¿Fue la Argentina realmente rica? Schiaffino argumenta, de modo convincente, que solo con una definición muy estrecha de riqueza podríamos contestar que sí. A través de una minuciosa reconstrucción de indicadores de logro educativo, sostiene que las brechas y desigualdades de la Argentina tienen raíces muy largas y efectos muy duraderos.
La tesis de Schiaffino no se encuadra en la definición estrecha de riqueza como un atributo económico. Más bien se inserta en el estudio del desarrollo humano, es decir la adquisición de capacidades que “empodera a las personas para que definan y sigan sus propios caminos a fin de llevar una vida plena y con mayores libertades. Nos desafía a considerar a las personas agentes y no pacientes…” (UNDP, 2020: 8, citado de la versión en castellano). Aunque ciertamente el desarrollo humano se sitúa en un plano normativo, tiene múltiples aplicaciones en el ámbito histórico. ¿Cómo definen los actores humanos sus metas y caminos? ¿Cómo medimos el progreso en esas dimensiones a través del tiempo? Esta línea de investigación se sitúa en un contexto de marcado interés por parte de historiadores económicos en ampliar la noción de bienestar más allá de la economía. Leandro Prados, en particular, ha sido el abanderado en estas cuestiones, aunque él tiende a tomar América Latina como una región entera en comparación con el grupo de países de la OCDE. Dentro de las fronteras nacionales se han sumado múltiples trabajos que han iluminado las divergencias regionales de distintos componentes del desarrollo humano dentro de Argentina.
Si vemos el trabajo de Schiaffino en el marco más amplio del desarrollo humano, es importante agregar la dimensión del ingreso y la salud, ambos indicadores básicos de capacidades de una sociedad. Julio Djenderedjian calculó el ingreso real de los trabajadores no calificados en distintas localidades y áreas de Argentina en 1875. Para ello utilizó la métrica de tasas de bienestar (welfare ratios), es decir las canastas de subsistencia que se pueden comprar con el ingreso familiar y se ajustan a una metodología comparable con otros casos internacionales. Los ingresos reales se alinean como esperamos y de manera congruente con los hallazgos de Ladeuix y Schiaffino para capital humano. La divergencia con el noroeste, casi de dos a uno, es alta y comparable a la divergencia entre el norte y el sur europeo al terminar el siglo XVIII. Aráoz, Nicolini y Talassino estimaron asimismo el PIB provincial en 1910. Ambas estimaciones del ingreso, a través del salario real o del PIB real, se relacionan muy bien.
Tabla 1 Ingresos reales y estaturas adultas por región
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Fuentes y notas: Djenderedjian (2020); Salvatore (2009). Promedios calculados sin ponderación. En el caso de los ingresos reales los cálculos se basan en 17 localidades, mientras que los de estatura se basan en promedios departamentales.
Otra línea de investigación utiliza las estaturas adultas como un indicador del estado nutricional y la salud en los primeros años de vida. Ricardo Salvatore demostró el amplio arco de promedios departamentales de estaturas en la clase de conscriptos de 1922. Estos promedios y coeficientes de variación de observaciones departamentales se compaginan bien con lo que vemos en salarios reales: mayor nivel en la región pampeana, pero, de modo más importante, mayor variabilidad en el interior, particularmente en el noroeste. Una diferencia de casi tres centímetros entre la región pampeana y el interior es bastante significativa en términos antropométricos, comparables a las diferencias norte-sur en Brasil y México. Las diferencias de salarios reales entre las regiones argentinas son comparables a las pronunciadas diferencias entre el norte y el sur de Europa en los siglos XVIII y XIX en el clásico trabajo de Allen sobre divergencia europea.
Si bien la tesis de brechas regionales de Schiaffino se relaciona bien con otras dimensiones del desarrollo humano, los salarios reales y estaturas aportan otro aspecto importante: no solo hay diferencias entre regiones sino también dentro de ellas. En el noroeste el coeficiente de variación de los promedios departamentales de estatura es el más alto. Esto tiene un correlato en el ingreso real: en el Noroeste, hay diferencias de una magnitud enorme en tasas de bienestar (4.24 a 0.53), mientras que en la región pampeana los diferenciales de ingreso reales son menores en términos relativos y también es más reducida la dispersión de las estaturas (de 2.12 a 5.03).
El ensayo de Schiaffino me plantea algunas preguntas que espero iluminen la futura agenda de investigación. En primer lugar, ¿hasta qué punto los legados coloniales pueden explicar el moderado progreso educativo? Esta es una explicación que propone Schiaffino pero no me parece que cuadra bien con el dato de la alta diversidad intraregional. Más bien, la diversidad geográfica sugiere que los legados, si existen, se engranan con condiciones que los resignifican a través del tiempo y el espacio. Una posibilidad de examinar estos legados sería a través de “micro-experimentos naturales” que permitan entender mejor la diversidad de experiencias coloniales y sus efectos de largo plazo. Por el momento, dada la diversidad geográfica más bien disminuye el poder explicativo del legado colonial.
