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Anclajes

versión On-line ISSN 1851-4669

Anclajes vol.27 no.3 Santa Rosa  2023

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.19137/anclajes-2023-2739 

Dossier

El doble desengaño de Heberto Padilla en La mala memoria[1]

The Double Disappointment of Heberto Padilla in La mala memoria

A dupla deceção de Heberto Padilla em La mala memoria

1Universidad de Sevilla. España

Resumen

La mala memoria, la autobiografía de Heberto Padilla publicada en 1989, ha sido estudiada hasta la fecha como fuente de información sobre la polémica conocida como “el caso Padilla”, de 1971. Pero la obra también puede ser entendida como un testimonio de la experiencia del contacto directo de los escritores latinoamericanos con el socialismo soviético. Esa experiencia es determinante en la concreta evolución ideológica del poeta cubano. Desde esa perspectiva, el famoso “caso Padilla” podría ser analizado a partir de la sovietización de la Revolución Cubana, que Heberto Padilla descubrió tempranamente, nueve años antes de la polémica, y que explica de manera detallada en La mala memoria.

Palabras clave Heberto Padilla; La mala memoria; Revolución Cubana; Guerra Fría; autobiografía

Abstract

: La mala memoria, the autobiography of Heberto Padilla published in 1989, has been studied to date as a source of information on the controversy known as “the Padilla case” of 1971. But the work can also be studied as a testimony of the experience of direct contact of Latin American writers with Soviet socialism. That experience is decisive in the concrete ideological evolution of the Cuban poet. From this perspective, the famous “Padilla case” could be analyzed from the Sovietization of the Cuban revolution, which Heberto Padilla discovered early, nine years before the controversy, and which he explains in detail in La mala memoria.

Keywords Heberto Padilla; La mala memoria; Cuban Revolution; Cold War; autobiography

Resumo

La mala memoria, a autobiografia de Heberto Padilla publicada em 1989, tem sido estudada até hoje como fonte de informação sobre a controvérsia conhecida como “o caso Padilla” de 1971. Mas a obra também pode ser estudada como testemunho da experiência de contato direto de escritores latino-americanos com o socialismo soviético. Essa experiência é decisiva na evolução ideológica concreta do poeta cubano. Nessa perspetiva, o famoso “caso Padilla” poderia ser analisado a partir da sovietização da revolução cubana, que Heberto Padilla descobriu cedo, nove anos antes da controvérsia, e que ele explica em detalhes em La mala memoria.

Palavras-chave Heberto Padilla; La mala memoria; Revolução Cubana; Guerra Fria; autobiografia

La figura literaria del poeta cubano Heberto Padilla (1932-2000) sigue a día de hoy prioritariamente asociada no tanto a los valores intrínsecos de su obra literaria como a la polémica que provocó su arresto en Cuba en 1971, situación que supuso, como es sabido, una fractura decisiva en lo que había sido el poderoso frente de apoyo internacional a la Revolución cubana y que marcó, en algunos aspectos, el fin del boom de la literatura latinoamericana, o al menos de una etapa concreta de intercomunicación centrada en Cuba y en el entusiasmo por el experimento revolucionario. Como señalan Aparicio Molina y Pérez Firmat, “a Padilla le ha sucedido lo peor que le puede pasar a un poeta: convertirse en caso” (15); pero lo cierto es que ese llamado “caso Padilla” ha sido profusamente estudiado y pormenorizado porque no se puede dudar de su importancia para comprender la evolución del campo literario latinoamericano en ese periodo específico. [2]

Recordemos que hay dos testimonios esenciales sobre la serie de hechos que condujeron a Padilla a la cárcel de Villa Marista; el primero fue el de Jorge Edwards en Persona non grata, publicado dos años después de los sucesos y el escándalo. Ese texto avivó la controversia internacional, mientras Padilla seguía en la isla viviendo en libertad pero en el ostracismo característico de los intelectuales cubanos marginados por el castrismo. Su versión de los hechos, que es el segundo testimonio esencial, llegó bastante después que el de Edwards, cuando la polémica había perdido claramente actualidad. Es en 1989 cuando el poeta cubano –que había conseguido instalarse en Estados Unidos desde 1980– publica La mala memoria, relato autobiográfico en el que se explican largamente tanto los precedentes como las consecuencias que el problema tuvo para Padilla, aunque su versión no siempre coincida con la de Edwards, que, de hecho, critica algunas interpretaciones del cubano: “las memorias de Heberto Padilla, tituladas, con sobrada razón, La mala memoria, puesto que son parciales, incompletas, aunque reveladoras en algún aspecto” (236).

