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Astrolabio. Nueva Época

versión On-line ISSN 1668-7515

Astrolabio  no.25 Cordoba jun. 2020

http://dx.doi.org/10.55441/1668.7515.n25.30069 

Editorial

PRESENTACIÓN DE LA SECCIÓN MONOGRÁFICA Nº 25: LA CRISIS MUNDIAL DEL COVID-19: SOCIOLOGÍAS, FEMINISMOS Y SOCIEDAD MUNDIAL

Karina Batthány

Esteban Torres

1aConsejo Latinoamericano de Ciencias Sociales; Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República

2bUniversidad Nacional de Córdoba; Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Para las ciencias sociales, la principal novedad que está produciendo la mega-crisis ligada a la expansión del Covid-19 es el reconocimiento de la imposibilidad de ignorar que habitamos en sociedades territoriales cada vez más interdependientes en un plano mundial. Si antes de 2020 los estudios sociales aún estaban en condiciones de elaborar justificaciones aceptables para prescindir de un marco de observación mundial, hoy está dejando de ser así. El efecto de la pandemia en la percepción académica general activó un proceso de atención irreversible, que afectará antes o después a la totalidad de sus objetos de investigación. No hay marcha atrás ni resistencias que puedan bloquear este advenimiento. Ya no es posible omitir la existencia de una sociedad mundial sin caer en serios anacronismos. Si la conquista de América inicia la mundialización material en tiempos de navegación marítima, es probable que los golpes asestados por las representaciones del Covid-19 en nuestras pantallas digitales estén propiciando la instalación definitiva de la mundialización como sentido común intelectual. De este modo, antes que expandir el proceso de mundialización material, el procesamiento colectivo de los avatares del Covid-19 está ensanchando el proceso de mundialización mental. No estamos asistiendo al ocaso de las sensibilidades micro-sociales y las singularizaciones subjetivas, sino a un final vertical, abrupto, impensado, de un largo proceso de desconocimiento y de negación histórica de la gravitación de las dinámicas mundiales en la determinación del conjunto de las sociedades.

Ahora bien, el hecho de que se esté generalizando en las ciencias sociales la percepción de una pertenencia existencial sustantiva a un proceso de desenvolvimiento mundial no significa que estamos en condiciones de asumir como marco de referencia una teoría de la sociedad mundial. No es la primera vez en la historia que las ciencias sociales se ven afectadas en su trayectoria de acumulación. La mecánica de la transformación de las agendas de producción intelectual no es completamente desconocida. Los cambios sociales por lo general se precipitan siguiendo dos axiomas. En primer lugar, son los acontecimientos y los procesos históricos los que determinan las líneas rectoras de producción de las ciencias sociales, y no a la inversa. Aquí emerge la proliferación del Covid-19 como acontecimiento “externo” y objetivo que impacta de lleno en la esfera científico-social. Cuatro décadas antes, otro acontecimiento “externo” al campo regional, como fue la puesta en marcha de la maquinaria de exterminio de las dictaduras militares en el Cono Sur, descompuso las bases autóctonas de la sociología, interrumpiendo los impulsos de mundialización que esta venía desplegando a gran velocidad desde la década del 60.

En segundo lugar, el sentido común se adelanta a la ciencia, para luego quedar devorado por ella. Y aquí aparece esta nueva percepción de pertenencia mundial en estado embrionario, sin todavía poder recodificarse a partir de nuevos instrumentos teóricos, analíticos y de acción práctica. Si decidimos tomarnos en serio el fenómeno del Covid-19, si nos sumergimos con plena atención en su interior, deberíamos dejar que nos arrase por completo. Como cientistas sociales solemos estar dispuestas/os a asumir con cierta tranquilidad la premisa de que la verdad es provisoria, pero no nos pasa lo mismo con la consecuencia práctica más gravitante que trae aparejada dicha afirmación. Esto es, que toda perspectiva y todo conocimiento social creado necesita ser sistemáticamente destruido o auto-destruido para poder recrearse nuevamente. Es el único método existente hasta hoy para no vivir cómodamente en la falsedad de lo conocido, así como la única guía para poder librar la batalla interminable por el conocimiento verdadero, contra la tendencia inevitable a la obsolescencia, a la imposibilidad de escapar al error, y contra las potenciales consecuencias sociales que traen aparejadas las acciones orientadas por esquemas mentales facilistas y adulterados. Lo cierto es que no hay nada a lo cual aferrarse que no sea a un principio de ignorancia perseverante y a una inclinación militante por iniciar una y otra vez el camino del descubrimiento de la realidad histórica y de las novedades del mundo.

