Fecha de recepción: 12 de febrero de 2020 Fecha de aceptación: 17 de marzo de 2020
Introducción
El año 2020 comenzó con una pésima noticia ambiental: una de las peores temporadas de incendios forestales en Australia, con todo lo que esto significa como pérdida de una biodiversidad única en el mundo. Si bien su distribución geográfica es bastante extensa, los incendios afectaron principalmente los estados del Este, como Nueva Gales del Sur y Victoria, donde están Sidney y Melbourne, respectivamente, por lo que la cantidad de la población total afectada también es muy importante.
Es difícil que alguien, tenga o no vinculación con temas ambientales, pueda permanecer indiferente ante una situación que se presenta como una catástrofe desde el punto de vista natural y humano. En este sentido, ya se contabilizan decenas de muertes y un número similar de desapariciones; más de 1.500 viviendas destruidas (Incendios en Australia afectan más de 10 millones de hectáreas, 2020; Por qué los incendios en Australia son tan devastadores y no se detienen, 2020), otras fuentes mencionan que en realidad llegan a 15.000 (Esteban, 2020), al menos 140.000 personas evacuadas, entre residentes permanentes y turistas, solo contando el estado de Victoria, y un presupuesto de alrededor de 1.400 millones de dólares para paliar la crisis. Canberra se ha convertido en una de las ciudades más contaminadas del mundo (Las causas de los incendios que 'asfixian' Australia, 2020), como consecuencia del humo proveniente de los incendios -cuya influencia llegó incluso a Argentina, Chile y Uruguay-. Los impactos sobre las actividades productivas contabilizan cuantiosas pérdidas en los sectores agrícola y ganadero, numerosos cortes de electricidad y en algunas localidades comenzó a experimentarse escasez de combustible y alimentos (Australia: Todo lo que debes saber sobre los incendios forestales, 2020).
Las pérdidas de biodiversidad y ecosistémicas son aún más difíciles de cuantificar. Se especula que los animales muertos ya suman 1000 millones (Incendios en Australia afectan más de 10 millones de hectáreas, 2020), ya se hablaba de entre 480 (Los incendios forestales avanzan en Australia, 2020) y 500 millones a principios de enero (Flanagan, 2020), y la pérdida de población de especies en peligro de extinción, como los koalas, se estima entre 8.000 (Incendios en Australia afectan más de 10 millones de hectáreas, 2020) y 25.000 (Koalas: hacia la extinción definitiva, 2020) ejemplares, íntimamente ligados a la dinámica de los bosques naturales de eucaliptos. No obstante, no solo el problema de la desaparición de animales se da como consecuencia directa de los incendios, sino que hay que agregar los efectos a corto, mediano y largo plazo, de la destrucción de sus hábitats, dejándolos vulnerables mucho después de la extinción de los incendios. En este sentido, algunas fuentes (Incendios en Australia afectan más de 10 millones de hectáreas, 2020) plantean que 1250 millones de animales son los afectados, entre muertos, heridos y aquéllos cuyos hábitats fueron significativamente dañados.1 Si se toma en consideración que el 80% de los animales de Australia son endémicos de la isla (Incendios en Australia afectan más de 10 millones de hectáreas, 2020) y, en muchos casos, únicos, se tiene una idea más aproximada del impacto que estos incendios pueden tener sobre la fauna mundial.
Para dar una magnitud del daño, los más de 200 focos de incendio que permanecían activos a mediados de enero consumieron, de acuerdo con algunas fuentes, más de 10 millones de hectáreas, y hasta los cálculos más conservadores sostienen que afectaron al menos 6 millones de hectáreas (Por qué los incendios en Australia son tan devastadores, 2020; Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020; Australia: Todo lo que debes saber sobre los incendios forestales, 2020). Esto significa, como mínimo, entre más del doble al cuádruple de la superficie afectada por los incendios que se produjeron en el Amazonas durante el año 2019 (2.5 millones de hectáreas).
