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Astrolabio. Nueva Época

versión On-line ISSN 1668-7515

Astrolabio  no.25 Cordoba jun. 2020

http://dx.doi.org/10.55441/1668.7515.n25.23552 

Artículos de investigación

LA FAMILIA, LA FUERZA DE LAS LIGAS. ESTRUCTURA Y ORGANIZACIÓN POLÍTICA DE LAS LIGAS AGRARIAS DEL LITORAL (1960-1970). UNA MIRADA DESDE GÉNERO, MEMORIAS E IDENTIDADES

FAMILY, THE STRENGTH OF THE LEAGUES. POLITICAL STRUCTURE AND ORGANIZATION OF THE AGRARIAN LEAGUES IN THE ARGENTINIAN COASTLINE (1960-1970). AN INSIGHT FROM GENDER PERSPECTIVE, MEMORIES AND IDENTITIES

María Victoria Montúa 

1aUniversidad Nacional de Rosario. victoria.montu@gmail.com

Resumen

A comienzos de 1970, con ayuda del Movimiento Rural de Acción Católica y la Juventud Cooperativista, miles de familias rurales dieron a luz a las Ligas Agrarias en distintas provincias de Argentina en reclamo por la tenencia de las tierras y mejores condiciones en la producción y comercialización de los productos agropecuarios. Emergían al calor de una serie de transformaciones histórico-políticas que sacudían por aquella época al país y a América Latina.

Consideramos que las familias ocuparon un lugar protagónico en las Ligas. En este sentido, se propone ahondar en la estructura y organización de las Ligas, en particular las que se desarrollaron en la región del Litoral, a partir de las estrategias de construcción política que llevaron adelante. Así, se traza el objetivo de indagar sobre los sentidos que los sujetos construyen en torno a la institución. Por último, en tanto se infiere que las mujeres debieron de ser las garantes del proceso de participación de toda la familia, analizamos la participación política y el lugar que ocuparon en la organización política agrarista.

Ante un contexto dictatorial de persecución política y avanzada imperialista (1960-1970), las Ligas fueron una de las experiencias de resistencia política-cultural más importantes de América Latina. Se desplegaron y ampliaron su organización a lo largo de la década de 1970, hasta su abrupta disolución en 1976, con la última dictadura cívico-militar. Pese a los estragos que esta provocó, aún persisten en la memoria de sus participantes huellas de aquella experiencia de lucha. Esto obliga a posicionarnos desde un enfoque que se centra en los sentidos que los sujetos les imprimen a sus historias, a los modos en que narran y construyen memorias. De modo que el trabajo de campo constituye el eje articulador del oficio antropológico y las entrevistas en profundidad son una herramienta privilegiada para dar cuenta del valor testimonial de la palabra. Implícita, se encuentra la reflexión respecto de la construcción de conocimientos.

Palabras clave: Ligas Agrarias; Familia; Género; Organización; Memoria

Keywords: Agrarian Leagues; Family; Gender; Memory; Organization; Memory

Abstract

At the beginning of 1970, influenced by the Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC - Catholic Action Rural Movement) and the Juventud Cooperativista (Cooperative Youth), thousands of rural families gave birth to the Agrarian Leagues in different Argentinian provinces, demanding land ownership and better conditions in the production and commercialization of agricultural products. The Agrarian Leagues rose along with a series of historical and political transformations that were shaking the country and the whole of Latin América at that time.

The families are considered to have played a major role in the Leagues. In this regard, the aim is to delve into the structure and organization of the Leagues, in particular into the ones that developed in the coastline area, taking into consideration the strategies of political construction that they carried out. The objective is to explore the significance that the social actors built towards the family. Finally, as it is inferred that women must have been the guarantors of the process of participation of the whole family, their political participation and the place that they occupied in the agrarian political organization is analyzed.

In a dictatorial context of political persecution and imperialist advance, the Leagues were one of the most important forms of political and cultural resistance in Latin America. Despite the havoc caused by the last civilian military dictatorship, it still remains in the memory of those who took part in that resistance. Because of this, the approach adopted centers in the significance that the social actors give to their stories, and the way they retell and build their memories. Therefore, the fieldwork is the backbone of the anthropological job and the in-depth interviews the preferred tool to give an account of the testimonial value of their words. A reflection on knowledge building is implied.

Palabras clave: Ligas Agrarias; Familia; Género; Organización; Memoria

Keywords: Agrarian Leagues; Family; Gender; Memory; Organization; Memory

A modo de introducción

A principios de 1970, con ayuda del Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC) y la Juventud Cooperativista, miles de familias rurales dieron a luz a las Ligas Agrarias (LA). Esta experiencia de organización política-gremial y socio-cultural protagonizada por los sectores populares del ámbito rural, emergió al calor de una serie de transformaciones histórico-políticas que sacudían por aquella época al país y a América Latina (Adobato, 2011; Galafassi, 2006).

En aquellos años, el Estado burocrático-autoritario argentino profundizó su intervención con el fin de asegurar la efectiva implementación del modelo hegemónico de acumulación. Este modelo (de apertura de mercados y liberación de la economía) supuso la construcción -e imposición- de nuevas subjetividades. Entre ellas, el individualismo -columna vertebral del capitalismo- se estableció como posibilidad y modalidad de sortear las crisis. Consideramos que, en oposición a las posibles respuestas liberales y ante la caducidad representativa de los órganos tradicionales del agro, surgieron las Ligas Agrarias, cuya fuerza residió en la organización de las familias.

En las décadas de 1960 y 1970 -de gran agitación social- irrumpieron en el escenario político internacional los movimientos feministas y de mujeres, empujando los límites que definían lo político. En estas latitudes, mujeres rurales comenzaron a reflexionar sobre la importancia de su participación política en la sociedad y en la organización liguista en particular, a partir del rol que cumplían en la familia y en la economía diaria. Suponemos que este proceso, acompañado por una importante labor pedagógica que desde sus inicios el MRAC y las LA llevaron adelante, fue el que habilitó la participación de las mujeres en la organización, provocando su masificación y ampliación.

Así, en el presente trabajo, a partir de la incidencia de la figura de la familia y la participación política de las mujeres en las LA, nos proponemos ahondar en su estructura y organización, en función de las estrategias de construcción política que llevaron adelante1.

A través de los relatos de mujeres y varones que vivieron esta experiencia, buscamos conocer el rol que la familia asumió en la estructura y organización de las Ligas e indagar acerca de los sentidos que los sujetos construyen en torno a ella. Por último, y en relación con lo anterior -en tanto inferimos que las mujeres debieron de ser las garantes del proceso de participación de toda la familia-, analizamos la participación política y el lugar que las mujeres ocuparon en la organización política agrarista.