Los textos que componen este monográfico son expresiones virtuosas del momento transicional comentado. El principal denominador común a todos ellos es precisamente el reconocimiento, directo o indirecto, más o menos explicitado, de la incidencia efectiva de los procesos mundiales en los planteos efectuados. En cualquier caso, esa percepción mundialista que anida en cada texto se procesa a partir de las visiones teóricas pre-existentes de la sociedad de cada autor/a. Y es el marco societal previamente estabilizado el que determina el modo en que cada quien concibe los rasgos novedosos de la crisis que estamos atravesando, los grandes problemas detectados en el presente histórico según sus intereses de conocimiento, las intuiciones ofrecidas acerca del futuro social, así como las diferentes expectativas de realización científica, normativa y política que esperan concretar en nombre de las ciencias sociales. Algunos textos, como los de Klaus Dörre y Stephan Lessenich, logran reducir la distancia entre sus intuiciones mundialistas, sus reflexiones sociológicas y sus teorías de la sociedad. Pero en ambos casos sus visiones críticas coinciden más con una visión europea del sistema mundial y de la evolución de la sociología que con una teoría de la sociedad mundial y con el reconocimiento de su pertenencia a un campo sociológico mundial. Del mismo modo que una sociedad mundial no es producto de una sola localización, una teoría de la sociedad mundial tampoco lo puede ser. Una sociedad mundial podría asemejarse a un entramado de orden superior, que diferencia, integra y relaciona el conjunto de las esferas sociales nacionales, regionales y globales. Podríamos suponer que cada punto de localización social en el mundo es una condensación singular, directa e indirecta, de estas tres esferas en interacción. Definitivamente la sociedad global de Alemania no es la misma que las de Argentina, Uruguay, México, Chile o China. Pero todas ellas, a partir de las interacciones que mantienen entre sí, conforman la sociedad mundial. Tampoco existe algo parecido a un sistema patriarcal único o a un capitalismo globalizado: lo que proliferan son modos patriarcales concretos, así como diferentes dinámicas de sujeción entre capitalismos céntricos y periféricos en la sociedad mundial1. El reconocimiento de este principio de diferenciación irreductible no anula la probabilidad de descubrir regularidades universales, pero sí reduce al mínimo la probabilidad de que las relaciones y los procesos estructurales puedan asumir modalidades idénticas en diferentes localizaciones. El hecho de reconocer en estos términos que el sustrato primero de la sociedad es mundial implica reconocer que la materialidad de las ciencias sociales y la sociología también lo son. Desde la década de 1960 la sociología latinoamericana dejó de ser “lo Otro” de la sociología, o su simple reproducción alienada, para convertirse en una corriente activa de la sociología mundial. En este sentido, intuimos que aquella teoría de la sociedad mundial que necesitamos construir demanda el conocimiento emergente del plexo total de las localizaciones intervinientes, balanceando el punto de vista propio sobre dicha totalidad diferenciada con el punto de vista de cada localización ajena, y activando a partir de esa práctica ampliada el necesario ejercicio antropológico de intentar “ponerse en el lugar del Otro”. Desde este supuesto preliminar, lo mundial no se conquistaría a partir de reunir todos los conocimientos existentes, sino a partir de la creación de un escenario novedoso de diálogo global, capaz de producir nuevas síntesis a partir de las visiones mundiales que se deberían producir y proyectar desde cada punto de localización histórica.

Ahora bien, este horizonte histórico de apertura mundialista para las ciencias sociales no nos debe hacer perder de vista que en las tradiciones emancipatorias el conocimiento no es un fin en sí mismo. La pregunta por el mejor modo de conocer el mundo se supedita a un interrogante mayor: ¿para qué queremos conocer? Si no conseguimos ofrecer una respuesta satisfactoria a la pregunta por los fundamentos del saber, todo proyecto intelectual se reduce a cenizas. El presente monográfico reúne tres tipos de empresas sociológicas: sociologías críticas feministas, sociologías críticas modernas y sociologías distanciadas. Toda sociología comparte un interés elemental por producir efectos sociales lo más generales y duraderos posibles. De este modo, también correspondería evaluarla según su capacidad para alcanzar esta meta. Luego, si restringimos la observación al plano de los discursos, la sociología crítica feminista y la sociología crítica moderna parecen tener en común su principal pretensión existencial: la incidencia en la transformación estructural de la sociedad en una dirección igualitaria. La historia de la sociología mundial se podría sintetizar como la historia de una lucha humana incansable por intentar conocer, controlar y direccionar por medios racionales y metódicos los procesos de cambio social estructural. Junto a ello, la historia del feminismo, que ingresa en el núcleo identitario de la sociología crítica feminista, podría simplificarse como la historia de las luchas de las mujeres por desatar a partir de múltiples medios un proceso de cambio social estructural orientado a desestabilizar y destruir la estructuras sociales de dominación masculina, y de ese modo poder propiciar la igualación de género en las diferentes sociedades territoriales2.