No es nuestra intención aquí volver a los aspectos más conocidos de los sucesos de 1971; pero sí creemos que vale la pena visitar de nuevo La mala memoria, porque ofrece otros aspectos de interés que han sido escasamente atendidos por la crítica, incluso en los principales análisis específicos sobre la obra (véase Clark). Al margen de su valor documental para entender la polémica, La mala memoria es importante porque, como recuerda Gómez de Tejada (94), es uno de los primeros textos autorreferenciales desde el exilio cubano, que anticipa el importante desarrollo posterior de la literatura autobiográfica cubana, dentro y fuera de la isla. Pero nos interesa ahora por otro motivo: y es que para entender el progresivo desengaño de Heberto Padilla con el castrismo que conduce finalmente a la controversia internacional de 1971 es imprescindible entender otro desengaño, el que se produce después de que el cubano conociera en persona el socialismo europeo real en sus viajes de los años sesenta por la Unión Soviética y Checoslovaquia, que también explica con detalle en La mala memoria. Y en este punto es donde aparece otra génesis menos conocida del “caso Padilla”, que lo vincula directamente con el escenario internacional de Guerra Fría, en el que la Revolución cubana cumplió una función importante.

La mala memoria enlaza así con toda una importante tradición de textos marcados por la experiencia de visitar la Europa socialista del Este, especialmente la Unión Soviética. Se trata de un corpus internacional de escrituras del yo en el que figuran nombres muy conocidos como los de André Gide, Bertrand Russell o Walter Benjamin, y que en el ámbito hispanoamericano se iniciaría de manera célebre con el testimonio de César Vallejo, Rusia en 1931. Es la tradición de los “retornos de la URSS”, según la define Jacques Derrida tomando como prototipo el texto de André Gide. Para Derrida (50-51), este género de la literatura de viajes tiene una excepcionalidad que lo empareja, por el sentido escatológico-mesiánico, con los peregrinajes a Jerusalén: los intelectuales acuden a la “patria de elección” para comprobar el estado de una “causa universal”, observan, toman notas e informan de su experiencia con posterioridad para realizar un diagnóstico que se comparte públicamente.

Después de 1945, serán también muchos los testimonios de escritores hispanoamericanos sobre la realidad socialista europea: ahí encontramos nombres tan importantes como los de Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén, Gabriel García Márquez, Jorge Amado o José Revueltas, por citar algunos. Esos textos han empezado a ser estudiados recientemente con más atención y rigor (véanse los estudios de Rupprecht y Alburquerque). El propio Padilla demuestra en La mala memoria haber leído el libro prototípico de Gide, que le sirve de modelo para expresar el desengaño comunista, aunque también ha leído el “inteligente reportaje” de García Márquez (Cuarenta días en la Europa del Este), quien, por cierto, intervino al parecer en la liberación final del poeta cubano en 1980.

En realidad, los testimonios de viajeros latinoamericanos en los países socialistas europeos son la manifestación más evidente de un tema todavía poco conocido hasta la fecha: los vínculos de diverso tipo entre los escritores de América Latina y los países socialistas europeos durante la Guerra Fría (véase un estado de la cuestión en Gallardo e Ilian). Sobradamente conocida (y polémica) es la relación de Neruda con la Unión Soviética desde 1949 hasta prácticamente su muerte, pero la gama de experiencias y resultados textuales es mucho más diversa: una posible sistematización (tarea todavía pendiente) debería atender, por ejemplo, a la motivación del viaje (invitados oficiales, como Neruda, o aventureros curiosos no invitados, como García Márquez), a las actividades del viajero (publicaciones, conferencias, reuniones políticas, etc.), al impacto en el país receptor (reseñas, traducciones, etc.), a la imagen global del sistema socialista que los textos transmiten (crítica o acrítica, en diferentes medidas) y, por último, a las condiciones de producción y recepción del testimonio (publicación inmediata o no, lugar de edición, etc.). En algún caso, tendríamos que hablar incluso del no viaje o del viaje frustrado a la Unión Soviética, que también puede ser determinante en la trayectoria de un escritor: sería el caso de Ernesto Sabato, quien, siendo miembro del Partido Comunista en 1934, fue enviado por un periodo de dos años a las Escuelas Leninistas de Moscú, con una primera escala en Bruselas para participar como delegado en el Congreso contra el Fascismo y la Guerra. Sin embargo, como explica en sus memorias Antes del fin, Sabato ya tenía “graves dudas sobre la dictadura de Stalin”, por lo que acabó pensando que “si iba a Moscú no volvería jamás” (Sabato 59). De ahí que huyera de Bruselas a París, en un cambio decisivo de su biografía, porque marcó su evolución ideológica posterior, muy crítica con el marxismo y sus derivaciones.

