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versión On-line ISSN 1851-9601

Postdata vol.22 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2017

 

LOS SENTIDOS DEL ESTADO EN LA IDENTIDAD KIRCHNERISTA

 

Nuria Yabkowski**

* Este artículo es producto de una investigación realizada en el marco del proyecto PIP-Conicet “Hegemonía y antagonismo en la Argentina de principios del siglo XXI. El caso del populismo kirchnerista”, dirigido por la Dra. Paula Biglieri.
** Socióloga y Magíster en Investigación en Ciencias Sociales (UBA). Investigadora-docente del área de Política del Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento y docente del Ciclo Básico Común de la UBA. E-mail: nuriayaco@gmail.com.

Resumen

En este artículo se abordan los sentidos del Estado al interior de la identidad kirchnerista, tanto en el discurso presidencial como en las voces de los militantes. Para ello analizamos, en primer lugar, los discursos presidenciales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. En segundo lugar, analizamos las entrevistas que realizamos a militantes de algunas agrupaciones kirchneristas de distintas regiones del país. La pregunta que moviliza este artículo se refiere a la capacidad para perdurar del kirchnerismo como identidad política. En esta identidad el Estado es un elemento central, el cual se concibe como articulador político, con un fuerte sentido reparador y como un espacio con pretensión de incluir y representar a todos los argentinos. La hipótesis que arriesgamos aquí es que la perduración del kirchnerismo como identidad política depende, en parte, de la consolidación de un cierto sentido del Estado.

Palabras clave
Argentina - kirchnerismo - identidad política - Estado - discurso

Abstract

In this article, we consider the ways of understanding the State within the Kirchnerist identity, focusing both on the presidential speeches given by Néstor Kirchner and Cristina Fernández de Kirchner and on the voices of the activists. We first address the presidential speeches, and then analyze the interviews we conducted with some Kirchnerist groups from different regions of the country. The main question we try to assess is the ability of Kirchnerism to endure as a political identity. It is crucial for the conformation of this identity to make sense of the State as a political articulation, which can repair losses and entails a tendency to include and represent all Argentinians. Our hypothesis is that the chance for Kirchnerism to last as a political identity depends, in part, on the consolidation of this particular sense of the State.

Key words
Argentina - Kirchnerism - political identity - State - speech

“Para un príncipe, gobernar consistirá en poder alcanzar una lógica de mutua adecuación, siempre inacabada, entre él y el pueblo (el universale), porque es el pueblo la causa principal de la estabilidad e inestabilidad del Estado.”

Sebastián Torres, Vida y tiempo de la república. Contingencia y conflicto en Maquiavelo (2013: XX).

I. Introducción

Durante el mandato de Néstor Kirchner (2003-2007) las ciencias sociales se preguntaban qué es el kirchnerismo, cuáles eran sus principales características, qué era aquello que lo definía y si alcanzaba a ser una entidad autónoma que lo justificara como objeto de estudio. Concluido el tercer mandato del kirchnerismo, cuando ha dejado de ser gobierno y ya se ha investigado y escrito bastante al respecto, los principales interrogantes mutan. La pregunta que moviliza este artículo se refiere a la capacidad para perdurar del kirchnerismo, abordándolo desde la perspectiva de las identidades políticas. En esta identidad el Estado es un elemento central, y para dar cuenta de los sentidos que adopta analizamos, en primer lugar, los discursos presidenciales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner entre 2003 y 2011. En segundo lugar, analizamos las entrevistas que realizamos a militantes de algunas agrupaciones kirchneristas de distintas regiones del país.

Los años kirchneristas han sido abordados en la extensa producción académica desde múltiples perspectivas. Un grupo de investigaciones se ha centrado en analizar las continuidades y rupturas entre el kirchnerismo y el neoliberalismo menemista (Svampa 2007, Novaro 2006, Repetto 2011, Castellani 2013, entre otros). Otros han revisado la relación entre peronismo y kirchnerismo (Arzadun 2008, Torre 2005). Otro grupo de investigaciones evalúa la debilidad y la fortaleza de las instituciones durante los gobiernos kirchneristas. Podría comprenderse a este conjunto de investigaciones como un subgrupo dentro de aquel que analiza las continuidades y rupturas con el menemismo, pero a la vez como un subgrupo dentro de aquellos que analizan las relaciones, continuidades, innovaciones y rupturas entre kirchnerismo y peronismo (Levitsky y Murillo 2008, Ollier 2006, Iazzetta 2009, entre otros). También se ha estudiado la relación con las organizaciones sociales, como lo hacen Retamozo, Schuttenberg y Viguera (2013) y Pérez y Natalucci (2012). Finalmente, existe una amplia producción bibliográfica que aborda los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández desde el análisis del discurso de ambos presidentes, algunos lo hacen desde una perspectiva lin-güístico-discursiva (Dagatti 2010, Raiter 2013), mientras que otros ligan el análisis del discurso con debates propios de la teoría política y, en muchos casos, aunque no en todos, con los debates alrededor del concepto de populismo (Muñoz y Retamozo 2008, 2013; Biglieri y Perelló 2007, Aboy Carlés 2005, 2013; Aboy Carlés y Semán 2006, Rinesi 2013, Martínez 2013, Montero 2012, Barros, Daín y Morales 2012).

Nuestro trabajo se incluye dentro de este último grupo de investigaciones con el que compartimos una forma de abordaje (desde el discurso político) y un marco teórico, así como también un conjunto de preguntas que entendemos no podrían ser respondidas desde las perspectivas que se adoptan en el resto de las investigaciones. El análisis desde las identidades políticas nos permite preguntar no solo por las características del fenómeno kirchnerista (lo que evidentemente pueden hacer y hacen todas las investigaciones, con sus distintos recortes), sino también por las posibilidades y condiciones de su duración, incluso (y sobre todo) cuando ha dejado de ser gobierno.

Gerardo Aboy Carlés y Pablo Semán forman parte de los autores que analizan el kirchnerismo en el marco del debate sobre las especificidades del populismo1. Sostienen que el gobierno de Néstor Kirchner instauró dos fron-1 Aboy Carlés comprende el populismo como una forma de constitución y funcionamiento de una identidad política que negocia de una forma particular la tensión entre teras temporales, una con los tiempos de la última dictadura militar, la otra con el menemismo de los años noventa. Intenta suturar el espacio político a través de una promesa de recomposición de la comunidad política, incluyendo a los que fueron excluidos en ese pasado siniestro, haciendo converger, de forma novedosa, motivos democráticos con motivos nacionalistas. Pues en el discurso de Kirchner, la nación aparece como el espacio de reparación de derechos dañados o de derechos que jamás fueron concedidos. Esto fue posible porque la crisis de 2001 produjo una dislocación que creó las condiciones para que la nación se resignifique como comunidad plena y ausente. Estaríamos ante un populismo moderado, ya que el juego pendular entre la inclusión y la exclusión opera menos radicalmente (los mecanismos de reducción a la unidad son menos violentos). El gobierno de Kirchner se encuentra entonces entre las formas de la democracia populista y las formas de la clásica democracia liberal. Así, el retorno de la idea de nación no clausura el espacio público, sino que provoca la proliferación intensa de espacios políticos (Aboy Carlés y Semán 2006).

Paula Biglieri también analiza el kirchnerismo en el marco del concepto de populismo, mostrando cómo los actos de gobierno producen una división dicotómica del espacio social, identificando el “nosotros” con el pueblo argentino y, a la postre, con el kirchnerismo. En sus discursos, y desde el comienzo del mandato, se identifican varios “enemigos del pueblo argentino”: las corporaciones, los militares acusados de violaciones a los derechos humanos, las empresas privatizadas de servicios públicos, la “mayoría automática” de la Corte Suprema de Justicia, el sindicalismo ligado al menemismo y el Fondo Monetario Internacional. “Hay una nueva hegemonía en la Arlas estrategias de ruptura e integración de la comunidad política. Esta especificidad reside en la “a veces simultánea, a veces alternativa exclusión/inclusión del adversario en el propio campo de representación que el populismo aspira a asumir” (Aboy Carlés 2005: 131). En realidad, es una gestión extrema y radical de esta tensión lo que caracteriza al populismo, por ende, es una cuestión de grados. El momento de ruptura es el momento del fundacionalismo, es decir, el de establecimiento de una abrupta frontera política en el tiempo entre un pasado amenazante y un futuro venturoso. El momento de integración en tanto hegemónico apuesta a la imposible clausura de cualquier espacio de diferencias políticas al interior de la comunidad. En esta tensión el demos se redefine constantemente. Si la re-fundación crónica es una característica presente a lo largo de los años de democracia desde 1983 (en los gobiernos de Alfonsín, Menem y Kirchner, no así en el de la Alianza), lo hegemónico ha menguado en favor de un pluralismo que se ha ido institucionalizando cada vez más en la vida política argentina.

