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Revista iberoamericana de ciencia tecnología y sociedad

versión On-line ISSN 1850-0013

Rev. iberoam. cienc. tecnol. soc. vol.12 no.36 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct. 2017

 

RESEÑAS

Las “mentiras” científicas sobre las mujeres

S. García Dauder y Eulalia Pérez Sedeño

Editorial Catarata, Madrid, 2017, 256 páginas

Por Lola S. Almendros *

  * Graduada en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, España. Magíster internacional en filosofía, ciencia y valores en la Universidad del País Vasco, España. En la actualidad es investigadora predoctoral en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Correo electrónico: lola.s.almendros@gmail.com.

¿Es normal que la producción de conocimiento presente sesgos o se debe a un mal modo de hacer ciencia? Esta pregunta inspira a Pérez Sedeño y García Dauder en su nuevo libro, donde presentan el resultado de años de investigación y reflexión acerca de la actividad científica. Su recorrido por los entresijos de la construcción del conocimiento científico sobre las mujeres tiene como objetivo demostrar el papel epistémico de los sesgos de género. Su examen crítico se dirige a problemáticas como la constante búsqueda de diferencias entre hombres y mujeres, la consideración de lo masculino como criterio, y la definición de lo femenino como “lo otro diferente” o “lo otro parecido”. Afirman el carácter práctico, sociopolítico y constructivista de la ciencia, y explican por qué, para lograr una ciencia libre de subordinaciones, su proceso de producción debe ser más democrático, inclusivo y participativo. Lo que hace necesaria (aunque no suficiente) una mayor heterogeneidad, tanto en las comunidades como en las prácticas científicas. Esto reforzaría el carácter crítico que permite el reconocimiento de intereses y  sesgos. También reivindican la atención a la diversidad y la interseccionalidad, y la importancia de evitar la formulación y normalización de patrones definitorios, así como su uso y extrapolación acríticos.

Un lenguaje accesible y estimulante se conjuga con una argumentación de gran contundencia, que nace de una amplia experiencia investigadora, y de un acertado análisis teórico que atiende a las prácticas y se centra en estudios de caso. Inspirados en la cartografía del desconocimiento que Nancy Tuana presenta en su artículo “The speculum of ignorance: The women’s health movement and epistemologies of ignorance”, revelan cómo la mentira, la invisibilización, la ocultación y la invención transcienden en la configuración de prácticas y discursos científicos sobre las mujeres. Así, además de recalcar el carácter práctico de la actividad científica, ponen de manifiesto la pluralidad de sesgos que intervienen en todas las fases de los procesos de investigación.

En el primer capítulo se dirigen a los modelos de investigación derivados del boom evolucionista de la biología. Denuncian su carácter antropocéntrico, androcéntrico y etnocéntrico. Tanto la atención a las diferencias como la búsqueda de semejanzas implican la configuración (y justificación) de biodeterminismos. Se trata así de una búsqueda de razones biológicas para explicar diferencias y subordinaciones de género, esto es, para condiciones sociohistóricas (y por tanto contingentes) de desigualdad. El exceso de atención a las diferencias sexuales y las tendencias infundadas a relacionarlas con lo psíquico y lo cognitivo actúan como preámbulo en la confección de planes de investigación. En este sentido, con frecuencia, las diferencias que se pretenden evidenciar se admiten a priori o se extrapolan a explicaciones sobre cuestiones con las que no es clara su relación. Las dicotomías asociadas al sexo y el género (en sus múltiples variedades y derivaciones) son axiomas latentes desde el origen de muchas andaduras epistémicas. Este marco de referencia y racionalidad definido a partir de una lógica dicotómica presenta como premisas lo que pretende concluir.

