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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata  no.9 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2003

 

TEORIA

SIETE TESIS (DISPUTABLES) ACERCA DEL FUTURO DE LA CIENCIA POLITICA "TRANSATLANTIZADA" O "GLOBALIZADA"*

 

por Philippe C. Schmitter**

* Originalmente publicado en European Political Science, Vol. 1, N° 2, European Consortium for Political Research, Essex, primavera 2002. Publicado con autorización del autor. [Traducción de Pablo D. Castro, revisada por el autor].
** Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, Instituto Universitario Europeo. E-mail: Philippe.Schmitter@iue.it


Resumen

El artículo cuestiona el carácter hegemónico de la ciencia política estadounidense. A partir de la discusión de siete tesis sobre la pretendida superioridad científica y profesional de la disciplina en Estados Unidos, el autor pone en tela de juicio tanto sus enfoques teóricos como sus supuestos metodológicos, argumentando que el desarrollo de la disciplina en otros lugares, sobre todo en Europa, llevará a enfoques más adecuados para la comprensión de la realidad no estadounidense, a la vez que al inevitable fracaso de los hoy imperantes conductismo y rational choice.

Palabras clave globalización - ciencia política - hegemonía - Estados Unidos - Europa


 

Nadie duda de que el estudio disciplinario de la política fluye1. Politólogos, political scientists, politologues, Politischetvissenschafiler y politologi parecen, incluso más que sus colegas de otras ciencias sociales, lidiar con una gran crisis en su disciplina y, por lo tanto, estar "condenados a vivir tiempos interesantes" -como expresa el proverbio chino-. Yo puedo simpatizar con aquellos que encuentran sus paradigmas favoritos en ruinas o su área de especialización virtualmente eliminada en una explosión de "destrucción creativa", pero confío que en el largo plazo estas turbulencias mejorarán la disciplina. Por supuesto, aquellos de nosotros que vivimos ahora la mitad de la crisis podemos no estar ahí para beneficiarnos personal o profesionalmente de las mejoras resultantes cuando éstas finalmente se concreten.

Resulta tentador ver esta turbulencia desde la perspectiva de la "globalización", esto es, como el producto de una variedad extensa (y misteriosa) de cambios de escala que tienden a aglutinarse, reforzarse mutuamente y parecen estar acelerando su impacto acumulativo. En nuestro campo, estos cambios tienen que ver con el fomento de los intercambios entre académicos individuales e instituciones académicas -comprimiendo sus intercambios en el tiempo y el espacio, bajando sus costos de transacción y superando las restricciones que antes significaron las fronteras políticas o culturales-. La ciencia política ha sido siempre, en principio, una empresa cosmopolita. Su práctica ha estado, no obstante, fuertemente condicionada por las preocupaciones parroquiales de los compartimentos nacionales en los cuales hasta ahora ha estado confinada. Desde su "invención" en la antigua Grecia, el centro de innovación en el pensamiento político ha cambiado varias veces, pero sus conceptos, supuestos, y métodos se han difundido eventualmente de un lugar a otro.

Su desarrollo acumulativo como una disciplina académica separada ha sido relativamente reciente y ha estado muy asociado a la emergencia de regímenes republicanos o democráticos estables, razón por la cual mientras más tiempo una comunidad haya tenido gobernantes sistemáticamente responsables [accountable] de una forma u otra frente a la ciudadanía más probable es que allí la ciencia política haya prosperado. En resumen, existen razones para pensar que la evolución de la ciencia política es isomórfica con la evolución de su tema de estudio. Según como marche la práctica de la política, avanzará (si bien algo más tarde) la ciencia de la política.

Ninguno de los cambios que actualmente afectan a la disciplina es precisamente nuevo. Lo que no tiene precedentes es su volumen, variedad e impacto acumulativo. Más aún, a pesar de la etiqueta, "global", la distribución de este achicamiento espacial y temporal no es ni universal ni pareja. Está muy concentrado en los intercambios académicos entre Estados Unidos y Europa. Los Estados Unidos son vistos por muchos observadores (y especialmente por sus fans) como el jugador que ocupa simultáneamente el rol de director técnico, arquero, goleador y árbitro; mientras que Europa aparece como ocupante del mediocampo, y el resto del mundo espera en el banco ser llamado a participar en el juego.

Desde esta perspectiva "transatlantizada", el futuro de la ciencia política es claro -y puede ya verse en el lado occidental del Atlántico-. Es meramente una cuestión de tiempo antes de que las resistencias nacionales y regionales sean superadas y la disciplina completa converja en un set idéntico de conceptos, supuestos y métodos. En la primera parte de este ensayo, intento formular y formalizar esta perspectiva en un conjunto de siete "tesis". Las mismas están expresadas sin molestia o respeto por sensibilidades nacionales o regionales -por lo tanto, no espero que la mayoría de los científicos políticos no americanos suscriban públicamente a ellas ni que la mayoría de los científicos políticos americanos admitan abiertamente una actitud tan "imperial"-. Lo que espero es que muchos en ambos grupos estén, al menos secretamente, de acuerdo con ellas -a pesar de que no pueda probarlas-.

Cuando me topé con los capítulos introductorios AcA New Handbook ofPoliticalScience, especialmente con el ensayo de Robert E. Goodin y HansDieter Klingemann sobre "Ciencia política: la disciplina", encontré una severa confirmación de mi presentimiento. Si bien ninguna de mis siete tesis está explícitamente expresada allí, todas pueden ser inferidas del texto. Más aún, en su estilo laudatorio, Goodin y Klingemann parecen darle la bienvenida incondicional a esta convergencia transatlántica hacia conceptos, supuestos y métodos americanos y lamentar cualquier resistencia todavía residente en las prácticas nacionales o regionales dentro de Europa. En el capítulo completo, no hay ni una sola duda o nota crítica sobre cómo los norteamericanos hacen su ciencia política. El "Rapprochement" con los vencedores del otro lado del Atlántico, de acuerdo con ellos, sucede "alegremente" y no "a regañadientes"2.

Debido a que el artículo de Goodin y Klingemann lleva prominentemente el sello de la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA), cualquiera que lo lea es proclive a pensar que es la política de la IPSA no sólo promover estándares universales de entrenamiento y logro de objetivos, sino también servir como agente de su americanización-cwtf-transatlantización. De hecho, considerando la composición de los tópicos e invitados a la conferencia por el 50* aniversario para la cual este ensayo fue originalmente preparado, no parece exagerado describir esa reunión como parte de una campaña de esa naturaleza "imperial". Académicos de los Estados Unidos y "extranjeros" educados o trabajando allí conformaron el grueso de los participantes.