Con todo, un aspecto clave de la cuestión es que el derrotero de cada uno de estos proyectos sociológicos en la actualidad, así como de sus respectivos horizontes de expectativas, es tremendamente dispar. Si los movimientos feministas, académicos y extra-académicos, constituyen una colectividad mundial en expansión, intrépida, organizada, auto-reforzada, la sociología crítica moderna se conforma como una sumatoria de individuos desorganizados, en situación de relativa resistencia y soledad, que coopera y compite entre sí en calidad de sujetos individuales portadores de premisas emancipatorias. La pretensión transformadora de la sociología crítica moderna se realiza como impulso intelectual al interior de un sub-universo crecientemente autonomizado respecto de la política general, mientras que las sociologías críticas feministas se producen en el marco del despliegue de una política general en expansión. Desde hace años no hay política de género inocente, desconectada de la propia acción política. Esto ayuda a explicar la expansión del movimiento en las sociedades occidentales. Por otra parte, desde hace tiempo, en la sociología crítica moderna no se recrea una política general que no sea fatalmente idealista, lo cual es producto de su desconexión material de las luchas de poder político. Si la sociología crítica moderna conforma núcleos académicos, las ciencias sociales feministas se desenvuelven como parte de un movimiento social mundial en el cual lo académico y lo extra-académico se refuerzan entre sí. Si la sociología crítica moderna se identifica con un proyecto intelectual alternativo, al cual le adjudica un máximo de politicidad, las intelectuales feministas se identifican en primera instancia con un movimiento político de mayorías, al cual le adjudican un máximo de intelegibilidad social. Si el feminismo académico es una caja de herramientas y un dispositivo de poder para la liberación y la igualación concreta del conjunto de las mujeres en las sociedades contemporáneas, la sociología crítica moderna apenas llega a ser en la actualidad una caja de herramientas y un dispositivo de poder para la toma de conciencia académica y para el alimento cultural de algunos núcleos minoritarios de los estratos medios urbanos. Allá lejos quedó para la sociología progresista el propósito originario del desarrollo material igualitario de las sociedades. Para poder cumplir con dicha meta necesitaría comenzar por asumir otro principio de politicidad. Si el feminismo se compromete orgánicamente con los movimientos de mujeres en la situación en la que se encuentran, la sociología crítica moderna tiende a desilusionarse y a distanciarse de los actores sociales concretos, incluso de aquellos que les resultan menos antipáticos. Si el feminismo académico, en su mayoría, pone el cuerpo en las luchas políticas, no sucede lo mismo con la gran mayoría de la sociología crítica moderna. Finalmente, si la sociología crítica feminista se siente orgullosa de sus conquistas colectivas, lo cual propicia la multiplicación de su autoestima y de su poder colectivo, la sociología crítica moderna, a lo largo y ancho del mundo, por el momento no encuentra el modo de expandir su proyecto intelectual.

En cualquier caso, la crisis mundial del Covid-19 nos pone frente a la oportunidad de avanzar en la creación de nuevas teorías de la sociedad mundial para el conjunto de las sociologías. Las nuevas visiones mundialistas permitirían hacer frente en mejores términos, desde cada localización histórica, a la creciente mundialización de las desigualdades sociales, de género y económicas. En el caso de las perspectivas críticas feministas, resulta bastante claro cómo una mayor mundialización de sus visiones puede potenciar sus programas de transformación social estructural. Se trataría de un proceso de ajuste intelectual respecto del despliegue material del movimiento político, que es esencialmente mundial. Con la sociología crítica moderna la cuestión es más complicada. Una mayor mundialización de sus perspectivas no necesariamente conduce, como sugiere Stephan Lessenich, al desarrollo de una ciencia socialmente comprometida. Menos aún a una sociología potencialmente transformadora. Resulta imprescindible problematizar algo más la noción de compromiso político de la sociología crítica moderna para entender por qué desde hace décadas no está produciendo efectos políticos extra-académicos. Antes que llevar a fondo una “política de la verdad” (Lessenich) y una tarea de visibilización social de la exclusión (Dörre) como fin en sí mismo, creemos necesario poner tales prácticas al servicio de una política general del cambio social. El desarrollo de una sociología crítica moderna, comprometida políticamente, demanda algún tipo de conexión novedosa con la política de los movimientos y de los partidos nacionales. Se trata de salir de un espacio académico de confort, del mismo modo que lo hicieron las corrientes sociologías hasta la década de 1970 -al menos en América Latina- y que lo hace actualmente el conjunto del pensamiento crítico feminista. La aproximación a la política nacional exige la integración de un principio de realidad que se constituye en el mejor antídoto contra el proto-radicalismo de una crítica como fin en sí mismo y contra un utopismo maximalista que no puede explicar cómo se podría hacer en concreto para transitar hacia una sociedad mejor para todas/os. A su vez, esta transformación política de la sociología crítica moderna es una condición necesaria para poder entrar en un diálogo potente y constructivo con el feminismo.