gentina porque se ha configurado un ‘pueblo argentino’ que a través de su líder salió a delimitar los espacios de acción de sus enemigos y, con ello, a instalarse como un pueblo soberano. No dependiente. Nacional y popular. Kirchnerista” (Biglieri 2007: 74, cursiva en el original). Con esta frase muestra al kirchnerismo como el producto cristalizado de una cadena de equivalencias. La práctica articulatoria inauguró nuevas posiciones de sujeto y en ese sentido modificó identidades. Y el hecho de que muchas de esas demandas hayan sido institucionalmente satisfechas, inauguró una nueva posición frente al Estado, ante el cual emergieron nuevas demandas y también nuevos derechos (Biglieri et al. 2007). Al respecto, Martín Retamozo sostiene una posición similar, ya que sostiene que la lógica institucional de satisfacción de demandas se articuló con la lógica populista equivalencial, produciendo un doble efecto: por un lado, el gobierno de los movimientos sociales, es decir, una forma de procesar el conflicto social que no busca agotarlos, ya que es necesario que mantengan su capacidad de movilización. Por otro, la generación de un campo simbólico en el cual los movimientos sociales pudieran identificarse, generando una superficie de inscripción relativamente estable. No existe entonces por parte del gobierno una pura absorción diferenciada de la demanda, sino una co-producción de ella que modifica los modos de ser de la comunidad política (quién es parte y quién no), produciendo un espacio identitario entre aquellos colectivos que fueron redimidos (Retamozo 2013). María Antonia Muñoz y Martín Retamozo (2008) analizan qué contenidos son asociados en el discurso de Néstor Kirchner al significante pueblo. En su discurso de asunción, el Presidente reconoce al pueblo como su colectivo de pertenencia y se proclama su intérprete. Dado que el pueblo es el protagonista político por excelencia (soberano), pero solo se manifiesta a través de su representación, se favorece la centralidad de la figura presidencial por encima de otras formas de agrupamiento (movimientos sociales, partidos políticos, sindicatos). Kirchner tuvo que transformar el antagonismo entre pueblo y clase política en favor propio, y para ello se presentó como “hombre común”. En coincidencia con Aboy Carlés, los autores reconocen la figura del “pueblo dañado”, que será reparado a través de la inclusión social que produce el Estado. La reparación del pueblo aparece articulada con otros dos elementos, la recuperación de la política y la calidad del funcionamiento de las instituciones. El Estado como herramienta de salvación contrasta con la primacía del mercado durante los años noventa (el enemigo del pueblo está identificado con esa década y con el neoliberalismo), y junto a la producción y el trabajo se propone una forma de organizar la comunidad. El Estado sutura la herida social, y por ello devuelve la unidad a una sociedad quebrada. La potencial eficacia del “mito” del Estado salvador se explica, en parte, debido a que ya estaba presente históricamente en la subjetividad subalterna y, más recientemente, en las demandas de los desocupados. Por otra parte, las políticas públicas produjeron las condiciones de efectividad para esta “promesa de plenitud social en clave estatal” (Muñoz y Retamozo 2008: 146).

Eduardo Rinesi (2013a, 2013b) analiza el kirchnerismo no ya bajo la articulación de diferentes lógicas, sino reconociendo en él una amalgama de tradiciones políticas. El componente liberal lo identifica en medidas como la orden a la policía de custodiar la protesta social con personal desarmado o la eliminación de las figuras de calumnias e injurias. El componente republicano aparece con el Estado como garante de la libertad y autonomía de los sujetos, y no como enemigo de ellos, y también en la reposición del conflicto en la escena pública, es decir, en el reconocimiento de que la cosa pública es un campo de batalla. Para Rinesi, pensar hoy la emancipación en América Latina implica pensar al Estado como un momento de ese proceso. En tercer lugar, utiliza la idea de jacobinismo para expresar la posibilidad de que una élite instalada en la cima del aparato del Estado sea un sujeto movilizador de transformaciones sociales en un sentido emancipatorio. En algunos momentos, el kirchnerismo lleva adelante un modo de actuar “desde arriba”, no respondiendo a demandas preexistentes, sino señalando derechos que no han sido reclamados (como los derechos del personal doméstico). Pero esto es solo un momento, en otros casos, las decisiones reflejaban respuestas a demandas que se venían escuchando desde hace muchos años (como la Asignación Universal por Hijo que proponía la Central de Trabajadores Argentinos o la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual). Finalmente, el componente populista puede reconocerse en el doble movimiento de ruptura e integración de la comunidad política. Por un lado, la ruptura con un modo de hacer política, propio del neoliberalismo, colocar a la política al mando de la economía y al Estado como garante de derechos y de la integración social de la ciudadanía. Por otro, la construcción de esa ciudadanía como un pueblo, un sujeto colectivo popular.

Este sucinto estado del arte nos muestra entonces, por lo menos, dos cosas. En primer término, la productividad y pertinencia que ha tenido y sigue teniendo el concepto de populismo para analizar el kirchnerismo. En segundo término, el lugar clave que ha ocupado el Estado y cómo se ha resignificado al interior de esta identidad política, lo que nos permite reafirmar la necesidad de seguir profundizando esta línea de análisis. La hipótesis que arriesgamos aquí es que la perduración del kirchnerismo como identidad política depende, en parte, de la consolidación de un cierto sentido del Estado.

Realizamos un abordaje discursivo de las identidades políticas, asumiendo que la construcción del sentido sobre la realidad solo es posible a través del discurso. Comprendemos el discurso como dispositivo social que no tiene solamente una capacidad expresiva, sino un poder constructivo en el orden social. Asumimos que tanto una acción de gobierno como los efectos que ella provoca no pueden ser separados del sentido que se constituye sobre ellos, así como el sentido que se expresa en una alocución no puede ser separado de la medida que se lleva a cabo. De esta manera, el discurso es el conjunto inseparable de acciones y alocuciones. En su clásico trabajo Hegemonía y estrategia socialista, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (2004) fundamentan esto afirmando que el discurso es el terreno desde el cual se constituye la objetividad de lo social, lo que implica, a su vez, sostener el carácter material de toda estructura discursiva y la performatividad del lenguaje, por lo que se afirma que la distinción entre elementos lingüísticos y extralingüísticos solo es factible al interior de un discurso (Laclau y Mouffe 2004, Laclau 2000). La teoría del discurso de Laclau adopta como supuesto que todos los objetos y prácticas tienen un significado, y que los significados sociales son contextuales, relacionales y contingentes. Vale decir, que todos los sistemas de prácticas con sentido —o discursos— dependen de su relación con otras prácticas y/o identidades, que son las que le permiten construir su sentido específico en una coyuntura determinada (Howarth 2005).

Dentro de este marco, las palabras son fundamentales porque son las huellas de una fijación parcial de la significación social y por ello cumplen un papel clave en la construcción y reproducción del orden social y sus significaciones. La realidad política, esto es, los objetos y las prácticas políticas, es significada y hecha inteligible a través del discurso político, y por ello los actores ponen en uso principios de lectura de la realidad política precisamente a través de sus propios discursos.

El análisis de la retórica presidencial argentina encuentra sus antecedentes en los trabajos de Emilio de Ípola (1983), Oscar Landi (1985), Silvia Sigal y Eliseo Verón (1986). En la década del noventa el interés por el discurso político decayó bastante, mientras que en los últimos diez años recobró fuerza a partir de las investigaciones sobre el kirchnerismo, como ya hemos visto. Las numerosas críticas que ha recibido este tipo de análisis resaltan el carácter inauténtico del objeto de estudio: señalan, por ejemplo, que con frecuencia los presidentes no redactan sus alocuciones oficiales; que, por otra parte, se trata de un recurso puramente demagógico que no refleja las “verdaderas” intenciones o decisiones del agente, entre otras cuestiones. Sin embargo, es posible superar estas críticas si se aborda la retórica desde la significación política. En este sentido, deja de ser pertinente una observación que parta desde las “intenciones” de los oradores, porque lo que se estudia es el efecto de sentido que sus palabras tienen dentro de un discurso político.

Cualquier discurso político que una sociedad construya sobre su propia realidad está conformado por una multiplicidad de voces, aunque no todas producen los mismos efectos. Las retóricas presidenciales, debido a la posición institucional de quien enuncia (especialmente en Argentina y otros países presidencialistas) y al liderazgo que desde allí puede construirse, siempre tienen un poder propio. Sin embargo, dependiendo de la coyuntura, ellas tendrán mayor o menor influencia y relevancia en la conformación del discurso político. En los casos que abordamos en este trabajo, se trata de dos figuras que no sólo ocuparon el rol de Presidente de la República, sino que también lideraron su espacio político. En este sentido, su palabra fue de gran importancia para la construcción de los proyectos políticos que representaron.

Para realizar la construcción del corpus discursivo de las alocuciones presidenciales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se delimitó el período 2003-2011, pero dentro del mismo no se adoptaron criterios formales, sino que se buscó seleccionar aquellas alocuciones presidenciales más significativas en relación al eje que íbamos a analizar. Para realizar el recorte, por lo tanto, incluimos en el corpus aquellas alocuciones donde aparece con más claridad y contundencia el sentido del Estado. Si bien es cierto que estas definiciones pueden aparecer en cualquier momento, nuestro marco teórico nos indica que lo hacen con mayor contundencia en las coyunturas conflictivas, en las que se sostiene un enfrentamiento con otros actores y posturas, en las que la confrontación y la construcción de un adversario aparecen como elementos clave (pues se asume que la identidad de un proyecto político se constituye marcando una diferencia con aquellos que se erigen como adversarios, trazando una frontera a partir de la cual se puede constituir la identidad como espacio de homogenei-dad2). La amplitud del corpus nos impide representarlo adecuadamente en toda su magnitud en este artículo, tanto por razones de extensión como de saturación, y por eso hemos seleccionado apenas algunos fragmentos a modo de muestra, para sostener y probar aquello que afirmamos.

Incorporamos en este trabajo el análisis de las voces de los militantes kirchneristas con el objetivo de analizar los sentidos del Estado en lo que Verón (1987) llamaría los prodestinatarios del discurso presidencial. Estamos convencidos que la perduración de una identidad política implica la incorporación de ciertos sentidos, de ciertas claves de lectura sobre la realidad y de ciertas interpretaciones sobre el pasado en todos aquellos que asumen dicha identidad. Entonces, para responder la pregunta que guía este trabajo, se torna fundamental no reducir el abordaje discursivo a la retórica presidencial. Para construir entonces este segundo corpus de análisis, entre los años 2009 y 2014, en el marco del proyecto de investigación PIP-Conicet “Hegemonía y antagonismo en la Argentina de principios del siglo XXI. El caso del populismo kirchnerista”, bajo la dirección de la Dra. Paula Biglieri, realizamos más de cincuenta entrevistas a distintas agrupaciones políticas y sociales que se autoidentificaban como kirchneristas, en distintas partes del país3. El objetivo fue abarcar la mayor diversidad posible al interior de los

En los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández podemos identificar como coyunturas conflictivas la renovación de la Corte Suprema de Justicia, la declaración de la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final y el reinicio de los juicios a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, la cancelación de la deuda con el FMI, la re-estatización de los fondos de jubilaciones y pensiones y de la empresa Aerolíneas Argentinas, la ley de servicios audiovisuales, el intento de aumentar las retenciones a la exportación de granos (la Resolución 125), la signación universal por hijo y otros programa sociales. En todos los casos, incluimos en el corpus los discursos de asunción y las aperturas de sesiones ordinarias en el Parlamento, ya que institucional y políticamente constituyen momentos en los que se realizan diagnósticos y se formulan propuestas y definiciones.

