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Scripta Mediaevalia

versión impresa ISSN 1851-8753

Scripta Mediaevalia vol.8 no.1 Mendoza jun. 2015

 

ARTÍCULOS

Bestiarios medievales e imaginario social

Medieval Bestiaries and Social Imaginary

 

Carlos Valentini, Marcela Ristorto

Carlos Valentini es Magister en Enseñanza de la Lengua y de la Literatura y profesor titular de Literatura Europea I en la Escuela de Letras, Facultad de Humanidades y Artes-UNRosario. E-mail: carlos.valentini@unr.edu.ar
Marcela Ristorto es Doctora en Letras con orientación en Estudios Clásicos y profesora adjunta de Literatura Europea I en la Escuela de Letras, Facultad de Humanidades y Artes-UNRosario. E-mail: mristor@unr.edu.ar


Resumen

Los historiadores medievalistas se concentran, en la actualidad, en descubrir y penetrar el sistema de valores, creencias y sentimientos de hombres y mujeres de aquella época, el modo como se representaban el mundo y el espíritu de una sociedad para la cual lo invisible merecía tanto interés como lo visible. Los Bestiarios fueron considerados en su época libros de historia natural y sus autores pretendieron darles características científicas, pero al dotarlos de un tono moralizante, acudir a las leyendas y apelar a los animales más inverosímiles y fantásticos concebidos por el hombre medieval, pasaron a formar parte «de aquel dominio de lo maravilloso donde se expresa el imaginario de una época». Por consiguiente, al recurrir a la alegoría como procedimiento expresivo privilegiado y procurar educar las conciencias en las reglas de la ecumenidad cristiana, de ser pretendidos textos científicos se convirtieron en una de las más sorprendentes páginas de la literatura medieval. En ellos pesa más la valoración alegórica de las criaturas descriptas que la veracidad de las descripciones. La literatura didáctica fue uno de los mecanismos que se emplearon para lograr la adhesión al ideal cristiano. Los autores de los Bestiarios describían las bestias y usaban esa descripción como base de una enseñanza alegórica. De este modo, al mismo tiempo que algunos animales representaron a Cristo, otros simbolizaron el Mal o se convirtieron en proyección de los vicios y defectos humanos. Este trabajo se propone analizar la representación literaria de algunos de estos animales como expresión del imaginario de una época.

Palabras clave: Literatura didáctica; Bestiario; Ideología; Imaginario social.

Abstract

Medievalists are concentrated, at present, to discover and analyse the system of values, beliefs and feelings of men and women of that time, the way the world and the spirit is represented a society for which the invisible deserved much interest as the visible. The Bestiary were considered in his day natural history books and their authors attempted to give scientific characteristics, but by giving them a moralizing tone, go to the legends and appeal to the most improbable and fantastic animals conceived by medieval man, became part of «aquel dominio de lo maravilloso donde se expresa el imaginario de una época». Therefore, when using allegory as expressive privileged process and seek to educate consciences in the rules of the Christianity, if alleged scientific texts became one of the most striking pages of medieval literature. They weigh more allegorical described assessment of the accuracy of the descriptions creatures. The didactic literature was one of the mechanisms used to ensure adherence to the Christian ideal. The authors of the Bestiary used the description of the beasts as the basis of an allegorical teaching. Thus, while some animals represented Christ, others symbolized evil or became projection of human vices and defects. This study aims to analyze the literary representation of some of these animals as an expression of imagination of an era.

Keywords: Didactic Literature; Bestiary; Ideology; Social Imaginary.