Transformemos entonces esta noción implícita de superioridad estadounidense en tesis explícitas que puedan ser eventualmente testeadas:

I. La tesis de la Convergencia: los académicos especializados en el estudio de la política convergerán cada vez más en el uso de conceptos, supuestos y métodos. Las diferencias regionales y nacionales anteriores disminuirán y eventualmente desaparecerán. Los científicos políticos, dondequiera que se encuentren, eventualmente llevarán a cabo las mismas operaciones sobre las mismas variables, para los mismos propósitos y llegarán a conclusiones comunes sobre causalidad basados en los mismos criterios de inferencia. Sin duda, la creciente supremacía del idioma inglés dentro de la disciplina promueve este resultado, pero incluso aquéllos que escriban en otros idiomas se verán forzados a hacer "traducciones convergentes" o se arriesgarán a ser relegados a la oscuridad.

II. La tesis de la Asimetría: esta convergencia en los conceptos, supuestos y métodos no supondrá "partir la diferencia" o una "regresión a la media" que surja de la distribución actual entre países y regiones, sino de un movimiento hacia los estándares previamente fijados en la disciplina por el jugador hegemónico, esto es, los Estados Unidos de América. La mayoría de las innovaciones provendrán de los politólogos "líderes" del mainstream estadounidense, y su difusión a los politólogos de naciones y regiones menores será sólo una cuestión de tiempo. Los científicos políticos "disidentes" en Estados Unidos serán primero marginados en casa, y luego tendrán escaso o ningún impacto fuera de su país.

III. La tesis de la Secuencialidad: el área central en la difusión inicial de este proceso es el Atlántico Norte. Todo lo demás igual, los conceptos, supuestos y métodos estadounidenses impactarán primero en Europa del norte (y más tarde, del sur) y posteriormente "viajarán" a lugares más periféricos. El hecho de que la ciencia política haya sido practicada en compartimientos nacionales relativamente cerrados durante mucho tiempo constituye un impedimento para el funcionamiento de la ciencia política "transatlantizada"; por lo tanto, habrá fuertes presiones para una creciente convergencia entre las disciplinas nacionales europeas, pero sólo como preludio a la convergencia eventual de ellas con la ciencia política estadounidense. Procesos análogos de convergencia secuencial a nivel regional parecen también estar en marcha en América Latina e incluso parte de África. En Asia la confluencia regional parece casi inexistente y formas más directamente dependientes de los Estados Unidos parecen ser la norma.

IV La tesis de Profesionalización: el mecanismo primario detrás de este discontinuo pero irrevocable proceso de convergencia es el de la estandarización profesional. Normas relativas a cómo debe hacerse ciencia política serán fijadas, monitoreadas y orientadas inicialmente por asociaciones profesionales e instituciones de educación superior estadounidenses y, subsiguientemente, serán adoptadas por organizaciones nacionales y regionales en lugares más periféricos. Los politólogos que se rehusen a adecuarse a estas normas serán discriminados en contrataciones, promociones, acceso a publicaciones, invitaciones a congresos académicos y posiciones de liderazgo en asociaciones nacionales e internacionales -proceso donde la IPSA probablemente juegue un rol clave-. La analogía obvia aparece con la economía, que en pocas décadas tuvo éxito en eliminar de los departamentos más importantes de la disciplina a casi todos los "disidentes" -primero en los Estados Unidos, y más recientemente en el resto del mundo-.

V. La tesis de la Eficiencia: un mecanismo secundario pero de considerable importancia en este proceso conlleva la inserción de principios de competencia de mercado en esta profesión cada vez más transatlantizada y eventualmente globalizada. Dado que la ciencia política en los Estados Unidos ya es más sensible a las presiones de mercado y por lo tanto, más capaz de adaptar su estructura de incentivos a cambios en la oferta y la demanda, tendrá más éxito para recompensar a quienes se adapten a sus normas que otros productores nacionales o regionales que pudieran competir con ella. Como resultado, habrá una permanente "fuga de cerebros" desde Europa y la periferia hacia los Estados Unidos. Hasta los profesionales más dinámicos y críticos de la ciencia política "no estadounidense" tendrán problemas para resistirse a estas recompensas -especialmente cuando tengan que afrontar ambientes de trabajo más formales, estructurados jerárquicamente y regulados públicamente, donde los salarios y el status guardan escasa relación con las capacidades individuales para enseñar e investigar-. No es necesario agregar que este drenaje de talento sólo servirá para reforzar la hegemonía disciplinaria de la ciencia política estadounidense -al menos hasta que empiecen a jugar los efectos de saturación y crowding out-.

VI. La tesis de la Universalidad: adicionalmente, la superioridad de la ciencia política estadounidense se asegura más debido al hecho de que los moeurs de la cultura estadounidense se están tornando cada vez más universales. Esto permite a sus profesionales basar sus supuestos genéricos sobre el comportamiento político en observaciones (y presunciones) específicas al entorno con el que están familiarizados: individualismo (político, social y metodológico), comportamiento espontáneamente "oportunista" y "egoísta", "no-teísmo", maximización marginal, satisfacción material, baja motivación ideológica, bajo grado de interés en la política, mucha laxitud alrededor de la participación ciudadana, respeto por la ley y las prácticas existentes, distribuciones de preferencias "normales" (esto es, unimodales y simétricas) en la mayoría de los temas, instituciones relativamente legitimadas, identidad nacional establecida, alta tolerancia a desigualdades sociales y económicas, ausencia de clivajes abrumadores o significativos, e cosí via. En resumen, puede presumirse que lo que parece racional en el comportamiento político estadounidense debe serlo en otros lugares -de allí surge un enorme ahorro de tiempo y esfuerzo porque esto permite a los politólogos estadounidenses prescindir del alto costo de aprender idiomas extranjeros y llevar a cabo trabajo de campo-. Los datos, por así decirlo, vienen a ellos sin esfuerzo de su parte (y, cada vez más, ¡vienen en inglés!). Cuando esto no sucede, siempre es posible "simular" posiciones o "inferir" sin dificultades preferencias sobre la base de precedentes estadounidenses.