Las Ligas Agrarias fueron abruptamente acalladas y desarticuladas con la última dictadura cívico-militar. Sin embargo, persisten en la memoria de sus participantes y en las generaciones que les siguieron, profundas huellas de aquella experiencia de lucha. Esto nos obliga a posicionarnos desde un enfoque que se centra en los sentidos que los sujetos les imprimen a sus historias, a los modos en que narran y construyen memorias. De modo que el trabajo de campo constituye el eje articulador del oficio antropológico y las entrevistas en profundidad son una herramienta privilegiada para dar cuenta del valor testimonial de la palabra. Este posicionamiento, lleva implícita la reflexión -necesaria como sujetos investigadores/as- respecto de la construcción de conocimientos.

Con ciertas excepciones (Servetto, 2013; Moyano Walker, 2013; Ferro, 2005), la mayoría de los trabajos consultados, desde un campo interdisciplinar que aúna diversas miradas, enfatizan las experiencias particulares de las Ligas Agrarias de cada provincia (Ferrara, 2007; Bartolomé, 1977; Archetti, 1988; Rozé, 1992 y 2010; Galafassi, 2005 y 2006; Rodríguez, 2009; Masin, 2009; Adobato, 2011; Vommaro, 2011; Calvo y Percíncula, 2012; Sánchez, 2013; Ferragut, 2015; y Ponce, s.f.).

A nivel historiográfico, las diversas estructuras socio-productivas regionales constituyen un aspecto relevante en gran parte de estas investigaciones ya que las diferencias estructurales regionales se plasmaron en la configuración de las Ligas, en las estrategias de construcción política que llevaron adelante, en la definición de sus reclamos y en la composición social de sus actores: desde campesinos minifundistas a chacareros medianos. Así, enfatizando las particularidades económicas, políticas y simbólicas, planteamos la necesidad de sumergimos en una región en particular, a saber, la región del Litoral2, sin perder de vista que se ancla a un determinado contexto nacional y global, que nos permite dimensionar a las distintas Ligas provinciales como expresión de un mismo movimiento.

Por otro lado, con algunas salvedades, escasea el abordaje de las LA desde una perspectiva de género. Sugestivamente, al tratarse de un conflicto protagonizado por familias rurales, tanto chacareras como campesinas, distintas investigaciones (Ferro, 2005; Moyano Walker, 2013; y Sánchez, 2013) deducen que la participación de las mujeres en estas organizaciones debió de ser significativa, razón por la cual visibilizan su presencia y advierten la especificidad que cada espacio regional asignaba a sus trabajos agrarios y lugares simbólicos. En suma, estas dos grandes líneas de investigación, focalizadas en realidades particulares e interesadas por recuperar el protagonismo femenino, inspiran en parte el foco de interés de esta investigación.

Algunas consideraciones teórico-metodológicas: ¿qué, cómo, para qué y con quién/es investigamos?

La explicitación de los valores que enuncian la propia concepción de mundo y de sujeto constituyen el puntapié inicial (ético-político) a la hora de producir conocimientos con otros. Desde esta perspectiva, todos/as poseemos saberes que son significativos. Sólo asumiéndonos como sujetos de la totalidad es posible construir al otro de igual modo, esto es, como un sujeto de saber, que le otorga el haber vivido en una cultura y en una sociedad en particular (Bianchi y Silvano, 2001; Rubinich, 1998). Este proceso de historizarnos, nos permite pensarnos dialécticamente con el otro y no reducirlo al mero lugar de objeto de estudio.

La Antropología, como oficio productor de conocimientos, debe situarse en el contexto en el cual está inmersa. Sólo es posible comprender y transformar nuestra realidad a partir de una Antropología que aspire a la construcción de conocimientos propios y no a la mera repetición de teorías consagradas en los centros de poder (Menéndez, 2002). Para ello, es necesario posicionarse desde un quehacer que vaya más allá de lo evidente, recuperando el interés por aquello que es, fue y puede llegar a ser.

Así, uno de los aportes como cientistas sociales en general y como antropólogos/as en particular, consiste en posibilitar la emergencia de los contenidos y saberes propios de los sujetos, que les permitan reconocerse en sus recursos simbólicos y desde allí pensarse y pelear por su “lugar” (Bianchi y Silvano, 2001).

Sin dudas, el divorcio entre lo teórico y lo metodológico no es posible. No constituyen dos esferas autónomas o separadas, sino que se presuponen dialécticamente. La discusión en torno a su relación se vuelve necesaria en el proceso de investigación3 (Mills, 2005). Es, a lo largo del camino, en la circulación de los saberes que entran en juego a partir del encuentro con otros, que vamos construyendo nuestra problemática. En este sentido, el trabajo de campo constituye un aspecto medular en el trabajo antropológico. Remite por lo menos a tres relaciones fundamentales: con lo teórico/conceptual; con los sujetos en cuestión y con las estrategias de investigación (Achilli, 2005).

En el presente trabajo, partimos de la premisa de que la vida de cada sujeto es significativa (Piña, 1988). Sus subjetividades, atravesadas por procesos histórico-sociales, son construidas y de-construidas en base a valores y concepciones de mundo compartidas. De esta manera, la entrevista antropológica constituye una herramienta privilegiada para acercarnos a los sentidos que los sujetos les otorgan a sus historias, a los modos en que narran y construyen memorias (Giobellina Brumana, 1994).

Este artículo, basado en una investigación para una tesina de grado, forma parte de un proceso -un proyecto de investigación- que comenzó de manera grupal a principios de 2014. En consecuencia, la mayoría de las entrevistas son fruto de este trabajo colectivo. Éstas -individuales y grupales- se realizaron a mujeres y varones que durante su juventud (décadas de 1960 y 1970) formaron parte, en algunos casos de las Ligas Agrarias, en otros, del Movimiento Rural de Acción Católica, y en la mayoría de ambos.

Nuestro primer acercamiento a las Ligas Agrarias fue mediante una entrevista que una colega le realizó a Ana en Corrientes en 2008. Finalmente, en 2014 nos encontrarnos con ella cara a cara. Ana formó parte junto a su marido Sergio y sus hermanos del Movimiento Rural de Acción Católica, primero, y de las Ligas Agrarias correntinas, después. Con la dictadura de 1976, gran parte de su familia fue secuestrada y desaparecida (Registro Nº 1/2008 y Registro Nº 3/2014).

