 1957 identificó una ofensiva por parte de la dictadura militar hacia el Comando. Las relaciones establecidas con el Partido Trabalhista Brasileiro de Leonel Brizola y el vínculo con Joao “Jango” Goulart, vicepresidente de Brasil entre 1956-1961, no alcanzaron para frenar las acciones de presión que ejercía el gobierno militar a través de la embajada argentina en ese país.

Consideraciones finales

En vista de la contienda electoral de febrero de 1958 confluyeron en Caracas exiliados peronistas de diferentes países. Desde España, se movilizaron Lucio Alfredo Cornejo Linares, Adolfo Cavalli, Manuel Buzeta, Enrique Oliva y otros. De Cuba llegó Raúl Borlenghi e Hipólito J. Paz viajó desde Estados Unidos. Procedentes de Chile arribaron Madariaga, Cooke, García, Pedro Gianola y Kelly, mientras que Vicente Leónidas Saadi hizo lo propio desde Argentina. El encuentro de exiliados, algunos de ellos miembros conspicuos de los Comandos, no debe hacernos perder de vista un dato fundamental. Para entonces Perón había tomado dos decisiones cruciales: acordar con Frondizi y crear el Comando Táctico para reorganizar las fuerzas peronistas en Argentina y transmitir las instrucciones para el inminente acto electoral. El pacto y el triunfo del líder de la UCRI modificaron las condiciones para los peronistas en el exilio, en tanto la flexibilización de las condiciones que conllevó la asunción de Frondizi y la amnistía dictada por el presidente los alentaron a regresar al país. Este fenómeno tuvo un correlato en el diagrama organizativo del peronismo, ya que el nuevo organismo asumió las dos funciones principales que habían desarrollado los Comandos entre 1956-1957: el enlace entre los grupos y la comunicación con los núcleos del movimiento en Argentina. Los días de gloria de los Comandos habían terminado. En efecto, esos dos factores hicieron que aquellos languidecieran y contribuyen a explicar la escasa atención prestada por los estudios sobre la temática, quedando en el olvido como figuras temporarias y supletorias de una organización política proscripta.

Atento al lugar marginal que ocuparon los Comandos en la producción historiográfica sobre el peronismo en el exilio, este artículo propuso algunas reflexiones preliminares sobre su trayectoria, fisonomía y composición en los países limítrofes de Argentina. Con ese fin, examinó las directivas de Perón y su papel en las estrategias de comunicación y vinculación entre el líder exiliado y las organizaciones del peronismo en el territorio nacional. El material disponible varía en cada caso, condicionando fuertemente las posibilidades de avanzar en una indagación profunda de los respectivos países y proponer una mirada global de los Comandos que, esperamos, futuras investigaciones puedan concretar. En un sentido complementario, es factible interrogarse de qué manera se inscribieron los Comandos en una trama mayor: la de los exilios políticos argentinos durante el siglo XX, cuestión que ameritaría un diálogo sostenido con los estudios en torno a esa temática.

Del recorrido planteado se desprende que los Comandos respondieron a un doble imperativo. Por un lado, los fines que les asignó Perón, que buscó intervenir en la vida política argentina a través de dispositivos que lo volvieran conectar con las fuerzas peronistas en el país. Por otro lado, las iniciativas de simpatizantes, activistas y dirigentes exiliados, que buscaron el contacto y esperaron con avidez la palabra escrita del líder desterrado. Forjados como dispositivos de emergencia, que buscaron revertir el repentino aislamiento que enfrentó el expresidente y la interrupción de su vínculo con la masa peronista, los Comandos fueron reconfigurándose en función de las cambiantes estrategias de aquel, las transformaciones en la escena política argentina, los lazos con las organizaciones de la resistencia y la construcción de alianzas con las dirigencias de los países de acogida. A principios de 1956, la construcción de un moderado umbral de organicidad afianzó su función de enlace y comunicación con los núcleos actuantes en Argentina, fungiendo como instancias claves para la construcción de lazos entre los peronistas desperdigados en los países limítrofes. Los Comandos transmitieron instrucciones, recabaron información de la situación nacional, publicaron obras y folletos. Tuvieron a su cargo la tarea de difundir la orden del voto en blanco en las elecciones de julio de 1957, tras haber sufrido detenciones, internaciones y persecuciones en manos de la diplomacia del gobierno militar. En ese momento, la figura ascendente de Cooke centralizó la conducción de los Comandos desde la nueva posición otorgada por Perón como responsable de la División de Operaciones del CSP.

Aunque las características que los Comandos adoptaron en cada caso dependieron de las dimensiones de la comunidad de exiliados, los vínculos locales y las condiciones que cada país ofreció para su desenvolvimiento, sus trayectorias revelaron algunos denominadores comunes. Estos rasgos transversales se cifraron, por ejemplo, en su conformación en oleadas -al ritmo de las transformaciones en la escena política argentina-, la construcción de lazos con las dirigencias vernáculas y la existencia de fuertes disputas internas, alimentadas por la pulseada en torno al liderazgo de cada organismo, los conflictos personales, las tradiciones político-ideológicas y los posicionamientos de cara a la realidad nacional.

Los Comandos representaron un instrumento útil para la recuperación del vínculo de Perón con las organizaciones y los seguidores del peronismo en Argentina, en un contexto francamente adverso para los dirigentes y activistas del movimiento depuesto en 1955. El ejercicio de reconstrucción aquí ensayado permite individualizar sus acciones y escudriñar las condiciones materiales que hicieron posible la transmisión de las directivas, facilitando la articulación entre el líder, las organizaciones actuantes en la resistencia y los seguidores del peronismo en Argentina. En efecto, volver la mirada sobre los Comandos nos permite revisitar un capítulo poco conocido del exilio de Perón, proceso nodal de la historia política argentina del siglo XX.

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Entrevistas orales:

Entrevista a Miguel Alberto Iturbe realizada por Leandro Lichtmajer. Buenos Aires, 19 de febrero de 2020.

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Recibido: 11 de Noviembre de 2022; Aprobado: 11 de Abril de 2023

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