En esa extensa casuística, el testimonio de Heberto Padilla merece asimismo un puesto destacado. Ante todo, porque las consecuencias de su experiencia viajera serán determinantes en la serie de sucesos que llevarán, finalmente, a la escaramuza del famoso “caso”. Pero también porque el grupo de testimonios cubanos de viajes a la Europa socialista es un conjunto que merece un análisis específico dentro del grupo general latinoamericano. La razón es obvia: el carácter revolucionario y en poco tiempo socialista de la Revolución cubana, que supuso un acercamiento político y económico a la Unión Soviética que a la larga contribuiría a la polémica protagonizada por Padilla. Por ello el viaje a la Unión Soviética en los años sesenta por parte de los escritores cubanos tiene unas connotaciones políticas y culturales distintas a las de mexicanos o argentinos, por ejemplo. [3]

El viajero precursor dentro de ese grupo nacional fue Nicolás Guillén, que ya visitó la Unión Soviética antes de la Revolución cubana y que incluso fue ganador del premio Stalin de la Paz en 1954. [4] Treinta años después, en 1982, en sus memorias tituladas Páginas vueltas, no solo realizará una encendida defensa de la figura de Lenin –cuya preocupación por la cultura popular era “expresión de una cultura superior, ecuménica, asistida de la genial intuición política que hizo de él una figura excepcional en la historia humana” (Guillén 274)–, sino que recordará con detalles uno de sus viajes por la Europa socialista; un viaje cuyo punto de salida fue Nueva York, curiosamente. Su relato, aunque fragmentario, contiene tópicos que encontraremos en otros viajeros: los elogios al Kremlin y a la catedral de San Basilio, así como la protocolaria visita a la tumba de Lenin (300); el interés por la vida cultural moscovita –no ve teatro porque no es temporada, pero sí marionetas (301)–; el énfasis en los resultados tecnológicos, por ejemplo, el cine en relieve, “de que tanto había oído hablar” (301). Reconoce que hombres y mujeres visten “con modestia” (297), pero al mismo tiempo cree distinguir signos de abundancia, por la proliferación de tiendas con abrigos lujosos y joyas (296). Después de cuatro semanas en la URSS, concluye que es “un medio extremadamente sencillo, sobrio y cordial”, con sentido práctico de la vida, y asombrosamente le recuerda a los Estados Unidos (302). No falta otro tema menor pero muy significativo: los problemas con el cambio monetario (303), aunque no tan decepcionantes como los que había tenido en su primera visita a Praga (Zourek 118).

Después del triunfo de la Revolución en 1959, los viajes culturales de otros cubanos aparte de Guillén hacia la Europa socialista y el desempeño de cargos diplomáticos, administrativos, periodísticos o culturales fueron frecuentes. Los países socialistas europeos se convirtieron en aparentes aliados de Cuba, pero también en ejemplos con los que comparar los diferentes experimentos socialistas y aprender de ellos. Aparte de Guillén, las narraciones autobiográficas de Lisandro Otero (Llover sobre mojado, 1997), Manuel Díaz Martínez (Solo un leve rasguño en la solapa, 2002), César Leante (Revive, historia. Anatomía del castrismo, 1999) han recogido esta experiencia de diferentes maneras, y han sido estudiadas por Gómez de Tejada, que ha señalado algunas características comunes:

Ponen de manifiesto el motivo o la institución que dan lugar al viaje y la visita; trazan el recorrido por los diferentes países, de los que comentan sintéticamente el ambiente cívico y cultural; describen los encuentros con representantes políticos y culturales (a veces, representados por personalidades con nombre y apellidos prominentes, otras veces, como conjunto innominado), o reflexionan sobre el estado económico vislumbrado en las calles, automóviles, fachadas de las casas, tiendas y ropas de los ciudadanos. (Gómez de Tejada 96)

Hay otros testimonios menos detallados, pero también significativos: Alejo Carpentier nunca mostró demasiado entusiasmo por la utopía soviética, pero viajó a Leningrado, Moscú y Praga en representación del gobierno revolucionario cubano e incorporó sus visiones arquitectónicas de las ciudades (eso sí, desprovistas de interpretaciones políticas) en la versión ampliada de su famoso prólogo sobre “lo real maravilloso americano” que publicó en el volumen Tientos y diferencias (Carpentier 100-105).