Los incendios forestales son comunes en Australia y generalmente tienen que ver con causas naturales (como por ejemplo la caída de rayos), aunque no se puede descartar que algunos focos, en esta oportunidad, hayan sido intencionales (Australia: Todo lo que debes saber sobre los incendios forestales, 2020). No obstante, estos incendios de la temporada 2019- 2020tienen algunas características particulares. En primer lugar, comenzaron mucho antes de lo habitual: a fines de septiembre, principios de octubre de 2019 -cuando, generalmente, la temporada de incendios forestales en Australia comienza en enero- y durar probablemente hasta marzo (que es hasta cuando, generalmente, suelen llegar estos procesos), mes en el que bajan las temperaturas y comienzan las lluvias regulares (Por qué los incendios en Australia son tan devastadores, 2020; Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020; Australia: Todo lo que debes saber sobre los incendios forestales,2020). Además, estos incendios, se dan en un contexto climático muy especial, en el que se combinan diversos factores que coadyuvan a empeorar la situación: a) calor extremo: 2019 fue el año más caluroso en Australia de todos los que se hayan registrado; con un día, el 18 de diciembre, de 41,9°C de temperatura promedio, que se constituyó en un récord histórico; b)sequía prolongada, con lluvias muy escasas desde 2017, que la convirtieron en la temporada más seca en los últimos 120 años, y con un pronóstico de 3 meses de verano más secos y más cálidos que el promedio; y c) fuertes vientos de hasta 96km/h (Por qué los incendios en Australia son tan devastadores, 2020; Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020; Australia: Todo lo que debes saber sobre los incendios forestales,2020).
Estas condiciones climáticas locales (calor extremo, sequía prolongada, fuertes vientos), confluyeron con otras que son de carácter regional, ligadas con la dinámica del clima en el Océano Índico, y, por supuesto, con aquellas otras de orden global, relacionadas con la influencia del cambio climático sobre las causas que inciden sobre la mayor probabilidad de ocurrencia y mayor magnitud de los incendios forestales. De todos modos, también hay condicionantes socioeconómicas y políticas.
La evidencia empírica muestra que en Australia está haciendo cada vez más calor (Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020;
Intergovemmental Panel on Climate Change (IPCC), 2007; IPCC, 2014). La temperatura media anual desde 1970 a la fecha está alrededor de 1°C por encima del promedio 1961-1990, mientras entre 1910 y 1970 estaba alrededor de 1°C por debajo de ese promedio. Los informes de evaluación del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) en 2007 (4AR) y 2014 (5AR) ya alertaban sobre las olas de calor y las sequías prolongadas y sobre las mayores probabilidades de condiciones propicias - inviernos calurosos con su impacto sobre la pérdida de humedad de los suelos, escasez de lluvias- para incendios forestales más frecuentes e intensos (Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020). Suelos más secos, más calor, menos lluvias, dan como resultado bosques más estresados y más combustible para los incendios (Australia: Todo lo que debes saber sobre los incendios forestales, 2020).
Sin embargo, a estos condicionantes ambientales locales, hay que adicionar otros, que tienen influencia en una extensión geográfica más amplia, como es el caso del Dipolo del Océano Índico, comúnmente llamado el Niño Indio2
Este fenómeno regional se explica por la diferencia en las temperaturas de la superficie del mar en zonas opuestas del Océano Índico. El Niño Indio presenta tres tipos de fases: positivas, negativas y neutrales. En cada una de estas fases, las temperaturas de la parte oriental (Oceanía) oscilan entre cálido y frío respecto de la occidental (África). Este Dipolo 2019/2020 está en una fase positiva, lo que significa que en la región occidental del Índico la temperatura es mucho mayor que lo normal y queen la región oriental es mucho más fría que lo habitual. Esta fase positiva, a su vez, es mucho más fuerte que las experimentadas en las seis décadas previas (Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020), consignando que hubo eventos extremos en 1961, 1994 y 1997, y causó inundaciones y deslizamiento de tierras en África Oriental -con precipitaciones 300% superiores a la media para esa zona-, a la vez que sequía, olas de calor e incendios forestales en Australia y el Sudeste Asiático. En estos episodios, la lluvia tiende a moverse con las aguas cálidas -donde llueve más que la media-, mientras en las zonas con aguas más frías llueve menos que la media y la temperatura es mayor que la media (este verano en Australia hubo varios días con temperaturas por encima de los 40aC), como consecuencia de la falta de lluvias (El Niño indio, 2019).
En lo que concierne a los condicionantes globales, si bien la responsabilidad del cambio climático es muy claramente identificable en los impactos sobre los arrecifes de coral o los bosques de algas gigantes, a partir del aumento en la temperatura del agua de la superficie de los océanos y la acidificación de las mismas, por la mayor concentración de CO2, el cambio climático también podría empeorar los efectos del Dipolo del Océano Índico, porque los eventos climáticos extremos podrían volverse más comunes ante el aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero, de uno cada 17,3 años a uno cada 6,3 años (El Niño indio, 2019). Además, desde el punto de vista del ambiente local, el cambio climático crea las condiciones propicias para que se generen incendios forestales más intensos y con mayor frecuencia (Página12, 2020; Los incendios están "mutando" y Argentina tiene zonas "vulnerables", 2020) que a su vez no solo aumentan las emisiones de CO2 -e estima que en 3 meses se liberaron 350 millones de toneladas de CO2originadas en los incendios forestales, lo que, de acuerdo con algunas estimaciones, puede necesitarse hasta un siglo para absorberse de forma natural- sino que, además, las nubes de humo (pirocúmulos) que se forman pueden generar su propio microclima y desencadenar, por ejemplo, tormentas eléctricas o remolinos (Incendios en Australia: por qué son tan feroces, 2020).