Entrevistamos a militantes de las siguientes agrupaciones: Movimiento Popular Libertador San Martín (Rosario y Santa Fe-Provincia de Santa Fe), JP Evita (San Martín y La Matanza –Provincia de Buenos Aires; Rosario-Santa Fe); Movimiento Martín Fierro (Rosario-Santa Fe), Juventud Kirchnerista (Rosario-Santa Fe), La Cámpora (CABA), Madres de Plaza de Mayo, Red de Mujeres con Cristina, Socialistas para la Victoria y militantes del movimiento LGTB. También entrevistamos a militantes de Barrios de Pie y Libres del Sur, dos agrupaciones que se identificaron como kirchneristas aunque luego dejaron de hacerlo. Aunque el objetivo original del proyecto era cubrir una mayor parte del territorio nacional, los problemas respecto a la disponibilidad de los fondos del proyecto impidieron la realización del resto de los viajes planificados.

militantes kirchneristas en términos territoriales, políticos, así como también respecto al tipo de organización y militancia.

Expusimos hasta aquí un breve estado de la cuestión sobre el kirchnerismo para identificar nuestro trabajo con algunas de las líneas que ya se vienen desarrollando hace algunos años, nuestro abordaje metodológico desde el discurso político y algunas referencias sobre la construcción del corpus. En el siguiente apartado, antes de comenzar el análisis propiamente dicho, desarrollamos los conceptos más importantes de nuestro marco teórico.

II. La política “pos-fundacionalista”, el populismo como lógica y el Estado como producción política de la unidad social

Partimos de dos definiciones que expondremos brevemente para dar cuenta de nuestro marco teórico. En primer lugar, comprendemos la política desde una perspectiva posfundacionalista. Esto significa cuestionar los fundamentos metafísicos que se encarnan en figuras como la totalidad, la universalidad o la esencia, pero sin pretender borrarlos por completo —para proponer una filosofía del “todo vale” a partir del postulado de la imposibilidad de cualquier fundamento (lo que sí hace el anti-fundacionalismo)—, se trata más bien de “debilitar su estatus ontológico” (Marchart 2009: 15).

Ello implica una doble afirmación: en primer lugar, los fundamentos son ontológicamente necesarios y por lo tanto no hay sociedad posible sin ellos. En segundo lugar, asumir la imposibilidad ontológica de sostener la existencia de un fundamento último del orden social, puesto que así se habilita la pluralidad de los fundamentos posibles, al tiempo que se coloca en un primer plano el carácter contingente que reviste cualquiera de ellos (Marchart 2009). Esto implica que el “momento de lo político” es el momento de un fundar parcial, siempre fallido, y esto es porque hay algo que subsiste y que no puede ser subsumido bajo la lógica del fundamento. Aquello que ha quedado afuera puede acosar lo fundado, puede incluso forzarlo hasta la des-fundación, pero lo que no implica este afuera es la desaparición de la necesidad del acto mismo de fundar. Por el contrario, lo potencia, puesto que este acoso (que no es anómalo sino estructural) es el que convierte la fundación en el acto político por excelencia. Fundar es entonces el momento de dar forma a la sociedad —según la expresión de Lefort—, el encuentro con la contingencia.

En segundo lugar, analizamos el kirchnerismo como una identidad populista. Retomando los aportes de Ernesto Laclau (2005), se concibe el populismo como un tipo específico de relación política que cuestiona el orden simbólico e institucional de lo social. Esto implica colocar un fuerte énfasis en el carácter político de los procesos de “nominación del pueblo” —esto es, quién es el pueblo, quién se arroga su representación y en virtud de qué fundamentos de legitimidad— y del sentido de la relación del pueblo con su “otro” —es decir, de quiénes son los enemigos del pueblo—.

Ambas definiciones se articulan. Si no hay un fundamento último al cual recurrir para establecer la autenticidad de una identidad política, si la contingencia reviste un carácter necesario para cualquier formación social, si, en definitiva, asumimos la primacía de lo político por sobre lo social (Laclau 2000), la representación debe ser pensada en franca analogía con el acto de fundar, es decir, sostener a la vez su imposibilidad (como realización plena) y su necesidad (de orden ontológico). Y esto vale también, y especialmente, para la representación del pueblo. Lo que queremos decir con esto es que asumir las premisas del posfundacionalismo implica pensar al populismo como la lógica política específica que construye al pueblo como sujeto político. Ello implica dejar de lado todas aquellas concepciones que lo entendían como una forma particular de movilización, históricamente situada, de un sujeto previamente existente, positivamente localizable en un estrato social. Se trata, entonces, por un lado, de comprender esta operación constitutiva del pueblo como lógica política y, por otro, de trazar las marcas de su especificidad.

Según entiende Ernesto Laclau (2005), la operación populista comienza (aunque no en un sentido temporal) con la aparición de un antagonismo que implica un espacio social fracturado ante la existencia de demandas insatisfechas y de un poder insensible a ellas. Lo que es lo mismo que decir que el antagonismo surge como la experiencia de una falta, de una deficiencia, cuyo reverso imaginario es la plenitud de la comunidad, razón por la cual aquellos que son vistos como los responsables de la insatisfacción (el poder) no pueden ser incorporados a este lado de la frontera que traza el antagonismo. Entre estas demandas se produce luego una articulación equivalencial donde se privilegia lo que ellas tienen en común4, pero siempre teniendo en cuenta que ello no es un componente abstracto positivo, sino solamente el efecto performativo de la frontera antagónica. Finalmente, cuando estas demandas se unifican en un sistema estable de significación, se cristaliza una identidad popular, lo que implica que es el lazo equivalencial como tal el que ahora opera sobre las particularidades y se torna fundamento de ellas. Es decir, se invierte la relación entre las demandas particulares y el lazo equivalencial, de modo que es el pueblo el que actúa sobre los elementos que lo constituyen, modificándolos. Podemos decir entonces que la cristalización de una identidad popular se realiza a través de una operación hegemónica cuando una de las demandas particulares de la cadena equivalencial se vacía para encarnar la universalidad del pueblo. Cuál particularidad sea la que asuma este rol dependerá de la lucha política. Es en este punto donde el lugar del líder juega un papel central que caracteriza a las identidades populistas. En el nombre del líder se estabiliza la cadena de equivalencias, pues funciona como punto nodal. Por último, en el populismo, a diferencia del institucionalismo, el pueblo (la plebs) es la parte que aspira a constituirse como la única totalidad legítima (el populus), siendo ésta la específica forma de totalización, de trazar los límites de lo representable, que distingue al populismo de otras lógicas posibles. Ante lo cual cabe recordar que este modo de operación, que es el populismo, es tan contingente como cualquier otro, puesto que no hay necesidad lógica que lo explique o que lo haga nacer.

En definitiva, lo que hace que el populismo sea una lógica política y no un simple componente característico de un tipo de gobierno, es que genera un efecto de totalización: por un lado, estableciendo una frontera de exclusión, dividiendo a la sociedad y, por otro, ensayando permanentemente una recomposición de esa fragmentación que intenta suturar dicho campo a través del establecimiento de equivalencias. La cristalización de la cadena equivalencial “depende enteramente de la productividad social del nombre. Esta productividad deriva, exclusivamente, de la operación del nombre como significante puro, es decir, no expresando ninguna unidad conceptual que lo precede” (Laclau 2005: 139). Los nombres del pueblo constituyen su propio objeto, es decir, dan unidad a un conjunto heterogéneo de demandas5.

Pero el movimiento inverso también opera, esto es, nunca pueden controlar enteramente cuáles son las demandas que encarnan y representan. Las identidades populares son siempre los sitios de tensión entre estos dos movimientos opuestos y del precario equilibrio que logran establecer entre ellos (Laclau 2005: 140).

Teniendo esto en cuenta podemos reformular nuestra pregunta inicial. ¿Cuáles son los “nombres del pueblo” en el kirchnerismo? Dichos nombres, ¿tendrán la posibilidad de perdurar? Identificamos dos nombres especialmente importantes en lo que respecta a su potencialidad hegemónica: a) el nombre del líder y b) el Estado. En este artículo nos vamos a ocupar solamente de este último, lo que no significa en absoluto negar la relevancia del primero.

Dos razones nos asisten en esta elección. La primera es de orden empírico: dentro del universo de sentido kirchnerista el Estado se presenta como lógica de articulación social distinta a la del mercado, con un fuerte sentido reparador y, a la vez, como el espacio en el cual nos encontramos como iguales, un espacio con pretensión de incluir y representar a todos los argentinos. Esto se puede observar a través de los discursos presidenciales que construyen sentido sobre cada una de las medidas de gobierno, que analizamos en el apartado III.