VIL La tesis de la Ahistoricidad: dada la presunción de universalidad contenida en la ciencia política estadounidense, sus profesionales también pueden darse el lujo de ignorar las especificidades del tiempo y el espacio. Lo que haya ocurrido hace mucho tiempo puede ser ignorado sin riesgo, bien porque los resultados actuales pueden ser explicados por cálculos de maximización de utilidad de relativo corto plazo que no son sensibles a elecciones anteriores, o bien porque cualesquiera hayan sido las preferencias en el pasado, actualmente están siendo desvanecidas por la difusión global de normas y expectativas. En la medida en que el tiempo sea un factor relevante en esta nueva ciencia "transhistórica", puede ser reducido a una interacción iterativa entre actores similares y descontado a lo largo de un período de tiempo confiable. Otro útil (si bien naïve) mecanismo que también permite ahorrar tiempo es el "presentismo" sistemático. Uno puede o bien ignorar todas las instancias previas del comportamiento que está estudiando en ese momento sobre la base de que las "preferencias" fueron diferentes antes; o puede reconstruir estas instancias vía "hechos estilizados" de manera tal que los motivos y cálculos contemporáneos provean una explicación expost plausible para cualquier acontecimiento del pasado. No es necesario agregar que esto es mucho más fácil de hacer en el contexto de los Estados Unidos -donde las instituciones políticas formales han sido inusualmente constantes a lo largo del tiempo, y donde sucesivas generaciones de inmigrantes fueron asimilados en una "mítica comunidad nacional re-inventada"- que en el contexto de la mayoría de los países de Europa o de los países ex-coloniales.

Ahora, echemos una segunda y más crítica mirada a cada una de estas tesis: I. Convergencia

La evidencia sobre la variable independiente en esta tesis -la globalización- es bastante convincente. Cualquier compilación sistemática de datos sin duda mostraría que la probabilidad de que dos politólogos cualesquiera, seleccionados al azar de diferentes contextos nacionales, se encuentren en algún momento de sus carreras, se ha incrementado considerablemente en las últimas dos décadas. La asistencia a los congresos internacionales y el volumen de éstos, la composición de los comités directivos de asociaciones profesionales internacionales, el número de artículos de autoría conjunta entre personas de diferente nacionalidad, la creciente tendencia a citar autores de países diferentes al autor del artículo en casi cualquier tema relevante, la propensión de los estudiantes graduados más jóvenes a obtener al menos parte de su educación en otro país o de trabajar en algún momento de su carrera en otra nación -y todos estos indicadores parecen ir en la misma dirección (ascendente)-. Más aún, mi presentimiento es que la mayoría de ellos muestra un comportamiento acumulativo y exponencial -especialmente cuando se los gráfica a través de sucesivas generaciones de politólogos-. Mientras más reciente haya sido la educación que uno recibió, mayor es la probabilidad de haber sido expuesto a conceptos, supuestos y métodos procedentes de una tradición nacional diferente.

El problema estriba en inferir las consecuencias de esta "transatlantización" o "globalización" de la producción y el intercambio académico -esto es, en asumir que ella conduce necesariamente a una convergencia-. Es ciertamente posible que, de una manera análoga al comercio y la inversión de bienes materiales, los actores involucrados aprendan a explotar sus diferentes dotaciones de recursos. En lugar de imitar a sus competidores, podrían especializarse aún más en lo que hacen mejor (y en el proceso, volverse más conscientes de las limitaciones implícitas en los productos de los first-movers). Especialmente en el caso en que la comunidad de la ciencia política es relativamente pequeña y, por lo tanto, su "nicho" productivo no amenaza el status o el market share del productor hegemónico, ello parecería ser una estrategia inteligente -como puede ser ilustrado por el éxito relativo de la "producción de calidad diversificada" de pequeñas y medianas empresas en países pequeños y medianos de Europa3-. Si no otra cosa, la experiencia histórica de las pequeñas democracias europeas muestra una marcada tendencia a la diversidad, la innovación y la experimentación. No veo razón por la cual este no debería ser el caso de sus respectivos poiitólogos, y estas diferencias cualitativas pueden incluso incrementarse en el futuro como respuesta a ciertas características de producción masiva y de first-moving de la ciencia política estadounidense.

II. Asimetría

Nuevamente, aquí nadie puede negar algunos hechos. Del total de poiitólogos empleados en el mundo, se dice que hasta un 80 por ciento trabajan en los Estados Unidos4. Sea que se los mida en términos de palabras, páginas o número de artículos y libros publicados, su producción es mayor que la del resto del mundo combinada -aunque es discutible si este volumen de producción es proporcional a la cantidad de profesionales vinculados a la actividad (e incluso más discutible si la calidad de esa producción guarda relación con el volumen)5-. Por ejemplo, en este momento, hay cerca de 7.500 miembros regulares de la American Political Science Association (APSA) y entre 3.500 y 5.000 académicos afiliados a las más de 200 instituciones miembros de su equivalente a nivel europeo, el European Consortium for Political Research (ECPR). Considerando que las dos regiones tienen aproximadamente la misma población, ello se traduce en una densidad relativa entre 1,5 y 2 veces mayor en el caso de los Estados Unidos (la mayoría de los politólogos canadienses son miembros de la APSA, pero su número, alrededor de unos 500, no modifica el resultado significativamente).

Esto tampoco es sorprendente. La larga y continua historia de democracia liberal, la proliferación de universidades estatales debido al federalismo, la existencia paralela de un conjunto muy numeroso de universidades privadas (usualmente) menores, y la mayor proporción de jóvenes que ingresan a la educación superior; son todos factores que se traducen en una mayor demanda de instrucción en ciencias sociales con respecto a Europa. Combinados con la mayor facilidad con la cual la ciencia política pudo separarse institucionalmente de las otras especializaciones académicas que a menudo proveyeron sus profesionales iniciales (derecho, sociología, filosofía e historia), la creación de las fundaciones más importantes del mundo dedicadas a subvencionar la investigación social y política, y el enorme impulso que recibió de los refugiados alemanes, austríacos e italianos que ingresaron a sus filas, el desarrollo de la ciencia política estadounidense parece, visto en retrospectiva, haber tenido un resultado más que predecible. Visto no obstante desde la perspectiva más cercana, el resto del mundo (y Europa en particular) está cerrando la brecha numérica rápidamente6.

Pero ello deja todavía en pie el problema de la asimetría en términos del contenido y métodos de la disciplina. Más no necesariamente significa mejor. Goodin y Klingemann asumen no sólo que la ciencia política estadounidense es hegemónica hoy en virtualmente cualquier sentido de la palabra, sino también que lo seguirá siendo, y que eso es algo muy deseable. A pesar de que notan el resurgimiento del interés y la producción teórica europea, no parecen ver la posibilidad de que los europeos superen a sus "maestros" -no en cantidad, sino en calidad-. Por ejemplo, sospecho que actualmente son más los graduados en ciencia política en Europa que continúan estudiando en otras universidades europeas que los que van a los Estados Unidos. Parte de este cambio se explica por los costos, pero también parte puede atribuirse a programas implementados por la Unión Europea y los gobiernos nacionales, así como también a una creciente sensación de que la ciencia política estadounidense puede ayudar muy poco a comprender los problemas de sus países de origen o de Europa como un todo. Uno de los mayores productores de doctorados en Europa es el Instituto Universitario Europeo (IUE) con sede en Florencia, que recluta estudiantes de todos los países miembros de la UE (y algunos más) y cuyos graduados encuentran oportunidades de trabajo fuera de su país de origen con cada vez mayor frecuencia.