Los incendios de sexta generación
Respecto de estas características de los incendios forestales, se habla de incendios de sexta generación (Página12, 2020; Los incendios están "mutando, 2020; Muro, 2020),3 un tipo que es tan potente e intenso que por sí solo modifica las condiciones climáticas, pueden cambiar de dirección de forma imprevista, tienen una voracidad tal que pueden arrasar todo a su paso (Muro, 2020) y que, de acuerdo con ciertas fuentes, aparecieron por primera vez en Portugal y en Chile, en 2017 (Lo que aprendimos de los incendios de sexta generación, 2020; Los incendios están "mutando", 2020). Los motivos de estos incendios no siempre son los mismos: en Estados Unidos (California, 2018) y en éstos de 2019-2020 en Australia, el origen tiene mucho que ver con las consecuencias de la conjunción de ciertas condiciones climáticas y ambientales -sequías prolongadas, olas de calor intensas y más frecuentes-, mientras que en los casos de Brasil (Amazonas, 2019) o Indonesia (2019), las causas están mucho más relacionadas con cuestiones económicas ligadas a los negocios tanto agropecuarios como forestales y a otros intereses económicos (Muro, 2020). No obstante, en algunos casos, estos eventos tienen puntos en común, cuando se conjugan las cuestiones ambientales, principalmente climáticas -sequías prolongadas, olas de calor-, con aspectos ligados a patrones de explotación económica del patrimonio natural, que preparan el terreno para que los incendios forestales encuentren condiciones óptimas para expandirse, como uso intensivo de la tierra, monocultivo, reemplazo del bosque original, búsqueda de la mayor rentabilidad posible en el menor plazo (Página12, 2020). En el caso de los incendios de Galicia en 2017 y el ya citado de Portugal en 2017, las plantaciones de pinos y eucaliptos fueron consideradas como parte del problema de la proliferación de los incendios, en tanto muchos expertos juzgan como las más efectivas para propagar incendios forestales, e incluso tienen la particularidad de volver a crecer bien después del fuego (Guerra al eucalipto, la "pólvora" de los incendios en Galicia, 2018; Madridejos, 2017; El 'incendio perfecto' de Portugal: eucaliptos, desertificación y "bombas de fuego", 2017).
Que esta catástrofe se dé en un país industrializado, con un alto nivel de calidad de vida y con una significativa conciencia ambiental de buena parte de su población, es un llamado de alerta. También es la prueba de una crisis estructural de patrones de consumo y producción, predominantes hasta el presente, que no son sostenibles a largo plazo en este contexto de una crisis, ambiental y socioeconómica, que no necesariamente es asumida por quienes tienen la obligación de tomar las decisiones para afrontarla de la mejor forma. Una crisis ambiental en la cual la crisis climática es un componente importante -pero no el único-; y una crisis socioeconómica en la que son cada vez más notorias las consecuencias de la desigualdad, tanto en la apropiación de los beneficios de la explotación de los recursos, como así también en el sufrimiento de los pasivos que esta explotación genera. En este sentido, las críticas internas recibidas por el primer ministro de Australia están relacionadas con sus declaraciones respecto de la falta de responsabilidad del cambio climático en los incendios, su defensa de los intereses de la industria del carbón y su ausencia física en el peor momento de los mismos (Página12, 2020; Flanagan, 2020). No es ocioso recordar que Australia tiene altas emisiones per cápita y que, dentro del grupo de los países desarrollados no es uno de los más comprometidos con la profundización de las negociaciones internacionales sobre cambio climático, precisamente esgrimiendo sus “circunstancias nacionales”, entre las que se destaca la significativa importancia del sector carbonífero en su economía y su matriz productiva.
El interrogante inmediato que aparece es: si esto pasa en un país del primer mundo (tomado muchas veces como modelo de lo “que podríamos haber sido y no fuimos” por parte de la historiografía más conservadora), qué nos espera a los habitantes de países como Argentina, que transitan un proceso de trabajosa salida de la crisis económica y social en que nos sumió el neo-librecambismo,4caracterizada por restricciones múltiples y un Estado que crecientemente se fue desentendiendo de sus responsabilidades de control, monitoreo y penalización.
