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Revista iberoamericana de ciencia tecnología y sociedad

versión On-line ISSN 1850-0013

Rev. iberoam. cienc. tecnol. soc. vol.10  supl.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2015

 

EJE 7. TECNOLOGÍAS DE LA  INFORMACIÓN Y  LA COMUNICACIÓN

Historia de la computación: la dificultad de mirar hacia atrás *

* El artículo fue publicado originalmente el 16 de noviembre de 2012. Una versión actualizada se encuentra publicada actualmente en nuestro sitio web. Esperamos su comentario en: http://www.revistacts.net/elforo/488-historia-de-la-computacion-la-dificultad-de-mirar-hacia-atras.

Guido de Caso **

** CONICET-FCEyN-UBA, Argentina. Especialización en ingeniería de software. Correo electrónico: gdecaso@gmail.com.

Hace casi 80 años que la humanidad cuenta con computadoras digitales programables. La Z3 de Konrad Zuse y la británica Colossus Mark 1 fueron algunas de las pioneras. Por ese entonces, operaciones tales como la multiplicación de dos números tomaban entre uno y cinco segundos. El vertiginoso ritmo tecnológico que nos rodea hace que estas primeras máquinas parezcan elementos prehistóricos.

Sin embargo, con tan sólo 80 años, la computación es una disciplina muy joven, ni siquiera adolescente. Como tal, quienes la ejercemos y estudiamos solemos mantener la mirada fija hacia adelante. Tomemos por ejemplo el caso de Clementina, primera computadora para uso universitario de la Argentina y entre las primeras de América Latina. Tras un intenso y fructífero período de utilización desde su instalación en 1961 y hasta la trágica noche de los bastones largos en 1966, fue paulatinamente cayendo en el olvido. En 1971, el diario La Nación publicó una nota donde se daba cuenta de su estado de deterioro y desmantelamiento.

Si un inocente espectador del presente pudiera viajar hacia atrás en el tiempo y presenciar el desguace de Clementina, podría quizás preguntarse: ¿cómo es que quienes la desmantelan no son conscientes del valor histórico de esta pieza? La respuesta no es sencilla. Volvamos al presente. ¿Dónde se encuentra Clementina hoy en día? Algunos de sus restos están perdidos quizás para siempre. Otros están dispersos por el Pabellón 1 de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires, desprovistos siquiera de una placa identificatoria y sin protección alguna. Nuestro viajero del tiempo se pregunta ahora: ¿cómo es que quienes la conservan hoy no son conscientes del valor histórico de esta pieza? Otra pregunta de difícil respuesta. ¿Es éste un simple caso aislado de desidia? ¿O será quizás la computación una disciplina joven a la que le cuesta mirar atrás?

Sin necesidad de adentrarse en la historia grande de la computación, podemos encontrar otros ejemplos de objetos mundanos que injustamente caen en el olvido. La vertiginosidad con que la industria tecnológica nos ofrece nuevos dispositivos hace que nuestras computadoras de hace 10 años (¡y aun menos!) sean destinadas al olvido. En muchos casos el nivel de obsolescencia imposibilita el reuso del hardware, generando consigo problemas de índole ecológica. ¿Es este otro ejemplo de una disciplina sin espejo retrovisor?

Quienes hemos descartado hardware obsoleto podemos argumentar que éste ya no tiene valor, que sólo serviría para juntar polvo en un estante. A pesar de notables esfuerzos por lograr reutilizar hardware descartado, el destino de la “basura electrónica” constituye un problema abierto a nivel global.1

Nostalgia tecnológica

El descarte de objetos “inservibles” del pasado es quizás visto como un proceso natural de descame de la sociedad. Sin embargo, ¿a quién no le ha pasado al menos una vez encontrarse con algún objeto del pasado y redescubrirlo bajo nueva luz? Una vieja foto, releer un libro o volver a subirse al auto con el que aprendimos a manejar. La nostalgia, curiosa mezcla de tristeza con felicidad, también puede hacerse presente al reencontrarnos con vieja tecnología. No nos engañemos por su aspecto rígido y digital, esos fríos trastos metálicos que descartamos hace diez, veinte o treinta años tienen aún la capacidad de sorprendernos. En pocos segundos pueden hacernos viajar a una época en la que copiar archivos involucraba pantallas negras y escritura de comandos, sólo para después darnos cuenta de que los disquetes estaban corrompidos (¡maldito error de CRC!). Pueden también traernos recuerdos de viejos videojuegos, en donde unos cuatro píxeles hacían las veces de jugadores de fútbol y completar el resto era tarea de nuestra imaginación.