También sospecho que si fuera posible medir el "consumo" de ciencia política, antes que su mera producción, los europeos no aparecerían tan rezagados7. Una proporción sustancial (y creciente) de la producción estadounidense parece estar dirigida exclusivamente a los propios partícipes de la disciplina (y cada vez más, a un pequeño "club" de académicos de perspectiva similar dentro de ella). Mucho de lo que los Politischewissenschaftler europeos escriben va a publicaciones no especializadas que apuntan a una audiencia más amplia (y por lo tanto a menudo no es contado como "producción profesional"). Esta producción entra en el dominio de un público intelectual -análogo al New York Review ofBooks, o artículos de opinión en los diarios más importantes-. Pocos científicos políticos estadounidenses se atreven a realizar esfuerzos similares, presumiblemente porque opinan que sería un despilfarro de sus talentos profesionales8. No creo que sea exagerado afirmar que, mientras que la mayoría de los politólogos estadounidenses ven su tarea como exclusivamente "profesional", sus contrapartes europeos (y latinoamericanos y africanos) la ven como igualmente "intelectual".

Lo anterior puede ser una de las razones por las cuales estos politólogos fuera de los Estados Unidos suelen estar más involucrados en las luchas políticas de sus respectivos países y hacer una contribución más significativa a la discusión de las políticas públicas9. Excepto por una breve irrupción en torno al tema del impeachment, nuestros colegas estadounidenses habitualmente han elegido permanecer au dessus de la mêlée. Y aquellos que en algún momento se involucran, como el comentarista ocasional de televisión, son con frecuencia desvalorizados por haber "actuado en forma no profesional"10.

III. Secuencialidad

Esta tesis es crucial para evaluar el futuro "global" de la disciplina ya que, dadas las disparidades en números absolutos y puntos de partida, sólo a través de la creación de "comunidades" de politólogos de base regional será posible para quienes se educan y trabajan fuera de los Estados Unidos romper el yugo hegemónico de la ciencia política estadounidense. Sólo una estrategia de esta naturaleza puede posibilitar el aprovechamiento de las economías de escala y de rango que son necesarias para desarrollar enfoques alternativos y para ofrecer oportunidades de trabajo atractivas para quienes se dediquen a ellos.

Existe considerable evidencia de que se está haciendo un esfuerzo en esa dirección. En Europa, esto se manifiesta a través del European Consortium or Política/Research (ECPR), que ha crecido en forma constante en el número de instituciones miembros afiliadas (es significativo que la membresía sea institucional, y no individual) y en el número de asistentes a sus reuniones anuales". En América Latina, algo similar sucede con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y las diversas ramas de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Los politólogos graduados en ambas partes del mundo son cada vez más conscientes de la necesidad de entrenamiento y experiencia fuera de sus países, pero una proporción creciente de ellos elige recibirlos dentro de estas dos regiones -en lugar del previamente obligatorio peregrinaje a las Mecas de la academia estadounidense: Harvard, Yale, Chicago, Berkeley, Michigan, Stanford, MIT, Princeton, Columbia, Minnesota, North Carolina, et ainsi de suite.

Todo este esfuerzo sería irrelevante si, en última instancia, estos puntos de agregación transnacional no fueran más que "estaciones" en el tránsito hacia una americanización más completa y acabada de los conceptos, supuestos y métodos. Si instituciones tales como el ECPR y su Essex Summer School (y yo incluiría también al Departamento de Ciencias Sociales y Políticas del IUE, en el que trabajo actualmente) sirven solamente como "franquicias académicas" ofreciendo la misma mercancía que sus contrapartes estadounidenses, no sólo habrán fracasado en su propósito ostensible, sino que habrán añadido una mayor legitimidad a este proceso de "transadantización-a^-americanización". Si sus productos se vuelven indistinguibles de lo que es realizado del otro lado del Atlántico, entonces será imposible negar que una globalización de la disciplina ha ocurrido, y en los términos fijados por la ciencia política estadounidense.

Obviamente, es muy temprano aún para juzgar si la "regionalización" en Europa o Latinoamérica será capaz de pugnar con la "transatlantización-otó-americanización". En lo que constituye un paralelo fascinante con el proceso más vasto de la integración política y social europea, todavía no sabemos si tales políticas devendrán en una aceleración de las tendencias que actualmente operan en otras sociedades industriales avanzadas, en una reversión de ellas, o si sencillamente no tendrán ningún efecto en términos netos12. Desde la perspectiva del IUE, puedo ver signos de resistencia a la hegemonía de los conceptos, supuestos y métodos estadounidenses, y alguna evidencia del fortalecimiento de un paradigma "histórico-sociológico-institucional" alternativo, pero no puedo ignorar la evidencia en sentido contrario -de hecho, cuando nuestros ricercatori tienen la oportunidad de pasar un año en alguna de las universidades más importantes de los Estados Unidos, ¡la toman inmediatamente!-. Hay una enorme demanda por asistir a la convención anual de la APSA (aunque muchos vuelven contando cuán aburrida fue) y presentar un trabajo allí todavía es considerado un activo académico de primera categoría. Es especialmente irónico el hecho de que en dos campos en los que uno esperaría que la "europeidad" se afirmara académicamente -a saber, el estudio comparativo de la política doméstica de los países de Europa y el análisis político de la integración europea- gran cantidad de politólogos cruzan el Atlántico para asistir a los encuentros bianuales del Councilon European Studies (CES) y de la Europea» Community StudiesAssociation (ECSA).

A pesar de estas señales opuestas, hay algo que puedo afirmar con seguridad: tal vez el elemento más indispensable para el éxito de las resistencias regionales está tomando forma actualmente a través de la creación de un mercado auténticamente transnacional en Europa para la ciencia política. Los Estados Unidos de América se han beneficiado por mucho tiempo de su flexibilidad para contratar a "los mejores" sin importar su nacionalidad (por no mencionar el status de refugiado en el caso de académicos distinguidos exiliados). Gracias en parte a las directivas de la Unión Europea, la discriminación a la hora de contratar profesionales ya no es posible e incluso sí es posible observar cierta competencia entre los países miembro por atraer el mejor talento extra-comunitario. Ya no es "axiomático" que los europeos doctorados en ciencia política trabajarán en su país de origen -o que si no lo hacen emigrarán a los Estados Unidos, Canadá o Australia-.