La situación en Argentina
En este contexto, un primer paso es analizar la situación de Argentina país respecto de los condicionantes climáticos que pueden favorecer el desarrollo de incendios forestales. En este sentido, la Tercera Comunicación Nacional de la República Argentina a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (3CN) (Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, 2015) brinda algunos elementos para analizar dicha situación. En primer lugar, el aumento de la temperatura. En la mayoría del territorio continental de Argentina, exceptuando la región patagónica, el aumento de la temperatura, entre 1960 y 2010, ha sido de hasta medio grado centígrado, con la característica saliente de observarse mayores aumentos en las temperaturas mínimas que en las máximas, que tuvo disminuciones generalizadas en el centro del país. En la Patagonia, en cambio, el aumento de las temperaturas en el mismo período fue mayor, superando incluso el grado centígrado. En esta región, a diferencia de lo ocurrido en el resto del territorio nacional, el aumento de la máxima fue igual o mayor a la mínima (Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, 2015). En segundo lugar, la evolución de las precipitaciones. Si bien, en toda la Argentina, la precipitación presenta una fuerte variabilidad interanual, se presentan tendencias claras para el período analizado. En efecto, para 1960-2010, la precipitación aumentó en casi todo el país, aunque con variaciones interanuales e interdecadales y diferencias entre las diversas regiones. La zona este - llanuras Pampeana y Chaqueña- fue la que más aumento, presentó hasta 200mm en algunas regiones, pero el mayor aumento porcentual fue en las zonas áridas. Esta circunstancia implicó una mayor posibilidad de aprovechamiento agrícola del suelo, lo que a su vez, en presencia de paquetes tecnológicos muy difundidos e incentivos de precios internacionales de los productos que se pueden explotar, redundó en un fuerte corrimiento de la frontera agrícola que, en la mayor parte de los casos, determinó un avance sobre ecosistemas más frágiles. No obstante, este comportamiento de las variables climáticas no fue homogéneo a lo largo del país ya que, por ejemplo, en los Andes Patagónicos y Cuyo las precipitaciones tuvieron una disminución significativa entre 1960 y 2010. Otro factor a destacar es que tanto en el oeste como en el norte del país, los períodos secos se han hecho cada vez más largos. En estas regiones, en que la precipitación en el invierno es escasa o nula, el aumento de la racha máxima de días secos está indicando un cambio hacia una prolongación del periodo seco invernal, lo que podría generar problemas en la disponibilidad de agua para algunas poblaciones, condiciones más favorables para incendios incontrolados de bosques y pasturas y condiciones de estrés sobre la actividad ganadera (Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, 2015).
No obstante la presencia de estos condicionantes climáticos regionales y/o locales, algunas situaciones de escasez de agua están relacionadas con actividades económicas que generan cambios drásticos en el entorno natural. En el caso, por ejemplo, del Chaco Salteño -con especial énfasis en los departamentos de Rivadavia, San Martín y Santa Victoria Este-, los desmontes originados principalmente por la explotación de diversos agronegocios -agricultura intensiva y ganadería)- vienen desarrollándose de manera creciente desde hace muchos años, al menos en las últimas cuatro décadas (No son seis meses de sequía, son cuarenta años de desmontes, 2019)5. Estas actividades son llevadas a cabo a cabo tanto por los viejos como los nuevos latifundistas establecidos en la zona 2019)6, que se apropian de la mayor parte del agua disponible, a partir de sistemas de riego o camiones cisternas provenientes de municipios cercanos, y están limitando el acceso al agua a poblaciones campesinas enteras, tanto de criollos como de originarios, pero principalmente estos últimos. Esta situación se da hasta el punto que la mayor parte de las comunidades originarias, tienen un acceso parcial o nulo al agua (No son seis meses de sequía, son cuarenta años de desmontes, 2019)7.