 

Sumario:

1. Introducción
2. Las producciones de lo imaginario
3. Conclusiones

1. Introducción

Este análisis parte de la noción de imaginario social no como algo que se opone a la realidad, sino como un mecanismo de reproducción del discurso del poder. Si bien el discurso que produce el imaginario social propone normas de conducta, no se basa en la racionalidad sino antes bien en los sentimientos y los temores de los hombres. Es por esta razón que, como señala Georges Duby,1 los historiadores medievalistas se concentran, en la actualidad, en descubrir y penetrar el sistema de valores, creencias y sentimientos de hombres y mujeres de aquella época, el modo en que se representaban el mundo y el espíritu de una sociedad para la cual lo invisible merecía tanto interés como lo visible. Umberto Eco sostiene que «el hombre medieval vivía [...] en un mundo poblado de significados, remisiones, sobresentidos, manifestaciones de Dios en las cosas [...]».2 Es decir, los símbolos hacían referencia a una realidad superior, escondida y sagrada que debía ser descubierta. Por ello, Hugo de San Víctor explicaba que «nuestro espíritu no puede alcanzar la verdad de las cosas invisibles si no es educado por la consideración de las cosas visibles».3
Asimismo, debe recordarse que en la Europa del siglo XI, los únicos capaces de leer y escribir pero también de reflexionar, de organizar su pensamiento y de expresarlo eran los dirigentes de la Iglesia y ellos estaban firmemente convencidos de que el mundo real y el sobrenatural no eran compartimentos estancos.