La otra razón es de orden teórico: comprendemos que el Estado es una relación constituida como producto de las relaciones y prácticas sociales y, por lo tanto atravesado por diversas luchas, lo que explica la imposibilidad de concebirlo como una estructura homogénea y monolítica. El Estado tiene una autonomía relativa respecto de los distintos grupos de la sociedad (Poulantzas 1979) y una forma propia de procesar las relaciones de fuerza entre dichos grupos. Así, las contradicciones internas del Estado son una parte inherente de su estructura organizativa. Es un campo estratégico, una relación y por ello está plagado de contradicciones que abren el campo de la acción y de las prácticas. En términos laclauianos, se trataría de una estructura fallada, pues no se desconoce los límites que impone, sino que se los coloca en el lugar que corresponde, el de la contingencia que, aunque puede intentar suturarse y clausurarse, nunca podrá ser completamente borrada. Siguiendo a Norbert Lechner, el Estado en el capitalismo es un momento de una totalidad, es decir, una forma de la producción y reproducción de la sociedad por ella misma (…) El Estado repite y reproduce la sociedad, la re-presenta. No es agente de uno u otro grupo social sino representación simbólica del proceso social en su conjunto. (…) Tiene lugar un doble proceso: el Estado se constituye por medio de las relaciones sociales y, por otra parte, las constituye. Es objeto y sujeto a la vez (Lechner 1981: 1080-1081).

El objetivo es evitar las visiones instrumentalistas del Estado que lo reducen a su aparato, para concentrarse en la forma Estado. En esta concepción se presume la persistencia de las divisiones sociales, pero no su fijeza ni su carácter natural. Por el contrario, “desordenar y reordenar las relaciones sociales parecería ser lo propiamente político: la lucha por delimitar las divisiones, trazar los límites y, a la vez, elaborar los mecanismos de fusión y cohesión” (Lechner 1981: 1090). El Estado es entonces una forma específica de estructurar el todo social a través de sus divisiones, lo que implica el trabajo político de constituir a los sujetos. Dicha constitución no se encuentra predeterminada por la economía, pero tampoco es el simple resultado del discurso ideológico. Todo sentido invocado se inscribe en determinadas condiciones histórico-so-ciales, lo que permite comprender que el éxito de una invocación está condicionado por la distancia entre las condiciones de producción y las condiciones de recepción del discurso (Lechner 1981)6. Vale la pena resaltar que en nuestras sociedades actuales el Estado es solamente una de las formas específicas de estructurar el todo social, lo que implica que no es ni la central ni la única, sino que su carácter estructurador está constantemente disputado por otras formas, en especial la estructuración propia del mercado.

El carácter político de la unidad de una sociedad parece haber sido siempre más evidente para América Latina que para Europa, tal vez por la diversidad étnica y social, por su carácter “tardío” como sociedad moderna, tal vez por el rol que el Estado asumió en la constitución de las relaciones capitalistas. La posmodernidad, la globalización, la fuerza de los mercados trasnacionales, las comunidades identitarias que no se constituyen con referencia a un centro (la pérdida de poder de aglutinamiento de la nación y la clase), indican cada vez más en todo el mundo que pensar la sociedad como unidad implica reconocer el trabajo político de la articulación (Garretón 1996).

Es importante tener esto en cuenta para abordar la relación que existe entre los discursos presidenciales y los discursos de los militantes, y evitar toda perspectiva que indique que estos últimos realizan una incorporación mecánica y acrítica del discurso del líder.

El kirchnerismo parece reconocer esto último, y desde el gobierno se encarga de presentar al Estado como el principal articulador político que debe tener la sociedad. El desafío, entonces, es no dar lugar a la estadolatría, es decir, desconocerlo como lo que es: una relación de mediación producida por una sociedad dividida. Es tiempo ahora de mostrar el lugar que ocupa el Estado en el discurso presidencial de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, para luego explorar cómo aparece el Estado en los representados, en los receptores del discurso, en aquellos que se reconocen como kirchneristas.

III. Los sentidos del Estado en los discursos presidenciales

Analizamos los discursos presidenciales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner como un todo, ya que el objetivo aquí no es subrayar las posibles diferencias y especificidades, sino dar cuenta de los sentidos que construyen sobre el Estado desde sus discursos. En primer lugar, el discurso sobre el Estado es fuertemente normativo, porque no se trata de describir sino de prescribir lo que debe ser. En una clara referencia al debate por la democracia de los años ochenta, se sostiene que no se debe reducir el Estado al Estado de derecho. Por el contrario, y diferenciándose de la ideología promercado de los años noventa, el Estado debe recuperar un fuerte rol regulador, asumiendo protagonismo en el campo económico, para producir desarrollo y crecimiento.

En este nuevo milenio, superando el pasado, el éxito de las políticas deberá medirse bajo otros parámetros en orden a nuevos paradigmas. Debe juzgárselas desde su acercamiento a la finalidad de concretar el bien común, sumando al funcionamiento pleno del Estado de derecho y la vigencia de una efectiva democracia, la correcta gestión de gobierno, el efectivo ejercicio del poder político nacional en cumplimiento de trasparentes y racionales reglas, imponiendo la capacidad reguladora del Estado ejercidas por sus organismos de contralor y aplicación (…) Para eso es preciso promover políticas activas que permitan el desarrollo y el crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y la mejor y más justa distribución del ingreso. Como se comprenderá el Estado cobra en eso un papel principal, en el que la presencia o la ausencia del Estado consti-502

POST Data 21, N" 2, Los sentidos del Estado en la identidad kirchnerista

tuyen toda una actitud política (Néstor Kirchner, 25 de mayo de 2003, Acto de asunción presidencial).

Por otro lado, en estrecha articulación con lo anterior, se concibe un Estado presencial y reparador. La “mano reparadora” del Estado se ocupa de curar las heridas provocadas por el mercado, produce igualdad allí donde el mercado excluye, se encarga por lo tanto de los más vulnerables, de los que sufren las desigualdades sociales.

Sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente, debemos hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona (…) Es el Estado el que debe actuar como el gran reparador de las desigualdades sociales en un trabajo permanente de inclusión y creando oportunidades a partir del fortalecimiento de la posibilidad de acceso a la educación, la salud y la vivienda, promoviendo el progreso social basado en el esfuerzo y el trabajo de cada uno. Es el Estado el que debe viabilizar los derechos constitucionales protegiendo a los sectores más vulnerables de la sociedad, es decir, los trabajadores, los jubilados, los pensionados, los usuarios y los consumidores (Néstor Kirchner, 25 de mayo de 2003).

La política puesta al servicio del bien común, las instituciones reconciliándose de a poco con la sociedad, el Estado tratando de restañar las heridas con asistencia y, sobre todo, con una intensa tarea de promoción social… (Néstor Kirchner, 1 de marzo de 2004, Apertura de sesiones ordinarias en el Congreso de la Nación).

Juntos, el Estado y la gente, para volver a tener un Estado promotor, presencial, al que le duela lo que sufre nuestro pueblo” (Néstor Kirchner, 6 de enero de 2004, Firma de los contratos para la construcción de 360 viviendas en La Matanza).

También se encarga de reparar el daño que ha provocado el propio Estado y allí se tornan equivalentes las víctimas de las violaciones cometidas a los derechos humanos por la última dictadura militar y las víctimas de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre y acá si ustedes me permiten, ya no como compañero y hermano de tantos compañeros y hermanos que compartimos aquel tiempo, sino como Presidente de la Nación Argentina vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades (Néstor Kirchner, 24 de marzo de 2004, Acto por la creación del museo de la memoria y para la promoción y defensa de los derechos humanos en la ex ESMA).

Yo sé que con esta ley no vamos a reparar la vida del familiar, el daño causado, pero al menos creo que el Estado, que debe representar los intereses del pueblo, está presente y trata de llegar de alguna manera con la mano reparadora a aquellos que sufrieron la afrenta de aquella fecha (Néstor Kirchner, 13 de febrero de 2004, Acto por la Ley de indemnización y reparación a las víctimas del 19 y 20 de diciembre de 2001).

No se trata de sustituir ni de reemplazar al mercado, esa sería la diferencia con el Estado benefactor, más bien se trata de promover, de ser la pieza capaz de producir la articulación entre la sociedad y el mercado, ya que sin ella ambos estarían enfrentados, pero en condiciones absolutamente desiguales.

…todo el esfuerzo que podamos hacer y toda la obra pública que vamos a anunciar, que va a ser mucha y que con bastante esfuerzo la vamos a hacer, tiende a generar las bases de una Argentina distinta donde tengamos un Estado presencial, donde aparezca de vuelta no el Estado benefactor, sino el Estado que promueve, la provincia que actúa y el municipio que ejecuta, generando una clara funcionalidad donde la gente vuelva a darse cuenta que las instituciones del Estado juegan un rol fundamental (Néstor Kirchner, 11 de agosto de 2003, Acto de lanzamiento del Plan nacional de desarrollo local y economía social “Manos a la obra”).

Queremos y nos merecemos un mejor Estado, un mejor mercado, una mejor sociedad. Estoy seguro que lo vamos a lograr juntos (Néstor Kirchner, 3 de marzo de 2005, Acto de presentación de los resultados de adhesión al canje de la deuda argentina).

El Estado se coloca en posición de defensa del pueblo, identificando esta vez al pueblo con la nación, cuando el “otro”, el enemigo, eran los organismos financieros internacionales, los acreedores extranjeros de la deuda externa argentina.

No nos va a temblar el pulso para tomar las decisiones que tengamos que tomar, ni tendremos exigencias exorbitantes a lo que la realidad económica de los servicios indique, pero es forzoso aclarar desde el Estado que el gobierno defenderá con uñas y dientes los derechos del pueblo argentino (…) Queremos un Estado para todos y no sólo para unos pocos. Un Estado representativo, ético, consciente de su lugar y responsable de sus funciones, fruto de los valores, no sólo enunciados, que intentamos llevar permanentemente a la práctica (Néstor Kirchner, 1 de marzo de 2005, Apertura de sesiones ordinarias en el Congreso de la Nación).