Si observamos el relato de Padilla, veremos que contrasta, ante todo, con la posición de Guillén, y ambos podrían situarse en los polos opuestos de la relación con las utopías tanto soviética como cubana. El lugar de enunciación de ambos textos es perfectamente antagónico: Guillén habla desde la ortodoxia revolucionaria, su libro fue publicado originalmente en Cuba y contiene los tópicos de la visión globalmente positiva de la realidad soviética. Padilla habla (como Díaz Martínez) desde el exilio, en una editorial española de amplio consumo y muy comercial como Plaza y Janés, y su visión de la realidad soviética (y, en menor medida, checoslovaca) es, como veremos, casi absolutamente negativa. Es importante recordar que el libro se publica en febrero de 1989, es decir, meses antes de la caída del Muro de Berlín, y que por tanto el socialismo real sigue vigente cuando Padilla elabora su testimonio, aunque ha habido reediciones posteriores con añadidos interesantes, como la entrevista con su amigo Carlos Verdecia que acompaña la reedición costarricense de 1992.

Padilla explica los detalles de su viaje más de dos décadas después; es decir, no hubo una revelación pública en su retorno de la URSS, como sucedió con Gide y tantos otros. No estamos hablando de un relato sobre el presente soviético que pretenda dar a conocer el estado de la utopía, puesto que esa revelación llegó de un modo mucho más indirecto e inesperado en 1971, especialmente por la autocrítica pública de Padilla, que recordaba los procesos estalinistas y que, por tanto, anunciaba al mundo y en especial a América Latina el fracaso compartido del socialismo soviético y el cubano. Cuando Padilla escribe La mala memoria, la capacidad de seducción de la utopía soviética sobre la intelectualidad latinoamericana es escasa, a pesar de algunos significativos hechos históricos coetáneos, como el triunfo sandinista. El diagnóstico del cubano, por ello, no se presenta como revelación inesperada con efecto inmediato en el debate político, sino como parte de un proceso de autolegitimación por el que Padilla demuestra que su “caso” era el cruce nefasto pero inevitable de dos trayectorias: la del escritor independiente y la del sistema represivo socialista.

Así, encontramos una diferencia narratológica esencial que tiene que ver con la perspectiva del narrador, mucho más lejana de los hechos narrados que en tantos testimonios más o menos inmediatos (muchas veces en forma de diario). Con todo, también Pablo Neruda en su autobiografía recuerda, como Nicolás Guillén, viajes muy lejanos en el tiempo a la Unión Soviética, pero él sí mantiene (aun después del “caso Padilla” [5] ) con más entusiasmo el sentido escatológico-mesiánico del que hablaba Derrida: “la humanidad sabe que allí se está elaborando la gigantesca verdad y hay en el mundo una intensidad atónita esperando lo que va a suceder. Algunos esperan con terror, otros simplemente esperan, otros creen presentir lo que vendrá” (Neruda 613). La posición de Neruda contrasta radicalmente con la de Padilla, e incluso podríamos decir que ese contraste refleja perfectamente cierta polarización de la cultura latinoamericana, que, nacida de un fondo común izquierdista, antidictatorial y emancipador, se disgrega en la querella ideológica de la Guerra Fría.

Recordemos la cronología inicial: Padilla viaja a Moscú en 1962 con su esposa y sus dos hijas como corresponsal de Revolución y corrector de estilo de la revista Novedades de Moscú, que había empezado a publicarse en español. Es importante señalar que ya ha sucedido el primer incidente serio entre la revolución y los intelectuales cubanos: el cierre del suplemento Lunes de Revolución. Frente a la confusión y la inquietud reinantes en algunos círculos intelectuales, Padilla recibe la recomendación de Evgeni Evtushenko, el poeta soviético al que acaba de conocer en La Habana, para pedir una beca en la URSS (La mala memoria 65).

La amistad con Evtushenko es uno de los temas destacados de La mala memoria. El cubano también conoció más tarde a Iliá Ehrenburg, el amigo y traductor de Neruda, así como a otros artistas menos conocidos (Mebienski, Magulina, Lagibin), pero su afinidad con Evtushenko será claramente mayor. Evtushenko viajó tres veces a Cuba a principios de los sesenta, adoraba a Fidel Castro, aprendió español e incluso dedicó un largo poema a la Revolución (Rupprecht 116). Sin embargo, para Padilla, Evtushenko será ante todo un oráculo de los problemas revolucionarios y de los riesgos de que la ilusión cubana acabe repitiendo el modelo represivo estalinista.