Da la impresión que la crisis mundial del Covid-19 ha terminado de poner el mundo en un mismo barco y dependerá de nosotras/os, de nuestra capacidad de construcción intelectual, científica y política común, la posibilidad de poner en marcha iniciativas colectivas con la suficiente potencia como para poder precipitar un cambio estructural que permita torcer el rumbo actual de nuestras sociedades en este tiempo histórico desconcertante.

1Los conceptos de “capitalismo”, “modo de producción capitalista” o “formación social capitalista”, como totalidad en singular, son portadores de una perspectiva no mundialista y homogeneizante que resulta funcional a las naciones poderosas. Estas categorías no permiten dar cuenta, por ejemplo, de cómo la realización de una matriz económica nacional como la alemana, industrial hacia adentro y hacia afuera, está relacionada con la reproducción histórica de una matriz económica nacional como la argentina, semi-industrial hacia adentro y agropecuaria hacia afuera. Tampoco permiten reconocer que la desigualdad objetivamente más determinante de la historia moderna de la periferia mundial es la desigualdad entre capitalismos. El factor principal que explica la pobreza diferencial de nuestros países es el boicot interno y externo a nuestras experiencias de industrialización nacional. Antes que combatir al comunismo o al socialismo en América Latina, las élites mundiales, con una clara visión de las cosas, se han ocupado en primera instancia de combatir los programas de independencia económica y de soberanía política de los variados “populismos”. De este modo, en nuestra opinión, uno de los desafíos que tiene por delante la sociología crítica del centro es generar categorías para entender cómo funcionan en términos objetivos los nacionalismos populares en la periferia. Si hoy en Europa la derecha radical responde a su globalización neoliberal con nacionalismo, en América Latina la fuerza política que responde con nacionalismo es el progresismo. Y ello ocurre por el simple motivo de que si en los centros mundiales el nacionalismo es un movimiento que propicia la exclusión, en la periferia es un movimiento productor de inclusión y de bienestar económico. Si el nacionalismo del centro se asienta sobre un principio de desigualdad (“somos superiores”), el nacionalismo popular de la periferia se basa en un reclamo de igualdad radical en el concierto mundial (“no somos inferiores”). Si en sus extremos céntricos el nacionalismo se manifiesta como una cultura excluyente, en sus extremidades periféricas adopta una forma y un sentido diametralmente opuesto. Y esta diferenciación, lejos de resultar azarosa, se produce por el simple hecho de que los procesos políticos y culturales de los centros y las periferias de la sociedad mundial están conectados en términos causales, a partir de una determinación recíproca profundamente asimétrica. Desde hace más de un siglo es más fácil imaginar el fin de los capitalismos que el fin de la dependencia estructural de América Latina.

2Junto a ello, no hay que perder de vista que a lo largo de la llamada “historia moderna”, la política en cada localización mundial logró desarrollarse en buena medida sin recurrir a las ciencias sociales. Es de saber común que la política real no necesariamente depende de la ciencia social. Pero no sucede lo mismo a la inversa. La ciencia social moderna, en todo su abanico ideológico, depende de la política para su existencia y su recreación. Tal dependencia es profunda y adquiere una doble dimensión: una dependencia material, en tanto es la política estatal la que posibilita la existencia del campo; y una dependencia intelectual, en tanto la política es su objeto teórico central. Esa doble dependencia fue actualizando la idea de que la realización de la mejor política, particularmente la mejor política estatal, depende de la integración de una base científico-social. En cierto modo este supuesto se ha corroborado. La mayoría de las experiencias políticas virtuosas del siglo XX fueron aquellas que lograron interiorizar un máximo de racionalidad científica y sociológica.

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