En este viaje a Corrientes, también entrevistamos a Pedro y Marilú. Pedro, de familia de productores tabacaleros de la zona de Santa Lucía, integró el Movimiento Rural Católico. Recuerda vívidamente su participación el 31 de enero de 1971, acto inaugural de las Ligas Agrarias en Corrientes. Por su parte, Marilú, participó con su compañero en el Movimiento Rural en Corrientes, siendo dos de los responsables de su desenvolvimiento en la región. Nos abrió las puertas de su casa, del mismo modo que lo había hecho durante la dictadura con sus compañeros/as (Registro Nº 4/2014 y Registro Nº 5/2014, respectivamente).

Llegamos a Maris y Benjasmín en julio de 2014 en Paraná. Entrerrianos de familias campesinas, comenzaron a participar de los grupos rurales organizados por el Movimiento Rural de Acción Católica en los años 60. Benjasmín trabajó en el sector campesino; mientras que Maris, en el de maestros/as. Ambos, representantes del Movimiento Rural a nivel nacional, llevaron adelante el desarrollo de las Ligas Agrarias en la Provincia de Entre Ríos. Charlamos nuevamente con ellos en el marco de una jornada realizada en Rosario en setiembre de 2017 (Registro Nº 2/2014 y Registro Nº 8/2017) en la que participaron como disertantes junto a Nicolás, miembro del Movimiento Campesino Paraguayo, que emergió de las cenizas de las Ligas Agrarias Cristianas, una organización análoga y contemporánea a las que tuvieron lugar en Argentina (Registro Nº 9/2017).

Hacia finales de 2014, regresamos a Entre Ríos, esta vez a Concordia, para hablar con Carmen. Hija de campesinos, vivió con sus 11 hermanos en Chajarí, trabajando en la producción de cítricos. Junto a su marido, formaron parte del Movimiento Rural hasta 1973, aunque continuaron vinculados a las actividades de la Iglesia (Registro Nº 6/2014). Poco tiempo después, en febrero de 2015, en un encuentro de campesinos en Misiones, de manera no prevista, una compañera del grupo de investigación de “las Ligas” conoce a “Moncho”. De origen correntino, se sumó luego de su paso por la Universidad al Movimiento Agrario Misionero, nombre que recibieron las Ligas Agrarias en Misiones (Registro Nº 7/2015). Finalmente conocimos a Remo e Irmina en Santa Fe en setiembre del 2017, durante la presentación de la película Los del suelo, cuando brindaron algunas palabras al público presente. Remo e Irmina se conocieron en los encuentros de formación del Movimiento Rural de Acción Católica. Ambos participaron en las Ligas Agrarias santafesinas y en 1973 se unieron en matrimonio. Dos años después, por la persecusión y represión dictatorial, se ocultaron en las espesuras del monte chaqueño durante cuatro años (Registro Nº 10/2017).

En agosto de 2018, entrevistamos a “Tudy”, quien junto a su compañero Alberto se vincularon a la Acción Católica y experimentaron junto a ella los cambios de la Iglesia. Integraron el equipo nacional del MRAC e incentivaron la conformación de las Ligas en el noroeste argentino. (Registro N° 11/2018).

Para aproximarnos al proceso de construcción del pasado, debemos recurrir a la memoria. Claro está que el pasado no permanece allí, como ese algo impávido a la espera de ser recuperado o invocado. Por supuesto, hay tantas interpretaciones del pasado como ayeres y presentes existentes (Jelin, 2002). Por eso decimos que la memoria está siempre construyéndose intersubjetivamente. “No podemos pensarnos a nosotros mismos sino a través de los demás y para los demás” (Halbwachs, 1992: 20). En efecto, salvo por mero solipsismo no hay memoria individual. Desde ésta, “(…) se construye una cosmovisión, una identidad, y desde donde se llena de significación el mundo” (López Molina, 2013: 94).

En el presente trabajo, nos posicionamos desde una perspectiva teórica-metodológica que concibe a memoria, género y política no como enfoques aislados que se yuxtaponen, sino como una mirada que aúna a todos ellos.

Recordemos que, con el fin de discernir los cuerpos anatómicos de las construcciones socioculturales que se elaboran en base a estas diferencias, surgió en 1970, de los puños feministas, la categoría género. Su uso permitió romper con el determinismo biológico y socavar las nociones naturalizadas y tradicionales acerca de qué son las mujeres y qué son los varones (Scott, 1990).

Consideramos que existe una memoria colectiva “pública”, “oficial” y “nacional”, en la que prevalece una mirada urbana y también androcéntrica4 de los hechos, que tensa con otras representaciones y memorias, principalmente locales y rurales, no exentas de subalternidades5. Entendemos que el “papel” que las mujeres “liguistas” asumieron en la organización se embeben de aquellos sentidos en disputa (Jelin, 2002). Entonces, si el pasado se resignifica desde el hoy con proyecciones al mañana, es fundamental problematizar permanentemente las interpretaciones y sentidos en juego en clave de género. Esto implicaría reflexionar sobre cómo hacemos memoria (la articulación entre estos dos conceptos) y nos evitaría caer en el determinismo biológico de una generización de la memoria, que sitúa el problema a partir de una diferencia entre los sexos (Troncoso Pérez y Piper Shafir, 2015). No existe una sola perspectiva de género, prueba de ello es que a lo largo de la historia y los distintos contextos socio-culturales se han parido diversos feminismos y modos de comprender y habitar el género. En este sentido, recuperamos la crítica de los feminismos negros y populares y reivindicamos la intersectorialidad con otras categorías como etnia, clase y sexualidad, entre otras. Así, asumimos una mirada que se construye desde las propias experiencias. Desde aquí, entendemos a la familia rural (o campesina)6 como un modo particular de vivenciarla, en cuyo interior se trenzan y transmiten determinados valores y tradiciones (Wainerman y Geldstein, 1994). Este hecho nos permite trascender los enfoques urbanizantes y dicotómicos (separación entre el espacio público-político y privado-doméstico) que suelen predominar en su análisis y definición (Moore, 2009).

Finalmente, para entender a la familia como estrategia de construcción política debemos romper con la noción de que ésta se restringe al ámbito privado, o en todo caso, con aquellas concepciones que sostienen que lo que sucede “dentro” del hogar no es político. Así, se vuelve necesario precisar los límites que separan a dos conceptos claves: lo político y la política. Su consideración de manera indistinta no hace más que excluir a la familia de toda posibilidad transformadora (Argumedo, 1996).