Con esa beca empieza al periplo viajero de Padilla por Europa, que, como recuerdan Aparicio Molina y Pérez Firmat (21), formará parte del argumentario contra el poeta a partir de 1968, puesto que no vivió en Cuba, por ejemplo, la crisis de los misiles y, por tanto, no conoció directamente algunas dificultades del proceso revolucionario, lo que perjudicará su imagen dentro del régimen cubano cuando empieza a aumentar la rigidez militarista de la cultura revolucionaria. En cambio, Padilla sí pudo asistir, como señala él, a “un momento muy interesante de la historia soviética” (La mala memoria 72): la desestalinización, también conocida como deshielo o política de “coexistencia pacífica”. Sin embargo, como veremos, Padilla no confiaba en los resultados de ese proceso. Así, por ejemplo, la aparición de la novela de Alexander Solzhenitsin Un día en la vida de Iván Denisovich, que podría ser un indicio positivo de desestalinización, tendrá su contrapartida en la humillación de Dimitri Shostakovich, de la que el propio Padilla será testigo directo, después de la suspensión del estreno de su Sinfonía número 13 (La mala memoria 104). Más aún, el propio Padilla escribe un ensayo para Revolución sobre Solzhenitsin que misteriosamente nunca llegó a La Habana (Verdecia 39).

En su relato, Padilla se muestra ajeno al mesianismo de tantos otros viajeros desde 1917. Recordemos que el XX Congreso del PCUS en 1956 y la revelación de la brutalidad del estalinismo provocaron una grave crisis en la imagen internacional de la Unión Soviética que tenía la izquierda extranjera. En el caso de los intelectuales latinoamericanos, hay diferencias entre el caso de Jorge Amado, que cambió de actitud después de haber sido uno de los más activos en la cooperación con Moscú, y el de Neruda, que, en cambio, mantuvo la lealtad, aunque su poesía se aligeró de contenido político después del entusiasmo de Las uvas y el viento. En cualquier caso, una de las claves de la Revolución cubana era su inicial independencia y originalidad con respecto al proceso soviético; por ello, el riesgo de incurrir en los errores del estalinismo fue un tema central del debate, y Padilla se suma a los que desconfiaban de la efectividad de la desestalinización:

La Unión Soviética que tuve la oportunidad de conocer a partir de 1962 era un país entregado al rito de enterrar y desenterrar cadáveres en medio de una angustia y una rabia y una exaltación esperanzada, y al mismo tiempo temeraria; pero aún prevalecían la reserva y el miedo. ¿Quién podía asegurar que aquella execración pública de Stalin y sus métodos encontraba el apoyo completo de quienes hasta el día antes fueron sus cómplices? (PadillaLa mala memoria 129)

Padilla ya conocía Londres y Nueva York, pero siempre le había interesado Rusia, en buena medida por su tradición literaria (Verdecia 37); sin embargo, no realizó el viaje porque fuera, en la expresión de Gide, su “patria de elección”. Moscú, recuerda el cubano, “fue una experiencia diferente. La elegí a sabiendas. Tenía la certeza de que en aquella tierra distante, yo tocaba la forma del porvenir, entonces vago e indefinido” (Padilla La mala memoria 70). Será en Moscú, efectivamente, donde empezará a elaborar los poemas de su libro Fuera del juego, que en 1968 ganará el premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) e iniciará su estigmatización dentro de Cuba. Según recuerda en 1992, no todos sus artículos enviados desde Moscú se llegaron a publicar en La Habana, aunque eso no era lo más importante: “simplemente mandaba los artículos y nada más, mientras me dedicaba a conocer el país, a visitar museos, a ver pinturas, a descubrir el país mismo por dentro” (Verdecia 38).

Su visión global de la Unión Soviética, tal y como la rememora veinticuatro años después, es predominantemente negativa: la ciudad le irá pareciendo progresivamente más “sombría” y pocas compensaciones encuentra en la arquitectura moscovita, hasta el punto de que recuerda, más que los monumentos famosos, la cárcel de Lubianka, “donde la KGB practicaba con seres humanos el rigor de la verdadera educación comunista” (Padilla La mala memoria 80). A diferencia de otros viajeros latinoamericanos, no se detiene a ensalzar los avances industriales del país, ni a destacar el hipotético valor o la respetabilidad que la cultura tiene en la sociedad socialista.