Pero cuando el “otro” ya no está afuera de la sociedad, sino que es un sector de los argentinos, el pueblo que debe defender el Estado es, a la vez y al mismo tiempo, el todo y una parte:

Despojado ya de los discursos, de la bulla mediática, separando todo lo que queda es esto: la reacción de alguien que se niega a contribuir en la redistribución del ingreso para los que menos tienen. Yo les dije alguna vez, que cuando uno toma estas decisiones como Presidenta de los argentinos, teniendo en cuenta el interés de todos, porque esta es la otra gran cuestión, no hubo una parte contra otra parte. Esto no es así: quien habla es la Presidenta de la República, no es una parte, debe gobernar para todos los argentinos y cuando toma decisiones lo hace en beneficio de todos los argentinos (Cristina Fernández de Kirchner, 9 de junio de 2008, Anuncio del Programa de Redistribución Social en el marco del conflicto por la resolución 1257).

La resolución 125 modificaba el esquema de retenciones a las exportaciones de granos, especialmente la soja. En vez de retener un porcentaje fijo, dicho porcentaje variaba de

Creo, sinceramente, que los partidos populares y democráticos, aquellos que creemos en el Estado, aquellos que hemos dado muestras concretas de creer en el rol que debe cumplir insustituible e irremplazable el Estado, vamos a acordar que realmente estamos ante un verdadero cambio estructural estratégico de defensa de nuestros jubilados y de nuestros pensionados (Cristina Fernández de Kirchner, 21 de agosto de 2008, Anuncio de la finalización del sistema de las AFJP).

Cuando el Estado representa al pueblo y se coloca como su defensor, se pone en evidencia el carácter polisémico del pueblo, el populus y la plebs. Pero no es una ambigüedad que provoca dudas o incertidumbres, no es algo incierto, es el pueblo que tiene dos sentidos a la vez. Y más precisamente, es una forma específica de constituir la totalidad, y por eso genera conflictos, porque se trata de un “todo” que solo existe si se incluye en pie de igualdad a la parte de los sin parte (Rancière 1996), a los más vulnerables, a los que menos tienen. De esto se trata el Estado populista8.

acuerdo a las variaciones en el precio internacional de los granos, aumentando a medida que aumentaban los precios. La resolución 125 se aprobó en marzo de 2008, en un contexto de aumento sostenido del precio internacional de la soja, lo que provocó una resistencia muy fuerte por parte de las entidades agropecuarias. Este conflicto no se redujo a una disputa entre las entidades y el gobierno, sino que se extendió al conjunto de la sociedad. Ver Yabkowski (2010). 8 Para Sebastián Barros la especificidad del populismo reside en que la ruptura que éste genera cuestiona todo el espacio de representación como tal, puesto que aquello que pretende incluir en ese espacio (que Rancière llamaría policía) es una heterogeneidad radical que rompe con la homogeneidad institucional. “Esa heterogeneidad es la idea de un ‘pueblo’ que siempre resiste la completa integración simbólica, aun dentro de una articulación populista” (Barros 2005: 10). Lo que se le está cuestionando a Laclau aquí es la concepción de toda demanda como diferencia o, mejor dicho, de toda demanda ya como demanda, es decir, ya incluida dentro del espacio de representación. Se trata entonces de ir un paso más atrás, de dar cuenta de que la especificidad del populismo reside en el conflicto que produce cuando lo que se quiere incluir es lo irrepresentable. De este modo, se pone en cuestión a la comunidad misma, puesto que lo que se “desajusta [es] el carácter común de la comunidad” (Ibídem). Si bien es cierto que Laclau reconoce la productividad que tiene la heterogeneidad social, no le otorga el mismo estatus que Barros a la hora de comprender el populismo, puesto que no termina de explicar cómo es la operación mediante la cual dicha heterogeneidad se convierte en una demanda y accede al campo de la representación. Esa operación es precisamente la que le otorga especificidad a la lógica populista. Ver Reano y Yabkowski (2010).

I V. Momento de creer: ser kirchnerista

En la introducción explicamos brevemente cómo se constituye una identidad política, la importancia de una frontera antagónica en la producción de lo común y de ese “nosotros”. Agregamos aquí que toda identidad implica una creencia. Emilio de Ípola (1997) explica que hay dos lógicas de la creencia. En la lógica de la creencia como confianza acordada, creer implica pertenecer. Dicha pertenencia se refuerza o se revela en momentos en los que se experimenta una amenaza, entendiendo amenaza como un peligro que se cierne sobre un individuo o grupo, peligro imputable a la acción deliberada de otro individuo o grupo. Observemos cómo funciona esto entre los entrevistados:

Yo milito por la 125. Lo que para mí fue;qué significa, ¿no?, la 125 (...) Lo que entendí que en 2003 pasó hasta la llegada de la 125, lo vi como un proceso ascendente digamos, todo el tiempo, en términos de lo que era el avance; [yo] estaba acostumbrado a lo que era una especie de resistencia, ¿no?, de un espacio simbólico, material, y vi que mejoró mi calidad de vida, vi que mejoró la calidad de vida de mi entorno. En la 125 yo lo que vi amenazado fue el proyecto nacional, un proyecto que me contenía... Vi amenazado todo digamos (Entrevista Nº 26, diciembre de 2011, La Cámpora, cursiva propia).

Resaltar el papel de la amenaza y la creencia en la conformación de la identidad es compatible con la importancia que le otorga Laclau a la negatividad, a la frontera que se constituye en condición de imposibilidad y posibilidad de una identidad política. Del análisis de las entrevistas surge que el conflicto por la resolución 125 es un momento clave para la definición del ser kirchnerista:

Todo esto que te decía de un proceso de debate en el cual tácticamente nosotros nos incorporamos al kirchnerismo comienza a ser más subjetivo, más ideológico, nos sentimos más cómodos a partir de la 125. Aunque es una derrota a nosotros nos consolidó dentro del proyecto nacional porque nos convencimos de que es esto. Estaban dispuestos desde la dirección política del gobierno nacional a avanzar contra algunos sectores que se habían empoderado desde el inicio de la historia argentina o antes, donde ponían en juego cosas por las que a nosotros nos gustaba ir. Ahí, el clic de sumarse al proyecto nacional, a empezar a ser kirchnerista y no tan táctica (Entrevista Nº 45, junio de 2013, Socialismo para la Victoria, cursiva propia).

Pero el cambio más fuerte fue con el tema de la 125. Eso fue fundamental. Ahí es como que fue muy ruptural, quiénes eran los amigos y quiénes los enemigos. No sé si ponerlo en esos términos. Pero de repente veías, así, sin eufemismos, que del lado del denominado campo estaban todos esos que uno siempre repudió consciente o inconscientemente. Y después, con más conocimiento, viendo la realidad social, uno se fue dando cuenta que eran los enemigos de la patria. Los que tuvieron una directa responsabilidad en esto que siempre juzgamos, que es la desigualdad que hay en la sociedad. Ese momento fue muy fuerte (Entrevista Nº 17, agosto de 2011, Movimiento Evita).

La muerte de Néstor Kirchner es otro momento bisagra y si bien los entrevistados no lo significan como un momento amenazante, recordemos que uno de los cánticos que surgió en aquel entonces decía “Che gorila, che gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”9. Ese 27 de octubre de 2010 se generó un momento de incertidum-bre, pues se abría la posibilidad de poner en cuestión la continuidad del kirchnerismo en el gobierno. Sin embargo, el saldo de las exequias del ex Presidente con una Plaza de Mayo llena durante los tres días que duró, fue el liderazgo incuestionable de Cristina Fernández de Kirchner. Tal vez debido a esta resolución, los militantes entrevistados experimentan y narran ese acontecimiento como un “reencuentro” y lo conectan con un momento mítico (del que no participaron): el 17 de octubre de 1945:

Fue un reencuentro y fue, creo, y ya a esta altura sin lugar a dudas, mi, nuestro 17 de Octubre, los que estuvimos ahí lo vivimos como eso, fue nuestro 17 de Octubre. Fue el pueblo en la calle, fue mojar las patas a nuestra manera, en el siglo XXI. Yo creo que hubo varias bisagras, una fue el conflicto de la 125 y otra fue la muerte de Néstor. Dos bisagras del proceso político (Entrevista Nº 19, septiembre de 2011, JP Evita - Frente Juvenil - Rosario, 21 años).

También aparece la política de derechos humanos —identificada sobre todo con el acto en el cual Néstor Kirchner ordena bajar los cuadros de Videla y Bignone en el Colegio Militar— y el “NO al ALCA”.

Creo [que] uno de los grandes hechos fue verlo a Néstor Kirchner parado en la puerta de la ESMA, ese 24 de marzo... a mí me impactó muchísimo. Donde ordenó bajar los cuadros y después de dar un discurso en el nombre del Estado, pide perdón. La verdad que a mí eso me impacto muchísimo, porque no soy kirchnerista de la primera época, digamos (Entrevista Nº 46, junio de 2013, Socialismo para la Victoria).

Cuando pasa lo del ALCA, Kirchner forma parte de los gobiernos latinoamericanos que demostraron una clara posición antiimperialista. Y eso es lo que me termina de convencer de que era el momento de participar en lo que en ese momento empezaba a gestarse como kirchnerismo. Ya en el 2003, con el tema de los cuadros, de los militares, también había, pero bueno, me parece que esa fue la demostración clara de una idea más latinoamericana y más popular de la política (Entrevista Nº 16, agosto de 2011, Movimiento Evita).

En estos últimos fragmentos observamos la segunda forma de la creencia a la que refiere de Ípola, la creencia como ideología, es decir, un conjunto de argumentos y razones para creer.

Sin embargo, dichas razones casi siempre se encuentran entrelazadas con la confianza depositada en las figuras de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, de modo que los liderazgos cumplen un importante papel en la conformación y sostenimiento de la identidad.

–¿Podés identificar un momento o suceso que haya decidido tu apoyo al kirchnerismo?

–Cuando le pude dar un beso a Néstor Kirchner, ahí sentí como un aprecio y una confianza (Entrevista Nº 21, septiembre de 2011, Juventud Kirchnerista).

Como político [Néstor Kirchner] me parece un tipo que es consecuente con lo que dice, que lo que dice lo hace. Lo veo como un tipo muy fuerte, siento que no va a haber nada que pueda contrarrestar lo que él diga o lo que él haga, lo que él dice lo va a hacer (Entrevista Nº 33, abril de 2010, Madres de Plaza de Mayo).