Aproximación al proceso histórico-político y económico de conformación y desenvolvimiento de las Ligas Agrarias

A mediados de 1950, se propuso que Argentina retornara a una economía primaria de granja (Jauretche, 1973). Bajo el lema modernizar al campo, se produjo un intenso proceso de tecnificación que relegó gran parte de la mano de obra antes necesaria para la explotación. La implementación de este modelo económico de tinte desarrollista exigió una importante inyección de capital extranjero. Y aunque se materializó con Arturo Frondizi (1958-1962), comenzó a implementarse en 1956 a través del diagnóstico del economista argentino Prebisch para la auto-proclamada Revolución Libertadora (Lattuada, 2014).

Durante 1960, Argentina se encontraba atravesada por una trama de sucesivas dictaduras cívico-militares que garantizaron la efectiva implementación de un sistema económico extranjerizante, regido por la liberación de los mercados, la concentración de capitales, políticas de ajuste y un determinado impulso tecnológico asociado al acceso de bienes importados a menor precio. Así, los complejos agroindustriales abrieron paso al agro-negocio (Calvo y Percíncula, 2012).

La concentración del capital se plasmó en la conformación de unidades de tierra de mayor tamaño, basadas en la combinación de formas de tenencia. Esto se debió al creciente proceso de urbanización y a la venta o entrega en arriendo de tierras por parte de pequeños y medianos propietarios a otros actores de mayor capacidad económica (Barsky y Dávila, 2008). Sin dudas, los favorecidos del modelo imperante fueron las compañías comercializadoras y aquellos que tenían la posibilidad de producir a grandes escalas. En efecto, los pequeños y medianos productores que no podían competir con las grandes empresas monopólicas, motorizaron las primeras movilizaciones, concentraciones y cabildos abiertos del agro, que dieron lugar al nacimiento de las Ligas Agrarias (Calvo y Percíncula, 2012).

Finalmente, el 14 de noviembre de 1970, en la localidad de Sáenz Peña, Provincia de Chaco, se reunieron más de 5.000 productores. En este primer Cabildo Abierto del Agro, se cristalizaron los problemas que aquejaban a los productores chaqueños y se tomaron ciertas medidas que buscaban resolver sus principales preocupaciones. Este hecho constituyó el acto inaugural de una organización que cobró niveles de articulación más amplios. A partir de allí, se conformaron la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas (ULICAF), el Movimiento Agrario Misionero (MAM), las Ligas Agrarias Correntinas (LAC), la Unión de Ligas Agrarias Santafesinas (ULAS), las Ligas Agrarias Entrerrianas (LAER) y la Federación de Centros Tamberos en Córdoba y sur de la Provincia de Santa Fe (Masin, 2009).

De acuerdo a los relatos de algunos/as de los/as participantes de las Ligas en distintas provincias, más allá de las particularidades regionales, compartieron ciertos reclamos concernientes a la tenencia de tierras, a la regulación estatal en la producción, comercialización y distribución de los productos agropecuarios y mejores condiciones en el medio rural.

“Empezamos a ver que era tan necesario organizarnos como productores para ir defendiendo nuestros derechos. Fuimos descubriendo que el derecho fundamental era el derecho a la tierra, anteriormente también el derecho a pedir un precio justo del producto, la clasificación, que tenemos derecho a la escuela, a los caminos, edificación de escuelas, arreglo de las escuelas… generalmente la gente de campo, el campesino siempre estuvo marginado de los beneficios […] Bueno, ahí empezamos esos grupos de jóvenes con familias y todo, empezamos a trabajar y a organizarnos sobre esos derechos, el derecho a la tierra, el derecho a pedir el precio justo del producto, el derecho también a peticionar”. (Registro Nº 3: Ana, agosto de 2014, Corrientes.)

Ante las guarniciones militares, agudizadas por el Cordobazo, el Rosariazo y la huelga general convocada por la Confederación General de los Trabajadores (CGT), entre otras respuestas a la avanzada dictatorial, la Junta Militar destituyó a Levingston en marzo de 1971 y designó en su reemplazo al General Lanusse, quien se mantuvo en el cargo presidencial hasta mayo de 1973. Los mandatos presidenciales de ambos se inscriben en la autoproclamada “Revolución Argentina”, iniciada por Onganía a mediados de la década de 1960. Durante este período, la violencia perpetrada por el Estado se disparó: proscribieron y disolvieron partidos políticos, reprimieron manifestaciones y a manifestantes, encarcelaron y asesinaron a numerosos militantes. En este contexto, harán su aparición las Ligas.

Desde sus comienzos, éstas se opusieron a los monopolios, a la Sociedad Rural Argentina y al gobierno dictatorial. Subyace en el liguismo un discurso antiimperialista y antimonopólico, en defensa de lo que les es propio, que las reconoce como parte del pueblo del campo argentino (la construcción de un nosotros). Desde allí, apelarán a estrategias de construcción política opuestas de las tradicionales. Se definieron como apartidarias, es decir, no vinculadas a ningún partido político o actividad cuyos objetivos estuvieran por fuera de sus demandas sectoriales. De acuerdo con Servetto (2013), dos cuestiones claves en el escenario político del país y de América Latina incidieron en el cambio de esta postura: por una parte, la apertura política que tuvo lugar durante el gobierno de facto de Lanusse (1972) posibilitó un reacomodamiento de los actores políticos y del escenario electoral; por otra, la izquierdización de la Iglesia Católica y la vinculación de las LA con organizaciones armadas como Montoneros.

El diálogo con el gobierno democrático de Héctor Cámpora en 1973 supuso la necesidad de redefinir la identidad del movimiento, aunque no implicó el cese de las movilizaciones y paros agrarios que siguieron hasta 1975 (Adobato, 2011). El acercamiento de miembros -principalmente dirigentes- de las LA a Montoneros y otras organizaciones políticas armadas de la época tensionó la relación con algunos sectores de la Iglesia y provocó rupturas al interior de las Ligas. Poco a poco se agudizaron las diferencias respecto de las estrategias que las LA debían asumir. No obstante, al punto final lo pondrá la última dictadura cívico-militar, que no sólo dejará como saldo un importante número de muertos y desaparecidos liguistas, sino que también implicará la desarticulación de los lazos colectivos y organizaciones de base.

El Movimiento Rural de Acción Católica: antecedente de las Ligas Agrarias

Las experiencias revolucionarias en China, Vietnam, Cuba y Argelia alentaron en América Latina el anhelo independentista. Este anhelo impregnó distintos espacios y subjetividades e instaló el debate en torno a los medios y métodos necesarios para alcanzarlo. Estas discusiones se hicieron eco en la Iglesia Católica tensionando las estructuras eclesiásticas, que desde hacía tiempo habían dejado de dar respuesta a los problemas centrales de la sociedad. En consecuencia, a principios de 1960, el “Papa de los pobres”, Juan XXIII, convocó a un Concilio (1962) que dio nacimiento a una nueva Iglesia basada en una nueva Teología (de Liberación).