IV Profesionalización

Lo anterior nos lleva al rol crucial jugado por la profesionalización. Una vez más, nadie puede negar la tendencia: hoy en día las personas que se involucran en el estudio de la política tienen mayores probabilidades de hacerlo JuU-time, de haber pasado por alguna especialización profesional formal, de que su trabajo sea evaluado en base a estándares preestablecidos, de ser miembro de un subconjunto específico de asociaciones, y de avanzar en su carrera de acuerdo con los criterios meritocráticos implicados por el proceso de profesionalización antes mencionado. Esto es igualmente cierto en Europa como en los Estados Unidos en términos de la dirección del cambio, aunque algunos componentes específicos pueden diferir. Por ejemplo, empleos parttime y otras formas irregulares de contratación para jóvenes politólogos parecen estar aumentando en todas partes -espero que sólo temporalmente- mientras que sospecho que el fetiche adosado a los "artículos con referato" en publicaciones importantes es mayor en los Estados Unidos13.

Lo que es cuestionable es la inferencia de que el entrenamiento y los estándares implicados en este proceso son exclusivamente estadounidenses, que esto se mantendrá así indefinidamente, y que esto sea aceptado "alegremente y no a regañadientes" por los demás. Primero, de ninguna manera son homogéneos el entrenamiento y los estándares en los Estados Unidos. A pesar de los intereses creados de dos "clanes" sucesivos -conductistas y rational-choicers- para asegurarse de que todos los recién llegados adquirieran sus supuestos y métodos, todavía hay resistencia en casi todas las universidades a tal conjunto monolítico de supuestos teóricos, técnicas de medición y normas de evaluación. Irónicamente, las ciencias sociales de las cuales han extraído tan acríticamente estos supuestos -primero la psicología social y luego la economía liberal- parecen haberse tomado conscientes de sus limitaciones y haber expandido sus programas de estudio y sus paradigmas de investigación congruentemente. Enfatizar la coherencia lógica interna a expensas de realidad empírica y relevancia sustantiva tiene costos, no sólo beneficios. Como todos los "conversos tardíos", sus acólitos en ciencia política no parecen haber aprendido aún la lección del "requisito de diversidad"14 en conceptos y métodos, la cual no ha sido perdida en los académicos europeos y de otros lugares.

Ellos no sólo han sido capaces de resistir las últimas modas estadounidenses por respeto a los cánones académicos tradicionales, sino también porque no están sujetos a las mismas presiones competitivas.

V Eficiencia

Si hay alguna fuerza irresistible que impulsa el proceso de profesionalización de la ciencia política estadounidense, es la feroz competencia entre académicos e instituciones. Los capitalistas europeos a fin de siglo frecuentemente comentaban sobre la naturaleza "extrema" de la competencia entre sus contrapartes estadounidenses. Las firmas no sólo intentaban por todos los medios ampliar su porción del mercado, sino que su objetivo era también eliminar a otras firmas o controlarlas via holdings. Presumiblemente, las condiciones que promovieron tal ferocidad están todavía presentes en la sociedad estadounidense, y se aplican a la ciencia política de ese país: un número enorme de potenciales oferentes y consumidores, diversos orígenes culturales y nacionales de una sociedad de inmigrantes, ausencia de una rígida oligarquía o de una aristocracia nacional, un marco legal regulador de las "conspiraciones contra el comercio", una relativamente fácil entrada en el mercado/ profesión, ausencia de coordinación burocrática impuesta desde el Estado, pluralidad de fuentes de financiamiento, etc. En virtualmente todas estas materias, las comunidades nacionales de la ciencia política europea obtienen un bajo puntaje (especialmente en los países pequeños) y por lo tanto, la competencia que surge está fuertemente limitada por normas sociales y "conexiones personales". En algunas de ellas incluso existen reglas formales para impedir que una universidad "absorba" el personal de otra. El incremento en la globalización señalado en la tesis I sin duda ha introducido algunos elementos de competencia cross-nationale incluso cross-regionalpor la contratación de personal, financiación de la investigación, lugares en paneles y congresos, participación en proyectos conjuntos, etc., pero mi sensación es que incluso estos elementos son "administrados" en forma más gentil y oligopólica en Europa.

La consecuencia más visible de estas viejas diferencias con respecto a la competencia es, en mi opinión, la propensión de las modas de difundirse rápidamente por la ciencia política estadounidense, y que sus adalides usen cualquier ventaja momentánea que hayan obtenido para intentar sacar a sus competidores de sus instituciones o de la profesión. Ya sea que la moda esté basada en conceptos, supuestos o métodos (y especialmente cuando tiene los tres, como en el caso del conductismo o del rational choicé) cualquier profesional que no sucumbe a sus atractivos corre el riesgo de ser etiquetado "poco profesional" o peor aún, "acientífico". El resultado histórico frecuentemente ha sido departamentos divididos en clanes, cada uno de los cuales ha gozado de preeminencia temporaria, pero con muy poco que decirse unos a otros (y albergando muchos rencores del pasado entre sí). Los departamentos europeos de ciencia política han tenido y continúan teniendo los mismos clivajes, pero la competitividad menos intensa que prevalece parece también dejar cicatrices menos duraderas15.

VI. Universalidad

La ciencia política en los Estados Unidos ha trabajado siempre bajo un par de supuestos profundamente ambiguo, por no decir esquizofrénico. Por un lado existe la noción de que el país ha sido bendecido políticamente por su "excepcionalidad". Gracias a la ausencia de vecinos hostiles y la presencia de una frontera abierta, a la ausencia de cualquier lucha feroz para eliminar privilegios feudales y la presencia de múltiples clivajes superpuestos en el seno de una sociedad de inmigrantes, a la ausencia de profundos conflictos de clase y la presencia de un incremento continuo de la riqueza colectiva, ha evitado muchas de las "patologías" de la política europea -por no mencionar las bizarreries de los países que se liberaron tardíamente de sus amos coloniales-. Muy pocos estadounidenses -incluyendo la mayoría de los politólogos- cuestionan la noción de que su país posee instituciones políticas sobresalientes debido a su localización excepcional y su buena fortuna histórica.

Por otro lado, estos mismos observadores están plenamente convencidos de que los Estados Unidos tienen la cultura política más universal. Ellos asumen que los extranjeros preferirían naturalmente no sólo el estilo de vida estadounidense, sino también estándares estadounidenses en la política -si sólo pudieran tenerlos-. Cuando los estudiantes son introducidos al estudio académico de la política en los Estados Unidos, el primer curso que toman se basa no en una comparación con otros países sino en una exposición sobre el comportamiento y las instituciones políticas estadounidenses. El mensaje es claro y parece perdurar: la política estadounidense es "normal". La de otros países es "anormal" y definitivamente "inferior"16.