–¿Por qué la votaste [a Cristina Kirchner] en ese momento?

–Porque me pareció una mujer sincera, ella va y dice las cosas como son, va de frente, no como muchos que se callan (Entrevista Nº 21A, septiembre de 2011, Juventud Kirchnerista).

Néstor se apoya en eso, se apoya en que la sociedad estaba movilizada por recuperar derechos, por conseguir laburo, porque los milicos estén en cana, bueno, se apoyó en eso y avanzó. Y avanzó lo que pudo (…) Muchas veces en los ’70 vos veías que las organizaciones corrían por izquierda a Perón, ellos eran los que llevaban al límite de lo posible la política. Bueno, no, acá, siempre los dos actores políticos más dinámicos del proceso —porque este proceso de transformación, lo que vivimos en Latinoamérica, lo que se vivió acá a partir de 2001, el gobierno que surgió— fueron Néstor y Cristina, la historia de este proceso político lo conducía Néstor, hoy lo conduce Cristina, lo condujeron en su momento los dos, pero somos todos parte, es un gran engranaje (Entrevista Nº 19, septiembre de 2011, JP Evita-Frente Juvenil).

En esta última cita resulta muy interesante cómo el mismo entrevistado reconoce la doble direccionalidad entre representantes y representados, ya que al comienzo marca cómo Néstor Kirchner construye su representatividad satisfaciendo demandas que ya estaban ahí. Mientras que en la segunda parte son los mismos líderes los que generan la dinámica, podríamos decir los que formulan las demandas. El líder opera como punto nodal sobre los elementos de la cadena de equivalencias, mostrando así la productividad del líder como “nombre del pueblo”. En síntesis, el ser kirchnerista implica tres cuestiones a la vez: un sentido de pertenencia, un contenido ideológico y una confianza en el líder.

V. Los sentidos del Estado en las voces militantes

Para completar el análisis de la especificidad del Estado al interior de la identidad kirchnerista debemos comprender cómo aparece significado en la experiencia de los que son kirchneristas y qué papel juega en la conformación de su identidad política, en su creencia-pertenencia. A continuación, analizaremos las tres formas que identificamos en las que aparece el Estado, implícita y explícitamente en los discursos de los entrevistados.

1. El Estado político

Desde el Estado se hace política en el sentido fundante: no se trata de la política como administración de lo posible, sino de la política que produce una ruptura fundante. Desde el gobierno de un Estado eso produce una sorpresa, una irrupción. Por otro lado, el Estado no aparece como un agente neutral, y tampoco como el evidente lugar del poder que niega la satisfacción de las demandas. Por el contrario, se erige contra ese poder, y por eso puede formar parte del “nosotros”. Y esa transformación del Estado, de objeto contra el cual se lucha a lugar desde el cual se lucha, provoca también una mutación en el sentido de la militancia y del hacer política: ya no es resistencia sino construcción de poder. Y en esa construcción el Estado ocupa un lugar privilegiado. Desde esta visión de las cosas, el Estado nunca fue un lugar neutral, sino que estaba al otro lado de la frontera. Por lo tanto, no se trata de despojarlo de una pretendida neutralidad, sino de modificar sustancialmente el sentido de su parcialidad. Recordemos cómo lo decía Néstor Kirchner:

Estoy en una trinchera sola, no tengo un pie acá y otro allá, tengo los pies puestos en el corazón, en el cariño, en el afecto y en la decisión de abrazarme permanentemente al pueblo argentino, sin distinción de colores o partidos (Néstor Kirchner, 14 de julio de 2005, Acto en Mercedes).

Esta frontera que se construye desde el discurso presidencial, en la cual no solamente el gobierno, sino también el Estado aparece como un agente no neutral, es precisamente lo que se critica desde quienes asumen que la esencia estatal es justamente lo contrario. Esta es la posición de Jorge Dotti, quien critica que un estadista agudice los conflictos:

…el punto de partida es señalar el éxito con que, en los últimos años, se elevó el ideologema idealismo setentista a matriz de una argentinidad más auténtica aún que todas las anteriores del peronismo (…) Décadas después y afortunadamente en democracia, esta rectificada y sosegada canalización del afán revolucionarista aflora en la predisposición a la confrontación terminante y a la agudización de los conflictos, en desmedro del criterio de prudencia y discreción del estadista (que no equivale en absoluto a flaquezas y acomodamientos ideológicos), como si radicalizar las tensiones propias del cuerpo social y la disidencia política fuera la prueba de la devolución a la justicia social, nacional y popular (Dotti 2011: 251-252, cursiva en el original).

Este carácter del Estado, que aquí decidimos llamar político para dar cuenta de que opera en el trazado de fronteras y en la producción de rupturas, se expresa sobre todo cuando los militantes hablan del conflicto por la resolución 125, de la política de derechos humanos y del sentido de la militancia.

Uno de los textos que discutimos se llamaba: “Darle más poder al poder”. Nosotros nos matábamos de risa, porque en los 90 era: “Más duro te la van a venir a dar”, si le dabas más poder al poder. Y ahora entendemos que no. En realidad, cuánto más fortalezcamos el Estado, desde ahí es desde donde vamos a poder transformar las políticas públicas. Y desde ahí vamos a tener un pueblo que esté en mejores condiciones para discutir lo que le falta. Esas son las muestras de los cambios de paradigma (Entrevista Nº 16, agosto de 2011, Movimiento Evita).

Hay una cosa que él hace, que me parece genial, que me di cuenta varios años después, cuando Néstor asume en el año 2003, cuando juega con el bastón de mando, como cagándose de risa de ser presidente, porque ser presidente no significa llegar al poder, esto no es el poder, “juego con esto porque este no es el poder, el poder lo tienen otros” (Entrevista Nº 19, septiembre de 2011, JP Evita-Frente Juvenil).

Bueno, para mí el kirchnerismo, como todos los procesos populares, es algo que irrumpe, algo inesperado; o sea, para mí el kirchnerismo también tiene esa carga; es eso, es algo inesperado que me llega a la vida cuando yo pensaba que después de los ’90 íbamos a estar peor, o íbamos a estar igual (Entrevista Nº 20, septiembre de 2011, Movimiento Martín Fierro).

A mí me habían formateado que la militancia era para resistir todo lo terrible que pasaba, en todos los niveles, desde la represión policial hasta la destrucción de todas las instancias públicas, la dignidad de la gente. Entonces, como que me habían formateado en ese esquema, que la militancia era básicamente resistencia. Incluso los momentos exitosos, no sé, ganar el centro de estudiantes, tener una participación en algún Consejo, eran testimoniales no organizaban un espacio político propio con posibilidad de incidir en la vida real. Y eso cambió, eso cambió (Entrevista Nº 27 G, agosto de 2012, La Cámpora).

Creo que Cristina de alguna manera su gran mérito es ir creando las condiciones para que lo imposible se vuelva posible. Muchas de las cosas que sucedieron en estos años no entraban en las fantasías de nadie. Creo que tanto Néstor como Cristina, pero particularmente Cristina lo que han hecho es crear las condiciones políticas para que determinadas cosas, consideradas imposibles, pudieran ser viables (Entrevista Nº 54, julio de 2013, FALGBT).

María Pía López, directora del Museo del Libro y de la Lengua, en una entrevista que realizamos en el mes de agosto de 2012, resume esta idea de un Estado refundado políticamente de la siguiente manera:

La disputa por la 125 [estableció] una nueva legitimidad en la idea de conflicto y en la idea del antagonismo, de que se puede reponer en la idea política argentina un nivel de conflictividad muy alto, que tiene que ver con esta conversión del gobierno en agente del antagonismo y no en agente de la neutralidad o del bien común o de la razón de todos, sino como parte conflictiva frente a los poderes (…) La recuperación de la ESMA. Digamos, ese acto para mí fue uno de los actos [que decidieron mi apoyo al kirchnerismo], descolgar el cuadro de Videla. Digamos la sensación de que había una… una decisión de refundar el Estado, ¿no? O que refundar la legitimidad del Estado tenía alcances muy vastos.

El Estado no se identifica con el poder, pero es el espacio desde el cual construir poder y transformar la sociedad en un sentido político preciso: a favor del pueblo. Y esto no solo implica para muchos un cambio en la concepción que tenían del Estado, sino en la concepción de su propia práctica política militante. Se deja atrás la equivalencia militancia-resistencia, para adoptar otra en la cual la política es hacer posible lo imposible.

2. El carácter particular del Estado: gobierno, proyecto, líder

En nuestra interpretación de buena parte de las políticas públicas de los gobiernos kirchneristas reconocemos al Estado como uno de los principales actores que transforma la comunidad política, porque incluye e iguala, permitiendo a muchas personas acceder a bienes y servicios qua derechos10, y no a través del mercado, el cual era un mecanismo que los excluía. Así interpretamos la Asignación Universal por Hijo, el programa Conectar Igualdad, el acceso a las jubilaciones y el fin de las AFJP, el Fútbol para todos, la fundación de nuevas universidades nacionales y también el matrimonio igualitario (aunque en este último caso no era el mercado el mecanismo excluyente y lo que estaba en juego no era un bien ni un servicio sino el reconocimiento).

La pregunta es quién aparece como el garante de estos derechos para los entrevistados. Lo que pudimos observar es que la legitimidad de esos derechos no está fundada en un Estado neutral en el cual impera una ley abstracta a la que los ciudadanos adherimos por un tipo de legitimidad racional-legal pura, universal e impersonal. Por el contrario, es el gobierno, el proyecto y/o el líder, es decir, todas figuras de lo particular, las que garantizan esos derechos.