La vida cotidiana le resulta triste y decepcionante, y encuentra un ejemplo de ello en la comida; recuerda, por ejemplo, el momento en que Evtsuhenko le da a probar un plato que al cubano le resulta nauseabundo: crestas de gallo en salsa de almendras. “El plato”, dice Padilla, “podía tener un nombre muy exótico y hasta el respaldo de una tradición milenaria: pero para mí era el testimonio de la miseria: la bazofia que alguna vez le tocara a los que mendigaban a la puerta de los señores feudales más avaros y que todas las almendras del mundo no llegarían a prestigiar” (La mala memoria 116-117). El contraste es muy obvio con la satisfacción con la que Guillén describe la abundante cena de bienvenida en Moscú (Guillén 297), o con el hedonismo gastronómico de Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda en Comiendo en Hungría (1969). [6]

La etapa soviética fue “angustiosa” para el poeta, como le confiesa a Carlos Verdecia:

Veía llegar la petrificación de un sistema burocrático instalado en el corazón mismo del país. Veía un pueblo sufrido al lado de un poder absoluto y omnímodo. Y veía además de algún modo el futuro de mi propio país reflejado allí, en la existencia de este aparato burocrático que se conoce como el modelo socialista soviético. (Verdecia 41)

El descubrimiento del totalitarismo soviético confirmará las intuiciones pesimistas que las primeras decisiones controvertidas del régimen cubano anunciaban: “me gustaba Moscú, me dominaba el singular embrujo con que los países totalitarios borran el fragor de las discrepancias públicas con el secreto de sus unanimidades aparentes” (La mala memoria 70). Por encima de todo, Padilla descubre el carácter policial y persecutorio del régimen, aunque tardará en comprender lo profundo e inevitable de los paralelismos cubanos: paseando junto a Evtsuhenko, siente que el poeta ruso, con fama de disidente, está en una situación más peligrosa: “ante mí no se alzaba todavía ningún peligro, o al menos yo no lo advertía. Estaba tan seguro de que jamás podría aparecer en mi camino que sentí una solidaridad superior hacia mi amigo. Quien sufría auténticamente era él”. (La mala memoria 87)

La amistad con Evtushenko constituye prácticamente lo mejor de su contacto con una realidad, la del mundo soviético, de la que recibe advertencias inquietantes que reinterpreta años después, como cuando deduce que su amigo Vitali Voroski, corresponsal de Pravda, era agente de los servicios de inteligencia soviéticos (La mala memoria 162). Padilla “pudo comprobar repetidamente”, afirma González Freire, “que su modo de enjuiciar el totalitarismo era común entre los narradores y poetas con quien conversó” (10). Todo lo contrario que Neruda, quien, en Confieso que he vivido, aunque admitía “la existencia de un dogmatismo soviético en las artes durante largos periodos” y “un endurecimiento grave en el desarrollo de la cultura soviética”, destacaba que “en Moscú los escritores viven siempre en ebullición, en continua discusión” y Pasternak era recitado de memoria incluso por sus detractores políticos (Neruda 613-614).

Es importante entender que Padilla no fue un turista revolucionario, a diferencia de tantos otros intelectuales extranjeros que recibieron el masaje de ego típico (Rupprecht 145), como sucedió con Neruda, cuyos lujos en Moscú ha recordado su amigo y biógrafo Volodia Teitelboim (304). Es cierto que Padilla sí recibió una serie de atenciones protocolarias, a cargo de un español (Pedro Cepeda), que llegó como niño a la URSS después de la Guerra Civil; pero su posición profesional le permitía un grado de integración superior a otros observadores y una percepción menos provisional del proceso soviético.

Su larga estancia en Moscú incluyó, por ejemplo, muchas otras experiencias. Allí se encontró con el propio Fidel Castro, en un encuentro que reveló otra vez más su creciente y peligroso caudillismo, pero también se encontró con Jean-Paul Sartre, que le preguntó con franqueza por la situación de judíos y homosexuales en Cuba (Padilla La mala memoria 100). En ese punto concreto de su viaje, Moscú es para el poeta, “un escenario imponente construido a espaldas del proyecto inicial y, sin embargo, tenía su propia vida como si hubiese surgido espontáneamente y por necesidad […] Era una amenaza que únicamente nos tocaba a quienes nos habíamos embarcado en el cambio revolucionario” (108-109). Una estancia posterior en París le reafirma en la intuición del peligro: Carlos Franqui le recomienda que se refugie en un país socialista de estructura más democrática, como la Argelia de Ben Bella (111). Tras una estancia en Argel, regresa sin embargo a Moscú y ahí ya tiene la convicción de que la estancia en la capital soviética “escindía para siempre” su vida (118).