2. Las producciones de lo Imaginario

Desde la perspectiva que se ha adoptado en este trabajo, lo imaginario está vinculado a representaciones y a sistemas simbólicos e ideológicos, que se expresan de modo privilegiado en ciertos documentos artísticos y literarios. Los Bestiarios reconocen como antecedentes la Historia Naturalis - una recopilación del conocimiento científico de la época- escrita en latín por Plinio el Viejo en el siglo I y el Physiologus, de autor desconocido y escrito en griego, aproximadamente en el siglo II (aunque su fecha de composición sigue siendo discutida). Este último libro está conformado por 49 capítulos dedicados en su mayor parte a la descripción de animales reales y fantásticos. En un principio considerado herético, a partir del siglo IV se vio enriquecido con las aportaciones de los Padres de la Iglesia, quienes anotaron y comentaron la obra en el marco de los principios cristianos. Finalmente, en el siglo VII, el Etymologiarum, de San Isidoro de Sevilla, aporta nuevos elementos sobre el tema. De esta profusión de textos dedicados a la naturaleza y especialmente al mundo animal, surgen a partir del siglo XII los «libros de las bestias» o Bestiarios.
Estos textos fueron considerados en su época libros de historia natural y sus autores pretendieron darles características científicas, pero al dotarlos de un tono moralizante, acudir a las leyendas y apelar a los animales más inverosímiles y fantásticos concebidos por el hombre medieval, pasaron a formar parte - como señala Virginia Naughton - «de aquel dominio de lo maravilloso donde se expresa el imaginario de una época».4 Por consiguiente, al recurrir a la alegoría como procedimiento expresivo privilegiado y procurar educar las conciencias en las reglas de la ecumenidad cristiana, de ser pretendidos textos científicos se convirtieron en una de las más sorprendentes páginas de la literatura medieval. En ellos pesa más la valoración alegórica de las criaturas descriptas que la veracidad de las descripciones.
La Biblia era la principal fuente de referencia para clérigos y autores medievales. Allí los animales ocupan un espacio importante aunque siempre subordinados al hombre. En las comunidades rurales, los animales de cría (vacas, ovejas, cabras) jugaban un rol esencial en la economía local, así como algunos peces y aves. Eran animales existentes, visibles cotidianamente, cuyas características podían ser buenas o malas (por ejemplo, la liebre representaba la lascivia dada su facilidad en reproducirse) pero se trataba de bestias reales que no despertaban temor. Asimismo, estaban los animales salvajes, los que habitaban el bosque y a los que sí se temía: serpientes, jabalíes, osos, que también pertenecían al espacio de lo perceptible y a los que se podía llegar a dominar con astucia y coraje. En cambio, en las Escrituras y en los relatos de los Padres del desierto se mencionaban animales exóticos para el hombre europeo (leones, elefantes, camellos, cocodrilos), cuyo contacto no era directo sino que pertenecían a regiones remotas, lo que producía un efecto tanto aterrador como tranquilizador, en la medida en que sus descripciones y sus características fueran del conocimiento del pueblo, a través de las imágenes y las leyendas. Esta fauna se veía enriquecida con otras criaturas fantásticas y monstruosas - presentadas como existentes - cuyo acercamiento a la conciencia del hombre medieval se producía a través del miedo a lo desconocido.
Todas estas bestias estaban a disposición de los monjes casi iletrados que circulaban por toda Europa y que predicaban a una población totalmente analfabeta en una lengua simple y admonitoria. La comparación con el mundo animal, era pues un recurso ilustrativo y directo para estas almas a las que se intentaba rescatar de «las garras del pecado». Ignacio Malaxecheverría comenta en su Bestiario medieval que puesto que la comunicación con el animal no existe, o apenas, y que éste resulta ser lo impenetrable o lo extraño, se convierte en un excelente medio para que el hombre proyecte en él sus angustias y sus terrores, aun los más oscuros e infundados.5
La literatura didáctica fue uno de los mecanismos empleados para lograr la adhesión al ideal cristiano. Los autores de los Bestiarios describían las bestias y usaban esa descripción como base de una enseñanza alegórica. De este modo, al mismo tiempo que algunos animales representaron a Cristo, otros simbolizaron el Mal o se convirtieron en proyección de los vicios y defectos humanos. Algunas bestias que por sus características constituyen ejemplos relevantes de la dimensión simbólica que se les atribuía en la Edad Media son el grifo, el dragón y el basilisco.