Que yo esté estudiando, trabajando y viviendo solo, eso es una posibilidad teniendo en cuenta que mi papá es jubilado y mi mamá es jubilada, que ellos me han podido pagar muchos años el estudio, eso es una posibilidad que quizás solo lo observa en la vida cotidiana, pero es algo cotidiano, digamos. Pero, ¿cómo influye? Bueno, una medida del kirchnerismo es el “Fútbol para todos”, esa, por ejemplo, influye en mi vida cotidiana, es una posibilidad de que yo, fanático de Boca, había perdido el fanatismo por el fútbol al no poder verlo. ¿Cómo lo vuelvo a encontrar? pudiendo ver los partidos de Boca, pero bueno. Yo sé que paso, no menos de 10 horas por día, también en esta universidad y el campus se comenzó a construir a partir del 2005. Si vos lo ves, esto es claramente una universidad o el campus es una universidad que crece continuamente gracias a este proyecto (Entrevista Nº 18, agosto de 2011, Movimiento Evita, cursiva propia).

…en el ámbito laboral, venía de trabajar en changas, de ganar un mango acá, un mango allá. De hacer lo que se podía para tener una economía de subsistencia a trabajar en relación de dependencia con un contrato, con un salario real con posibilidades de crecimiento (…) Era una mentira que yo militaba por Néstor, militaba por el proyecto que encaminó Néstor (Entrevista Nº 26, diciembre de 2011, La Cámpora, cursiva propia).

Yo no iba a la escuela porque trabajaba, y me dieron, yo entré en los cursos de terminar la escuela, las becas de la escuela, entré en las capacitaciones, también, por oficios, y después cuando yo tuve mis chicos, tuve la asignación universal por hijo, que me ayudó mucho porque yo en ese momento no tenía trabajo, mi marido tampoco. Me ayudó mucho la asignación.Yo la verdad, de los años que tengo conciencia, nunca hubo un gobierno como el que tenemos ahora. Muchas de las cosas que hizo Cristina, mucha facilidad, primero mi abuela le facilitó un montón lo de la jubilación, porque desde que mi abuela tiene conciencia nunca se le había dado un aumento, nunca tuvo una obra social como tiene ahora por lo de Cristina. Mi mamá también estuvo años haciendo trámites por lo de las pensiones, y ahora que está Cristina ella tuvo todo enseguida, no tuvo ni que renegar con los papeles, nada, porque se lo dieron automáticamente. Y con lo de la escuela también, porque mis hermanos recibieron las netbooks, les facilitó mucho, porque mis hermanos no conocían una computadora, nosotros no tenemos una posición económica buena, y que ella les diera las computadoras a mis hermanos fue una alegría enorme, porque mis papás cómo se matan, se rompen el lomo, mi mamá, es difícil cómo están las cosas ahora para poder comprar, y que ellos se las dieran así como si nada, a mis hermanos los alegró un montón y a mí también, a mí me gusta cómo está el gobierno ahora, el gobierno de Cristina (Entrevista Nº 21C, septiembre de 2011, Juventud Kirchnerista, cursiva propia).

–¿Qué cambió y por qué?

–Trabajo en mi casa, todo, para mi familia también. Trabajo para mi marido, para mis hijos.

–¿Qué tipo de trabajos están haciendo ahora?

–Y, mi hijo está trabajando en mantenimiento, que él antes siempre cirujeaba, andaba con un carro por la calle, y ahora agarró un trabajo estable en mantenimiento.

–¿Y qué pensás que hizo posible estos cambios? Para que tu familia esté mejor.

–Que el gobierno nos dé más trabajo, que piense más en los pobres y nos dé más trabajo. Eso… da más trabajo (Entrevista Nº 21B, septiembre de 2011, Juventud Kirchnerista, cursiva propia).

Después de la crisis del 2009 que se quisieron aprovechar todos los grupos económicos para despedir gente. Ahí hubo un Estado que se metió y prohibió ostensiblemente que no se genere eso. Aumento de jubilaciones, créditos a las PYMEs. Un Estado al servicio, para que crezca la economía pujantemente como viene creciendo (Entrevista Nº 17, agosto de 2011, Movimiento Evita).

Hasta aquí lo que podemos observar es que solamente uno de los entrevistados refiere explícitamente al Estado como garante de esos derechos que permiten acceder a las jubilaciones, a las netbooks, a la universidad, al trabajo. Mientras que para el resto de los entrevistados el responsable es “el proyecto”, “el gobierno” y el líder (en este caso, Cristina). A pesar de estas diferencias, que no son menores, existe un punto en común: el reconocimiento de que las actuaciones del Estado no son neutrales ni ahistóricas, sino que dependen fuertemente del gobierno, del proyecto y/o del líder. No es el Estado por sí mismo, en la realización de su esencia o deber ser, el que garantiza derechos, sino que ello es posible porque hay una particularidad que lo ocupa, que lo gobierna, que lo gestiona. Así define Cristina Fernández de Kirchner “el proyecto”:

Este no es solo un proyecto en el cual podemos mencionar trabajo, fábricas y producción, es por sobre todas las cosas de inclusión social, de redistribución del ingreso (…) A este proyecto político de inclusión social, de redistribución del ingreso, de la vigencia irrestricta de los derechos humanos, por primera vez en este mi país, la Nación Argentina (…) Sé que hay costos personales que pagar, sé que cuando uno elige el camino del pueblo, cuando uno elige el camino de los derechos humanos, cuando uno elige el camino de una sociedad más justa y equitativa, las cosas se hacen siempre más difíciles. Pero tengo la convicción, tengo la fuerza y tengo el coraje para llevar adelante el mandato que me confirió el pueblo argentino. No lo voy a traicionar (Cristina Fernández de Kirchner, 1 de abril de 2008, Acto por la Convivencia y el Diálogo en la Plaza de Mayo, en el marco del conflicto por la resolución 125).

Las consecuencias de esta concepción del Estado no son unívocas. Por un lado, si no está sedimentada la noción de que el Estado debe ser el garante de los derechos, es posible que cuando esos derechos se encuentren vulnerados no se le reclame su efectiva satisfacción al Estado. Si retorna un gobierno neoliberal, por ejemplo, solo cabría esperar un “buen funcionamiento” del libre mercado, el cual no responde a ninguna lógica política mayoritaria o igualitaria. Lo que esto demostraría es que no se habría sedimentado la lógica de los derechos.

Por otra parte, si a través de la experiencia personal de la vida cotidiana se reconocen los diferentes modos en que el Estado puede actuar (el Estado no es necesariamente un instrumento para la defensa del pueblo, pero tampoco es necesariamente un instrumento opresor de las clases dominantes), estamos ante una sociedad en mejores condiciones para reconocer que dicha estructura no es una fuerza ajena y trascendente, sino que está atravesada fuertemente por nuestras prácticas y relaciones, lo que resulta muy valioso en el caso de que sea necesario ir contra el Estado en defensa de los derechos.

Existen actualmente elementos que abonan tanto a una como a otra interpretación, y es probable que solo podamos comprobarlo con el desarrollo de la historia11. La hipótesis que arriesgamos aquí es que la persistencia de la identidad kirchnerista (o por lo menos la persistencia de algunos de los cambios que produjo) está atada a la sedimentación que alcance la lógica de los derechos, es decir, que el trabajo, la educación, la jubilación, el fútbol, son derechos, y por lo tanto su acceso no puede ser regulado por la lógica mercantil. Según interpreta Daniel James (1999), esta lógica de los derechos es precisamente

10 que explica la adhesión de las masas obreras al peronismo: una retórica plebeya que transforma radicalmente el sentido de la ciudadanía:

El atractivo político fundamental del peronismo reside en su capacidad de redefinir la noción de ciudadanía dentro de un contexto más amplio, esencialmente social. La cuestión de la ciudadanía en sí misma, y la de acceso a la plenitud de los derechos políticos fue un aspecto poderoso del discurso peronista, donde formó parte de un lenguaje de protesta de gran resonancia popular, frente a la exclusión política (…) [A su vez afirmó que] el discurso peronista negó la validez de la separación, formulada por el liberalismo, entre el Estado, por un lado, y la sociedad civil, por el otro. La ciudadanía (debía ser) redefinida en función de la esfera económica y social de la sociedad civil. En términos de su retórica, luchar por los derechos en el orden de la política implicaba inevitablemente cambio social (James 1999: 27, 29-30).

Lo que ha demostrado la experiencia del peronismo es que la lógica de los derechos no resulta incompatible con la referencia al líder como garante de esos derechos ni con el carácter particular (no neutral, ni universal) del Estado, y la identidad peronista ha persistido, aun cuando no estaba el líder al mando del Estado, e incluso más allá del líder.

Esta experiencia histórica nos ayuda a concluir que la referencia al líder, al gobierno o al proyecto no son necesariamente muestras de la débil y superficial sedimentación de la lógica de los derechos, sino indicadores de la forma específica en que esta lógica se ha articulado en la identidad kirchnerista12.

Podría argumentarse con bastante acierto que sostener la particulari-zación del Estado en detrimento de su carácter universal implica transformar al Estado en guardián de intereses particulares. ¿Cómo evitar esto sin retornar a una concepción neutral del Estado? Es aquí donde el pueblo, con su doble sentido de populus y plebs, juega un papel esencial. Pues, de una parte, el Estado actúa en nombre de todos, pero de otro, repara las desigualdades actuando en nombre de los que no tienen parte. Así, el carácter necesariamente político del pueblo es el que permite concebir un Estado politizado y emancipador, en el cual cualquiera pueda ser sujeto de derecho. Por eso la satisfacción institucional de una demanda no implica, necesariamente, reforzar el poder clasificatorio y alienante que impide la articulación que produce sujetos. Todo lo contrario, la satisfacción institucional-estatal de una demanda, el reconocimiento y efectivización de un derecho transforma la comunidad política en un sentido igualitario e inclusivo y el Estado debe volver a hacer la cuenta.

3. El Estado como institución

El Estado es el que puede garantizar la duración de los cambios a través de sus instituciones. La institucionalización de una política aparece como la garantía de que los cambios logrados perduren en el tiempo.