En segundo lugar, ¿qué papel juega el diseño de las políticas educativas? Un elemento importante de los trabajos que cita Schiaffino es su carácter comparativo. Como dice Charles Maier, la utilidad de estos ejercicios comparativos radica en “sugerir relaciones que de otro modo quedarían sin iluminar” (Maier, 2015: 5). En este caso la utilidad viene dada por la abundancia relativa del factor tierra frente a la emergencia de un mercado global que valúa la exportación de productos agrícolas a una escala sin precedentes en la historia mundial. Sin embargo, la selección de los países también es reveladora en las diferencias de los modelos de educación pública. En el midwest de Estados Unidos, la educación es altamente descentralizada, con un fuerte papel de los distritos locales. En algunos casos hay mayor centralización del currículum a nivel del Estado, pero hay mucha libertad a nivel de distrito. En Canadá hay una gran diversidad entre las provincias. Algunas dejan mucho margen de acción a los distritos locales, mientras que otras resisten los mandatos nacionales (Robson, 2013). Australia se caracteriza por un esfuerzo centralizador desde la segunda mitad del siglo XIX, pero aun así había fuertes canales de participación y financiamiento local que moderaban el impulso centralizador, al menos en la educación primaria (Mumford, 1994). En estos tres casos, el nivel de delegación en los distritos parece ser más fuerte que en el caso argentino. ¿Puede ser que el énfasis del Estado Nacional en la política educativa argentina haya exacerbado la desigualdad urbano-rural y las desigualdades regionales?
En conjunto con políticas educativas de carácter centralista, me pregunto si no será posible que las limitaciones en el acceso al crédito no se hayan sumado a políticas educativas de carácter centralista para moderar el impacto de la oferta educativa en la formación del capital humano. El crédito es un problema secular de la Argentina, tal como apuntó Adelman en su comparación entre Argentina y Canadá. La crisis de Baring tuvo un impacto colosal en los mercados de crédito y el funcionamiento de los bancos. Sólo en los 1920 uno puede ver cierto intento de facilitar el crédito a pequeños emprendedores para quienes una máquina agrícola, tal vez, era de mayor importancia que la propiedad de la tierra. Ciertamente la demanda de crédito era alta, como se puede ver en los mecanismos informales que proliferaron con centro en los almacenes de campaña. Pero la disponibilidad de crédito era limitada. La teoría económica relaciona fuertemente el crédito y la formación de capital humano, y la historia nos demuestra que la pampa gringa estaba llena de creatividad e ingenuidad que podía solucionar problemas y extender la productividad con pequeñas invenciones y adaptaciones (Pineda, 2020). Ciertamente uno ve el impacto del capital humano en la manera que los chacareros reparaban máquinas y las modificaban. Pero con crédito escaso se perdieron muchas oportunidades de hacer productivo el capital humano. Se puede atar con alambre o hacer prototipos de cosechadoras (como se hicieron en los 1930), pero se necesita más que alambre o dinamismo inmigrante para generar un sector de alto valor agregado. La escasez del crédito tal vez jugó un factor en frenar la inversión en capital humano –es decir, en hacer que la oferta se trasladara poco en demanda de educación–.
Para concluir, lo que el ensayo de Schiaffino presenta es una paradoja: el aumento de oferta educativa y un proceso de crecimiento económico agroexportador que, en contraste con otros países de frontera, resultó en poco aumento del nivel educativo y grandes brechas regionales. Esta documentación y medición es un punto de partida necesario para expandir nuestro conocimiento del desarrollo argentino de forma más amplia. Sirva para ilustrar el contraste con el libro reciente de Nicola Miller, Republics of Knowledge. En este estudio sobre las nacientes naciones sudamericanas en el siglo XIX, Miller hace hincapié en que las ideas, políticas y prácticas de generación de conocimiento (en la ingeniería, el dibujo, la creación de bibliotecas, las empresas editoriales, etc.) contribuyeron a la creación de un Estado moderno y una identidad poscolonial. Miller nos persuade que estas políticas y prácticas lograron generar conocimiento local en diálogo con el concierto de las naciones europeas. Pero lo que Schiaffino nos lleva a entender es que esta empresa de producción de conocimiento se basa en una enorme desigualdad en el nivel educativo de la población. Es una historia más complicada que la que teníamos inicialmente –una historia donde la inversión pública educativa y los resultados educativos van por senderos distintos con efectos de largo plazo en el desarrollo, reproduciendo desigualdades regionales y limitando las posibilidades de desarrollo en el largo plazo–.