En el segundo capítulo exponen casos que han generado polémica y controversia en los espacios de opinión pública. Sirven para desarrollar la categorización de los modos de producción de ignorancia que describe Nancy Tuana. La ausencia despreocupada de investigación en contracepción masculina es un ejemplo acerca de cómo el desinterés en la indagación de determinadas cuestiones tiene consecuencias no sólo epistémicas sino también sociopolíticas. Hay déficits de conocimiento provocados y acompañados de ocultamientos intencionados que revelan un sistema epistémico definido a partir de relaciones de diferencia-semejanza que toma lo masculino como criterio. Para caracterizar esta circunstancia, los autores traen a escena cuestiones que, como el tardío estudio de la anatomía del clítoris, están rodeadas de tabúes y polémica.

En esta cartografía de modos de (des)conocimiento hay formas de producción de ignorancia en las que participan diversos agentes vinculados con el ámbito médico y de la salud, como los gobiernos y las empresas farmacéuticas. Las ocultaciones interesadas resultan de gran interés para las epistemologías feministas. Las asimetrías en las relaciones de poder y el paradigma de racionalidad que comprende y define la naturaleza (y a las mujeres) desde un imperativo de control, construyen a las mujeres como objeto y sujeto de estudio a la vez que les niegan autoridad epistémica. De ello su infrarrepresentación en los experimentos y ensayos clínicos, los estragos del “Efecto Matilda”, o la inclusión limitada (y subordinada) de investigadoras para el desempeño de tareas prescritas a dicho modelo sesgado de racionalidad.

El examen de la tendencia a identificar la salud de las mujeres con la salud reproductiva deriva en interesantes consideraciones sobre su exclusión en los ensayos clínicos, así como en la denuncia de prácticas de dudosa eficacia como la prescripción generalizada de antidepresivos y hormonas sintéticas. La infrarrepresentación de las mujeres en el estudio de enfermedades cardíacas o de transmisión sexual muestra que los sesgos y roles de género, además de plagar de prejuicios la investigación, pueden interferir en los resultados. Para medir los riesgos de sesgo, los autores subrayan la necesidad de analizar y evaluar la metodología de los ensayos clínicos. Defienden la importancia del cuestionamiento de (los estándares de) las prácticas científico-médicas, así como de los valores e intereses que las guían.

El tercer capítulo reclama la importancia del activismo feminista en epistemología, ciencia y salud. Los autores elogian su papel en la génesis y el despliegue de nuevas prácticas epistémicas. Reivindican la consideración y desarrollo de diferentes modos de conocimiento híbrido, encarnado y emancipador. A  pesar de las pretensiones de objetividad y neutralidad, lo prioritario, lo importante, lo útil y también lo  verdadero, adquieren significado a partir de la disputa y convergencia de creencias e intereses. No es casual que el estudio de la salud sexual (y de la sexualidad) de las mujeres se limite a lo reproductivo, pues tiene lugar a partir de un esquema heteropatriarcal y coitocentrista de comprensión y definición, que se presenta (y camufla) de múltiples formas. Los autores describen algunas de estas paradojas activas como el itinerante interés en la genitalidad, la aparición de enfermedades mentales ligadas a conductas contrarias a los roles de género, o la comercialización de fármacos antes de conocerse su efectiva utilidad.

La ausencia de atención a la próstata y eyaculación femeninas manifiesta cómo la adopción de una idea androcéntrica de la sexualidad deriva en distintos modos de ignorancia. De la más o menos acertada definición, diagnóstico y tratamiento de problemas sexuales de los hombres, se pretenden hallar soluciones a complicaciones (de dudosa existencia) en las mujeres. La búsqueda del punto g representa esta circunstancia de heterosexualización y masculinización de los esquemas de comprensión. Esta subordinación de la salud y la sexualidad de las mujeres a las de los hombres revela una producción interesada de (des)conocimiento. Además, entre las patologías se incluyen procesos naturales que, como la menstruación o la menopausia, están rodeados de prejuicios socioculturales. Este modo de establecer lo enfermizo tiende a instalarse en el cajón de sastre de lo psíquico y va unido a una estandarización y feminización del uso de psicofármacos. Los autores profundizan en estas temáticas en el cuarto capítulo, donde aportan razones que explican por qué las enfermedades y, en particular, las enfermas son constructos no tan objetivos y neutros como cabría pensar.

