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Ciclos en la historia, la economía y la sociedad

versión On-line ISSN 1851-3735

Ciclos hist. econ. soc. vol.33 no.59 Buenos Aires dic. 2022  Epub 01-Dic-2022

http://dx.doi.org/10 

Reseñas bibliográficas

Ana María Rodríguez Ayçaguer, Fotografía, estado y sentimiento patriótico en el Uruguay de Terra. El registro fotográfico de la “Cruzada cultural” de 1934, Montevideo, CdF Ediciones, 161 páginas.

Beatriz Figallo1 

1 IDEHESI-CONICET-UBA

De atrayente lectura, la obra de Ana María Rodríguez Ayçaguerconstituye un logrado análisis sobre el valor documental que ofrecen las fotografías como testimonios del pasado. Suerte de cuaderno de bitácora que acompaña las operaciones intelectuales de una historiadora experimentada en la investigación y en la docencia universitaria en su activo acercamiento vocacional a la fotografía, el texto traduce los propósitos que la guiaron: el rastreo y la significación de imágenes instantáneas de actos patrióticos que reflejen señales y huellas de la construcción del sentimiento nacional. El hallazgo de un puñado de fotos en papel cartón en el Museo Histórico Nacional de la República Oriental del Uruguay, donde aparecía retratado un numeroso público arremolinado en los andenes de estaciones ferroviarias para escuchar el discurseo de personajes principales, la exhibición en coches de trenes de objetos museísticos, cuadros y estandartes, sin que faltaran los estudiantes uniformados y las fuerzas policiales, constituyó la pista inicial para historiar una inédita empresa de regeneración política y propagandística acometida durante un régimen conservador. Ocurrida en Uruguay en 1934 y bautizada con el nombre de “Cruzada Cultural”, de ella quedaban poco más que algunas referencias de memoriosos, así que aquellos vestigios visuales eran una demostración palpable de ritos de exaltación patriótica y de culto a sus próceres. Los objetos portaban intenciones y los héroes eran representados ya en la apropiación de las virtudes que los hacían más afines al régimen gobernante o en la plenitud vital de sus realizaciones, como el José Gervasio de Artigas de los días de su lucha emancipadora. Tras una animada búsqueda de más tomas dispersas, de relevamiento de crónicas periodísticas y de consulta de bibliografía para lograr componer texto y contexto de aquella iniciativa político-cultural, la autora plasmó un trabajo que se inscribe en el campo de la historia de las relaciones de la fotografía con el Estado, dimensionado lo político y lo cultural. Por sus méritos, este libro de investigación obtuvo el premio de la convocatoria 2019 realizada por el Centro de Fotografía (CdF) de la Intendencia de Montevideo, institución empeñada en “poner en circulación imágenes vinculadas a la historia, el patrimonio y a la identidad de los uruguayos y latinoamericanos”.

Con una mirada que articula lo micro con lo global, esas escalas son transitadas desde el cuestionamiento de la primigenia democracia uruguaya en la década del ´30, hasta la disposición a otear las tensiones ideológicas del panorama europeo y sus irradiaciones. Ese pulso entre lo interno y lo externo, permiten ejercitar también la comparación histórica con lo que ocurría en la vecina Argentina y en la región, en tiempos en que dos naciones guerreaban sus disputas territoriales por el Chaco Boreal. Desde su introducción, en el Capítulo I el análisis se centra en los registros fotográficos de la exposición itinerante organizada por el Ministerio de Instrucción Pública oriental, montada en tres vagones de ferrocarril, que en tiempos del gobierno de Gabriel Terra recorrió el interior del Uruguay. Iniciado con el golpe de estado de marzo de 1933, el segundo capítulo examina con hondura historiográfica el modelo institucional del régimen terrista que irrumpió para lidiar con el impacto económico y político de la crisis internacional en desarrollo y acompasarse a sus cambios bajo convicciones conservadoras. El poder autoritario se adorna de una persuasión legitimista que pretendía la reformulación de lo nacional, con expresiones que incluían la seducción del liderazgo de Luis Alberto Herrera, en disputa con la eficaz fórmula universalista que dio cabida al caudal inmigratorio que repobló el país, moldeado por el dos veces presidente del Uruguay José Batlle y Ordoñez, el reformista conductor del Partido Colorado. La puja se dirimía pues entre una concepción de “patria chica” tradicionalista y un nacionalismo de vertiente cosmopolita, como tan bien han explicado José Pedro Barrán, Benjamín Nahum, Esther Ruiz, entre destacados historiadores orientales. La visión de país que la dictadura proyectó desde la cartera del ministro José Otamendi encaró concretas acciones. Allí se formó una Comisión de Extensión Cultural que vehiculizó la realización de giras para exponer elementos valiosos del patrimonio nacional, que se montarían en vagones y recorrerían capitales departamentales y poblaciones a la vera del tendido de los ferrocarriles. Aportados los objetos por la Biblioteca Nacional y los Museos Histórico y de Bellas Artes, la iniciativa de cariz político -ideológico estaba destinada a reforzar un culto a la Patria que se advertía había sido descuidado por el batllismo y el empuje de doctrinas extranjerizantes. Coincidía ello con otras intenciones destinadas a robustecer la identidad nacional, como la de determinar la versión oficial del himno y declarar un día destinado a enaltecer la bandera -en sintonía con lo que ocurría en la vecina orilla argentina, que si lograría convertir en ley el 20 de junio como jornada dedicada a honrarla. A más de utensilios de los aborígenes, se reunieron manuscritos e incunables, periódicos, mapas y planos antiguos, cuadros, estampas y grabados, junto con daguerrotipos y litografías que recordaban los principales personajes de la gesta nacional, todo un material venerable que aportaba al fortalecimiento de la historia de la República Oriental del Uruguay, sus próceres y sus grandes fechas. Rodríguez Ayçaguer expone su especialización en historia internacional al cotejar la experiencia uruguaya con los antecedentes que pudieran encarnar los trenes de propaganda soviética (1918-1923) y en particular, las Misiones Pedagógicas de España (1931-1936). El detenido análisis, en sus similitudes y diferencias, permiten singularizar a la Cruzada cultural oriental, cuyo nombre mismo tiene indudables remembranzas de campañas guerreras de la Cristiandad contra los infieles y remite a un ingrediente religioso -novedoso para un Uruguay laico- que orientó el quiebre institucional.