“La Iglesia hizo un Concilio para adecuarse a los tiempos modernos, a un Papa viejo como yo, un poquito más, le surgió la idea de que la Iglesia no podía seguir viviendo así, porque era un Papa, Juan XXIII, que soñaba con una Iglesia pobre, que él decía que se encontraba en una jaula, encerrado en una jaula de oro […] porque le decíamos el «Papa de los rurales», porque apoyó mucho, apoyó mucho la visión de una Iglesia que tenía que cambiar y sobre todo que había que insertarse en el mundo rural, había muchos valores que rescatar del medio rural”. (Registro Nº 2: Benjasmín, julio de 2014, Entre Ríos.)

En este contexto, a la par del nacimiento del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM), se sitúa el origen y desenvolvimiento del Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC). Este Movimiento surgió en 1958 de la Acción Católica Argentina (ACA), que había comenzado su trabajo en la zona una década antes. Desde entonces, desarrolló una importante labor pedagógica y política junto a los productores, a partir de una amplia organización que respetaba la estructura diocesana. No ajeno a los cambios que sacudieron a la Iglesia Católica, pasó de ser un movimiento espiritual -o meramente sacramental- a asumir un compromiso temporal.

Consideramos que la conformación de las Ligas Agrarias es expresión de un conjunto de experiencias políticas que se desarrollaron -simultáneamente- durante las décadas de 1960 y 1970 en el ámbito rural: por una parte, la lucha histórica de miles de familias rurales por la tenencia de sus tierras y el producto de su trabajo (como las juventudes cooperativistas); y por otra, el trabajo realizado por un conjunto de militantes católicos y laicos que resignificaron su tarea a partir de las transformaciones ocurridas al interior de la Iglesia Católica, principalmente luego del Concilio Vaticano II, en el sector rural. En este sentido, entendemos que el surgimiento y proceso de lucha que llevaron adelante las LA sólo puede ser comprendido si se considera el antecedente del MRAC.

Las Ligas no se hicieron solas ni nacieron de la noche a la mañana. Varias semillas fueron sembrándose hasta dar lugar a la organización de los/as campesinos/as. Entre ellas, el Movimiento Rural de Acción Católica, la Juventud Cooperativista y experiencias similares en países hermanos como las Ligas Campesinas en Brasil y las cristianas en Paraguay, en un contexto latinoamericano de gran agitación social (Vommaro, 2011).

Estructura y organización de las Ligas. La participación política de las mujeres

Desde sus inicios, el Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC) desarrolló una amplia organización7 vertebrada en las estructuras diocesanas, que se articulaban en torno a tres sectores: maestro, campesino y empresario. Poco a poco, los sectores maestro y campesino fueron conformando grupos rurales, que mediante encuentros y cursos apuntaban a incentivar la participación de jóvenes, mujeres y varones en el Movimiento; y a “concientizar” (Ferrara, 2007: 109-110) sobre la situación en la que vivían, las injusticias en el medio rural y la posibilidad de transformarlas.

Desde el Movimiento, se aspiraba a asumir formas de construcción política de carácter participativo y de base, gestando nuevos modos de liderazgo mediante una intensa labor pedagógica inspirada en el método rural del ver, juzgar y actuar del cardenal belga Cardijn e integrada a los principios freirianos. El Movimiento Internacional de Juventudes Agrarias y Rurales Católicas (MIJARC) latinoamericano jugó un rol central en este aspecto (Moyano Walker, 2013).

“Para nosotros esta fue la época de oro, realmente, de una Iglesia encarnada en la problemática de la gente, del Pueblo, palpitábamos de acuerdo a los sentires del Pueblo y había un método que se lo debe mencionar: el ver, juzgar y actuar, donde nosotros observábamos una realidad, juzgábamos de acuerdo a las ideas nuestras, pero también juzgábamos dentro del pensamiento de la Biblia, por ejemplo, del Evangelio y para después hacer la acción. Yo, en síntesis, te diría que era un Movimiento que en Argentina debe haber sido uno de los movimientos más formadores de líderes que tuvo el sector rural, por no decirte casi el único”. (Registro Nº 2: Benjasmín, julio de 2014, Entre Ríos.)

Finalmente, en 1969, el Comité Nacional del MRAC, planteó la necesidad de “[…] pensar seriamente en un cambio de las estructuras del Movimiento, de manera de permitir más eficacia y funcionalidad y mayor relación con las bases” (Ferrara, 2007: 51). Este hecho provocó el distanciamiento de las cúpulas eclesiales, que se cristalizó en la reunión plenaria de mayo de 1972, con la resolución de la retirada de la ACA del Movimiento, que pasó a denominarse Movimiento Rural (MR).

Las LA se desprendieron del mismo proceso de transformaciones que el Movimiento Rural de raíz católica fue experimentando. Así, varias de las estrategias desarrolladas por el MR se sostendrán en el accionar de las Ligas, cuyos líderes -formados por aquel- continuarán propiciando la participación de los/as campesinos/as.

La organización de las Ligas consistía en la conformación de una liga de base compuesta por numerosos grupos que elegían un delegado/a y subdelegado/a mediante asamblea. A cada una de ellas, le correspondía una zona o región dentro de una Provincia, que en su conjunto constituían la Comisión Coordinadora Central (CCC). Esta estructura se replicaba a nivel nacional, ámbito en el que definían las líneas significativas de acción colectiva.

Cada liga tenía sus propios/as dirigentes y secretarios/as generales, que llevaban adelante un mecanismo de consulta que iba de abajo hacia arriba, y que en función a las problemáticas que aquejaban a las familias rurales definían los pasos a seguir. A diferencia del MR, consideramos que la masificación de las Ligas se debió a que los grupos de base de las comunidades rurales integraron más ampliamente a las familias rurales, es decir, la participación se expandió hacia todos sus miembros.

“Aquí había una participación real, una metodología podríamos decir o un mecanismo de consulta hasta la última Liga que teníamos. Había más o menos, en la Provincia de Entre Ríos, unas 4.000 familias organizadas, de pequeñas, de pequeñitos productores, donde participaban, nosotros hablamos de familias, porque la fuerza realmente de las Ligas Agrarias estaba en la participación de toda la familia”. (Registro N° 8: Maris, setiembre de 2017, Santa Fe. El destacado es nuestro.)