Este virtualmente instintivo parroquialismo que compone la disciplina puede apreciarse en la Tabla 1, donde he tomado los volúmenes publicados por las revistas nacionales de ciencia política de varios de los países de mayor producción y los he codificado de acuerdo a la nacionalidad del primer autor de cada artículo, comentario de investigación, o ensayo bibliográfico. Va. American Political Science Review (APSR) ha sido consistentemente la publicación con menos contribuciones de académicos en institutos de investigación o universidades extranjeras -91 al 97% (¡y eso cuenta a los canadienses como extranjeros!)-. El rival más cercano es la Revue Française de Science Politique, en la que los franceses produjeron entre el 67 y el 90% de los artículos. Debe notarse que en los casos de Political Studies y Scandinavian Political Studies una proporción sustancial de los autores extranjeros fueron estadounidenses -hasta un 25% en 1998 en Political Studies-. En otros lugares, para mayor confirmación de lo que hemos discutido antes bajo la rubrique de secuencialidad, el creciente cosmopolitismo de publicaciones como Politische Vierteljahresschrifty Rivista Italiana di Scienza Política es el resultado de la apertura de sus páginas a otros europeos.

Los defensores de la hegemonía estadounidense responderán, por supuesto, que esto constituye una prueba de la superioridad de sus estándares y de su producción, que no sólo domina su "mercado doméstico" sino que además está expandiendo su participación en los mercados foráneos. Obviamente, testear esta proposición depende de una revisión más detallada del patrón de los artículos y revisiones publicadas, pero yo me animaría a avanzar la hipótesis de que muy pocos no-estadounidenses siquiera se molestan en enviar su trabajo a la APSR porque saben que el comité editorial está controlado por una camarilla particular dentro de la profesión estadounidense que no tiene interés en su trabajo (a menos que, por supuesto, imite exitosamente a lo que está de moda en los Estados Unidos). Afortunadamente, para estos europeos, existen publicaciones más especializadas como Comparative Political Studies, Comparative Politics y World Politics que son más receptivos -aunque, incluso allí, la preferencia por contribuciones de autores nacionales todavía parece ser un factor de peso-.

Mi conclusión es que la ciencia política estadounidense no tiene un reclamo especialmente válido de universalidad; de hecho, sus supuestos y conceptos fundamentales son a menudo completamente parroquiales. Mucho de la evolución de posguerra del sub-campo de la política comparada ha consistido en el intento de especialistas en países y regiones de purgar a la disciplina de estos elementos distorsivos. El fracaso del esfuerzo más concertado en los Estados Unidos para afirmar su hegemonía en el estudio de "la política de otros pueblos", esto es, el enfoque estructural-funcionalista preconizado originalmente por Gabriel Almond y el comité de Política Comparada de la Social Science Research Council (SSRC), puede ser interpretado a esta luz. A medida que sus nociones conservadoras sobre la interdependencia de "funciones" y sus supuestos estáticos sobre equilibrio se tornaron cada vez más aparentes, buscó refugio en un estilo más europeo de análisis histórico e institucional17 -pero ya era muy tarde y la moda había sido completamente exorcizada de la profesión-.

VII. Ahistoricidad

Ya es por cierto impreciso caracterizar a los Estados Unidos de América como una "nación nueva" y, por lo tanto, no responsable por la sorprendente ahistoricidad de las dos modas más recientes en su ciencia política. Tanto el conductismo como el rationalchoice han ignorado (y todavía ignoran) flagrantemente el rol jugado por la "memoria" de los conflictos previos, por secuencias inusuales de eventos, por la intervención de fuerzas o personas particulares, por patrones complejos de interacción bajo condiciones de alta incertidumbre, por cambios y giros ideológicos, por la difusión de un caso a otro, por hábitos adquiridos e instintos que no están sujetos a rápido cambio actitudinal o cálculo momentáneo, por los procesos arcanos en los cuales las preferencias son formadas y transformadas, e cost via. Lo mejor que han podido decir acerca del cambio político se ha limitado a nociones de "realineamientos", "juegos iterados", "path dependencies'', y "punctuated equilibria" -e incluso estos son invocados a menudo sólo para "posibilitar" resultados que de otra forma serían inexplicables o irracionales-. Mi sensación es que es precisamente debido a la estabilidad de las instituciones políticas estadounidenses, que siempre pueden "darse por sentado" a diferencia de las de virtualmente cualquier otra comunidad en el mundo, que los académicos de ese país excluyen programáticamente los patrones complejos que constituyen cualquier noción de causalidad especificada históricamente. No se debe a que los Estados Unidos no hayan tenido historia, sino a que ésta haya sido tan larga y continua, que los estudiosos de la política estadounidense puedan ser tan ahistóricos.

En cualquier otro lugar, los politólogos no pueden permitirse ese lujo. Cambios en status, régimen, valores, reglas y comportamiento políticos constituyen características omnipresentes de sus respectivos entornos que deben ser explicadas y no disculpadas. Lo que ocurrió en el pasado, lejano o próximo, no puede ser ignorado -y esto no es solamente el caso dentro de una comunidad dada sino a lo largo de un subconjunto de comunidades dentro de una "región" interdependiente18-. No obstante, una vez que uno ha hecho la formación de preferencias endógena al paradigma que uno maneja o introducido la posibilidad de que actores situados en posición similar puedan tener diferentes propensiones a tomar riesgo o a formar alianzas debido a sus experiencias pasadas, el potencial para una explicación parsimoniosa y autosuficiente disminuye considerablemente -como también lo hace la distancia intelectualentre uno y sus colegas de historia y las otras ciencias sociales "menos científicas"-. Para los europeos y sus colegas del Tercer Mundo esto puede no parecer tan amenazador (tal vez porque tantos de sus científicos políticos proceden de estas disciplinas), pero para los estadounidenses ávidos de establecer sus credenciales profesionales distintivas (imitando a sus colegas economistas) tal perspectiva no es propensa a ser bienvenida.

Una conclusión académica

La ciencia política no puede ser "una ciencia estadounidense". Ningún país, no importa cuántos profesionales emplee o cuánta ventaja haya ganado, puede esperar ser el productor hegemónico de los conceptos, supuestos y métodos que guiarán esta cada vez más globalizada disciplina en el futuro. Mas aún, los Estados Unidos de América están singularmente (podría decirse, excepcionalmente) mal equipados para jugar ese rol, debido a que los parámetros básicos que han condicionado y continúan condicionando su vida política son muy diferentes de los que operan en el resto del mundo. Sus experiencias de construcción de Estado, nación y régimen tienen muy pocos paralelos en Europa o en el Tercer Mundo. Lo que la mayoría de sus académicos da por sentado es con frecuencia lo más problemático para quienes estudian la política en otros países. Y la brecha entre lo que impulsa la política estadounidense y lo que impulsa "la política de otros pueblos" está creciendo, no disminuyendo. Si "según como marche la práctica de la política, avanzará (eventualmente) la ciencia de la política", entonces existen todas las razones para esperar una declinación de la hegemonía estadounidense en el futuro -sin importar cuánto intenten sus politólogos evitarlo-.