El quinto capítulo es transversal a los que preceden. Reúne los tipos de sesgos que se han ido exponiendo y explicando a lo largo de la obra. Se muestra cómo la exageración o minimización de las diferencias entre hombres y mujeres pueden considerarse distintas caras de una misma moneda. Lo masculino se toma como norma, entorpeciendo la aparición y el desarrollo de una construcción práctico-teórica con perspectiva de género en el estudio de la salud. La infravaloración y escasa presencia de las mujeres como objeto y sujeto de estudio tienen consecuencias en la construcción del conocimiento, su evaluación y evolución. La objetivación y naturalización de las diferencias otorga una firmeza falaz y esencialista que pretende una justificación de las desigualdades. Todo ello opera de maneras diversas a lo largo de los procesos de investigación. En relación a la salud, supone la prescripción y uso extensivo de fármacos, la patologización de malestares de marcado carácter sociocultural, la aparición de enfermedades y campañas de marketing farmacéutico asociadas al sexo y la sexualidad.

Los autores denuncian la falta de atención a la diversidad intersubjetiva, a los individuos y a la interseccionalidad. Muestran cómo el reduccionismo androcéntrico, ligado a un sistema de referencia definido a partir de semejanzas y diferencias, implica la discriminación de las mujeres como objeto y sujeto de conocimiento. Los sesgos de género están implícitos en la adopción de este modelo de racionalidad, pero también están presentes en cada una de las fases de los procesos de investigación.

La virtud del último apartado de la obra reside en que no se proponen soluciones herméticas ni definitivas a las problemáticas que se han localizado, analizado, descrito y evaluado a lo largo del libro. Es elogiable el modo en que los autores detallan problemas y dificultades, así como su humildad al definir lo normal y lo sesgado en las actividades configuradoras de conocimiento científico.

La estructura de las conclusiones parte de una reflexión sobre el significado de la demarcación que se establece entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación. En su origen se pretendía que esta distinción fuese clave en la discusión acerca de la validez, acierto, verdad y éxito de la ciencia. Los autores atienden a su espíritu cientifista, pues pretende servir para fijar los límites entre lo objetiva y neutral que debería ser la actividad científica y un contexto de descubrimiento que se concibe enemigo. Sin embargo, tal como se ha visto, la ciencia es una actividad social y pluriaxiológica. Por ello Pérez Sedeño y García Dauder se dirigen a las causas y consecuencias de los sesgos, tratando de averiguar si son el origen o el resultado de una mala praxis científica, o más bien el de una producción normal de conocimiento.

El carácter práctico y sociocultural de la actividad científica supone la presencia de valores distintos de los tradicionalmente considerados epistémicos. Los autores enfatizan la relevancia de la irrupción de reclamos desde lo social y de la emergencia de prácticas de conocimiento encarnado, distribuido, ciudadano. Lo que sugiere que, en vez de demarcaciones cientifistas y purificadoras, es necesaria una mayor participación y la mezcla de diferentes voces. El mecanismo para soslayar los sesgos no parece radicar en la delimitación de valores y prácticas. Más bien consiste en favorecer el cuestionamiento y, por tanto, la puesta de manifiesto de la pluralidad e interactividad de valores, intereses y prácticas que rigen y constituyen la actividad científica. Al asumir el carácter sociohistórico y la importancia sociopolítica de la   actividad científica, los autores muestran que, para hacer mejor ciencia (y una ciencia  mejor), es ineludible escudriñar el contexto de descubrimiento y sus límites fluidos con el contexto de justificación. Esto, además de resignificar dicha demarcación, es imprescindible para evaluar los sesgos, su operatividad y su alcance.

Para concluir, cabe destacar, además de la originalidad y el rigor de la argumentación de los autores, su habilidad para conjugar una rica exposición de información y problemáticas teóricas, y casos prácticos de alto interés público. No emprenden una batalla moralista contra la actividad científica. Desde el respeto al trabajo de las comunidades científicas y el reconocimiento de sus dificultades, aportan análisis y ejemplos que hacen comprensible por qué lo “normal” en la construcción del conocimiento científico sobre las mujeres debe cuestionarse.

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