En gran parte de los relatos que construyen los/as entrevistados/as, emplean el término colonia para referenciar la estructura y organización de las Ligas. Las colonias, compuestas por un número indefinido de familias vinculadas por lazos de amistad y/o parentesco, constituyeron para los sujetos las simientes de la organización liguista. Recordemos que gran parte de las familias rurales que componían las LA se sostenían económicamente a través de lo que hoy conocemos como agricultura familiar8. A partir de la década de 1950, la incapacidad de las economías regionales basadas en la producción familiar para competir con los grandes monopolios y sus vastas producciones posibilitó la emergencia de las LA. Estas, tejieron una red de vínculos familiares que sirvió de sostén a las familias rurales.

La preocupación por la participación política de las mujeres se manifestó en los inicios del MRAC y se profundizó en las Ligas Agrarias. La historiadora Lilian Ferro (2005: 7), a partir de la premisa del papel fundamental que jugaron las mujeres en las Ligas, interroga acerca de si fue la Teología de la Liberación, por medio del MRAC, la que validó el pasaje de las mujeres del ámbito doméstico al de la militancia rural. Sugestivamente, “(…) tal enfoque teológico basado en las condiciones estructurales de la opresión de ricos sobre pobres tuvo que encontrarse forzosamente con la opresión de género atravesando los dos polos de la confrontación”. Compartimos con ella que el trabajo pedagógico y formativo del MRAC debió de confluir con la reflexión respecto de las denominadas problemáticas de género. No obstante, fueron las mujeres de las Ligas las que generaron los espacios de escucha e intercambio de las vivencias de las mujeres rurales.

“Ya en el 64, en la época del Movimiento Rural, analizábamos la participación de la mujer […] En las Ligas […] hacíamos esas reuniones específicas para mujeres, donde hablábamos, decíamos de nuestras cosas. Se hablaba de violencia, se hablaba de participación, se hablaba de que no eran escuchadas las mujeres. O sea que no tenían ninguna incidencia en las decisiones, salvo las que eran mujeres muy fuertes. Y teníamos dentro de las Ligas unas mujeres con una claridad y grandes oradoras. Había tres, por lo menos, que cuando hablaban movían las piedras, más o menos. Y siempre en las asambleas, en las concentraciones, había un lugar para que una mujer hablara”. (Registro N° 2: Maris, julio de 2014, Paraná.)

Mujeres y varones liguistas coincidieron en la necesidad de ampliar la participación de las Ligas hacia las mujeres, entendiendo que su movilización suponía a la vez la de toda la familia.

“[…] siendo las mujeres la mitad de la población del campo no es justo restarle fuerza a la organización quedándonos en la casa. Y así también el varón se sentirá animado sabiendo que su madre, que su esposa, su hermana o su hija están junto a él, no sólo compartiendo el problema, sino también en la búsqueda de soluciones”. (“La mujer también participa”, La Voz del Productor9, marzo de 1973, pág. 2, Entre Ríos.)

Si bien las LA propusieron una participación mixta, la participación femenina no era tan masiva como se deseaba. Las discusiones en torno a su lugar no se dieron sin resistencias.

“Siempre mixto, en algunas zonas costaba […] y a veces las compañeras no se animaban por el hecho de dejar la casa, por la distancia, entonces siempre venían hombres, pero siempre se les reclamaba que tenía que haber compañeras […] Nosotros fuimos descubriendo la participación de la mujer. En las Ligas Agrarias nosotros descubrimos que como mujeres también estábamos a cargo de la familia y del trabajo. Que el trabajo era triple también, tres veces más que el hombre, se trabajaba en la producción, en la educación de los chicos”. (Registro N° 3: Ana, agosto de 2014, Corrientes.)

Eventualmente, la participación política de una mujer suele ser restringida, como su pertenencia a un partido político, su desempeño como funcionaria pública o candidata electa y/o como el mero accionar de su ciudadanía. Esta idea deviene de la concepción tradicional de la política como una práctica asociada al espacio público, en el cual la mujer usualmente no tiene cabida. Desde este lenguaje binario y patriarcal, situarla en la arena de la política resulta una total osadía. Al mismo tiempo, supone partir de la premisa que lo doméstico -como ámbito privado y de prioridad femenina- no es político (Moore, 2009).

Desde una perspectiva de género, entendemos la participación política de una mujer como el compromiso que asume, siempre con otros/as, en la lucha y defensa del bien común. Este compromiso, sumamente político, conlleva la mayoría de las veces a un reajuste -y a veces un desdibujamiento- de los límites que distancian lo público de lo privado, la política de lo político (López Molina, 2013). Así, lo político (a diferencia de la política) no sucede exclusivamente en el denominado espacio público, sino también en el privado, de modo que “(…) cuando se lleva a lo político todo aquello que se considera ya establecido o natural en cuanto al reparto del trabajo y las relaciones personales en el hogar, se está politizando la vida cotidiana” (López Molina, 2013: 104).

Los grupos rurales del MRAC constituyeron el puntapié inicial para que las mujeres campesinas comenzaran a reflexionar sobre su “lugar” en la familia, en el campo, en la sociedad, incentivando su posterior participación en la Ligas. Estos encuentros les permitieron reconocerse a sí mismas como sujetos políticos capaces de transformar su propia realidad y, con ello, ser conscientes de la invisibilización y desvalorización de su trabajo en las chacras y en el hogar.

“[...] las mujeres campesinas trabajaban a la par de los varones en la chacra. Entonces, el hecho de que se dan cuenta de que ellas trabajaban, porque “ayudaban”, porque estaban un rato y después volvían, ¿Por qué? Porque se iban a la casa a lavar, a preparar la comida [...] Entonces, cuando toman conciencia de que eso también es trabajo y que es gratuito, entonces «trabajamos en la chacra». Es todo un esfuerzo de toma de conciencia, pero tiene la ventaja de que se sienten entonces trabajadoras, ¿no? Entonces, con derechos también para reclamar por ciertas cosas”. (Registro N° 11: Tudy, agosto de 2018, Buenos Aires.)

Inferimos que una de las razones por las que las mujeres rurales convocaron a sus compañeras a agremiarse a las Ligas se debe a que, cuando la economía del hogar peligraba, peligraba la familia. Debido a que suelen ser quienes realizan la mayor parte de las actividades domésticas, experimentan la falta de recursos para las necesidades básicas de subsistencia y, con ello, se encuentran más motivadas que sus compañeros a movilizarse en el ámbito público por estas razones.