El tercer capítulo repasa la repercusión alcanzada en las seis etapas que se extendieron entre agosto y diciembre de 1934 y las actividades que el tren cultural cumplió. Refleja también la difusión que se dio a las giras en la prensa, con comentarios y suspicacias que no escapaban a los sesgos partidarios que pugnaban por imponer sus ideas en la conducción del país, aún frente a un acontecimiento de tangible impacto local. El catálogo de la colección fotográfica da cuenta de 125 localidades visitadas -de alguna de ellas, como Flores y Paysandú se hace una descripción detallada-, donde la población y los alumnos abordaban el convoy para recorrer la exhibición y atender las explicaciones de los encargados de resguardar los bienes. En muchas de las paradas se sucedían también las donaciones de libros, las inauguraciones de bibliotecas municipales, la exhibición de películas alegóricas en pantallas montadas al efecto, las conferencias de intelectuales y publicistas y las arengas oficiales.

De aquel periplo quedó un conjunto de expedientes fotográficos, a cuyo estudio más pormenorizado el libro dedica los capítulos IV y V, identificando intenciones y contenidos. Los fotorreportajes retratan un gobierno que se rodea de pueblo, en un momento en que la oposición lo acusaba de claras simpatías por el fascismo. También se repara en los autores de las fotos, profesionales del Estado, provenientes de la Sección de Foto-cinematográfica del Ministerio de Relaciones Exteriores, repartición que trabajó para la exportación de la imagen de un Uruguay como país blanco de factura europea. Los mensajes de lo retratado por aquellos avezados técnicos aportaron originalidad, documentando una realidad más diversa que la que podía ofrecer Montevideo, la capital letrada: una población de tierra adentro, un Uruguay de afrodescendientes, de indios y de gauchos. Los fotógrafos recogieron ese mundo nativo que acudió a la cita con la patria representada por sus gentes humildes, los jinetes que venían de los campos donde se producía la riqueza del país que mantenía con sus labores y sus impuestos la burocracia estatal. Se trata, a criterio de la autora, de una reivindicación de lo rural, lo nativo como hilo conductor del imaginario conservador uruguayo. Para aquella embestida ideológica, la educación pública constituía un elemento indispensable para sostener la homogeneidad de la conciencia histórica, apuntalada por una literatura de factura autóctona. Es acá donde el libro se beneficia de la inserción de una selección de fotografías, que capturan el entorno social de entusiasmo patriótico uruguayo.

El último capítulo reflexiona sobre lo que la autora considera un proyecto propagandístico frustrado pues el material no tuvo prácticamente difusión ni reproducción, más allá de alguna fotografía aislada publicada en un diario, escamoteándose así también los pies informativos con sus otorgamientos de sentido. La prensa ignoró aquel amplio registro de la Cruzada -en momentos que se abría camino entre los órganos periodísticos el estilo de ilustrar con fotos los hechos, desplazando a los grabados, que permitía magnificar la realidad y difundirla casi con inmediatez-, para no mencionarla siquiera en los logros de que se dio cuenta en los aniversarios del gobierno de Terra entre 1935 y 1938, cuando la elección del general arquitecto Alfredo Baldomir como presidente anunció el triunfo de un sector no continuista. El protagonismo y las intenciones electoralistas del ministro Otamendi, cara visible del tren cultural, despertó desconfianzas y recelos al interior de su sector político y de la oposición. Distanciado del sector herrerista, alejado del gabinete de Terra, no convenía elogiar un convincente empeño cultural que aparecía ligado a un dirigente que podía ser rival para todos, según advierte la autora.

Dando cuenta del proceso y del producto de la investigación, las conclusiones resumen la operación política que aspiro a moldear y avivar los sentimientos patrióticos de la sociedad uruguaya, munida de vocación de perduración y reproducción por medio de lo fotográfico. Aquel despliegue estatal con sus funcionarios, sus ferrocarriles, la propaganda de sus obras, sus escolares, sus fotógrafos, una ciudadanía presente, documentado por la administración pública y conservado en sus repositorios, produjo un registro visual que paradójicamente quedó invisibilizado por décadas. El libro es también un llamado de atención para no descuidar la preservación de tantos otros conjuntos de fotos antiguas, perdidos e ignorados en cajones, que escamotean su capacidad de ser “piezas probatorias en el proceso histórico”, al decir de Walter Benjamin.

Ref

Ana María Rodríguez Ayçaguer, Fotografía, estado y sentimiento patriótico en el Uruguay de Terra. El registro fotográfico de la “Cruzada cultural” de 1934, Montevideo, CdF Ediciones, 161 páginas. [ Links ]

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