Comprende que las libertades de que gozan sus amigos soviéticos son solo “aparentes” y relata la última noche en Moscú, en la que se reunió con Evtushenko y su esposa en la dacha del anciano escritor Pavel Antokolski, otro de los pocos ejemplos concretos de homo sovieticus que desfilan por las páginas de La mala memoria. Padilla recita ahí un poema titulado “La barrendera”, sobre una barrendera llamada Macha que barre las calles de Moscú a cambio de un mísero jornal. [7] La reacción de Antokolski ante el poema de Padilla convence a éste de que el destino de los escritores en el socialismo sólo puede ser estar “condenados a la esperanza” (Padilla La mala memoria 134). Padilla asume el callejón sin salida al que se enfrenta un escritor en la sociedad comunista y comprende el fracaso al que se ve abocado el régimen castrista más tarde o más temprano:

Moscú fue una experiencia decisiva. Mis otros viajes por los países socialistas sólo sirvieron para acentuar el aprendizaje de un mundo totalmente opuesto al mío, en donde las libertades aparentes eran más importantes que las reales. En definitiva, hoy puedo definir la libertad de cualquier país en términos modestos: libre es el Estado que no cierra las fronteras de los que quieren vivir de otro modo. Ninguna concepción de la sociedad puede bloquear la libertad de la persona humana, incluso el hambre es un derecho. (134; cursivas del autor)

No queda claro, en su relato, cuándo empieza a sentir terror y “el análisis de la Historia empezó a transformarse” en “pura pesadilla” (77), pero lo cierto es que, aunque Padilla viajará más por el bloque socialista, su desengaño parece sólido e irreversible ya en 1964, según sus memorias, lo que, entre otras cosas, contribuye a edificar una cronología concreta del “caso Padilla” por la cual siete años antes de la polémica ya estaban establecidas las condiciones irreversibles de la misma.

Su experiencia siguiente tendrá como centro la otra gran capital del bloque socialista, Praga. Después de regresar a Cuba, Padilla es nombrado director-gerente de la empresa pública Cubartimpex y posteriormente es representante en Europa del Ministerio del Comercio Exterior, lo que le llevó a instalarse en la capital checa durante un año, aunque también viajará a otros países socialistas, como Hungría, donde conocerá al filósofo Lukács, “un hombre eminente, pero lleno de contradicciones” (Verdecia 57).

Recordemos que Checoslovaquia había adquirido después de la Segunda Guerra Mundial una posición especial dentro del bloque del Este, tanto desde el punto de vista económico como diplomático y cultural, y que fue visto “como un puente imaginario entre la Unión Soviética y Europa Occidental y una puerta de entrada al mundo detrás de la Cortina de Hierro” (Zourek 20-21). Además, tenía una especial comunicación con Cuba, puesto que muchos visitantes internacionales, habida cuenta del aislamiento del régimen cubano, llegaban a la isla caribeña desde la capital checa.

Neruda, Guillén, Amado, Efraín Huerta, Raúl González Tuñón y García Márquez, entre otros, visitaron Checoslovaquia y dejaron algún tipo de testimonio al respecto; [8] es el país socialista europeo que mejor impresión provoca en García Márquez, por ejemplo. No será el caso de Padilla: “en Praga encontré la misma burocracia autoritaria, el mismo acecho político, la misma censura, el mismo miedo, el mismo nihilismo resignado” (Padilla La mala memoria 142). El cubano no percibe ningún tipo de optimismo como el que después llevará a la Primavera de Praga: “sexo y alcohol eran los únicos paraísos alcanzables”, y destaca especialmente la importancia de la nueva moneda (el tusex), que permitía el cambio con otras monedas, lo que favorecía el consumo de bienes. En el terreno artístico, solo percibe frustración y angustia: “fue enterrado en la capital checa de los disidentes condenados a provincia” (González Freire 10).

Su conclusión es igual de deprimente y seguramente explica que la invasión soviética de 1968 no le sorprenda en la misma medida de la izquierda internacional. Como sabemos, el apoyo de Castro a la invasión soviética decepcionó y preocupó a muchos intelectuales de los que habían formado parte del frente de apoyo externo a la revolución (Vargas Llosa, por ejemplo), porque revelaba un alineamiento cada vez más dogmático de La Habana con Moscú y sus errores. Padilla no alude a los hechos de 1968, sino que cierra las páginas praguenses con una conclusión contundente: “Al regresar a Cuba, al cabo de un año, llegué convencido de que si la Unión Soviética había surgido de una de las tantas utopías delirantes del siglo XIX, con las monstruosas deformaciones que Stalin convirtió en catecismo, Checoslovaquia era su espeluznante parodia” (143).