El grifo es el ave más grande de todas, posee rasgos de otros dos animales, puesto que su cuerpo se asemeja al del león quien representa la fuerza en la tierra, mientras que sus alas y su cabeza recuerdan las del águila que simboliza la visión celestial. El significado que el Bestiario da a esta criatura es ambivalente; cuando lucha contra serpientes y basiliscos, considerados encarnaciones del Diablo, representa al Salvador pero por su crueldad y otras características negativas simboliza al Anticristo. Posee la fuerza suficiente para vencer a hombres armados y es capaz de despedazar a una persona en pequeños trozos y llevarlo a su nido. Además, como señala Pierre de Beauvais, «son por naturaleza tan fuertes que agarran un buey vivo, se echan a volar con él»,6 y se lo llevan a sus crías. El buey representa al hombre que vive en pecado mortal y es incapaz de rechazarlo; cuando al impenitente le sobreviene la muerte, el grifo «agarra al alma desdichada, y se lanza a volar hacia los desiertos, y la arroja ante sus polluelos.7 Esta bestia sugiere al Diablo que atrapa al pecador (el buey), mientras que el desierto y los polluelos remiten alegóricamente al infierno y a los demonios.
En diversos pasajes de la Biblia se alude al dragón de forma negativa, como en Daniel XIV, 25: «Yo adoro al Señor, mi Dios, porque él es un Dios vivo. Dame autorización y yo mataré a este dragón sin espada ni palo». Para los autores de los Bestiarios, el dragón también posee connotaciones negativas, ya que se lo relaciona directamente con el Diablo, por ser la más maligna de todas las serpientes, que frecuentemente deja su cueva para lanzarse al aire; el aire brilla a causa de él, porque el diablo sale de su abismo y se transforma en un ángel de luz, engañando a los necios con esperanzas de vanagloria y placeres. Ha sido representado de múltiples maneras (alas de murciélago o de águila, cresta, patas de ave, boca dentada, cola terminada en forma de dardo, etc.) dichas características físicas son el producto de la combinación de distintos elementos escogidos básicamente de animales agresivos. Tiene una cresta porque el diablo es el rey del orgullo; su fuerza no reside en sus dientes sino en su cola, que simboliza los artilugios que debe desarrollar el Diablo para engañar, porque habiendo perdido su poder, el diablo sólo puede recuperarlo valiéndose de mentiras. Está al acecho en los caminos «donde el diablo pone espirales de pecado en la senda de todos aquellos que marchan rumbo al cielo y los mata cuando están sofocados por el pecado. Si alguien muere encadenado a la culpa, será sin duda alguna condenado al infierno».8
Por último, el basilisco que a veces aparece descripto como una serpiente con cresta, y otras, como un gallo con cola de serpiente. Generalmente es denominado el rey de las serpientes, ya que su nombre griego basiliscus significa «pequeño rey».9 Aunque también es llamado sibilus por su mortífero y funesto silbido. Se caracteriza por su poder destructivo, dado que su olor posee la propiedad de matar a las serpientes, el fuego que exhala de su boca puede aniquilar a los pájaros y su mirada es capaz de asesinar al hombre.
Pierre de Beauvais narra, basándose en el Physiologus, que el basilisco nace producto del huevo puesto por un gallo (que ha cumplido siete años) y es incubado por un sapo. Tiene cabeza, cuello y pecho como los del gallo; y del pecho hacia abajo es como una serpiente. Cuando puede valerse por sí mismo busca un lugar para esconderse y que nadie pueda verlo. «Pues es de tal naturaleza que, si el hombre puede verlo antes de que él vea al hombre, muere; y si él ve al hombre antes, es el hombre quien morirá».10
El Bestiario explica que ese extraño animal, que participa de la naturaleza del pájaro y de la serpiente, sólo es peligroso para el hombre por su mirada, que resulta letal; sin embargo, el fluido mortal que arroja no es capaz de atravesar un vidrio y, por consiguiente, basta con colocarse un recipiente de dicho material para poder mirarlo impunemente, el basilisco arroja su veneno pero rebota contra el vidrio ocasionándole su propia muerte.
El sentido alegórico que le otorga el Bestiario a esta criatura se origina en que se lo considera la personificación del Diablo que mata abiertamente al descuidado pecador con su veneno. Cristo lo venció encerrándose en el seno de una virgen más pura que el cristal.
En los Salmos se señala: «Andarás sobre el áspid y el basilisco, al león pisarás y al dragón fiero» (91, 13). Todos estos nombres son acertadamente conferidos al diablo. Es un áspid cuando pica secretamente; un basilisco cuando esparce su veneno afuera; un león cuando persigue al inocente; un dragón cuando en su diabólica codicia se traga al descuidado. El autor del Bestiario del Manuscrito Bodley 764 concluye:

«Pero, verdaderamente, con la gloriosa llegada de nuestro Señor, todas las criaturas permanecerán sujetas bajo sus pies. Sólo él es lo suficientemente fuerte para someter a estas feroces criaturas, que es eterno y está consubstanciado con el Padre en su divinidad. Debemos tomar en cuenta estos aspectos en la prédica de los santos padres, como para no ser llevados por el mal camino por ningún herético depravado o loco, cada uno de los cuales afirmará que está diciendo la verdad».11

Este simbolismo animal fue utilizado profusamente puesto que la explicación de las verdades abstractas del Cristianismo resultaba más comprensible si se recurría a él. La predicación eclesiástica se encargó por medio de estas alegorías de penetrar la mente del hombre medieval, ya que era natural y aconsejable recurrir a los animales cuando había que clarificar el contenido de ideas complejas a un público analfabeto. La recurrencia a las bestias las hacía aparecer como la evidencia de una teofanía, si de virtudes se trataba, o como una manifestación diabólica, en el caso de los vicios. De este modo, literatura y enseñanza de la fe se unieron con el fin de instruir y hacer más asequibles contenidos trascendentes pero también para acosar y perseguir con una gran cantidad de híbridos y de animales monstruosos e inidentificables, las conciencias medievales.
Por otra parte, las abundantes imágenes que ilustraban los manuscritos de los Bestiarios, pronto salieron de los libros para trasladarse al espacio. Si se toma en cuenta que en la Edad Media la mayoría de la población no sabía leer ni escribir, era lógico que este lenguaje visual se transportara a lugares donde podían ser contemplado por todos: iglesias, monasterios, conventos. Cuando el pueblo vio aparecer a las bestias verbalmente descriptas en los sermones, en el arte y la arquitectura religiosos, estas imágenes dieron vida a la enseñanza moral de los predicadores. Tanto en el románico como en el gótico los programas iconográficos de iglesias y catedrales - dirigidos a un público analfabeto - se convirtieron en verdaderas Biblias de piedra.
En la arquitectura religiosa medieval se destaca la presencia de plantas y animales (cotidianos, exóticos y monstruosos) no sólo en los capiteles de las naves sino también en la parte exterior. Para poder interpretar estas representaciones es necesario recurrir al simbolismo animal expresado en los Bestiarios.
Los animales, reales o fantásticos, fueron considerados instrumentos que permitían ilustrar la Creación y comprender la propia naturaleza del hombre. El animal desempeñaba un papel ejemplar, ya que simbolizaba sus inclinaciones; por ejemplo, la maldad la encarnaba el oso; la prudencia, la serpiente. El animal ofrecía, gracias al texto bíblico, toda una gama de símbolos asociados a los valores humanos para que los autores medievales pudieran extraer lecciones esencialmente morales. Sin embargo, no hay que olvidar - como señala Réau - que «el mismo animal puede ser, según los casos, el jeroglífico de ideas diferentes y hasta opuestas. Así, la serpiente significa a Cristo in quantum prudens est, y al demonio in quantum venenosus est».12
Puede verse entonces que la iconografía y la descripción de animales en los Bestiarios son claros testimonios del imaginario de la época y constituyen discursos a través de los cuales se ejerce el poder; ya que este último «no se aplica a quienes no lo tienen sino que los invade, pasa por ellos, y a través de ellos, se apoya sobre ellos».13

Conclusiones

Si, tal como se ha señalado, el campo privilegiado de expresión de lo imaginario es el de las producciones literarias y artísticas, las alegorías de los Bestiarios y el arte de las catedrales deben incluirse dentro de las representaciones ideológicas, producto de la Iglesia y de los hombres formados por ella. Duby sostiene que dichas representaciones ideológicas tienen la función de proporcionar seguridad, al tiempo que son deformantes de la realidad, dado que sirven a intereses particulares y que procuran tanto una imagen simplificada de la realidad de la organización social como enfatizan los antagonismos: bien / mal, Dios / fuerzas demoníacas.14
Desde este punto de vista, la institución eclesiástica medieval puede ser pensada como un aparato ideológico del Estado que ejerce el control mediante el uso de la ideología y no de la violencia,15 si bien este filósofo afirma que «los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante, pero utilizan secundariamente, y en situaciones límite, una represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica».16 Esta represión de la que habla Althusser se relaciona con la función intimidatoria del arte: los animales monstruosos y demoníacos deben atemorizar a los hombres para que sigan los preceptos divinos, es decir, los de los clérigos. Si, además, se considera que durante la Edad Media la Iglesia era el aparato ideológico dominante ya que además de las funciones religiosas concentraba también las escolares, informativas y culturales, se puede tener una idea precisa sobre el grado de coerción ejercido a través de estas producciones literarias y artísticas.
A partir del siglo XI, al cumplirse el milenio de la muerte de Cristo, la Iglesia instaló en la sociedad medieval, la idea del fin de los tiempos. Esto creó, como señala Duby, «un sentimiento general de impotencia ante las fuerzas de la naturaleza. La cólera divina pesa sobre el mundo y se puede manifestar en diversos azotes. Importa, esencialmente, asegurarse la gracia del Cielo».17 Los clérigos para garantizar la protección celeste deben instruir al resto de los mortales acerca de las virtudes por practicar y de los vicios por evitar. Debido a esta razón, se podría pensar en los Bestiarios y el arte románico y gótico como en medios para imponer normas de comportamiento y una disciplina. Si se considera, como analiza Foucault, que esta última «implica el arte del buen encauzamiento de la conducta»,18 puede afirmarse entonces que el poder disciplinario tenía como función principal enderezar las conductas de los hombres medievales.
Desde el siglo XI y durante el resto de la Edad Media, los dirigentes eclesiásticos fijaron las características de este modelo ideológico. Bernardo de Claraval en su célebre Apologie reprochó vivamente a los abades benedictinos los capiteles monstruosos de sus abadías e iglesias y los consideró un exceso para el arte cristiano de la época. Esto demuestra, como acertadamente infiere Ioan Pânzaru,19 que los abades tuvieron siempre la potestad no sólo de influir sino de trazar los programas iconográficos.
En conclusión, la literatura, a través de los Bestiarios, el arte y la arquitectura medievales constituyeron - tal como señala Martinez Garrido al referirse al uso de los refranes y de los exempla -mecanismos retóricos y persuasivos de modalización y de subjetividad que incorporaron el punto de vista del emisor (la doxa) y, en consecuencia, actuaron como poderosos mecanismos de manipulación ideológica que constriñeron las conciencias individuales a socializarse en los términos que la jerarquía eclesiástica logró imponer: el temor a ser excomulgado y a quedar a merced del demonio.20