“Creemos que las mujeres debemos participar activamente en la organización y la lucha de las ligas agrarias para conseguir soluciones a los problemas del campo porque nosotras también vivimos los problemas. Los vivimos cuando en la cocina tenemos que hacer milagros para poder preparar una comida que alimente a nuestra familia con los pocos elementos que tenemos, o cuando tenemos que vestir a nuestros chicos para que vayan a la escuela, o si por desgracia alguien en nuestra casa se enferma y tenemos que privarnos de muchas cosas para poder comprarle los remedios que necesita para curarse.

Todo eso las mujeres lo sabemos, y también sabemos que, si nos quedamos en la cocina, pensando solamente en cocinar, llegará el día en que no tendremos nada para poner en la olla. Porque además comprendemos que el problema que nosotras tenemos en la casa es la consecuencia de la falta de precios justos para los productos del campo, de la falta de créditos razonables, de los altos impuestos que hay que pagar, del alza constante del costo de vida; y que todo esto a su vez es consecuencia de que cuatro o cinco grandes monopolios dominan y manejan todo según su convivencia.

Por eso creemos que el salir para luchar junto con el varón para buscar solución a todo esto no es abandonar la casa, la familia, sino todo lo contrario; es aportar nuestras ideas, nuestras fuerzas, nuestra presencia en esta tarea porque entendemos que cuantos más seamos, más fuerza tendrá nuestra organización”. (“La mujer también participa”, La Voz del Productor, marzo de 1973, pág. 2, Entre Ríos)

Siguiendo los registros de campo, podríamos decir que las mujeres campesinas, al participar de las Ligas, conquistan el ámbito público de la política desde una identidad que se construye desde el deber-ser madre y desde sus roles domésticos tradicionales.

“Nosotros, cuando empezamos las reuniones en las colonias, y empezábamos a salir, invitábamos a que vengan las mujeres también y les decíamos a los hombres lo importante que era. Porque si bien era que manejaban los negocios, los hombres, la que tenía que estar haciendo la economía diaria era la mujer, que tenía que estar con los hijos cuidando y que cuando no te alcanza la plata ¿quién es la que lucha? Los dos, pero por lo general es la mujer la que lucha, por los hijos”. (Registro Nº 6: Carmen, diciembre de 2014, Entre Ríos.)

Poco a poco, esta politización de la vida cotidiana (llevando al espacio público sus roles tradicionales para legitimar con ellos sus demandas y luchas) fue dando lugar a un proceso de reflexión y concientización sobre las relaciones asimétricas que se fundan entre los miembros de la familia dentro de la casa -desigual distribución de las tareas domésticas- como también fuera de ella -acceso y uso diferencial de la estructura productiva-; y con ello, a experimentar un proceso de empoderamiento que fue sacudiendo y sustituyendo algunas subjetividades. Sin dudas, la incorporación de las mujeres a espacios organizativos o su involucramiento a luchas específicas tiene un impacto directo en su cotidianeidad, en la familia, en la comunidad y en la organización misma. La actuación visible de las mujeres fuera del espacio doméstico repercute en las relaciones de la esfera privada, aunque no sean profundas ni se generen cambios inmediatos o explícitos.

“Había como mandatos preestablecidos de que la mujer era para la casa, cuidar los hijos, los que hablaban eran los hombres. Estas mujeres que se animaban a discursear y que participaban en las reuniones era muy probable que hayan despertado muchas críticas, ¿viste?, o decir «mirá qué pollerudo el marido que la mujer lo maneja o que es ella la que habla!»”. (Registro N° 2: Maris, julio de 2014, Paraná, Entre Ríos.)

En 1973, mujeres pertenecientes a las Ligas convocaron a un Primer Encuentro Regional de Mujeres. Un año después, y con una mayor concurrencia por parte de distintas provincias, se llevó a cabo el Segundo Encuentro, en la zona de Corrientes, cuyo objetivo era “[…] profundizar el conocimiento de la realidad de la mujer campesina para que, organizadas, participemos más activamente en el proceso de Reconstrucción y Liberación Nacional” (comunicado de prensa del “2do. Encuentro Regional de Mujeres”, La Voz del Productor, agosto de 1974, Entre Ríos, sin paginación).

“En este sentido, y acompañando la labor pedagógica del MRAC, uno de los interrogantes que recorre este trabajo, es si el feminismo que estaba desplegándose a nivel local y global, incidió en las mujeres campesinas que pasaron a conformar el grueso de las Ligas. Observamos en las entrevistas realizadas que, si bien llegaron las colas de aquella revolución feminista en los años 70, las mujeres del campo argentino fueron artífices de su propia organización. Sí, en Estados Unidos, en Europa y todo eso, Simone De Beauvoir, fue un movimiento fuerte que llegó acá, y acá también se organizaron muchas cosas, en relación a empezar a tomar conciencia sobre la realidad de la mujer. Y se hablaba de Liberación de la mujer en aquel momento, la liberación de la mujer”. (Registro N° 11: Tudy, agosto de 2018, Buenos Aires. El subrayado es nuestro.)

Nos atrevemos a decir que el término Liberación en lugar de feminismo se debió, por una parte, a una falta de representación con el feminismo hegemónico de aquel entonces (anglo-eurocéntrico) en la región y, por otra, a la búsqueda de una organización que recuperase un patrimonio político-cultural, que se construyera desde las experiencias, luchas y epistemologías elaboradas en la región.

“[…] imaginate vos el planteo de las mujeres de decir por qué nos enseñaron la historia y no aparecen las mujeres. Que ya es un tema que te está mostrando un claro, de cómo estaba la cosa, y sigue estando, porque evidentemente la historia la siguen escribiendo los… ahora ya mucho más, hay mucho más rescate de todas las mujeres que participaron, eso yo creo que hay que darle mucha bola a la historia. Porque la historia, la historia te va mostrando cómo se arraiga la ideología”. (Registro N° 11: Tudy, agosto de 2018, Buenos Aires.)

En aquellos encuentros, las mujeres campesinas apuntaron a la búsqueda de los hilos que les permitieran tejer su memoria colectiva e histórica para continuar con el legado de las luchas y resistencias de sus ancestras.

Reflexiones finales

Los sentidos que los sujetos les imprimen a sus historias cobran significancia en el contexto histórico, político y cultural en el cual se anclan, que entrelaza las biografías personales con los procesos históricos, políticos y socioculturales. Así, los relatos de los/as participantes del Movimiento Rural de la Acción Católica y de las Ligas Agrarias poseen gran relevancia historiográfica y socio-antropológica, en tanto dejan rastros de aquellos sucesos socioculturales significativos para la memoria colectiva.