Sí, el viejo hardware tiene aún la capacidad de brindar estas emociones. El asunto es que la nostalgia es un proceso que requiere maceración. Tomemos, por ejemplo, el caso de los automóviles. Un vehículo a estrenar es sin duda muy valioso, pero a medida que pasan los años su valor cae. A los diez años ya su valor es muchísimo menor. Seguimos utilizándolo y, con notables excepciones, un automóvil de veinte años no produce nostalgia, sino que lo vemos prácticamente como una pieza de descarte. Si seguimos agregando años, vehículos de cuarenta, cincuenta u ochenta años ya nuevamente tienen valor, independientemente de su estado de conservación. Coleccionistas e inversores estarán dispuestos a desembolsar aún más que lo que valían cuando eran nuevos.

El problema parece radicar en que las piezas antiguas recobran valor de forma muy paulatina. En lo que respecta al arhardwe, ¿quién tiene la paciencia para esperar tanto tiempo? Recientemente tuve oportunidad de conocer a un grupo de entusiastas argentinos que están dispuestos a cumplir ese rol. Los integrantes de la Fundación Museo de Informática, Computadoras y Accesorios Tecnológicos ICATEC se dedican desde hace un tiempo a la recopilación, restauración y preservación de diversos dispositivos de hardware.2 Es una tarea que desarrollan contra viento y marea, enfrentando la problemática de no contar siquiera con un espacio físico donde almacenar (y mucho menos presentar al público) el material recuperado. 

De tener esta fundación el debido apoyo, las posibilidades serían interesantísimas. Invito al lector a imaginar un espacio donde las jóvenes generaciones puedan disfrutar de la simpleza de viejos videojuegos, o pretender ser administrador de un mainframe IBM; un lugar donde investigadores actuales puedan recrear los programas originales que los pioneros usaban con Clementina para establecer modelos hídricos o lingüísticos, entre otros. Es una lástima que la meta de construir y mantener un espacio semejante hoy parezca lejana. ¿Otro ejemplo de una disciplina que le da la espalda a quienes intentan preservar sus orígenes?

Descomposición digital (bit rot)

La nostalgia tecnológica tiene también un hermano mayor mucho más serio. Se trata del fenómeno conocido como descomposición digital (o bit rot, en inglés). Aunque parezca increíble, los documentos digitales también sufren la erosión del tiempo. Podemos categorizar este fenómeno en tres partes, detalladas a continuación.

En primer lugar, los medios de almacenamiento digital no son eternos. En una era en la que nuestros documentos viven en el ciberespacio, muchas veces olvidamos que éstos tienen una contraparte física: en algún sitio están almacenados. Como toda materia física, los datos almacenados sufren los embates del tiempo. Bacterias, hongos, radiación, exposición al magnetismo, fuertes variaciones de temperatura y golpes son sólo algunos ejemplos de fenómenos que pueden hacer que la información digital se corrompa o se pierda para siempre.

Como dato de interés, no muchas personas están al tanto de que los CD y DVD regrabables tienen una vida útil que ronda los treinta años. Teniendo en cuenta que esta tecnología se masificó en los años 90, ya deberíamos pensar en un reemplazo para esos DVD con fotos de viajes.

En segundo lugar, otra barrera para la preservación de la información es la disponibilidad de hardware para leerla. Sólo por citar un ejemplo, ¿seguirán fabricando unidades ópticas tales como lectoras de CD/DVD en unos cincuenta o cien años? Es muy poco probable. La velocidad con la que el mercado muda de tecnología hace que sea poco rentable fabricar tecnologías antiguas. Sin ir más lejos, ¿hace cuánto tiempo que las computadoras nuevas ya no incluyen unidades para lectura de disquetes?

En último lugar, incluso suponiendo que nuestra información fue físicamente preservada y que contamos con hardware para leerla, aún necesitamos software para interpretarla. Con notables excepciones, la información que almacenamos está codificada según lo establecido por algún formato de archivo (ya sea abierto o propietario, pero esa es otra discusión). Ya sea una imagen JPEG (por Joint Photographic Experts Group), una planilla de cálculo o una película, sin el software adecuado no nos serviría para mucho. 

Algunos podrán argumentar que la disponibilidad de software adecuado es el menor de los problemas del bit rot. Dirán, con justas razones, que cada vez hay más formatos pero que eso no implica que se pierdan los anteriores. Puede que sea cierto, pero llevemos el problema al extremo. ¿Seguirá siendo masivo el uso del formato de imagen JPEG dentro de cincuenta años? Probablemente no, pero quizás aún se consiga software que por motivos históricos (y casi lúdicos) lo seguirán soportando. ¿Y en cien años? ¿En quinientos años? Es difícil dar respuesta a estas preguntas. En definitiva, si usted planea armar una cápsula del tiempo, asegúrese de incluir no sólo el material digital sino todo el hardware y software necesario para su utilización.

Palabras finales

La noble tarea de preservar la historia de la computación y mantener hardware antiguo en funcionamiento parecería servir el doble propósito de combatir la entropía digital y asistir a los nostálgicos incurables. ¿No es hora de que la computación deje de enfocarse sólo en el futuro?

Notas

1. Véase: http://www.nodocomunitario.com.ar/.

2. Más información en: http://www.museodeinformatica.org.ar/.

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