Notas

1 Georges Duby, «Historia social e ideologías de las sociedades», in Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.), Hacer la historia. I Nuevos problemas, Editorial Laia, Barcelona 1995, p. 9.         [ Links ]

2 Umberto Eco, Arte y Belleza en la Estética Medieval, Lumen, Barcelona 1987, p. 69.         [ Links ]

3 Citado por Jessica Jaque Pi, La estética del románico y el gótico, La balsa de la Medusa, Madrid 2000, pp. 41-42.         [ Links ]

4 Virginia Naughton, Bestiario Medieval, Quadrata, Buenos Aires 2005, p. 13.         [ Links ]

5 Ignacio Malaxecheverría, Bestiario Medieval,Siruela, Madrid 2002.         [ Links ]

6 Pierre de Beauvais, in Malaxecheverría, op. cit., p. 139.

7 Ibid., p.139.

8 Richard Barber, Bestiary, The Boydell Press, Oxford 1999, p. 184.         [ Links ]

9 Virginia Naughton, op. cit.,p. 29.

10 Pierre de Beauvais, in Malaxecheverría, op. cit., p. 206.

11 Barber, op. cit.,p. 185. Trad. del inglés perteneciente al Prof. Valentini.

12 Louis Réau y Gustave Cohen, El arte de la Edad Media. Artes plásticas, arte literario y la civilización francesa, Unión Tipográfica Editorial Hispano-Americana, México 1956, p. 28.         [ Links ]

13 Michel Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI Editores, Buenos Aires 2009, p. 36.         [ Links ]

14 Duby, op. cit., passim.

15 Louis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires 1970, pp. 26-34.         [ Links ]

16 Althusser, op. cit., pp. 30-31.1

17 Duby, op. cit., p. 15.

18 Foucault, op. cit., p. 199.

19 Ioan Pânzaru, «Saint Bernard et les monstres», in Elisabeth Caballero de del Sastre, Beatriz Rabaza y Carlos Valentini (comps.), Monstruos y Maravillas en las Literaturas Latina y Medieval y sus Lecturas, Homo Sapiens Ediciones, Rosario 2006, p. 300.         [ Links ]

20 Elisa Martínez Garrido, «Palos, animales y mujeres. Expresiones misóginas, paremias y textos persuasivos», Cuadernos de Filología Italiana, Universidad Complutense de Madrid 8 (2001) 79-98.         [ Links ]

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