Precisamente porque son tan numerosos y autosuficientes, los científicos políticos estadounidenses tienen una desafortunada tendencia a ignorar lo que está sucediendo académica e intelectualmente en otros lugares. Precisamente porque creen sinceramente que las normas y comportamientos que estudian son universales y atemporales, encuentran muy difícil incorporar factores históricos y espaciales en su trabajo. Pero hay dos "dones salvadores" de gran significación en la ciencia política estadounidense: a) la diversidad en el reclutamiento de profesionales; y b) su insaciable competitividad. Combinados, aseguran que a pesar del parroquialismo y fanatismo que puedan caracterizarla en un momento dado, el impacto de los mismos no será duradero en el tiempo. Esperemos que en esta oportunidad el repudio de estos excesos sea acelerado por reflexiones y críticas que no sólo provengan del interior, sino también del exterior de la profesión estadounidense. Únicamente después de que esto haya sucedido y la ciencia política "estadounidense" haya sido puesta en su lugar relativo, podremos hablar de una ciencia de la política auténticamente globalizada.

Una conclusión personal

En los Estados Unidos, tradicionalmente, a las personas ambiciosas o frustradas se les ha aconsejado ir al oeste ("Go West, Young Man") donde podrían encontrar mayor libertad para actuar, receptividad a la innovación y tolerancia de la diversidad. Admito que ya no soy un joven politólogo; fui al oeste (o mejor dicho, retorné al oeste) y encontré allí conformidad con el poder, carrerismo rampante, hostilidad a paradigmas alternativos y un escolasticismo indiferente a las preocupaciones del mundo real. Estoy convencido de que la máxima debe ser, al menos por el momento, invertida. Para quienes deseen practicar una ciencia política que sea crítica del poder establecido, sensible a la naturaleza distintiva de su objeto de estudio, y capaz de explicar las complejidades de la vida política a la gente real, el consejo es "ir al este... y si es posible, cada tanto, al sur". Allí podrá cuestionar libremente los supuestos prevalecientes, desarrollar conceptos y métodos innovadores, estudiar temas significativos y, quizá, incluso influenciar el curso de los acontecimientos políticos. También tendrá mayores probabilidades de realizar una contribución significativa a una ciencia política globalizada.

Tabla 1

1 Una versión previa de este ensayo fue presentada en ocasión de la conferencia organizada por Luigi Graziano en el 50* aniversario de la International Political Science Association (IPSA). El panel en el cual fue presentado debía referirse a la pregunta: "Ciencia Política: ¿una ciencia estadounidense?" A pesar de que no pude asistir, entiendo que mi trabajo no fue muy bien recibido entre el elenco estelar de luminarias internacionales que allí participaron. No solamente sugerí que la IPSA puede haber sido cómplice en el esfuerzo para "americanizar" la disciplina, sino que también expresé mi opinión de que la ciencia política no es ni nunca podrá ser "estadounidense" y que, si las tendencias actuales persisten sin cambios del otro lado del Atlántico, lo será menos aún en el futuro. Agradezco al editor de esta revisión, James Newell, por haber rescatado esta pieza de la oscuridad y asimismo le absuelvo de cualquier responsabilidad sobre su contenido. En esta versión ligeramente revisada, no he cambiado dos cosas: 1) he abjurado del uso extensivo de notas a pie de página, por lo cual, casi todas mis afirmaciones de orden empírico permanecen indocumentadas; 2) no he bajado el tono manifiestamente polémico y personal del trabajo, a pesar de reiteradas sugerencias al respecto.

Debe observarse que este manual constituye un enorme avance sobre sus predecesores (en inglés) que presumían que sólo valía la pena reseñar la ciencia política de los Estados Unidos a la hora de examinar el "estado del arte". Goodin y Klingemann expresan orgullosamente que "casi la mitad de nuestros cuarenta y dos colaboradores tienen afiliaciones institucionales no-estadounidenses" (pág. xiii). No puedo resistir la tentación de señalar que casi todos ellos son europeos del norte (alemanes, escandinavos o británicos) y que los dos que no lo son (Mattei Dogan y Giandomenico Majone) tienen o han tenido poco antes cargos en los Estados Unidos. Con respecto a la ciencia política fuera del circuito transatlántico, uno puede leer el ensayo completo, ¡y ni siquiera enterarse de su existencia!

Sobre este tema referido a la convergencia, los cien tifíeos políticos podrían beneficiarse de la lectura de un importante análisis escrito por una economista (austríaca) y un sociólogo (holandés): Brigitta Ungery Frans van Waarden (eds.), Convergency or Divernty? Internationatization and Economic Policy Response, Aldershot, Avebury, 1995.

Este número es citado por Dirk Berg-Schlosser en "Vergleichende Europäische I\>litikwissenschaft -Ansätze einer Pkstandaiifhahrne", en Politische Vierteljahrtsschrifi, Vol.38,N°4,1998, pág. 829, quien refiere a David Easton et al ine Development .íO'oimcdSáence, London, Routkdge, 1991, como su fuente.

Mi impresión es que es una exageración y, aún más, estoy convencido de que la superioridad numérica de los Estados Unidos está declinando. No debe confundirse el incremento exponencial en el uso del idioma inglés con la difusión de la versión estadounidense de la ciencia política (o por caso, de la versión

británica). No hace falta aclarar que estadounidenses y británicos poseen una ventaja inicial debida al lenguaje y que la mayoría de las innovaciones conceptuales aparecerán inicialmente en inglés debido a su uso como lingua franca, pero esto no es suficiente para asegurar que el contenido y los supuestos detrás de ellas serán estadounidenses (o británicos). Cada vez más publicaciones nacionales en Europa están publicando en forma rutinaria artículos en inglés tanto como en su lengua nacional -excepto claro, por la Revue Française de Sciences Politiques- pero yo no interpretaría esto como un indicador del la creciente hegemonía estadounidense en la profesión.

Una observación similar puede inferirse del artículo de Kenneth Newton y Josep P. Valles, "Introduction: political science in Western Europe, 1960-1990", en European Journal of Political Science, Vol. 20, N° 3 y 4, diciembre 1991, págs. 227-238.         [ Links ] Ellos hacen la intrigante sugerencia de que "una vez que se supera el umbral del requisito de un gobierno democrático y abierto, y un alto estándar de vida, la ciencia política no depende de una configuración especial de circunstancias políticas y sociales" (pág. 229). A Europa le tomó más tiempo atravesar ese umbral -y Newton y Valles notan específicamente el factor de sus "sistemas universitarios rígidos y centralizados" en los cuales otras disciplinas mejor establecidas pudieron resistir mejor la demanda por un rol distintivo para la ciencia política, adicionalmente al retraso con el cual llegaron las libertades políticas y la riqueza económica en comparación con los Estados Unidos—.