Sin embargo, no podemos dejar de mencionar que esta particular forma de articulación abre otra serie de problemas referidos a la importancia que adquiere el líder para la continuidad del proyecto político, lo cual se ha tornado un problema común a buena parte de los gobiernos populares posneoliberales de la región suramericana. Ver García Linera (2016).

En la profundización lo que tenemos que hacer es poder institucionalizar las conquistas logradas, para que no puedan ir para atrás y poder ir por más, hoy nosotros tenemos un piso (Entrevista No. 19, septiembre de 2011, JP Evita - Frente Juvenil).

El segundo, el tercer y cuarto año del gobierno de Cristina me pareció que fueron los más profundizadores, los que a nivel institucional mostraron más decisión política de imponer políticas públicas que vayan a transformar el tejido estructural de lo que el Estado debía ser y de lo que el Estado hacía en el país (…) [Creo] que en el gobierno de Cristina, pero es parte de la agenda política que planteaba Néstor, se han dado políticas de profundización más claras, más a nivel Estado (Entrevista Nº 45, junio de 2013, Socialismo para la Victoria).

Yo creo que Cristina tiene como la decisión, también por el contexto en el que ella toma el gobierno... institucionaliza, jerarquiza y organiza un poco más eso del modelo, del proyecto. Me da la sensación de que ella logra, esto, es decir institucionalizar políticas, dar debates más de fondo, tocar temas más de lo cultural. Me parece que también el contexto, ayuda, a que ella pueda profundizar muchas políticas (Entrevista Nº 46, junio de 2013, Socialismo para la Victoria).

Cuando se incorpora el aspecto institucional del Estado, se lo despersonaliza, lo que los entrevistados mencionan como “institucionalización” de una política refiere a la posibilidad de su duración en dos sentidos: por un lado, la duración más allá de las personas que ocupen el gobierno. Por otro, como profundización, metáfora espacial que alude a la posibilidad de alcanzar zonas de difícil acceso y, por lo tanto, menos propensas a los cambios.

Este sentido del Estado como institución parece el opuesto perfecto del Estado particularizado, ya que el primero es autónomo respecto del gobierno y el líder, mientras que el segundo es heterónomo. Cada uno de ellos responde a diferentes necesidades dentro del proceso político: cuando el objetivo es la transformación se refuerza su faz particularista y el líder como impulsor del cambio (resaltando la voluntad y la iniciativa política del líder). Por el contario, cuando el objetivo es la duración (e incluso la defensa de lo que está ante los posibles embates de quienes quieren modificarlo), el Estado aparece en su faz institucional y despersonalizada (recordemos la apelación de la Presidente a la defensa de la democracia y del Estado de derecho durante el conflicto por la resolución 125)13.

Es interesante reparar aquí en los sentidos que Cristina Fernández de Kirchner otorga en sus discursos a la noción de institución. Podemos observar, en primer lugar, que cuando se la menciona en su forma de proceso (institucionalización) se presenta como sinónimo de consolidación, ligado a la idea de duración:

Lo que ahora tenemos que acordar entre los argentinos es que este modelo se institucionalice políticamente para que no pueda volver a ser cambiado cuando, tal vez, alguna otra teoría, como la del Consenso de Washington dentro de unos años, encuentre comunicadores que le digan al país que todo lo público es horrible y que el Estado no sirve para nada (Cristina Fernández de Kirchner, 21 de agosto de 2008, Anuncio del fin del sistema de las AFJP).

En segundo lugar, la Presidente discute el carácter neutral de la calidad institucional, mostrando así la cara particular de las instituciones. Y esto es lo que permite articular las dos dimensiones del Estado a las que hacíamos mención más arriba.

Pero en definitiva creo sinceramente que es una oportunidad histórica que tenemos los argentinos para mostrar ante el mundo eso que tanto reclamamos permanentemente y que es la calidad institucional (…) No hay calidad institucional únicamente por las formas, la calidad institucional es de fondo, es de contenido, es de sustancia, es cuando las instituciones de la Constitución sirven al pueblo y solamente al pueblo y no a otros intereses (Cristina Fernández de Kirchner, 27 de agosto de 2009, Presentación del proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual).

Por último, no podemos dejar de mencionar que las instituciones del Estado aparecen también en las experiencias de los militantes en su aspecto más burocrático, dando cuenta de la compleja articulación entre sus distintos niveles (nacional, provincial, municipal) y atravesado por las lógicas partidarias. Este es un aspecto que no debe olvidarse ni subestimarse, ya que forma parte de las experiencias cotidianas del Estado.

Yo te cuento algo, de acá del movimiento cuatro compañeros pertenecemos a Desarrollo Social de la Nación en el programa Promotora Territorial (…) Nosotros sabemos fehacientemente de que, desde la Nación, desde Nación hay muchísimos programas, pero muchos programas para ayudar a la gente, para que bajen al territorio, para que armen proyectos y jamás, jamás nos llegan, nos llegaron. Llegaron en su tiempo en un momento que ahí está la diferencia que decía J. en los tiempos de Kirchner, no de la Señora Presidenta, ahora no llegan ni han llegado. ¿Y por qué sucede eso? Y por toda la burocracia que tiene que pasar primero por el Gobierno provincial, algunos pasan por el Gobierno municipal y a la gente nunca le llega. Nosotros acá el año pasado a esos microemprendimientos le decíamos micro entretenimiento porque nos entretenían buscando presupuesto de la mercadería y nunca nos mandaban nada. (…) En los tiempos de Kirchner llegaban un poco más las cosas, sin necesidad de tanta burocracia y justamente el gobierno que estaba en ese momento acá era justicialista, entonces las cosas se hacían mejor. Acá hubo mucha diferencia de gobierno, pero no se ve hasta hoy ningún tipo de cambio, la gente se equivocó en votar a la gente, estoy hablando del Gobierno provincial (Entrevista Nº 1, agosto de 2009, Libertador San Martín).

VI. Conclusiones

Nosotros somos lo temporal, los argentinos son lo permanente. Néstor Kirchner, 21 de julio de 2005.

Nos ocupamos en este artículo de los sentidos del Estado en la identidad kirchnerista, analizando tanto los discursos presidenciales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, como las voces de los militantes kirchneristas a través de las entrevistas. En los primeros, el Estado apareció en su rol articulador, entre la sociedad y el mercado. No se postulaba el reemplazo del mercado, sino la recuperación de un papel protagónico en la economía, promoviendo el desarrollo y el crecimiento y, sobre todo, reparando el daño y las desigualdades producidas por el mercado. El Estado se convierte así en el defensor del pueblo argentino, un pueblo que se identifica con la nación, pero también con los que menos tienen, los más vulnerables. El Estado en la identidad kirchnerista es una forma específica de constituir el pueblo argentino como totalidad, incluyendo a la parte de los sin parte.

En las voces militantes, el Estado es el lugar privilegiado de la política entendida como acción fundante, por lo tanto, no es ni un agente neutral ni el que resguarda el statu quo de las relaciones de poder. Es un Estado que incluye, que produce igualdad, pero no lo hace por sí mismo, no está necesariamente en su naturaleza la transformación de la comunidad política, se trata más bien de un Estado articulado con un proyecto político, con un líder y un gobierno, reconocidos como los responsables últimos de instaurar una lógica de los derechos. Pero reconocer esto produce incertidumbre respecto al futuro, pues la duración depende de entidades cuyo tiempo es finito, y es allí cuando se piensa en el Estado como institución. La institucionalización de las políticas del kirchnerismo aparece como el proceso capaz de producir la perdurabilidad, la duración más allá de un gobierno, más allá de un líder.

Ni la visión sociologista en la cual el Estado es el mero receptor de las demandas que se generan en la sociedad, anulando cualquier capacidad de iniciativa política desde el propio Estado, ni la visión politicista según la cual la dinámica de la sociedad puede ser explicada exclusivamente a través de lo que ocurre en el interior del Estado. Más bien, proponemos asumir la autonomía relativa del Estado para concebirlo como arena de lucha y, a la vez, como actor, para dar cuenta del carácter conflictivo (político) de cada una de sus tomas de posición. El futuro de nuestra sociedad no depende exclusivamente del Estado y de sus acciones, pero adquiere en él un papel central. No solamente debido a su capacidad política para transformar la comunidad, sino también debido a su carácter institucional. Una institución como forma de la duración es lo que conecta al pasado con el futuro. De allí la preocupación compartida por presidentes y militantes sobre la necesidad de institucionalizar los cambios, ponerlos a resguardo del futuro.

Pero lo decimos nuevamente, no todo depende ni se explica por lo que suceda con o en el Estado. La institución por sí misma, es decir, la ley abstracta e impersonal, no es la única ni necesariamente la más eficiente respuesta al problema de la duración. Y ello porque comprendemos que las relaciones sociales más estables no se basan solamente en la creencia y la confianza depositada en la ley impersonal y abstracta, sino también en el compromiso afectivo, en la inversión emocional que las personas realizan día a día en sus relaciones cotidianas. De ahí que la relación afectiva del pueblo con el líder no conduzca necesariamente a la inestabilidad política, sino a la estabilización de una identidad. Teniendo esto en cuenta, el “derecho a” debe ser apropiado por el sujeto, debe ser fuente de una nueva subjetivación. Es decir que, para durar, todo derecho necesita ser enunciado por aquel que se constituye en sujeto de derecho (lo que permite ese “más allᔠdel líder, “más allᔠde un gobierno determinado). No significa esto que sea imposible hablar en nombre de otro, formular un derecho en nombre de otro. Pero sí significa que la duración del mismo necesita de la enunciación en nombre propio. Desde la perspectiva de las identidades políticas, la duración está relacionada con la sedimentación y, en este caso específico, arriesgamos como hipótesis que la duración del kirchnerismo como identidad está atada a la consolidación de la lógica de los derechos en este preciso sentido. En otras palabras, la perduración del kirchnerismo depende en parte de cómo se consolide en la sociedad un sentido de Estado.

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