Todo proceso de construcción de conocimientos constituye una instancia formativa y de aprendizaje, una invitación a (re)pensar permanentemente qué, cómo, con quién/es y para qué investigamos. Si bien siempre será plausible abrir nuevos interrogantes, tejer nuevas y distintas relaciones y/o partir de otras lentes para el abordaje de una misma temática, en las siguientes líneas nos atrevemos a esbozar algunas consideraciones finales en función del camino construido y realizado (con otros/as) hasta el momento.

Por una parte, consideramos que los talleres y cursos formativos del MRAC destinados a las familias rurales apelaron a la necesidad política-económica de que estas se organizaran. Promovieron ciertos valores cristianos -afines a la filosofía cooperativista- como pilares fundamentales para asumir un compromiso colectivo. Este proceso comenzó con el MRAC y continuó con las Ligas, que, a raíz de la demanda campesina, apuntaron al fortalecimiento de la agremiación familiar.

Por otra parte, distinguiéndose de las formas tradicionales de organización política, las LA lograron representar las demandas del sector planteando una estructura de organización apartidaria, que garantizaba una lógica de participación heterogénea, horizontal y democrática.

Por último, a partir de las investigaciones consultadas y los registros de campo realizados, sostenemos que la familia liguista no sólo consistió en la unidad constitutiva de las Ligas, sino que también representó su forma organizacional, no porque su estructura se replique en las LA sino por los sentidos que evocan (comunitario, colectivo, solidario) para sus participantes y que actúan como elemento de cohesión opuesto a un contexto de individuación aggiornado a la lógica mercantil o matriz productiva capitalista que la dictadura instaló o reafirmó.

Las familias rurales (o los modos de vivenciar la familia en el ámbito rural) sirvieron de cobijo y resistencia a los productores en un contexto que los perjudicaba directamente. Partiendo de una perspectiva de género en la que prima el vivenciar el género, sostenemos que la aparición de las mujeres en el espacio público se vincula a que su participación política fue la garante de la participación de toda la familia. Motivadas por la búsqueda de soluciones comunitarias a problemas colectivos, como son aquellos que atañen a la economía diaria del hogar, comenzaron a problematizar su presencia en la organización política agrarista. Poco a poco, lograron consolidarse y definirse como un sujeto político particular dentro de las Ligas.

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1El presente trabajo se desprende de una investigación realizada para la elaboración de la Tesina de Licenciatura en Antropología (Universidad Nacional de Rosario), titulada “La familia como forma de construcción política-organizacional de las Ligas Agrarias del Litoral (1960-1970). Una mirada desde género, memorias e identidades”.

2La región litoraleña abarca históricamente a las actuales provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Chaco, Formosa y Santa Fe, y se encuentra comprendida por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay.

3Consideramos al proceso de investigación como el esfuerzo por relacionar distintas dimensiones de una problemática, analizando los procesos que se generan en sus interdependencias y las relaciones históricas contextuales (Achilli, 2005).

4El androcentrismo constituye uno de los aportes de las teorías de género para visibilizar la subordinación de las mujeres, de otros géneros y expresiones genéricas. Tal como el término lo evoca, refiere a la centralidad que se le adjudica al varón y a determinadas características asociadas a éste como paradigma de la existencia humana y como constitutivo del pensamiento moderno-occidental, que a partir de la conquista o herida colonial se estableció como matriz hegemónica y constitutiva de nuestro decir, hacer y pensar (Facio y Fries, 2005).

5Ludmila da Silva Catela (2017) analiza las memorias locales en torno a la represión política del pasado reciente en el noroeste argentino. La antropóloga aborda las tensiones que emergen en las construcciones de estas memorias en relación a las memorias más “encuadradas”, al poseer menos capitales económicos y simbólicos a la hora de imponer sus relatos en el espacio público.

6La categoría “campesino” tiene sus orígenes en la economía clásica. Este hecho genera controversias a la hora de pensar los procesos singulares de los países de Latinoamérica. En la conceptualización de este término, prevalece un enfoque que, enfatizando los aspectos económicos, se detiene en el lugar que las familias “domésticas” ocupan en la estructura socio-productiva, dejando por fuera a todos/as aquellos/as que no encuadran en sus características. Sin embargo, al mismo tiempo, “campesino” encarna la reivindicación de las luchas políticas llevadas adelante por este sector, motivo por el cual, se identifican como tales cuando intentan definir un proyecto político común (Ratier, 2004). Sea como fuere, aunque no está explícito el significado que para los sujetos de las Ligas tiene esta categoría, cuando hablemos de “campesinos”, estaremos refiriendo a los sentidos que ellos/as les imprimen y no a los que exponen las diferentes posturas teóricas. Como hemos mencionado, los relatos que los/as participantes de las Ligas Agrarias construyen acerca de sus vivencias ocupan un lugar significativo en la presente investigación. En efecto, consideramos que el puntapié inicial lo constituye la pregunta acerca de cómo se auto-adscribieron los propios sujetos. En los registros subyace una multiplicidad de modos de hacerlo. La pronunciación como campesinos y campesinas ocupa un lugar privilegiado y, dada la centralidad que adquiere “la familia” en la organización y estructura de las Ligas, inferimos que ésta constituye su sujeto político-histórico. En este sentido, optamos por considerar a las familias rurales o campesinas como el sujeto de las Ligas, ya que consideramos que contiene a las anteriores denominaciones.

7Empleamos los términos organización y estructura en función de los sentidos que le confieren los/as entrevistados/as. Estos términos, aparecen en los relatos de un modo indiferenciado.

8La agricultura familiar puede definirse como un modo de vivir y de producción, donde las unidades domésticas y productivas están superpuestas. La familia, mayoritariamente propietaria de los medios de producción, aunque no necesariamente de la tierra, constituye la principal fuerza de trabajo para la explotación y la producción agrícola-ganadera, que suele destinar para el propio consumo y, en el marco de un capitalismo avanzado, para el mercado. En su seno, se entretejen y transmiten valores, tradiciones y experiencias, que tienen por objetivo la preservación y la reproducción —en un sentido amplio (Scalerandi, 2010).

9La Voz del Productor, órgano de difusión de las Ligas Agrarias de Entre Ríos durante 1973 y 1974. “La mujer también participa” es el nombre de una de las secciones del periódico.

Recibido: 25 de Febrero de 2019; Revisado: 25 de Septiembre de 2019; Aprobado: 27 de Noviembre de 2019

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