Ni la desestalinización ni el ambiente más libre que muchos encontraron en Checoslovaquia antes de 1968 convencieron, por tanto, a Padilla de que hubiera posibilidades de que Cuba encontrara la inmunidad ante los errores inevitables del socialismo real. En ese sentido, las convicciones políticas de Padilla son firmes, aunque privadas, después de su experiencia europea; a partir de ahí, el itinerario del escritor se moverá durante unos años a base de oblicuidad y elipsis para preservar su autonomía moral sin una ruptura que comportara represalias del régimen o exilio.

En 1968 obtiene el premio de la UNEAC con Fuera del juego, que contiene en la sección “Canciones” varios poemas que aluden a la experiencia soviética y en los que incluso se mencionan “los más oscuros crímenes de Stalin”; ahí se produce la conocida primera fase del “caso Padilla”. Tres años después, tendrá lugar el segundo episodio, con el arresto y la autocrítica. Aún en 1973, en su siguiente libro de poemas, Provocaciones, publicado en Madrid, Padilla criticará el turismo revolucionario de tantos intelectuales obnubilados por la experiencia revolucionaria en su poema “Viajeros”, y en la novela En mi jardín pastan los héroes, de 1981, encontraremos brevemente la presencia de Moscú como espacio literario. Pero lo realmente decisivo de la experiencia soviética de Padilla consiste en la revelación de un destino colectivo que finalmente se convertirá, en virtud de la persecución totalitaria, en trauma individual y en derrota de la cultura socialista latinoamericana. La revelación, de ese modo, cumple una función fundamental en el proceso de autolegitimación del escritor a la hora de explicar con distancia de casi veinte años los incidentes polémicos de 1971.

Por todo ello, no cabe duda de que La mala memoria es más que el testimonio privilegiado sobre el “caso Padilla”: es un documento muy útil para comprender lo que Alburquerque llamó la “trinchera letrada” de la Guerra Fría en su versión latinoamericana. Y es que la experiencia del viaje a la Unión Soviética no sólo determinó en buena medida la crisis cubana de 1971 y el drama personal del poeta, sino que es una evidencia significativa del fracaso de la expansión del socialismo por América Latina. El encuentro de Padilla con el mito soviético solo sirvió para que se alineara y homologara con los disidentes del bloque socialista europeo. Así, su autobiografía adquiere un sentido colectivo y se convierte en la memoria de una reverberación por la cual la historia cubana revolucionaria simplemente ha repetido lo esencial de la soviética.

Referencias bibliográficas

1. Alburquerque, Germán. La trinchera letrada. Intelectuales latinoamericanos y Guerra Fría. Santiago, Ariadna, 2011. [ Links ]

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Notas

[1]Esta publicación es parte del proyecto “Escritores latinoamericanos en los países socialistas europeos durante la Guerra Fría (ELASOC)” (PID2020-113994GB-I00), financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/.

[2]No podemos detenernos en una explicación extensa de la cuestión. Véase la introducción de Aparicio Molina y Pérez Firmat a su reciente edición de Fuera del juego para una aproximación actualizada a la biografía del autor cubano. La documentación básica sobre la polémica puede encontrarse en Casal y en la edición conmemorativa de Fuera del juego. Las implicaciones políticas y culturales en América Latina han sido estudiadas por Gilman (233-266), Rojas (267-282) y Iber (221-227). Para el impacto en la literatura española, que también fue significativo, véase Sánchez (113-130).

[3]En el caso argentino, disponemos de la antología de Saítta.

[4]Sobre sus viajes, véase Zourek 117-121.

[5]Como sabemos, la relación de Neruda con Guillén y los intelectuales revolucionarios cubanos fue también problemática, pero no podemos abordar esa cuestión en detalle aquí.

[6]Las palabras que Padilla dedica a Neruda son también muy reveladoras, cuando imagina “el cuadro más patético del mundo”: Neruda intentando rimar consonánticamente su poema a Stalin, “acaso la tarea que ahora le hayan encomendado en el infierno” (80).

[7]El poema no se incluyó en Fuera del juego con ese título: seguramente acabó convertido en “Para Macha, que cantaba baladas”.

[8]Véase el completo estudio de Zourek, aunque termina en 1959.

Recibido: 27 de Marzo de 2023; Aprobado: 17 de Mayo de 2023

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