Puede descartarse el uso del Social Science Citation Indexcomo test para comparar los atractivos de la ciencia política estadounidense y la europea. La lista de publicaciones allí incluida es sesgada. Con muy honrosas excepciones, cualquiera que haya tenido la mala suerte de no haber publicado en inglés es simplemente ignorado. Sólo el 9% —10 de las 111 publicaciones de ciencia política y relaciones internacionales monitoreadas por este Index— no son en inglés. Como alguien que regularmente publica fuera de los Estados Unidos (aunque admito que a veces en inglés) puedo atestiguar que son estos artículos los que parecen atraer el mayor interés -quizá precisamente por ser tan poco usual que un extranjero lo haga.

8 Sobre la intrascendencia de la ciencia política estadounidense reciente para la política estadounidense, ver Charles Lindblom, lnquiry and Change: The TroubledAttemptto UnderstandandShape Society, New Haven, Yale University Press, 1990.

9 Exduyo de esta generalización el caso especial del Departamento de Gobierno de Harvard, varios de cuyos miembros han utilizado sus conexiones con servicios diplomáticos, de seguridad e inteligencia para facilitar su avance académico y para obtener importantes posiciones en el aparato del Estado. La relación (¿pasada?) de Yale con la "comunidad de inteligencia" estadounidense constituyó otra excepción (menos pública).

10 Para una conclusión similar, ver David McKay, "Why is There a European Political Science?", en Political Science andPolitics, otoño 1988, pág. 1053. McKay sin embargo nota que Gran Bretaña es una excepción en la cual "el mundo político nacional y local es mucho más cerrado a los académicos que en los Estados Unidos". En este y muchos otros aspectos, la ciencia política británica es más cercana a las prácticas estadounidenses que a las del continente.

El número de instituciones afiliadas ha subido de 157 en 1992 a 235 en 1998, a pesar de que se debe notar que entre sus "miembros asociados" hay un número creciente de universidades de los Estados Unidos. Recientemente, la participación en sus "Sesiones Conjuntas" anuales ha fluctuado desde un pico de 570 en Madrid en 1994 a un piso de 325 en Bochum en 1990, con unos 400 en Warwiclc en 1998. Es significativo que cuando fue creado en 1970, los fundadores del ECPR eligieron no imitar el formato de "mercado persa" de la APSA sino requerir que todos los participantes eligieran entre una docena de opciones un seminario de cinco días sobre un tema específico. El intento manifiesto era ayudar a la creación de redes eurocéntricas y reunir una masa crítica que a menudo no era posible en un solo país. Dada la subsiguiente proliferación de lugares en los cuales los politólogos europeos se reúnen regularmente, así como el incremento absoluto de participantes, uno podría preguntarse si este modelo no ha alcanzado los límites de su rendimiento.

1 Para esta conceptualización de los resultados posibles de los procesos de integración, y para evidencia de que lo que ellos denominan "globalización minus" ha ocurrido en algunas arenas políticas clave, ver Richard Breen y Daniel Verdier, "Globalization and Europeanization-Part I", artículo inédito presentado en el Seminario sobre Europeanización, Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, Instituto Universitario Europeo, 31 de marzo de 1999.

Especialmente cuando "más importante" se define frecuentemente como "aquel donde publica mi camarilla". No es necesario agregar que los politólogos estadounidenses rara vez consideran "importantes" a las publicaciones no-estadounidenses —y aquellas no publicadas en inglés ni siquiera son consideradas.

N. del T.: concepto utilizado en cibernética que implica que, a mayor variedad de acciones disponibles por un sistema, mayor es la cantidad de perturbaciones que es capaz de compensar.

15 El legado parece variar según el tipo de moda. Los conductistas tuvieron éxito en producir una gran cantidad de datos útiles sobre el mundo real de modo que su declinación en prominencia académica fue mitigada por su capacidad de encontrar trabajos importantes (y bien remunerados) como encuestadores, consultores, columnistas de televisión en tiempo de elecciones, etc. Los "especialistas de área" nunca fueron amenazadores porque su ventaja competitiva era primordialmente conceptual y temática -nunca metodológica o epistemológica— y dios, también, se han asentado en enclaves relativamente "cómodos" de la profesión donde producen importante información y análisis acerca de países "exóticos". Una de mis preocupaciones relativas al inevitable ocaso del rational choice es que va a ser mucho más difícil para sus entusiastas encontrar un nicho satisfactorio debido a que virtualmente no han producido información o descubrimientos sustancialmente útiles. Uno podría pensar que serán aceptados como "refugiados académicos" en los departamentos de economía, aunque dudo que esto suceda ya que los supuestos y métodos que están aplicando a la ciencia política ya son obsoletos en economía. Sobre el tema de la vacuidad, ver Donald E Green y Ian Shapiro, Pathologies of Rational Choice: A Critique of Applications in PoliticalScience, New Haven, Yale Universiry Press, 1994.

16 Mucho más que en Europa o en otros lugares, la ciencia política estadounidense tiende a estar dominada por "americanistas", es decir, profesionales especializados en política y asuntos domésticos -sean nacionales o extranjeros-. A excepción de un breve período en los años 60 y 70 cuando los comparativistas parecían estar en ascenso, la mayoría de los departamentos y virtualmente todas las publicaciones (salvo los de "estudios de área" o de "política comparada") han estado dominados por personas con casi ninguna experiencia fuera de los Estados Unidos y que virtualmente nunca leen, citan o contribuyen a la ciencia política "extranjera". Como ha notado Gianfranco Pasquino en "Comparative Politics in Comparative Perspective", en APSA-CP Newsletter, Vol. 9, N° 2, verano 1998, pág. 8, los politólogos europeos se han visto obligados desde hace mucho tiempo "a ser comparativistas" y no se les ocurriría tratar de entender su política doméstica sin referencia a ningún otro país.

El último volumen editado por Charles Tilly, The Formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press, 1975, no es europeo solamente en su objeto de estudio, sino también en orientación conceptual -y casi diametralmente opuesto al trabajo previo del Comité.

18 Esto puede ayudar a explicar otra particularidad de la ciencia política estadounidense, a saber, su rígida distinción entre "política americana" -ni mencionemos, comparada- y "relaciones internacionales". Procediendo de una comunidad que siempre consideró que no tenía nada que temer o aprender de sus vecinos, debe haber parecido especialmente plausible separar los dos campos tan radicalmente y, por tanto, presumir que eran regidos por principios completamente diferentes y relativamente inmunes a la influencia recíproca. En el resto del mundo, los persistentes efectos del imperialismo, intervenciones extranjeras, interdependencia económica y difusión de políticas públicas volvieron este supuesto manifiestamente implausible.

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