A esta altura, queda claro que más allá de los mencionados condicionantes climáticos regionales y/o locales -falta de precipitaciones en algunas regiones en algún momento del año, temperaturas elevadas, pérdida de humedad en el suelo, vientos fuertes-, hay otras causas que pueden contribuir al desencadenamiento de incendios. En el caso de Argentina, el 95% de los incendios forestales son originados por causas humanas, como fogatas y colillas de cigarrillos mal apagadas, abandono de tierras, preparación de áreas de pastoreo con fuego, descuidos, etc., y solo el restante 5% se debe a la caída de rayos y otras causas naturales (Sistema Nacional para la Gestión Integral del Riesgo, 2020). Además, hay una marcada estacionalidad en los riesgos de incendios forestales, dependiendo de las diferentes regiones y provincias. Así, entre los meses de diciembre a marzo las provincias patagónicas tienen un elevado riesgo de incendios forestales (Puerto Madryn: importantes incendios, viviendas dañadas y evacuación total, 2020; Río Negro, 2020; Tragedia de los "bomberitos de Madryn": la historia de los 25 chicos que dejaron la vida combatiendo el fuego, 2019; Puerto Madryn se encuentra sitiada por las llamas, 2001)8.A su vez, las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Chaco y Buenos Aires sufren mayor riesgo de incendios en el período que va desde octubre hasta marzo. Mientras que, para las provincias de Córdoba, Catamarca, La Rioja, Mendoza, San Luis, Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán y todo el norte del país, el riesgo comienza con las primeras heladas de mayo y se extiende hasta el mes de noviembre (Sistema Nacional para la Gestión Integral del Riesgo, 2019). Para hacer más compleja aún la situación, existen estudios (Egolf, 2017) que buscan demostrar una posible relación causal entre incentivos económicos e incendios forestales intencionales. El aumento del número de este tipo de incendios estaría originado en la intención de burlar la prohibición de desmontar bosques nativos en áreas restringidas y así poder explotar esas áreas, por fuera del cumplimiento de la ley 26.331, buscando la mayor rentabilidad a corto plazo, aprovechando la implementación secuencial a nivel nacional y provincial de dicha ley. En este sentido, el estudio citado identificó un incremento de incendios durante el período 2009-2011, en el que se duplicó el número de incendios, en promedio, pasando de 4 a 8 incendios por cada 100 mil ha de tierras forestales, comparados con la totalidad del período 2002-2014 (Egolf, 2017).
Así, sea cual fuere la causa, natural o humana, no puede negarse que la posibilidad de que se pudieran producir en algún lugar de la Argentina incendios forestales similares a los que se dieron en otros lugares del mundo, existe. Por los diversos motivos citados previamente, ése es un riesgo latente. Sin embargo, esto no tiene que llevar a la inacción, ni mucho menos.
Reflexiones finales
Ante la presencia de eventos ambientales de la magnitud de los incendios forestales de sexta generación,la alternativa que se presenta para hacerles frente -y tratar de minimizar sus impactos- es contar con un conjunto de políticas públicas orientadas a tal fin y con un plan para la gestión integral del riesgo de ocurrencia de incendios forestales. Dichas políticas públicas tienen que atender de forma integral estos eventos, fomentando la conservación, la restauración y la puesta en valor de los bosques, la biodiversidad y los paisajes. Por su parte, el plan de gestión debiera estar centrado en el conocimiento de las causas del fuego, en la definición de medidas que permitan su disminución, en el diseño de instrumentos que minimicen los efectos negativos, en la garantía de la protección de la vida y bienes humanos, así como también de los bienes y servicios que proporcionan los ecosistemas y en el diseño de un dispositivo de detección y extinción eficiente y eficaz. Hay ejemplos de otros países que están trabajando en la definición, elaboración y aplicación de estos instrumentos (Asociación Profesionales Forestales de España, 2012)9. En un país federal, tanto el plan como las políticas públicas correspondientes tienen que estar necesariamente articulados entre sí, a todos los niveles del Estado: nacional, provincial y municipal,y deben atender tanto la prevención de los daños como el aumento de la capacidad de respuesta de la sociedad, de modo que puedan tener un alcance que vaya mucho más allá que la mera atención de la emergencia una vez producido el evento. Es necesario, por un lado, hacer lo posible para prevenir lo prevenible -los incendios forestales por causas humanas, por ejemplo-; por otra parte, es imprescindible ir construyendo alternativas para generar condiciones de mayor resiliencia de todos los sistemas, tanto naturales como humanos, ante la posibilidad de que se den aquellos condicionantes ambientales que facilitan el origen y propagación de estos incendios. Un adecuado ordenamiento territorial que tenga en cuenta los mejores usos posibles del suelo y su manejo sustentable, las políticas de conservación de los bosques naturales, la diversificación productiva, que limite el papel del monocultivo y de la explotación irracional de recursos, pueden ser algunas herramientas que ayuden a mejorar esa resiliencia. Los sistemas de monitoreo y prevención de incendios forestales tienen un papel fundamental en esta articulación. Una aceitada coordinación entre las diferentes partes del Estado, los agentes económicos involucrados y las organizaciones sociales que representan los intereses de los pobladores son otro pilar fundamental de esta construcción. Siempre se pueden evitar males mayores cuando se está preparado. Habrá que trabajar en ello. El cambio climático no ayuda, pero menos ayuda la inacción, la desaprensión y la desatención de pensar que todo lo resuelve mágicamente el mercado.